Alamas muertas

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Aus der Reihe: Vía Láctea #7
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Hablar de la estructura de los torsos conservados de la «segunda parte» resulta un ejercicio más bien ocioso, pues dado lo incompleto de los mismos es más lo que hemos de imaginar que lo que podemos concluir. Lo que sí destaca de esta parte es que, frente al consecuente orden lógico de la «primera parte», aquí la figura de Chichikov queda descentrada y da la sensación de que todos los encuentros con terratenientes son o bien casuales (Tientietnikov o Pietuj) o bien resultado de decisiones que el héroe toma sobre la marcha (Bietrisiev, Kostansoglo, Koskariov, Vasilii Platonov, Jlobuyev...). Como colofón, aparecen las escenas urbanas de «Uno de los últimos capítulos», en las que los oscuros manejos de Chichikov se ven descubiertos y éste es detenido y puesto en una situación límite de la que sale por ayuda del «santo» millonario Murasov y de unos funcionarios corruptos... Todos estos acontecimientos ocurren de modo trompicado y trufados con grandes excursos y discursos morales. El conjunto es paradigmático de un borrador en el que nada es definitivo.

EL NARRADOR

La voz del narrador de Almas muertas tiene un notable peso específico. Presenta su relato como un producto en proceso y, aunque a veces se haga llamar autor, se considera a sí mismo como un personaje autónomo que media entre la acción y el público. Desde luego, no se limita a «contar el desarrollo de la acción» sino que también opina. En absoluto se hace transparente sino que se dibuja a sí mismo con unos rasgos muy concretos: «el autor ama extraordinariamente ser detallado en todo y, partiendo de ahí, pese a ser ruso, quiere ser cuidadoso como un alemán» (p. 111).

Su voz individual se despliega en especial en las digresiones, donde se plantean los temas que más parecen interesarle: su concepto de la literatura y su idea del héroe, su idea de la historia, etc. Uno de los párrafos más paradigmáticos en este sentido es aquel en el que el narrador reflexiona sobre las propias dificultades para abrirse camino de aquel escritor que, como él, no canta, como hacen otros, «a personajes que presentan elevadas cualidades humanas», con los que alcanzarán el general reconocimiento, sino a personajes vulgares, cotidianos, «fríos y rotos», que no le reportarán el aplauso ni el reconocimiento público sino sólo «el reproche y la denigración», sintiendo «lo áspero de su carrera y lo amargo de su soledad» (p. 220).

Sin embargo, frente a la idea convencional de narrador que todo lo controla, el de Almas muertas se ve a menudo socavado por la acción de los propios personajes de su relato; sin ir más lejos, después de haberse explayado para justificar su voluntad de no dar los nombres de las damas cuya escena va a narrar, éstas, nada más comenzar su diálogo, se llaman por sus nombres respectivos, desoyendo la voz del narrador o, lo que es lo mismo, negando cualquier tipo de ascendiente o de poder de él sobre ellas (véanse pp. 263-264). Es frecuente, a su vez, encontrarnos con escenas o personajes que plantean zonas de sombra a las que el narrador dice no acertar a llegar (véase pp. 237-238).

El cuestionamiento del papel del narrador desde la misma narración pone en evidencia una vez más el poder de ironía en la literatura gogoliana y la exaltación de la ficción en esta literatura (véase el apartado titulado «Estrategias de la ficción»).

LOS PERSONAJES

En cuanto a su significado general, podría aceptarse la opinión del autor en Fragmentos, cuando dice «mis héroes están cercanos al alma porque salen del alma; todas mis últimas creaciones son la historia de mi propia alma» (Gogol, 1992, p. 126). De este modo, en todos los personajes y en todos los vicios y virtudes que encarnan hay una parte de verdad, una parte de confesión del autor; la obra cobra credibilidad porque las pasiones y las miserias que circulan por ella han sido sentidas en primera persona por él: «[...] yo comencé a dotar a mis héroes con mi propia basura; una basura que habría de sumarse a sus inmundicias particulares» (1992, p. 128). La literatura adquiere entonces el carácter de un exorcismo: «Me he librado de muchas de mis basuras, en tanto en cuanto se las he transmitido a mis héroes, las he ridiculizado en ellos y he llevado a otros a reírse de ellos» (1992, p. 132). No obstante, resulta llamativo que todos los protagonistas de la «primera parte» sean seres negativos y deprimentes, hasta tal punto que la lectura de los tres primeros capítulos, según Gogol, le hizo exclamar a Puskin «¡Señor, qué triste es nuestra Rusia!» (véase 1992, p. 129). Tal vez, como señala Mijail Bajtin, el único héroe positivo de Almas muertas sea la risa (véase Bajtin, p. 576).

El grupo más importante de personajes de la obra es el de los terratenientes que reciben la visita de Chichikov. También aparecen algunos otros, típicos de la ciudad gogoliana, pero que, salvo en el caso de las dos damas del capítulo 9, tienen un tratamiento más superficial.

En general, los terratenientes de Almas muertas se ven inscritos en un esquema semejante. Reciben la visita de Chichikov y han de reaccionar ante un mismo estímulo:

Cada uno responde aplicando un sistema ya hecho, un algoritmo de comportamiento que usan en todas las circunstancias, sean las que sean, y que tras una estupefacción inicial, aplican a las almas muertas. En buena medida, igual que los siervos de Pliuskin han de ponerse el mismo par de botas cuando entran en su casa, cada uno de los terratenientes emplea el mismo método para resolver todos los problemas. (Morson, p. 210.)

No obstante, de los respectivos algoritmos de comportamiento de los personajes, éstos no sacan demasiado partido. Ni Nosdriov saca partido de su trampear; ni Sobakievich, de su misantropía; ni Pliuskin, de su tacañería.

Lo que parece ser un método aplicado de forma inexorable para conseguir un fin se convierte en un método aplicado inexorablemente sin una finalidad: una prisión del método, un paraíso estructuralista. Para Pietruska, leer es un ejercicio puramente formal que disfruta sin entender ningún contenido en absoluto y, para Pliuskin, la tacañería es su propia recompensa. En Almas muertas, el algoritmo lo es todo. (Morson, p. 215.)

Los personajes de la ciudad pertenecen al ámbito de la pose y la especulación. Las formas de la vida social urbana son la fenomenología de la muerte de sus almas. Por otro lado, la ciudad, corrompida y abotargada es incapaz de impartir la justicia que se le supone: ha de juzgar el comportamiento de Chichikov y muestra tan mal tino que no entiende siquiera si la compra de almas muertas es un delito, pero se desquita imputándole a Chichikov un intento de rapto de la hija del gobernador del todo imaginario.

Lotman establece su propio criterio para clasificar los personajes: unos estarían en movimiento: Chichikov, Nosdriov y las almas fugitivas (los campesinos prófugos); otros permanecerían estáticos: todos los demás, incluidas las almas muertas (véase 1997, p. 657). El propio Chichikov se vería a sí mismo como un «alma fugitiva»... una de esas que, sobre el papel, es como si estuviese muerta (véase el capítulo 6). La división de Lotman podría llevarnos incluso a proponer otra, en razón de un criterio espacial muy acorde con la idea de Gogol de reproducir en Almas muertas el esquema de la Divina comedia de Dante[13]: 1) almas muertas; 2) almas fugitivas, y 3) almas vivas, lo que correspondería con el esquema paralelo de 1) infierno = «primera parte», en la que predominan las almas muertas: los terratenientes y los funcionarios de la ciudad que aparecen; 2) purgatorio = «segunda parte», con algunas almas fugitivas (Tientietnikov, Platon Platonov, Jlobuyev), auxiliadas por santos como Kostansoglo, Vasilii Platonov, Murasov o el príncipe; y 3) paraíso = hipotética «tercera parte» en la que todos habrían de haber sido buenos. El problema estructural de la «segunda parte» era el de qué hacer con las almas muertas que seguían apareciendo por doquier: las «reales» que compra Chichikov y las simbólicas de Bietrisiev, Pietuj, Koskariov, los funcionarios de la ciudad...

En general, como dice Andriei Bielyi, cada uno de los personajes cuenta con muchas particularidades imperceptibles que dan fe en realidad de lo difícil que era retratar a esos señores. Es más, «el propio Gogol no ofrece ningún retrato de ellos sino su esquema gestual y lo planta como si fuera una pantalla o, más bien, como un disfraz» (1996, p. 99). Conocer más de cerca a algunos de los personajes permitirá valorar mejor la complejidad de su construcción.

Chichikov

Pese a la sugerente propuesta de Morson que dice que el verdadero héroe de Almas muertas es el proceso de explicación (véase p. 209), el papel central y conductor de la obra lo posee Pavel Ivanovich Chichikov. Chichikov es el prototipo de personaje ambiguo y gris de Almas muertas. Se lo describe como a alguien que carece de rasgos que lo individualicen, curiosamente lo mismo que el gobernador de la ciudad (que no es ni un santo ni un bandido) o que Napoleón, que no es ni gordo ni flaco... con quien se le llegará a identificar (véase Bielyi, 1996, pp. 102-103). Ahora bien, pese a su carencia de rasgos, a Chichikov se lo asocia de un modo u otro con la redondez: es una rueda que se desplaza; la misma rueda de su brichka, sobre la que discuten un par de campesinos al comienzo de la obra. Chichikov, el héroe sin atributos, ni guapo ni feo, ni gordo ni flaco, ni viejo ni joven, que recorre un tiempo «homogéneo y vacío», funcionaría, según Donald Fanger, como un espejo que condensaría en sí las peculiaridades de los diferentes personajes que aparecen en la obra.

Manilov aparece ahora como una parodia hiperbólica de la principal cualidad de Chichikov, el decoro; Korobochka representa una variante naif de su suspicaz astucia en el regateo; Nosdriov muestra una inventiva algo más que comparable en la prevaricación, aunque la suya sea instintiva y carente de motivación; Sobakievich manifiesta el lado calculador de Chichikov, con su misantropía implícita puesta al descubierto; y Pliuskin representa la parte pasional de su codicia, mostrando cómo, si no se le pone freno, puede destruir la vida familiar que Chichikov anhela tanto. Hasta Pietruska, el lacayo, con su gusto indiscriminado por la lectura [...] parodia a su amo, al que, en el primer capítulo, se le muestra cogiéndose un anuncio teatral para examinarlo mejor cuando no tuviera otra cosa que hacer [...]. (Fanger, p. 461.)

 

Guippius reconoce también en Chichikov la mezcla de los grupos decisivos que aparecen en Almas muertas: es el funcionario con historial corrupto; el aventurero que vive en el camino; pero también el que sueña con convertirse en terrateniente, primero falsamente (en la «primera parte»), luego de verdad (en la «segunda») (véase Guippius, p. 507). En todo caso, habría de suponerse que su carácter quedaría aún más complicado por el anuncio que se hace en la «primera parte» de que su imagen no se vería completada hasta que vinieran las partes subsiguientes de Almas muertas. Los torsos conservados de la «segunda parte» no permiten atisbar, sin embargo, muchos cambios en Chichikov, ni en cuanto a su personalidad ni en cuanto a sus proyectos.

En Chichikov, se ha percibido en ocasiones la imagen de una especie de patético Odiseo, aunque tal vez sea más manifiesto su parentesco con Hermes. Fusso alude, en este sentido, al capítulo 7, en el que Chichikov y algunos terratenientes acuden a la Cámara Ciudadana a ejecutar la compra de las almas; allí se presenta el que había de ser el reino de la justicia y el orden, el reino de Temis, como un lugar en el que la propia diosa les recibe en un estado lamentable («en negligé y bata»). El mensaje implícito, según esta autora, es que el eclipse de Temis supondrá la ascensión de la primera mujer de Zeus, Metis, diosa del engaño (dolo) y de la inteligencia astuta (metis), indispensables ambos, como señala Bermejo Barrera, para el ejercicio del poder real. Tanto el dios Hermes como el pícaro Chichikov se valdrían de esa metis para sus manejos. Pero Chichikov tendría otros puntos en común con el dios Hermes; la asociación de Hermes al cruce de fronteras tiene que ver seguramente con el perpetuo viajar del héroe y con su anterior trabajo como inspector de aduanas. En la época de Gogol, el pícaro se había adueñado de la persona de Metis. Chichikov, como Hermes (o como Kopieikin), no se resigna a aceptar su suerte y su medianía, si el mundo no le da lo que merece él buscará los medios de conseguirlo valiéndose de su inteligencia y su virtuosismo verbal (véase Fusso, 1993, pp. 34-35 y Bermejo Barrera, 1996, pp. 47-53).

Para Nabokov, en cambio, Chichikov es ante todo un imbécil cuya falta de cálculo le lleva a entrar en tratos con gente tan timorata como Korobochka o tan poco fiable como Nosdriov. Este autor cifra el valor del héroe en su posición en el universo de personajes gogolianos.

El propio Chichikov no es otra cosa que el representante mal pagado del demonio, un viajante del Hades, «nuestro Chichikov», como cabría imaginar que la firma Satanás & Compañía llamara a su gente afable y saludable, pero por dentro desmedrada y putrefacta. La пошлость (poslost, trivialidad, vulgaridad) que Chichikov personifica es uno de los atributos principales del demonio, en cuya existencia, permítasenos añadir, Gogol creía con mucha más seriedad que en la de Dios. La grieta de la armadura de Chichikov, esa grieta herrumbrosa que despide un olor débil pero espantoso [...], es la abertura orgánica de la armadura del demonio. Es la estupidez esencial de la пошлость universal. (Nabokov, 1997, pp. 62-63.)

En sus visitas a los terratenientes, el objetivo de Chichikov es siempre el mismo. El narrador prepara un tanto el terreno antes de que Chichikov lance su propuesta, de forma que el lector y el héroe captan los hábitos y las obsesiones de los terratenientes; éstas casi nunca son demasiado complicadas.

La tarea de Chichikov es la de aprender el algoritmo de cada persona, lo que hace al principio de cada visita. Él tiene entonces que convencerlos de que este trato no es diferente de cualquier otro, ayudándoles a aplicar sus algoritmos respectivos a este nuevo problema. Hasta el punto de que si hay alguna diferencia, él ha de mostrar que ésa juega en favor del vendedor. (Morson, p. 210.)

Chichikov tiene una personalidad camaleónica que se adaptará a la forma de negociar de cada terrateniente. Pese a ser un cuerpo extraño en medio de esos propietarios, se afana por cumplir las normas sociales por las que, en cierta medida, está obsesionado.

Chichikov además está representado, según Karlinsky (véase 1976, pp. 226 ss.), como un personaje asexuado cuya única libido se proyecta sobre el cofrecito que lleva, que tanto para Bielyi como para Nabokov sería su verdadera «esposa». El interés por la hija del gobernador surge en Pavel Ivanovich en tanto en cuanto su belleza no es «femenina», como demuestra el que su súbito interés por la joven, cuya identidad aún desconoce y que va en el carruaje con el que sufren el percance en el capítulo 5, se despliega en uno de los apartados más abiertamente misóginos de la obra:

¡Excelente mujercita! [...] Pero, ¿qué es lo mejor de ella? Lo mejor es que ahora, como se ve, apenas acaba de dejar el internado o el instituto; y que, en ella, como suele decirse, no hay nada de femenino, lo que quiere decir que le falta lo que las mujeres tienen de más desagradable. Ella ahora es como una niña, para ella todo es sencillo, ella dice lo que se le ocurre, se ríe donde quiere reírse. De ella, puede hacerse cualquier cosa, puede llegar a ser maravillosa o también puede irse a la mierda ¡y se irá a la mierda! Para ello, basta tan sólo con que la cojan su mamaíta y su tía. En un año o así, la llenarán de tanta femineidad que ni su propio padre la reconocerá. (P. 180, las cursivas son mías.)

Cuando en el baile del capítulo 8 Chichikov despliegue su atolondrada cháchara con la joven, muerta de aburrimiento, el narrador observará que el discurso del mismo era una repetición maquinal de otros ya empleados en veces anteriores. Tampoco en la consideración del papel central del amor en la construcción de los personajes de la novela romántica y posromántica encaja este peculiar mostrenco gogoliano que es Chichikov.

En los fragmentos conservados de la «segunda parte» de Almas muertas, la posición de Chichikov es sumamente inestable. Por un lado, él y su empresa son el único vínculo necesario entre la «primera parte» y sus consecuciones; pero, por otro, resulta estridente en un mundo que «camina hacia su redención». Tal vez, en esa «segunda parte», el autor hubiera debido hacer como el editor que aparece en el cuento de Ilf y Pietrov «Cómo se creó Robinsón», que, tratando de publicar un Robinson soviético, le propone al escritor moldavo encargado de escribirlo cambios y más cambios sobre la historia original de Defoe, hasta el punto de que al final, el individualismo insoportable de Robinson le parece prescindible y acaba proponiendo la eliminación del personaje de la obra que lleva su nombre. Seguramente, Gogol habría debido eliminar este personaje, demasiado autónomo ya como para dejarse manipular. El alma de Chichikov resulta intransformable y pese a las huecas «misiones piadosas» a las que le somete su autor, siempre logrará convertir cualquier situación en un nuevo delito o en una nueva traición. La única forma que encuentra Gogol de seguir manteniendo a Chichikov y expresar piedad, es sacándolo de escena o relegándolo a un segundo plano.

Manilov

Al igual que ocurre con otros personajes, lo verdaderamente peculiar de Manilov es su carencia de atributos, su ser un «ni fu ni fa, ni en la ciudad Bogdan ni en la aldea Sielifan» (tal como les ocurría a Chichikov o al gobernador). Gogol imprime a esta figura toques manieristas y de «atracción onírica» (inscrita ya en su nombre, derivado de манить, manit = atraer, tentar, seducir, encantar). El talante de Manilov vendrá definido por la distancia entre sus ideales estéticos y la deficiente realización práctica de los mismos: quiere ser un intelectual y sólo tiene un libro abierto que no lee; quiere que sus hijos lleven la impronta clásica y sus nombres, ridículamente medio griegos, medio romanos, contrastan en su grandilocuencia con lo pobre de su educación, etc. La personalidad «incompleta» de Manilov se plasma en las butacas que quedaron sin tapizar, o en la palmatoria inválida que no está a la altura del candelabro de bronce que la acompaña.

Karlinsky (1976, p. 229) destaca el toque de malicia empleado por Gogol para describir la estúpida vida matrimonial de Manilov, que parecía una justa consecuencia del sentimentalismo fofo del que era resultado, una vida llena de estúpidos gestos de cariño, de regalos cursis y de besos lánguidos, que parecerían ser la causa del desastroso estado de su hacienda. La deficiente formación de la esposa de Manilov (símbolo de la nefasta «buena educación» de las mujeres rusas), a la que sólo habrían enseñado francés, piano y manualidades, contribuiría sobremanera a agravar estas circunstancias (véanse pp. 117-118).

Manilov acarrea por tanto el gran peso de la fobia del autor al sentimentalismo imperante en su tiempo, tanto en su vertiente literaria como, sobre todo, en su vertiente cotidiana...[14]. Desde el «templo de la meditación en soledad» hasta el «cumpleaños del corazón», Gogol desenmascara con él la profunda ñoñería de parte de la intelectualidad de su tiempo. Bajo el empalagoso caparazón de Manilov no hay nada[15].

Korobochka

Esta mujer desconfiada y simple es, en buena medida, el contrapeso de Manilov. Donde el otro hacía evidentes sus ínfulas intelectuales, ésta resulta una propietaria con pocas luces y presa de recelos derivados de su propia ignorancia. El contraste entre Manilov y ella le sirve al autor para marcar los límites del infierno de los terratenientes, de los que Nosdriov, Sobakievich y Pliuskin serán sólo especímenes intermedios. De hecho, el propio narrador señala: «¿Está acaso Korobochka tan completa y exactamente abajo en la escalera sin final de la perfección humana?» (p. 148).

Chichikov llega a Korobochka por casualidad. Ella no forma parte del mundo urbano ni reconoce al resto de los terratenientes. Aunque parece un personaje a primera vista inocuo, algunos autores (véase Fusso, 1993, p. 26) la ven rodeada de rasgos propios del mundo demoníaco de la brujería (un siervo suyo llegó a entrar en combustión por sí solo), lo que hace de la señora un personaje inquietante.

Korobochka es el sumo opuesto al cosmopolitismo. En su cerrazón y en lo limitado de su entendimiento, interpreta la propuesta de Chichikov como una compra de las que hacía normalmente y recela porque es incapaz de convencerse de las ventajas de vender «nada». Su suspicacia parte de que no conoce el precio en el mercado de las almas muertas y tiene miedo de verse engañada por un desconocido. Sólo la promesa de que en el futuro le comprará mercancías más convencionales (centeno, trigo, garrotillo o ganado) ablanda a la buena señora (véase Morson, p. 210).

Tal vez en la figura de Korobochka Gogol esté dibujando también a su propia madre, viuda[16] y, al parecer, totalmente ineficaz a la hora de dirigir su hacienda. Pese a haber estado casada, Korobochka no ha tenido hijos. Esa esterilidad parece extenderse a todo su entorno e incluso podría ser un reflejo de la propia esterilidad de Chichikov. Si, como se ha dicho, para Bielyi, la auténtica esposa del héroe de Almas muertas parecía el cofrecito del que jamás se separaba, Korobochka (коробочка = «cajita» en ruso) sería el trasunto de ese cofrecito que encierra todos los elementos del vacío personal de Pavel Ivanovich.

Nosdriov

Lo desconocido y el azar se muestran siempre como un peligro para Chichikov y su empresa. Nosdriov, lo mismo que Korobochka, no entraba en los planes de Chichikov (como tampoco lo hará la hija del gobernador) y su aparición tendrá para él unas consecuencias funestas[17]. La relativa seguridad que exhibe Chichikov cuando se mueve en una situación prevista se ve trastornada cuando entran en escena factores imprevistos. Tanto confiando el secreto de las almas muertas a un truhán como Nosdriov, como confiándoselo a una mente simple como la de Korobochka, Chichikov se la juega, pues se está sometiendo a lo desconocido. No obstante, un héroe que se pasa la obra planteándoles a los terratenientes una compra incomprensible (en cierto sentido, «lo desconocido»), se niega a jugar a las cartas con Nosdriov aludiendo precisamente a su temor a «lo desconocido». Y ¿cuál es la respuesta de Nosdriov a eso?

 

—¿Por qué a lo desconocido? –dijo Nosdriov–. ¡No hay nada de desconocido! Si la suerte está de tu parte, puedes ganar una fortuna del diablo. ¡Aquí está! ¡Qué suerte! –dijo él empezando a tirar para despertar su ardor–. ¡Qué suerte! ¡Qué suerte! Bueno: ¡Así se gana! ¡Aquí está el maldito nueve con el que perdí todo! Presentía que me iba a traicionar, sí ya, pero cerrando los ojos, pensé para mí: «¡Al diablo contigo! ¡Traicióname maldito!» (p. 169.)

Es como si en toda esa escena hubiera algo de exorcismo o como si la propia construcción de Chichikov, y toda la obra por ende, no fuera otra cosa que un conjurar el temor de Gogol a lo desconocido (неизвестность). Ello habría de conectarse con la cuestión de la historia en Almas muertas, a la que dedicaré más espacio al final de esta introducción. Entre el Nosdriov-Gogol y el Chichikov-historiador hay un soterrado ajuste de cuentas: Chichikov le comunica a Nosdriov su «búsqueda del pasado» y, en la escena culminante, éste (travestido de teórico) le hace la pregunta decisiva: «¿Para qué has comprado almas muertas?», «¿Por qué has indagado en el pasado?». Mirar al pasado es mirar a lo desconocido; pero, cuando Chichikov no quiere jugar a las cartas aduciendo miedo a lo desconocido, en realidad, truca su discurso pues lo que le perturba es la posibilidad de ser víctima de una trampa (que las cartas estuviesen marcadas; véase Fusso, 1993, pp. 23-27). El historiador, que en realidad es un tramposo, teme a su vez a la trampa y el despreciado Nosdriov volverá para hacerle la pregunta fatal. Esa pregunta será cúspide de la obra; el texto completo de Almas muertas parecerá querer responder a la cuestión análoga de ¿cómo dar cuenta de lo pasado cuando la historia ya no sirve?

El papel de Nosdriov, para Fusso, puede asociarse en muchos aspectos al del artista creativo[18]. En realidad, este personaje aparece como poco interesado por el beneficio personal y movido más bien por una suerte de inspiración, por una pura creatividad. Es más, acusa a Chichikov de ser un сочинитель (en ruso, a la vez, «embustero» y «autor» y «cuentista» en nuestra traducción, véase la n. 30 del texto) y éste le espetará que el сочинитель es él, «sólo que sin éxito». Ahora bien, ello abre una inquietante asociación entre narración y mentira, que quedará realzada cuando se muestre al indolente Nosdriov extenuado tras haberse dedicado cuatro días sin descanso a preparar una baraja de cartas marcadas (véase p. 283). El artista, encarnado en el tramposo, rompe las reglas prescritas del juego y se esfuerza por establecer un orden propio sujeto a su control, tratando de transformar el caos del mundo en un cosmos propio. «No es una coincidencia que Nosdriov pierda su vitalidad en este momento, pues al buscar controlar los caprichos de la suerte, está abandonando su propio reino de sorpresa e impredecibilidad creativa» (Fusso, 1993, p. 48).

Pese a su carácter mendaz, Nosdriov aparece como un personaje que no oculta nada (se le percibe tal cual es), algo que no puede decirse precisamente de Chichikov. Sus expresiones, paradójicamente, harán continua referencia a la verdad, al honor, a la palabra de honor. ¡Qué curioso que sea justo el más mendaz de todos quien destape el escándalo de las almas muertas! Pues su versión sobre las almas muertas es por completo cierta.

Nosdriov además será el único personaje con el que la habilidad de Chichikov para vender su «mercancía» no funcione. Tal vez ese «estar libre de culpa» (de la culpa de la «adquisición» de almas muertas) sea lo que le permita «tirar la primera y certera piedra» que frustrará algunas de las expectativas chichikovianas. Hasta cierto punto, puede decirse que Nosdriov y Chichikov representan las dos grandes fuerzas en liza dentro de la obra. Frente al cierto afeminamiento de Chichikov, Nosdriov es el representante de la promiscuidad heterosexual masculina, por lo demás deprimente y asociada a unas cualidades bastante poco recomendables[19].

Sobakievich

Este terrateniente aparece perfilado como un ser monstruoso que unas veces es descrito con ecos de la criatura de Frankenstein (véase p. 182) y otras aparece como un animal al que han enseñado unas ciertas normas para comportarse en sociedad, pero que a cada paso deja ver su verdadera naturaleza. En ese sentido, se lo llega a comparar con un oso amaestrado. Sin embargo, como muy agudamente percibe Nabokov, pese a su estolidez, Sobakievich es uno de los personajes más poéticos de la obra: «Las relaciones de Sobakievich con la comida están marcadas por una especie de poesía primitiva, y si se pudiera hablar de un ritmo gastronómico habría que decir que su metro prandial es el homérico» (1997, p. 86). Pero, además, este personaje muestra una pasión histórica inusitada por la Independencia griega, en la que se retroproyecta como un nuevo Byron ruso; de ese modo, Sobakievich se reenuncia a sí mismo como el general Bagration y se sitúa anacrónicamente entre los gigantescos héroes griegos que adornan las paredes de su salón, lugar donde la poesía gastronómica y la histórica experimentan un cierto solapamiento.

Gogol jugará en él parte de las bazas de sus opiniones sobre la dialéctica pasado-presente. Sobakievich aparece directamente retratado como «un alma muerta», pero a su vez hace revivir con su recuerdo a los campesinos muertos, de tal forma que se suscita una discusión entre él y Chichikov sobre la verdadera naturaleza de la existencia (véase p. 190). Su conocimiento y elogio de las que habían sido sus almas muertas (frente a las vivas) tal vez tenga que ver con su propia condición de «alma muerta». Ahora bien, mientras hace revivir el pasado de sus almas muertas, Sobakievich vive frente al pasado histórico que le interesa, con el que se siente identificado y en el que encuentra su propio sentido. Además del poeta que decía Nabokov, este personaje representaría al historiador, que mientras exhibe su «omnisciencia» histórica, «engaña» a Chichikov (al propio demonio), incluyéndole en su lista el nombre de una campesina. Sobakievich sabe que el valor de las almas muertas está en que Pavel Ivanovich las desea y por eso marca unos precios altísimos para ellas. De hecho, las valora casi como almas vivas. Este personaje sabe que el pasado vale más cuanto más interés hay en recuperarlo; sabe también que la «gestión» del pasado puede ser un buen negocio para los que viven en el presente.

Prototipo de alma muerta, Sobakievich presenta los mayores contrastes como personaje: tiene aspecto y maneras de animal (sobre todo en la mesa) y, sin embargo, demuestra una notable cultura y capacidad crítica; es verdad que aparece como un perfecto misántropo (sólo habla bien de los muertos –almas muertas– y sólo admira a los personajes históricos –almas no menos muertas–), pero hace gala de un considerable instinto para las relaciones sociales; es torpe de movimientos y parece petrificado y, no obstante, se muestra muy posibilista en la venta llegando al engaño.

Pliuskin

Si hay alguien inolvidable en esta obra, ése es un viejo terrateniente avaro que vive en su aldea en medio de la inmundicia, hacia el que Chichikov se ve atraído porque en su desastrada hacienda los campesinos estaban muriendo en grandes cantidades. La construcción literaria de Pliuskin es uno de los momentos de mayor inspiración de toda la obra.