Buch lesen: «De la separación de pareja a la superación personal»

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DE LA SEPARACIÓN DE PAREJA A LA SUPERACIÓN PERSONAL
El maravilloso camino de la separación consciente
Book trailer

Fecha de Edición: Octubre 2020

@2020, Patricio Defranchi

Gracias a Kristopher Roller por compartir su trabajo en Unsplash.

Gracias a Ariel Galliano por su ayuda en el diseño del arte de tapa.

Derechos exclusivos de edición digital reservados para todo el mundo.

Editado por:


ISBN: 978-987-47549-7-4

Editado en Argentina

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin permiso previo del editor.


DE LA SEPARACIÓN DE PAREJA A LA SUPERACIÓN PERSONAL
El maravilloso camino de la separación consciente


Patricio Defranchi

SOBRE MI


Soy Patricio Defranchi. Nací el 2 de mayo de 1979. Soy padre de dos hijas, ambas fruto de mi matrimonio con Julieta. En el año 2018 y luego de diez años juntos, decidimos iniciar nuestro proceso de separación. Personalmente puedo decirte que fue un momento que marcó un antes y un después en mi vida. Fue un desafío mental, emocional y vivencial enorme para mí, donde sentí tocar fondo muchas veces y donde me encontré absolutamente perdido sobre cómo reencauzar mi vida y volver a recuperar la alegría.

Luego de llevar adelante un proceso similar al que te cuento en este libro, con mucho trabajo interno, compasión, gratitud, perdón, cambio de hábitos y búsqueda de creencias limitantes, logré salir adelante definitivamente y desencadenar en mí el proceso de crecimiento personal más trascendente que jamás había vivido y aún sigo experimentando.

En mi esfera profesional, soy abogado desde el año 2002 y me especialicé de inicio en derecho de familia. No encontré en el ejercicio como abogado, pese a intentarlo muchos años, una manera efectiva de llevar adelante mi fuerte propósito por pacificar la conflictividad familiar y ayudar a las parejas a trascender el momento crítico que estaban experimentando cuando llegaban a mi despacho. Amplié mi práctica a la mediación de familia, rol que me dio una mayor intervención y mayor manejo, aunque siempre sesgado por el entorno legal que terminaba transformando la mesa de negociación en un duelo económico y de egos.

Fue así que entendí que debía buscar un lugar aún más estratégico para trabajar, y descubrí las herramientas del coaching y del desarrollo personal, especializándome en el ámbito de las relaciones y acompañando a hombres, mujeres y parejas en sus procesos de separación o divorcio, ayudándolos a trascenderlo, a recuperar la confianza y la autoestima y a construir la vida de sus sueños donde cada uno de ellos se transforme en el artífice de su felicidad cotidiana.

Hoy agradezco profundamente que mi actividad profesional se encuentre alineada con mi propósito. En la interacción permanente con toda la gente que se integra a esta comunidad de la separación consciente y el desarrollo personal, encontramos la posibilidad de compartir experiencias, aprender y descubrirnos y crecer como nunca antes.

Espero que encuentres en este relato, herramientas potenciadoras e inspiradoras para aplicar en tu vida.

Un fuerte abrazo.

Agradezco todo el camino recorrido que me trajo hasta este lugar en el que me encuentro.

Todo lo vivido, aún lo más doloroso, fue perfecto para mí.

Soy un hombre consciente de ello.

1.

Había señales, pero no llegabas a darte cuenta.

Creo que nunca tomaste consciencia del problema, con el cuál tu pareja y vos, estaban lidiando.

Creo que las distracciones externas jugaron un papel muy importante, sumado a la ausencia de una resolución oportuna, un plan, una estrategia que los haga salir a flote.

Quizás en otra situación, hubo una estrategia implementada, pero no dio los frutos que ambos esperaban. Porque intentarlo, implica que ambos quieren superar la situación crítica, implica sentar un objetivo e ir por él, pero la voluntad de llevarla a cabo no garantiza su éxito.

Puede ser que tengan ambos la sensación de que quieren seguir juntos, pero muchas veces el mismo camino, les hace ver cosas que no esperaban encontrarse y esa decisión termina modificándose.

Ojo que quizás ni siquiera hubo indicadores evidentes. Quizás se cruzó un tercero en el momento indicado y alguno de los dos tomó esa puerta de escape para animarse a salir.

Quizás hay una crisis personal de alguno de los dos o de ambos, algo que los tiene paralizados internamente, que no los deja avanzar o construir una vida en pareja, porque individualmente no están satisfechos consigo mismos. No sería la primera vez que pase que la dificultad de encauzar la propia vida, deje trunco un proyecto de pareja que parecía sólido.

Quizás el excesivo foco de atención puesto sobre los hijos comenzó poco a poco a quitarle aire al vínculo, a apagarlo, a postergar espacios comunes para compartir, para crecer como pareja. Quizás no supieron verlo hasta que el agua llegó al cuello y ya fue demasiado tarde.

Puedo seguir con los ejemplos. Es probable que en alguno de estos casos estés vos. Y ese estado tan incómodo es lo que te lleva a encontrar estas páginas.

Pretendo hablarte a vos con franqueza. Te voy a contar experiencias personales mías y de otras personas que me las confesaron.

Arranco hablando de mí. Estudié abogacía, no puedo decir bien por qué razón. Aunque sí puedo decir que el conflicto y el litigio siempre formaron parte de mi vida. Arrancando por el conflictivo vínculo entre mis padres, donde yo siempre, o al menos desde que tengo consciencia de ello, intenté ponerme en el medio con ánimo de pacificar la situación.

En el derecho desde inicio, despertó mi interés el derecho de familia, pero el ejercicio como abogado de parte, me exigía ponerme de un lado sólo de la campana desatendiendo el del “contrincante”, situación que consideraba inconveniente y muy parcial e injusta. Además, percibía por lo general, que tenía que abogar por la pretensión de una persona que aún estaba rota, con emociones desenfrenadas y desordenadas y se agarraba de las armas legales (que yo debía exhibirle y ejecutar en su nombre) para intentar, por esta vía, calmar su apetito de venganza.

Y claro. Los vínculos, en su gran mayoría no mejoraban. Y mi rol era una suerte de frío organizador de tiranteces recíprocas, pero no trabajaba nunca sobre el fondo del problema.

Porque realmente creo que no hay sanación total, abundancia y plenitud si no se llega a una solución donde todos crezcan y se reconstruyan luego de un golpe como el de una separación de pareja o el divorcio, más aún cuando hay hijos.

En esa búsqueda de un nuevo rol en esta conflictividad, decidí convertirme en mediador de familia. La mediación me daba un lugar intermedio en el conflicto. Imparcial. Creía que iba a permitirme desplegar mi ánimo de explorar el conflicto e intentar desde allí, bucear en conjunto con los asistentes al espacio los alcances de la situación actual y sus eventuales soluciones.

Allí pude desempeñar un rol más acorde con lo que pretendía. Y realmente intenté ayudar a las familias que se presentaban en las mesas de mediación. Pero este nuevo rol, aunque más estratégico y más en el centro de escena, no fue suficiente. Es que estaba demasiado intoxicado de “lo jurídico”. Empezando por los abogados de las partes. Y muchas veces ni siquiera me permitían hacer mi trabajo. No podía interactuar de un modo abierto con los protagonistas del conflicto, porque ellos mismos, desde el dolor más profundo, venían harto influenciados por la mirada parcial y sesgada de su letrado. Pretendiendo, desde lo legal, vengarse. Dejando la sanación de lado. O ni siquiera pensando en ella.

Entonces estos abogados y abogadas de parte, echaban más leña al fuego profundizando y polarizando al extremo la grieta entre los dos sufrientes quienes, lejos de intentar sanar sus emociones, se regodeaban en una disputa caprichosa proveniente de sus egos.

Hice lo mejor que pude en ese rol y vi millones de miserias. Desde negar la visita de hijos comunes, desconocer pactos familiares muy concretos sobre crianza, involucrar a terceros con fines de desdibujar el rol de alguno de los padres, hasta denuncias falsas de abusos o violencia doméstica para alejar a uno de los padres. Acá tu imaginación no va a encontrar límites.

Fui entendiendo también que mi rol como mediador, carecía de herramientas suficientes, y que aún debía encontrar un lugar más central para ayudar, para compartir mi visión e intentar provocar un cambio cultural y de mentalidad frente al problema de la separación de pareja y sus consecuencias en el ámbito personal, familiar y de relación.

Llega a mi vida con una impronta arrolladora, el mundo del desarrollo personal, el coaching y muchas otras herramientas que, con criterios holísticos se encargaban de enfrentar esta problemática de un modo mucho más efectivo y con sorprendentes resultados. El estudio de la conciencia, del poder del pensamiento, los efectos limitantes de las herencias familiares y las creencias forjadas, la visión de la realidad de cada uno, la posición de víctima o de maestro frente a la adversidad y un montón de conceptos muy poderosos, incorporaron un instrumental muy preciado para mi intervención, ahora, desde un rol mucho más sutil pero a la vez transformador.

En el camino de toda esta búsqueda, transité mi propia separación. Creo que un poco preparado por todo lo que había visto, entendí que no había lugar a posturas infantiles y que, si no había logrado madurar emocionalmente hasta ese momento, debía hacerlo ahora obligatoriamente para llevar adelante una separación consciente, sana y sin provocar daños a otros.

Una separación donde el amor y el respeto sean la directriz principal para la relación futura con mi ahora expareja, y donde mis hijas puedan seguir contando con dos padres, un poco rotos en ese momento, pero protagonizando ambos una reparación intensiva, para su cuidado, su crianza y su evolución, y sobre todo su crecimiento.

Ahora bien, aunque pueda sintetizarlo con tanta claridad ahora, habiendo pasado ya más de dos años, no puedo dejar de confesarte, para serle fiel a la franqueza que quiero transmitirte en este libro, que la pasé muy pero muy mal.

Para empezar, y para describir la previa a mi separación, tengo que contarte un par de cosas que ahora, viéndolas a la distancia, comprendo que no son menores. Tenía un sobrepeso de más de quince kilos. Creía que estaba bien, pero hoy veo mis fotos y no me veo igual de bien como, supuestamente lo percibía. De hecho, hacía unos años ya empezaba a recibir resultados de análisis de sangre con registros absolutamente fuera de la normalidad, empezando por elevadísimos registros de colesterol y triglicéridos y, muchas otras cuestiones que en nada ayudaban a mi salud.

A la par de esa manifestación física de que algo no estaba bien, ya venía registrando hacía tiempo duras manifestaciones en mi salud mental que no eran nada alentadoras. Arranco desde antes. Podría llegar hasta mucho antes y referirme a mi niñez y muchas cuestiones que exploré y encontré allí, pero sinceramente creo que excede el marco de este libro y de este testimonio que quiero darte.

Prefiero dejarlo para cuando hablamos desde mi contenido en redes, o incluso, para algún ensayo complementario que haga al respecto.

Entonces voy a arrancar desde que terminé la escuela secundaria. Y allí casi sin pensarlo salté directamente a la facultad. Creo que en mi legado familiar nunca estuvo la posibilidad de no pasar por la universidad, por ende, jamás me plantee no hacerlo. Y además de ello, estudié la misma carrera que mi madre, sin saber mucho qué era y, fundamentalmente porque en ese momento me identificaba todavía mucho con ella y con su forma de ver el mundo y no tenía desarrollada una mirada propia que me indicara qué hacer.

Sabía en ese momento que la medicina o la psicología podrían haber sido grandes opciones para mí, pero por alguna razón no tuve el coraje suficiente para rechazar el camino elegido por mi madre y lanzarme a lo desconocido.

A la par de la carrera universitaria, que hice en tiempo récord y terminé con muy buenas calificaciones, siempre fui un apasionado del arte. Me encantaba la música, cantaba y canto muy bien -ya en el secundario tenía una banda con amigos y tocábamos en algunas reuniones y alguna vez en algún bar-.

Además del canto, amaba la actuación, tuve unas primeras experiencias a los quince años en un taller con un reconocido actor argentino, y siempre seguí, desde ese momento, mi formación en paralelo. Siempre sentí que la actuación era para mí como un refugio, un lugar de creación libre, expresivo, auténtico, donde podía relajarme, mostrarme como quisiera y no reparar en lo que el otro pudiera pensar sobre mí.

Nunca tuve las agallas suficientes para decidir dedicarme enteramente a la actuación, aunque me hubiese encantado. Creo que mi sueño en ese momento era dedicarme a eso. Me atrapó el mandato familiar. Me atrapó el derecho. Me atrapó también la supuesta búsqueda de un estilo de vida económico acomodado –que ya tenía en casa de mis padres- y que supuestamente me garantizaba el ejercicio de la abogacía.

Recuerdo esto porque ya luego de recibido, nunca encontré en el ejercicio profesional mi lugar en el mundo, mi ámbito de crecimiento y florecimiento para una vida plena. No era la abogacía el instrumento con el que desarrollaría mis mayores potencialidades. Y, al principio cada seis meses, luego cada un año, luego cada dos años y cada vez con más espacio, golpeaba a mi puerta la necesidad de encauzar a través del arte, mi verdadero ser o, mejor dicho, la forma más pura de encontrarme conmigo mismo.

Esas situaciones que se presentaban, eran harto angustiantes, ya que me sentía frustrado. Enojado conmigo mismo por haber optado mal en mi camino profesional. Terminaba sintiéndome gris, desabrido, triste.

No tardó en llegar la depresión a mi vida. No tardó en llegar el tratamiento con antidepresivos. Ya era padre, además de abogado, pero no era feliz. Estaba muy contento por mi paternidad, pero no podía apreciarlo con la profundidad que lo hago hoy. Estaba con un profundo vacío interno que no encontraba cómo llenar.

Intentaba llenar ese vacío con algo exterior. De ahí el exceso de peso, mi frustración profesional y vocacional porque el ejercicio de la abogacía no me daba lo que esperaba.

No se hizo esperar el ocaso de mi vínculo matrimonial. ¿Cómo podría mi vínculo matrimonial soportar a un hombre roto en su esencia? A un hombre que hasta ese momento nunca había tomado el protagonismo de su vida, de sus creaciones y de sus decisiones y que culpaba al mundo de su desdicha, por no proveerle lo necesario para llenar sus vacíos.

Llegó la crisis, llegó la ruptura. A pedido de mi ex mujer. Un pedido muy profundo, con mucho miedo, pero con mucho amor y respeto.

En ese momento, no podía entender la demanda. No podía comprender la idea que me planteaba. No la entendía posible. No paraba de llorar y no tenía consuelo. No paraba de angustiarme. No paraba de victimizarme. Me enojaba con mi ex. Decía cosas que no quería decir. Tenía una tormenta de emociones desbocadas y me encontraba sin hilo conductor ni camino a seguir.

A veces regodeándome en mi propio dolor, intentaba darle lástima cada vez que la veía. Que sintiera lástima por el tipo destruido que tenía delante. Que se sintiera culpable de lo que había hecho conmigo.

Otras veces me ponía firme y no le hablaba, o lo hacía cortante y seco, con desinterés, ocultando mis emociones e intentando mostrarme fuerte e impermeable.

En fin, estaba perdido.

Los primeros visos de cordura empezaron a llegar los días en que me encontraba solo en casa, sin mis hijas quienes estaban con mi ex. Fue muy difícil estar solo en casa al principio.

Encontrarme mirando el techo de mi sala sin saber qué hacer. Sé que ese silencio, me devolvió un poco a la senda del encuentro conmigo. De alguna manera me puso frente al espejo y empezó a cimentar el hombre que vendría luego de esta experiencia.

A partir de esos primeros momentos de soledad, comienzan a abonarse en mí esta serie de reflexiones o, mejor dicho, este método de superación personal que ensayé conmigo. Lo apliqué en mí hasta la última palabra de este libro. Aún lo sigo aplicando firmemente y puedo confesarte que jamás en toda mi existencia he crecido tanto y tan sostenidamente como luego de haber vivido esta experiencia de separación con mi ex.

Puedo decirte que con este sistema hice muchas transformaciones en mi vida. Transformé mi cuerpo. Transformé mi mente. Superé la depresión hasta el punto de abandonar la medicación que tomaba por no necesitarla. Reconstruí la relación con mi ex, basada en la amistad, el respeto y la cocrianza amorosa y compartida. Reencaucé mi vida profesional, permitiéndome incorporar el arte a las herramientas con las que ya contaba. Encontré mi propósito personal de vida en la ayuda a otras personas como mi manera de contribuir al mundo.

En fin, llegó finalmente una etapa de plenitud que jamás hubiera pensado que se encontraba escondida detrás de esta experiencia tan dolorosa.

Espero que encuentres en estas palabras la fuerza necesaria para que comiences a liderar tu cambio, a liderar tu nuevo ser, porque te aseguro que esta situación, que hoy sin dudas percibís como un dolor desgarrador, es una oportunidad única que te brinda el universo para crecer a niveles extraordinarios y, puede ser, que detrás de éste proceso te espere la construcción de una vida soñada, una vida plena y un camino feliz en su desarrollo.

2.

En los segundos posteriores luego de terminada esa conversación en la que nuestra pareja nos comunica que decidió separarse o, quizás luego de esa conversación en que “decidimos juntos” la necesidad de poner un punto final al vínculo de pareja, generalmente nos impacta una suerte de shock emocional, el cual se caracteriza por las siguientes etapas bastante bien marcadas. El impacto inicial, la honda tristeza, el sentimiento de culpa, finalmente la aceptación, la etapa de reconstrucción y la transformación o resurgimiento.

No interesa tanto que conozcas de memoria las etapas, sino que empieces a percibir el momento en el que sentís vos que estás ahora.

Es necesario señalar que, a pesar de que existan ciertas etapas conocidas, la experimentación de este golpe o shock no tiene por qué ser lineal y ordenada. Podés avanzar y retroceder en las distintas etapas, y podés hacerlo varias veces.

Este shock del que te hablo, se caracteriza por tener la sensación de que todo se detiene, casi como sentirnos paralizados, desorientados y descolocados.

Es que no terminamos bien de entender qué significó lo que acabamos de vivir, qué consecuencias concretas van a suceder en nuestra vida y menos aún qué debemos hacer en ese minuto posterior. Esta situación puede durar en el tiempo indefinidamente, o, quizás mágicamente desaparecer de un momento a otro y reaparecer de golpe.

En esos posteriores momentos, es muy común que repasemos mentalmente algunos de los conceptos que formaron parte de esa conversación, rumiemos en el significado de frases comunes utilizadas como que “nuestra relación no va a ningún lado”, “que no sé bien lo que siento”, “que no sé lo que me pasa”, “que necesito tiempo conmigo para descubrirme”, “que ambos nos sentimos solos, aun estando con el otro”, “que ya no compartimos tiempo juntos y tampoco lo buscamos”, “que apareció otra persona que me confundió y puso en dudas mis sentimientos” y las mil variantes de un mismo mensaje, que en el fondo, implica nada más y nada menos que algo tan disruptivo como un corte de un vínculo.

A veces esa conversación es simplemente la comunicación de una decisión tomada, masticada, digerida y asumida por alguno de los dos, otras se da una verdadera conversación con intercambios de ideas y se llega a una conclusión común. Claramente el impacto en las personas es distinto en uno u otro caso, pero en todos, con distinta intensidad, existe un impacto relevante.

Y entonces, quien se encontraba menos preparado para la situación, aunque por lo general ninguno lo está, comienza a experimentar diferentes emociones. Emociones que son simplemente soluciones adaptativas ante los cambios que se producen en nuestro entorno y en nosotros mismos por ésta nueva situación que se impone.

Claro que en esta situación concreta y, con las creencias que forman parte de una consciencia colectiva que nos vende el amor dependiente al estilo Hollywood, donde los amantes no pueden vivir sin el otro, o donde medimos nuestro merecimiento de amarnos a nosotros mismos por la cantidad de likes que tienen nuestros posteos en Instagram, fácilmente podemos caer, luego de la pérdida de la pareja, en una profunda crisis de autoestima, existencial, y las emociones, lejos de poder ser utilizadas como vehículos naturales de salida o de superación de la crisis, se vuelven vehículos que profundizan con un espiral negativo, la caída y el sufrimiento.

Sí podemos estar seguros, que esas emociones se alimentan, como combustible de alto octanaje, de la innumerable cantidad de pensamientos que la situación vivida invita a alojar en nuestra cabeza, o, mejor dicho, que nosotros nos permitimos alojar en nuestra mente.

Y en ese lugar, es donde tenemos nosotros un papel central, aunque difícilmente en este momento podamos percibirlo sin ayuda externa.

Aparece en mi mente la soledad, aparece la falta de amor propio cristalizada en una imagen nuestra siendo rechazados o excluidos de algún sitio, aparece nuestra desdicha en otros ámbitos (laboral, patrimonial, deporte, peso, etc.) y así se acumulan imágenes y pensamientos en nuestra cabeza que se arrastran uno tras otro, disputándose el premio mundial al pensamiento más negativo o catastrófico sobre mi presente y mi futuro.

Este instante de quiebre en la relación que se desencadena en un momento, pero que muchas veces ya venía anunciado por actitudes, conductas, respuestas, emociones, palabras dichas y no dichas, comunicación o falta de y tantos otros indicadores que obviamos, nos pone obligatoriamente frente a una hoja en blanco que nos desespera.

No sabemos para donde arrancar. No sabemos cómo comportarnos. Y esos primeros pensamientos negativos de los que hablábamos más arriba, nos dan las primeras pautas de acción sin excepción.

Ira, bronca, odio, frustración, enojo, malestar, indignación, son las primeras emociones que pueden tocar tu puerta como consecuencia obligada de esos pensamientos.

Algunas se instalan, otras van y vienen, pero es como que preparan el terreno para que llegue a alojarse, ya con una intensidad aún mayor, la tristeza, la melancolía, la depresión, la culpa y una seguidilla de otras emociones muy difíciles de digerir, que sacan número a ver cuál de ellas protagonizará nuestro día y nos atormentará aún más.

Los sentimientos negativos acaban desbordando y quebrando nuestro equilibrio emocional. La sensación de soledad adquiere cierto protagonismo, y la vivimos con sustancial miedo e incertidumbre.

La soledad es un estado subjetivo vivido de diferente forma según quién se enfrente a ello. Mientras que muchas personas disfrutan de este estado, de ese encuentro consigo que habilita el redescubrimiento y la creación, otras lo viven con terror y fácilmente se ven desbordados de emociones negativas.

Claro está, y repito el concepto volcado anteriormente, que toda emoción es la consecuencia directa de un pensamiento. Necesariamente para que cada una de las emociones descriptas tenga lugar, necesitamos alojar, con carácter previo, un pensamiento en nuestra mente que la dispare o que la convoque.

Los pensamientos que aparecen son de todos los colores, tamaños y gustos. Y generalmente tenemos la convicción de que no podemos controlarlos y que el estado en el que nos encontramos, es algo inevitable y no hay manera de vivirlo de otro modo. Estamos convencidos, de hecho, de que no hay manera de vivirlo sin ese sufrimiento que nos atraviesa el alma y que creemos viene obligatoriamente junto a la experiencia de separación.

Claro que una ruptura de pareja implica dolor y cuanto más intensa y significativa haya sido para mí la relación dicho dolor es directamente proporcional, pero creo también que no necesariamente conlleva un sufrimiento, a pesar de ser esto lo que habitualmente sucede y se vivencia. Porque sufrir, aunque no podamos apreciarlo en este momento, es una decisión que tomamos nosotros frente al dolor percibido. Pero existen muchas otras decisiones posibles que ya iremos descubriendo.

Frente a esta situación y a esta variedad de pensamientos y emociones, empezamos a actuar frente a nuestra realidad. Y muchas veces, casi impulsivamente creemos que la solución la podemos encontrar fuera de nosotros.

Esa sensación de vacío, que lo representamos como un agujero en nuestro interior, requiere urgentemente, de acuerdo a nuestra percepción, ser cubierto, ser tapado. Y en nuestra búsqueda externa, ensayamos librarnos de esa sensación de vacío con todo tipo de tapas o tapones exteriores.

Buscamos a otra persona que nos haga olvidarlo u olvidarla, nos aferramos a la disputa patrimonial con nuestro o nuestra ex para intentar complicarle su vida diaria y así vengarnos, dificultamos la relación de nuestra ex pareja con los hijos comunes, investigamos y perseguimos a nuestra ex pareja en redes sociales para “analizar” las que queremos entender como “verdaderas” causas de la ruptura, posteamos fotos en redes sociales dirigidas a nuestra ex pareja de modo indirecto para “mostrarle” que nos encontramos bien; en definitiva, nos escapamos, nos resistimos, nos mentimos, hacemos daño, pretendemos quitarnos toda responsabilidad por lo ocurrido, y hacemos de cuenta –y lo sabemos bien- que nada tuvimos que ver con la ruptura y que la decisión de nuestra ex pareja, al no elegirnos más, fue absolutamente errónea e injusta.

Todas estas, respuestas desde el ego que se siente herido y que necesita, como siempre hace el ego, echar “la culpa” de la situación sobre el otro. Entonces no tomamos la parte de responsabilidad que es nuestra y, mucho menos, tomamos la manija de nuestra reconstrucción personal.

El ego siempre se rige por el miedo de no ser suficientemente bueno como para ser amado y aceptado.

Sumado a estas conductas de escape y en la búsqueda en el exterior a uno mismo del modo de superar la situación, resulta muy habitual, generalmente por el integrante de la pareja que se sintió “dejado o abandonado” por el otro, que éste último se obsesione con la necesidad de recuperar la relación con su ex.

Esta necesidad de recuperar a un ex, se expresa de acuerdo al apego y la dependencia que hemos desarrollado para con el otro.

Intentamos solventar necesidades emocionales con otra persona, en este caso, la más cercana, la pareja. La dependencia emocional se sustenta en creencias distorsionadas acerca del amor, de la vida en pareja, por las que concluimos con facilidad que, ante la falta del otro, nos sentimos insatisfechos y frustrados.

Y entre medio de todas las emociones que describimos previamente, comienza a aparecer una emoción que potencia todas las otras y aumenta su negatividad y daño. La ansiedad por resolver ese futuro incierto que nos exhibe la ausencia fatal del otro. Incorporamos una dosis letal de ansiedad a éste cúmulo de vivencias, y la necesidad de recuperar a nuestra ex pareja se vuelve una obsesión.

Quiero dedicarle unas líneas a este caso puntual porque es de los más habituales y con un alto poder de daño sobre la autoestima y la autoconfianza. Además de ello, nos ubica en un estado de victimismo, donde entendemos que la única forma de trascender la situación con la que estamos lidiando, vendrá de un tercero. De un cambio de postura de un tercero más precisamente.

De la mano de ese pensamiento, y como si nos faltara combustible para activar aún más nuestro estado, nos encontramos frente a un sinnúmero de gurúes, que en redes sociales pretenden darnos una estrategia infalible para recuperar al supuesto amor de nuestra vida, que nos dejó.

Nos aconsejan cómo dirigirnos a ellos, cómo escribirles mensajes de texto, cómo tratarlos en redes sociales, cómo captar su interés, cómo hacerlos sufrir, y la lista sigue, nutriendo un campo vastísimo de eventuales soluciones externas a problemas reales o a problemas autogestados y sustentados en una obsesión.

Ante nuestra fragilidad, propia de un estado como el post ruptura, nos entregamos a ese juego, y empezamos a analizar qué cosas que hice o no hice pudieron haberle disgustado al otro, qué tipo de conductas tuve para con el otro durante el vínculo, cuándo fui justo o injusto, cuándo fui bueno o malo, qué tipo de conductas debo llevar a cabo para lograr que el otro perciba que se equivocó, que tomó una decisión pésima dejándome, y cómo hacer para que mi ex pareja se desespere por volver a mi lado.

Claro que todo se vuelve una suerte de competencia, de blanco o negro, de marcada dualidad.

Difícilmente podamos comprender en ese momento, que todos los aspectos barajados son también parte de la verdad completa de la situación.

Esta mecánica obsesiva, me priva la posibilidad de contemplar con amor y cuidado a mi ser interior, con el afán de crecer y aprender, de enfrentarme a mí mismo con humildad para detectar qué aspectos personales necesitan de mi atención y cuidado, qué aspectos debo reparar y trascender. Focalizo en el otro y dejo de atender qué pasa conmigo. Busco en ese otro la única solución para superar el sufrimiento que estoy experimentando.

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