Kostenlos

Transmisión

Text
Als gelesen kennzeichnen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

Vino el rugido de disparos, tan fuerte contra la selva que Kevin pensó que podría quedarse sordo. El caimán hizo un siseo de dolor y, después, se desplomó. Kevin también se desplomó, solo el árbol lo mantenía erguido cuando Ted apareció con un rifle alzado hasta su hombro. Solo lo bajó una vez estuvo seguro de que la bestia estaba muerta.

—¿Estás bien? —preguntó.

Kevin consiguió asentir, a pesar del miedo que todavía le aprisionaba.

—Creo que sí.

—¿Qué estabas haciendo? Pensaba que te había dicho que no te alejaras.

Kevin deseaba decir que no era un niño pequeño. En cambio, hizo una señal con la cabeza hacia el estanque de agua oscura.

—Tenía que hacerlo, yo sentí… Creo que está allí.

Vio que el soldado parpadeaba y después miraba hacia el agua.

—¿Estás seguro?

—Sí —dijo Kevin—. No sé cómo estoy seguro, pero está allí.

Ante su sorpresa, Ted no preguntó más, solo llamó a los demás. Ellos vinieron, con tanta prisa como cuando habían encontrado las primeras señales del daño. Pero no fueron tan rápidos para lanzarse al agua, evidentemente por miedo a lo que todavía podría merodear por allí. Finalmente, Ted y otros tres soldados, dos escandinavos y un americano, se metieron dentro, caminando en el agua con una lona que hacía de red.

—Tenemos algo —gritó Ted, y envolvieron a la cosa con ella, tirando de ella para levantarla, arrastrándola hasta fuera del agua. Parecía no terminar nunca, y Kevin esperaba algo enorme mientras trabajaban para sacarla, una docena de científicos se movieron para ayudarlos.

Cuando finalmente salió rodando de la lona hasta el suelo, no era lo que Kevin esperaba para nada. En primer lugar, había pensado que sería más grande. Su imaginación le había dicho que habría un vehículo más grande que un coche, tal vez cerca del tamaño de una casa. Había pensado que sería plateado y brillante, o tan negro que se parecería al lugar a través del cual había volado.

En su lugar, allí había una esfera de roca perfectamente redonda, todavía viscosa con el agua, pero lisa por debajo. Parecía como si alguien hubiera disparado una bola de boliche rocosa a través del universo, o tal vez la había disparado desde un gran cañón hacia la Tierra.

Aun así, los científicos la rodearon hasta que Kevin apenas podía verla porque eran demasiados.

—¿Está aquí? —preguntó el Profesor Brewster—. Dejadme pasar, dejadme pasar. ¿Lo hemos encontrado?

—Algo hemos encontrado, desde luego —dijo la Dra. Levin. Parecía que se estaba obligando a sí misma a estar tranquila, a no emocionarse demasiado—. Ahora tendremos que calcular exactamente qué.

Ted estaba diciendo que no con la cabeza.

—Antes de hacer nada de eso, hay por lo menos una cosa que tenemos que hacer. Tenemos que devolverla.

CAPÍTULO CATORCE

Kevin no quería apartar la mirada de la roca mientras la llevaban de vuelta en una especie de camilla, sin estar completamente seguros de qué hacer con ella mientras la llevaban a través de la selva hasta su campamento base. Estaba a la vez emocionado y perplejo, atrapado entre la alegría de haber encontrado lo que las señales alienígenas les habían señalado y la sorpresa de que no fuera la gran nave espacial que él había imaginado que sería.

Se hacía extraño haberla encontrado realmente, a pesar de que todos habían venido aquí para hacer exactamente eso. Parecía que no debía estar allí, pero estaba, y ahora Kevin apenas podía contener su emoción ante la posibilidad de ver lo que había dentro.

—La abriremos cuando regresemos, ¿verdad? —le preguntó a la Dra. Levin, que parecía mirarla con el aire de alguien que está esperando la Navidad.

A su lado, la Dra. Levin asintió.

—Esa es la idea. Habrá un laboratorio esperándonos en las instalaciones de la ONU fuera de Bogotá, y veremos lo que hay dentro.

Oía cómo ella intentaba no emocionarse demasiado por todo aquello. De hecho, la mayoría de científicos que había allí parecían estar tan contentos por haber encontrado esta roca extrañamente lisa como lo hubieran estado si hubieran encontrado algún tipo de nave espacial intacta, repleta de tecnología avanzada. Tal vez era simplemente que eran científicos, y una roca de algún modo les parecía más real. Seguramente, al ser de la NASA, estaban acostumbrados a examinar rocas del espacio exterior, mientras que las naves espaciales les parecían imposibles.

Aun así, Kevin esperaba que las cosas molaran mucho más cuando la abrieran. Tal vez dentro habría tecnología alienígena, o mensajes dejados allí como un mensaje dentro de una botella. A no ser que los alienígenas fueran realmente diminutos, dudaba de que hubiera alguno allí, pero tal vez eran así de pequeños, o habían encontrado una manera de entrar más en espacios que en los que deberían caber, o algo así.

Fuera lo que fuera, sería increíble.

Regresaron al lugar donde habían dejado los camiones, y ya había científicos que estaban recogiendo sus herramientas. Parecía que estaban tan ansiosos por regresar y abrir la roca que habían recuperado como lo estaba Kevin. Cuando habían sacado el equipo, habían sido delicados con él, pero ahora prácticamente lo lanzaban a la parte de atrás de los vehículos.

—Deberíamos meternos en los camiones —dijo la Dra. Levin—. Casi estamos listos para irnos, creo.

Kevin asintió y se dispuso a volver al jeep. Vio al profesor Brewster a lo largo del camino, e iba pasar de largo de él corriendo, pero para sorpresa de Kevin, el jefe del instituto de la NASA realmente parecía feliz. Prácticamente estaba bailando allí mismo por la emoción.

—Lo encontramos —dijo el Profesor Brewster—. Realmente lo encontramos. Esto es… sé que he sido duro contigo, Kevin, pero solo era porque quería estar seguro de esto. Desde que era… bueno, desde que tenía tu edad.

Kevin apenas podía creerlo; nunca hubiera esperado que el Profesor Brewster, de entre todos, tuviera un optimismo infantil.

Volvió corriendo al jeep donde Ted y su madre esperaban. Posiblemente por primera vez desde que esto había empezado, su madre tenía la asombro en el rostro que le daba a entender a Kevin que finalmente lo comprendía, que no lo estaba haciendo solo por el bien de Kevin. Ted parecía claramente un poco menos contento. Si Ted estaba preocupado por algo, no podía ser bueno. Al fin y al cabo, se había encarado con un caimán sin problemas.

Pero esto no podía afectar a la felicidad de Kevin. Todos los científicos habían venido con sus máquinas de prueba, pero él había sido el que había identificado el lugar donde estaba la cápsula alienígena. Parecía que de alguna manera fuera suya por esa razón, incluso mientras estaba dentro de un camión a unos veinte metros, vigilada por una mezcla de científicos y soldados de diferentes naciones. Parecía que cualquier cosa que pasara de ahora en adelante sería por su causa.

—¿Qué piensa que habrá dentro de la cápsula cuando la abramos? —preguntó Kevin.

Ted lo pensó durante unos segundos.

Podrían haber mandado una cápsula del tiempo llena de información. Tal vez esperan que alguien de por allí tenga la tecnología para revivirlos de lo que les pasó. Tendrías que preguntar a los científicos. Ellos sabrán más.

Tal vez sí. Como mínimo, la mayoría de ellos parecían estar hablando de esto, de manera que las radios de los convoys parecían animadas con especulaciones en diferentes idiomas. Kevin no los había oído tan emocionados desde que empezaron los mensajes. Tal vez era la parte en la que tenían algo más que una señal traducida por un chico de trece años. Tal vez les gustaba tener algo sólido para demostrar lo que estaba pasando.

Kevin no los podía culpar por ello. Incluso aunque él supiera que lo que estaba viendo era real, encontrar la roca había sido un especie de alivio. Había sido la prueba de cuánto significaba todo esto.

—¿Cuánto queda para llegar a las instalaciones de la ONU? —preguntó Kevin. Ahora solo quería llegar allí, para poder ponerse a mirar.

—Depende —dijo Ted—. Ya hemos visto lo difíciles que las carreteras pueden… joder.

Por un instante, Kevin pensó que debía haber otro bloqueo en la carretera. Entonces vio la franja de siluetas uniformadas sujetando pistolas.

Los miró fijamente, atónito. Kevin podía oír el parloteo de los demás en la radio mientras veían lo que estaba sucediendo. Incluso Ted parecía tenso. Aunque no sorprendido. En todo caso, parecía que lo esperaba.

—Demasiado tarde para dar marcha atrás —dijo Ted, reduciendo la velocidad del jeep—. Hay demasiada gente detrás nuestro. Parece que tendremos que hacerlo a las malas.

Detuvo el vehículo y se dirigió a Kevin.

—Parecen militares colombianos más que uno de los cárteles, así que no debería haber problema, pero si no es así, quedaos aquí y bajad la cabeza. ¿Entendido?

—Sí —dijo la madre de Kevin.

Ted miró a Kevin.

—¿Entendido?

—Vale —dijo Kevin. ¿Qué pensaba el antiguo soldado que iba a hacer?—. Esto… no nos van a disparar, ¿verdad?

—Seguramente no —dijo Ted.

—¿Cómo que seguramente no? —Eso no sonó muy tranquilizador. Kevin hubiera preferido “seguro que no” o incluso “no te preocupes por eso”.

Ted hizo una señal con la cabeza hacia donde el Profesor Brewster ya se estaba dirigiendo a la parte de delante del convoy.

—Imagino que depende de a quien dejemos que hable.

Bajó de un salto y Kevin vio a un grupo de otros tipos que pasaban también, o deseosos por ayudar, o queriendo demostrar que tenían algún tipo de autoridad allí, o tal vez solo queriendo ver qué estaba sucediendo.

 

Esa fue, desde luego, la razón por la que él se dispuso a salir del jeep.

—Kevin —dijo su madre—. Ted nos dijo que nos quedáramos en el vehículo.

—Lo sé, mamá —dijo—, pero no pienso que cambie mucho las cosas si hay alguna pelea.

—¡Kevin! —dijo su madre otra vez, mientras Kevin saltaba del jeep y empezaba a avanzar. Oía que su madre lo estaba siguiendo, pero él continuó. No se lo iba a perder.

Para cuando llegaron al grupo de los tipos armados, ya estaban discutiendo las cosas en un tono que parecía peligrosamente cercano a la violencia. Kevin había visto a los niños en la escuela cuando se habían pasado insultándose el uno al otro, y no querían dar marcha atrás porque pensaban que eso los haría parecer estúpidos. Siempre tenían esa sensación de no querer pelear, de que estaban asustados y de que todo eso era estúpido, pero iban a hacerlo de todas formas. Kevin nunca hubiera esperado oír a los adultos así, pero por lo menos algunos de ellos lo hacían.

—… Y yo le digo, Profesor, que esto es terreno soberano de Colombia —le estaba diciendo un hombre más mayor al Profesor Brewster—. ¿Me está diciendo que si este artefacto hubiera caído en territorio de EE. UU., nos permitirían llevárnoslo como están intentando hacer ustedes?

—No, por supuesto que no, General —respondió bruscamente el Profesor Brewster—. Porque nosotros tenemos las mejores instalaciones científicas del mundo.

—¿Está poniendo en duda la calidad del programa científico de Colombia? —preguntó el general.

—Estoy diciendo que no tiene ni una décima parte de los recursos que tenemos nosotros –respondió el Profesor Brewster.

Eso no pareció impresionar al hombre. En todo caso, solo pareció enojarlo.

—Así que ya está, ¿no? EE. UU. es el más grande y el más rico, ¿y por eso todos debemos doblegarnos ante lo que quiera? —Kevin vio que negaba con la cabeza—. Ya hemos tenido suficiente en el pasado. ¿Piensa que no reconozco a algunos de los hombres que hay aquí del pasado?

—De cuando nos invitaron —dijo Ted, yendo hasta ellos—. General Márquez, no oí que se quejara cuando estuvimos aquí ayudando a su país contra los cárteles.

—Y ahora se están sirviendo —dijo el hombre.

—Contactamos a través de vías diplomáticas —dijo el Profesor Brewster—. Les dijimos que íbamos a venir.

—Pero no esperaron a tener permiso —dijo el General Márquez. Kevin tenía la sensación de que todo esto estaba empeorando rápidamente, y de que él estaba atrapado en medio con adultos discutiendo a su alrededor. Adultos que indudablemente no iban a escuchar a alguien como él, y que parecían estar decididos a discutir y gritar hasta que todo esto acabara en violencia.

—Si me permite un segundo, señor —dijo Ted—, estoy seguro de que podemos poner a nuestro presidente al teléfono para usted, y para el suyo.

—¿Para que puedan ponerse de acuerdo para que hagamos lo que ustedes quieran a cambio de alguna concesión menor, de alguna promesa vacía? —exigió el general—. Nuestro presidente es un buen hombre, pero este es un asunto militar.

—Parece que podría convertirse en uno —dijo Ted. Lo extraño para Kevin era que no levantaba la voz, incluso en medio de una situación peligrosa como esta. El Profesor Brewster estaba sudando y Kevin notaba que él cada vez estaba más nervioso, pero parecía que el antiguo soldado estaba sencillamente… tranquilo.

Pero era un tipo de calma peligroso, y a Kevin le preocupaba casi tanto como todo el resto.

—Lo simplificaré —dijo el General Márquez—. El artefacto que transportan pertenece al pueblo colombiano. Tomaremos posesión de él. Si intentan detenernos para que no lo hagamos, los arrestaremos y los encarcelaremos. Ahora, apártense.

Se dirigió hacia el primero de los camiones del convoy, evidentemente con la intención de comprobar si había algo alienígena.

—No puedo permitir que toque ese camión, señor —dijo Ted y ahora, de algún modo, había un arma en su mano, apuntando directamente al general colombiano.

Al instante, había más pistolas apuntando a Kevin de las que Kevin había visto en su vida.

CAPÍTULO QUINCE

Kevin hacía todo lo que podía para no parecer asustado mientras docenas de armas lo estaban apuntando. No era fácil. La mayoría de las colombianas parecían apuntar a Ted, pero como Kevin no estaba tan lejos, para él no parecía haber tanta diferencia. Mientras tanto, los soldados por su parte, habían aprovechado la oportunidad para apuntar con sus armas a los colombianos. Lo que parecía una cosa unilateral se había convertido en un peligroso empate en cuestión de segundos.

—Aun así estamos mejor armados —dijo el General Márquez—. Si dispara, moriremos todos.

Ted se encogió de hombros.

—Con respeto, señor, usted moriría primero.

Se movió de manera que el general estaba entre él y los otros colombianos.

—¿Piensa que eso me importa? —exigió el General Márquez—. Algo así es más importante que usted, más importante que yo y, además, yo tengo una potencia de fuego superior.

—Entonces es bueno que llamara a la ayuda aérea —dijo Ted.

—Se está marcando un farol.

Pero Kevin oía el ruido de las palas de rotor a lo lejos, y parecía que todos los demás también. Debería haberle hecho sentir seguro, pero por lo que él podía ver, eso hacía toda la situación más peligrosa. Solo incrementaba la cantidad de gente que podría decidir abrir fuego en el momento equivocado.

Como era de esperar, un helicóptero apareció por encima de los árboles, con un aspecto angular y con pinchos que eran armas. Kevin se puso a pensar en la llamada de teléfono que Ted había hecho antes. Esperaba que esto sucediera o, al menos, algo así. Alzó la vista hacia él, después alrededor, a todos los hombres con pistola apuntándose los unos a los otros. Unos cuantos segundos más y podría haber balas volando por todas partes.

Así que Kevin hizo lo único que podía hacer y se metió entre Ted y el general.

—Sal de aquí, Kevin —dijo Ted.

—Deberías apartarte —le dio la razón el General Márquez.

Kevin negó con la cabeza.

—No.

—¡Keeeevin! —exclamó su madre desde más atrás, pero un par de investigadores la cogieron por los brazos cuando empezaba a avanzar—. ¡Sal de ahí!

Kevin no se movió. Miraba de Ted al general colombiano, quedándose entre los dos mientras, arriba, el helicóptero planeaba en una amenaza constante.

—Los dos se están comportando como idiotas —dijo Kevin. No era como se suponía que debías hablar a los adultos, desde luego no a los que iban tan armados, pero por lo que Kevin podía ver, era simplemente la verdad.

—Tú no entiendes lo que está pasando aquí, Kevin —dijo Ted.

—Tiene razón —le dio la razón el General Márquez—. Tú no entiendes las consecuencias de esto.

¿Por qué los adultos siempre pensaban que eran los únicos que entendían las cosas? ¿Por qué pensaban que los chicos como Kevin eran estúpidos?

—Usted no quiere que un grupo de gente de fuera de Colombia venga y se lleve lo que es suyo, o le diga qué hacer —dijo Kevin—, pues es como si dijeran que son mejores que usted. Y Ted no quiere abandonar la cápsula en parte porque piensa que nosotros hemos hecho la mayor parte del trabajo en encontrarla, en parte porque piensa que nos hará parecer débiles si la dejamos ir y en parte porque tiene órdenes y es la clase de personas que las seguirá pase lo que pase. Todo esto es estúpido.

Ted inclinó la cabeza hacia un lado.

—Kevin no está del todo equivocado. Yo, en efecto, tengo órdenes.

—Y yo realmente no quiero que Colombia se vea insultada porque los americanos nos quiten este artefacto —dijo el General Márquez—. Ya han interferido demasiado en nuestro país.

—Así que los dos están siendo tercos —dijo Kevin. No parecía bien, hablar así a los dos adultos, pero sencillamente era la verdad y, de todos modos, si no lo hacía, seguramente les iban a disparar a todos. Esta parecía una buena razón para continuar, así que señaló a los científicos—. Mirad todos los países diferentes que están trabajando juntos aquí. Si ellos pueden hacerlo, ¿por qué ustedes no?

—¿Qué sugieres tú? —preguntó el General Márquez.

Por lo menos, para esto Kevin tenía una respuesta.

—Íbamos a llevar la cápsula a algún lugar de la ONU…

—Al centro WHO —suplió Ted.

—Entonces, ¿por qué no hacerlo? —preguntó Kevin—. Parecería que todo esto estaba sucediendo porque ustedes lo permitían, y ustedes podrían estar allí cuando lo abriéramos. Todo el mundo lo vería.

—Las cámaras incluidas —dijo Ted. Él bajó su arma—. Oí que está pensando en dar el paso a la política, General.

El general se quedó callado durante varios segundos mientras lo pensaba, y Kevin pensó que ahora entendía algo.

—No les haría parecer débiles —dijo—. Parecería que ustedes eran los responsables de dar esto al mundo. Se envió a la Tierra, a ningún país concreto. Es para todo el mundo. No es algo que se pueda poseer.

El General Márquez pensó un poco más y después asintió.

—Muy bien. —Llamó a sus hombres en español, y estos bajaron sus armas—. Les acompañaremos a las instalaciones de la ONU y observaremos cómo abren este artefacto allí. Has sido muy valiente, muchacho.

Kevin sintió un sonrojo de orgullo ante eso, aunque al girar la vista atrás, la cara de su madre le dio a entender el problema que tenía al ponerse en peligro. Ted le rodeó los hombros con el brazo y lo llevó de vuelta al jeep.

—Bien hecho —dijo—, pero jamás vuelvas a hacer algo tan estúpido. Podrían habernos matado a todos.

Podrían haberlo hecho, pero no fue así. Aún mejor, todos los camiones empezaban a circular en su convoy, se dirigían hacia un lugar donde por fin podrían descubrir qué era lo que los alienígenas habían mandado a la Tierra desde su mundo.

—Vamos a poder abrir la cápsula —dijo Kevin. No podía esconder la emoción en su voz.

—Así es —le dio la razón Ted y, por una vez, parecía tan emocionado como Kevin—. Vamos a ver lo que los extraterrestres nos mandaron.

CAPÍTULO DIECISÉIS

Kevin no le sacaba los ojos de encima al camión que llevaba la cápsula de vuelta a Bogotá. Casi sentía que, si apartaba la vista por un momento, uno de los diferentes grupos que había pasado tanto tiempo discutiendo por ella intentaría cogerla.

—No va a desaparecer —dijo Ted—. Hiciste un buen trabajo al convencer a todos para trabajar juntos en esto, Kevin.

Kevin quería creerlo, pero la cápsula había aparecido casi de la nada, ¿verdad? ¿Por qué no iba a encontrar una manera de desaparecer del mismo modo? ¿Por qué no iban a quedarse mirando fijamente a un espacio vacío, mientras esperaban todos los secretos que los alienígenas les habían preparado?

—Irá bien, Kevin —dijo su madre, poniéndole una mano sobre el hombro—. Tú ya has hecho la parte difícil.

Kevin lo comprendía pero, aun así, vigilaba el camión. No solo porque quería asegurarse de que no pasaba nada. Era más por la promesa y la necesidad de esperar. Parecía como esperar a la mañana de Navidad y un viaje a la consulta del médico, todo mezclado. No le quitó los ojos de encima hasta que vio Bogotá más adelante.

—Las instalaciones de la ONU están un poco más adelante —dijo Ted, señalando.

El edificio que tenían delante parecía unos cincuenta años más moderno que la mayoría de edificios que lo rodeaban, construido con vidrio y acero, mientras que las casas que lo rodeaban parecían algo pintorescos y anticuados. Había un recinto alrededor, lleno de soldados con cascos azules. No hicieron ningún movimiento para parar al convoy cuando se dirigía hacia el recinto, y Kevin imaginó que debían haber llamado con antelación para comunicar lo que venía.

Eso significaba que no había ninguna posibilidad de traerla discretamente. Ya había personal de la ONU allí, mirando al convoy mientras aparcaba, mientras Kevin veía lo que parecían reporteros atascados detrás de una barrera, que apenas mantenían la distancia por la presencia de los soldados. Apuntaban con cámaras y los flashes se dispararon cuando el convoy paró en seco. Kevin se atrevió a suspirar aliviado. Habían llegado aquí. Tenían la cápsula.

Observaba mientras un grupo de investigadores de aspecto fuerte la llevaban dentro, cubierta con una manta para que las cámaras no pudieran ver mucho.

 

—Ojalá no tuvieran que esconderla —dijo Kevin.

Ted miró de la cápsula a las cámaras.

—Algo me dice que no podrán hacerlo por mucho tiempo. Venga, vamos dentro.

Kevin bajó del jeep con un salto y partió con Ted, su madre, y todos los demás hacia el recinto de la ONU. No se sorprendió al encontrar más reporteros que, evidentemente, habían decidido dejar la oportunidad de una primera foto para estar en una posición mejor para gritar preguntas una vez entraran todos.

—¿Es cierto? —gritó uno—. ¿Habéis encontrado una nave espacial alienígena?

El Profesor Brewster pareció pensar que era evidente que debía responder , y dio un paso al frente para hacerlo.

—Hola, soy el Profesor Brewster de la NASA. Hemos encontrado algo en el bosque lluvioso pero, por el momento, no podemos decir exactamente qué es. Mi gente no va a contestar ninguna pregunta sobre ello ahora mismo, pero en breve habrá una rueda de prensa, donde examinaremos públicamente el artefacto que encontramos.

La prensa continuó disparándole preguntas, pero el Profesor Brewster las ignoró y anduvo hacia el edificio principal del recinto. Kevin y los demás se apresuraron para seguir su ritmo.

—¿De verdad que vamos a ir directos a una rueda de prensa? —preguntó la Dra. Levin. Para Kevin, no parecía muy descontenta por ello, solo sorprendida.

—Las cosas han avanzado con bastante rapidez —dijo el Profesor Brewster—. Las discusiones sobre quién iba a trabajar en la roca se estaban volviendo bastante… vocales.

Kevin había esperado que después de todo lo de la carretera, los científicos pudieran llevarse mejor que eso.

—Se decidió que la única manera de evitar más problemas era resolver la situación aquí. Habrá una rueda de prensa para anunciarlo y, ya que muchos de mis compañeros están presionando para ello, pediremos que se haga una incisión para discernir los contenidos.

—¿Van a abrirla de verdad? —preguntó Kevin. No estaba seguro de si lo harían o no.

—Bajo condiciones estrictamente controladas —dijo el Profesor Brewster—. No podemos arriesgarnos a una contaminación potencial, tanto de la roca como del entorno que la rodea. La sala en la que realizaremos la abertura será un lugar sellado.

Se marchó para organizarlo y Kevin sentía que su emoción crecía.

—Van a abrirla de verdad —dijo con una sonrisa. Eso molaba mucho.

—Y nosotros vamos a ser parte de esto —dijo la Dra. Levin.

—¿Necesitarán que Kevin sea parte de la rueda de prensa? —preguntó la madre de Kevin.

—Seguramente —dijo la Dra. Levin—. Merece serlo, ¿no cree?

La madre de Kevin asintió.

—Lo merece. Después de todo esto, lo merece.

***

La sala de prensa era una gran sala de conferencias, evidentemente diseñada para contener grandes cantidades de gente. Aun así, parecía abarrotada cuando Kevin entró, tan llena de reporteros e investigadores que era casi imposible meterse a presión entre ellos. Habían instalado una pantalla en la pared del fondo, que mostraba un laboratorio de paredes blancas, en el que la cápsula estaba sobre una mesa de metal, flanqueada por un trío de investigadores. Llevaban unos trajes blancos de plástico que Kevin imaginó para evitar que contaminaran la cápsula. También llevaban mascarillas y gafas de protección.

Al frente de la sala de conferencias, había una mesa larga con una variedad de hombres y mujeres de aspecto serio sentados tras ella. Kevin reconoció a algunos de ellos por su expedición, y el General Márquez estaba en el centro de todos ellos. Kevin, la Dra. Levin y el Profesor Brewster fueron a unírseles.

—Gracias a todos por venir —dijo el Profesor Brewster—. Como probablemente ya sabrán a estas alturas, acabamos de regresar hace poco de una expedición científica en el bosque lluvioso de Colombia. Durante esa expedición, encontramos el objeto que ven.

—¿Qué es? —exclamó uno de los reporteros.

—¿De dónde vino? —exigió otro.

El Profesor Brewster hizo una pausa antes de responder a eso. Kevin se preguntaba cómo debía ser para él tener que decir algo que parecía imposible, aunque supiera que era verdad.

—Tenemos razones para creer que esta roca es una cápsula enviada por una civilización alienígena —dijo el Profesor Brewster.

Se oyeron soplidos por toda la sala, y todos los reporteros empezaron a hacer preguntas a la vez. El Profesor Brewster alzó las manos para pedir silencio.

—A estas alturas ya estarán al tanto de que la NASA ha estado recibiendo mensajes de una civilización alienígena —dijo—. Han sido descodificados por Kevin McKenzie y, basándonos en ellos, pudimos localizar este… objeto.

Hizo un gesto hacia Kevin y, casi de forma instantánea, a Kevin lo cegaron los flashes de docenas de cámaras.

—Con la cooperación del gobierno colombiano y un grupo internacional de científicos —continuó el Profesor Brewster—, recuperamos el objeto y lo trajimos aquí.

Hizo que sonara como si todo hubiera sido más pacífico de lo que fue, pero Kevin imaginaba que esa era la historia que todos querían contar, de trabajar juntos y ayudarse el uno al otro. No parecía una mala historia, si realmente animaba a la gente a hacerlo la próxima vez.

—Vamos a realizar pruebas preliminares al objeto —dijo el Profesor Brewster—. Y, sujeto a los resultados, por supuesto, abriremos la cápsula de acuerdo con los mensajes que hemos recibido.

De nuevo, un alboroto de emoción corrió por la sala. Desde luego, la emoción recorría a Kevin. Toda esa charla ahora era frustrante. Él quería ir al instante ene l que realmente abrían la cápsula y veían lo que había dentro. Intentaba imaginar lo que había allí, pero lo cierto era que era imposible de imaginar. Podría haber cualquier cosa desde imaginación codificada en un superordenador escondido hasta viales con material vivo… cualquier cosa.

—Kevin —gritó uno de los reporteros—. ¿Qué crees que supondrá todo esto? ¿Continúas recibiendo mensajes? ¿Qué impacto piensas que tendrá en la humanidad?

—No lo sé —respondió Kevin—. Imagino… imagino que me gustaría que esto fuera una especie de nuevo comienzo para la gente. Si sabemos que hay extraterrestres por allí, supongo que tendremos que pensar en quiénes somos nosotros.

Habría muchos cambios en el mundo, y la parte más triste era que probablemente él no estaría ahí para ver la mayoría. Ni tan solo ese pensamiento podía hacer a un lado la emoción. Quería ver qué había dentro de la roca. Para entonces, pensaba igual que todo el mundo.

—Si no hay más preguntas —dijo el Profesor Brewster—, iniciaremos el proceso de pruebas.

Hizo una señal a los científicos que había en la pantalla, que empezaron a trabajar con aparatos de los que Kevin no sabía el nombre. Kevin aguantaba la respiración mientras lo hacían.

—Los rayos X no parecen concluyentes —dijo uno de los científicos—. Puede que sea sólida, pero es difícil decir cómo se vería un resultado normal para un objeto como este.

—La espectrometría sugiere una composición coherente con un origen más allá de la Tierra —dijo otro—. Similar a varias composiciones de nuestra base de datos.

Kevin sintió que sus esperanzas crecían con eso, mientras otra ola de ruido giraba por la habitación. Parecía que los reporteros que había allí querían descubrir lo que había dentro de la cápsula tanto como él entonces.

—Dados nuestros datos preliminares —preguntó el Profesor Brewster a los científicos de la pantalla—, ¿existe alguna razón por la que no deberíamos intentar abrir el objeto?

Para Kevin, parecía que estaba intentando parecer tan tranquilo y autoritario como fuera posible. Kevin principalmente solo deseaba que se dieran prisa. No estaba seguro de cuánto tiempo podría estar allí sentado, esperando a que hicieran lo que todos sabían que querían hacer.

—No hay peligros evidentes —dijo el científico al otro lado del enlace de vídeo—. La estructura de la roca parece suficiente para sobrevivir al proceso, y las medidas de seguridad adecuadas están en orden.

Para Kevin, parecía una manera de decir con mucha palabrería que podían hacerlo, pero lo principal era que lo estaban diciendo.