De D. José a Pepe

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De D. José a Pepe
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DE D. JOSÉ A PEPE

© del texto: Rafael Bravo

© diseño de cubierta: Equipo Mirahadas

© corrección del texto: Equipo Mirahadas

© de esta edición:

Editorial Mirahadas, 2022

Avda. San Francisco Javier, 9, P 6ª, 24

Edificio SEVILLA 2,

41018 - Sevilla

Tlfns: 912.665.684

info@mirahadas.com

www.mirahadas.com

Producción del ePub: booqlab

Primera edición: abril, 2022

ISBN: 978-84-19228-90-1

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra»

Índice

Capítulo 1 Infancia

Capítulo 2 Universidad

Capítulo 3 Primer destino

Capítulo 4 Segundo destino

Capítulo 5 Tercer destino


Capítulo 1
Infancia

Esta es la historia de Pepe, un joven de diecisiete años que está a punto de entrar en la Universidad Politécnica de Telecomunicaciones de Madrid. Es el mes de octubre de 1983 y el Parque del Retiro, en pleno centro de la capital de España, presenta en sus árboles esas tonalidades de amarillos, ocres y verdes, que son una auténtica maravilla para recrear la vista de Pepe. Pero ¿qué podemos decir de Pepe? Pepe es el hermano mediano de una familia española. Su padre D. Javier es un farmacéutico que regenta su propia farmacia: «Licenciado Javier Peralta Fernández». Es una persona respetada, que imparte disciplina a sus hijos, y lo que él dice se cumple. Su madre, Azucena, de profesión médico no ejerce porque así lo decidió el matrimonio al tener a su tercera y última hija. Pepe tiene dos hermanas, su hermana mayor, Margarita, rubia y con ojos azules y su hermana menor, Rosa, castaña y ojos verdes. Cuando nació Pepe hubo un momento de discusión acerca del nombre que debía tener. Su padre quería ponerle Narciso, ya que era un apasionado de las flores, pero al final Azucena consiguió ponerle el nombre de su padre: José, que por cierto en el pueblo todo el mundo le llamaba D. José. Azucena, la madre de Pepe, era amor en estado puro. Trataba a todas las personas con respeto, y siempre que podía estaba dispuesta a ayudar a la gente. Nadie hablaba mal de ella, pero ella tampoco hablaba mal de nadie. A sus tres hijos siempre les decía que no debían utilizar la violencia y que no debían pegarse con los demás niños.

—Mamá, y si un niño nos pega, ¿qué debemos hacer? —preguntó Pepe un día a su madre.

—Tú trata de no meterte en peleas y haz lo posible porque no te peguen —fue la respuesta de su madre.

—Pues no lo entiendo. Yo no pego a nadie, pero si me agreden, yo me defiendo —fue el pensamiento de Pepe.

La infancia de Pepe fue muy buena. Por un lado, su padre, D. Javier, era de Granada y allí vivían sus padres, los abuelos de Pepe. Por otro lado, su madre, Azucena, era de un pueblo de Cuenca, y sus padres, los otros abuelos de Pepe, tenían una casa enorme, una casa de pueblo con tres plantas, doce habitaciones, un salón monumental y jardín en la parte trasera. Entre estas dos localidades tenían lugar las vacaciones de la familia y Pepe fue muy feliz. Lo cierto era que Pepe en ocasiones se sentía el dueño del universo, y en otras ocasiones se apreciaba triste y decaído. Pero él lo achacaba a que eso era normal y le pasaba a todo el mundo. Como decía su hermana Margarita: «son etapas de la vida».

El primer día de clase en la universidad fue increíble, en el sentido de que Pepe no se enteraba de una buena parte de lo que decían los profesores. Él, que estaba acostumbrado a entender todo lo que decían en las clases del colegio y el instituto, se enfrentaba a una nueva etapa de su vida.

—Bueno, habrá que estudiar mucho, si quiero ser ingeniero —fue la reflexión de Pepe.

Cómo echaba de menos a su profesora, doña Carmen, que le dio clase en 5º de EGB. Una señora, a punto de jubilarse, pero que enseñó a razonar a Pepe, y además tenía unos principios morales exquisitos. Vamos, que era una buena profesora y, sobre todo, una mujer buena. También, como no, recordaba a su profesor de 8º de EGB, don Eloy. Qué manera de explicar matemáticas. Y además era un hombre simpático y con un gran sentido del humor. Con él, las matemáticas se convirtieron para Pepe en un juego, y desde entonces le encantan.

La idea que Pepe tenía de su futura vida era la siguiente: ser un prestigioso ingeniero, con mucho dinero, viviendo en un inmenso chalet en una zona residencial de Madrid, casado con una imponente mujer rubia, súper atractiva y con un Ferrari Testarrosa en su garaje.

Pepe tenía que ir en transporte público a la universidad, y cuando cogía el metro a las 07:00 de la mañana, este era su pensamiento: «Yo voy en metro, rodeado de esta chusma, porque no tengo otra opción, pero cuando sea ingeniero, no volveré a venir por aquí». Esa era su visión, y es más, un día que había tenido prácticas por la tarde y regresaba de la universidad a su casa a eso de las 20:00, vio cómo un hombre de unos cincuenta y cinco años con una vestimenta usada, con las manos llenas de yeso y las uñas sucias, iba dormido en un asiento del metro.

«Pobre hombre, a su edad y con este aspecto tan sucio. Seguramente se dedicará a pintar casas. Todo el día trabajando y le pagarán una miseria. Mírale, está agotado. Vaya tragedia de vida», pensó Pepe.

Claro, había cosas que Pepe no entendía, como por ejemplo esa canción que escuchó en la radio y que decía: «¿Quién sabe si el apoyarse es mejor que el deslizarse? Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo».

«Que tonterías se le ocurre a la gente», fue su pensamiento.

También tenía un compañero de instituto, Armando Guerra, que a pesar de su nombre y su apellido era un chico pacifista y con filosofía oriental.

—Solamente lo barato, se compra con dinero —dijo un día Armando.

—Vaya chorrada que acabas de soltar —le respondió Pepe—. Y un transatlántico o una nave espacial, ¿acaso no cuestan un montón de millones? Y se compran con dinero.

—Más que el oro es la pobreza, lo más caro en la existencia —añadió Armando.

—Pues a mí que me den oro, en vez de pobreza —repuso Pepe.

—Más que el precio, lo importante es el valor de las cosas —agregó Armando.

—Deja de decir incongruencias, Guerra —sentenció Pepe.

—Algún día lo entenderás, Peralta —apostilló Armando.


Capítulo 2
Universidad

El primer año de universidad fue duro. Pepe se lo tomó en serio y después de mucho esfuerzo, entre junio y septiembre, logró aprobar todas las asignaturas. Llegó el segundo año y también hizo un gran esfuerzo, aprobando todas menos una. Esto supuso una contrariedad para su estado de ánimo, porque Pepe quería a toda costa sacar curso por año, es decir: acabar en seis años.

Cuando comenzó su tercer año, ocurrió un acontecimiento muy especial para él. Pepe llegó temprano a su clase y se sentó en la fila de atrás. Poco a poco empezó a llenarse el aula y cuando solo faltaban por ocupar unos pocos sitios, entró por la puerta una chica. Era menuda, no muy alta, pero tampoco baja, con cabellos dorados y melena larga de pelo liso y suave.

«¡Madre mía! ¡Que chica tan guapa!», fue el pensamiento de Pepe.

La chica miró hacia un lado y otro, hasta que decidió ir justo al sitio que estaba vacío al lado de Pepe, y dirigiéndose a él, le dijo:

—¿Está libre este asiento?

—Sí, por supuesto —respondió Pepe.

—Por cierto, me llamo Marina. Y ¿tú? —dijo ella de forma muy abierta.

—Yo soy José, pero todo el mundo me llama Pepe.

—Bien, entonces te llamaré Pepe —repuso ella—. Parece que nos ha tocado este año en la misma clase.

—Sí, eso parece, oye… —En ese momento Pepe se vio interrumpido por la entrada del profesor.

—Me decías —susurró en tono bajo Marina.

—¿Qué te parece si después de clase te invito a un café y hablamos? —cuchicheó Pepe.

—Por mí, perfecto —afirmó Marina.

Y así fue, como después de la clase, se fueron a la cafetería y estuvieron hablando tres horas, que a los dos se les hicieron cortas. Pero Pepe lo tenía claro, y Marina también. Así que el viernes quedaron para ir al cine, el sábado a una cena romántica, y a los tres meses eran novios formales.

Pepe estaba exultante y la vida le parecía maravillosa. Pero con tanta vida social no prestaba la suficiente atención a los estudios. Solo pensaba en el verano. Se le había ocurrido una idea. Irse con Marina de vacaciones a un pueblo costero en el sur de España. Y como Pepe era cabezota, al final consiguió su propósito, a pesar de que le quedaron tres asignaturas para septiembre. Así cuando llegó el mes de agosto se fueron de vacaciones, posiblemente las mejores de su vida.

 

Pepe solía levantarse temprano, ya que le gustaba darse largos paseos por las playas. En aquellas playas inmensas, que a esas horas aparecían solitarias, se podía andar varios kilómetros sin encontrar persona alguna. La luz del alba daba un tono verde transparente a las aguas que contrarrestaba con el blanco luminoso de las arenas. Luz, colores, ambiente. Realmente era un espectáculo vivo, digno de contemplarse. Pepe prefería ser acompañado por Marina, en esos paseos matutinos, pero a ella casi siempre, le costaba una enormidad levantarse tan temprano. A lo largo del mes, solo acompañó a Pepe dos o a lo sumo tres días. A Marina le encantaba coger todo tipo de conchas que el mar arrastraba hasta la orilla. Marina disfrutaba con este entretenimiento. Se llevaba una bolsa y volvía con ella repleta de conchas muy variadas. Las que más le gustaban eran las llamadas vieiras o conchas de Santiago. Pero el objetivo de esos largos paseos era el darse un buen baño en el rumoroso balanceo de un mar luminoso, limpio y todo él para ellos. Las aguas eran cálidas, limpias y transparentes, de tal forma que se podían ver algunos pececillos que pululaban cerca de la orilla.

Por la noche, después de la cena, tenían la costumbre de dar una vuelta por el pueblo. Se reunían con unos cuantos amigos que hicieron esos días y se iban a diferentes sitios en los que normalmente charlaban a gusto, mientras tomaban algún que otro «chisme». Estaban situados cerca del puerto, y para ir de un lugar a otro había que atravesar pequeñas callejuelas.

La última noche de sus vacaciones, salió Pepe de uno de estos locales con la intención de encontrar una flor para Marina. La callejuela que siguió daba al puerto. Por extraño que pareciera, por allí olía a jazmín. Pepe se giró y contempló a un hombre que estaba sentado en el suelo. Su espalda, apoyada sobre una pared de una pequeña tapia, y sus piernas levemente flexionadas. Tenía la mirada fija en el cielo y permanecía totalmente inmóvil. La presencia de Pepe no le había distraído. Estaba como extasiado. Pepe lo miró detenidamente. Entonces se dio cuenta de que era un viejo pescador. Sí, no había duda, sus manos y su rostro lo delataban. Sus manos estaban muy trabajadas, eran fuertes y romas, su rostro, arrugado y moreno. Tenía unos ojos con ese brillo velado que denota el paso del tiempo. En Pepe despertó el interés por el personaje en cuestión. Por una parte, sentía el poder molestarle, pero por otra, tenía una gran curiosidad por la vivencia y por aquel estado del viejo pescador. Después de un tiempo de observación Pepe se dirigió hacia el viejo. Aún persistía la fragancia de jazmín. Aunque Pepe ya estaba a escasa distancia del pescador, este seguía inalterable. Pepe rompió el silencio y dijo:

—Perdone que le moleste, pero ¿podría decirme que está haciendo?

El viejo giró pausadamente la cabeza. Sereno, tranquilo, parecía no estar molesto. Pepe se sintió aliviado por este motivo. Entonces, con un tono de voz muy agradable, el viejo pescador le dijo:

Contemplo las estrellas, esta contemplación es un sentir, es una búsqueda, es sobre todo un diálogo. Tal vez dentro de un rato, cuando haya terminado mi relato, también tú sepas algo sobre lo que me preguntas —dijo el viejo—. Cuando estoy triste, o alguna cosa no va bien —prosiguió hablando el viejo pescador— salgo de casa y vengo a este preciso lugar, me siento en esta misma postura y miro al cielo. En él hay muchas estrellas. Los sabios afirman que hay millones de ellas. Pero entre todas ellas hay una que es especial para cada persona, y cuando la encuentras se ilumina, su titilar se hace más activo, destacando sobre las demás, de tal forma que se te quitan todas las preocupaciones, penas y tristezas.

Pepe estaba totalmente embelesado con lo que el viejo le estaba contando, con la fe y el modo de hacerlo. Este continuó diciendo:

También, cuando estoy alegre, contento, cuando las cosas me van viento en popa, vengo a buscarla desde aquí. Entonces le cuento mis alegrías y proyectos, y ella se ilumina en medio del firmamento.

Por un instante se hizo el silencio.

—Bueno, ¿qué?, ¿está satisfecha tu curiosidad? —apostilló el viejo pescador.

Pepe miró al cielo y preguntó dónde podía encontrar la estrella, a lo que el pescador contestó:

—¡Ah!, amigo, eso no es tarea fácil. A veces cuesta mucho tiempo encontrarla, y normalmente para llegar hasta ella hay que cerrar los ojos.

Pepe oyó unas voces. Eran sus amigos que le andaban buscando. Se despidió del viejo pescador y fue al encuentro de ellos. Buscó a Marina, le contó lo que le había sucedido, y cogiéndola de la mano la llevó donde había entablado la conversación con el viejo. Este ya no estaba allí. Sobre el suelo, en el sitio donde había estado sentado, aparecía una ramita de jazmín con una flor. Pepe la cogió y se la entregó a Marina.

«Sobre sus manos preciosas,

quedó prendido el jazmín,

y una estrella, ignorada y titilante,

puso a sus vacaciones fin».

Qué rápido se pasó el mes de agosto, pero para Pepe y Marina fueron unos días que nunca iban a olvidar.

De vuelta a Madrid, a principios de septiembre, tuvieron lugar los exámenes, y como era de esperar, tanto a uno como a la otra, no les salió bien la jugada. Marina aprobó una, pero Pepe no consiguió salvar ninguna de las tres. Esto fue una debacle para él. Le sentó tremendamente mal.

—Esto no puede ser —reflexionó Pepe—. Pero prometo que voy a estudiar mucho y voy a recuperar las tres que me quedan de 3º curso, y además me voy a sacar todas las asignaturas de 4º.

Se lo tomó tan en serio, que se levantaba a las 05:00 para estudiar. A las 08:00 se iba a las clases hasta las 14:00 y por la tarde, cuando no tenía prácticas, de nuevo a estudiar hasta las 00:00, aunque había días que se entretenía hasta las 02:00.

Se obsesionó de tal manera que llegó a pensar que comer y dormir era una pérdida de tiempo, ya que mientras realizábamos estas dos actividades no se podía estudiar.

Un día, a finales del mes de noviembre del año 86, mientras estudiaba, se empezó a sentir mal. Él no lo sabía, pero acababa de tener un ataque de ansiedad. A partir de este momento empezó a llenarse de tristeza. Pepe se fue al cuarto de baño y se lavó la cara con agua fría.

—¿Qué me está pasando? —se preguntó—. Vamos, tienes que animarte, no te dejes vencer por esta tristeza.

Y de nuevo volvió a estudiar, pero ya no podía. La tristeza se adueñó de él. Nunca había estado así y empezó a preocuparse.

Los días siguientes fueron horrorosos, hasta que Marina se dio cuenta de su estado:

—Pepe, ¿qué te pasa? Te encuentro raro —le dijo Marina.

—¿A mí? No me pasa nada. Todo va bien —contesto Pepe.

—No, Pepe, a ti te pasa algo, te veo pensativo, ausente, llevas unos días sin reírte —reiteró Marina.

—Que no me pasa nada, Marina. Todo es perfecto, como siempre. —Pero Pepe se derrumbó y se echó a llorar.

Marina no sabía qué hacer, era la primera vez que lo veía llorar. Le acarició la espalda para tratar de calmarlo. Pasados cinco minutos, Pepe se tranquilizó un poco.

—Cuéntame que te pasa, Pepe —dijo Marina.

Entonces le contó lo que le había pasado y lo mal que se encontraba. Marina enseguida tomó conciencia de lo que le ocurría, ya que ella tenía una prima con depresión.

—Pepe, tú estás deprimido, debes ir a un psiquiatra —apuntó Marina.

—No, nada de eso. Ya estoy bien. Necesitaba desahogarme. —comentó Pepe—. De verdad, ahora me encuentro bien. Gracias por escucharme.

—Estas cosas no deben dejarse, que es peor —insistió Marina—, cuanto antes vayas a un profesional que te ayude, antes te curarás. Mira, mi prima Paloma va a un psiquiatra. Si quieres, la llamo y ella me dice.

—No, no… de verdad, no hace falta —expuso Pepe—. De veras que estoy bien.

Pero pasó otra semana y Pepe no mejoraba. Marina, que hablaba todos los días con él, consiguió convencerle, y de esta manera Pepe fue al Dr. Pérez Gil, eminente psiquiatra, con estudios en la universidad de Harvard. Tras una primera visita, el prestigioso doctor diagnosticó que Pepe tenía depresión, y además de mandarle antidepresivos, le dio una serie de consejos.

—Quizá hayas hecho un gran esfuerzo, Pepe —dijo el insigne doctor—. Necesitas descansar y tomarte la vida con más tranquilidad. A lo mejor te convendría dedicarte a las tres asignaturas de 3º y dejar para el año que viene las de 4º, cuando te encuentres mejor.

—Y, ¿perder un año? —exclamó angustiado Pepe.

No pasa nada por perder un año o incluso dos o tres —siguió con su razonamiento el distinguido—, lo realmente importante es que salgas del estado en que te encuentras, y para ello, entre otras cosas, te ayudará hacer deporte, llevar una dieta equilibrada, ya sabes, comer verduras y fruta, pocas grasas, de manera comedida, y dormir de manera eficiente.

—¿Qué es eso de dormir de manera eficiente? —inquirió Pepe.

—Pues mira —apuntó el doctor Pérez Gil—, es mejor dormir 6 horas con un sueño profundo y reparador que 10 horas con sueño ligero y dando vueltas en la cama. Dormir profundamente es una de las mejores recetas para mantener en buen estado el cerebro. Y si el cerebro te funciona correctamente y además cuidas tu cuerpo, es el principio para tener una vida saludable. Ya sabes, la famosa frase: «Mens sana, in corpore sano». Esta frase, aunque está en latín, se encuadra dentro del contexto de la filosofía griega sobre el cultivo de la mente, el cuerpo y el alma para alcanzar el equilibrio. Se cree que su autoría es de Platón, pero no es posible comprobarlo porque no dejó registro sobre esta frase.

«Vaya rollo que me está soltando su eminencia», pensó jocosamente Pepe.

—Otra cosa —prosiguió el doctor—. Te aconsejo que practiques el «carpe diem». Es una locución latina que se podría traducir al español como «aprovecha el momento». Fue acuñada por el poeta romano Horacio. El pasado ya ocurrió, y el futuro todavía no ha llegado. Por tanto, hay que vivir el presente. Otras frases que equivalen al «carpe diem», siempre con sus matices, podrían ser: «No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy», o «No eres lo que fuiste, ni eres lo que serás; eres lo que eres», o «Vive cada día de tu vida como si fuese el último».

«Vive cada día de tu vida como si fuese el último. Seguro que un día aciertas», pensó irónicamente Pepe.

—Bien, Pepe, te vas a tomar este antidepresivo antes de cada comida: desayuno, almuerzo y cena —dijo el acreditado doctor—, y me vuelves a visitar en un par de meses. Y recuerda mis consejos.

—Sí, sí… «mens sana in corpore sano» y «carpe diem» —dijo Pepe con una sonrisa picaresca.

De vuelta a casa, Pepe no estaba muy convencido de lo que le había dicho el ilustre doctor. Claro, para él era muy fácil eso del «carpe diem», porque él era un psiquiatra que ganaba un pastón cada mes y no tenía que preocuparse por el futuro. Sin embargo, Pepe se encontraba en 3º curso de la carrera y tenía que acabar en otros tres. Recordaba también la frase del doctor: «No pasa nada por perder un año o incluso dos o tres».

—Claro, nueve años estudiando una carrera —rumió Pepe—, ¡lo que me hacía falta!

Los siguientes días fueron nefastos, según la visión de Pepe. El intentaba estudiar, pero no podía, no se centraba y además seguía estando triste y deprimido. Era como la pescadilla que se muerde la cola. El seguía con la idea de acabar la carrera en seis años y se afanaba en estudiar, pero no era capaz de concentrarse; esto le producía tensión y la tensión hacía que se deprimiera su sistema nervioso. Por otro lado, estaba Marina. Pepe pensaba que ella no se merecía tener un novio que estaba todo el día triste y que no era capaz de estudiar. Así que se armó de valor y le propuso a Marina que dieran por terminada su relación.

—¿Qué? —exclamó contrariada Marina—. ¿Crees que porque estés con depresión voy a dejarte? No me puedo creer lo que me estás proponiendo. Estás decidiendo por mí, sin consultarme. Pues para que lo sepas, no lo voy a consentir y juntos los dos vamos a superar, tarde o temprano, esta situación.

 

Pepe se echó a llorar desconsoladamente, Marina se abrazó fuertemente a él y así estuvieron un buen rato hasta que Pepe se calmó.

—Ya verás como todo va a ir bien, Pepe —afirmó con contundencia Marina.

—Y… ¿cómo lo sabes? —respondió un tanto incrédulo Pepe.

—Porque, mi querido Pepe, tienes una novia que es un genio —dijo Marina.

—¿Y qué es lo que te convierte en genio? —indagó Pepe.

—La capacidad de reconocer —aseguró Marina.

—Reconocer… qué… —preguntó con curiosidad Pepe.

—Reconocer a la mariposa en el gusano; al águila en el huevo, y al santo en el hombre egoísta y deprimido —fue la respuesta de Marina.

—Así que yo seré un santo —expresó con perplejidad Pepe.

—Tú eres un santo en potencia —aseguró Marina—. Conoces la teoría de Aristóteles del acto y la potencia. Nosotros somos estudiantes de acto, pero somos ingenieros en potencia. Y como puedes observar, utilizo el presente: «somos».

—«Carpe diem» —dijo de forma casi inconsciente Pepe.

—Eso es, Pepe, así que ahora mismo vamos a tomar un café con una palmera de chocolate y disfrutar del momento —afirmó Marina.

Durante el momento del café, Pepe le dio las gracias a Marina y le hizo saber la suerte que había tenido conociéndola y que fuera su novia. Durante el momento del café, Marina le agradeció sinceramente esas palabras, y le confesó que la suerte era mutua y que ella también estaba muy contenta con haberlo conocido. Durante el momento del café Pepe, no pensó en qué tenía que estudiar, en qué iba a hacer esa noche, en sus planes de futuro. Solo, que estaba con Marina, con un café y una palmera de chocolate. Y fue un momento maravilloso.

Marina consiguió convencer a Pepe de que dejara las asignaturas de 4º para el curso siguiente, y que se centrara en las tres que le quedaban de 3º. Y así lo hizo, pero a pesar de todo, vivía inmerso en una depresión y no encontraba sentido a su vida. Siempre había sido creyente, y en esta etapa de su vida rezaba para que Dios alejara esta pesadilla de él y que la vida volviese a ser como antes.

Cuando llegó Semana Santa, Pepe decidió irse con su tío Simón, el hermano pequeño de su padre. El tío Simón era licenciado en Filosofía y daba clases en un instituto de Córdoba. Cuando llegó Pepe a Córdoba, su tío lo estaba esperando en la estación de tren.

—Hola, Pepe —dijo tío Simón—. Pero, chico, qué delgado estás.

—Sí, ya te contaré —respondió Pepe.

De camino a casa, Pepe le contó a su tío todo lo que le había pasado y cómo se sentía. Y que no encontraba salida a su situación.

—Bueno, Pepe, estos días olvídate de todo y trata de conseguir paz interior —dijo su tío.

—Ya, eso quisiera yo —repuso Pepe—, pero no soy capaz. He ido a un psiquiatra, estoy con antidepresivos y no sé si me hacen bien o me hacen mal. No soy capaz de estudiar y a veces pienso que nunca seré ingeniero. Tío Simón, ¿por qué me está pasando esto a mí? ¿Por qué?

—No preguntes por el saber, que el tiempo te lo dirá, que no hay cosa más bonita que saber sin preguntar —fue la afirmación de tío Simón.

—No te pongas filosófico, que ya tengo bastante con el «carpe diem» y el «mens sana in corpore sano» del doctor Pérez Gil —apuntilló Pepe

—Ese doctor, por lo poco que me has contado de él, es bueno, sí, realmente bueno. Yo le haría caso en todo —fue la respuesta de tío Simón.

—Tenéis una forma de ser parecida los dos, tanto el doctor como tú —sentenció Pepe—. Ambos decís cosas que yo no consigo entender. Sí muy bonitas y espirituales, pero yo no las comprendo.

Tío Simón se echó a reír y Pepe se molestó, pues le daba rabia de que se riera de esa forma, porque en el fondo sabía que su tío controlaba la situación, que llevaba razón. No obstante, Pepe le dijo:

—A ver, esa frase que acabas de decir tan bonita. No la entiendo. Si no sabes una cosa, pues preguntas y así te enteras, ¿no?

Su tío, después de terminar de reírse, le dijo en tono más formal:

—Una cosa son los conocimientos y otra es la sabiduría. Los conocimientos se aprenden en los libros y puedes preguntar por ellos. Sin embargo, la sabiduría se aprende en un libro especial.

—¿Y qué libro es ese? —preguntó Pepe.

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