Buch lesen: «Sufrimiento»
“No tenemos que salir a buscarlo. Vendrá y nos encontrará. Tarde o temprano, el sufrimiento a un nivel catastrófico arruinará nuestras vidas. Paul Tripp entiende esto personalmente. Él también entiende personalmente el evangelio. Su nuevo libro no trivializa nuestros sufrimientos con fórmulas simplistas. Este sabio libro nos lleva más profundamente al evangelio de la cruz y más cerca del mismo Varón de Dolores”.
Ray Ortlund, Pastor Principal, Immanuel Church, Nashville, Tennessee
“Este libro es un bálsamo para el alma que tomarás y no podrás soltar; también se convertirá en un amigo querido a donde volver en los próximos años y sabiduría confiable para dar a otros peregrinos cansados“.
Ann Voskamp, autora de bestsellers del New York Times, Quebrantamiento: Atrévete a entrar en la vida abundante
“Escribiendo después de la conmoción de perder inesperadamente su salud y lidiar con sufrimiento continuo, Paul Tripp ofrece consejos muy prácticos. En particular, sus reflexiones sobre las “trampas” comunes que a menudo son enfrentadas por las personas que sufren, será útil a muchos que se encuentran siendo sacudidos por las tormentas de la vida”.
Kelly M. Kapic, autora, Embodied Hope [Esperanza encarnada]; Profesora de Estudios Teológicos, Covenant College
“Tratando diariamente con cuadriplejia y dolor crónico (y habiendo luchado contra cáncer en etapa III), sé algo sobre el sufrimiento y, para ser sincera, difícilmente hay un libro sobre el tema que no haya leído. Pero el que Paul David Tripp ofrezca sus ideas sobre nuestras aflicciones, llama mi atención. Y este libro no decepciona. Sí, Paul ofrece un oído empático y consuelo sólido, pero llena estas páginas con consejos prácticos y sensatos sobre cómo ir a través y más allá del sufrimiento hacia una esperanza fresca y viva. Yo recomiendo altamente esta nueva notable obra”.
Joni Eareckson Tada , Fundadora y directora ejecutiva de Joni and Friends International Disability Center
“He leído innumerables libros sobre el sufrimiento, pero pocos me han inspirado a reevaluar mi propia adversidad como lo ha hecho Sufrimiento . La voluntad de Paul Tripp para desglosar su propio dolor, compartiendo con franqueza el conocimiento que ha adquirido, es un regalo indescriptible. Su historia personal es a la vez fascinante y tranquilizadora mientras nos señala la inquebrantable esperanza que tenemos en Cristo, incluso en circunstancias inimaginables. Este libro es una obra maestra. No puedo recomendarlo lo suficiente”.
Vaneetha Rendall Risner , autora, The Scars That Have Shaped Me: How God Meets Us in Suffering [Las cicatrices que me han formado: Cómo Dios nos encuentra en el sufrimiento]
“Honesto. Convincente. Lleno de gracia. Este libro es un regalo. Paul Tripp nos habla no como un teórico, sino como un compañero que sufre. Su consejo esta iluminado por experiencias personales, informadas por la verdad bíblica e infundidas con esperanza del evangelio. Con compasión y empatía, nos fortalece contra las tentaciones comunes que enfrentamos cuando sufrimos y nos ayuda a ver que nuestro sufrimiento, por grande que sea, nunca estuvo destinado a definirnos. Lo más importante, es que nos señala al Salvador quien ha sufrido en nuestro lugar para que podamos estar siempre confiados en Su amor, Su sabiduría y Sus buenos propósitos para nuestras vidas”.
Bob Kauflin , Director, Sovereign Grace Music
“Una vez más, Paul Tripp ha tomado la verdad de Dios y la ha aplicado a nuestras almas de una manera que es a la vez desafiante y reconfortante. Él entiende los pozos profundos del sufrimiento por su propia experiencia y las de otros a quienes aconseja. Identifica claramente las trampas tentadoras que tan frecuentemente atraen al corazón del que sufre, y entonces lo invita a encontrar descanso en Dios. Este libro será mi predilecto para darlo a aquellos que buscan entender la buena obra del sufrimiento de Dios en nuestras vidas. Lamento mucho el sufrimiento de Tripp, ¡pero estoy muy agradecido por este libro!”.
Connie Dever , autora, He Will Hold Me Fast [El me sostendrá]; Escritora de Currículo y Música, The Praise Factory
“Paul Tripp escribe este libro con una honestidad y humildad que nos invita a ver la obra íntima de Dios en su corazón a través de las noches oscuras. Lo que él encontró, y lo que tú encontrarás si lees este libro, es que el evangelio de Jesucristo nos trae esperanza incluso en los momentos más confusos y dolorosos de la vida. Ya sea que estés sufriendo hoy o no, lee este libro y prepárate a ti mismo para los días siguientes”.
Dave Furman , Pastor principal de la Redeemer Church of Dubai; autor, Kiss the Wave y Being There
“Paul Tripp siempre escribe con honestidad, autenticidad y cordura del Evangelio. Pero en este nuevo libro, Paul nos regala una vulnerabilidad que es rara, liberadora y acogedora. Mientras relata su propio viaje a través de una enfermedad que amenazaba su vida, Tripp nos ayuda a entender la diferencia entre la esperanza y la exageración, entre la confusión espiritual y confiar en nuestro Padre cuando nuestro control, dignidad y certeza están bajo ataque. Este es uno de los libros más oportunos, valientes, y útiles sobre el sufrimiento que jamás haya leído”.
Scotty Ward Smith , Pastor Emérito, Christ Community Church, Franklin, Tennessee; Maestro en Residencia, West End Community Church, Nashville, Tennessee
Publicado por:
Publicaciones Faro de Gracia P.O. Box 1043 Graham, NC 27253 www.farodegracia.org ISBN 978-1-629462-21-9
Originally published in English under the title: Suffering © 2018 by Paul David Tripp. 1300 Crescent Street, Wheaton, IL 68187 U.S.A. This edition published by arrangement with CROSSWAY. All rights reserved.
©2019 Publicaciones Faro de Gracia. Traducción al español realizada por Pamela Espinosa; edición de texto Francisco Hernandes Aceves diseño de la portada y las páginas por Patricia Caycedo. Todos los Derechos Reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio—electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro—excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.
©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera ©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso.
Impreso en los EEUU, 2019
Contenido
Introducción
1 El día que mi vida cambió
2 El sufrimiento nunca es neutral
3 La trampa de la conciencia
4 La trampa del temor
5 La trampa de la envidia
6 La trampa de la duda
7 La trampa del temor
8 La trampa del desánimo
9 El consuelo de la gracia de Dios
10 El consuelo de la presencia de Dios
11 El consuelo de la soberanía de Dios
12 El consuelo del propósito de Dios
13 El consuelo del pueblo de Dios
14 El consuelo de un corazón en reposo
A todos aquellos quienes han caminado
el camino rocoso y retorcido del sufrimiento,
este libro es para ustedes.
Introducción
Fue una visita sorpresa de un visitante no deseado, como lo es para muchos quienes sufren. Ese día no sabía que el Sr. Dificultad llamaría a mi puerta, irrumpiría y entraría y tomaría residencia en las habitaciones más íntimas de mi vida. Y no tenía ni idea de cómo su presencia cambiaría fundamentalmente tantas cosas a la larga. Lo vi ir de habitación en habitación a través de mi vida reorganizando todo, preguntándome cómo serían las cosas si y cuando finalmente se fuera. Si hubiera podido, habría desalojado a este extraño no deseado, pero fallé en todos mis intentos de expulsarlo por la puerta o en negar que se hubiera instalado en mi vida. Gasté demasiado tiempo tratando de averiguar por qué había golpeado mi puerta y por qué había elegido este momento en particular, pero nunca obtuve respuestas claras a mis preguntas.
Una vez que me di cuenta de que no podía sacar al Sr. Dificultad de mi vida, me entregué a tratar de entender cómo vivir con él o alrededor de él. Su presencia me hacía sentir como un actor en un drama donde todos tenían un libreto menos yo. Me sentía desprevenido e incapaz, no solo el día en que entró, sino día tras día. Claro, yo sabía que el Sr. Dificultad estaba allí, y yo había escuchado las historias de cómo había entrado por las puertas de otras personas, pero de alguna manera no pensé que me pasaría a mí. La vergüenza me inundaba mientras pensaba en las absurdas trivialidades y respuestas vacías que casualmente les había dado a las personas cuando habían quedado atrapadas en el confuso drama en el que yo estaba ahora. Y pensé en cuan tonto había sido en pensar que este desconocido no deseado quien, de alguna manera u otra, entra por la puerta de todos, por alguna razón omitiría la mía.
Ya que no tenía el poder ni el control para hacer al Sr. Dificultades salir, corrí al lugar donde siempre he encontrado sabiduría, esperanza y reposo de corazón. Corrí al evangelio de Cristo Jesús, y al hacerlo, corrí a los brazos de mi Salvador. Al zambullirme en la narración del evangelio, que es el mensaje central de la Palabra de Dios, me di cuenta de algo profundamente importante y maravillosamente reconfortante: no estaba desprevenido después de todo. El mensaje del control soberano de Dios sobre mí y mi mundo, la honestidad del evangelio sobre la vida en este mundo caído, el consuelo de la presencia y la gracia del Salvador aquí y ahora, y el entendimiento de la guerra espiritual que brama en mi corazón me habían preparado bien para la entrada y presencia de este extraño indeseable.
Ya no estoy enojado ni desanimado de que el Sr. Dificultad haya entrado por mi puerta inesperadamente ese día. Aunque sigo luchando con el dolor y la debilidad que me ha dejado, sé que estoy mejor por su presencia. No, no me gusta la aflicción del dolor o la pérdida más que a ti, pero en mi sufrimiento, sucedió algo milagroso: el Sr. Dificultad se convirtió en una herramienta de mi Salvador para producir cosas muy buenas en mí, cosas de las que estoy seguro no podrían haber sido producidas de otra manera.
Claro, hay veces que me canso y deseo que se levante y se vaya, pero no me desanimo. Sé que no he sido ignorado o abandonado, porque mucho antes de que el Sr. Dificultad entrara por la puerta, mi Salvador había tomado residencia permanente en mi vida. Esto significa que, a través de todo este drama, no he sido abandonado para lidiar con el Sr. Dificultad por mi cuenta. Mi Salvador ha estado conmigo, por mí, y en mí, y Él trabaja para tomar cosas muy malas y producir a través de ellas cosas muy, muy buenas. Él ha hecho esto por mí, y lo seguirá haciendo.
Así que escribo este libro para aquellos que también han sido invadidos de pronto por el mismo desconocido indeseado. Escribo para que tú también te sientas amado, preparado y agradecido, no, no por el dolor, sino por Aquel quien está contigo en tu dolor. Él es Aquel quien no solo te consuela, sino que produce cosas hermosas en ti y por medio de ti a través de lo que no invitaste a tu vida y realmente no quieres en tu vida y de aquello que no parece bueno en lo absoluto.
1
El día que mi vida cambió
El 19 de octubre de 2014 es un día que nunca olvidaré, porque es el día que mi vida cambió. No quería que mi vida cambiara, no había planeado que mi vida cambiara, pero mi vida cambió. Fue inesperado y no deseado, repentino y fuera de mi control. No lo vi venir. A veces los grandes cambios vienen con advertencias. A veces puedes ver las nubes oscuras en el horizonte. A veces es un sentimiento extraño o un pensamiento ansioso que te alerta que algo viene a la vuelta de la esquina. Pero estaba totalmente sorprendido y completamente desprevenido para lo que estaba a punto de ser puesto en mi plato.
Estaba fuera en un viaje de ministerio y comencé a tener algunos síntomas menores, pero eran lo suficientemente mínimos como para tener alguna pista de lo que estaba por venir. Pero porque ya no soy un recién egresado de la universidad y estoy en la edad en que es importante prestar atención a los mensajes que te da tu cuerpo, llamé a mi médico inmediatamente cuando llegué a casa. Él sugirió que, ya que vivo en Center City, Filadelfia, a solo un par de cuadras de un gran hospital, que fuera allí a que me revisaran. Él me aseguró que no sonaba como algo por lo que preocuparme y que probablemente me examinarían y me enviarían a casa.
El día siguiente era domingo, así que el plan era que Luella, mi esposa, y yo fuéramos a la iglesia, fuéramos a comer algo después, y luego caminaríamos hacia el hospital. Estábamos tan relajados sobre el asunto entero que nos detuvimos en el Starbucks del vecindario en el camino. Nos registramos en la sala de emergencias del Hospital Jefferson, sabiendo que tendríamos una larga espera, y nos acomodamos para ver a las Águilas de Filadelfia. Me senté allí más impaciente por ser visto por un médico, que ansioso por lo que me dirían. Finalmente me llamaron y me pidieron que describiera mis síntomas, mientras que tomaban mis signos vitales.
No pasó mucho tiempo antes de que hubiera cuatro médicos de diferentes departamentos en la pequeña sala de emergencias. Pregunté qué estaba pasando, pero nunca obtuve una respuesta directa. A mi izquierda escuche a dos de los doctores hablando sobre diálisis. No tenía sentido para mí; Pensé, ¿De qué están hablando? No parecía posible que yo estuviera tan enfermo. No me sentía enfermo. Yo había hecho mi carrera diaria de diez millas en bicicleta esa semana. Acababa de predicar por seis horas durante el fin de semana con toda la energía que siempre tengo. Pensé debían tener el expediente equivocado, que debían estar mirando los síntomas equivocados. Pero esos doctores no estaban en la sala de exámenes equivocada. En un instante, me estaban realizando procedimientos dolorosos, y en poco tiempo, fui admitido para lo que se convertiría en una estancia de diez días. Era confuso y desconcertante, por decir lo menos. No entendía lo que estaba pasando; todo lo que sabía con seguridad era que una tarde tranquila se había vuelto repentinamente muy seria y muy dolorosa. Pero no estaba preparado para lo que estaba por suceder a continuación.
Casi inmediatamente después de llegar a mi habitación del hospital, entre en un espasmo de cuerpo completo. Nunca podré describírtelo adecuadamente. Este era un dolor que nunca supe que existía, y durante los espasmos el dolor se centraba en la zona de la ingle, donde sentía como si alguien me hubiera pegado con un cuchillo. Los espasmos llegaban con ferocidad cada dos o tres minutos, y cuando venían, gritaba. Cuando tienes miedo, algunas veces gritas buscando ayuda porque esperas que alguien escuche y venga al rescate. Estos no eran ese tipo de grito. El dolor era tan intolerable que gritos involuntarios simplemente salían de mí. Y en el medio mis gritos clamaba en desesperación, “¡Dios, ayúdame! ¡Dios ayúdame!” Fue aterrador pasar eso. No tenía miedo del día siguiente; me aterrorizaban los siguientes cinco minutos y la tortura que los espasmos traerían.
Grité durante treinta y seis horas, y mientras gritaba, no podía entender por qué alguien en el hospital no me ayudaba. No podía entender por qué no hacían algo para aliviar mi dolor. Una enfermera me dijo que no dejara que mi cuerpo se tensara cuando llegaran los espasmos porque eso los hacia peores. Ella bien podría haberme dicho que saltara sobre la luna. Cuando llegaban los espasmos, perdía toda capacidad de controlar mis respuestas físicas. Después de un espasmo particularmente horrible y más largo de lo normal, con lágrimas, miré a Luella y le dije que me quería morir. Solo quería que la tortura se detuviera, y parecía imposible que alguien no pudiera hacer algo para ayudarme con mi dolor.
Para agravar mi dolor había confusión. No tenía idea de que me estaba pasando. No tenía idea de cómo había salido de un relajante chai con Luella en Starbucks esa tarde a esta horrible escena. No tenía idea de lo que estaba pasando en mi cuerpo que de alguna manera hiciera sentido de todo esto. Y no tenía idea de qué estaban haciendo los doctores entre bastidores para lidiar con lo que fuera que estaba pasando dentro de mí. Lo repentino y lo irracional de todo simplemente hacia más difícil lo que estaba experimentando. Yo quería que todo parara, y no me importaba cómo.
En uno de esos momentos en los que gritaba, preguntándome por qué nadie estaba haciendo nada para aliviar mi dolor, mi hijo Ethan dijo: “Papá, ahora no están preocupados por tu dolor; están preocupados por salvar tu vida. Cuando estés estable te darán algo para tu dolor”. Esas palabras fueron enormemente útiles. Y llegó un momento en que me dieron algo para aliviar el dolor de esos espasmos.
Lo que pensé que sería un chequeo se convirtió en una estancia en el hospital de diez días. Y durante los primeros días no sabía con lo que estaba lidiando. Sabía que algo estaba terriblemente mal, y así Steve, quien maneja mi vida ministerial, comenzó a cancelar los próximos eventos ministeriales. Yacía en la cama, agotado y desanimado y en constante incomodidad. Habían insertado un catéter, y sangré por el catéter durante los diez días enteros, a veces dolorosamente pasando coágulos de sangre bastante grandes.
¿Cómo me había enfermado tan rápido? ¿Que estaba mal, y cómo se arreglaría? ¿Estaba en las manos médicas adecuadas? ¿Cuánto tiempo estaría en el hospital? ¿Cómo podría todo esto alterar mi vida? ¿Qué impacto tendría en mi ministerio? ¿Qué significaría para Luella y mis hijos? ¿Qué era lo que Dios estaba obrando? Estas eran algunas de las preguntas que resonaban en mi cerebro mientras yacía en esa cama sangrando en una bolsa.
Aproximadamente al tercer día, el médico nefrólogo que había sido asignado a mi caso entró y me informó que mis riñones habían sido dañados significativamente. Me enteraría más tarde que cuando llegué al hospital, tenía una insuficiencia renal aguda. Si hubiera esperado de siete a diez días más, mis riñones habrían muerto, y yo no estaría aquí escribiendo este libro. Fue impactante e irreal escucharlo. Había entrado en el hospital con la identidad de un hombre sano. Había hecho mi rutina de ejercicio esa semana. No me había sentido mal. Pero yo era un hombre muy enfermo con un diagnóstico muy serio que cambiaría mi vida para siempre.
En formas que nunca antes había experimentado, me sentía vulnerable y pequeño. Estaba obsesionado con la idea de que podría haber otras cosas sucediendo en mi cuerpo y que no conocía. No había pensado en la muerte hasta ahora, pero ese pensamiento estaba ahora conmigo todo el tiempo. Nunca había pensado en vivir con una enfermedad a largo plazo o los efectos de un daño significativo a un sistema de gran importancia en mi cuerpo. Me preguntaba si podría continuar haciendo a lo que Dios me había llamado a hacer, y, si no podía, ¿qué haríamos? ¿cómo viviríamos? Clamé por la ayuda de Dios, con esas palabras exactas, porque estaba demasiado conmocionado y confundido para saber por qué orar. Tomé sus promesas. Intenté predicarme a mí mismo de Su presencia, pero fue difícil. En el medio de la noche era difícil cuando la enfermera venía a cambiar mi bolsa, mientras permanecía despierto en la oscuridad para controlar mis pensamientos. Luella dormía en la silla a mi lado, y yo le tomaba la mano y lloraba. Ni siquiera sabía por qué estaba llorando; las lágrimas simplemente salían.
Cuando finalmente me dieron de alta del hospital, todavía era un hombre muy enfermo. Salí del hospital con un catéter y una bolsa sujeta a mi pierna. El aparato me hacía sentir incómodo al sentarme, dormir, o caminar. No estaba acostumbrado al aparato, así que hice repugnantes líos. Todo era mortificante y un poco deshumanizante. Pero creo que Dios es bueno, e hice todo lo que pude para correr hacia Su bondad y no alejarme de ella. Al irme poniendo más fuerte viajé a conferencias para hablar con la bolsa sujetada a mi pierna y el miedo cada vez de que no tendría la fuerza para atravesar todo el fin de semana.
Durante la primera cita posterior al alta hospitalaria con mi médico, me informaron de la gravedad de mi daño renal y me dirigieron con el nefrólogo que se encargaría de mi seguimiento médico. Cuando vi a mi médico especialista en riñones me dijo que había perdido 65 por ciento de mi función renal y que el daño no podría ser revertido. Salí de esa cita agobiado por la larga lista de efectos transformadores del daño renal. Poco sabía que no estaba al final de mi aflicción física, sino al comienzo.
Poco después, me informaron que necesitaba una cirugía mayor. Viniendo a los pocos meses de haber salido del hospital, fue un golpe. Acababa de empezar a escalar mi camino de vuelta físicamente y en mi vida de ministerio, y estaba a punto de ser derribado físicamente otra vez y tener mi vida de ministerio interrumpida otra vez. No puedes pasar por cosas como esta sin preguntarte qué es lo que está haciendo Dios y sin al menos ser tentado a dudar de Su sabiduría, bondad y amor. Enfrenté esas tentaciones, pero no dejaría que mi corazón fuera allí. Me aferré a las promesas de Dios incluso en medio de la decepción y la confusión. Pero fue muy desalentador. Lidié con la aparente irracionalidad de todo eso; ¿Cómo tenía sentido que, en este momento de mi mayor influencia en el ministerio, me debilitaría mas de lo que nunca había estado?
Después de la cirugía, una vez más pensé que estaba en el camino hacia la recuperación de mi vida normal, pero la recuperación no era el plan. Aproximadamente tres meses después de mi cirugía y segunda hospitalización, me informaron que necesitaría otra cirugía. Se había desarrollado tejido cicatrizal que ponía en riesgo mis riñones, y como no quedaba mucho riñón, la cirugía era esencial. El día de mi segunda cirugía me despertaron a las cuatro y media de la mañana para dirigirnos al hospital para ser preparado. Estaba ansioso por la cirugía, pero desanimado ante las perspectivas de sus efectos. Yo sabía que sería un revés físicamente y tendría que comenzar el proceso de recuperación de nuevo. Sabía que mi vida y mi ministerio serían puestos en espera de nuevo. Y sabía que no tenía poder en lo absoluto para evitar que todo eso sucediera.
El sufrimiento físico expone el engaño de la autonomía personal y la autosuficiencia. Si tú y yo tuviéramos el tipo de control que creemos tener, ninguno de nosotros pasaría a través de alguna situación difícil. Ninguno de nosotros elegiría estar enfermo. Ninguno de nosotros elegiría experimentar el dolor físico. A ninguno de nosotros le gusta la perspectiva de estar físicamente débil y deshabilitado. A ninguno de nosotros le gusta que nuestras vidas se pongan en pausa. El sufrimiento físico te obliga a enfrentar la realidad de que tu vida está en manos de otro. Te recuerda que eres pequeño y dependiente, que cualquier pequeña parte de poder y control que tienes puedes ser quitada en un instante. La independencia es un engaño que es rápidamente expuesto por el sufrimiento.
Descubrí que lo que estaba pasando no solo era desalentador en muchos sentidos, sino también profundamente humillante. Mi debilidad me habilitó para ver y admitir cosas a las que nunca antes me había enfrentado. Mi enfermedad redefinió quién yo pensaba que era y lo qué pensaba de mi caminar con Dios. Permíteme explicar. Durante estos meses me enfrenté a la realidad de que gran parte de lo que pensaba que era fe en Cristo era en realidad confianza en mi condición física y orgullo en mi capacidad de producir. Siempre había tenido mucha energía y estaba en bastante buen estado físico para mi edad. No recuerdo jamás haber estado muy cansado, nunca requería de mucho sueño, y era siempre capaz de ser productivo. Solía decir con orgullo que dormir era una interrupción necesaria para un día de lo contrario productivo. El sufrimiento tiene el poder de exponer aquello en lo que has estado confiando todo el tiempo. Si pierdes tu esperanza cuando tu cuerpo físico falla, tal vez tu esperanza no estaba realmente en tu Salvador después de todo. Era humillante confesar que lo que yo pensaba que era fe, era en realidad autosuficiencia.
Pero Dios todavía no había terminado conmigo. Contrario de lo que esperaba y habría planeado, no había terminado con cirugías o estancias en el hospital y la vida interrumpida que seguiría. Casi cuatro meses después, con un cuerpo que aún no se había recuperado completamente, me encontré siendo conducido en silla de ruedas a una cirugía nuevamente. Más tejido cicatrizal se había desarrollado, creando más obstrucciones y poniendo mis riñones en riesgo una vez más. Cada cirugía era seguida por el cateterismo y esa bolsa sujetada a mi pierna. Cada cirugía resultaba en mucho dolor, profunda debilidad y noches de insomnio. Cada cirugía era acompañada por la batalla espiritual del corazón y la mente. Cada cirugía era seguida por todas las tentaciones que saludan a todos los que sufren en este mundo caído. Cada vez, me era recordado que el sufrimiento es una guerra espiritual.
La mejor manera de caracterizar mi desánimo en ese momento es con algo que le dije con lágrimas a Luella más de una vez: “¡Todo lo que quiero es que Paul vuelva de nuevo!” El viejo Paul es lo que anhelaba, el que tenía una energía infinita y un cuerpo que funcionaba sin asistencia médica. Quería el viejo Paul que podía lidiar con un horario ridículamente ocupado y que nunca se sentía estresado o cansado. Odiaba estar enfermo, débil y cansado, y odiaba el hecho de no poder liberarme del ciclo de cirugías en las que estaba atrapado. No odiaba a Dios, no deseche mi teología y no lleve a Dios ante la corte de mi juicio para cuestionar Su sabiduría y amor, pero sí luchaba con aceptar lo que había puesto en mi plato. No me veía bien, no me sentía bien y tenía poca energía para hacer las cosas que Dios me había llamado a hacer. Tenía la intención de gastar algunas horas escribiendo, pero muchos de esos días me levantaba con tan poca energía de cuerpo y mente que todo lo que podía hacer era sentarme en una silla.
Terminaba el día tomando siestas, algo que nunca antes había hecho. Solía burlarme de las personas que no podían sobrevivir sin su siesta diaria. Ahora esperaba mi siesta. Esto era todo muy desorientador y desalentador. No reconocía a la persona en la que me había convertido y no podía relacionarme con el nivel de incapacidad que sentía. A medida que todo esto me inundaba, recibí más malas noticias: necesitaría otra cirugía. Acortaré la historia aquí. Seguí necesitando cirugía tras cirugía hasta que había tenido ¡Seis cirugías en dos años! Mi cuerpo nunca tuvo suficiente tiempo para recuperarse. Debilidad construida sobre debilidad, síntomas acumulados sobre síntomas, y la guerra dentro de mi bramaba. El cuerpo de nadie puede tolerar cirugía tras cirugía en la misma área anatómica. Me preguntaba si en el intento de salvar mis riñones, otras partes de mi cuerpo estaban siendo dañadas irreparablemente.
Mi sexta cirugía fue la más grande y la más difícil hasta entonces. Mi cirujano había evitado hacer esta cirugía porque era muy invasiva y dolorosa y sería seguida por un largo y difícil período de recuperación. Pero estaba claro que tenía que hacerse. Era muy difícil y dolorosa y me dejó esencialmente confinado en casa dos meses.
Todavía no sé a qué me estoy enfrentando físicamente. Han pasado seis meses desde la última gran cirugía, y mis síntomas son tan manejables como sea posible en este punto, pero me han dejado como un hombre físicamente dañado Nunca más podré ejercer el ministerio de la manera lo había hecho durante años. Nunca volveré a tener la energía que una vez tuve. Siempre estaré limitado por los resultados de daños mayores a un órgano esencial. Y ya que mi ministerio era financiado en gran parte por conferencias de fin de semana, mi sufrimiento físico ha traído con él un estrés financiero para mí y para mi equipo de ministerio. Hemos tenido que tomar decisiones difíciles, decisiones que ninguno de nosotros quería tomar. Hemos tenido que hacer preguntas difíciles que nunca pensamos que necesitaríamos hacer. Hemos tenido que confesar nuestra dependencia de Dios en formas más profundas de lo que nunca lo habíamos confesado antes. Y hemos tenido que agradecer a Dios por un nuevo estándar que nunca habríamos elegido para nosotros mismos.
¿Por qué comenzar este libro con mi historia?
El sufrimiento nunca es abstracto, teórico o impersonal. El sufrimiento es real, tangible, personal y específico. La Biblia nunca presenta el sufrimiento como una idea o concepto, sino lo pone ante nosotros en el drama de sangre y entrañas de experiencias humanas reales. Cuando se trata del sufrimiento, la Escritura nunca es evasiva o cosmética en su enfoque. La Biblia nunca minimiza las experiencias duras de la vida en este mundo terriblemente roto, y al hacerlo, la Biblia nos obliga a salir de nuestra negación e ir hacia la honestidad humilde. De hecho, la Biblia es tan honesta sobre el sufrimiento que relata historias que son tan raras y oscuras que si fueran un vídeo de Netflix probablemente no lo verías.