Buch lesen: «Cazador de pecadores»

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Diseño de portada: Rubén García

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ISBN: 978-84-1114-627-2

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Un día mi padre dijo:

«Si volviera a nacer…,

comería más helados de los

que he comido».

PRÓLOGO

El 8 de Julio del 2000 fue secuestrada la joven Paola Gallo Delgado, de veinticinco años de edad, en Tepoztlán, Estado de Morelos. A pesar de que se entregó el dinero del rescate, los plagiarios la asesinaron.

La policía intento capturar a los secuestradores cuando recogían el dinero del rescate, pero fracasaron debido a su ineficacia. Su padre, Eduardo Gallo, se dedicó a investigar personalmente, y después de unos meses logró localizar al asesino material, una vez detenido este se mostró arrepentido y, entre otras cosas, declaró: «Me obligaron a dispararle». Una frase y una acción que destruyó la vida de una familia, pero el trasfondo de esta criminal situación está cambiando violentamente la vida de todas las familias de México, prácticamente ya todos hemos sido víctimas de algún delito directa o indirectamente.

Pero esto va más allá porque ahora las preguntas son: ¿cómo les explicamos a nuestros hijos esta terrible violencia? ¿Por qué estamos dejando un país peor de como lo tomamos? A este paso es inminente que nuestros hijos o nietos, en algún instante de sus vidas, sufrirán algún daño por parte del crimen organizado, (porque los malos SÍ se organizan para delinquir, y nosotros NO lo hacemos para defendernos y detenerlos). Tal parece que por ahora eso NO nos importa, para cuando realmente veamos a nuestros hijos sufrir las consecuencias será demasiado tarde, la bola de nieve nos aplastará a todos.

El quinto mandamiento reza «no matarás», en este contexto México es el gran pecador, así que respecto a la ley de Dios ya estamos condenados. Para los demás que nunca hemos matado a alguien, algunos pecamos de corrupción, otros de asociación delictuosa, de traición o robo. Y para algunos que realmente sienten que no han hecho nada malo, la «omisión», el no denunciar un delito, el no hacer que se castigue un delincuente, el no participar en nada, ser apáticos y no defender a la gente buena como a las mujeres y niños también es un pecado. Pocos son los que se salvan, el problema es que por unos cuantos pagaremos todos, porque los acusadores más estrictos y los jueces más severos serán las generaciones venideras, ellos van a vivir en el país que les heredemos y se darán cuenta que NO hicimos lo que teníamos que hacer para evitar la violencia en que nos estamos hundiendo, entonces seguramente nos condenarán al desprecio y al olvido. No seremos recordados con cariño.

¿Y quién tiene la culpa de todo esto? ¿Nuestros políticos? ¿Todos nosotros?

A lo largo de los años nuestro gran país ha sido saqueado de las riquezas naturales y culturales, nuestros políticos y gobernantes han sido históricamente los principales perpetradores, ya sea directamente o dejando que los extranjeros lo hagan a cambio de unas cuantas monedas. No hace falta ser un científico para darnos cuenta que con nuestros propios recursos naturales deberíamos vivir mucho mejor.

Pero ¿qué pasaría si alguien o algo se llevara a la gente mala que vive entre nosotros? Sí, de aquí, de México, este saqueo si nos convendría. A todos nos gusta vivir momentos fuera de la realidad, vivir soñando, pensar que algún día tendremos el mejor auto, la mejor casa, la mejor pareja o dinero suficiente, también soñamos que, si somos buenos algo bueno nos espera siempre, pero si somos malos, estamos conscientes de que algo muy malo nos deparará el destino en esta o en la siguiente vida.

De eso se trata esta historia, los pecadores se encuentran con algo inesperado, algo que no pueden controlar.

Capítulo 1

El deceso

En las afueras del poblado de Lerma, hay una pequeña hacienda construida hacía unos ochenta años llamada Rancho Las Palmas; el lugar estaba deteriorado por falta de mantenimiento, con aspecto de abandono, pero ese era el sitio perfecto para una banda de secuestradores, ellos se habían apropiado del lugar unos años atrás cuando secuestraron a la familia que vivía ahí, los dejaron ir libres y sanos a cambio de la propiedad, y desde entonces era su lugar de reunión, y justo ahora se estaba gestando una tragedia, un hecho delictivo que desencadenaría toda una serie de sucesos que afectarían las vidas de muchas personas.

En el interior tenían secuestrada una mujer, una joven inocente en la plenitud de su vida, la cual estaba a punto de ser apagada por la ambición desmedida de un puñado de delincuentes.

El jefe de la banda, apodado el Capi, ordenó con voz firme casi gritando, a su brazo derecho el Pecas.

—¡Dispara de una vez Pecas! ¡No seas cobarde!

La mano del Pecas ya apuntaba firmemente a la cabeza de la víctima con una pistola, su mano no temblaba, pero el dedo índice se negaba a doblarse sobre el gatillo; no es que dudara para hacerlo, esta vez no quería hacerlo. En realidad, no pensaba que a él le tocaría matar esa noche, ciertamente era capaz de hacerlo, pues tenía la experiencia de haberlo hecho una decena de veces antes, logrando dominar los nervios, y encerrar las imágenes de muerte en un cajón de su cerebro sin permitir abrirlo siquiera un poco. Era inteligente, capaz de resolver problemas de delincuencia bajo presión en cuestión de segundos, así que hoy dormirá tranquilo pase lo que pase.

Su pistola rondaba la nuca de ella, en eso notó que algo brillaba, era un collar de perlas, lo arrancó y de inmediato lo metió en la bolsa de su pantalón antes de que alguien lo reclamara. En esta ocasión, le pesaba el arma un poco más que de costumbre, se sintió incómodo de cumplir la orden, la adrenalina fluía al tope, fríamente buscó en su mente que otra opción podría tener para no disparar esta vez y la encontró. Solo tenía dos o tres segundos para actuar antes de que llegara la tercera orden por parte del jefe, y entonces ya no tendría más opciones. Levantó un poco la mano armada, giró lentamente con todo el cuerpo hacia la derecha, apuntando a cada uno de los cinco presentes. Sorprendidos uno por uno de ellos se vio encañonado, el tercero dio un paso atrás, desconcertado reclamó.

—¡Hey! ¿Qué onda? ¿Qué te pasa? Se te puede salir un tiro.

La mano armada siguió girando hasta detenerse en la quinta persona: un menudito de baja estatura que había guardado un poco su distancia, un tipo bien vestido y bien peinado, que no parecía pertenecer a la banda, su nombre es Eric, y solo estaba presente para ser testigo de este evento. En realidad su trabajo es ser informante, durante toda su vida de burócrata y gestor de impuestos en el ayuntamiento del pueblo, conocía de primera mano quién del pueblo ganaba mucho dinero en sus negocios, entonces se dedicó a vender esa información confidencial a oponentes políticos, y últimamente a organizaciones delictuosas, provocando con esto secuestros, robos y la muerte de varias personas, pero eso no le importaba, ya que el dinero que le redituaba lo hacía más ambicioso y sin remordimiento alguno, pero nunca había participado directamente de algún acto violento, y ahora un arma le apuntaba. Abrió asombrado los ojos, no entendía qué estaba pasando.

—¡Tú! —le habló fuerte el Pecas—. Es hora de que demuestres que eres digno de estar con nosotros, quiero ver que tan hombrecito eres.

—¿Yo? —dijo Eric sonriendo nervioso mirando a los de al lado, pensando en la posibilidad de que solo se tratara de alguna broma.

—¿Yo qué? —balbuceó de nuevo inocentemente.

Los segundos se hicieron eternos, el Pecas seguía firmemente apuntándole a Eric, los demás entendieron la propuesta de que fuera Eric en esta ocasión quien debería ejecutar a la víctima, y en automático todos voltearon a mirar al jefe de la banda: el Capi. Si era una broma o no, a él le tocaba decidir, había dado una orden clara dos veces, por un instante miró al Pecas desafiante, le estaba cuestionando una orden directa, pero la opción no le pareció mal, al final de cuentas no le importaba quién matara a la víctima, había visto matar a todos los integrantes de su banda, de hecho es requisito indispensable para pertenecer a ella. En esta ocasión, era hora de poner a Eric en la máxima prueba de lealtad y compromiso, y de esta manera involucrarlo más al grupo y ya no ser más un integrante externo, así que accedió a la propuesta del Pecas.

—Por mí está bien —dijo el Capi, se encogió de hombros dio media vuelta y salió del cuarto, todos lo vieron alejarse, eso significaba que al jefe no le importaba quien ejecutara la orden, ahora Eric tenía que acatarla, porque el segundo al mando se la estaba dando directamente.

Eric no daba crédito de lo que estaba pasando, el jefe de la banda era su amigo y le estaba dando la espalda. Eric era un cobarde para matar y solo se limitaba a informar, ese era precisamente el trato, en esta ocasión él estaba presente solo para asegurarse de que la víctima muriera, ya que se conocían y con engaños la condujo al secuestro. El rescate ya estaba pagado, no lo que pidieron, pero la familia había llegado a un arreglo con ellos. Pero los delincuentes no tienen palabra de honor, y desde un principio de los hechos Eric había convencido al Capi de liquidarla, ya que una vez libre podría acusarlo, pero matarla personalmente era otra cosa que él no había considerado.

Los delincuentes sonrieron divertidos ante la nueva situación, uno de ellos tomó su arma y la puso en la mano de Eric, este la rechazó, el delincuente le tomó la mano de nuevo, le puso el arma cerrándole el puño sobre ella.

—¡Tómala hermano! —le ordenó, Eric la tomó horrorizado, por un instante pensó en dejarla caer y salir de ahí, el Pecas advirtió su indecisión.

—¡Ni lo pienses! ¡Toma la maldita arma!

Las últimas palabras del Pecas parecieron salir de ultratumba, hasta el tono de voz sonó diferente. Parecía que la orden la había dado el mismísimo demonio, la cara del Pecas se transformó a la de un loco desquiciado, sus ojos brillaban manteniéndolos fijos en los de Eric. A la mayoría de los presentes se le enchinó la piel, nadie se atrevía a moverse ni un centímetro. El momento era tenso y el ambiente se tornó pesado, Eric comenzó a temblar notoriamente y a orinarse en el pantalón, era la orden más terrible que había recibido en su vida, pensó en huir, pero no dudarían en dispararle por la espalda, así que solo le reclamo al Pecas tratando de persuadirlo.

—Yo ya hice mi parte, lo demás no me toca, yo no soy matón.

—¡Me vale! —dijo el Pecas con aire de superioridad y autoridad, el puesto de segundo a bordo dentro de la banda se lo había ganado con creces.

—Conmigo han ganado mucho dinero —reclamó Eric exasperado.

—Precisamente por eso —insistió el Pecas cambiando el tono de voz y de táctica, se acercó a Eric sin dejar de apuntarle con la pistola, apoyó la otra mano en su espalda para empujarlo suavemente hacia la víctima.

—Esta noche seremos más que socios, seremos hermanos de sangre —le susurró.

Para el Pecas era el momento especial al que muchos delincuentes llaman «es como jugar a ser Dios», que es el instante en que deciden quién muere y quién no, y quién mata y quién no. Existen otros momentos como el de la acción de dispararle o dañar a una persona, donde se incluyen otro tipo de sentimientos como los de venganza, coraje o rabia, ambición, placer, de hacerse notar ante la sociedad, o por alguna anomalía mental o por los daños producidos por el consumo de sustancias ilegales. Pero en este momento especial cuando los asesinos son cuestionados «¿por qué lo hiciste?» simplemente responden: «Porque pude hacerlo». A veces no hay una razón específica para dañar a alguien, y en algunos casos ni siquiera es con alguien en específico, simplemente porque pueden romper una regla urbana, o una ley establecida como la que reza el quinto mandamiento: «No mataras».

Los demás integrantes de la banda se miraron entre sí divertidos, era un momento tenso, se podía escuchar el vuelo de un mosquito, la víctima estaba hincada con la cabeza agachada, no había sido golpeada, sobajada ni violada, Eric había pedido como condición respetarla, negocio era negocio y ellos lo habían aceptado así, con el dinero ganado tendrían a las chicas que quisieran, pero dejarla viva era el cabo que Eric no podía permitir dejar suelto.

La víctima es Rosalía y estaba débil por falta de alimento y de sueño; alcanzó a escuchar la orden, un escalofrío recorrió su cansado cuerpo, protestó gimiendo y moviéndose, tratando de voltear a donde estaban las voces, pero estaba amordazada, vendada y atada de pies y manos. Sabía desde el principio que Eric estaba involucrado, lo había escuchado hablar con los maleantes todo el tiempo, y ahora él era su verdugo, no podía creer todo lo que le estaba pasando.

Eric era conocido de la familia de Rosalía desde hace años, trabajaba para ellos en hacer la gestoría de sus negocios, todo lo que tuviera que ver con el fisco y los burócratas, sabían que era un corrupto de primera para evadir impuestos, pero nunca un secuestrador, ella lo invitó a participar de su boda como padrino, en unos meses se casaría con Luis Godoy, quien era un buen hombre, joven, recién egresado de la carrera de Ingeniería, y estaban organizando la fiesta de su vida con lujo de detalles para invitar a todo el pueblo de Lerma, pero eso quedó atrás. Ahora la había engañado al llevarla a un lugar donde podía realizarse la fastuosa boda, le pidió no avisarle a nadie, ya que sería una sorpresa para su novio, pero al llegar a ese lugar los esperaban los delincuentes, la emboscaron y la secuestraron. Ahora estaba viviendo la peor experiencia que una persona podría tener, sintió que sus protestas eran en vano y dejó de moverse, de cualquier forma su muerte sería un descanso a toda esta situación, se resignó a aceptarlo, ella no había hecho mal a nadie y no merecía morir. Hizo una plegaria a Dios encomendando su alma y cerró los ojos esperando el final, en ese momento sintió una paz espiritual, la sensibilidad de sus sentidos se desvanecieron, los dolores de las ataduras y de estar en una posición durante horas comenzó a desaparecer, entró en un trance donde poco a poco dejó de percibir voces, sonidos y todo su entorno.

Eric apuntó con mano temblorosa cerca de la nuca, como buscando dónde disparar sin matarla, pero engañar a los delincuentes resultaría muy difícil, de pronto sintió el cañón frío de la pistola del Pecas en su sien, el corazón le dio un vuelco, casi se desmaya.

—¡Si no la matas, te mato yo a ti! —sentenció el Pecas mientras le apuntaba con su arma.

Los otros delincuentes miraban extasiados el peculiar momento.

—Maldita sea la hora en que me metí en este lío —balbuceó Eric mientras sudaba frío, tenía la boca seca y sus ojos empezaron a humedecerse. Podría dispararle al Pecas imprevistamente, pero atrás tenía a otros tres que no lo dejarían vivir, el Pecas apoyó más el cañón de su arma justo en la oreja de Eric, quien seguía temblando visiblemente; tragó saliva, acercó más el arma a la cabeza de Rosalía y se resignó a su suerte.

—Lo siento Rosalía, ahora eres tú o yo —le dijo llorando abiertamente, cerró los ojos y con la mano aún más temblorosa, apretó el gatillo y el arma se disparó.

Capítulo 2

El funeral

Unos días después, a un costado de la zona habitacional principal del pueblo de Lerma, está el panteón. Es un lugar muy bien cuidado, hacía poco tiempo que las lápidas habían sido cambiadas por nuevas, todas de un mismo estilo para darle más vista, orden y amplitud al lugar, con mucho pasto, árboles y siempre limpio, resultaba un lugar especial para visitar a los familiares fallecidos.

Luis estaba hincado ante la tumba de Rosalía, habían encontrado su cuerpo sin vida en un solar cerca de la carretera en la salida del pueblo. La idea de los asesinos no fue esconder el cuerpo, sino prácticamente entregarlo. Su funeral había sido muy concurrido y solemne, casi la mitad del pueblo había asistido. Todo el día había estado lloviznando y ahora comenzaba a llover más fuerte, parecía que el Cielo también lloraba la desafortunada pérdida de Rosalía. En ese momento ya se habían ido casi todos, solo quedaba la familia de él, sus hermanos y su madre, y de la familia de ella, su hermano, que era gran amigo de Luis.

—¡Vengaré tu muerte! ¡Juro que mataré a todos! —Luis comenzó a gritar—. Sé que me escuchas, Juro que mataré a todos.

La madre de Luis estaba llorando abrazada de su hija y alcanzó a escuchar lo que dijo.

—¿Qué? ¿Pero qué dices?

Se abalanzó contra Luis, lo tomó del brazo y lo levantó, y con sus dos manos le sujetó la cabeza y la acercó a su rostro.

—¿Qué te pasa? ¿Estás loco?, tú no eres un asesino y no permitiré que lo seas.

Luis seguía llorando.

—Pero mamá, ve lo que me han hecho.

—No me importa, tú no serás como ellos.

Luis trataba de ser fuerte ante su madre.

—Lo siento mamá, tú no me mandas.

—Claro que sí, ¿en qué momento dejaste de ser mi hijo? Mientras viva no tendré un hijo asesino.

—Pero mamá…

—¿Quieres ser un héroe? ¿Sí? ¿Quieres presumir ante todos y ser un héroe?

—Sí mamá, seré su vengador.

La mujer era de armas tomar, robusta y bastante fuerte todavía, tomó a Luis de los cabellos de la nuca y lo dirigió hacia la tumba.

—Si sé que matas a alguien, yo misma te llevaré a la policía. La violencia provoca más violencia, si tú matas a algunos de esos malditos, los otros vendrán a matarte a ti y a todos nosotros.

Luis trataba de soltarse.

—Suéltame mamá, no hare lo que tú digas.

—Lo que yo diga no importa, pero el amor de Rosalía sí, prométele que atraparás a los asesinos y los entregarás a la policía.

—Pero mamá…

—Promételo o no te dejaré.

Al ver la determinación de su madre, Luis dejó de luchar para soltarse.

—Está bien, lo prometo.

—A mí no me lo digas, díselo a ella, que seguramente te escucha y te ve.

—Rosalía, te prometo llevar a tus asesinos ante la ley.

La madre seguía llorando mientras lo soltaba.

—Dilo fuerte para que te escuche.

Luis cayó hincado y llorando, alzó sus manos al Cielo y gritó.

—Atraparé a tus asesinos Rosalía, lo prometo, atraparé a tus asesinos. ¡Maldición! ¿Por qué a ti? ¿Por qué a mí?

Luis cayó de bruces sobre la tumba estropeando los arreglos florales, observó un momento la lápida que rezaba:

ROSALIA FIGUEROA

Víctima de la ambición del hombre

2000 - 2020

Ya casi oscuro no dejaba de llover, los truenos iluminaban de momento la tétrica escena, la madre se desvaneció al ver a Luis así, dos de sus hijos la alcanzaron a detener y la llevaron hasta el auto, al final solo un hermano de Luis y su cuñado se quedaron para cuidarlo y llevarlo a su casa. Luis lloró por mucho rato tirado sobre la lápida, después poco a poco se incorporó empapado por la lluvia que inundaba todo y dijo.

—Tiene razón mamá, seré bueno para reunirme contigo, espérame, espérame en el Cielo Rosalía, sé que estás ahí, no hay otro lado para ti, no tardaré, te lo prometo, no tardaré.

Ni Luis ni nadie veía, que en ese mismo lugar pero en otra dimensión, Rosalía en espíritu estaba junto a él escuchándolo y llorando también por la terrible tragedia, presenció su propio funeral sin poder decirles que ella estaba bien, fue mudo testigo del dolor que sentían su novio Luis, familiares, amigos de ambos, y miembros de la comunidad que ni siquiera conocía, pero que habían asistido también al funeral, porque ese tipo de sucesos lastimaba a todos, también se dio cuenta que alguien que ella conocía perfectamente no estaba en el lugar; su verdugo Eric.

Capítulo 3

El limbo

Al día siguiente en un lugar entre el Cielo y la Tierra, Rosalía aspiró profundamente un agradable aroma.

—Humm, qué rico huele, parece café.

Ahora ella vivía en un lugar nuevo y un cuerpo de mujer con el parecido físico que tenía antes de morir, pero no era de carne y hueso, sino un haz de vapor luminoso que contenía su alma o espíritu y se desplazaba por el espacio con solo desearlo.

Este lugar es el Limbo, aquí el espíritu de Rosalía vive y se mueve en libertad, al igual que miles de espíritus de humanos que fallecieron en la Tierra, aquí hay muchas almas haciendo un sinfín de actividades como las que hacía en la Tierra: jugar o pintar, manualidades o artesanías y trabajos varios; sin sentir cansancio o dolor alguno, tampoco envejecen ni sufren enfermedades.

En este lugar habitan los ángeles y diablos custodios de cada ser humano que vive en la Tierra. Rosalía tenía que pasar un tiempo en ese lugar, así que buscó a su ángel guardián llamado Alan, quien fue el que la guio hasta aquí después de morir su cuerpo físico en la Tierra. Sabía dónde encontrarlo, había un lugar de reunión, desde lo alto lo divisó a lo lejos y se acercó, él estaba junto a una mesa sirviéndose una bebida.

—Alan, qué rico huele. ¿Puedo tomar un poco?

—Rosalía, te saludo con gusto, claro que sí, te serviré.

Ambos tomaban sus bebidas recargados en la mesa mirando al frente, era una oficina muy grande, desde ese punto no se veía hasta donde terminaba atrás ni a los lados.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Rosalía asombrada porque que no lo visualizó desde lo alto ni en ningún momento a su llegada.

—Estamos en el Limbo, es el lugar de transición entre la Tierra y el Paraíso, donde se administran las almas de todos los humanos que viven en la Tierra, cada persona tiene un “ángel de la guarda” y un “diablo de la guarda” llamado también “diablillo”, que les aconsejarán durante toda su vida en la Tierra sobre hacer el bien o el mal —dijo Alan saboreando su bebida—. A tu derecha, está la sección de los diablillos, miles, millones, tantos como humanos, trabajando sobre escritorios, llevando un récord de todas las acciones malas de cada persona, todos ellos coordinados por diablos de mayor rango, a su vez comandados por el demonio mayor, Mefistófeles, mano derecha de Satanás. A tu izquierda los ángeles guardianes de cada humano, miles, millones también, tantos como humanos, trabajando igual sobre escritorios, tomando nota de todas las acciones buenas de cada persona, todos ellos coordinados por ángeles de más rango, y a su vez comandados por mi jefe, San Miguel Arcángel.

—¿Y para qué sirve llevar esa cuenta? —preguntó curiosa.

—Cuando una persona muere, debemos saber si su alma irá al Cielo o al Inframundo.

—¿La mayoría de las almas van a ese lugar? —preguntó de nuevo.

—Todo lo contrario, la mayoría de las personas son buenas y van al Cielo, que es el Paraíso Eterno o Edén, la gente mala que llega a arrepentirse de sus pecados y pide perdón antes de morir, se logran salvar del castigo, sus almas son llevadas a un lugar llamado Purgatorio, donde lavan sus pecados con penitencias, hasta que queden limpias y merecedoras del Cielo.

—¿Quiénes son los que no logran salvarse? —preguntó cada vez más interesada.

—De todos los seres vivos en la Tierra, el hombre es el único que tiene libre albedrío, tiene la capacidad de tomar sus propias decisiones, todos los demás seres viven y se guían por instinto de supervivencia —Alan continuó enfático—, por eso el humano es el único ser vivo que decide si comete pecado o no. El pecado es una condición del corazón humano, existe en la naturaleza del hombre, pero es capaz por voluntad propia de tomar o no el pecado. La ley de Dios expresa su voluntad, y todo lo contrario a ello es pecado, es decir, si alguien roba comete pecado, porque Dios ha ordenado no robar, si haces lo que Dios prohíbe, cometes pecado —Alan continuó explicando—. En los siete pecados capitales que son lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y soberbia. La palabra «capitales» quiere decir que estos siete pecados derivan en muchos más, por ejemplo: de la avaricia se derivan la codicia y el robo, de la lujuria se derivan las perversiones sexuales como la violación. También en los diez mandamientos de la ley de Dios, te dice que pecados NO debes de cometer, pero Dios te da la oportunidad de lavar cualquier pecado que hayas cometido, si en algún momento de tu vida o antes de morir aceptas su existencia, te arrepientes de todo corazón y te confiesas, se te perdona todo el mal que hayas hecho, recuerda que «el Cielo está lleno de arrepentidos», pero el quinto mandamiento, «no matarás», es el único que no se perdona; aunque el pecador se arrepienta, difícilmente será exonerado del castigo eterno. Una vez que un humano mata a otro intencionalmente, con premeditación, alevosía y ventaja, ya sea por gusto, envidia, venganza o cualquier otro motivo material o intelectual, se considera como «asesino principal», es culpable, no hay perdón y será condenado, «el asesinato es un pecado imperdonable». Sin embargo en situaciones como un científico o técnico construyendo armas o bombas, que matan personas en defensa de su familia o de su país, o un policía que dispara en defensa propia contra un bandido, o personas que matan sin intención como en un accidente de tránsito, todos estos casos son llamados «asesinatos subsecuentes» y solo si el pecador se confiesa, admite su culpa y se arrepiente de corazón en vida, una vez muerto, el diablillo no podrá llevarse su alma al inframundo, deberá ser llevado por su ángel de la guarda al Purgatorio a pagar una penitencia, y si la cumple será perdonado, pero si no demuestra arrepentimiento real en vida, no será perdonado, entonces el diablillo se llevará su alma a cumplir condena.

—Entonces…, ¿el quinto mandamiento es el más importante? —preguntó Rosalía.

—El más importante es el primero, pero Dios te permite reflexionar sobre las cosas malas que hiciste o los pecados que hayas cometido, arrepentirte, pedir perdón y tratar de corregir, pero en el caso del quinto mandamiento, si matas a alguien, ya no lo puedes revivir.

—¿Puedo hacer yo algo para ayudar a las personas buenas? ¿O interceder por alguien en la Tierra? —preguntó entusiasmada.

—Mientras estés aquí en el Limbo sí, como lo hacen las personas canonizadas o santos que se dedican a ayudar o a hacer milagros controlados por Dios.

—Entonces, ¿yo puedo ser un ángel guardián de alguien? —insistió Rosalía.

—No, ningún humano puede convertirse en ángel, ni siquiera Jesús se convirtió en ángel, él tiene un lugar divino junto a Dios, al igual que sus padres y todos los santos. Nosotros los ángeles fuimos creados por Dios desde el principio de los tiempos; como espíritus puros para formar su Corte Celestial, somos asexuados, no tenemos descendencia, ni somos descendientes de nadie, no hay bebés ángeles, todos somos en apariencia y semejanza a los humanos adultos.

—Pero… ¿cuál es su misión en la Tierra?

—Ángel quiere decir «mensajero», y tenemos distintas tareas, como alabar a Dios y ser los ejecutores de sus órdenes, cada persona tiene un ángel custodio o ángel de la guarda como protector y pastor para guiarlos en la vida, además de liberarlos, darles fuerzas y ánimo, contestar oraciones y asistirlos desde su infancia hasta su muerte.

—¿Todos los ángeles hacen lo mismo?

—Estamos organizados en jerarquías, algunos son serafines, otros querubines, tronos, principados, arcángeles y ángeles como yo. Solo en algunas ocasiones y por órdenes específicas de Dios, podemos presentarnos visibles ante los humanos en la Tierra como los ángeles reales que somos, para llevarles mensajes o guiarlos a un lugar específico.

—Pero ¿no todas las personas creen en los ángeles? —comento Rosalía incrédula.

—Algunas personas creen que los ángeles somos solo de algunas de las religiones actuales, pero la mayoría aceptan y apoyan nuestra existencia. En las épocas antiguas de la humanidad también se creía en los ángeles como dioses o semidioses que equivalen a los ángeles actuales, y todas las religiones de todos los tiempos, coinciden en que hay un Dios supremo creador del universo y de todas las cosas —Alan continuó diciendo—; nosotros no tenemos fronteras ni de tiempo ni de espacio, ni discriminación de religión, el hecho de que no creas no quiere decir que no existamos. Somos hechos para cada hombre como también fue hecho el hombre por Dios y para Dios, también fuimos hechos para alabar a Dios, el hombre fue hecho también para alabar a Dios, quien no lo haga vivirá fuera de su gracia, como los que no alaban a nadie o a Satanás.

—Y hablando de Satanás. ¿De dónde salió?

—Originalmente no había demonios, todos éramos ángeles y gozábamos de la presencia de Dios —Alan continuó melancólico—. Lucifer era el ángel más hermoso de todos, protector y director de la música celestial, era el preferido de Dios y tenía la posición más alta de todos los ángeles, su nombre quiere decir «portador de Luz». Pero antes de la creación del mundo siendo un querubín, se opuso a Dios, revelándose junto con otros ángeles. Su nombre cambió a Satán o Satanás, que quiere decir «adversario» o «enemigo», y en una batalla celestial Miguel Ángel y su ejército de ángeles lo expulsaron del Cielo, al igual que a su séquito de seguidores como a Belcebú, Belial, Lilith, Astaroth, Mefistófeles, el grupo de los Gregory, y a otros convirtiéndose en ángeles del mal, ángeles caídos o demonios, ellos viven ahora en el inframundo.

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