Las clientelas del general Wilches

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Las clientelas del general Wilches
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Nectalí Ariza Ariza


Universidad Industrial de Santander

Facultad de Ciencias Humanas

Escuela de Historia

Bucaramanga, 2018

Página legal



Las clientelas del general Wilches

Un caudillo de la época federal colombiana

Nectalí Ariza Ariza

Profesor asociado, Universidad Industrial de Santander

© Universidad Industrial de Santander

Reservados todos los derechos

ISBN: 978-958-8956-83-1

Primera edición: diciembre de 2018

Diseño, diagramación e impresión:

División de Publicaciones UIS

Carrera 27 calle 9, ciudad universitaria

Tel.: (7) 6344000, ext. 1602

Bucaramanga, Colombia

ediciones@uis.edu.co

Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra,

por cualquier medio, sin autorización escrita de la UIS.

Impreso en Colombia

Dedicatoria

A Nadhiezda, Carlos Iván y Paula, siempre presentes

Agradecimientos

Con estas líneas quiero agradecer a quienes hicieron posible este trabajo. Pero antes haré algunos comentarios del proceso que culmina con las páginas que Ud. se apresta a leer. Debo recordar que este libro contiene gran parte de lo que fue una tesis doctoral defendida a mediados de 2012 en la Universidad Pablo de Olavide, institución de referencia de muchos historiadores latinoamericanos desde hace ya un par de décadas, cuando Juan Marchena y Juan Carlos Garavaglia pusieron en marcha un programa de doctorado volcado hacia América Latina, que tuve la oportunidad de cursar entre los años 2001 y 2003.

Un par de años después había reunido la información primaria y secundaria requerida para abordar la escritura, pero esta debió esperar en la memoria de un viejo computador algo más de un lustro, pues asuntos laborales y familiares me alejaron durante años de mi empeño. La investigación en sí nació de inquietudes acerca de la configuración del poder político en Colombia. Con este precedente, la elección del problema de investigación, el clientelismo durante el federalismo colombiano de la segunda mitad del siglo XIX, obedeció principalmente a la fortuna, pues no de otra manera sobrevivieron cerca de dos mil cartas del caudillo santandereano Solón Wilches.

En cuanto a la recuperación de datos, quiero agradecer a una persona en especial. No obstante, para hacerlo, debo referirme a un aspecto metodológico que me atormentó al inicio de este trabajo, cuando debí encarar el reto de representar las redes del poder político en el Estado Soberano de Santander, uno de los Estados que más incidencia tuvo en la política nacional de los Estados Unidos de Colombia (1863-1886). A tal efecto procuré recuperar datos del mundo relacional de los hombres que controlaron los cargos públicos, los negocios del Estado, el fisco, las elecciones y el poder militar; luego organicé esta información en varias bases de datos con entradas por actor, que en total sumaron cerca de diez mil registros, fichas si se quiere, cuyos filtros mostraban con meridiana claridad a los individuos que controlaron el poder político.

En los registros resultaban involucrados cerca de un millar de actores, que hacían evidente la preeminencia en la política santandereana del caudillo en cuestión. De tal modo debí alejarme de la idea inicial de deconstruir las redes del poder de manera general, sin evocar a un individuo o una élite. En fin, gracias a una meticulosa introducción de la información en el ordenador se solucionó el problema de visualizar las relaciones de poder en las que estuvieron inmersos los actores tratados. Al respecto debo agradecer especialmente a Magda Reyes quien apoyó esa ardua tarea por cerca de dos años en los archivos.

También quiero expresar mis sinceros agradecimientos al maestro Juan Marchena Fernández, por sus recomendaciones de viejo lobo, no de mar, sino en la consulta de archivos, como por sus acertados apuntes acerca de la estrategia para escribir este texto. De otra parte, quisiera recordar que este trabajo representa una aproximación al uso del análisis de redes en historia, al respecto le agradezco al Dr. Michel Bertrand, quien facilitó mi participación en algunos de los seminarios por él organizados en la Universidad de Toulouse II-Le Mirail, en los que me introduje en lecturas claves de este enfoque metodológico.

Nectalí Ariza Ariza

Unas palabras para empezar

Las guerras civiles jalonan la historia colombiana del siglo XIX y constituyen la médula de su historiografía, en multitud de aspectos que incluyen desde luego lo político, pero también lo social, lo económico, incluso lo étnico y lo cultural. Y en el contexto de estas guerras civiles, el federalismo colombiano es sin ninguna duda el armazón que les da cuerpo ideológico, siendo también objeto de un número importante de trabajos.

Pero estudiar los personajes que habitaron estas guerras, que las hicieron suyas, que las compusieron y organizaron, que las incendiaron o las extinguieron cuando consideraron oportuno o necesario, máxime si estos personajes son centrales y sus vidas tuvieron un desarrollo a una escala nacional, trascendiendo su geografía de caudillos locales o regionales para constituirse como arquitectos de la realidad colombiana por más de medio siglo… eso ya no ha sido tan corriente. Al menos en trabajos realizados con la claridad, profundidad e intensidad como este que aquí nos ocupa; ni elaborados con un admirable rigor académico y científico, tal cual es este el caso, lejos de las hagiografías, los himnos y las epopeyas regionales.

Un personaje y un autor se dan en estas páginas la mano para conformar un libro tan impecable y riguroso como atractivo, interesante y subyugante. Sí, un personaje, porque Solón Wilches pertenece a la generación que construyó (para bien y para mal, gústenos o no) una parte muy importante de lo que ha sido Colombia casi hasta nuestros días; pero un autor también, porque en Nectalí Ariza he encontrado todos los rasgos y perfiles de un investigador de oficio, de un escritor con fuerza y músculo en las palabras, de un profesor atento y dispuesto, y de una persona con tesón y claridad de ideas abierto a la vida y a las experiencias de vivirla. Una combinación que muy rara vez se halla en nuestro medio y en nuestras universidades, cada vez más atentas al rating y al cumplimiento del formulario que a la creación de ciencia y pensamiento crítico; pero una combinación aquí estupenda, como los resultados demuestran: este libro, en este caso.

El lector no tiene entre las manos una biografía convencional (sin que esta frase signifique por mi parte ningún desdoro, ni mucho menos, a las biografías, un género al que considero en mucho su valía, cuando están hechas con rigor y calidad académica); lo digo porque este libro es más que eso. Como el autor indica, la biografía de Solón Wilches que en estas páginas se va desgranando no es sino un lazarillo que nos conduce a lo largo de la narración y nos sirve de guía en su transcurso, dándonos además continuadas referencias que nos ubican en el tiempo y el espacio. Una gran idea, y una gran ayuda.

Así, esta apasionante historia que transita por más de cincuenta años de la historia colombiana —años trascendentales, además— es analizada y nos es mostrada a partir de varios grupos familiares, más o menos enlazados entre sí por lazos de sangre pero, eso sí, entreverados a través de una tupida red de clientelas, lealtades, intereses compartidos, personajes comunes, estrategias familiares… y negociaciones, muchas negociaciones, continuas negociaciones. Este libro de Nectalí Ariza nos muestra que, más que decisiones espontaneas que podrían parecernos son las que estructuran estas historias familiares enlazadas, son en cambio la naturaleza y la entidad de las negociaciones urdidas entre ellas y establecidas con terceros, las que arman toda la trama de lo que vamos poco a poco, página a página, descubriendo, porque el autor así nos lo va desvelando. Y todo eso lo logra el profesor Ariza a partir (luego le agregará mil y un documentos más) del formidable repositorio de cartas y cuentas del archivo familiar de los Wilches conservado en la Escuela de Historia de la UIS.

La relación entre el poder económico y el poder político, partiendo del caso especial santandereano en torno al núcleo de empresarios que conectó ambos poderes, y a sus ambiciones familiares y personales; la guerra, como parte de la acción política y a la vez como un formidable dinamizador social; la creación del Estado Federal como invención política al servicio de estos grupos, a partir del manejo de las tres grandes líneas que lo conformaban, libertad, progreso y civilización; la batalla y las batallas por los votos… macerado en estas páginas en la medida que todo ello se halló junto, ofrece un destilado final que el último capítulo del libro recoge y cierra. Solón Wilches pudo morir pobre y olvidado de sus contemporáneos, dedicado al remate del aguardiente, pero, qué duda cabe, a lo largo de estas páginas habremos conocido en todos sus matices no solo a uno de los caudillos con más poder en el Santander del siglo XIX, sino a uno de los hacedores de la historia colombiana, y con él a toda una generación que dirigió los destinos de la nación por más de cincuenta años.

 

Juan Marchena

Universidad Pablo de Olavide

Introducción

José Pacífico Solón Wilches Calderón (1835-1893) fue el caudillo militar más connotado de Santander durante el federalismo colombiano de la segunda parte del siglo XIX. Su andadura política comenzó cuando los radicales organizaron el Estado federal en 1857 y pusieron en marcha un improvisado gobierno, cuyo lema, «la libertad absoluta», supuestamente los llevaría a conseguir el progreso y la civilización para los santandereanos. Después de cinco años de una inestabilidad política sin par (que vio desfilar una docena de presidentes y la proclamación de cuatro constituciones, y en los que se vivió en guerra), los radicales perfilaron un nuevo régimen que logró mantenerse hasta 1886. Durante ese tiempo Solón Wilches, como es comúnmente conocido, fue un actor político de primera línea, puesto que fue presidente del Estado por cerca de nueve años, los últimos seis de estos (1878-1884), de modo consecutivo. Además, compitió por la silla de la Unión en dos oportunidades, fue diputado y congresista, y participó en todas las guerras acaecidas en ese tiempo.

La narración expuesta a continuación acerca de Solón Wilches y sus clientelas tuvo su origen en preguntas generales acerca del poder político establecido durante el federalismo colombiano. Se buscaba conocer acerca de las prácticas políticas y las razones del fracaso del proyecto federal en Santander, toda vez que comprendió un periodo de veintinueve años (1857-1886) y precedió a una forma centralizada de gobierno, que en sus líneas generales se ha mantenido hasta nuestros días. Desde luego, la historiografía colombiana ha planteado este tipo de preguntas generales, y hay numerosas investigaciones que proponen diversas explicaciones. En este caso, se buscaron respuestas a partir de las relaciones de poder en las que estuvo inmerso el caudillo santandereano, que le permitieron permanecer en primera línea del poder político estatal1. Concretamente se indagó por las relaciones clientelares que Solón Wilches mantuvo a lo largo de su vida política.

Santander, escenario de este relato, fue uno de los nueve estados confederados (Antioquia, Magdalena, Tolima, Cundinamarca, Boyacá, Cauca, Bolívar, Panamá, Santander), y como tal es una ventana de observación tanto al conjunto del país, aludido en estas páginas, siguiendo la costumbre de la época, como a la Unión. Valga recordar que la etapa federal ha resultado atractiva para algunos historiadores colombianos y de otras latitudes, quizá por la “soberanía” y “autogobierno” que quisieron establecer los radicales; también por la evidente utopía de su discurso, o quizá porque entre sus promotores había hombres con ideales políticos trascendentes, como fueron los casos, por ejemplo, de Vicente Herrera y Manuel Murillo Toro. El primero había impulsado el voto de la mujer, que se aprobó en la Constitución de la Provincia de Vélez en 1853; y el segundo elaboró el proyecto que dio la libertad a los esclavos en 1851. Estos y otros liberales radicales de entonces se basaban en la República francesa; además, algunos de ellos hicieron eco del socialismo utópico, de modo que sus planteamientos expresaban cierto ideal de justicia social.

Para caracterizar las relaciones clientelares en las que estuvo inmerso Wilches, se investigó su tipología como caudillo militar, como político y como empresario. Así mismo, se identificó su contexto familiar y el tejido de relaciones mediante los cuales él y un bloque de familias de la Provincia de García Rovira controlaron buena parte de la administración pública durante el periodo federal. Para entender mejor el papel de Wilches, se identificaron los intereses de otros políticos que, como él, actuaban en el escenario más encumbrado del poder del Estado.

El presente trabajo es, en cierta medida, una aproximación a la biografía de Wilches, pues es el “lazarillo” de la narración, una cuestión inevitable, al ser uno de los polos de las relaciones clientelares analizadas, y porque su archivo personal fue una de las fuentes fundamentales de esta investigación. De las diferentes facetas del santandereano destaca su desempeño como militar, ya que fue una suerte de caudillo pretoriano2. Por tal razón, sus rangos y el sui géneris ejército confederal del que hizo parte fueron objeto de atención. Se trataba de una fuerza integrada por milicias, convocadas en caso de guerra, denominado Ejército de Reserva; además había una fuerza permanente en la Unión, bajo control directo del Gobierno central, la denominada Guardia Colombiana, más pequeños cuerpos de fuerza, establecidos en tiempos de paz en cada uno de los estados, que se incrementaban ostensiblemente cuando sobrevenía la guerra.

En cuanto al fenómeno aquí analizado, este trabajo muestra el quehacer de la política en su nivel más íntimo, el de las negociaciones en pro del poder entre Wilches y sus clientes, entre ellos, sus parientes, algunos de los cuales lideraban los círculos de poder locales. En las relaciones de intercambio se observará que entre algunos actores no existía una asimetría significativa de poder, pues la diferencia de disponibilidad de recursos tendía a cero, lo que generaba una confluencia de intereses entre pares, un prototipo de alianzas entre notables, en las que varios de ellos fueron reconocidos caudillos militares en el país. También se procuró profundizar en el conocimiento de la confrontación política nacional entre las diferentes facciones partidistas. Al respecto, en la narración aquí presentada se recrearon las formas de participación política más constantes: las elecciones y la guerra, formas estas que mantuvieron durante ese tiempo una relación mutua y directa3.

Durante el federalismo colombiano el clientelismo político se incrementó por varias razones. En primer lugar, el surgimiento de los estados generó una mayor burocracia administrativa, que los notables locales intentaron controlar. En segundo lugar, y coincidiendo con el surgimiento de las tendencias partidistas, en ese periodo se universalizó el voto masculino que, no obstante sus restricciones por edad, alfabetismo y estado civil, significó una mayor competencia electoral. En tercer lugar, porque quienes participaban voluntariamente en las guerras, además de procurarse seguridad frente a la violencia y las expropiaciones, esperaban compensación con cargos, contratos, servicios, etc. Los cargos públicos o “los destinos” resultaban ser el fin principal de la mayoría de los clientes, al parecer, una constante de la política en las sociedades modernas y contemporáneas4.

Desde la teoría política se plantea que las relaciones clientelares son una expresión de las relaciones de poder presentes en la esfera del Estado. Por esto, para una mejor comprensión en el sentido señalado, el Estado de Santander fue objeto de atención en el capítulo tres. Al respecto puede decirse que Santander, al igual que los restantes estados federales, pese a proclamarse como soberano, pervivió con una limitada institucionalidad, toda vez que su soberanía fue limitada y sus fronteras indefinidas. De hecho, ninguno de los nueve estados logró consolidar un poder central territorializado en el que se cumpliesen sus leyes. Tal fue la pretensión de los radicales en Santander a finales de 1857, cuando aprobaron la constitución que regiría en el Estado, pero se vieron inmersos en una guerra que se prolongó durante cuatro años contra el Gobierno central. Además, debieron enfrentar las rebeliones auspiciadas por los conservadores que hicieron alianza con la Iglesia católica para mantener sus poderes local y regional, amenazados por las políticas liberales.

En la Unión (los Estados Unidos de Colombia) la situación fue similar a la de los estados particulares, pues sus competencias, además de escasas, se hicieron inviables por la soberanía reclamada en las regiones. Cada uno de los estados se condujo con cierta autonomía; cuando no, sus representantes organizaban especies de ligas para imponerse unos a otros, en un juego de fuerzas donde primaban los intereses de los caudillos y de sus facciones. El poder político estuvo distribuido entre los patrones regionales de cada uno de los distritos, las provincias y los estados. Los caudillos con su actuación contribuían a la inestabilidad administrativa y limitaban la gobernabilidad, o bien, si se mira en un sentido positivo, favorecían la estabilidad y la gobernabilidad. Lo cierto es que la toma de decisiones en los nueve centros de poder implicaba una incesante negociación. Quizá por esto, la política colombiana en esta etapa pueda comprenderse mejor si se develan las redes de relaciones que configuraron el poder social5 en las regiones.

La escasa institucionalidad, las múltiples tensiones y las rupturas entre los líderes de las facciones definieron la política e incidieron en el tipo de clientelismo dado entonces. Este ha sido definido como una relación de poder entre dos o más actores que intercambian recursos de diferente orden, alguno de los cuales debe ser de tipo político. Si se acepta este concepto, resulta obvio que el clientelismo está, en parte, determinado por los niveles de institucionalidad existentes. También se afirma del fenómeno que este se reproduce más fácilmente en contextos donde los grupos sociales subalternos se ven compelidos −coerción estructural− a actuar como clientes frente a la escasa institucionalidad. Por las razones expuestas, el intercambio clientelar ha operado en casi todas las sociedades políticas; en Colombia se presentó durante la etapa republicana y también en la etapa colonial, cuando el fenómeno estaba completamente institucionalizado en el aparato administrativo de la Corona. Igualmente suele subrayarse que, pese a su sentido negativo, el clientelismo tiene un lado bondadoso, pues forma parte de la política y articula las relaciones sociales en torno al poder político; además facilita soluciones a las necesidades de la población que las instituciones no logran suplir ordinariamente6.

Los autores que coinciden en que la escasa institucionalidad alimenta el clientelismo parten de una pauta obvia: a menor institucionalidad, menos mecanismos de control, y, por tanto, mayor discrecionalidad por parte de los políticos. También se ha propuesto que la pobreza generalizada lo nutre, y esta suele estar presente en contextos con instituciones débiles. No obstante, es innegable la presencia de relaciones clientelares en sociedades ricas con democracias consolidadas, donde quizá los recursos intercambiados varíen, sin que los vínculos y las relaciones de poder dejen de ser de tipo clientelista.

El clientelismo en su sentido más general parece ser tan antiguo como la democracia misma, tal como lo expone Moses Finley en el Nacimiento de la política, cuando señala que hay evidencias de su presencia en la Grecia de Solón –el célebre tocayo del aquí analizado– en relación con las dádivas de los gobernantes7. Se trataría de un clientelismo donde el gasto destinado al público era de origen privado, pero la finalidad de los patrones era la de alcanzar y mantener el poder político. Como se sabe, en las sociedades modernas los bienes y los servicios, así como los recursos dispuestos por los patrones, suelen provenir del tesoro público.

De las diferentes definiciones conocidas de clientelismo, la más evocada resulta ser una de las más breves: se trata de un sistema de contraprestaciones en el que se intercambian bienes públicos por lealtades políticas. No obstante, debe advertirse que el tipo de bien entregado por el patrón a los clientes puede variar de acuerdo con los contextos, como al parecer ocurría en el siglo XIX. Al respecto, Leal Buitrago recuerda que en sociedades pre capitalistas, con escaso urbanismo y con una limitada disposición de bienes públicos, el fenómeno clientelista se identifica más con el caciquismo; además, en tales realidades, los bienes entregados suelen provenir de la propiedad privada de los patrones8, al estilo griego, antes comentado.

En la narración aquí expuesta acerca de Wilches, sus vínculos y sus relaciones políticas, hay evidencias sólidas del fenómeno, pues en ello, en parte, basaban él y los políticos de entonces su poder, a tal punto que las facciones y los partidos que conformaron pueden caracterizarse como esencialmente clientelistas. Las negociaciones de intercambio se facilitaban desde los vínculos existentes, y desde alianzas de diferente orden, entre individuos con estatus diferentes, pero también similares, como parientes, amigos, socios de negocios, subalternos, etc. De otra parte, y en un sentido formal, se observa que el intercambio clientelista se expresaba en sus formas típicas: diádicas y piramidales. Pues el intercambio podía efectuarse entre el caudillo y un actor de la base política, u otro caudillo menor. El esquema piramidal tiene explicación en la verticalidad de la administración pública, en cuyo seno tradicionalmente se reproduce el clientelismo mediante nombramientos.

 

Sobre el clientelismo advierten los estudiosos que se trata de un fenómeno general de las relaciones sociales, sin estatus de teoría. Como concepto básico del análisis social, político e histórico, no parece pertinente acoger las definiciones complejas, pues el intercambio en torno al poder tiene su sentido y explicación en realidades históricas concretas. Sus aristas son propias de tiempos y espacios definidos, que nocoinciden del todo con los modelos “de la caja de herramientas”. En este trabajo se escogieron algunos elementos generales identificables en la mayoría de casos, y comunes en las diversas acepciones que caracterizan el fenómeno9, pues a este concepto le ocurre lo que a otros usuales de la teoría política, v. gr., el Estado, la política misma, el poder, la democracia, etc., sobre los que se ofrecen decenas de significados.

Así mismo, casi todas las definiciones ubican el fenómeno en el ámbito de la legitimidad, pues el intercambio clientelista lleva explícita o implícita la existencia de una negociación voluntaria o coercitiva, que implica la cesión de cuotas de poder político por parte de los clientes al patrón, mediante el voto u otros recursos; a la vez, los patrones hacen uso del poder cedido, y a cambio entregan algún bien, generalmente público, si bien no necesariamente. Lo evidente es que todas las definiciones incluyen el intercambio como un elemento infaltable del clientelismo. De este también se afirma que es propio de la vida política y que se desarrolla legalmente, si bien suele enfatizarse su vecindad y fragilidad para convertirse en corrupción. En la mayoría de acepciones citadas se evidencia una perspectiva comprensiva moderna, pues se evoca un contexto democrático ideal, pero está claro que hubo clientelismo antes de las democracias modernas y en diferentes estadios sociales: en la época griega y en el Antiguo Régimen.

La historiografía colombiana sobre el intercambio clientelar, al igual que la de la región santandereana, es escasa. Las investigaciones conocidas han sido abordadas principalmente desde la ciencia política. Al respecto destaca el trabajo antes citado de Leal Buitrago y Dávila, en el que centraron la atención en el fenómeno clientelista como mecanismo para la reproducción del poder por parte de los partidos tradicionales, liberal y conservador. En el balance bibliográfico que hicieron en la primera edición de 1990, destacan la tesis doctoral de James C. Scott, Patron client politicsand change. De esta debe rescatarse su caracterización del fenómeno en tres niveles, a partir de los agentes que intervienen en el intercambio y de su amplitud: el primero es el de las relaciones establecidas entre dos personas, comúnmente referenciadas como relaciones diádicas; segundo, el que resulta de conexiones entre agregados de personas y patrones, y el tercero, el que se expresa como una interfaz que vincula comunidades enteras10.

De las investigaciones posteriores debe mencionarse la de Francisco Gutiérrez Sanín, La ciudad representada, en la que abordó dos casos concretos: uno que corresponde al clientelismo desplegado por un concejal de Bogotá, y otro, a las prácticas clientelistas en el barrio Henares de la misma ciudad. Gutiérrez rescata de la relación clientelar varios aspectos: el carácter recíproco y asimétrico de las relaciones; las lealtades establecidas, por cuanto son transacciones racionales que contienen un cálculo de costos y beneficios y que, por tanto, implican compromisos para los agentes del intercambio; la importancia de la esfera pública como el ámbito propio de la relación clientelar; el uso de bienes públicos; su vecindad y su relación con la corrupción política y los problemas de mantenimiento, rotación y distribución de posiciones en torno al poder en las redes clientelares11.

Un balance más reciente acerca del clientelismo en Colombia puede leerse en Laura Guerrero, “Clientelismo político. ¿Desviación de la política o forma de representación? Estado del arte sobre las aproximaciones al clientelismo en Colombia, 1972-2002”. Este trabajo sintetiza las diversas aproximaciones analíticas de los estudiosos del fenómeno clientelista en Colombia y reseña sus fuentes teóricas: los funcionalistas lo explican como una contraprestación recíproca inherente a la existencia política de las sociedades (Fernando Tonnies, Max Weber, Talcott Parsons, Mauss, Malinovski, Richard Thurwald, Redfild y Boscof); los marxistas lo analizan desde la dominación de clase (en el caso colombiano, principalmente Miranda Ontaneda); desde el estructural funcionalismo (en Colombia, los ya citados, Leal Buitrago y Dávila Ladrón de Guevara) se enfatiza la existencia de la sociedad mediante sistemas y subsistemas interrelacionados; la autora también evoca los enfoques institucionalistas, neoinstitucionalistas y socioantropológicos. No obstante, toda vez que la realidad es esquiva a los modelos, suele recordarse que entre los estudiosos impera cierto eclecticismo interpretativo12.

El clientelismo dado en el siglo XIX colombiano tuvo sus particularidades, pues se trataba de una sociedad tradicional en la que sobrevivían valores propios de la vida colonial, pero en la que se procuraba establecer una sociedad política democrática; por esto la política, al menos discursivamente, tenía un horizonte legal moderno, una contradicción que suele caracterizarse como “ficción democrática”. En ese entonces muchas de las prácticas políticas llevadas a cabo por Wilches y los políticos de su tiempo, que hoy escandalizan, eran moneda corriente. El intercambio clientelista, crudo y manifiesto, era incluso, políticamente, lo más moderno que ellos podían imaginar

En el Santander que vivió Wilches cabe la explicación del fenómeno clientelista expuesta por Gunner Lind, quien lo analiza en la Europa moderna, y ubica a las familias como actores sociales fundamentales. Lind encuentra que el comportamiento clientelista puede expresarse entre parientes, en el seno de la comunidad, que puede darse de manera accidental, pero igualmente adrede, y que implica una conversión de recursos: «La forma más amplia de clientelismo es la red de gran escala que conecta a los grandes señores y sus familias con muchos clientes, con sus familias y con sus clientes […]. En el otro extremo, el más estrecho, se encuentra el contacto verdaderamente dual entre un padrino y un cliente aislado » 13.

Lo expuesto por Lind sobre este fenómeno, encaminado a favorecer o a controlar la administración pública por parte de una o varias familias, resulta aproximado al clientelismo en el que participó Wilches. Esto sin olvidar que en el contexto lo público y lo privado presentaban fronteras endebles, y que muchas veces los caudillos decidían en lo público como lo hacían con su vida y su hacienda. No obstante, debían vivir con la tensión permanente del deber ser, de la institucionalidad por ellos proclamada y escrita en las constituciones. De tal suerte, los políticos del siglo XIX colombiano se vieron atrapados en una dinámica contradictoria, con dos factores en dirección opuesta: el del discurso y el de las prácticas políticas.

La relación patrón-clientelas parece ser directamente proporcional al caudillismo típico de la política colombiana y latinoamericana en general, e inherente, en parte, a las prácticas de los partidos en todo el mundo. Del fenómeno caudillista, Deas recuerda que en Colombia durante la primera parte del siglo XIX, hombres como el general Mosquera tuvieron que buscar los votos con cerveza, música, cohetes, chicha, asados, peleas de gallos y periódicos14.