Buch lesen: «La película clara»
Primera edición, febrero de 2005
Director de la colección: Alejandro Zenker
Cuidado editorial: Elizabeth González
Coordinador de producción: Beatriz Hernández
Coordinadora de edición digital: Itzbe Rodríguez Ciurana
Diseño de portada: Luis Rodríguez
Fotografía de interiores y portada: Alejandro Zenker
Modelos: Leda Rendón y Poli Délano
Este libro se desprende del proyecto fotográfico titulado “La escritura y el deseo”, en el que Alejandro Zenker convocó a novelistas, poetas, cuentistas y creadores para fotografiarlos frente, detrás y alrededor de una mujer desnuda, como encarnación de sus deseos, como provocación, como estímulo.
© 2005, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.
Calle 2 núm. 21, San Pedro de los Pinos
Teléfono y fax (conmutador): 5515-1657
ISBN 978-607-8312-45-0
Hecho en México
Acababan de servir el plato de fondo —langosta thermidor— cuando de repente los ojos de Ramiro, después de algunos choques efímeros, hicieron corto circuito con la mirada de la muchacha pálida. Desde el otro lado de la mesa, frente a frente, ella lo estaba mirando como nunca nadie lo había mirado, pensó, y en el momento del cruce creyó saber por qué. En esa mirada había cierto grado de simpatía, curiosidad a granel, pero sobre todo, una dosis letal de compasión. Posible que lo hubiera conocido antes del naufragio de su hijo Guillermo, y estaba seguro de que en ese momento ella se proponía detectar los cambios que se habían producido en su alma desde entonces, de qué manera esos cambios nunca le permitirían volver a ser la persona que una vez fue. La saludó con una sonrisa insinuada y una venia. Ella mostró con gentileza los dientes y dos hoyuelos en las mejillas. No era exactamente hermosa, pero brotaba fuerza y magnetismo desde la agresiva juventud que latía en esos pechos delicados presionando apenas el lino de su blusa lila.
—Discúlpeme —dijo él, clavándole ahora la mirada con toda la potencia de su deseo—. Quiero rogarle que no se ofenda si me sorprende mirándola —le hablaba a ella sola, como si la noche hubiera borrado a los demás comensales de esa cena-aniversario en Viña del mar—. Por favor, no me vaya a tomar por un fresco o un desfachatado, resulta que usted es preciosa y los ojos se me escapan sin pedir permiso.
Ella volvió a ofrecer sus dientes y hoyuelos a través de una sonrisa.
—Gracias —dijo, mirando hacia abajo, sonrojada. Luego alzó nuevamente la vista—. Usted tal vez no me recuerda.
—No puedo creer que la haya conocido, me está tomando el pelo. Usted pertenece a esa categoría de hadas —¿o brujas?— que se miran la primera vez y ya nunca se pueden olvidar.
—Pero sí nos conocimos…
Ramiro trató de hacer memoria. ¿En los estudios? Hacía más de seis años que no dirigía una película, y si pensaba que la muchacha no tendría más de veinte, quedaban pocas posi-bilidades.
—¿Es actriz? —preguntó.
—Pretendo serlo —dijo ella, dibujando su insinuante sonrisa y dejando la boca ligeramente entreabierta.
—¿Entonces nos conocimos en los estudios?
—Frío, frío.
¿Sería acaso la hija, o la nieta de algún amigo o un colega cinematográfico? Estuvo al borde de preguntarle cómo se llamaba, nombre y apellido, pero le pareció de mal gusto. Intensificó su mirada. Si hubiera sido alumna en alguno de sus cursos, no sólo la recordaría…
—Me rindo. Aunque sostengo enfáticamente que nunca nos vimos antes. ¿Hubiera podido olvidarla? Dígame usted misma.
—Sí. De hecho, olvidó. Debiera sentirme ofendida.
—Está sabrosísima esta langosta.
—Maravillosa.
Maravillosa… pensó Ramiro, eso era ella, y por unos segundos, como en un sueño, se le escapó la mente hacia otras regiones. ¿Cuáles son las cosas maravillosas? ¿El sol, a veces, la noche, las ostras con limón, el amor en la proa de un barco? Bla, bla… no, lo único que puede ser maravilloso es ahora y aquí, este momento, el sabor inigualable de la langosta y el desconcierto de esa mirada, todo tiempo pasado fue mejor, pero es imposible de recuperar porque en el fondo de los fondos el tiempo no existe… todo lo íbamos a hacer ahora, teníamos el tiempo por delante, la langosta y la mirada que ya casi pertenecen al pasado.
—Salud —le dijo a la muchacha, alzando su copa de vino blanco. Ella respondió el brindis con la vista baja—. Así no —siguió Ramiro—, hay que mirarse fijo a los ojos hasta separar la copa de los labios—. Muchas veces esa receta le había dado buen resultado como inicio de alguna aventurita.
—¿Y esa regla?
—Bromeo. Son protocolos del amor.
Ella bebió sosteniéndole la mirada.
Ramiro recordó con gran claridad su película Pozo oscuro, que había rodado algunos años antes, basada en el encuentro sexual de una muchacha residente de un edificio céntrico de Santiago con su vecino del mismo piso, viejo, bruto y desabrido, dos cuerpos disímiles que por alguna razón de las soledades que soplan por la ciudad como un ventarrón, lograron buena química, una sola vez en que los caballos corrieron, corrieron sin detenerse, volando, hasta una meta jadeante y llena de sudores. Lina y Rebolledo, se llamaban, y el papel de ella lo había interpretado Gisela Vargas, una joven actriz tan flaca y fea como para espantar a una tarántula, pero al menos también lo suficientemente morbosa como para envolver a los hombres con la fuerza de un tornado. Y en esos días, aunque parezca mentira, él mismo todavía no era tan viejo como ahora.
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