Res Gestae Divi Augusti

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Augusto, restaurador de lo antiguo y creador de lo nuevo

Una de las ideas expresadas de forma más reiterada por Augusto en RGDA. consiste en señalar que su obra fue de restauración de la República romana en cuanto forma de gobierno, de reposición de las costumbres y de la piedad antiguas, así como también de algo que puede denominarse ‘un modo romano de ser republicano’. Estos aspectos son objeto de menciones directas en el texto, pero se pueden advertir también como inspiración en algunos pasajes que entregan noticias específicas sobre un determinado punto, como es el caso de la mención a la restauración de los templos en la ciudad de Roma, donde subyace el concepto de piedad hacia los dioses (véanse los comentarios a XIX,2 y XX,4, a modo de ejemplo).

La inscripción se abre y se cierra con referencias directas a la pacificación de Roma y a la restauración de la República como un efecto directo de ese primer logro. En I,1 se lee que “A los diecinueve años alisté un ejército por decisión personal y financiado por mí con el cual devolví la libertad de la República oprimida por el dominio de una facción”; mientras que en XXXIV,1, esto es, al momento del cierre, se encuentra que: “En mi sexto y séptimo consulado, luego de haber extinguido las guerras civiles, teniendo todo el poder con el consentimiento de todos, lo transferí al arbitrio del Senado y del Pueblo romano”19.

Probablemente sean estos los pasajes más comentados de la inscripción a lo largo del tiempo. Un análisis detallado servirá para dar cuenta de los conceptos y de las formas de escritura adoptadas por Augusto. En efecto, a los diecinueve años Augusto –entonces Octaviano– alistó un ejército personal con el cual se propuso reclamar la herencia política de Julio César, asesinado ese año (44 a. C.). Pero deduce, a continuación, y a modo de consecuencia directa de esta acción, su triunfo sobre Marco Antonio ocurrido bastante después en los años 31 y 30 a. C., a quien identifica simplemente como “una facción”. La idea central que el lector puede hacerse es que el hecho inicial fue la pacificación de Roma luego de las extensas guerras civiles que habían llegado a un punto máximo con el asesinato de César20. Cuatro años después de lograda la paz (27 a. C.) habría procedido a transferir de modo libre y voluntario la totalidad del poder desde sus manos al Senado y al Pueblo Romano (XXXIV,1), estableciendo de esta manera el carácter central y de mayor profundidad del nuevo régimen. Aunque se trate de hechos iniciales –recuérdese que Augusto gobernó hasta el año 14 d. C., esto es, 41 años más– en el texto aparecen antecediendo y concluyendo todas las noticias y referencias mencionadas. En términos generales, pero muy claros, a la paz habría seguido la restauración como resultado de un acto claro de voluntad política.

La restauración política habría sido acompañada por un intento de reponer las costumbres antiguas (VI,1 y VIII,5) y las formas tradicionales de la piedad romana (VII,3; XIX,2; XX,3; XXIV,1 y 2), aspectos en los cuales el autor insiste bastante con la probable finalidad de señalar que se habría tratado de una intención real y no de una mascarada política. Este aspecto se encuentra presente también en una parte muy significativa de la producción literaria más cercana al régimen de la época, especialmente en Virgilio, quien construyó un Eneas cuyo rasgo distintivo fue el de la piedad, algo que también aparece como central el en el poeta Horacio y en varios pasajes de Ovidio.

Según sus propias palabras, Augusto habría sido alguien que deseaba restaurar y conservar un orden, y desde su posición de poder habría llevado adelante una búsqueda de consenso vuelto hacia las virtudes tradicionales de Roma. Consenso, antes que nada con el Senado romano, un organismo bastante modificado en cuanto a sus integrantes y poderes, pero cuyos miembros terminaron por aceptar el nuevo espacio concedido en la vida política romana y actuaron dentro de él. La contracara habría sido la decisión del emperador de contar de manera efectiva con este organismo para el desarrollo de su gobierno, entregarle de forma regular responsabilidades a sus integrantes, señalando, cada vez que le resultaba posible, que actuaba de acuerdo con la voluntad del que, de manera teórica al menos, seguía siendo el organismo rector de la vida política romana. Entre ambos hubo tensiones a lo largo del extenso gobierno de Augusto, pero no parece haberse llegado a una oposición irreconciliable21. Tácito, de manera ácida, señala que los senadores aceptaron riquezas y honores y en recompensa se mostraron dispuestos a servirlo22.

¿El Senado romano? La pregunta que cabe hacerse es, justamente, de cuál Senado se habla en forma específica. Este cuerpo que había ido acumulando una serie de poderes a lo largo del tiempo, más por la vía de la práctica que por un proceso legislativo, había experimentado una serie de cambios durante el complejo y convulsionado siglo I a. C., y muy especialmente en los años en que Julio César detentó el poder.

Augusto, desde su irrupción en la actividad política romana el año 44 a. C. demostró tener claridad en la necesidad de acercarse a los grupos sociales poderosos dentro de la sociedad romana, y esto representaba a la aristocracia senatorial y los caballeros del Orden Ecuestre. Con el paso de los años y disponiendo de poder suficiente, fue elaborando, modificando y ampliando este concepto. Por lo que al Senado se refiere, lo consideró una institución necesaria y de la cual esperaba que abasteciera al gobierno con una parte de sus funcionarios.

Pero se trataba de un Senado reformado en una serie de aspectos: con 600 integrantes (un tercio menos que en los años inmediatamente precedentes, pero con el doble de miembros de lo que Augusto habría deseado), sus componentes fueron impelidos a desarrollar una vida ejemplar en lo político y lo personal, y se adoptaron varias medidas para cautelar este cumplimiento. Para ingresar al Senado reformado se debía tener, según el censo, bienes equivalentes a 1.000.000 de sestercios, contra los 400.000 anteriores. Para aristócratas y caballeros no parece haberse tratado de una gran suma, pero para algunos romanos e italianos sí podía llegar a serlo, y ellos recibieron apoyo directo del emperador cuando, según él, el caso lo ameritaba. Fue por esta vía que llegó a contar con un grupo de incondicionales dentro de la corporación.

Un aspecto central de las reformas al Senado fue la reducción del poder que había tenido antes de la crisis de la República, tiempos en los cuales había controlado todos los aspectos de la vida romana. En el nuevo escenario, construido a través de sucesivas imposiciones y transacciones, los senadores mantuvieron una palabra importante en la vida religiosa; en la recepción de las embajadas y los problemas que ellas plantearan, sus integrantes se desempeñaban como gobernadores en una cantidad significativa de provincias –las llamadas provincias senatoriales–, y en sus sesiones debían aprobar las variadas iniciativas que se le proponían. La otra cara de la moneda era su exclusión casi completa del sistema militar que se estableció durante el gobierno de Augusto, su no injerencia en las relaciones con los reyes extranjeros y, por ende, su escasa gravitación en la política exterior romana. Perdió su influencia en la conducción de las finanzas imperiales y muchas de las provincias quedaron bajo el mando directo del emperador, particularmente aquellas en que se estacionaban las legiones romanas. Cuando el año 31 a. C. Egipto fue incorporado como provincia, los senadores no podían ir hasta allá sin contar con una autorización del gobierno central.

Las relaciones de Augusto con el Senado han dado motivos para muchas investigaciones y divergencias entre los historiadores modernos, reproduciendo la disparidad que se encuentra presente en las fuentes antiguas. Un problema central radica en que el naciente sistema de principado mantuvo un espacio para el Senado y no hubo intentos por erradicarlo. El primer emperador se presenta en la inscripción como el promotor y ejecutor de esta idea.

Cuando enfrentamos las múltiples menciones que se hacen al Senado en RGDA., debemos tener en cuenta que ellas se refieren a un período específico de la historia de esta corporación, un tiempo en el que sus poderes fueron reducidos en comparación con aquellos que había detentado en tiempos anteriores.

El Orden Ecuestre es mencionado de manera escasa dentro de RGDA. En XIV,2 se menciona que la totalidad de los caballeros (ecuestres) donaron escudos, lanzas y nombraron Príncipes de la Juventud a Cayo César y Lucio César, hijos adoptivos de Augusto y subentendidos herederos, con ocasión de su nombramiento prematuro como cónsules. La otra mención, y de mayor significación, se encuentra en XXXV,1, cuando Augusto, al referir su nombramiento como Padre de la Patria, indica que este reconocimiento fue proclamado por “El Senado, El orden Ecuestre y la totalidad del Pueblo romano”, referencia en que, de manera inusual, el autor incluye una mención al Orden Ecuestre en la fórmula que siempre había estado reservada solo al Senado y Pueblo romano. El silencio relativo a los ecuestres o caballeros romanos ha llamado la atención dada la importancia que tuvieron dentro del gobierno de Augusto y el régimen establecido. La mayor parte de los analistas señala que, por una parte, el emperador, en esa clave conservadora que identificó todo su régimen, restauró el prestigio del Orden Ecuestre del período republicano, y también recurrió a ellos de forma reiterada para abastecer de funcionarios a una serie de cargos nuevos que se iban generando en la medida que crecía y se hacía más compleja la administración imperial23.

 

Asimismo, se estableció un consenso más difícil de precisar con la plebe romana puesto que tuvo como base la prestación mutua de una serie de servicios y favores. Por una parte, el emperador asumía la representación de este sector a través de la tribunicia potestad, y a partir de esa condición se comprometía a adoptar una serie de medidas que beneficiaran a los plebeyos. Todo esto en el contexto de una plebe disminuida en relación con su gravitación social y política dentro del nuevo escenario del Imperio romano24.

Un consenso, por último, en cuanto a que la dirección de las legiones y todo lo que se relacionara con ellas, quedaba radicado en las manos del emperador. Esto fue algo difícil de lograr, requirió de tiempo y de intervenciones muy decididas por parte de Augusto, obligando a la realización de reformas estructurales profundas –creación de una carrera militar en regla y un fondo de pagos e indemnizaciones para los soldados–; y a cambios culturales arraigados en la élite romana que había hecho de la obtención de triunfos militares uno de los pilares de la carrera política de sus miembros. Esta élite tuvo que aceptar, a partir de un cierto momento, que los triunfos en los campos de batalla fuesen adjudicados al emperador y no a los comandantes que habían estado a cargo de las legiones de manera directa. Lo señalado hasta aquí ha intentado dar cuenta de que en el régimen de principado dirigido por Augusto hubo elementos de restauración, mantención y modificación. Según el autor, las razones para generar un consenso a este respecto fueron mayores que las discrepancias que existían, al menos, con una parte de los senadores.

Pero, el lector tiene el derecho a hacerse preguntas ante estas afirmaciones e identificar ciertos silencios significativos guardados por el emperador. Ronald Syme en su libro Revolución Romana señaló que la inscripción resultaba ilustrativa tanto por lo que decía como por aquello que omitía, al igual que lo señalaron Brunt y Moore en una de las ediciones de Res Gestae que ha tenido una mayor circulación: “Lo que se omite en una narración de este tipo puede ser tan informativo como lo que se señala, dado que esto indicará la forma en la cual el autor deseaba sesgar su narración”25.

Llegados hasta este punto, la mayor parte de los analistas relacionan los silencios con aquellas noticias que el emperador prefirió callar, dado que no concordaban con la orientación de su escrito o la contradecían directamente. Y, en efecto, hay varias omisiones importantes que se pueden anotar en este sentido. Por ejemplo, los cercanos y colaboradores de Augusto no aparecen, por lo general, mencionados en la inscripción –incluida la omisión del nombre de Julio César–26, salvo si son referidos a una acción relacionada de manera directa con el emperador, como son los casos de Marco Agripa27 y de Tiberio, quienes fueron muy cercanos a él y estuvieron relacionados con el régimen de manera muy profunda, además de los vínculos familiares que se establecieron. Esto le da a su obra el carácter de un gobernante solitario quien, en esa condición, decidió la marcha del Imperio de acuerdo a una profunda voluntad de servicio ajena a cualquier tipo de interés y ambición personal. He aquí una de las deducciones más claras que se pueden extraer de RGDA. y que parece haber sido una obsesión de Augusto. Paul Zanker señaló, a este respecto, que Augusto “Solo pretendía mostrar que era el más poderoso el único capaz de restaurar el orden en el Estado”; y Alison Cooley, por su parte, destaca que entre los mensajes más claros que se encuentran en la inscripción, figura aquel que destaca la obra de un hombre que había resuelto todos los problemas del Imperio y establecido un gobierno que representaba los intereses de todos, sin menoscabar la soberanía de las instituciones28.

Otra de las omisiones significativas se refiere a la cuestión sucesoria, aspecto en el cual el nuevo régimen había introducido un elemento nuevo y revolucionario con respecto a la tradición, puesto que en Roma las magistraturas no habían sido nunca hereditarias. Los miembros de la familia imperial que habían sido proyectados como sucesores de Augusto aparecen mencionados, pero no en esta clave, y nosotros podemos inferir esa condición más que percibirla de manera directa. Son las otras fuentes, aquellas tardías pero que recogieron noticias que se encontraban en aquellas que se perdieron, las que informan que el aspecto dinástico estuvo presente desde temprano en el ideario y gobierno de Augusto. La lista podría seguir aumentando y exaltando la contradicción entre las cosas dichas y hechas, dado que según señalara Luca Canali en su edición de RGDA. en 1982 “…cuánto más se consolida el poder monárquico de Augusto, tanto más Augusto habla de restauración republicana”29. Augusto, en suma, y según varios historiadores, habría sido un hipócrita político y su texto ejemplificaría de forma clara el punto.

Pero en Res Gestae hay otros silencios que llaman la atención y que se refieren a aquellos aspectos que bien podrían haber encontrado cabida en la inscripción y destacado elementos importantes del gobierno de Augusto. Sin embargo, fueron dejados de lado por algún motivo difícil de comprender. Nos referimos, a modo de ejemplo, a una buena parte de lo hecho por el gobierno de Augusto en la ciudad de Roma, aquella que encontró de ladrillos y dejó de mármol, según la famosa sentencia de Suetonio; la significativa promoción de libertos a cargos de importancia dentro de la administración30; su acción en las provincias, presentadas de manera casi exclusiva en su aspecto de pacificación; la promoción sostenida de artistas y escritores que llevaron a la vida cultural romana a uno de sus momentos mejor logrados, etc. Es cierto que todo esto habría ido en contra de la brevitas buscada y habría terminado por exceder los marcos exigidos para una inscripción, pero esto no deja de gene-rar curiosidad y cierta extrañeza respecto de los mecanismos de selección utilizados por el autor.

La historia de la inscripción

Res Gestae Divi Augusti ha tenido una vida accidentada y variada a lo largo del tiempo. Este proceso puede muy bien constituir un capítulo aparte que ilustra la forma en que un texto antiguo llega hasta nosotros y cómo resulta marcado de manera profunda por su travesía y las lecturas que distintas épocas han hecho de él. A continuación intentaremos reconstruir este camino en sus grandes trazos, identificar las interpretaciones y usos más significativos durante los siglos XIX y XX; esto es, a partir del momento en que fueron editados los contenidos de los restos antiguos que de manera progresiva habían sido transcritos, para finalmente intentar una aproximación a las lecturas actuales31. Un aspecto central de este recorrido consiste en que el autor de esta inscripción fue el emperador romano Augusto, una figura valorada de manera diversa a los largo de la historia, por lo cual la inscripción que él redactara ha estado siempre relacionada con el interés, o la falta de este, que en distintas épocas se ha hecho de su autor.

El proceso del descubrimiento progresivo de la inscripción a partir del siglo XVI en Ancyra (Turquía), bajo condiciones muy adversas marcadas por el deterioro del templo y de la inscripción en él contenida, tuvo un momento decisivo en la segunda parte del siglo XIX, cuando Georges Perrot y Edmond Guillaume, encargados por Napoleón, hicieron una serie de dibujos del templo donde se encontraba RGDA. y realizaron una copia de esta. Sobre estos fragmentos copiados, Theodor Mommsem realizó la primera edición de este documento en el año 1865. Diecisiete años más tarde, los investigadores de la Academia de Berlín sacaron a la luz la totalidad del texto griego, y el propio Mommsem realizó la segunda edición (1883)32. Hacia mediados de la década de 1930 cuando la inscripción fue completamente recuperada, pudo contarse con un texto establecido para su trabajo33.

Una labor especialmente importante fue la edición a cargo de Jean Gagé en 1935 y que publicó la editorial Belles Lettres. Esta fue considerada por la casi totalidad de los comentaristas como la heredera, en cuanto calidad y seriedad en el trabajo, de la segunda edición de Mommsen. En sus más de doscientas páginas, se encuentra una introducción extensa de unas 60 páginas, la inscripción en sus versiones latina y griega, comentarios a cada una de sus párrafos, además de apéndices útiles. La crítica especializada34 otorga a esta edición un carácter fundacional en relación con todo lo posterior que se hará en el siglo XX.

Hacia fines de la década de 1930 tuvieron lugar dos hechos externos que incidieron en las formas de utilizar y comprender Res Gestae Divi Augusti. En 1938 el gobierno fascista italiano instaló una copia de la inscripción en la base del podio que sostenía el recién excavado Altar de la Paz (Ara Pacis)35. Quedaban así unidas por primera vez dos piezas que originalmente habían nacido separadas, pero que el mencionado régimen puso en relación por cuanto representaban aquellos valores de la romanidad que se reivindicaban como sustento del régimen de Mussolini y de la proclamada nueva época que se estaría iniciando para el pueblo italiano. Esta actividad tuvo lugar en un contexto más amplio de recuperación y apropiación del gobierno de la experiencia romana antigua36. Como veremos en breve, esta situación marcó la lectura –o la no lectura– de RGDA. por varias décadas, pero antes debemos decir que hasta el día de hoy el Altar de la Paz y la inscripción augustea comparten un mismo espacio.


Ara Pacis Augustae (Altar de la Paz Augusta) fue levantado por indicación del Senado romano con motivo del retorno del Emperador desde Hispania y Las Galias en el año 13 a. C. Inaugurado tres años después, fue una de las construcciones en las que se expresaron con mayor fuerza y claridad las ideas del régimen. Los otros dos fueron el Mausoleo y el Foro de Augusto.

Un año después, en 1939, pero en Oxford, comenzó a circular el libro The Roman Revolution de Ronald Syme, una obra que revolucionaba lo que había sido hasta entonces el tratamiento del gobierno del emperador Augusto y del régimen imperial que estableciera37. La importancia de esta obra radicó en la visión según la cual el programa y la obra de Augusto había sido el resultado de la acción de un partido –una parte o un sindicato, según el término que usó Syme– que pudo ponerse a la cabeza del imperio mediante una serie de acciones militares y políticas combinadas; a partir de este punto se transitó hacia un aceptación general que se fue produciendo a través del extenso gobierno de más de cuarenta años. A lo largo de este tiempo doblegó a los sectores sociales que habían gobernado Roma con anterioridad e impuso un sistema nuevo, aunque explicara esta novedad en un contexto de restauración del sistema republicano y de los valores antiguos de Roma. Pero, y tal como el título del libro lo indica, habría primado la revolución por sobre la restauración, voceada por la publicidad imperial y aceptada generalmente por la historiografía hasta ese momento.

La obra de Syme implicó dos aspectos más: fue la primera que, dedicada a la historia romana y referida al emperador Augusto, revisó de manera crítica a la figura de un emperador que había gozado de un crédito ilimitado por parte de la historiografía38, insistiendo en el divorcio entre acción y discurso político. En este punto, el texto de Syme participó de manera profunda de la desconfianza que empezaba a generalizarse durante el período de entreguerras mundiales en relación con las intenciones y acciones del poder político y de las élites gobernantes. La segunda consistió en que Roman Revolution fue entendida por algunos críticos influyentes –Hugh Last y Arnoldo Momigliano, entre otros– como un libro anti fascista, lo que marcó la circulación y comprensión de esta obra por varias décadas. Esta lectura ha empezado a ser superada en los años recientes.

 

La utilización de RGDA. durante el fascismo, así como la desconfianza ante los discursos del poder propuesta por Syme y que sería compartida por una parte significativa de la historiografía posterior, determinaron que en el período de posguerra, la inscripción fuese objeto de escasa atención. En 1967, P. A. Brunt y J. M. Moore publicaron una edición comentada que contiene una breve introducción, el texto latino, su traducción y un cuerpo de comentarios suscintos. Esta edición gozó de mucha aceptación y fue consulta obligada hasta la aparición de la edición de Alison Cooley (2009). En Italia, en el año 1982, apareció luego de una larga sequía al respecto, una pequeña edición a cargo de Luca Canali con texto latino y traducción al italiano, acompañada de breves comentarios. Su aparición fue considerada muy significativa por el vacío que venía a llenar más que por los contenidos que aportaba sobre el tema.

En español RGDA. ha tenido algunas traducciones acompañadas, por lo general, de comentarios. Una primera edición correspondió a Antonio Magariños en 195139. En 1994 Juan Manuel Cortés publicó una muy completa e informada edición, traducción y comentario de Res Gestae Divi Augusti, recomendable desde todo punto de vista, especialmente por su Loci Paralleli, apartado en el que entrega las noticias que se encuentran en otras fuentes sobre los temas referidos por Augusto. En Chile la primera traducción y comentarios estuvo a cargo de Nicolás Cruz y se publicó en 1984. Cuatro años después, Raúl Buono Core publicó una nueva traducción del texto con comentarios40.

Entre los años 2007 y 2009 aparecieron dos ediciones que resultan de primera importancia: nos referimos a las ya mencionadas de John Scheid y a la de Alison Cooley. Ambas contienen la versión latina y griega de la inscripción más la traducción al francés y al inglés, respectivamente, una extensa y profunda introducción al tema, un completo cuerpo de comentarios y una extensa bibliografía. A estos elementos, se agrega el hecho de que se trata de ediciones que superan el tema de la relación RGDA. - fascismo, que de una u otra forma marcó las últimas seis décadas, aunque Cooley cierra su prólogo con una referencia de cierta extensión al respecto, mientras que Scheid no menciona la situación. Lo interesante es que estas ediciones abren nuevas posibilidades de lectura, especialmente porque intentan encontrar un equilibrio adecuado entre los contenidos romanos de la inscripción y su reception en nuestros días.

La nueva edición del volumen X de la Cambridge Ancient History (“The Augustan Empire 43 b. C.- A.D. 69), publicado en 1996, aborda el tema de las lecturas del período realizadas en nuestros días. Parte constatando: “Probablemente sea cierto que no existe un período de la historia romana frente al que la visión de los investigadores modernos haya experimentado una transformación más radical en las últimas seis décadas”41. Los cambios no provendrían tanto de nuevos volúmenes de información como de una nueva valoración de aspectos a los que con anterioridad se les prestaba una atención menor y diferente42. Los ejemplos que se destacan corresponden al estudio de los restos materiales (edificios, objetos de arte, monedas, inscripciones, etc.); al estudio de los símbolos y mitos para la comprensión de los períodos históricos; y, finalmente, a la atención prestada a las creaciones literarias por cuanto resultan ser representativas del estado de la sociedad de su tiempo y tuvieron incidencia en la formulación de proyectos y procesos históricos (Virgilio y su Eneida han sido objetos de un intenso debate a este respecto). Los puntos destacados en la nueva edición del volumen de la Cambridge hacen referencias a aquellos aspectos que han sido modificados ‘desde adentro’ en este campo de estudios.

Estas ‘nuevas lecturas’ de nuestros días se relacionan también con otros dos aspectos que han tenido un fuerte desarrollo en las últimas décadas: el tema de la memoria, por una parte, y el de la tensión-distancia entre el discurso político y su plasmación en situaciones concretas de poder.

La memoria ha sido puesta como tema central por el estudio y la investigación de la neurociencia43. Una de las conclusiones alcanzadas hasta el momento señala que lo que nosotros llamamos memoria consiste en una última elaboración de los recuerdos a los que no podemos acceder, como si hubiesen quedado registrados de manera definitiva en el momento que tuvieron lugar, aunque hagamos el esfuerzo de reconstruirlos por medio de las varias huellas que podamos encontrar. A partir de esto, RGDA. sería un ejercicio que Augusto habría realizado en esta clave y conviene evaluarlo y comprenderlo en este contexto, más que como un texto histórico sometido al escrutinio de su veracidad o falsedad o veracidad de sus contenidos.

Lo anterior no implica la concesión del crédito a todo lo señalado en RGDA. Más bien habla de la necesidad de especificar con la mayor claridad que sea posible frente a qué tipo de información nos encontramos. El punto, tal como ya tuvimos oportunidad de señalar, se hace más complejo por cuanto se perdió la mayor parte de la información escrita en el período y, por lo tanto, estas memorias políticas del emperador han aumentado su importancia ante el vacío relativo existente. El problema de fondo es que nos faltan aquellas obras que nos habrían permitido contar con una base crítica para confrontar la visión llegada hasta nosotros. En suma, lo que debió haber sido un elemento más para reconstruir un tiempo, ha terminado por asumir un protagonismo inesperado. Pero esto no nos debe llevar a restarle valor a lo que son los recuerdos intencionados de quien fue actor central del proceso al cual hace referencia.

Un segundo aspecto que nos parece conveniente tener en cuenta radica en los análisis de las últimas décadas respecto a la tensión existente entre los discursos del poder y las intenciones manifiestas en sus actuaciones. Este fue uno de los grandes temas del pensamiento de la segunda mitad del siglo XX, el que se fue progresivamente alejando del estudio principalmente filológico de las fuentes para incorporar elementos provenientes de las ciencias sociales. Así, y retomando nuestro tema, a un primer período en que los historiadores concedieron el crédito a las afirmaciones de Augusto respecto de su gobierno del imperio (Mommsen inició y marco marcó este camino), ha seguido uno en que, con varios matices, el escrutinio ha buscado fijarse en la distancia entre lo hecho y lo dicho sobre ese quehacer.

Estos dos aspectos se encuentran en la presentación que hacemos aquí de la inscripción y han orientado muchos de los comentarios. Nuestro problema, y con el que los historiadores tropezamos muchas veces, es que podemos advertir con cierta claridad cómo cada una de las ediciones de RGDA. contienen mucho de la época en que fueron realizadas y cómo cada uno de los editores ‘conversaba’ con las ideas de su propio tiempo; pero esta lucidez disminuye cuando se trata del trabajo propio y de la manera en que una determinada visión del mundo actual –en caso de que lleguemos a tenerla alguna vez– orienta la aproximación. Por más difícil que resulte, parece indispensable intentar hacer un ejercicio que lleve al plano consciente la propuesta de lectura que se está realizando, pero también para intentar la comprensión de una período diferente y que es el que ha sido puesto bajo estudio.

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1Para la historia de la inscripción antes de la segunda edición de Theodore Mommsen en 1883, GUIZZI (1999), 18-23; una información muy completa y bien valorada por la casi totalidad de los analistas es la de Ridley (2003), pp. 3-24.

2COOLEY (2009) pp. 19-22.

3SCHEID (2007) Introduction, pp. XIV-XVII.

4BRUNT Y MOORE (1967), p. 2.

5Ibíd.

6Scheid y Cooley están en esta línea interpretativa.

7YAVETZ, 1984, p. 12; LEVICK, 2010, pp. 224-224.

8VEYNE (2009), desde todo punto de vista, uno de los textos más sugerentes sobre el tema de la memoria y el fasto imperial. El artículo está dedicado a la columna de Trajano pero contiene ideas generales muy interesantes, además de una serie de referencias a Augusto.