Buch lesen: «Letras imperfectas»

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Pablo Amado

LETRAS IMPERFECTAS


LETRAS IMPERPECTAS

Fecha de Edición: 2019

@2019, Pablo Amado

Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo:


info@signovitalediciones.com - Buenos Aires - Argentina

ISBN: 978-987-3610-41-7

1. Literatura Argentina.

Título - CDD A860

Fecha de catalogación: 2019

Editado en Argentina

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin permiso previo del editor.

A mis duendes, ellos saben quienes son,

Al chico que fui, con los sueños intactos.

Mi vida es mi mensaje.

(Mahatma Gandhi).

Del autor:

Puede resultar tan grato como sorprendente tratar de compaginar viejas hojas de carpeta escolar con servilletas de viejos bares conteniendo poesías, cuentos o canciones, piezas de arqueología de hace más de cuarenta años, algunos cuadernos de tapa dura con ensayos de puño y letra. Yo mismo puedo sorprenderme del estilo que desarrollaba, reviviendo viejos amores, en especial el momento del Servicio Militar, ya que, estando bajo bandera escribía testimonios tan elocuentes como “Con el pecho contra el suelo”

Viejas letras que entremezclo con nuevos relatos que fui diseñando, más que nada con la intención de intercalarlos y nunca establecer el orden histórico que lleve al lector a situarse ante cada momento.

Seguro estoy de que van a disfrutarlo, desandando cada historia y haciendo un recorrido lleno de matices y emoción.

♪ ♫ Pablo Amado

El hilo conductor del tiempo fue transgredido en forma deliberada,

lo que hace al texto caprichosamente más imperfecto.

♪ ♫ Pablo Amado

Palabras introductorias

Conocí a Nati (como llamo a Amado, en confianza) como piedra fundamental y nada virtual de Signo vital Ediciones digitales, fue nuestro primer autor, quien primero confió en nosotros y eligió ser tanto más que cliente, medialunas mediante. Un ser luminoso, tierno, lleno de anécdotas y muy melancólico.

“Aquellos duendes del alma” fue su primera novela, y con persistencia y convicción absolutas se la llevó de gira por el pueblo donde había sido gestada, y alrededores.

Ahora, con ésta su segunda obra literaria, nos lleva a todos de gira por su adolescencia, su juventud y sus años de oro. A través de cuentos y poemas que fueron transcriptos a partir de amarillentos cuadernos de colegio, con una caligrafía sin abolladuras, que tuve el privilegio de pasar en limpio como quien ayuda a abrirse a una rosa.

Un libro como un diario de vida. Como un cuarto lleno de recuerdos que, de puro convivir con ellos, ya no registramos, pero entonces aparece Pablo y nos invita a hacer el propio inventario, alentados por su envidiable e inagotable asombro. Un revolver en el arcón de lo que fuimos, para descubrir cómo llegamos a ser lo que somos. Un viaje por la inocencia que, en el caso de esta primera persona del singular, no termina nunca: sólo se sigue recorriendo, tal vez con más énfasis en el color de las penas y los logros -porque se crece a fuerza de ellos- pero la misma almita de ojos deslumbrados y listos siempre para desbordar.

“Letras imperfectas” es una reconciliación con la ilusión de que todavía se puede sentir así, como sentíamos cuando nos enamorábamos para toda la vida. Leer y releer sus páginas es primaveral, reconstituyente y nos da un espejo en el cual vernos más buenos.

Bibi Albert

Escritora

“Un ángel me dio la luz apagando la suya”

“y de puro capricho cayeron las letras de sus renglones, pegando a la piel de los márgenes sin paréntesis.

Adornaron con vida amores lejanos y besos no correspondidos, alumbraron mil lunas desiertas y endulzaron almas enhebradas con hilos de pasión.

No conformes, fueron más imperfectas pero batallaron al fin de sus días y noches, habitando el calor de dos cuerpos enamorados, dándole color a momentos llenos de horizontes lejanos, esos que parece tocamos y nunca llegamos”

Pequeña mujer (1971)

A vos que me enamoraste,

que te creíste mujer,

que en nada pensaste

que podía suceder.

A vos que me enseñaste

que amar también es sufrir,

dentro de ti, en mí no pensaste

que te podía querer.

A vos, sí, pequeña mujer,

a todo lo que creaste

que por alto pasaste

y que el viento se llevó.

Pequeña mujer, hoy me río

de lo que el ayer me recuerda

que el amor es un ejemplo

para que nunca se pierda.

Los amantes (1972)

Soy solterito con honra.

Soy solterón sin amor.

La que me quiso no quise

y la que quise me abandonó.

Lo que hoy empañó mi pena

para ella ayer fue dolor.

No me di cuenta primero

lo que sentía mi corazón.

Felices habíamos sido,

poemas de ruiseñor.

Con sangre de lastimado

ahogué las cartas de amor.

Los versos yo fui olvidando

escritos con su canción

pero sus ojos quedaron

aferrados a mi desazón.

Extraño el sabor de sus labios

como páginas de libro cerrado.

La conocí de estudiante lejano

dibujado su rostro en mi boca.

Seguía sintiendo sus manos en mí,

manos que dormían llorando.

Sus labios quemaban mis labios.

Sus ojos miraban el gris de mi cielo.

Amanecer que nace lloviendo,

su boca que muere mintiendo.

Tendremos que separarnos,

no habrá alternativa de amarnos.

Ésta es la historia ardiente

de un amor que ama sonriente,

de su poeta que muere consciente,

a sabiendas que los amantes

se alejan y mienten.

El amante de esta novela

piensa en lo triste que fue el antes

y lo peor que será El Mañana.

En sus zapatos (2015)

1938

Nachmann está bajando del buque Oceanía esa mañana de setiembre llevando en brazos a su hijo menor. María mira atenta la explanada luego de un viaje agotador, y sus hijas están tan delgadas como tantos inmigrantes que llegan desde Trieste a la América soñada. Son pocos los que pueden adivinar de dónde escapan ellos, ya que todos están huyendo de la barbarie humana, y es tan igual la penuria que no importa de qué lugar de Europa vienen, abajo los esperan para revisar su cabeza sospechada de piojos por fuera como por ideales por dentro. Sin embargo, se los anota como alemanes y él desgrana su primera lágrima por el insulto. El ya viejo hotel de Retiro los recibirá por algunos días, ¿cuántos?, piensa, mientras ve a sus niñas jugar con muñecas desvencijadas: resisten mis hijos, piensa Nachmann, cómo no hacerlo también. Pero parece ya viejo por dentro, con un corazón que dibuja harapos de tristeza, a sabiendas de haber perdido la vida de sus familiares. Las fotos sepia en la pared de mamá me los muestran adustos y serios, creo mostrando la dureza de una vida que les golpea en demasía. Y trato de imaginarlo con una sonrisa ya que no muestra intención de ese menester. En Buenos Aires flamean sábanas de percal en patios de malvones y terrazas antiguas, ¿se parece a mi amor por la lengua? ¿O los barrios viejos ya en los cuarenta respetan el orden de abecedario?, Abasto, Almagro, Boca y Boedo visten sus calles de conventillos y plazas, y Discepolín se encarga de pintarlos sin la paleta de Quinquela pero con la pluma y la palabra de un tango inolvidable.

1948

El abuelo resiste mucho más que las suelas de sus zapatos, ya desvencijadas por una Corrientes algo angosta todavía. Cualquier lapicera sirve para la venta, las ballenitas de camisas de almidón, peines y preservativos de una década profiláctica y dictatorial, su corbata parecerá nueva cada mañana cuando María le dé un toque de plancha al carbón, pero será la misma por lustros, al igual que el traje tan gris como el cielo de Jufré y Estado de Israel. Mira la tapa de Crítica buscando buenas nuevas sobre la guerra ya terminada para muchos pero no para él, pensando si alguna vez encontrará con vida a su familia masacrada por el nazismo. Camina a diario desde Medrano, pero ya lo antelaba desde Ángel Gallardo (quien será A. Gallardo?), y en Invierno cruzando donde nace Lambaré, para dejar que el tibio sol le de brillo a su existencia, mirará cada vieja casa y negocio de memoria ofreciendo sus mercancías en un pequeño maletín, cruzará Pueyrredón con las paredes blancas, los setenta balcones y ninguna flor de la pluma de Baldomero, todavía con bosta en sus suelas, las que se adhieren a la altura del Abasto, cuando los carros vienen en busca de verduras y frutas.

Escucha a Gardel en una vitrola sin saber bien quién es, pero se conmueve al ver, casi llegando a Callao, una librería de viejo que tiene discos de Strauss: Danubio azul le va helando el alma a don Nachmann, mientras ofrece betún para zapatos y jabón de tocador a su dueño: ¡Por favor, ponga nuevamente ese disco!, y yo imagino a Bogart con rostro melancólico diciendo: ¡Tócala de nuevo, Sam!

Llega al Luna Park sin signos de cansancio, tomará una sopa en “La Flota” creyendo en mi imaginación que ya existe sobre Leandro N. Alem, ¿Quién será Alem?, piensa el abuelo, porque aquellos inmigrantes se hacían viejos antes de tiempo y no sabían de figuras políticas argentinas, su cabello caía desde el cuerpo hasta el alma desvencijada, podías ser Giuseppe el zapatero, o José el albañil, viniste de Italia o España mirando el piso como Nachmann buscando respuestas a un porqué que ni siquiera hoy alguien explica.

Todavía en el Luna estaban los afiches de Gatica, quien quince años después emulará su destino vendiendo también baratijas en la calle.

Mira la Plaza Roma y piensa ¿Dónde estará Plaza Viena? Y retorna el camino andado por la vereda impar, mirando un tango desde enfrente del 348, ya con varios billetes “de a peso” en su bolsillo derecho, adivinando llevar el pan a su pieza modesta de Almagro, donde María y sus hijos (Erika, Edith y Harry) esperan el beso de su padre…

“Camina lerdo, bordeando la cañada” escribe una vez más el Nano en mi mente, y mi lápiz trata de imaginar al abuelo Nachmann sin tanto trajín ni suelas sin remiendo y cuore sin remedio.

Llega a Medrano y mira el sol poniendo proa al horizonte, como treinta años después lo hará su nieto, buscando a Dios su Señor y su mensaje de aliento y alivio.

1958

Su corazón está cansado y lo sabe, sus zapatos los repara mil veces Giuseppe en la esquina de Salguero y Humahuaca (¿Qué será Humahuaca?, piensa), ya lleva de la mano a Catalina, la menor, la única argentina y criolla… ¡Agarrate Catalina!!!, diría Pepe Iglesias en la radio, y Nachmann, ya abuelo de dos nietos, piensa en el que está en camino para setiembre, cuando sea más tibio el sol por Avenida Corrientes y Edith sea madre de nuevo…Mis dedos dibujan fantasías en el líquido amniótico de mamá tanto como en este proceso de escribir, pero hoy busco alguna foto de Nachmann conmigo y no la tengo, a fuerza de asumirlo como un ángel que me ayudó a ver la luz apagando la suya.

1968

Los Matadores ganan invictos su Metropolitano en ese agosto raramente templado. Miro yo desde el balcón de cemento el pozo de luz del departamento de calle Thames, de la menor de mis tías, y en una radio, escucho a Alberto Cortez cantar: “Y el abuelo un día se quedó dormido/ sin volver a España ♪ ♫ “, recuerdo me la enseñaron en la escuela, pero a mis diez años siempre escucho a mamá hablar de su padre con un dolor sin resignación, y mi abuelo pasa a ser un duende que sale del Wincofón con los valses de Strauss que ahora son de vinilo y no de pasta, ya el “gramofón” no es el de madera de calle Corrientes sino el nombre que mi abuela me tiene reservado, por tan locuaz y charlatán de feria… Y cuando viene a casa, todavía viviendo en la casa de Superí y Avenida del Tejar (¿Por qué será del Tejar?, pensaba yo). Sube la bobe Mitzi al colectivo 76 con paso seguro y le dice mi mamá desde abajo ¡Telefonieth!!! con ese alemán propio de austríacos sin idioma y sin patria.

En mis visitas a Tablada, veo todavía la foto de mi abuelo y su gesto, adivino su corazón cansado pero pujante, porque salió adelante lejos de su tierra, plantó bandera en Argentina y refundó a su familia, le dio la educación que pudo a sus hijos y no pudo conocer al más travieso de sus nietos…

1978

Apenas hace un mes que volví del servicio militar y ya estoy trabajando de cadete en las oficinas de una multinacional en 25 de Mayo y Lavalle, frente a Bunge & Born, donde se debe tener equilibrio por la pendiente de sus calles. Amo bajarla hasta Alem, porque mi gran amigo Horacio, un flaco sin igual al que a fines de los cincuenta le dio la polio y quedó con sus piernitas apoyadas en muleta, siempre tiene café caliente en el viejo Lumilagro de aluminio y me consigue los “Gitanes”, ya que los Parisiennes me saben berreta.

Voy cadeteando al centro porteño esquivando papelitos, porque ayer Argentina le hizo seis goles a Perú y se clasificó finalista…

Quirós, mi jefe, a cada rato me manda al banco, a la Aduana o a cualquier parte, yo le paso los viáticos, currito ya inventado por otro, pero sin darme cuenta camino todo el centro, mientras el Negro Segura a cada rato me explica el trabajo..

Me dieron un maletín para los trámites, y cospeles para el Subte B pero, desde el Bajo hasta Callao, prefiero caminar y no usarlos, ver la silueta del obelisco como emerge cuando subo la cuesta, con una impecable corbata y trajeado por don Tochi, mi viejo del alma. Muchas veces mi novia de entonces, que desde hace 40 años está a mi lado, me esperaba, ya que trabajé muchos años en el Bajo porteño ya sabiendo lo que no sabía don Nachman, que Leandro N. Alem había fundado el partido el cual era afiliado su nieto.

A veces caminaba por Avenida de Mayo hasta casa, cuando vivíamos en un coqueto dos ambientes de Paraná y la entonces Cangallo, pero muchas veces volví a pisar sus rumbos por Avenida Corrientes, con discos o libros que compraba en viejos locales con piso de madera, adivinando sus pasos, orgulloso de la sangre de mi abuelo Nachman y de estar en sus zapatos.

A Nachman Preismann, a su memoria, desde la mía.

Memorias del almanaque mundial (Canción 1974) ♪ ♫

Hoy mi mundo está tan triste,

mucha gente hambre tendrá

pero siempre la esperanza

existirá.

Simplemente hoy evoco

a esa gente que cayó

y su vida a la paz

dedicó.

Y hoy que somos más humanos

y queremos respetar

a esos miles que gritaron:

¡Libertad!

Imaginaron un mundo

que los llevó hasta Dios.

Intercambiaron la sangre,

esa sangre, por el sol.

Y hoy que somos más humanos

y queremos respetar

a esos miles que gritaron:

¡Libertad!

Educaremos mil hijos

y sembraremos amor

para que estrechen y sientan

este poco de ilusión.

Solamente soy sincero.

Solamente doy amor.

Solamente hoy regalo

mi canción.

La sonrisa se esconde como cáscara, la lágrima desnuda el

alma, el beso fusiona la sentencia

15 años de papel (Canción 1975) ♪ ♫

15 años de papel

mucha gente a quien querer

mucha gente a quien perder

15 veces recoger

las cenizas del ayer.

El presente detener.

Alguien que me haga llorar

para sostener mi andar.

15 años de vagar,

a una niña enamorar,

dibujarse en el andar.

Para amarte nada más

destruir un alma igual.

15 años para sonreír

y sentirse más feliz.

15 años de papel,

mucha gente en quien creer,

gente para recordar.

15 años de ilusión,

mi destino en el amor.

mañana será dolor.

15 años de papel,

15 años recoger

las cenizas del ayer.

La vieja y los gatos (2013)

Era común que me llevara mamá al Hospital Piñero, con esas amigdalitis propias de los chicos de los sesenta, que luego fueran operación de garganta, o por las primeras dosis de Sabin cuando no las aplicaban en la escuela. Caminando por Varela ya se me iban frunciendo las piernitas apenas veía el tejado naranja del hospital, creyendo que la vacuna sería una pichicata y no unas gotas en un terrón de azúcar.

Observaba el viejo mercado antes de cruzar Zuviría, y recordaba al pescadero que siempre me relataba cuando Gardel cantara para la gente en la puerta en los años treinta arriba de un carro, como Mario Lanza cuando interpretó al Gran Caruso.

Mamá revisaba en los quioscos la Radiolandia, y yo El Gráfico o la vieja revista El Ciclón, aquella impresa en papeles sepia.

Todavía estaban las vías del tranvía 83 -antes de los Leylands que iban desde Villa del Parque hasta Constitución-, el que nos llevaba hasta el Viejo Gasómetro de Avenida La Plata.

Cuando llegábamos al Piñero la veía, siempre harapienta y abrigada hasta en verano, mientras doña Tita me tironeaba la mano así la evitaba, algo que yo no quería…

Todos los gatos estaban a su alrededor, cada uno esperaba su turno para su plato de leche, y mi inocencia no entendía cuánta riqueza había en esa vieja, cuánto contraste con la indiferencia de la gente que pasaba por la esquina de Varela y Crisóstomo Álvarez.

Mi manito tironeaba la de mamá para quedarme, pero más podía su fuerza.

A media mañana, cuando salíamos, la viejecita ya no estaba y mi desazón crecía, los gatitos me miraban, a ver si se las traía de nuevo.

Nunca faltaba, hasta que un día no vino más y fueron despareciendo los felinos de a uno, adoptados por quién sabe.

Hubo otras viejas y otros gatos, pero treinta años después la recordaba a ella, en el pueblo, aquella mañana de domingo que fui a buscar a Julián, el único gatito del SAMCO de Sancti Spíritu, único pueblo cuyo hospital albergaba a un solo felino, y deseos ocultos de la infancia y de la adolescencia me invadieron, ya que papá no quería mascotas en casa, le bastaba con cuatro hijos cachorros, por eso mucho no duraban. Como César, un perrito fue a parar a casa de doña Rocha, la vecina y mamá del gordo Andrés, mi gran amigo de la infancia. O los dos patitos, sí, señores, patos, a los que habíamos bautizado junto a Daniel, mi hermano, como Ubaldo y Omar -por Fillol y Pastoriza-, al patio y jardín de otra señora. Y otro gatito que se fue nadie sabe dónde, la misma noche del 27 de octubre del 78, cuando me llevaron a Bahía Blanca por el conflicto del Beagle.

La vida es lo que recordamos de ella, decía Gabriel García Márquez, y puede ser una reminiscencia tan hermosa como patética. Los años cambiaron esa esquina, y he vuelto tantas veces al Hospital Piñero como tan pocas recuerdo a los gatitos, cachorros de una vida que no piden ni eligen, en un siglo tan cruento con tantos hombres y mujeres dispersos y abandonados en el mundo.

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