Buch lesen: «Con aroma a flor»
© Rogelio León Guzmán, 2016
© Universidad ESAN, 2017
Av. Alonso de Molina 1652, Surco, Lima-Perú
Primera edición
Lima, junio del 2017
ISBN: 978-612-4110-70-2
Digitalizado y Distribuido por Saxo.com Perú S.A.C.
Telf: 51 1 221 9998
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Miraflores - Lima – Perú
CUIDADO DE EDICIÓN
Ada Ampuero
Carmen Santisteban
CORRECCIÓN DE ESTILO
Óscar Carrasco
Ada Ampuero
DISEÑO DE CARÁTULA
Erik Chiri
DISEÑO DE INTERIORES Y DIAGRAMACIÓN
Ana María Tessey
ÍNDICE
Introducción
Una necesaria aclaración: ¿floricultura?, ¿flores de corte?
1. Sudamérica: el emprendimiento colombiano
2. África: las flores, el motor del desarrollo de Kenia
3. Asia: el despertar del gigante chino
4. La ecuación del éxito: coincidencias y diferencias en la industria en estos tres países
Epílogo
Bibliografía
INTRODUCCIÓN
En las próximas líneas quiero compartir con ustedes, un viaje temporal y geográfico por Colombia, Kenia y China, tres países en tres continentes distintos que, a su manera, vienen desarrollando una interesante industria de flores de corte. Casos de éxito que nos demuestran que las distancias culturales y geográficas no son traba ni excusa para el desarrollo de un negocio común. A lo largo del libro verán cómo se han presentado, en diferentes momentos, más coincidencias que diferencias en el desarrollo de una industria que en poco tiempo pasó de ser una actividad prometedora a un pilar estratégico para la generación del dinamismo económico y el desarrollo social tan añorado en sus ámbitos de influencia.
En el análisis de estos casos, encontramos que las industrias actuales y los negocios del futuro tienen una regla implícita, un patrón de coincidencias. Rubros específicos con un carácter global obtienen resultados similares en diferentes partes del mundo porque comparten variables comunes que se articulan conformando la «ecuación del éxito» que les permite alcanzar elevados niveles de competitividad. En la industria de las flores de corte, estas variables comunes parecen ser las óptimas condiciones agroclimáticas, la disponibilidad de recursos, la cercanía a mercados de alta demanda, un sector empresarial pujante y la activa participación de un gobierno visionario, convertido en socio estratégico para la creación de clústeres diversificados y con mucho dinamismo.
Aunque existe una «ecuación del éxito» general para la industria, cada país se ha encargado de agregar sus particularidades a este patrón común y ha desarrollado su propia ecuación. Sin embargo, el camino no ha sido fácil. Colombia, Kenia y China han tenido que lidiar con retos que nos demuestran que nunca existen situaciones perfectas. Todo nuevo negocio enfrentará escenarios de estrés y factores negativos que restan en la ecuación. No obstante, las industrias del futuro no pueden vivir de las quejas, deben entender el verdadero rol que cumplen en su macroecosistema y la trascendencia que deben alcanzar en él. Por tanto, sus esfuerzos no deberían concentrarse solo en la reducción de las externalidades del momento, sino, más bien, en dar los pasos sólidos que se necesitan para continuar en la vanguardia del sector.
En la era del conocimiento, con una población de millennials en aumento, las tendencias empiezan a cambiar a un ritmo acelerado, y la competitividad lograda en muchos años de trabajo puede perderse en un abrir y cerrar de ojos. En este sentido, otra palabra poderosa aparece en escena: la sostenibilidad, entendida como la visión y los hechos concretos que permiten transformar un emprendimiento en un acontecimiento duradero en el tiempo. La competitividad sin un claro enfoque orientado a lograr una sostenibilidad integral (económica, social y ambiental)… simplemente ¡no funciona! Ambos son requisitos complementarios e imprescindibles para construir los negocios del futuro. Esta visión es a veces difícil de lograr con productos que llegan a cegar a las empresas por su éxito de corto plazo y una demanda que solo obedece a una «moda» y no a la creación de una necesidad duradera.
La ecuación del éxito puede entenderse, entonces, como el resultado de combinar las ventajas naturales con aquellas desarrolladas por el hombre para la generación de una industria competitiva, perfectible y, sobre todo, sostenible en el tiempo.
Estén donde estén y sin importar el rubro al que se dediquen, siempre habrá espacio para innovar, avanzar y soñar en grande. Kenia y China son jugadores relativamente nuevos que prosperaron con rapidez porque no tuvieron que asumir la misma cuota de aprendizaje que Colombia. Con esto quiero decirles que para ser exitosos, «innovar» no necesariamente significa «inventar la pólvora». Aprender de los mejores y ajustar el conocimiento a la realidad local es también una estrategia válida para despegar. Sin embargo, solo será sostenible a medida que el impulso inicial se fortalezca con inversión en valor agregado y la incorporación constante de suficientes diferenciadores para crear espacios propios de crecimiento. Los negocios del futuro deben manejarse con alta responsabilidad, pero también con una dosis de sana ambición por mejorar la versión anterior en ciclos continuos de reinvención.
Los tres primeros capítulos de este libro muestran el panorama general del negocio de las flores de corte en cada país, y cerramos el viaje con un capítulo final que analiza la ecuación del éxito en esta industria a partir de las coincidencias y diferencias encontradas entre ellos. Aunque el libro trata sobre las flores de corte, también podría haberse empleado otra actividad o industria para encontrar las variables comunes que forjan la ecuación del éxito. En realidad, ese es el análisis que me gustaría que desarrollen al terminar de leer este libro.
Investigar sobre la magnitud de este negocio ha sido toda una odisea. Un reto que asumí con el objetivo de brindarles algo distinto, de romper los patrones de un libro académico tradicional, evitando el uso de demasiados tecnicismos y puntos de vista parciales. En vez de ello, les ofrezco tres casos de estudio reales narrados a modo de historias, para que a través de una lectura amena puedan hacer su propia interpretación de la ecuación del éxito que mueve a los negocios del futuro. Las flores de corte y su desarrollo en estos países ha sido una buena excusa y ha servido, además, para mostrarles lo apasionante que puede ser el sector agrícola. No obstante, muchas veces no aparece en el mapa de los buenos negocios en el mundo por falta de información. Bueno… para que decirte tantas cosas más e intentar convencerlos, si pueden empezar la aventura pasando a las siguientes páginas.
UNA NECESARIA ACLARACIÓN
¿FLORICULTURA? ¿FLORES DE CORTE?
La floricultura es un pujante sector de la agricultura cuya participación en el comercio internacional ha mostrado en los últimos quince años, una notable expansión. Al cierre del año 2015, sus intercambios comerciales en el mundo se valorizan entre 17,500 y 19,000 millones de dólares. Estas cifras, sin embargo, no consideran la producción y el comercio local de estos productos, que, al no cruzar fronteras, no participan en el comercio internacional. Diversos especialistas señalan que, de incluirlos, la floricultura generaría transacciones de hasta diez veces los valores señalados.
La floricultura es un negocio sui generis en la agricultura, porque sus productos no se destinan a la alimentación, sino más bien al mercado del bienestar y la expresión de sentimientos. Un nicho comercial pudiente, pero también muy exigente y sofisticado.
Las flores de corte constituyen tan solo un rubro dentro de la floricultura, pero es el que más destaca en el comercio internacional, pues representa entre el 46% y el 48% de todas las exportaciones globales del sector. Las plantas vivas en macetas, los follajes de corte y los bulbos cierran el pool de productos de la floricultura.
Las flores de corte comprenden una variedad de especies, de las cuales la rosa es la flor bandera y el caballo de batalla del comercio mundial del sector. Otras especies relevantes son el clavel, el crisantemo, la azucena, así como el complejo grupo conocido como flores de verano.
Es posible que las flores de corte sean los productos agrícolas más perecibles. Una vez cortadas pueden marchitarse en apenas cuestión de horas; así pues, para poder llegar a su destino final manteniendo su calidad y duración, entran en una carrera contra el reloj. Este condicionante ha permitido desarrollar en torno a ellas, una de las cadenas logísticas más eficientes. Por otro lado, la producción misma es un reflejo de la otra cara de la agricultura: una agroindustria moderna con niveles de automatización tales que no tienen nada que envidiar a cualquier otra considerada high tech.
Debido a la relación del producto con el nivel económico de sus clientes, esta industria nació comercialmente en países desarrollados del hemisferio norte; sin embargo, Colombia, Kenia y China han alcanzado en la actualidad un notable protagonismo y se han convertido en grandes productores a nivel mundial. ¿Qué tienen en común estos países? ¿Es solo cuestión de suerte la posición de liderazgo que en la actualidad ocupan en el sector? ¿O existe algo más?
1.SUDAMÉRICA
EL EMPRENDIMIENTO COLOMBIANO
Desde la década de los noventa, Colombia es el segundo exportador de flores de corte en el mundo (el primer lugar lo ocupan los Países Bajos) y el principal referente de esta industria en el continente americano. La importancia del producto es tal que, pese a utilizar tan solo el 0.2% de los terrenos agrícolas del país, genera un valor de transacciones que lo catapultan como el principal producto de las agroexportaciones no tradicionales colombianas y la cuarta industria generadora de divisas, después del petróleo, la minería y el café.
Aunque la producción de flores cortadas destinada a la exportación tiene más de cincuenta años, ha sido recién en las últimas tres décadas cuando despegó con un fuerte dinamismo, en concordancia con el crecimiento económico de sus principales mercados en la escena mundial. Para Colombia, las flores de corte no constituyen un éxito económico aislado: el negocio se ha integrado con fuerza en la identidad nacional y es motivo de orgullo para sus ciudadanos.
Por otro lado, en las últimas décadas han aparecido en el mundo nuevos competidores dispuestos a quitarle cuotas de participación en el mercado. Los años de experiencia, sin embargo, capitalizan el liderazgo que, construido inicialmente sobre las ventajas geográficas, agroclimáticas y sociales de Colombia, hoy se sostienen gracias a las constantes innovaciones incorporadas en todos los eslabones de su cadena de valor.
Sin embargo, producir flores ya no es tan barato, ni los márgenes de utilidad son tan amplios como hace veinte años. Por esta razón, la eficiencia es el patrón dominante en el esfuerzo de la industria por mantenerse vigente, competitiva, y generando expectativa constante en sus clientes. Si bien la fotografía actual es exitosa, ¿cuál es el camino que la floricultura colombiana tuvo que recorrer para lograrlo?
El nacimiento de la industria de las flores de corte en Colombia
Emprendimiento sería la palabra más precisa para esbozar la historia de la floricultura en Colombia. Corrían los años sesenta y, por coincidencia, concurrieron varias situaciones que fueron claves para el desarrollo y la configuración futura del sector.
A comienzos de dicha década, un reducido grupo de empresarios locales iniciaba la producción comercial de flores en la sabana de Bogotá (región que comprende varios municipios del departamento de Cundinamarca) con las miras puestas en la exportación.
En 1965, Edgar Wells, Miguel de Germán Ribón, Germán Restrepo y otros empresarios pioneros marcaron un hito al convertirse en los primeros exportadores colombianos de flores de corte hacia Estados Unidos, con transacciones que en ese año alcanzaron cerca de 20,000 dólares. Si bien este hecho marcaba un futuro auspicioso, mostró, al mismo tiempo, un conjunto de limitaciones que debían ser superadas si se quería continuar en esta aventura, entre ellas, la falta de transporte aéreo especializado y las dificultades de distribución en el país de destino.
Mientras tanto, en Estados Unidos la industria de las flores de corte vivía un periodo de transición. En este país, el invierno y el verano son estaciones marcadas, lo que afecta la temperatura y la duración del día. Tal situación no garantizaba una continuidad sostenible de la cadena de producción de flores a lo largo del año, originándose ventanas de desabastecimiento que afectaban el desarrollo de una oferta sostenida.
Ante la necesidad, los invernaderos se convirtieron en una alternativa que resolvía el problema de la disponibilidad de flores, pero no el de los márgenes de utilidad, que, pese a los mejores precios de venta, no compensaban los gastos adicionales en tecnología y energía requeridos por dichos sistemas de producción. Por este motivo, la industria empezó a mostrar interés en el reordenamiento de su mapa productivo, con la migración de sus fincas hacia zonas productoras de clima más favorable.
Por otro lado, como parte de su política internacional, el Gobierno de Estados Unidos asumía el reto de acercarse más a América Latina, proponiendo el «progreso» como alternativa para frenar lo que consideraba «un peligroso avance del comunismo en la región». En 1966, la USAID1, junto con las fundaciones Kellogg y Ford, puso en marcha un ambicioso programa de asistencia técnica para la agricultura colombiana a través de transferencia tecnológica, extensión agrícola y desarrollo de proyectos de investigación, con el apoyo de un consorcio técnico conformado por las universidades estatales de Colorado, Iowa, Kansas, Oklahoma y Missouri.
En ese mismo año, y como parte del mencionado programa, David Cheever, entonces estudiante de posgrado de la Universidad de Colorado, llegó a Colombia y desarrolló su tesis Colombia como un exportador de flores cortadas para el mundo. En esta concluye que la sabana de Bogotá contaba con condiciones agroclimáticas ideales para la producción de flores de alta calidad, así como con una excelente ubicación geográfica para abastecer al mercado estadounidense. Casi de inmediato, dicha investigación se convirtió en el sustento técnico que esta promisoria industria necesitaba para que expectantes empresarios colombianos y estadounidenses decidan ingresar al negocio.
Floramérica y Sunburst Flowers: su legado en la floricultura colombiana
En 1969, tres años después de la publicación de su tesis, David Cheever regresó a Colombia junto con el empresario Thomas Kehler, el productor florícola Harmond Brown y el economista William Penn Mott. Los cuatro crearon Floramérica Ltd., empresa que se estableció en la sabana de Bogotá con la intención de producir claveles para el mercado estadounidense. Tras instalarse, con pocos recursos económicos, pero con mucha confianza en el negocio y una visión moderna de este, la empresa logró demostrar, en tan solo unos años, que la industria florícola en Colombia también podía convertirse en un negocio de alto vuelo.
Las innovaciones a nivel productivo y de gestión que Floramérica trajo consigo permitieron la generación de una tecnología local a través de la adaptación que esta y otras empresas pioneras empezaron a realizar, convirtiendo al «mestizaje tecnológico» en el cimiento que generaría el círculo virtuoso impulsador del espectacular avance que la industria mostraría en los años siguientes.
En poco tiempo, la sabana de Bogotá empezó a transformar su rostro, al cubrirse con el plástico de los invernaderos terrenos que antes se dedicaban a la ganadería y a la agricultura de subsistencia. El uso de esta tecnología rompió el esquema agrícola tradicional del país y, en cierta manera, debido a las excelentes condiciones climáticas naturales, también transformó el concepto del objetivo de los invernaderos, que pasaron de ser «estructuras para la modificación y el control del clima» a espacios de optimización para producir «el mayor número de flores de calidad en el menor espacio posible».
El éxito temprano de Floramérica se basó en un conjunto de aciertos. El primero, ubicar el proyecto en un territorio donde ya se estaba gestando un embrionario clúster florícola. El segundo, la oportuna decisión de producir en la ventana de desabastecimiento para inundar el mercado estadounidense con flores de alta calidad y bajos precios. El tercer acierto —y quizás el más estratégico para Colombia— surgió como respuesta a la necesidad de establecer una eficiente cadena de distribución en Estados Unidos. Para tal fin, la empresa creó en Miami Sunburst Flowers Ltd., especializada en la importación y distribución de flores en dicho país. La estrategia de integración vertical fue una jugada maestra que indirectamente creó dos polos de desarrollo complementarios: la producción de flores en la sabana de Bogotá y la comercialización de aquellas en Miami.
En tan solo cinco años, motivados por los altos márgenes de utilidad que reportaban los «pioneros en la industria», el número de empresas participantes en ambos eslabones se multiplicó y, con ellas, su poder de negociación. Esto les permitió lograr grandes avances para enfrentar sus limitaciones.
El incremento de las transacciones y la demanda insatisfecha de adecuados servicios de carga aérea captaron el interés de empresas como Avianca, SUM, Lufthansa, Cargolux, entre otras dedicadas al transporte de carga, que tuvieron que desarrollar sus propias soluciones para la logística que las flores necesitaban. Por otro lado, y con apoyo estatal, se implementaron cabinas de frío y se creó la empresa Transocold, para la manipulación y el almacenaje de las flores en el aeropuerto de Miami. Fueron grandes avances que incrementaron la competitividad del sector.
Con una mayor madurez empresarial y un enfoque de negocio totalmente novedoso, es posible que la década del 70 haya sido la de mayor impacto de Floramérica y Sunburst Flowers para la naciente industria colombiana. Aunque estas empresas se hacían más grandes, generando beneficios económicos para sus ámbitos de acción, sus aportes más valiosos fueron los conocimientos y la profesionalización del agro, lo cual las llevó en poco tiempo a transformarse en las mejores escuelas para el desarrollo de habilidades técnicas y de gestión en una floricultura moderna.
Desde entonces, dichas empresas fueron forjadoras de toda una generación de floricultores colombianos, representada por ingenieros y empresarios que emprendieron proyectos propios o migraron hacia otras empresas en un «efecto derrame» de conocimientos. Muchos analistas sostienen que esta fue la verdadera razón del incremento exponencial de operaciones comerciales y la democratización que la floricultura colombiana mostró en los ochenta y los noventa.
El rol del Estado y las políticas comerciales
A mediados del siglo XX, la pobreza y la falta de oportunidades de una población latinoamericana en su mayor parte rural constituía una preocupación constante que planteaba la necesidad de encontrar el camino correcto hacia el desarrollo. Esta situación dividía a la región en una disyuntiva ideológica dentro del marco de la Guerra Fría, con dos potencias mundiales antagónicas que pugnaban por imponer su propio modelo económico.
Aunque las izquierdas radicales no llegaron a prosperar en América Latina (salvo en Cuba) y, por el contrario, se estrecharon los puentes para un mayor acercamiento a Estados Unidos, la inestabilidad política, con idas y venidas entre gobiernos militares y civiles, fue la constante de un círculo vicioso que frenaba los avances con shocks de retroceso hacia el mismo punto de partida.
Pese a toda la convulsión política, muchos países de la región se plantearon la necesidad de reducir su dependencia de la exportación de materias primas, diversificando su oferta exportable y apuntando hacia productos de mayor valor agregado, instituyendo, a su vez, diversos incentivos para impulsar la exportación de productos «no tradicionales»2.
En este objetivo también se alineó el Estado colombiano, que en 1967 promulgó el Plan Vallejo, que facilitaba la importación de tecnología e insumos, además de brindar incentivos adicionales para activar las exportaciones del país. Otra jugada crucial fue la creación, en ese mismo año, de Proexport (hoy ProColombia), como la plataforma única del país para representar y promover las exportaciones, así como la captación de inversiones extranjeras.
En los años setenta, el Estado colombiano avanzó en una política de préstamos flexibles y beneficios tributarios para los exportadores con una estrategia denominada crawling peg (minidevaluaciones), lo que llevó al país a incrementar su competitividad en precios. Gracias a esto, los claveles colombianos inundaron el mercado de Estados Unidos de forma tal que pusieron en jaque a los floricultores de este país, quienes veían en esta maniobra una competencia desleal que afectaba directamente su industria local.
Poco después, como era de esperarse, se presentaron ante los tribunales internacionales varias demandas en los cuales se acusaba a exportadores colombianos por prácticas de dumping3.
Con el objetivo de mantenerse en el negocio, en 1984 los floricultores colombianos renunciaron a los beneficios mencionados, en un escenario donde, además, el Estado disminuía su ayuda a los exportadores para enfocarse en otras prioridades para el país. Lo asombroso, sin embargo, fue la resiliencia de la industria florícola colombiana para reemplazar las ventajas perdidas con un incremento gradual de la productividad.
A principios de la década del noventa, surge una nueva ola de promoción de las exportaciones colombianas mediante la formación de bloques y acuerdos bilaterales en un contexto en el que los precios internacionales del café y del banano sufrían una fuerte caída en contraste con la creciente floricultura, que emergía como una actividad alternativa de mucho potencial para hacer frente al avance de la producción de cultivos ilícitos de coca.
Sin embargo, para frenar el avance del tráfico ilícito de drogas y evitar la consolidación de Colombia como el principal proveedor de narcóticos hacia Estados Unidos, no bastaba con atrapar a los principales capos de la droga y erradicar los campos de cultivo. La estrategia debía incluir más aristas, como la dinamización de la economía y estímulos para el país, para premiarlo por el avance de su lucha contra el narcotráfico.
En tal sentido, Estados Unidos implementó en 1991, entre otros apoyos, un paquete de beneficios arancelarios por un plazo de diez años para los países andinos, conocido como el ATPA4. Estos incentivos se renovaron con la firma del ATPDEA5 en el 2002 y posteriormente se mantuvieron en el Tratado de Libre Comercio (TLC) con dicho país en el 2006. En términos generales, estos acuerdos continúan siendo favorables para alentar el crecimiento de los intercambios comerciales en un contexto de libre mercado, con una constante reducción, año tras año, de la producción local de flores en Estados Unidos.