Buch lesen: «Once quince»

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Pedro Casusol Tapia (Lima, 1986). No estudió Química, sino Ciencias de la Comunicación en la Universidad San Martín de Porres, un diplomado en la Universidad Ruiz de Montoya y una maestría de Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es autor de dos libros de narrativa y de diversas investigaciones de índole literaria, entre las que destacan la crónica sobre la visita que hiciera el poeta norteamericano Allen Ginsberg a Lima en 1960, y el ensayo sobre la vida y poesía de María Emilia Cornejo.







Once quince

Primera edición electrónica: octubre de 2020


© Pedro Casusol Tapia

© Paracaídas Soluciones Editoriales S.A.C., 2020

para su sello Narrar

APV. Las Margaritas Mz. C, Lt. 17,

San Martín de Porres, Lima

http://paracaidas-se.com/

editorial@paracaidas-se.com


Composición: Juan Pablo Mejía

Arte de portada: Sheila Alvarado

Retrato del autor: Alfonso Vargas Saitua


ISBN ePub: 978-612-47543-6-4


Se prohibe la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio sin el correspondiente permiso por escrito de la editorial.


Producido en Perú


This is not an exit.

Bret Easton Ellis

Alonso Gastelumendi era lo que se dice un «niño bien». Muchos lo recuerdan caminando por el patio del colegio Alpamayo una mañana soleada de primavera, vistiendo la casaca azul, o la chompa con aquella A blanca, o la camisa con el escudo a la altura del corazón, mientras comía alguna golosina comprada en el quiosco del comedor escolar. Por eso a nadie le sorprendió que al graduarse empezara su carrera en una de las universidades más exclusivas del país. Definitivamente, las noches de Alonso Gastelumendi fueron las de los chicos con suerte.

Fabrico Valle Cabrera dijo que la última vez que vio a Alonso Gastelumendi con vida lo notó muy contrariado. Se lo encontró una tarde en la facultad de Arquitectura mientras caminaba arrastrando su mochila por el pavimento. Valle Cabrera intuyó que algo raro le sucedía a su amigo. Pensó que tal vez no andaba muy bien en alguno de los cursos que llevaba, y habló con él de las cosas que uno habla habitualmente. Cuando le preguntó qué hacía en la facultad de Arquitectura, Alonso Gastelumendi no supo qué responderle.

Una semana después se le declaró oficialmente desaparecido, y al cabo de unos días, su cuerpo fue encontrado en un descampado al sur de la ciudad. El cadáver del joven de 21 años tenía indicios de haber sido torturado y, según los médicos forenses, habría muerto estrangulado. Rápidamente, el suceso llamó la atención de los medios de comunicación.

Los detalles sobre el asesinato del estudiante fueron manejados por la familia Gastelumendi con el más completo hermetismo. Alonso había sido el hijo estrella de una familia ligada al Opus Dei. Era educado, no usaba drogas y hasta hace poco había sido novio de una estudiante de 20 años llamada Daniela Woods. Según fuentes cercanas, nadie tenía motivos para torturar y estrangular a Alonso Gastelumendi, menos para cortarle los dedos de los pies, quemar sus párpados e inyectarle grandes dosis de un fármaco conocido como Veronal. La policía encontró los testículos cercenados de Alonso Gastelumendi a pocos metros de su cadáver.

De inmediato, el misterio alrededor de la muerte del exalumno del colegio Alpamayo se convirtió en el tema favorito de la prensa. Aparecieron mil historias en los diarios y la televisión acerca de las posibles causas de su asesinato. Una, la más increíble, afirmaba que Alonso Gastelumendi era homosexual y estaba involucrado en una logia de adinerados jóvenes dedicados a organizar bacanales gay. La trágica muerte del joven se debería entonces a que Gastelumendi habría revelado aquel mundo a su exnovia. Pocos días después, Daniela Woods acudiría a la televisión a desmentir aquella hipótesis.


Valle Cabrera fue víctima de una fuerte depresión tras la muerte de su amigo, al punto de verse obligado a abandonar la carrera de Arquitectura, tras ser víctima de una severa crisis nerviosa. Durante un tiempo, su vida se vio reducida a una existencia superficial. Comenzó a ir a terapia. Constantemente se reunía con viejos amigos del colegio, cuyo único propósito era sentarse en círculo, beber vodka puro (como le gustaba al fallecido) y contar viejas historias en las que Alonso Gastelumendi era un chico flaco y solitario, anticuado hasta decir basta y con cierto amaneramiento. Nadie quiso mencionar que Alonso ya no se iba a recibir de abogado y que jamás volverían a beber juntos. Al final de esas reuniones, alguno de ellos siempre rompía en llanto.

Como había dejado su carrera de Arquitectura en stand by, Valle Cabrera pasaba las horas sentado frente a su monitor navegando en Internet y chateando con personas a las que casi no veía. Un domingo, antes de almorzar, se le ocurrió poner en Google el nombre de su amigo muerto. Quedó impresionado al encontrar, entre cientos de miles de vínculos, el blog del propio Alonso Gastelumendi. Supuso que como nadie sabía la contraseña de la cuenta, no habían podido borrarla. Sintió un nudo en la garganta cuando leyó la última entrada. Era de una semana antes de su asesinato:


Estoy harto, mañana le voy a decir a Daniela que me preste otra vez aquella película. Tim Burton ha mejorado considerablemente estos últimos años y hace que me cuestione si es Derecho lo que realmente quiero estudiar. Aunque parezca mentira, no me veo siendo abogado, ni siquiera me veo trabajando en un futuro como asesor legal de alguien. Creo que me equivoqué gravemente al decidir estudiar Derecho. Aunque, de no haber sido una profesión elegida a dedo por mi madre, tal vez me gustaría más. De todas formas, ya es demasiado tarde para cambiar eso. Incluso me ha empezado a dar náuseas todo lo que tenga que ver conmigo. A veces me siento perdido en mi propia existencia, como si el que estuviera dentro de mí fuera otro. No sé qué me pasa, estoy harto. Mañana le voy a decir a Daniela que me preste otra vez aquella película.


De inmediato, Valle Cabrera llamó a Daniela Woods para comentarle lo que había encontrado. Ella estaba en la casa de playa de su familia. Dijo desconocer por completo la existencia de aquel blog y se mostró sorprendida al enterarse de lo que había escrito Alonso.

—Aquello no era propio de él.

—¿A qué te refieres? —preguntó Valle Cabrera.

—Alonso amaba estudiar Derecho.

Ambos guardaron silencio. Daniela miró el cielo azul de diciembre.

—Tal vez —empezó a decir y sujetó con una mano sus anteojos de sol, grandes y a la moda—, ese día él estaba deprimido por algo, pensó en pedirme prestada una película y se le olvidó.

—¿Nunca te la pidió?

—Ni siquiera me gusta Tim Burton.

—Es muy extraño.

—Puede que sea otro Alonso Gastelumendi. Debe de haber muchos en el país, acuérdate de que somos como 28 millones.

—Hay publicadas varias fotos suyas, letras de canciones y hasta citas clásicas de Alonso. A menos de que sea una especie de loquito que se haya esforzado en imitarlo hasta el mínimo detalle, ese blog era suyo.


No se le ocurrió mejor idea que contárselo a un amigo que, a diferencia de otros chicos del colegio, estudiaba en una universidad pública. Rodrigo Torres lo miró largo rato extrañado antes de decirle que era conocida la existencia del blog, que incluso recordaba un artículo en cierta revista donde lo mencionaban. Rodrigo Torres le aconsejó que se tranquilizara un poco.

—Busca en la Biblioteca Nacional, ahí encontrarás todo lo que estás buscando.

Valle Cabrera esperó a que pasaran las fiestas de fin de año para adentrarse en aquel monstruoso edificio de cemento, en el cruce de las avenidas Aviación y Javier Prado. Una tarde de verano, Fabricio Valle Cabrera sacó su carné de usuario guiado por un impulso que no supo adivinar de dónde había salido. En la hemeroteca pidió los periódicos de agosto de 2006 y encontró varios artículos que mencionaban el blog de Alonso Gastelumendi. La información se le hizo simplona e inexacta. Las noticias, en su mayoría, eran solo reproducciones de fuentes oficiales. En un número de Caretas no solo se mencionaba al blog, sino que incluso figuraba una imagen de la página web con una entrada fechada el 17 de julio, un mes antes de su asesinato:


Pedro Casusol ha llegado con recuerdos que no tengo registrados en la memoria. Cuando estoy con él todo se vuelve onírico. Casusol tiene la destreza de perderse entre la multitud que camina desorientada por los patios de la universidad. A pesar de todo, Casusol no está más motivado que yo o que cualquiera de nosotros. Sabe que las cosas están mal, pero no hace nada por remediarlo. En ese sentido, me parece que está iluminado. Es una iluminación extraña, hasta podría decir que es una iluminación oscura. No sé de dónde ha salido, ni desde cuánto tiempo está aquí conmigo. A veces me parece que es un personaje irreal, inventado por mí, basado en los recuerdos que tengo inconclusos de mi infancia en el colegio Alpamayo. ¿Pedro Casusol de verdad existió?


Llamó otra vez a Daniela Woods. Ella veraneaba con Rashid Japur y Federico Larrosa en una playa al sur de la ciudad. Daniela se mostró incómoda al darse cuenta de que Fabricio continuaba obsesionado con el tema de aquel blog y ahora salía con una historia aún más alucinante que la anterior: Alonso había estado hablando con un tipo llamado Pedro Casusol (qué apellido más extraño), cuya presencia lo perturbaba.

—¿Cómo lo perturbaba?

—Supongo que con conversaciones larguísimas que no llevaban a ningún lado.

—¿Eso dice su blog?

—No, pero lo deja entrever.

Daniela Woods hizo el ademán de pensarlo un rato. Miró a Rashid Japur y a Federico Larrosa que se bañaban en el mar. Encima de ellos, el sol de verano se escondía tras una nube.

—Pedro Casusol —dijo ella—, no sé por qué ese nombre me suena.

—Eso es lo peor de todo, había un Pedro Casusol en mi promoción.

—¿Estás seguro?

—Sí. Me acuerdo de él. Incluso alguna vez lo invité a mi casa. El chico era de lo más extraño. Todos en la promoción lo molestaban. Solía juntarse con los más inadaptados. Sin embargo, él era más bien idiota, torpe, fácil de manipular. Solían usarlo como chivo expiatorio.

—¿De qué estás hablando? —le preguntó ella, invitándolo a que se callara. De la orilla salía Rashid Japur, absolutamente bronceado, mojando todo lo que se cruzara en su camino.

Daniela inventó una excusa para poder cortar con Fabricio y dirigirle una sonrisa a Rashid. Al rato llegó Federico Larrosa con su mirada altanera y su gigantesca cabeza. Todo el tiempo hablaban de fiestas, borracheras, prácticas profesionales y de cursos de la universidad. Daniela prefirió ocultarles la llamada de Fabricio, pero no logró olvidarlo del todo. Casi sin prestarle importancia, les preguntó por Pedro Casusol.

—¿Quién? —exclamó Larrosa.

Daniela se sorprendió al darse cuenta de que había abordado un tema absolutamente distinto del que estaban tratando (lo caluroso que es el verano) e hizo malabares para no perder la compostura. Se serenó y dijo que era amigo de una amiga, que había escuchado por ahí que estudió en el colegio Alpamayo.

—Bueno —dijo uno de ellos—. Sí, me parece recordarlo.

—¿Y qué tal era?

—Era —comenzó Rashid— un completo idiota.

Los tres rieron.

—¿En serio? —dijo ella.

—¿Por qué tanto interés? —preguntó Larrosa.

—Es que a mi amiga le gusta y quiere saber qué tal es.

Federico y Rashid se miraron sin entender muy bien de qué se trataba todo.

—Una vez —comenzó Rashid—, en primer grado de primaria, nos hicieron dibujar con crayolas de colores lo que extrañábamos de estar en nuestras casas. Ese día unos niños y yo nos pusimos a molestar a la mesa donde estaba Casusol: les tiramos borradores y pedazos de crayola. Cuando fui a entregarle mi dibujo al profesor, de alguna parte salió Casusol y me tiró al piso. Debíamos tener cinco o seis años y este chico me estaba mordiendo una pierna. Exploté en llanto y creo que él también. Después de eso, nadie supo mucho de él hasta segundo año secundaria, cuando se fue...

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