Buch lesen: «Ahora que lo pienso»
Primera edición, octubre de 2005
Director de la colección: Alejandro Zenker
Cuidado editorial: Elizabeth González
Coordinadora de producción: Beatriz Hernández
Coordinadora de edición digital: Itzbe Rodríguez Ciurana
Diseño de portada: Luis Rodríguez
Fotografía de interiores y portada: Alejandro Zenker
Modelo: Leda Rendón con Sandro Cohen
Este libro se desprende del proyecto fotográfico titulado “La escritura y el deseo”, en el que Alejandro Zenker convocó a novelistas, poetas, cuentistas y creadores para fotografiarlos frente, detrás y alrededor de una mujer desnuda, como encarnación de sus deseos, como provocación, como estímulo.
© 2005, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.
Calle 2 núm. 21, San Pedro de los Pinos
Teléfono y fax (conmutador): 5515-1657
ISBN 978-607-8312-42-9
Hecho en México
cuando me propusieron posar junto a una mujer desnuda, aclaré que yo nunca había sido modelo.
—No se trata de eso —el fotógrafo me aseguró por teléfono—. Tú vas a posar, pero la modelo es ella. Te dejas llevar mientras saco las fotos. ya posaron Gustavo Sainz, Eusebio Ruvalcaba… ¡El primero fue Juan García Ponce! ¡Imagínate!. Va a ser divertido. ¡No te preocupes!
Me citaron en una casa enorme de San Pedro de los Pinos que fungía como imprenta, pues Alejandro, el fotógrafo, era director de la empresa y también de la editorial cuyos libros se imprimían allí. Después de traspasar la barda que separaba el terreno de la calle, me sentaron a una mesa que estaba a un lado de la cochera, fuera de la construcción propia. Podría decirse que se encontraba en el jardín. Se sentía fresco bajo los árboles y las flores —rosas, moradas y blancas— que brotaban de entre la hiedra sobre el muro. “¿Gusta un café, un té, mientras llega la asistente de Alejandro?”, me ofrecía la recepcionista cada dos minutos cuando salía de su cubículo dentro de la casa, apenas a dos metros de donde yo estaba, y con cada ofrecimiento yo contestaba “No, gracias”, temeroso de que a la hora de la hora tuviera ganas de orinar, lo cual podría echar a perder la sesión fotográfica.
Hombres y mujeres emergían constantemente de la puerta principal. Se dirigían a la parte de atrás, donde se habían instalado los talleres gráficos, o a la calle. Veía de reojo a cada mujer que pasaba y me preguntaba si ella sería la modelo. Algunas eran entradas en carnes; otras, esmirriadas; todavía otras, sin gracia aparente. Empecé a preocuparme por lo que podría suceder si la modelo era de plano fea. Pero más me preocupaba la posibilidad de que fuera realmente atractiva.
Ya conocía a la mencionada asistente porque años antes me había invitado a dar un seminario de Redacción para empleados del Centro Nacional de las Artes, donde era secretaria del director. El curso había sido un fracaso, pues cada día los alumnos tardaban más en llegar hasta que ya no apareció nadie. Pero durante las largas esperas nos hicimos amigos. “No te preocupes… No es tu culpa. A cada rato los mandan comisionados. Esto siempre sucede”, ella me consolaba, pero yo tenía la sospecha de que me contaba mentiras piadosas.
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