Galantus Nivalis

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Galantus Nivalis
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Autora

Noelia Santarén

Título

Galantus Nivalis, la matriz cristalina de la mente eterna

© 2018 Noelia Santarén

© 2018 Ediciones Especializadas Europeas SL. CIF: B-61.731.360

EEEliteraria (www.eeeliteraria.com/)

info@eeeliteraria.com

Portada: José D. Valero

ISBN 978-84-948349-5-0

Reservados todos los derechos. Este libro está protegido por copyright. Ninguna parte puede ser reproducida, traducida, contenida en algún medio de recuperación, o trasmitida de cualquier modo o forma electrónica, mecánica, fotocopias, incisiones u otros, sin permiso escrito del editor.

Índice de contenido

1  Capítulo 1

2  Capítulo 2

3  Capítulo 3

4  Capítulo 4

5  Capítulo 5

6  Capítulo 6

7  Capítulo 7

8  Capítulo 8

9  Capítulo 9

10  Capítulo 10

11  Capítulo 11

Hitos

1 Índice de contenido

2  Portada

3  Página de copyright

4  Página de título

5  Glosario

6  Capítulo

7  Capítulo

8  Capítulo

9  Capítulo

10  Capítulo

11  Capítulo

12  Capítulo

13  Capítulo

14  Capítulo

15  Capítulo

16  Capítulo

Noelia Santarén

Galantus Nivalis, la matriz cristalina de la mente eterna


GLOSARIO DE TÉRMINOS Y PERSONAJES

Aloha: pillywiggin del Reino de la Primavera que ayuda a Ópula.

Amarylis Bianca o Reina de las Nieves.

Bignonia o Reina de la Primavera.

Ciudad de cristal: lugar de entrega de la Vara del Tiempo.

Clara: humana, madre de Janiel y amiga de Ópula.

Carmelia: anciana que forma parte del séquito real del Reino del Otoño, junto con Gaspar.

Clarkia: hada de las nieves.

Desdoblamiento morontial: técnica parecida a la proyección fractal con la diferencia de que en el desdoblamiento morontial el cuerpo físico no está involucrado, sólo la consciencia.

Diantyhus: el boletus pecosus perteneciente a la familia de los Crocus que acompaña a Ópula al Pantano de las hojas caídas.

Esfera de la permanencia: esfera de luz que las tuktas tienen en el centro de sus pechos. Tiene la capacidad de conectar con cualquier energía que exista.

Galantus Nivalis: nombre botánico de la flor también denominada campanilla de invierno.

Gaspar: el secretario real del Reino del Otoño.

Gazania o Reina de las Hojas.

Grainé o Reina del Verano.

Larvas: seres creados por el Señor del Olvido que convierten la luz de los humanos en arena.

Loreleis: hadas musicales del agua.

Maga del Recuerdo o Lady Áster: misterioso y poderoso personaje que vive en el interior de la Montaña del no-tiempo, donde también se ubica la Sala de los Registros.

Mundo de Faerie o Siddhe: dimensión paralela a la de los humanos donde habitan infinidad de seres.

Ópula: es la protagonista. Ópula pertenece a la tribu de las tuktas y ha sido elegida para llevar a cabo el Pacto de la Continuidad.

Pacto de la Continuidad: trayecto que tiene como finalidad energizar la Vara del Tiempo.

Piscina de la memoria ancestral: en su interior flotan los orbes del conocimiento.

Pixies: hadas climáticas del Reino de la Primavera, diminutas y tremendamente juguetonas.

Proyección fractal: técnica que permite viajar entre dimensiones usando la energía como punto de contacto entre dos destinos. Se basa en el principio holográfico del universo según el cual cada parte contiene el todo en sí mismo.

Señor del Olvido: ser que vive en la Gruta del pliegue del tiempo.

Taquión del Corazón: cristal de color perla maxim con forma de icosaedro. Se encuentra en la Ciudad de Cristal y es quien recibe la energía de la Vara del Tiempo.

Telón de la apariencia: malla energética que separa planos y dimensiones.

CAPÍTULO 1. LA RECEPCIÓN REAL

La ardilla se frota las manos y antes de colarse por un resquicio que hay en el tronco de un abedul, se queda quieta durante unos segundos y escudriña el bosque. Una ligera niebla se adueña del paraje. Pequeñas peladuras de castañas se arremolinan por el suelo y las hojas muertas yacen desperdigadas por el boscaje tapizándolo con el olor de un otoño que ya se aleja. El bosque está en silencio. No así sus habitantes, quienes, pendientes del día que se aproxima, trabajan duramente para que todo esté perfecto.

Ópula espera sentada en una de las salas del interior del gran roble. Ópula es una tukta. Tiene el pelo de color malva y lo lleva corto con el flequillo largo y despeinado. Un gracioso mechón que se mueve a su antojo, como si fuera una antena, corona su cabeza. Sus ojos lilas esconden llamativos ribetes rosados. Cuando usa sus habilidades, una aureola de color verde brillante aparece alrededor de su iris.

En estos momentos se siente indecisa, observando esas paredes de madera que despiertan en ella sentimientos de algo que no sabe definir. Es la primera vez que la llaman del Reino del Otoño. Ya ha viajado en otras ocasiones al mundo de Faerie o de Siddhe y, de hecho, de alguna manera también es su mundo, pero nunca lo ha visitado sola. Y es muy consciente de que se acerca el día del Pacto de la Continuidad.

La tribu de los tuktas es muy parecida a la familia de las hadas y, sin embargo, no son hadas. Para empezar, no tienen ni alas ni las orejas alargadas y están asociadas al poder de los elementos; tierra, agua, aire y fuego. Esto les confiere una habilidad muy preciada, que es la de poder viajar por las dimensiones. Una tukta es capaz de adecuar su energía a los lugares o planos por donde se mueve. Claro que no todas las tuktas han decidido ejercer el oficio de saltador cuántico. También hay otras funciones, como estabilizadores frecuenciales, soldadores de mallas electromagnéticas, afinadores de rejilla cristalina, etc.

Las tuktas se aparecen cuando y donde se las requiere. Y para ello disponen de algo maravilloso dentro de sus cuerpecitos. Porque el rasgo distintivo de una tukta no es ni su pelo color malva, ni sus ojos de doble tono, ni sus manos de 4 dedos…, sino la esfera de luz iridiscente que está incrustada dentro de sus pechos. Ellos la llaman la esfera de la permanencia. Las tuktas más pequeñas la suelen tener de colores chillones y muy vivos, mientras que las esferas de las ancianas son de tonos más tranquilos y enormemente brillantes. Gracias a estas esferas, las tuktas pueden conectarse con cualquier ser o lugar, siempre y cuando sientan la energía de su destino, es decir, la energía de la persona, cosa o lugar.

—Ópula, su majestad se dispone a recibirte ahora mismo —informa un ser mayor con apenas unos mechones de pelo blanco que le tapan las orejas mientras permanece de pie con la puerta abierta. Ópula traga saliva y camina hasta quedar a su altura.

—No temas, pequeña, anda entra —la anima y espera unos segundos para cerrar la puerta.

Una sala alta y espaciosa se abre ante ella. La madera de las paredes y del suelo ha sido pulida hasta quedar suave como una pieza de orfebrería. Pequeñas antorchas cuelgan de argollas colocadas en las esquinas y queman una grasa de mantequilla que desprende el olor más maravilloso del mundo. Ópula lo aspira con satisfacción mientras avanza con pasos temblorosos hasta donde se encuentra el séquito real. Su majestad está sentada alrededor de una mesa que ha sido tallada en el árbol y que se eleva del suelo como si fuera un champiñón gigante. El séquito está compuesto por la Reina del Otoño, cuyo porte sofisticado a la vez que amable sorprende a la tukta, Gaspar, el secretario real y mano derecha de su majestad, y Carmelia, una anciana de edad imposible de precisar cuya sabiduría la hace indispensable en la vida diaria del reino.

 

—Ópula, eres bienvenida a esta pequeña reunión en la que se decidirá el destino de la Vara del Tiempo —pronuncia solemnemente Gaspar, de pie, con la mano derecha sobre el pecho y la izquierda reposando en las lumbares. La Reina lo observa con una sonrisa divertida, dándole a su secretario la concesión de pronunciarse y de hacer su trabajo. Carmelia frunce el ceño y chasquea la lengua—…ya sabes que el Pacto de la Continuidad es la celebración más importante para las hadas del mundo de Siddhe y también debes saber que has sido seleccionada de entre centenares de seres para portar la Vara del Tiempo hasta la Ciudad de Cristal, esto…, ejem, el día previamente mencionado, para sellar el Pacto de la Continuidad con las Hadas de las Nieves o el Reino del Invierno, lo que es lo mismo, las cuales a su vez y en su respectivo día festivo se la pasarán a las Hadas de las Flores o el Reino de la Primavera, las cuales, a su vez y en su respectivo día festivo se la pasarán a las Hadas de las Aguas o el Reino del Verano y éstas, dicho sea de paso, cerrarán el ciclo. Todo eso sucederá en un mismo instante, por supuesto, porque el tiempo se adapta a nuestras necesidades.

Gaspar se pone el puño delante de la boca y carraspea suavemente, coge aire y continúa hablando. La reina, paciente y sin dejar de sonreír observa a Ópula, que está rígida y con la vista clavada en Gaspar.

—Como iba diciendo, tú, Ópula, has sido elegida de entre un millar —Carmelia deja escapar un bufido ante la exageración de Gaspar, antes había dicho un centenar— para realizar el recorrido de la Vara del Tiempo que, por cierto y dicho sea de paso, ya ha sido trazado por un servidor con el consentimiento, por supuesto, de nuestra amadísima majestad, la Reina de las Hojas.

El secretario abre un brazo a modo de presentación de la reina y da por finalizado su parlamento. Ella toma la palabra, incorporándose.

—Dime pequeña, ¿cómo te sientes?

Su voz, suave y aterciopelada acaricia a Ópula quien, después del discurso que acaba de escuchar, no puede evitar pensar que no es la adecuada para la función para la que ha sido elegida. Recuerda la llamada; estaba paseando por un tramo dimensional de color rojo y amarillo, con una energía parecida a la suavidad del interior del capullo de una castaña y, de repente, su esfera de la permanencia empezó a emitir destellos eléctricos de color plateado. Lo recordaba como si hubiera pasado hace mucho, pero, en realidad, acababa de suceder. Al momento se había proyectado hacia el Reino de las Hojas. Para una tukta es muy fácil acudir de forma inmediata al lugar de su llamada.

—Yo…, majestad, yo… digo…, es todo un honor estar aquí ante vos. —Inclina la cabeza hasta casi tocarse las rodillas y allí se queda. Gaspar estira un poco más la cabeza en señal de aprobación y Carmelia, no pudiendo controlar ya su impaciencia, se levanta de su silla bruscamente.

—Con vuestro permiso, Reina de las Hojas —su majestad la mira de soslayo y ladea suavemente la cabeza, intrigada—, mira niña, acércate. —Ópula obedece. — Como cada año, es tradición en el mundo de Siddhe que una tukta lleve a cabo el Pacto de la Continuidad que mantiene unidos a los cuatro reinos con el Reino de Cristal. Se realiza en otoño, que es la época en que la naturaleza se renueva. Por lo tanto, debe empezar por el Reino de las Hojas. ¿Lo has entendido?

Ópula da un golpe de cabeza ante esos ojos que parecen llegar hasta el último rincón de sus pensamientos.

—Quiero que lo digas —Carmelia la analiza con mirada astuta.

—Sí señora —bisbisea Ópula —, conozco bien el ritual y prometo realizar mi función a la perfección.

Carmelia la escruta durante unos breves segundos más, pensativa.

— ¿Y bien? —pregunta la reina, acariciándose el mentón con su dedo. Ópula se fija en la elegancia con la que ha pronunciado esas dos palabras y en cómo su mera presencia crea una atmósfera relajada y segura.

—Mmmm…, —Carmelia duda, sin dejar de mirar a Ópula. Se rasca el cuero cabelludo y ladea la cabeza como para observar el perfil de la muchacha. Finalmente entorna los ojos y sonriendo exclama:

— ¡Me gusta!

Su boca deja entrever una cavidad oscura y mellada dentro de la cual apenas relucen dos pares de dientes.

—Estupendo —aplaude su majestad—, quiero darte la enhorabuena, querida Ópula. Si eres tan amable de tomar el té conmigo, te explicaré con todo lujo de detalles cuál será el recorrido trazado para este año.

—Muchas gracias, majestad. —Ópula se permite el primer esbozo de sonrisa del día. La voz de la reina tiene una modulación suave y delicada que la calma al instante.

—Entonces no perdamos más tiempo, acompáñame —la reina la toma del brazo y se la lleva consigo hacia la Sala de la vara.

CLARA Y SU NUEVA HABILIDAD

—Oye, Marisa, ¿te levantaste de la cama ayer por la noche para comer pepinillos en vinagre? —pregunta Clara a su mejor amiga.

Ambas trabajan en la misma agencia de viajes; Clara como redactora de una revista de turismo y Marisa como asistente contable y administrativo. Su amiga la mira con aprensión, pues no hace ni dos días que se ha puesto otra vez a régimen.

— ¿Es que ahora me espías o qué? —espeta. Clara le quita importancia al asunto alegando que lo ha soñado. Pero no se trata de un sueño, sabe el número exacto de pepinillos que Marisa comió, así como el pijama de piratas que vestía y también sabe que, después de los pepinillos, la emprendió con el queso y con el chorizo. Aunque eso prefiere no decírselo. Ha estado en su cocina, por lo menos una parte de ella ya que su cuerpo no ha salido de la cama.

Clara lleva semanas sintiéndose rara. Le ocurren experiencias extrañas. De modo que al salir del trabajo quiere visitar una tienda de minerales para comprarse un brazalete de ónix negro.

Mira a su amiga Marisa que lleva toda la mañana peleándose con unas facturas y procura concentrarse en el trabajo. Últimamente le cuesta mucho hacerlo. Se frota la cara con las manos y suspira. Oye, de lejos, la música de fondo que Marisa siempre se empeña en poner. Multitud de notas que se pierden en el tiempo. Algunas de ellas tan efímeras que el oído apenas puede percibirlas y, no obstante, la música perdura en el recuerdo, piensa Clara mientras se concentra en la melodía que sale del reproductor de audio.

“No importa que escuches una canción una sola vez en la vida, a veces es suficiente para no olvidarla jamás. ¿De qué están hechos los recuerdos? No recuerdo el sabor dulce, sino el bombón que me dieron aquella tarde de cumpleaños. Y no sé lo que es el tacto en sí, sino la caricia de mi hijo, de mi marido o la de mi madre. El recuerdo no es uno, sino un conglomerado de ellos. No es el dulce del bombón lo que recuerdo, también el brillo de la superficie del chocolate, la preciosidad de su estética abombada coronada de crocant de almendra y el sol entrando a raudales por la ventana del comedor. Puedo separar todo eso y quedarme con el recuerdo del sabor del bombón, pero entonces no sabe igual. Sin ese contexto, el chocolate ha perdido ese toque mágico que lo hace tan especial y que mi memoria atesora con ansia”.

Clara parpadea con fuerza y se obliga a acabar el artículo que tiene entre manos. O se da prisa o no podrá ir a la tienda de minerales.

Ahora en su casa, sentada en el rincón de la ventana de su dormitorio, recuerda las palabras que le ha dicho la dependienta mientras le envolvía el brazalete: “No olvide lavarlo con agua nada más llegar a casa, los minerales son mucho más que piedras, son energía en acción. Llévelo siempre puesto, especialmente por la noche, y no deje que nadie se lo toque. No olvide limpiarlo cada vez que lo necesite, una vez por semana estaría bien, y cárguelo con la luna o con tierra, de lo contrario su brazalete dejará de tener fuerza.

Clara se acaricia la muñeca donde lleva los minerales y se mete en la cama. Se suelta la goma que le recoge el pelo y apaga las luces.

EL SEÑOR DEL OLVIDO

Muy lejos de allí, pero muy cerca de cualquier parte, vive el Señor del Olvido en la gruta del pliegue del tiempo. El Señor del Olvido observa con interés el mapa que tiene delante de sus ojos. Chasquea la lengua haciendo ventosa con sus gruesos labios y se deja caer sobre el sillón, que cruje bajo el peso del maestro y se adapta a esa chepa parecida a una enorme joroba.

—Ayer no estaba —susurra, meditabundo—, ha aparecido otra chispita.

Rasga la bolsa con una de sus largas uñas y atrapa el malvavisco más gordo. El tacto suave del dulce contrasta con la piel escamosa del maestro. Se lleva la nube a la boca y algo parecido a una lengua lame el dulce. Lo chupa hasta quitarle el azúcar glas y se lo come entero, masticándolo con ansia, dejando entrever los pedazos blancos cada vez más pegajosos que acentúan la podredumbre de sus dientes.

Viste una túnica gris de esparto que apenas le disimula su opulento cuerpo y calza babuchas gastadas con medias rotas. Su color de piel, si es que puede denominarse piel a lo que recubre su cuerpo, es cetrino. Y su textura es escamosa, como si fuera ceniza.

Mira de nuevo el mapa, es un mapa que muestra pensamientos y emociones.

—Mmmm —gruñe mientras se introduce otro malvavisco en su bocaza. Lo mastica con avidez, se levanta del sillón y va hacia la ventana arrastrando su túnica. Lo que contempla a través de esa obertura en la roca es una nebulosa que se desplaza sobre sí misma dentro de un receptáculo o matriz. Multitud de corrientes la surcan, atravesándola como si fueran el caudal de un enorme río. Un río del que no se vislumbra el principio y que parece no tener fin. Las corrientes se cruzan durante algunos tramos para separarse después. Las hay de todos los tamaños y diámetros. Pero todas siguen un patrón. El patrón de la espiral.

—Mmmm —repite con los ojos fijos en el oscuro agujero que hay en el centro de la nebulosa—. Venid aquí mis niñas.

Levanta un brazo que, al igual que su cuerpo, es de una textura elástica, como confeccionada de cuerdas, de cordones o tiras de plástico. Se deshace a su antojo transformándose en larvas, parecidas a una mezcla entre humo y petróleo.

—Venid aquí, mis niñas.

Más y más larvas se despegan de sus brazos, hombros y joroba y se le enroscan por el cuerpo, divertidas, jugando con su amo.

—Vaya, mis niñas, desempolvad esa antena interior que tenéis y buscad, rastread focos de luz. Colaos por las grietas dimensionales y sembrad dudas, miedo, resistencia y desequilibrio. Eso será suficiente para apagar esas horribles chispitas de luz que hoy veo sobre el mapa y que ayer no estaban. En concreto una… No lo podemos permitir.

CAPÍTULO 2. LA SALA DE LA VARA

La habitación en la que toman el té es espaciosa y redonda, como todas las que hay dentro del gran árbol. Una pequeña chimenea arde en la pared frontal, caldeando la estancia y dos sillones de orejas orientados hacia el hogar acogen a ambas mujeres. En una de las paredes del fondo hay un altar con tres urnas de cristal. Ópula no distingue lo que hay en el interior de cada una, pero, sea lo que sea, emite una delicada luminiscencia.

Su majestad ha pedido una tetera y un selecto surtido de dulces típicos del reino: obleas de bellota, tortas de boletus dulces, bizcocho de calabaza, bollitos de batata confitada, galletas de avellanas con glaseado de nueces y pastel de bayas del bosque. El aroma de todos estos manjares se eleva por el ambiente hasta difuminarse con la fragancia de mantequilla tostada proveniente de las antorchas.

—Ahora, querida, voy a explicarte el secreto de la Vara. Verás —la Reina de las Hojas se acomoda en su sillón cruzando una pierna sobre la otra. Toma un sorbo de té de castaña y cierra los ojos para saborearlo con placer—, es mi preferido —confiesa. Ópula asiente con un golpe de cabeza sin dejar de mirar solemnemente a su interlocutora—. Come una galleta, querida, esto es una reunión informal y necesito que estés cómoda. —Ópula vuelve a asentir, esta vez más relajada, y elige una galleta de mantequilla de cacahuete. Su majestad esboza una franca sonrisa de aprobación—. Creo que eres una tukta lista, Ópula, y como tukta lista que eres, seguramente conocerás el simbolismo que tiene la Vara del Tiempo. —La reina observa a Ópula, expectante.

 

—Yo creía que era un acto simbólico. ¿Hay algo más?

—Siempre lo hay — la reina sonríe—. Medítalo durante unos segundos.

Ópula sorbe su té con prisas, absorta en las paredes de la sala mientras mastica una galleta tras otra.

—Supongo que para garantizar el éxito del Pacto de la Continuidad, cada reino debe aportar algo que lo caracterice —resume.

— ¡Exacto! — la reina deposita su taza de té sobre la mesa, acercándose un poco hacia la tukta y bajando la voz—. La Vara debe ser energetizada con algo que capte la esencia del reino que la entrega.

— ¿Y yo tengo algo que hacer al respecto? —inquiere con una galleta a medio camino entre el plato y su boca.

—Desde luego, pequeña, esa es la verdadera función del portador de la Vara. —La reina vuelve a arrellanarse en su sillón—. Tu trabajo consiste en buscar algo, una situación, objeto, cosa, ser o elemento, que lleve en su interior la esencia del reino que estás visitando.

—Pero…, pero ¿dónde se supone que debo buscar? —titubea Ópula.

Su majestad se incorpora y se acerca a ella.

—Mírame —pide. Ópula obedece y se encuentra con unos profundos ojos castaños cuyo color roza los tonos a medio camino entre el amanecer y el atardecer—, estás perfectamente capacitada para el trabajo por el que has sido llamada. No permitas que mis palabras te amedrenten, en realidad es más fácil de lo que parece. Sólo tienes que permitirte sentir. ¿Lo entiendes?

—Creo que sí, pero…

—Adelante, sin miedo —la anima la reina.

— ¿Todos los portadores han conseguido finalizar su encargo?

— ¡Por supuesto! Y tú también lo harás, pequeña, tienes mi entera confianza. Una cosita más…, oh, no abras tanto esos ojos, relájate. Viajarás por los cuatro reinos para buscar el elemento energetizador, pero no temas, yo misma he elegido los lugares a los que te proyectarás. Una vez allí, sólo debes dejarte llevar por tu intuición y encontrar lo que la Vara requiere. —La reina la observa durante unos segundos. De repente su rostro es formal, aunque sin perder la serenidad que la caracteriza—. Cuando hayas recorrido los cuatro lugares, deberás ir al más sagrado de todos. Atiende bien, chiquilla, que esto es importante: en la Ciudad de Cristal se encuentra el taquión del corazón. El taquión almacena todos los registros que pertenecen a este mundo y está, a su vez, conectado con otros doce taquiones. Deberás entregar la Vara del Tiempo al taquión del corazón. Es una tarea muy importante.

La tukta levanta la barbilla y asiente con actitud solemne. La Reina de las Hojas la coge de la mano, sonriente, y se la lleva hacia el rincón donde descansan las urnas.

—Como ves hay tres urnas, una por cada reino. El nuestro no cuenta porque ya estamos en él. Y, como bien sabes porque eres una tukta y las tuktas domináis esta técnica, viajarás mediante proyección fractal. La conoces, ¿verdad?

—Es la primera técnica que se nos enseña. Como vivimos entre dimensiones, es de vital importancia que aprendamos el arte de la proyección fractal para movernos a nuestro antojo.

— Y consiste en… —la pone a prueba.

— …en usar el principio holográfico de nuestro universo, que dice que cada parte o fractal contiene el todo en sí mismo, para proyectarnos y viajar por los distintos lugares y planos. Usamos la energía como contacto, como puente de enlace.

—Bien. Como ya estamos en el Reino del Otoño, no te será necesario ningún elemento fractal. Yo misma pensaré en el lugar al que te quiero enviar y te proyectaré hacia allá. Una vez finalices tu trabajo simplemente deberás conectarte con la puerta o vórtice energético que habré creado y regresar. Cuando estés de vuelta me encargaré de sellar la puerta debidamente. Una puerta es un lugar de salida y de entrada, nunca se sabe lo que puede pasar dejándola sin vigilancia. ¡Ah, por cierto! —exclama dándose un gracioso golpecito sobre su frente—, casi me olvido. Te quiero presentar a un muy buen amigo.

La reina emite un sonido un tanto extraño con la lengua y al instante entra en la sala un champiñón lleno de pecas. Lo curioso es que las pecas no las tiene en la cara, situada en el tallo o pie, sino en la parte del sombrero.

—Este es Diantyhus.

—Hola, soy una tukta y me llamo Ópula.

—Encantado de conocerte, yo soy Diantyhus, el boletus pecosus y pertenezco a la familia de los Crocus. Mi familia ha sido la encargada de velar las bibliotecas asociadas al reino dévico desde siempre. No creas que nos pasamos el día plantados en medio del bosque, como champiñones vulgares —el boletus gira todo el cuerpo para mostrar su desacuerdo—, oh, no, no somos champiñones, es un error confundirnos con ellos. Yo soy un boletus pecosus que, repito, no tiene nada que ver con un champiñón.

—La apariencia es parecida —se atreve a opinar Ópula. Diantyhus emite un chasquido que sale de alguna parte de su tallo.

—Meras apariencias, sólo los tontos se dejan llevar por las superficialidades. Los Crocus no somos champiñones.

La reina interviene con tiento.

—Técnicamente, mi querido y sabio Diantyhus, los boletus y los champiñones son del mismo reino: fungi.

—Cierto, pero ellos pertenecen a la familia de los Agaricaceae y nosotros a la de los Crocus. Es muy distinto, majestad —el boletus levanta su sombrero para darle énfasis a sus palabras— muy, pero que muy distinto.

La reina le guiña un ojo a Ópula, divertida.

—Bien, hechas las presentaciones, podemos ir creando el vórtice energético para la proyección fractal. ¿Estáis preparados? —Ópula y Diantyhus exclaman un fuerte ‘sí’ y los tres se encaminan hacia las urnas.

La reina se sitúa frente al lugar donde estaría la urna del otoño y cierra los ojos durante unos minutos, concentrándose. Realiza unas cuantas respiraciones, abre los brazos como si fuera a abrazar a alguien y traza con las manos unos movimientos en el aire. A continuación, se forma en medio de la sala un agujero que flota a tres palmos del suelo. Es transparente, como si estuviera hecho de agua.

— ¡Ya está! —exclama, alegre—, ya he creado el vórtice a través del cual iréis al lugar que he elegido. Diantyhus ya lo conoce —el boletus mueve el sombrero en señal de aprobación—. Se trata del pantano de las hojas caídas. Y ahora si me disculpáis, me temo que tengo deberes que requieren de mi presencia, por mucho que esté disfrutando de este momento.

La reina se acerca a Ópula y, acariciándole los cabellos, le ofrece una varita de cristal de unos 10 centímetros que se funde con su esfera de la permanencia.

—Mantenla ahí. En cuanto encuentres la fuerza para energetizarla, brillará. Confío en ti, pequeña, si dudas, deja que tu luz te guíe.

Diantyhus coge la mano de Ópula y ambos se introducen en el vórtice energético para proyectarse hacia el pantano de las hojas caídas.

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