Una Forja de Valor

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Aus der Reihe: Reyes y Hechiceros #4
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CAPÍTULO TRES

Merk estaba en la entrada de la cámara secreta en el piso más alto de la Torre de Ur, con Pult, el traidor, yaciendo muerto a sus pies mientras miraba hacia la resplandeciente luz. Apenas si podía creer lo que miraba por la puerta entreabierta.

Estaba en la cámara sagrada del piso más protegido, la única habitación diseñada para guardar y proteger la Espada de Fuego. La puerta estaba tallada con la insignia de la espada y las paredes de piedra estaban talladas con la misma insignia también. Era este cuarto y sólo este cuarto al que el traidor quería llegar para robar la reliquia más sagrada del reino. Si Merk no lo hubiera atrapado y matado, no podía imaginarse en dónde estaría la espada ahora.

Mientras Merk observaba la habitación con sus lisas paredes de piedra en forma circular, empezó a ver que ahí, en el centro, estaba una plataforma dorada con una antorcha encendida debajo de ella y una base de acero en la parte superior, claramente diseñada para sostener la Espada. Pero mientras observaba, no podía entender lo que vio.

La base estaba vacía.

Parpadeó tratando de entender. ¿Ya había robado la Espada el ladrón? No, el hombre estaba muerto a sus pies. Esto sólo podía significar una cosa.

Esta torre, la sagrada Torre de Ur, era sólo un señuelo. Todo ello, la habitación y la torre, eran un señuelo. La Espada de Fuego no estaba aquí. Nunca había estado aquí.

Pero si no, ¿entonces dónde podría estar?

Merk se quedó de pie horrorizado y sin poder moverse. Pensó en todas las leyendas que conocía sobre la Espada de Fuego. Recordó escuchar acerca de las dos torres, la Torre de Ur en la esquina noroeste del reino, y la Torre de Kos en la sudeste, cada una en extremos opuestos del reino y haciendo contrapeso entre sí. Sabía que sólo una de ellas guardaba la Espada. Pero aun así Merk siempre había asumido que esta torre, la Torre de Ur, era la elegida. Todos en el reino así lo creían; todos hacían sus peregrinajes hacia esta torre y las leyendas siempre parecían señalar a Ur. Después de todo, Ur estaba en el continente y cerca de la capital, cerca de una gran y antigua ciudad; mientras Kos estaba la final del Dedo del Diablo, una ubicación remota sin ningún significado y cerca de nada.

Tenía que estar en Kos.

Merk se quedó impactado y lentamente se dio cuenta: él era el único en el reino que conocía la ubicación correcta de la Espada. Merk no sabía qué secretos o tesoros contenía la Torre de Ur, si es que contenía alguno, pero sabía con certeza que no guardaba la Espada de Fuego. Se sintió decepcionado. Había descubierto lo que se suponía no debía saber: que él y todos los demás soldados aquí estaban protegiendo en vano. Era información que los Observadores no debían conocer; pues esto por supuesto los desmoralizaría. Después de todo, ¿a quién le gustaría proteger una torre vacía?

Ahora que Merk conocía la verdad, sintió un ardiente deseo de huir de este lugar, de dirigirse a Kos para proteger la Espada. Después de todo, ¿por qué se quedaría aquí a cuidar paredes vacías?

Merk era un hombre simple que odiaba los acertijos más que cualquier otra cosa, y todo esto le dio un gran dolor de cabeza, haciendo que aparecieran más preguntas que respuestas. ¿Quién más conocería esto? Merk se preguntaba. ¿Los Observadores? Seguramente algunos de ellos debían saberlo. Si lo sabían, ¿cómo era posible que tuvieran la disciplina para proteger un señuelo todos los días? ¿Era todo esto parte de su trabajo, de su deber sagrado?

Ahora que lo sabía, ¿qué debería hacer? Ciertamente no les podría decir a los otros. Esto les quitaría el ánimo. Tal vez ni siquiera le creerían y pensarían que él había robado la Espada.

¿Y qué es lo que haría con el cuerpo muerto del traidor? Y si este traidor estaba tratando de robar la Espada, ¿había alguien más intentándolo? ¿Había actuado solo? ¿Y cuál era su motivo para tratar de robarla? ¿A dónde la llevaría?

Mientras estaba de pie tratando de descubrirlo todo, de repente se estremeció al escuchar el estruendoso sonido de campanas apenas encima de su cabeza, sonando como si estuvieran en esta misma habitación. Se escuchaban tan urgentes y apremiantes que no podía entender de dónde venían; hasta que se dio cuenta que la campana de la torre, en el techo, estaba apenas encima de él. La habitación se estremeció con el sonido y no pudo pensar claramente. Después de todo, su urgencia daba a entender que estas eran campanadas de guerra.

Una conmoción de repente apareció en todas partes de la torre. Merk pudo escuchar el alboroto distante como si todos estuvieran preparándose. Tenía que saber qué estaba pasando; podría volver a este dilema después.

Merk hizo el cuerpo a un lado, cerró la puerta completamente, y corrió fuera de la habitación. Corrió hacia el pasillo y vio a docenas de soldados apresurándose subiendo las escaleras, todos con espada en mano. Al principio se preguntó si venían por él, pero entonces volteó hacia arriba y vio a más soldados subiendo; entonces se dio cuenta de que iban al techo.

Merk se unió a ellos apurándose por las escaleras, saliendo por el techo en medio del ensordecedor sonido de las campanas. Se apresuró hacia la orilla de la torre y miró hacia afuera quedando impactado por lo que vio. Su corazón se desplomó al ver en la distancia el Mar de los Lamentos cubierto de negro, con un millón de barcos llegando a la ciudad de Ur en la distancia. Pero la flota parecía no dirigirse hacia la Torre de Ur, que estaba a un día de cabalgata al norte de la ciudad, así que no había peligro inmediato. Merk se preguntó por qué sonaban las campanas con tanta urgencia.

Entonces vio a los guerreros voltear hacia la dirección opuesta. Él también se dio la vuelta y lo vio: ahí, saliendo del bosque, estaba una banda de troles. A estos les seguían más troles.

Y después más.

Hubo un gran ajetreo seguido de un rugido y, de repente, cientos de troles salieron del bosque gritando y avanzando, con sus alabardas en alto y sangre en sus ojos. Su líder iba al frente, el trol conocido como Vesuvius, una bestia grotesca portando dos alabardas y con el rostro cubierto en sangre. Todos se agrupaban alrededor de la torre.

Merk inmediatamente se dio cuenta de que este no era un ataque de troles ordinario. Parecía como si la nación entera de Marda hubiera invadido. ¿Cómo es que habían pasado Las Flamas? se preguntaba. Claramente habían venido buscando la Espada con el deseo de bajar Las Flamas. Merk pensó en lo irónico que era, ya que la Espada no estaba aquí.

Merk entonces se dio cuenta de que la torre no resistiría tal ataque. Era el fin.

Merk se sintió aterrado pero se preparó para la que sería su última batalla al verse rodeado. Todo alrededor los guerreros tomaban sus espadas y miraban hacia abajo con pánico.

“¡HOMBRES!” gritó Vicor, el comandante de Merk. “¡A SUS POSICIONES!”

Los guerreros tomaron sus posiciones en las almenas y Merk inmediatamente se les unió apresurándose hacia la orilla, tomando arco y flechas al igual que los otros, apuntando y disparando.

Merk vio con gusto cómo una de sus flechas atravesaba a uno de los troles en el pecho; pero, para su sorpresa, la bestia continuó corriendo incluso con la flecha saliéndole por la espalda. Merk disparó otra vez encajando una flecha en el cuello de la bestia; pero aun así, para su sorpresa, esta continuó corriendo. Disparó una tercera vez golpeando al trol en la cabeza, y esta vez el trol cayó al suelo.

Merk se dio cuenta rápidamente de que estos troles no eran oponentes ordinarios y de que no sería tan fácil derrotarlos. Sus probabilidades se hicieron más escasas. Pero el siguió disparando una y otra vez derribando a tantos troles como pudo. Sus compañeros soldados disparaban también oscureciendo el sol con sus flechas, haciendo que los troles tropezaran y cayeran bloqueando el camino para los demás.

Pero muchos siguieron pasando. Pronto llegaron a las gruesas murallas de la torre, levantaron sus alabardas, y las golpearon contra las puertas doradas tratando de derribarlas. Merk pudo sentir las vibraciones en sus pies, y esto lo hizo estremecerse.

El sonido del metal llenaba el aire mientras la nación de troles golpeaba las puertas sin cesar. De alguna manera, Merk sintió alivio al ver que las puertas los detenían. Incluso con cientos de troles golpeándolas, las puertas, como por obra de magia, no se doblaron ni abollaron.

“¡ROCAS!” gritó Vicor.

Merk vio a los otros soldados apresurarse hacia unas rocas alineadas en la orilla, y él se les unió mientras todos levantaban una. Juntos, él y otros diez más lograron levantarla y empujarla por encima del muro. Merk se retorció y gimió por el esfuerzo, empujando con todas sus fuerzas hasta que todos la dejaron caer con un gran grito.

Merk se asomó junto con los otros y vieron la roca caer con un silbido.

Los troles debajo voltearon hacia arriba, pero fue demasiado tarde. Esta aplastó a un grupo de ellos dejando un gran cráter en la tierra junto a la torre. Merk ayudó a los otros soldados mientras arrojaban rocas por toda la orilla de la torre, matando a cientos de troles y haciendo que el suelo se estremeciera con las explosiones.

Pero estos siguieron viniendo como una corriente interminable de troles avanzando desde el bosque. Merk vio que se acabaron las rocas; las flechas se acabaron también y los troles no daban señales de disminuir su ataque.

Merk de repente sintió algo pasar por su oreja y se volteó para ver volar una lanza. Miró hacia abajo sorprendido y vio a los troles levantando lanzas y arrojándolas hacia las almenas. Se quedó impactado; no tenía idea de que tuvieran la fuerza para lanzar tan alto.

Vesuvius los guiaba levantando una lanza dorada y lanzando directamente hacia arriba, y Merk vio sorprendido cómo esta llegaba hasta la cima de la torre y errando gracias a que él se agachó. Escuchó un gemido y vio como los otros soldados no fueron tan afortunados. Varios de ellos estaban de espaldas atravesados por lanzas y con sangre saliendo de sus bocas.

 

Y más preocupante aún fue escuchar un ajetreo proveniente del bosque cuando de este de repente salió rodando un ariete de hierro encima de una carreta con ruedas de madera. La multitud de troles abrió camino mientras Vesuvius guiaba el ariete directo hacia las puertas.

“¡LANZAS!” gritó Vicor.

Merk corrió junto con los otros hacia el montón de lanzas sabiendo mientras tomaba una que esta sería su última línea de defensa. Había pensado que guardarían estas hasta que los troles entraran en la torre y que estas les servirían como última línea de defensa; pero al parecer el problema era apremiante. Tomó una, apuntó y la lanzó hacia abajo directo hacia Vesuvius.

Pero Vesuvius fue más rápido de lo que parecía y la esquivó en el último momento. La lanza de Merk golpeó a otro trol en el muslo haciendo que el avance del ariete disminuyera. Los otros soldados también hicieron caer sus lanzas matando a los soldados que empujaban el ariete y deteniendo su progreso.

Pero tan pronto como los troles caían, cien más aparecían desde el bosque para reemplazarlos. Pronto el ariete estaba rodando otra vez. Simplemente eran demasiados y todos eran prescindibles. Esta no era la manera en que peleaban los humanos. Esta era una nación de monstruos.

Merk retrocedió para tomar otra lanza pero se decepcionó al ver que no quedaba ninguna. Al mismo tiempo, el ariete llegó a las puertas de la torre y varios troles ponían tablones de madera sobre los cráteres para formar un puente.

“¡AVANCEN!” gritaba Vesuvius con una voz profunda y grave.

El grupo de troles avanzó y empujó el ariete hacia adelante. Un momento después este golpeó contra las puertas con tal fuerza que Merk sintió las vibraciones hasta allá arriba. El temblor corrió a través de sus tobillos haciendo que le lastimara los huesos.

Entonces se repitió una y otra vez haciendo que la torre se estremeciera, haciendo que él y los otros se tambalearan. Cayó de manos y rodillas encima de un cuerpo, un compañero Observador, sólo para darse cuenta de que ya estaba muerto.

Merk escuchó un silbido, sintió una oleada de viento y calor, y al ver hacia arriba no pudo comprender de qué se trataba: encimad de él pasaba una roca encendida. Había explosiones todo alrededor mientras las rocas llameantes caían encima de la torre. Merk se agachó y se asomó por la orilla viendo como docenas de catapultas eran disparadas desde abajo apuntando hacia el techo de la torre. A su alrededor los hombres estaban muriendo.

Otra roca encendida cayó cerca de Merk, matando a dos Observadores con los que Merk ya tenía cierta amistad, y mientras las llamas se extendían, pudo sentir el calor en su espalda. Merk miró a su alrededor y vio que ya casi todos los hombres estaban muertos; entonces supo que ya no había mucho que pudiera hacer más que esperar a morir.

Merk sabía que era ahora o nunca. Él no caería de esta forma, atrapado en la cima de la torre esperando morir. Caería valientemente, sin miedo, enfrentándose al enemigo cara a cara con una daga en su mano y mataría a tantas criaturas como pudiera.

Merk gritó fuertemente, alcanzó la cuerda que estaba atada a la torre, y saltó por la orilla. Bajó a toda velocidad dirigiéndose hacia la nación de troles y preparado para enfrentarse a su destino.

CAPÍTULO CUATRO

Kyra miraba hacia el cielo sintiendo el mundo moverse sobre ella. Era el cielo más hermoso que ella había visto, de color morado oscuro, con suaves nubes blancas pasando por este, y radiante con la difusa luz solar. Sintió que se movía y escuchó el gentil salpicar del agua a su alrededor. Nunca antes había tenido tal sensación de paz.

Recostada, Kyra volteó hacia los lados y se quedó sorprendida al ver que estaba flotando en un inmenso mar, sobre una balsa de madera y lejos de cualquier costa. Grandes olas movían gentilmente la balsa arriba y abajo. Sentía como si se dirigiera al horizonte, hacia otro mundo y hacia otra vida. A un lugar de paz. Por primera vez en su vida había dejado de preocuparse del mundo; se sintió envuelta en los brazos del universo como si, finalmente, pudiera bajar la guardia y dejarse llevar sin temor a ningún daño.

Kyra sintió otra presencia en la balsa y se levantó sorprendida al ver a una mujer sentada. La mujer traía ropas blancas y estaba envuelta en luz, con largo cabello dorado y ojos azules resplandecientes. Era la mujer más hermosa que Kyra jamás había visto.

Kyra se quedó perpleja al sentirse segura de que era su madre.

“Kyra, mi amor,” dijo la mujer.

La mujer le sonrió con tal dulzura que hizo que el alma de Kyra se recobrara, y Kyra la miró con un sentimiento aún más profundo de paz. La voz resonó dentro de ella y la hizo sentirse en paz con el mundo.

“Madre,” le respondió.

Su madre le extendió una mano casi transparente y Kyra se acercó y la tomó. El sentir su piel fue electrizante y, mientras la sostenía, Kyra sintió como si parte de su alma estuviera siendo restaurada.

“Te he estado observando,” dijo ella. “Y estoy orgullosa. Más orgullosa de lo que te puedes imaginar.”

Kyra trató de enfocarse pero, al sentir el calor del abrazo de su madre, sintió como si estuviera dejando este mundo.

“¿Estoy muriendo, madre?”

Su madre la miró con ojos resplandecientes y apretó su mano aún más.

“Ya es tu hora, Kyra,” le dijo. “Y aun así tu valentía ha cambiado tu destino. Tu valentía y mi amor.”

Kyra parpadeó confundida.

“¿Es que no vamos a estar juntas?”

Su madre le sonrió y Kyra sintió como su madre la soltaba lentamente y se alejaba. Kyra tuvo una oleada de miedo al sentir que su madre se iba y ahora para siempre. Kyra trató de sostenerse de ella, pero ella quitó su mano y en vez de eso puso su mano en el estómago de Kyra. Kyra sintió un inmenso calor y amor cursando por ella, curándola. Lentamente sintió cómo era restaurada.

“No dejaré que mueras,” respondió su madre. “Mi amor por ti es más fuerte que el destino.”

De repente, su madre desapareció.

En su lugar estaba un apuesto muchacho que la observaba con brillantes ojos grises y cabello lacio y largo, hipnotizándola. Ella pudo sentir el amor en su mirada.

“Yo tampoco te dejaré morir, Kyra,” repitió él.

Él se agachó, puso su palma en el estómago de ella en el mismo lugar en el que su madre lo había hecho, y sintió un calor aún más intenso pasar por su cuerpo. Vio una luz blanca y, mientras sentía el calor en su interior, sintió cómo volvía a la vida apenas pudiendo respirar.

“¿Quién eres?” preguntó ella con su voz siendo apenas superior a un suspiro.

Ahogándose en el calor y la luz, ella no pudo evitar cerrar los ojos.

¿Quién eres? hizo eco en su mente.

Kyra abrió los ojos lentamente sintiendo una inmensa ola de paz y calma. Volteó hacia los lados esperando aún estar en el océano, ver el cielo y el agua.

En su lugar, oyó el constante canto de insectos. Se dio la vuelta confundida y vio que estaba en el bosque. Estaba recostada en un claro sintiendo un intenso calor emanando de su estómago en el lugar en el que había sido apuñalada y vio cómo una mano se posaba sobre este. Era una bella mano pálida igual a la de su sueño que tocaba su estómago. Mareada, volteó hacia arriba y se encontró con los hermosos ojos grises observándola con tanta intensidad que parecían brillar.

Kyle.

Él se arrodilló a su lado poniendo una mano en su frente y, mientras la tocaba, Kyra sintió cómo su herida se curaba lentamente y cómo regresaba a este mundo, casi como si él la trajera de vuelta. ¿Había ella realmente visto a su madre? ¿Había sido real? Sintió como si debiera estar muerta pero, de alguna manera, su destino había cambiado. Era como si su madre hubiera intervenido; y Kyle. Su amor la había traído de vuelta. Eso y, como su madre había dicho, su propio valor.

Kyra se lamió los labios y estaba muy débil para levantarse. Quería agradecerle a Kyle, pero su garganta estaba demasiado reseca y las palabras no salían.

“Shh,” dijo él al verla esforzarse, agachándose y besándola en la frente.

“¿Me morí?” pudo ella preguntar finalmente.

Él respondió después de un largo silencio, con una voz suave pero poderosa.

“Has regresado,” dijo él. “No dejaré que te vayas.”

Era un sentimiento extraño; al verlo a los ojos, sintió como si lo conociera desde siempre. Ella lo tomó de la muñeca, apretándosela en señal de agradecimiento. Había tantas cosas que ella deseaba decirle. Quería preguntarle por qué arriesgaría su vida por ella; por qué se preocupaba tanto por ella; por qué se sacrificaría para traerla de vuelta. Pues ella de alguna forma sentía que él había hecho un gran sacrificio, un sacrificio que llegaría a lastimarlo.

Pero más que nada, quería que supiera lo que ella estaba sintiendo en este momento.

Te amo, deseaba decirle.

Pero las palabras no salían. En vez de eso, el cansancio la venció y, mientras cerraba los ojos, no tuvo opción más que sucumbir. Sintió cómo entraba en un sueño más y más profundo mientras el mundo pasaba sobre ella y se preguntó si estaba muriendo otra vez. ¿Es que había vuelto tan sólo por un momento? ¿Había vuelto solamente para poder despedirse de Kyle?

Y mientras el sueño profundo finalmente la venció, pudo jurar que escuchó unas últimas palabras antes de perder el conocimiento:

“Yo también te amo.

CAPÍTULO CINCO

El bebé dragón volaba en agonía haciendo un gran esfuerzo con cada aleteo y tratando de mantenerse en el aire. Él voló, como lo había hecho durante horas, sobre el campo de Escalon sintiéndose solo y perdido en este mundo cruel en el que había nacido. Por su mente pasaban imágenes de su padre muriendo en el suelo, con sus grandes ojos cerrándose y siendo apuñalado por todos esos soldados humanos. Su padre, a quien no había tenido la oportunidad de conocer excepto por ese momento de gloriosa batalla; su padre, quien había muerto salvándolo.

El bebé dragón sintió como si la muerte de su padre hubiera sido la suya propia, y con cada aleteo que daba se sentía más pesado por la culpa. Si no hubiera sido por él, su padre tal vez seguiría vivo.

El dragón voló desgarrado por el dolor y el remordimiento ante la idea de que nunca tendría la oportunidad de conocer a su padre, de agradecerle por su desinteresado acto de valor y por salvar su vida. Una parte de él ya no quería seguir viviendo.

Pero otra parte ardía de rabia, estaba desesperada por matar a esos humanos, por vengar la muerte de su padre y destruir la tierra debajo. No sabía en dónde se encontraba, pero intuía que se encontraba a océanos de distancia de su tierra natal. Algunos instintos lo impulsaban a volver a su hogar; pero no sabía en dónde estaba ese hogar.

El bebé voló sin destino y perdido en el mundo, respirando fuego en la cima de los árboles o sobre cualquier cosa que pudiera encontrar. Pronto se quedó sin fuego, y pronto se encontró bajando cada vez más y más con cada aleteo de sus alas. Trató de elevarse, pero descubrió lleno de pánico que ya no tenía la fuerza para hacerlo. Trató de esquivar la cima de los árboles pero sus alas ya no pudieron levantarlo y se estrelló contra ellas, dolido por todas las viejas heridas que no habían sanado.

Rebotó sobre ellas en agonía y continuó volando, disminuyendo su elevación mientras perdía fuerza. Goteaba sangre que caía como gotas de lluvia. Estaba débil por el hambre, por las heridas y por los miles de golpes por lanzas que había recibido. Quería seguir volando y encontrar un objetivo para destruir, pero sintió que sus ojos se le cerraban estando ya muy pesados. Sintió cómo perdía por momentos el conocimiento.

El dragón supo que estaba muriendo. De cierta manera esto era un alivio; pronto se uniría con su padre.

Se despertó con el sonido de hojas y ramas rompiéndose y, al sentir que caía por la cima de los árboles, finalmente abrió los ojos. Su visión estaba oscurecida en un mundo de verde. Ya sin poder controlarse, sintió cómo se desplomaba rompiendo las ramas y lastimándose con cada una.

Finalmente se detuvo abruptamente entre dos ramas en la cima de un árbol, demasiado débil para moverse. Se quedó colgando, inmóvil y con tanto dolor que cada respiración le dolía más que la anterior. Estaba seguro de que moriría ahí arriba atrapado entre los árboles.

Una de las ramas finalmente se quebró con un fuerte chasquido y el dragón cayó en picada. Cayó dando vueltas y rompiendo más ramas por unos cincuenta pies hasta que finalmente llegó al suelo.

 

Se quedó ahí sintiendo sus costillas fracturadas y escupiendo sangre. Movió una de sus alas lentamente, pero no pudo hacer nada más.

Al sentir que la fuerza de vida lo dejaba, sintió que era injusto y prematuro. Sabía que tenía un destino, pero no podía entender qué era. Parecía ser corto y cruel, nacido en este mundo sólo para presenciar la muerte de su padre y después morir él mismo. Tal vez así era la vida: cruel e injusta.

Al sentir sus ojos cerrarse por última vez, la mente del dragón se llenó con un solo pensamiento: Padre, espérame. Te veré pronto.