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REBAÑOS

por Stephen Goldin

Publicado por Parsina Press

Traducción editada: Tektime

Rebaños. ©1975 por Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

Título original: Herds.

Traductor: Jordi Olaria.

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Acerca de Stephen Goldin

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Dedicado a mi madre, Frances Goldin, a quien siempre le gustaron los misterios.

Prólogo

Hubo un tiempo en el que el planeta Zarti estaba en paz. La raza más avanzada era una especie de amables herbívoros de cuello largo cuyas ambiciones no iban más allá de llenar sus barrigas. Estos Zarticku se ajuntaron entre ellos en rebaños para protegerse de depredadores ideando unas simples formas de comunicación a fin de intercambiar ideas sencillas entre ellos.

Sin previo aviso, llegaron los Offasii. Esta raza espacial llegó en masa hasta Zarti, cientos de millones de ellos —posiblemente toda la población entera de Offasii— en naves con un diámetro cada una de varios kilómetros. Se dispersaron como saltamontes por su idílico planeta cambiando el curso de la vida en él de manera irrevocable.

Primero crearon zoológicos, y los llenaron de ejemplares de cada especie de animal que pudieron encontrar. Estos ejemplares fueron examinados, investigados y estimulados de varias formas por razones demasiado ingeniosas como para ser comprendidas. Los Zarticku pasaron las pruebas y fueron apartados, mientras el resto fueron devueltos a su entorno natural.

Intentaron juntar a todos los del planeta. Los Zarticku que pudieron ser capturados se colocaron en unas jaulas especiales; los que no pudieron ser capturados, fueron asesinados. Y entonces empezaron las torturas. Muchos Zarticku fueron diseccionados. Algunos otros no corrieron la misma suerte y fueron abiertos en vida para que sus sistemas pudiesen ser examinados en funcionamiento. Los gritos de aquellas pobres criaturas se escuchaban desde otras jaulas, sembrando el pánico entre otros animales creando todavía más muertes.

Ningún Zarticku se le permitió reproducirse de forma normal. Su esperma y óvulos fueron especialmente seleccionados para juntarse mediante inseminación artificial, y los Offasii estuvieron apuntando los resultados obtenidos de estas reproducciones durante tres generaciones. Cuando sus ordenadores tuvieron suficientes datos, empezaron a modificar la estructura del ADN de los gameto de los Zartic. Los genes que no eran adecuados fueron desechados. Se sustituyeron por otros nuevos para comprobar los efectos que producirían en la nueva generación. Algunos de estos nuevos genes no resultaron útiles, siendo eliminados en las siguientes generaciones.

Tras veinte generaciones de Zartic, apareció una nueva raza que coincida con el modelo deseado por los Offasii. Cuando esta generación llegó a la edad adulta todos los miembros que quedaban de generaciones anteriores fueron muertos, sin dejar ninguno en vida salvo la raza Zarticku para heredar aquel mundo.

Estas criaturas eran sustancialmente diferentes que sus ancestros, los cuales vagaban libres por los bosques de Zarti. Eran más grandes, más fuertes y más sanos. Y mucho más perspicaces. De hecho, poseían pelo apelmazado en sus espaldas, convirtiéndose este en una especie de fina coraza. Pequeños apéndices en sus hombros servían originalmente para mantener el equilibrio sobre las ramas de los árboles mientras comían, y acabaron desarrollándose como brazos terminados en seis dedos con dos pulgares opuestos entre si que les permitían manipular objetos. Su esperanza de vida se había duplicado. Y, lo más importante, eran mucho más inteligentes que sus antepasados. Su nivel de inteligencia se había cuadriplicado como mínimo.

Pero poseían un legado de sus predecesores. Historias de torturas por parte de los Offasii habían circulado de boca a oreja con el paso de los años, y con cada generación, nuevas historias terroríficas se iban añadiendo a la anterior.

Dichas historias iban aumentando en número, y el mito de los Offasii también.

Ahora, que habían obtenido en principio lo que querían, los Offasii empezaron a usar y abusar de sus súbditos. Los Zarticku se convirtieron en esclavos de la raza más vieja, y fueron usados en las tareas menos especializadas y más rutinarias. Habían sido encadenados a máquinas que no requerían supervisión alguna, forzados a tomar parte en rituales sin utilidad alguna, y dejando que desmontaran dichas máquinas tan sólo para que otros Zarticku las volvieran a montar de nuevo. Podrían ser cazados y muertos por los Offasii sólo por diversión.

A veces eran lanzados a las arenas contras animales salvajes o contra otros de su misma especie. Aunque el sexo estaba permitido, la elección de parejas era realizada por los Offasii, y no seguían un patrón en pro de los Zarticku.

La época de esclavitud duró un siglo. Durante este tiempo, el aspecto del planeta cambió. Cada centímetro cuadrado de terreno cultivable era explotado eficientemente por los Offasii. Nacieron ciudades, planificadas y construidas para ser perfectas. Sistemas de transporte y comunicación estaban por todas partes.

Entonces un día, los Offasii se fueron. Se trató de un éxodo ordenado y bien planeado, sin dar explicación alguna a los Zarticku. Un día los Offasii habían dominado aquel mundo a su manera, y al día siguiente, subieron a sus enormes naves espaciales, las cuales habían sido guardadas desde el día en que llegaron, y partieron hacia el espacio. Dejaron tras de si todos sus trabajos, sus ciudades, sus fábricas y sus máquinas. Abandonaron también una raza que habían convertido en esclavos, los cuales quedaron muy perplejos y estupefactos.

Al principio, los Zarticku no podían creer que sus amos se hubiesen ido. Se acurrucaron muertos de miedo pensando que este era un nuevo método de tortura suyo. Pero pasaron las semanas, y no había rastro alguno de los Offasii. Mientras tanto, había cosechas y máquinas que necesitaban ser atendidas. Casi como por reflejo, volvieron a las tareas que acostumbraban hacer.

Pasaron varios siglos y los Zarticku convirtieron aquella inteligencia creada para la ocasión en algo más suyo. Examinaron las máquinas que los Offasii habían dejado y descubrieron los principios de la ciencia; de allí, las mejoraron y adaptaron para sus propósitos. Desarrollaron su propia cultura. Usaron su intelecto para construir su filosofía y pensamiento abstracto. Diseñaron su propio entretenimiento y ocio. Empezaron a vivir la vida tranquila de las especies inteligentes que habían creado su propio planeta.

Pero entre tanto éxito siempre había cierto miedo, el miedo a los Offasii. Siglos de opresión cruel habían dejado huella en la psique de los Zartic. ¿Qué sucedería si algún día los Offasii regresaran? Seguro que no se tomarían a bien tal usurpación de sus máquinas por parte de esclavos. Idearían nuevas y más horribles torturas y los Zarticku, como siempre, las sufrirían.

Esta era la atmósfera de miedo y curiosidad que alimentó la idea más atrevida que tuvo la raza Zartic: el Proyecto de Exploración Espacial.

CAPÍTULO 1

Los dos carriles de la ruta estatal 1 de California discurrían paralelamente a la costa. Al oeste, a veces a tan sólo a sesenta metros de la carretera, estaba el Océano Pacífico, lanzando sus olas sobre la arena y las piedras de la playa estatal de San Marcos. Al este, unos acantilados de roca blanca y desnuda se levantaban hasta una altura de más de sesenta metros. Más allá de los acantilados, una cordillera de montañas. No eran muy altas, la mayor apenas tenía trescientos metros sobre el nivel del mar, pero era suficiente para los habitantes del lugar. Las montañas estaban cubiertas por dispersos bosques de cipreses y malezas enredadas, con pocas especies más de vegetación presentes en pequeños lugares.

 

En lo alto de acantilado, con vistas hacia la autopista y el océano, había una pequeña cabaña de madera. Estaba en el medio de un claroscuro, la única señal de presencia humana entre tanta naturaleza. Un coche estaba aparcado junto a la cabaña en el lugar donde se había colocado grava alrededor del perímetro del edificio. Esta se extendía hasta unos nueve metros, justo antes de una roca, poco más de cinco metros más allá, hacia los árboles.

Había un estrecho y descuidado camino que conectaba la carretera con la cabaña. No era en línea recta, si no que serpenteaba entre los árboles hasta el claroscuro. Un par de luces se podían ver a lo largo del camino, apareciendo y desapareciendo a medida que un coche tomaba las curvas o pasaba entre los cipreses.

Stella Stoneham permanecía de pie en medio de la oscuridad mirando como aquellas luces del coche se aproximaban. A medida que se acercaban cada vez más, en su interior intentaba ser valiente. Tomó una última calada a su cigarrillo y lo apagó nerviosamente con su pie sobre la grava. Si había alguien al que no quería ver en aquel momento era su marido, pero parecía no tener opción.

Frunció el ceño y levantó la mirada al cielo. La noche estaba despejada, con restos de nubes tapando las estrellas. Miró otra vez a los faros del coche. En un minuto llegaría. Tras suspirar, entró de nuevo a la cabaña.

Normalmente el interior de aquel lugar la alegraba con su luminosidad y su calor, pero aquella noche, irónicamente, parecía llevarla hasta una profunda depresión. La habitación era grande y estaba vacía, dando la imagen de espacio y libertad que Stella quería. Había un gran sofá marrón junto a una de las paredes, con una mesilla y una lámpara junto a él. En la esquina, mirando según el sentido de las agujas del reloj, había un fregadero y una estufa pequeña; un armario colgado de la pared, tallado con filigranas y gnomos rojos colgando de una de sus esquinas. También en aquella pared había un estante con diversos utensilios de cocina, todavía nuevos como el primer día por su falta de uso. Siguiendo en la misma habitación había una pequeña mesa junto a la tercera esquina. La puerta del dormitorio de atrás y del baño permanecía entreabierta, con la luz de la habitación principal penetrando suavemente hacia la oscuridad. Para terminar, había un escritorio con una máquina de escribir, un teléfono y una vieja silla plegable junto a la esquina cerca de la puerta. El centro de la habitación estaba vacío con excepción de una alfombra marrón que cubría el suelo de madera.

De aquel lugar no era fácil enamorarse, cosa que sabía Stella, pero si tenía que ocurrir una pelea —y es lo que parecía que iba a ocurrir— sería mejor que fuera en su propio territorio.

Se sentó en el sofá y se levantó al poco rato. Paseó por lo largo de la habitación, preguntándose que debería hacer con sus manos mientras estuviera hablando o escuchando. Los hombres eran afortunados al tener bolsillos. Pudo escuchar el ruido del coche pisando la grava muy cerca de la puerta de la cabaña. Se abrió la puerta del coche para cerrarse de un golpe. Pisadas de hombre se escucharon fuerte frente a las escaleras delanteras. Se abrió la puerta y entró su marido.

* * *

Este debía ser el onceavo sistema solar que había explorado personalmente, lo que significa que, para Garnna iff-Almanic, el trabajo de encontrar y examinar planetas se había convertido en un trabajo rutinario pero exótico a la vez. El Zartic había sido entrenado durante años antes de ser aceptado en el Proyecto. Había, en primer lugar, un entrenamiento mental estricto el cual permitía proyectar su mente fuera de su cuerpo y hasta las profundidades el espacio con ayuda de máquinas y sustancias.

Pero un Explorador ha de tener más que solamente eso. Ha de trazar el curso en el vacío, tanto para intentar localizar un planeta nuevo como para encontrar el camino a casa; eso requiere de un gran conocimiento sobre navegación celestial. Tiene que clasificar rápidamente el planeta que está investigando, lo que se llaman un experto actualizado-a-la-última en la siempre en desarrollo ciencia de la planetología. Se le puede ordenar escribir un informe sobre las formas de vida, si las hubiese, en dicho planeta; lo que requiere poseer conocimientos de biología. Y, en caso de encontrar vida inteligente en el planeta, ha de ser capaz de describir el nivel de su civilización con tan sólo un vistazo y ser requerido estar libre de prejuicios personales y miedos en lo posible hacia sociedades alienígenas y sus diferentes maneras de hacer las cosas que un Zartic normal lo llevarían a enloquecer.

Pero lo más importante de todo, es que tiene que vencer el miedo instintivo de los Zartic hacia los Offasii, y es lo que requiere de más entrenamiento. Su mente se cierne sobre un nuevo sistema solar, e inspecciona sus posibilidades. Aquella era la Exploración realizada a mayor distancia hasta la fecha, a más de cien parsec de Zarti. La estrella era una enana amarilla – del tipo normalmente asociada con las que tienen sistemas planetarios. Pero en cuanto a si este sistema tenía planetas... Garnna hizo una mueca. Aquella era siempre la parte que más odiaba de todas.

Empezó recorriendo inmediatamente el espacio que rodeaba la estrella. Su terminaciones nerviosas se expandieron como si fuera una red, volviéndose cada vez más finas a medida que colocaba porciones de su mente en las tres dimensiones buscando planetas.

¡Aquí! Encontró uno casi al instante, pero lo descartó rápidamente. No era nada más que una bola de roca sin aire, y ni poseía vida protoplasmática dentro de la zona de habitabilidad de la estrella. Aunque creía que podría existir algún tipo de vida allí, no le preocupó y continuó ampliando su red.

Otro planeta. Se alegró por encontrar este otro, porqué los tres lugares que ahora poseía, un sol y dos planetas, significaban para él que se trataba de un sistema elíptico. Hacía poco que se habría descubierto que los sistemas planetarios forman por general un único plano, con un pequeño numero de desviaciones individuales en él. Ahora que conocía su orientación, podía detener su expansión tridimensional y concentrarse en explorar todo el área dentro del plano eclíptico.

El segundo planeta también resultó ser una decepción. Estaba dentro de la zona habitable, pero eso solamente era lo que decía en su favor. La atmósfera estaba cubierta por nubes llenas de dióxido de carbono, mientras que la superficie era tan cálida que los océanos de aluminio y los ríos de estaño era lo único que existía. No podía existir vida protoplasmática alguna, de ninguna manera.

Garnna continuó en su Exploración.

Lo siguiente que se encontró fue una sorpresa: un planeta doble. Dos enormes objetos del tamaño de un planeta dando vueltas a la estrella en una órbita en común. Tras una inspección en detalle, uno de ellos parecía tener mucha más masa que el otro; Garnna empezó a pensar que aquel era el principal y el otro su satélite.

Intentó centrar su atención a lo máximo en aquel sistema mientras mantenía la red que había desplegado. El satélite era otra gran bola gris sin aire, más pequeño incluso que el primero, y no parecía poseer vida alguna, pero el otro prometía. Desde el espacio tenía un aspecto azulado y blanco. Lo blanco eran nubes y lo azul, aparentemente, agua líquida. Grandes cantidades de agua líquida. Eso daba rienda a pensar que poseía vida protoplasmática. Comprobó la atmósfera y quedó todavía más sorprendido. Existían grandes cantidades de oxigeno para poder respirar. Anotó mentalmente el ir a investigar sobre el terreno para conocer mejor el lugar, y siguió buscando planetas.

El siguiente que descubrió fue uno pequeño y rojo. Con una pequeña atmósfera la cual parecía estar compuesta principalmente de dióxido de carbono con una cantidad casi indetectable de oxigeno. La temperatura de la superficie era adecuada para la vida protoplasmática, pero de haberla, debía ser escasa, si existente, ya que había poca agua; una señal inequívoca de su presencia. Aunque aquel lugar tenía posibilidades, el planeta principal del sistema doble tenía muchos más. Garnna continuó con su expansión.

La red se había alargado, y ahora el Zartic llegaba con su mano más y más lejos. Empezó a ver borroso y su mente parecía perder toda su identidad. Encontró algunas diminutas rocas flotando por el espacio, pero no les dedicó tiempo alguno. El siguiente mundo era un gigante de gas. Era muy difícil acceder a él porqué su mente estaba ya cansada, pero al final resultó no ser necesario. Había finalizado la búsqueda de planetas más allá de la órbita de este último, por lo que nadie diría nada si lo dejara ahí. Los Offasii nunca estarían interesados en ellos, ni lo estaba Garnna.

Regresó al sistema doble de planetas. Sintió gran alivio cuando dio vueltas por las partes más extensas de su mente expandida por el espacio. Siempre era una buena sensación el terminar con el primer planeta, una sensación como de haber podido ajuntar pedazos que habían estado juntos anteriormente. Una sensación similar a crear un Rebaño de individuos, pero mucho más pequeño y una escala personal.

Era lo suficientemente malo ser un solitario Zartic en el espacio, separado del Rebaño sin la seguridad de su propio grupo. Aquel trabajo era necesario por el bien del rebaño, por supuesto, pero no tenía que hacerlo todo más placentero. Y cuando un único Zartic tenía que esforzarse hasta el final, todo era más insoportable. Por eso Garnna odiaba aquella parte de la misión como la que más. Pero ya había terminado, y ahora podía concentrarse en lo realmente importante de la Exploración.

* * *

Wesley Stoneham era un hombre grande, de más de metro ochenta, con unos hombros anchos y bien musculados y un rostro parecido al de un héroe de mediana edad. Todavía tenía todo su cabello, una densa melena negra, cortada de tal manera que nunca llegaba a estar enredada. Su frente comparándola con su cabellera era estrecha y larga, y sus cejas pobladas. Los ojos de color gris metálico y con aspecto decidido, su nariz prominente y recta. En su mano, llevaba una maleta de tamaño mediano.

—Tengo tu nota —es lo que único que dijo cuando sacó un trozo de papel de su bolsillo dejándola junto a los pies de su esposa.

Stella espiró con fuerza. Conocía aquel tono de voz a la perfección, y sabía que aquella iba a ser una noche larga y amarga.

—¿Por qué llevas maleta? —preguntó ella.

—Mientras conducía hasta aquí, pensé que terminaría pasando la noche— su voz era uniforme y suave, pero se volvió seria una vez dejó la maleta en el suelo.

—¿Nunca has pensado pedir permiso a la otra persona antes de venir?

—¿Por qué debería hacerlo? Esta es mi cabaña, construida con mi dinero.

El énfasis en el “mi” en ambos casos fue ligero pero inconfundible.

Ella se dio la vuelta. Incluso de espaldas a él, pudo notar su mirada clavándose en su alma.

—¿Por qué no terminas con ello, Wes? “Mi cabaña, mi dinero, mi esposa”, ¿no se trata de eso?

—Tu eres mi esposa, lo sabes.

—Ya no.

Ahora podía notar como sus ojos iban poniéndose cada vez más rojos, por lo que intentó calmar sus emociones. Llorar no llevaría a ninguna parte, y con ello no lograría su propósito. Había aprendido a base de malas experiencias que a Wesley Stoneham no le afectaban las lágrimas.

—Lo eres hasta que la ley diga lo contrario —dio dos pasos hacia ella, la agarró por los hombros y le dio la vuelta—y tu vas a mirarme cada vez que te hable.

Stella intentó deshacerse de él, pero sus dedos la apretaban demasiado la piel, uno de ellos (¿lo hizo a puesta?) pinchó un nervio creándole un calambrazo de dolor que hizo separarlo de él.

—Mucho mejor —dijo él— por lo menos un hombre puede esperar un poco de buenos modales de su propia mujer.

—Lo siento —dijo suavemente. Había cierto resquemor en su voz cuando intentaba ponerle cierta alegría en ello— debería ir al horno y preparar mi gran pastel hecho en casa de tu querida-esposa.

—Guárdate el sarcasmo para alguien que le guste es mierda, Stella —gritó Stoneham— quiero saber porque pides el divorcio.

—Bueno, la razón principal es que —empezó diciendo con el mismo tono que antes, pero Stoneham la abofeteó en una mejilla— te dije que podría pasar —dijo él.

—Creo que mis razones deberían ser más evidentes —dijo Stella con rencor. Ahora su mejilla estaba sonrojada en el mismo lugar donde había sido golpeada. Colocó su mano allí, más como cohibición que por dolor.

 

A Stoneham se le inflaron las narices, y su mirada se convirtió en algo muy frío. Stella la evitó, pero obstinadamente se mantuvo en pie. Había algo maligno en las palabras de su marido.

—¿Has tenido algún amorío con aquel hippie mayor?

Necesitó un instante para darse cuenta de lo que quería decir. A una milla de la cabaña, en el Cañón Totido, un grupo de jóvenes habían llegado a un campamento de verano abandonado para crear lo que terminaron llamando “Comuna Totido”. Por culpa de su extraño comportamiento y vestimenta, fueron considerados por los residentes del lugar como hippies y tratados como tales. Su líder era un hombre mayor, de casi cuarenta, el cual parecía mantener aquel grupo en orden según sus leyes.

—¿Estás hablando de Carl Polaski? —preguntó Stella incrédula.

—No me refiero a Papá Noel.

A pesar de su nerviosismo, Stella rió —Eso es ridículo. Y además, él no es ningún hippie. Es un profesor de psicología investigando el fenómeno del abandono.

—La gente me dice que suele venir a esta cabina a menudo, Stell. No me gusta.

—No hay nada malo en ello. Viene para algunos recados y de paso me hace alguna chapuza. Le pago dejándole la cabaña para escribir. Escribe aquí porqué no tiene otro lugar con suficiente intimidad para decir lo que realmente piensa en la comunidad.

A veces hablamos. Es un hombre muy interesante, Wes. Pero no, no hemos tenido nada junto, y no lo tendremos.

—¿Y que es lo que te corroe por dentro? ¿Por qué quieres el divorcio? —fue hacia el sofá y se sentó sin apartar la mirada de ella un instante.

Stella caminó de un lado a otro delante de él unas pocas veces. Juntó y separó sus manos, para al final dejarlas a los lados.

—Me gustaría ser capaz de tener cierto respeto hacia mi mismo— dijo.

—Ya lo eres. Puedes llevar la cabeza bien alta ante cualquiera en este país.

—No es lo que quería decir. Me gustaría, aunque fuera una vez, ser capaz de firmar como “Stella Stoneham” en lugar de “La sra. Wesley Stoneham”. Quizás hacer una fiesta para la gente que yo quiera, no para tus compinches políticos. Sí, me gustaría sentirme alguien igual que tu en este matrimonio, no otro de tus objetos sin gracia que tienes en casa.

—No te entiendo. Te he dado todo lo que cualquier mujer desearía.

—Excepto identidad. Por la parte que te toca, no soy un ser humano, tan sólo tu esposa. Hago de florero en cenas de cien dólares el plato mientras le río las gracias a las esposas de otros posibles políticos. He hecho a un abogado de empresa lo suficientemente respetable socialmente como para presentarse como candidato. Y, cuando no me usas, me olvidas, enviándome a una pequeña cabaña junto al mar o me dejas hablando conmigo misma por alguna de las quince habitaciones de la casa. No puedo vivir de esta manera, Wes. Quiero irme.

—Que tal una separación temporal, quizás un mes.

—Dije I-R-M-E. Una separación no serviría de nada. Lo malo, querido marido, está en nosotros mismos. Te conozco bien, y se que nunca cambiarás a algo aceptable para mi. Y nunca estaré contenta siendo un adorno. Por lo tanto, una separación no será bueno para nosotros. Quiero el divorcio.

Stoneham cruzó las piernas.

—¿Ya has hablado de esto con alguien?

—No— dijo mirando su rosto.

—No, tenía pensando verme con Larry mañana, pero siento que tenía que decírtelo a ti primero.

—Bien— dijo Stoneham en un susurro casi imperceptible.

—¿Y eso, qué significa? —preguntó Stella rápidamente. Sus manos se movían nerviosamente, lo que provocó que fuera hasta el escritorio a por un paquete de tabaco. Necesitaba un cigarrillo.

Pero no fue hasta que tuvo un cigarrillo entre sus labios cuando se dio cuenta que no le quedaban cerillas.

—¿Tienes fuego?

—Sí—

Stoneham hurgó en el bolsillo de su abrigo y sacó una caja de cerillas.

—Quédatelos— dijo dándoselos a su mujer.

Stella los cogió y los examinó con interés. El dorso de la caja era plateada, con estrellas rojas y azules alrededor del borde. En el centro habían unas palabras que decían:

WESLEY STONEHAM

SUPERVISOR

CONDADO DE SAN MARCOS

Dentro, el papel alternaba rojo con blanco y azul.

Miró a su marido de manera burlona, el cual le estaba sonriendo.

—¿Te gustan? —preguntó él.

—Me las dio esta tarde el impresor.

—¿No es algo precipitado? —preguntó ella sarcásticamente.

—Solamente por un par de días. El viejo Chottman ha renunciado al Consejo por enfermedad a finales de la semana, y han permitido que nombre como sucesor a quien quiera el puesto. No será oficial, por supuesto, hasta que el gobernador lo nombre, pero sé de fuentes fiables que mi nombre será uno de los tenidos en cuenta. Si Chottman dice que me quiere para el puesto, el gobernador aceptará. Chottman tiene setenta y tres años y muchos favores.

Algo empezó a vislumbrarse en la mente de Stella. —O sea, es por eso que no quieres el divorcio, ¿no es así?

—Stell, tú sabes tan bien como yo lo puritano que es Chottman —dijo Stoneham— el viejo se opone rotundamente a cualquier tipo de pecado, y para él el divorcio es uno de ellos. Solamente Dios sabe porqué.

Él se levantó del sofá y regresó junto a su mujer otra vez, agarrando sus hombres esta vez con cuidado.

—Es por esto que te pido que esperes. Será una semana o dos.

Stella mostró una sonrisa triunfante en su rostro.

—Bueno, ahora ya sabemos porqué el grande y poderoso Wesley Stoneham ha venido reptando hasta aquí. No me dejarás ni con un mínimo de respecto hacía mi, ¿verdad? No me dejarás ni con la certeza de que tu llegada era para salvar el matrimonio, por poco que quedara de él. No, es por un favor que tú quieres.

Ella dejó sacó con furia una cerilla y la encendió junto al cigarrillo como una locomotora de vapor subiendo una montaña. Tiró la cerilla usada en el cenicero, y la caja junto a este.

—Bueno, ya tengo suficiente con tu cosas, Wesley. Estoy cansada de hacer tanto para tu imagen ante la ciudadanía de San Marcos. La única persona que tienes en cuenta eres tú mismo. Supongo que nunca me darás el divorcio si me quedo esperando, ¿verdad?

—Sí, si es lo que quieres.

—Sí. El Gran Político en búsqueda de acuerdos mutuos. Haz lo que tengas que hacer, si es lo que te lleva a lo que realmente quieres. Bueno, tengo una pequeña sorpresa para ti, Señor Supervisor. No hago tratos con gente como tú. No me importa una mierda si eres político o no. Mañana iré a la oficina de tu abogado para empezar con el papeleo.

—Stella.

—Quizás tendré también una pequeña charla con la prensa sobre toda la humanidad que corre por tus venas, mi querido marido.

—Te lo advierto, Stella.

—Eso será un gran problema, ¿no, Wes? Y más si vas a ser elegido...

—¡PARA, STELLA!

—... por los votantes en tu nuevo puesto en lugar de ser asignado por lo que realmente eres.

—¡STELLA!

Sus manos estaban sujetando su cuello mientras gritaba su nombre. Quería detenerla, pero no podía. Sus labios seguían hablando y hablando, y las palabras dieron paso a una neblina de silencio que envolvió toda la cabaña. Sus colores en la habitación desaparecieron para pasar a un tenue rojo sangre. Él la sacudió mientras apretaba con fuerza sus enormes manos junto a su cuello.

El cigarrillo cayó de sus dedos durante el ataque, soltando parte de su ceniza al suelo. Stella colocó sus manos sobre el pecho de su marido intentando separarse de él. Durante un instante lo logró, pero él seguía con ello, esta vez utilizando sus brazos con todas las fuerzas con las que disponía.

Sus dedos se iban adormeciendo a medida que se acercaban al cuello. No notaba calor alguno en la piel de ella mientras apretaba sus arterias del cuello y sus músculos. Lo único que sentía eran los suyos propios, apretando, apretando y apretando.

Fue apagándose poco a poco. Su rostro parecía contento, aunque aquella confusión le nubló la vista. Sus ojos saltones estaban preparados para fijarse en sus bolsillos, abiertos de par en par contemplándole...

La dejo ir. Ella cayó al suelo despacio. Como a cámara lenta, tan lento como un sueño. No se escuchó sonido alguno cuando golpeó contra el suelo. Se desplomó como cuando un muñeco de trapo cae junto a otros juguetes.

Parecía uno más de ellos, a excepción de su cara, un rostro morado e hinchado. Tenía la lengua fuera con una mueca grotesca, y sus ojos vidriosos mostraban terror. Un fino hilo de sangre caía por su nariz, cayendo sobre sus morados labios terminando en la alfombra marrón. Uno de los dedos de su mano izquierda se había torcido dos o tres veces, terminando rígido por completo.

* * *

Aquel mundo azul y blanco estaba bajo sus pies, esperando ser tocado con su mente. Garnna atravesó la atmósfera quedando abrumado por la abundancia de vida. Había criaturas en el aire, criaturas en tierra y criaturas en el agua. La primera prueba, por supuesto, fue la búsqueda de cualquier Offasii que pudiera haber por ahí, pero tan sólo le bastó un escaneo rápido para descubrir que no había ninguno. Los Offasii no habían sido encontrados en ningún planeta explorado por los Zarticku, pero la búsqueda tenía que continuar. La raza Zartic no podía respirar tranquila hasta que descubrieran lo que pasó con sus antiguos amos.