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CAPÍTULO DIEZ

Kevin estaba sentado en su habitación, sin escuchar nada. Había señales, grabadas por los científicos mediante su equipo de largo alcance, pero ninguna de esas señales se convertían en palabras dentro de su mente. Ninguna de ellas parecía tener significado.

Kevin empezaba a preocuparse por eso y parecía que no era el único.

—¿Por qué no oyes nada, Kevin? —preguntó el Profesor Brewster. Él y la Dra. Levin estaban allí observando, esperando lo que viniera a continuación.

Kevin no tenía una respuesta.

—No lo sé. Quizás no hay nada que escuchar.

—Pero debes intentarlo —dijo el Profesor Brewster, con una mirada reprobadora, como si la solución a esto yaciera simplemente en hacer más, o esforzarse más allá de la dificultad del contacto.

—David —dijo la Dra. Levin—. No presiones a Kevin. ¿No ves que está enfermando más?

Kevin sabía que esa parte era verdad. Ahora había empezado a notar un pequeño temblor en la mano izquierda que pararía si se concentraba, pero que rápidamente empezaba siempre que estaba estresado. Lo que ahora significaba la mayor parte del tiempo en el instituto de investigación.

—Entonces debemos darle más atención médica —declaró el Profesor Brewster—. Kevin, tienes que entenderlo, tengo departamentos del gobierno de los que apenas he oído hablar llamándome para saber qué está pasando. Antes me llamó un General del Ejército que quería saber si existía alguna utilidad militar potencial para esta información. Con el Presidente deseando saber qué está pasando, este no es un buen momento para que no podamos decir nada.

—No puedo traducir cosas que no están allí —dijo Kevin. ¿Qué querían que hiciera? ¿Inventarse las cosas? Tal vez todavía pensaban que lo hacía, a pesar de todo. Kevin odiaba ese pensamiento.

—Tal vez solo necesitas un descanso —dijo la Dra. Levin—. Ve a dar una vuelta por el instituto, relájate un poco y podemos volver a escuchar señales más tarde, cuando hayas descansado un poco.

Kevin asintió y salió hacia el instituto, decidido a ir en busca de su madre. Ahora, cuando no estaba en la habitación de él, normalmente estaba en algún lugar cerca de donde estaba trabajando Phil, o en el pequeño espacio que el centro de investigación le había cedido para que pudiera estar cerca de Kevin. Kevin decidió comprobar allí primero y partió a lo largo de las salas.

Ahora parecía haber más gente en el instituto de investigación de la que había habido antes. Kevin veía personas con uniformes militares y otras con traje que llevaban auriculares. Un trío con placas de la NSA pararon a Kevin al pasar, mirándolo como si se preguntaran cómo le permitían pasear por las salas de esa manera.

Una de las personas más extrañas que había era un hombre que parecía tener unos cuarenta años, con el pelo rapado y la postura erecta de algunos de los militares, aunque vestía una chaqueta de cuero y unos tejanos en lugar de un uniforme y, evidentemente, no se había afeitado en una semana.

—Te preguntas quién soy yo —dijo, mientras Kevin lo miraba fijamente.

Kevin asintió nervioso. Imaginaba que algunas personas no reaccionarían demasiado bien si los miraban fijamente de esta manera.

—Tienes buen instinto —dijo—. La cantidad de científicos que han pasado por delante de mí sin preguntárselo… con tanta gente entrando y saliendo, cualquiera puede entrar aquí si no van con cuidado.

—¿Cualquiera? —preguntó Kevin—. ¿Quién es usted?

—Me llamo Ted —dijo, extendiendo una mano. Un grupo de soldados pasaron por delante y Ted les hizo un gesto con la cabeza. Para sorpresa de Kevin, uno de ellos le hizo un breve saludo.

—¿Estás con los militares? —preguntó Kevin—. ¿La CIA? ¿La policía?

—Algo así —dijo Ted. Pensó por un momento—. En realidad, nada de eso, hoy en día. Y tú eres Kevin, el niño que puede descifrar las señales alienígenas.

Probablemente era la primera persona que lo había entendido bien. Parecía que la mayoría pensaban que él tenía una transmisión en directo con una civilización alienígena, o que realmente podía hablar con ellos. Esa parte hacía que quisiera parar y hablar con este hombre pero, aun así, había algo en su presencia que hizo que Kevin se detuviera. No encajaba.

—Lo siento —dijo Kevin—. Tengo que continuar.

—No pasa nada, Kevin —dijo el hombre—. Estoy seguro de que nos volveremos a ver.

Kevin se fue a toda prisa. Casi podía sentir a Ted observándolo mientras se iba. Encontró a su madre en el pequeño dormitorio que el instituto le había proporcionado para que pudiera estar cerca.

—Kevin, ¿estás bien? —preguntó—. Pareces un poco pálido.

—Estoy bien —dijo Kevin—. Mamá, allí fuera hay un hombre y no estoy seguro…

Se tambaleó ligeramente mientras la habitación nadaba. Un segundo estaba de pie y, al siguiente, estaba en el suelo, con gente alrededor. A Kevin le llevó uno o dos segundos darse cuenta de que debía haber tenido una convulsión. Allí había personal médico e investigadores y, por supuesto, su madre, pero ni rastro del hombre que antes estaba allí.

—Estoy bien —dijo Kevin, esforzándose por incorporarse. Pero todavía se sentía mareado y solo el brazo de su madre rodeándolo impidió que volviera a caer.

—No estás bien —dijo—. Venga, vamos a llevarte otra vez a tu habitación, y después le preguntaré al Profesor Brewster por qué no está cuidando de mi hijito.

—Pero mamá —consiguió decir Kevin, pues el ya no era su hijito, tenía trece años. Aun así, dejó que su madre le ayudara a volver a su habitación. En algún momento a lo largo del camino, Phil se les unió, Kevin se apoyaba más o menos entre los dos hasta que pudieron devolverlo a su cama.

—Voy a averiguar por qué no están cuidando mejor de tu salud —dijo su madre, y se marchó con el aspecto decidido de alguien que necesitaba enfadarse con algo antes de empezar a gritar.

—Imagino que deberíamos resolver exactamente qué está pasando? —dijo Phil cuando ella se fue—. ¿Tú qué dices, Kevin? ¿Estás preparado para más pruebas?

—¿Más pruebas? —replicó Kevin.

Las había, pues Phil quería tener una resonancia magnética y después análisis de sangre. Kevin se acababa de dar cuenta en las dos últimas semanas de lo mucho que odiaba que le clavaran agujas porque parecía que todo el mundo quería su sangre para algo. Los investigadores y el personal médico iba y venía, todos explicaban lo que estaban haciendo mientras se ponían a ello, casi ninguno de ellos usaba palabras que Kevin pudiera entender de verdad.

—Hemos hecho avances con la medicación anticonvulsiones —le dijo una de las enfermeras a Kevin—, pero los doctores están en discusiones con toda la gente de aquí en este momento, preguntando si es lo mejor.

Lo que significaba que estaban preocupados por si podría bloquear su habilidad de entender la señal, cuando volviera a aparecer. Kevin podía imaginarlos allí, intentando encontrar el equilibrio entre la posibilidad de perder la información que podría llevar hasta los extraterrestres contra la posibilidad de que Kevin pudiera morir y no les proporcionara nada más. Probablemente, solo unos pocos pensarían en lo que todo esto significaba para él y, por ahora, ninguno de ellos había pensado en preguntar que tratamiento quería él.

—¿Y esto es lo mejor? —preguntó Kevin.

La enfermera encogió los hombros.

—Oficialmente, se supone que yo no tengo opinión sobre eso. Extraoficialmente… he oído que un par de doctores están hablando de usar variantes de terapias génicas desarrolladas para gente con otras enfermedades, como la enfermedad de Alexander.

—Pensaba que no había nada así disponible para mí —dijo Kevin, recordando la consulta con el Dr. Markham y todas las que le siguieron.

—No la había, pero actualmente tienes a la mayoría de los mayores cerebros del país de tu lado. Si alguien puede hacer algo a medida para tu enfermedad, son ellos.

Y entonces Kevin se encontraría tomando un tratamiento experimental que podría curarlo, podría no hacer nada o podría empeorar las cosas. ¿Valdría la pena arriesgarse por eso a perder la señal alienígena por completo?

—Pero, de momento, tienes una visita.

Hizo una señal con la cabeza hacia la puerta y la pequeña silueta entró por ella. Los ojos de Kevin se abrieron más al ver a Luna, que parecía relajada como si lo hubiera ido a buscar a su casa para ver si quería ir en bicicleta hasta el embalse.

—¿Luna? ¿Cómo llegaste hasta aquí?

—Me trajo mi madre —dijo Luna con una sonrisa—. Porque tu madre pensó que te gustaría verme. —Tomó una naranja y se la lanzó—. No tenía uvas.

Kevin la cogió torpemente mientras Luna se sentaba en el borde de su cama. Su expresión cambió de la alegría por verlo a la preocupación.

—¿Es muy grave? —preguntó, buena parte de su alegría habitual desapareció de su voz.

—No lo sé —dijo Kevin. Apartó la mirada por un momento—. Bueno, supongo que algo sí que sabemos.

Luna le puso una mano encima del hombro.

—Puede que ellos hayan dicho que vas a morir, pero yo me niego a dejarte morir todavía, Kevin. Ni tan solo me he enamorado locamente de ti todavía.

Kevin se rió al escucharlo.

—Si tengo que esperar a eso, podría vivir para siempre.

—Cierto —dijo Luna, pero su sonrisa no le llegaba a los ojos. Kevin podía ver lo mucho que le dolía tener que ser fuerte por él, tener que estar alegre.

—No pasa nada si quieres llorar —dijo Kevin.

—Ni que fuera a llorar —dijo Luna, aunque parecía que podría hacerlo en cualquier momento.

 

No lloró, pero sí que lo abrazó, tan fuerte que Kevin pensaba que podría romperle las costillas. Se sorprendió al darse cuenta de lo bien que olía.

—Te he echado de menos, ¿sabes? —dijo ella.

—Yo también te he echado de menos —le aseguró Kevin. Él le había dicho que no pasaba nada si lloraba, pero ahora era él el que tenía lágrimas ardiendo en el rabillo de los ojos.

—¡Eh! Yo no debería ponerte triste —dijo Luna—. Probablemente, uno de esos tíos militares que hay en el vestíbulo me dispararía si lo hiciera.

Eso fue suficiente para hacer reír a Kevin. Luna siempre había tenido facilidad para hacerlo.

—¿Cómo va por allí fuera? —preguntó—. ¿Allá en el mundo real? ¿Cómo va por la escuela, o en la televisión? Estoy harto de que todo vaya de las cosas que yo puedo ver para la gente.

—Siento decepcionarte —dijo Luna—. Pero sales mucho en la televisión. Ahora hay reporteros en tu casa la mayoría de los días, y la gente habla de si es real, o un fraude, o una campaña publicitaria que se les ha ido de las manos. Incluso ha empezado un culto alienígena extraño, gente que lleva antenas y que andan por ahí asegurando que los extraterrestres nos salvarán de todo desde la crisis medioambiental a los altos precios de los supermercados.

—Te lo estás inventando —supuso Kevin.

—Tal vez la parte de las antenas —dijo Luna. Miró a su alrededor—. Aquí debes estar tranquilo. Está realmente en silencio.

—Está mucho más concurrido desde que descubrieron lo que yo podía hacer —dijo Kevin—. Y yo paso la mayor parte del tiempo escuchando señales, así que no es exactamente una biblioteca.

Luna sonrió como sonríe alguien que normalmente habla todo lo que quiere en las bibliotecas de todos modos.

Tampoco permaneció muy tranquilo, pues el Profesor Brewster, la Dra. Levin y la madre de Kevin entraron todos juntos.

—Estáis forzando demasiado a Kevin —estaba diciendo su madre.

—Realmente no es lo que intentamos, Rebecca —le aseguró la Dra. Levin—. No tenemos ningún control sobre las señales que recibimos, y Kevin puede parar siempre que lo necesite.

—Y Kevin apenas ha escuchado nada hoy —dijo el Profesor Brewster—. Además, aquí está recibiendo un tratamiento mejor que el que tendría en cualquier otro lugar del país.

—Eso es… verdad —admitió su madre. Pero parecía bastante reticente a hacerlo.

—Estamos cuidando de tu hijo —continuó la directora del instituto—. Y Kevin está haciendo un trabajo importante aquí. Hablando de eso, Kevin, ¿te apetece enfrentarte a las cámaras?

—¿Ahora? —preguntó Kevin. No estaba seguro.

—Hoy ha habido rumores de que estás mal, y parece una buena idea mostrarle a la gente que estás sano –dijo el Profesor Brewster.

—¿Aunque no lo esté? —preguntó Luna, al lado de Kevin.

—Especialmente por eso —dijo el Profesor Brewster—. Y, de todos modos, la gente está esperando para oír más de lo que puede decir Kevin. ¿Kevin?

—No tienes que hacerlo —dijo su madre.

Kevin asintió.

—Está bien. Ahora me siento mucho mejor. Si va a ayudar, lo haré.

***

Kevin pensaba que estar de pie delante de la gente debería ser más fácil. Al fin y al cabo, no estaba haciendo nada que no hubiera hecho antes. Les había demostrado lo que podía hacer a las puertas del edificio y antes en una rueda de prensa. Aun así, estaba nervioso con tanta gente mirándolo fijamente.

—Irá bien —dijo Luna. ¿Por qué parecía que siempre adivinaba cuando se sentía mal?—. Y ahora no puedes echarte atrás. Quiero verte hacer tus cosas extraterrestres.

—Cosas extraterrestres —repitió Kevin—. Decididamente necesitamos un nombre mejor para eso.

Aun así, salió a enfrentarse con la multitud. Hoy había más gente aquí, abarrotando cada rincón de la sala de conferencias donde estaba previsto que Kevin actuara para ellos. Había reporteros, evidentemente, científicos, personas del gobierno…

…y Ted, mirándolo atentamente con la mirada fija desde la multitud.

—Ese tío está aquí —dijo Kevin.

—¿Qué tío? —preguntó Luna.

—Lo conocí en los vestíbulos mientras estaba buscando a mi madre, y simplemente parecía… no sé, fuera de lugar. En cierto punto, parecía que podía haber sido uno de los soldados, pero dijo que ya no lo era. No sé ni si se supone que tendría que estar aquí.

—¿Crees que es un loco? —preguntó Luna—. ¿Piensas que está aquí para matar a todo el mundo?

—No hasta que lo dijiste —dijo Kevin. Ahora que lo había dicho, Kevin clavó la mirada en el lugar donde estaba Ted. Se preguntaba si debía hablar de él con alguien.

—Es el momento de hacer lo tuyo, Kevin —dijo el Profesor Brewster, dándole un empujoncito hacia el centro de la plataforma que habían preparado—. Hola a todos, como pueden ver, Kevin está bien, y algunos de los rumores que hay por allí son enormemente exagerados.

—¿Qué rumores? —le preguntó Kevin, y dirigió de nuevo la mirada a Ted—. Profesor Brewster, allí hay un hombre…

El Profesor Brewster lo ignoró.

—Pero Kevin está bastante cansado hoy, así que serás breve. ¿Kevin?

Kevin dio un paso adelante y se colocó los auriculares, imaginando que probablemente era mejor continuar con esto. El problema era que todavía había silencio, nada nuevo para traducir, ninguna señal entrante. Se quedó allí en silencio durante varios segundos, sintiéndose cada vez más cohibido. Peor, no podía sacarle los ojos de encima a Ted, convencido de que en el momento que lo hiciera, el hombre haría algo.

Entonces fue cuando un hombre completamente diferente, hacia la parte de delante de la sala, empezó a gritar.

—¡Eres malvado! —exclamó—. ¡Vas a echarnos los extraterrestres encima a todos!

Corrió hacia delante y, aunque tenía un pase de prensa e iba elegantemente vestido con un traje, había algo salvaje en su mirada. Fue directo hacia el escenario y Kevin vio que apartaba a Luna de un empujón y la tiraba al suelo.

—¡Luna! —gritó Kevin, pero no hubo tiempo de ayudarla, pues el hombre todavía estaba avanzando y ahora Kevin pudo ver que tenía un cuchillo. Agarró a Kevin y, al instante siguiente, el hombre estaba detrás de él, con el cuchillo apretado contra el cuello de Kevin.

—Estás intentando traerlos aquí. Estás intentando permitir que nos destruyan. Tengo que detenerte, cueste lo que cueste.

Kevin nunca había estado tan asustado antes, pero lo más extraño era que la mayor parte de ese miedo no era por él. Luna todavía estaba tumbada donde el hombre la había tirado, y ahora Kevin se preguntaba si podría haberla apuñalado, solo porque estaba en su camino.

—Tranquilito, amigo.

Mientras Kevin estaba mirando hacia donde estaba tumbada Luna, Ted, de entre todos, había subido al escenario y sujetaba una pistola de forma experta con ambas manos.

—Si bajas el arma, podemos hablar de esto —dijo.

El hombre de detrás de Kevin no apartaba el cuchillo de su cuello.

—El problema es hablar. Él está hablando con ellos. ¡Los va a traer aquí para que nos maten! ¡No, no te acerques!

Enfatizó esa orden apuntando con el cuchillo a Ted a medida que avanzaba. Con el cuchillo lejos de su cuello por un instante, Kevin hizo la única cosa que se le ocurrió y se tiró al suelo.

Sonaron dos disparos, tan fuertes que parecían ensordecedores. Kevin oyó que algo metálico repiqueteaba sobre el escenario y que algo blando le seguía un instante después. Un instante después, Ted estaba allí, ayudándolo a ponerse de pie.

—No mires a tu alrededor. Hay cosas que un niño no tiene por qué ver. Corre con los demás.

Kevin quería hacer todo eso. Quería correr y ver si Luna estaba bien. Quería correr hacia su madre que estaba, incluso ahora, abriéndose camino a través del caos. Quería hacer todo eso, pero no pudo, por una sencilla razón.

—Está llegando una señal.

CAPÍTULO ONCE

Kevin sentía que el siguiente mensaje estaba llegando, la señal empezaba en sus auriculares, los principios de una traducción se abrían camino a través de él. Estaba sucediendo, quisiera él o no.

—No creo que tengamos mucho tiempo —dijo—. Siento que está viniendo.

La gente ya se estaba agolpando a su alrededor. Su madre estaba allí, rodeándolo con los brazos como si pudiera protegerlo de cualquier cosa que viniera. L Dra. Levin y el Profesor Brewster estaban allí, ambos parecían preocupados. Para alivio de Kevin, Luna volvía a estar de pie. No la habían apuñalado. Kevin fue corriendo hacia ella y la abrazó.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Depende —dijo—. ¿Cuántos tús se supone que hay?

Kevin negó con la cabeza.

—No hagas bromas, estaba preocupado por ti.

—¿¡Estabas preocupado por mí!? Yo no era la que tenía un cuchillo en el cuello.

En medio de todo esto, por supuesto, las cámaras continuaban rodando. No iban a parar en medio de algo tan espectacular.

El Profesor Brewster estaba allí, parecía que tenía miedo de que Kevin pudiera romperse. O, simplemente, solo era que tenía los ojos clavados en el hombre muerto de detrás de Kevin, al que Kevin no se había atrevido a girarse para mirar.

—¿Qué está pasando? —exigió—. ¿No vamos a sacar de aquí a Kevin?

—Dice que está llegando otro mensaje —explicó Ted.

Kevin no sabía cómo explicarlo más claro.

—Bueno, aguanta hasta que te llevemos a un lugar seguro —dijo el Profesor Brewster, pero sin duda alguna ahora ya tenía que saber que esto no funcionaba así.

Kevin apretó los dientes.

—Yo no puedo controlar cuándo llega el mensaje. Simplemente lo recibo y lo traduzco.

—¿Por qué… por qué es un problema que recibas el mensaje aquí? —preguntó Luna.

Parecía temblorosa, pero era comprensible dado todo lo que acababan de pasar los dos. Aun así, era ella la que estaba haciendo las preguntas adecuadas, no el profesor.

—Porque serán las coordenadas de las cápsulas de escape —dijo Kevin—. Estoy seguro de eso. ¿Qué otra cosa podría ser?

—Antes recordabas los números del sistema —remarcó Luna—. Podrías recordar esto.

—¿Y si es una lista larga? —replicó Kevin—. ¿Y si me dejo algo?

Luna señaló hacia las cámaras y Kevin entendió que tenía razón. Lo único que tenía que hacer era hablar, y todo lo que dijera sería grabado por tantas cámaras que no podía ni contarlas todas. Estaría alrededor del mundo en un instante.

Se dirigió hacia ellas y, justo mientras lo hacía, la señal le alcanzó.

Las series de números parecían no acabar nunca. No era de extrañar que los seres que las mandaban hubieran advertido a Kevin de que llegarían. Habían querido darle la oportunidad de prepararse para grabarlas de alguna forma, de modo que nos e perdiera la información. Cada vez que Kevin terminaba de repetir una serie de números, empezaba una nueva serie de dígitos y números, sin apenas darle el tiempo suficiente para descansar. Traducía a la vez que llegaba, temblando por el esfuerzo de hacerlo, o quizás solo por las secuelas de todo lo que había sufrido en los últimos minutos.

Recitaba los números y las letras en una serie larga, casi interminable, pero lo cierto era que, por primera vez desde que Luna le había ayudado a resolver la conexión con el sistema Trappist, no sabía qué quería decir exactamente todo esto.

Por fin, la transmisión de números se detuvo y Kevin se quedó quieto, intentando recuperar la respiración.

—¿Eso es todo? —preguntó Luna—. Kevin, ¿estás bien?

Kevin consiguió asentir, aunque incluso eso era un esfuerzo ahora mismo. No estaba seguro de a qué parte estaba diciendo que sí.

Ahora la Dra. Levin estaba allí, rodeando a cada uno con un brazo.

—Vale —dijo la Dra. Levin—, los dos os vais a meter dentro. Después de todo lo que ha pasado, creo que mucha gente querrá hablar con los dos, pero yo quiero que os revisen primero a los dos primero y asegurarme de que estáis bien. No me gusta lo cerca que estuvisteis de que os hicieran daño antes.

Cuando se giraron para irse, Kevin pudo oír los gritos de la multitud reunida mientras empezaba a salir del silencio en el que habían estado atrapados.

—Kevin, ¿cuándo van a venir a por nosotros los extraterrestres? —exclamó un hombre.

—Kevin, ¿qué significa realmente la vida?

—¿Cuándo vais a admitir que esto es un fraude?

—¿Estás herido?

 

Gritaban tantas preguntas diferentes a la vez que, por uno o dos instantes, Kevin deseaba marcharse y dejarlos allí. Pero no lo hizo. Sentía que tenía que decir algo, y esta vez no tenía nada que ver con las presiones de las señales alienígenas.

—Sé que muchos de vosotros acudís a mí por respuestas, pero lo cierto es que no tengo muchas —dijo Kevin—. Solo soy un niño. No tengo ningún conocimiento especial. Ni tan solo sé por qué soy yo el que recibe los mensajes que están mandando los extraterrestres.

—¿Qué pasó hoy? —preguntó un reportero—. ¿Por qué todos estos números? ¿De qué va esto?

Kevin inclinó la cabeza, intentando calcular cuánto se le permitía decir. Entonces se dio cuenta de que tal vez era la manera errónea de pensar en ello. Malinterpretarlo había provocado esto. Alguien había intentado matarlo hoy, pues no entendía la información que él tenía. Porque, dados el espacio para hacerlo, se lanzaron a la conclusión errónea.

—Alguien me intentó matar hoy —dijo—, porque piensa que la información que estoy recibiendo es lo suficientemente peligrosa como para que valga la pena matar por ella.

—¿Lo es? —exclamó alguien.

Kevin negó con la cabeza.

—Saber que allí fuera hay una civilización extraterrestre, que la había, es increíble, pero no vale la pena matar gente por ello, y yo no quiero que nadie más esté en peligro por mí. —Casi paró al recordar el ver que apartaban a Luna de un golpe, el ruido de la pistola de Ted cuando disparó—. Yo no importo. Lo que importa es que el mundo de los alienígenas está muriendo, y que ellos han mandado… imagino que podríamos llamarlas cápsulas del tiempo. Y ahora sabemos a dónde van.

Él también supo a dónde iba ahora, pues su madre estaba tirando de él para llevarlo de la plataforma al instituto.

***

—¡Si van a atacar a mi hijo, entonces no quiero que se quede aquí! —dijo la madre de Kevin mientras ella y el Profesor Brewster discutían.

Kevin los observaba a los dos desde la punta de su cama. Hizo un gesto de dolor cuando uno de los médicos del instituto le desinfectó un corte diminuto que le había hecho el cuchillo. A su lado, Luna llevaba una venda alrededor de la cabeza, mientras Ted estaba allí y parecía que medio esperaba otro ataque.

—Entiendo su preocupación —dijo el Profesor Brewster, e incluso Kevin sabía que eso no era lo correcto para decirle a su madre ahora mismo.

—¿Entiende lo que es ver que atacan a tu hijo porque está atrapado en una locura? —exigió la madre de Kevin—. ¿Usted tiene hijos acaso?

—Bueno, no, pero…

—¿Quién es usted? —le preguntó Ted a Kevin, ignorando la discusión entre su madre y el profesor por un momento.

—Oh, yo soy un tío que echa una mano donde puede —dijo Ted.

—Eso no es una respuesta —dijo Luna.

Pareció pensar por uno o dos instantes y después encogió los hombros.

—Imagino que no es nada malo. Lo siento, tengo la costumbre de no decir nada. Yo estaba en el ejército. Las Fuerzas Especiales. Después me tomó prestado la CIA por un tiempo, después… bueno, después intenté jubilarme, pero recibí una llamada cuando todo esto empezó, y no pude negarme exactamente.

—Antes dijo que el Presidente le llamó —dijo Kevin—. No lo haría si usted fuera un tipo cualquiera.

—Bueno, quizás he visto unas cuantas cosas en mi vida —dijo Ted. Echó un vistazo hacia donde el Profesor Brewster y la madre de Kevin todavía estaban discutiendo—. Por lo que yo sé, tú lo conociste por esto. Esto debe hacerte a ti más especial que a mí. Vosotros dos, ¿queréis venir a ver cómo les va a los lumbreras con los números que sacaste del aire?

Kevin asintió y, juntos, los tres salieron por el edificio. Ahora Kevin se sentía un poco más fuerte, la mayor parte de la debilidad que había sentido era debida a la combinación de recibir el mensaje y el estrés del ataque. También se sentía extrañamente vacío, y le llevó un instante entender por qué:

Por primera vez desde que esto había empezado, no había sensación de los extraterrestres.

No había ninguna cuenta atrás latiendo en su cabeza. No había ninguna señal inminente que se suponía que tenía que esperar. No había ningún mensaje. Todo estaba en silencio. Debería haberle dado paz, pero por primera vez desde que había llegado allí, Kevin se sentía… inútil, como si no tuviera nada que hacer.

Pero era casi el único que lo hacía. La gente que les pasaba por delante estaba ocupada, y todos ellos parecían estar trabajando en el problema de las coordinadas. Los laboratorios que se usaban para otras cosas estaban vacíos y, en cambio, los científicos estaban reunidos en salas de conferencias, trabajando en las series de números de cien maneras diferentes. Algunas personas de la NSA también parecían estar metidas.

Kevin pensaba que podría haber algún problema con la seguridad mientras se acercaban al lugar que albergaba los superordenadores, pero Ted entró directamente, los soldados y los agentes del FBI lo saludaron con la cabeza por igual al pasar y dejaron entrar a los tres.

—Guau —dijo Luna cuando llegaron al box del superordenador—. Imagina a los juegos que podrías jugar con esas cosas.

Kevin dudaba de que fueran de mucho uso para eso, pero cuando se trataba de diseccionar series de números, parecía que eran muy, muy buenos. SAM estaba escupiendo posibilidades usando las señales, mientras la mitad de las otras máquinas que había allí también se habían puesto en marcha, y los científicos corrían entre ellos, gritando resultados.

—Es otro error —exclamó uno—. Creo que alcanza algún lugar de las Pléyades.

Kevin oyó un quejido de frustración de los otros científicos que había allí.

—Están intentando acotar la búsqueda —explicó Ted.

La Dra. Levin estaba allí y, para sorpresa de Kevin, la gente parecía estar escuchándola. Tal vez el hecho de que indudablemente había extraterrestres hacía más fácil recibir órdenes de la jefa del SETI.

—El problema es demasiada información —dijo—. Nos diste tantos posibles resultados, Kevin, que no podemos ocuparnos de todo, incluso con nuestro poder informático.

—¿Habéis probado con Internet? —preguntó Kevin.

—No creo que este sea el tipo de cosa que encontraríamos en Internet —dijo el Profesor Brewster, acercándoseles—. Aquí tenemos algunos de los ordenadores más sofisticados del mundo.

Kevin negó con la cabeza.

—Podríamos hacerlo. Cuando traduje, les di la información a los reporteros, ¿verdad? O sea, ¿la gente de alrededor del mundo no lo estará mirando? Dijo que el problema era tener a la gente suficiente para hacerlo. Bueno, ¿eso no significa que tiene al mundo entero ayudando?

—El chico tiene razón —dijo Ted—. ¿Lo habéis comprobado?

—Bueno… no —confesó el Profesor Brewster.

La Dra. Levin encogió los hombros.

—Tal vez valga la pena intentarlo. El SETI a menudo ha cogido prestado poder informático de gente de alrededor del mundo.

—Hacedlo —dijo Ted.

La Dra. Levin salió por unos instantes. Volvió con una tableta y una mirada ligeramente aturdida.

—No… no me lo creo —dijo, y empezó a teclear encima de ella—. Un momento, lo llevaré a una pantalla más grande.

Pulsó sobre algunos puntos en la tableta y de ellos se encendió una pantalla de ordenador, suficientemente grande para que se pudiera ver desde toda la sala. En la pantalla había coordenadas, junto con las palabras “¡Una nave alienígena a punto de chocar contra la Tierra!” La página parecía ser anónima, pero no había ninguna duda sobre lo que estaba diciendo.

—Si tomamos esta serie de coordenadas —dijo la Dra. Levin—, bien, observad.

En la pantalla apareció un mapa del mundo, primero era tan amplio que Kevin no podía calcular dónde se suponía que estaba el lugar del choque. Giró, se centró en América del Sur y después continuó. Se estrechó en un país, después una región, después lo que parecía un trozo de selva de unos tres kilómetros de ancho.

—El bosque lluvioso de Colombia —dijo Ted, mirándolo fijamente.

—¿Estamos seguros de eso? —preguntó el Profesor Brewster.

—Lo comprobaremos, por supuesto —dijo la Dra. Levin—, pero a primera vista… sí, parece correcto. Lo que resulta extraordinario por sí mismo. La idea de que una civilización pudiera predecir dónde aterrizaría su nave con esta precisión a una distancia así es… casi imposible de creer.