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La Senda De Los Héroes

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Aus der Reihe: El Anillo del Hechicero #1
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La Senda De Los Héroes
La Senda De Los Héroes
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Wird gelesen Fabio Arciniegas
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CAPÍTULO VEINTE

Thor salió con Reece por la reja curvada de la Corte del Rey hacia el camino rural que conducía al cuartel de la Legión. Los guardias adoptaron la postura de firmes conforme pasaban, y Thor tuvo un gran sentido de pertenencia, como si no fuera un extraño. Recordó como unos días antes un guardia lo había echado de ahí.  Qué rápido había cambiado todo.

Thor escuchó un chirrido y levantó la vista y vio por encima de su cabeza a Estopheles dando vueltas, mirando hacia abajo. Él bajó en picada y Thor, emocionado, extendió su muñeca, sin quitarse el guantelete, pero nuevamente se elevó y voló cada vez más alto, sin quedar completamente fuera de la vista. Thor se asombró. Era un animal místico y él se sintió tan intensamente conectado, que le era difícil explicarlo.

Thor y Reece continuaron en silencio hacia el cuartel, manteniendo un paso rápido. Thor sabía que sus correligionarios lo estarían esperando y se preguntó qué tipo de recibimiento le aguardaba. ¿Sería de envidia, de celos? ¿Estarían enojados por toda la atención que había recibido? ¿Se burlarían de él por haber sido cargado en el Barranco? ¿O finalmente lo aceptarían?

Thor deseó que fuera esto último. Estaba cansado de luchar contra el resto de la Legión y solo quería, más que nada, ser aceptado como uno de ellos.

El cuartel apareció a distancia y Thor comenzó a preocuparse por otra cosa.

Gwendolyn.

Thor no sabía si podía hablar con Reece sobre el tema, puesto que era su hermana. Él no podía alejarla de su mente.  No podía dejar de pensar en el reencuentro con esa amenaza real, Alton, y se preguntó cuánto de lo que le dijo era verdad.  Una parte de él temía discutirlo con Reece, para no molestarlo de alguna forma y arriesgarse a perder a su reciente amigo, por causa de su hermana, pero otro lado, él debía saber lo que pensaba.

¿“Quién es Alton”? Thor finalmente preguntó vacilante.

¿“Alton”?  Contestó Reece. “¿Para qué quieres saberlo?”.

Thor se encogió de hombros sin saber qué decir.

Por suerte, Reece continuó.

“Él sólo es una amenaza real inferior. Es primo en tercer grado del rey. ¿Por qué?

¿Te ha estado molestando?”. Entonces Reece entrecerró los ojos. “¿Por Gwen? ¿Es eso? Debí habértelo advertido”.

Thor se volteó y miró a Reece, deseando saber más.

“¿Qué quiere decir?”.

“Él es un patán y ha estado detrás de mi hermana desde que nació. Está seguro de que se casarán. Mi madre parece pensar lo mismo”.

“¿Y lo harán?”, preguntó Thor, sorprendido por su propia voz.

Reece lo miró y sonrió.

“Vaya, vaya, ¿te has enamorado de ella, verdad?”, bromeó. “Eso fue rápido”.

Thor se sonrojó, deseando no ser tan obvio.

“Si lo hacen o no, depende de lo que mi hermana sienta por él”, contestó Reece. “A menos que la obliguen a casarse, pero dudo que mi padre haría semejante cosa”.

“¿Y ella está enamorada?”, Thor presionó temiendo ser insistente, pero queriendo averiguarlo.

Reece hizo un gesto de desdén. “Creo que tú deberías preguntárselo. Nunca hablo con ella sobre eso”.

“¿Pero tu padre la obligaría a casarse?”. Thor presionó. “¿Podría realmente hacerlo?”.

“Mi padre puede hacer lo que quiera, pero eso es entre él y Gwen”.

Reece volteó a ver a Thor.

“¿Por qué haces tantas preguntas? ¿De qué estuvieron hablando?”.

Thor se sonrojó, sin saber qué decir.

“De nada”, dijo finalmente.

“¡De nada!”. Reece se echó a reír. “¡A mí me parece que de mucho!”.

Reece se rió más fuerte y Thor estaba avergonzado preguntándose si sólo se había imaginado que él le había gustado a Gwen. Reece se le acercó y colocó la mano sobre su hombro.

“Escucha, viejo amigo”, dijo Reece, “de lo único que puedes tener certeza acerca de Gwen, es que ella sabe lo que quiere. Y que ella consigue lo que quiere. Ese siempre ha sido el caso. Ella es tan tenaz como mi padre. Nadie puede obligarla a hacer algo, o gustarle alguien, que ella no quiera. Así que no te preocupes. Créeme que si ella te elige, te lo hará saber. ¿De acuerdo?”.

Thor asintió, sintiéndose mejor, como siempre, después de haber hablado con Reece.

Miró hacia arriba a las enormes puertas del cuartel de la Legión que estaban frente a él. Se sorprendió al ver a varios muchachos parados esperándolos a la entrada, y aún más cuando vio cómo les sonreían y cuando dejaban escapar un grito de júbilo. Corrieron hacia ellos, tomaron a Thor por los hombros, abrazándolo y lo llevaron al interior. Thor se asombró cuando fue arrastrado hacia adentro por todos, envuelto en un abrazo de buena voluntad.

“Cuéntanos acerca del Barranco. ¿Cómo es al otro lado?”, alguien preguntó.

“¿Cómo era la criatura? La que tú mataste”, dijo otro.

“Yo no lo maté”, Thor protestó. “Erec lo hizo”.

“Supe que salvaste la vida de Elden”, dijo uno más.

“Supe que atacaste a la criatura de frente, sin ninguna arma de verdad”.

“¡Ahora ya eres uno de los nuestros!”, otro más gritó y los demás muchachos lo vitorearon, escoltándolo como si fuera el hermano extraviado.

Thor apenas podía creerlo. Cuánto más escuchaba sus palabras, más se daba cuenta de que quizá ellos tenían razón. Tal vez él había sido valiente, después de todo. Realmente nunca había pensado en eso. Por primera vez en mucho tiempo, había empezado a sentirse bien consigo mismo. Mucho más, porque finalmente sabía que ahora era parte de estos muchachos. Sintió cómo se quitó un peso de encima.

Thor fue escoltado al campo de entrenamiento principal y ante él se encontraban docenas más miembros de la Legión, junto con los Plateados. Cuando lo vieron, también lo vitorearon. Todos se acercaron y le dieron palmadas en la espalda.

Kolk dio un paso adelante y los demás se callaron. Thor se mentalizó, ya que Kolk nunca tuvo nada más que desprecio hacia él. Pero ahora, para su sorpresa, él lo miró con una expresión diferente. Aunque no se atrevía a sonreírle, tampoco tenía el ceño fruncido. Y Thor podía haber jurado que detectó un poco de admiración en sus ojos.

Kolk dio un paso al frente, tomó un pequeño broche con un halcón negro y lo colocó en el pecho de Thor.

El broche de la Legión. Thor había sido aceptado. Finalmente era uno de ellos.

“Thorgrin de la Provincia Sur del Reino Oeste”, dijo Kolk con seriedad. “Te damos la bienvenida a la Legión”.

Los muchachos dejaron escapar un grito y se precipitaron hacia Thor, cubriéndolo con sus brazos y balanceándolo de un lado al otro.

Thor no podía asimilarlo. Intentó no hacerlo. Solamente quería disfrutar el momento. Ahora, finalmente, pertenecía a un lugar.

Kolk se dirigió hacia los otros muchachos.

“Bueno chicos, tranquilos”, les ordenó. “Hoy es un día especial. No más levantar paja con las horquetas, ni pulir ni recoger excremento de caballo. Ya es hora del verdadero entrenamiento. Hoy es el día de las armas”.

Los muchachos gritaron de emoción y siguieron a Kolk, quien iba del campo de entrenamiento hacia un enorme edificio circular de madera de roble, con puertas de bronce brillantes. Thor caminó con el grupo que se acercaba, con gran alboroto. Reece iba a su lado y O’Connor se unió a ellos.

“Nunca pensé volver a verte con vida”, dijo O’Connor, sonriendo y dando una palmada en su hombro. “La próxima vez, primero déjame despertar, ¿sí?”.

Thor le sonrió.

“¿Qué es ese edificio?”, le preguntó Thor a Reece, a medida que se acercaban. Había enormes remaches de hierro en la puerta y el lugar tenía una presencia imponente.

“La casa de las armas”, contestó Reece. “Es donde se almacenan todas nuestras armas. De vez en cuando nos dejan echar un vistazo e incluso entrenar con algunas de ellas, dependiendo de la lección que quieran impartir”.

Thor sintió un nudo en el estómago cuando notó que Elden se acercaba a ellos. Thor se preparó, esperando una amenaza, pero esta vez, para su asombro, Elden tenía la mirada de reconocimiento.

“Tengo que agradecerte”, dijo él, bajando la vista con humildad, “por salvarme la vida”.

Thor estaba perplejo; nunca había esperado esto de él.

“Me equivoqué contigo”, agregó Elden. “¿Amigos?”, le preguntó.

Le tendió su mano.

Thor, sin ningún resentimiento, se acercó gustosamente y apretó su mano.

“Amigos”, dijo Thor.

“Yo no tomo esa palabra a la ligera”, dijo Elden. “Siempre te apoyaré y te debo una”.

Con eso, se dio la vuelta y salió corriendo entre la multitud.

Thor no sabía qué pensar. Él estaba sorprendido de lo rápido que las cosas habían cambiado.

“Supongo que no es un total canalla”, dijo O’Connor. “Quizá es bueno, después de todo”.

Llegaron a la casa de las armas. Las inmensas puertas se abrieron y Thor entró intimidado. Caminó lentamente, estirando el cuello, sondeando el lugar en amplios círculos, asimilando todo. Había cientos de armas, que ni siquiera él podía reconocer, colgadas en las paredes. Los otros chicos se apresuraron emocionados hacia las armas, tomándolas, manejándolas y examinándolas. Thor siguió su ejemplo sintiéndose como un niño en una dulcería.

Él se apresuró hacia una gran alabarda, tomando el eje de madera con ambas manos, sintiendo su peso. Era enorme y estaba bien engrasada. La hoja estaba gastada y con muescas; se preguntó si habría matado a algunos hombres en el campo de batalla.

La dejó y tomó un látigo con púas, una bola de metal pegada a una vara corta por medio de una cadena larga. Sostuvo el eje de madera y sintió la punta de metal colgada al extremo de la cadena. Junto a él, Reece manejaba un hacha de batalla y O’Connor probaba el peso de una larga pica, enterrándola en el aire a un enemigo imaginario.

“¡Escuchen!”, gritó Kolk; y todos se volvieron.

“Hoy vamos a aprender a luchar contra el enemigo a lo lejos. ¿Alguien puede decirme qué armas se pueden utilizar? ¿Qué puede matar a un hombre a un distancia de 30 pasos?”.

 

“El arco y la flecha”, alguien gritó.

“Sí”, respondió Kolk. “¿Qué más?”.

“¡Una lanza!”, dijo otro.

“¿Qué más? Hay otras cosas además de esas. Respondan”.

“Una honda”, agregó Thor.

“¿Qué más?”.

Thor se devanaba los sesos, pero se le acababan las opciones.

“Lanzar cuchillos”, gritó Reece.

“¿Qué más?”.

Los otros chicos vacilaron. Nadie tenía más ideas.

“Lanzar martillos”, dijo Kolk, “y lanzar hachas”. Existe la ballesta. Pueden lanzar picas. Y las espadas”.

Kolk caminó de un lado al otro, mirando los rostros de los muchachos, que estaban muy atentos.

“Eso no es todo. Una simple roca en el suelo puede ser su mejor amiga. He visto a un hombre, grande como un toro, un héroe de guerra, caer muerto por una piedra lanzada por un soldado hábil. Con frecuencia, los soldados no se dan cuenta de que la armadura también puede usarse como arma. El guantelete se puede sacar y lanzarlo a la cara del enemigo. Esto lo puede aturdir a varios centímetros de distancia. En ese momento, pueden matarlo. También pueden lanzar su escudo”.

Kolk respiró.

“Es fundamental que cuando aprendan a pelear, no sólo lo hagan en la distancia que hay entre ustedes y su oponente. Deben expandir su lucha a una distancia mayor. La mayoría de la gente lucha con tres pasos. Un buen guerrero lo hace con treinta. ¿Entendido?”.

“¡Sí señor!”, gritaron en coro.

“Bien. Hoy afinaremos sus habilidades de lanzamiento. Sondeen la sala y tomen los dispositivos de lanzamiento que encuentren. Cada quien agarre uno y salgan en treinta segundos. ¡Muévanse!”.

Hubo un tumulto y Thor corrió hacia la pared buscando algo que agarrar. Fue golpeado y empujado en todas direcciones por los otros chicos emocionados, hasta que finalmente vio lo que quería y lo tomó. Era una pequeña hacha. O’Connor agarró una daga, Reece una espada, y los tres salieron corriendo al campo junto con los otros muchachos.

Siguieron a Kolk hasta un extremo del campo, donde había una docena de escudos en los postes.

Todos los muchachos con sus armas se reunieron alrededor de Kolk con gran expectación.

“Ustedes permanecerán aquí”, retumbó su voz, señalando una línea en la tierra, “y apunten hacia esos escudos cuando lancen sus armas. Después correrán hacia los escudos, tomarán un arma diferente y practicarán lanzar esa otra arma. Nunca escojan la misma arma. Apunten siempre hacia el escudo. Los que fallen un escudo, deberán dar una vuelta alrededor del campo. ¡Empiecen!”.

Los muchachos se formaron, hombro con hombro, detrás de la línea en la tierra y empezaron a lanzar sus armas hacia los escudos que se encontraban a unos veintiocho metros de distancia. Thor se alineó con ellos. El chico que estaba junto a él, estiró la mano hacia atrás y arrojó su lanza, fallando por un pelo.

El muchacho se dio la vuelta y empezó a correr alrededor de la arena. Mientras lo hacía, un miembro de los hombres del rey corrió junto a él y colocó sobre sus hombros un pesado manto de cota de malla que disminuyó su fuerza.

“¡Corre con eso muchacho!”, le ordenó.

El chico, agobiado y sudoroso, continuó corriendo bajo el calor.

Thor no quería fallar su objetivo. Se reclinó, se concentró, sacó su hacha y la lanzó. Cerró sus ojos y esperó que diera en el blanco y se sintió aliviado al escuchar el sonido de la misma al clavarse en el escudo de piel. Apenas lo logró, golpeando una esquina inferior, pero al menos lo hizo.  A su alrededor varios muchachos fallaron y se pusieron a dar vueltas. Los pocos que acertaron, corrieron hacia los escudos para agarrar una nueva arma.

Thor corrió a los escudos y encontró una daga larga y delgada, la extrajo y regresó a la línea de lanzamiento.

Continuaron lanzando varias horas, hasta que el brazo de Thor le estaba matando y también había tenido que dar varias vueltas. Estaba chorreando en sudor, como los demás. Era un ejercicio interesante, arrojar toda clase de armas, acostumbrarse a la sensación y al peso de los diferentes ejes y navajas. Thor sintió que mejoraba con cada lanzamiento. Sin embargo, el calor era opresivo y se estaba cansando. Había solamente una docena de chicos en pie delante de los escudos y la mayoría estaban extenuados por las vueltas. Era demasiado complicado dar en el blanco tantas veces con armas distintas y además las vueltas y el calor dificultaban tener exactitud. Thor estaba jadeando y no sabía cuánto tiempo más podría continuar. Justo cuando sentía que estaba a punto de derrumbarse, de repente, Kolk dio un paso al frente.

“¡Ya es suficiente!”, gritó.

Los chicos regresaron de sus vueltas y se derrumbaron en la hierba. Permanecieron ahí jadeando, respirando con dificultad, quitándose las pesadas cotas de malla que les habían colocado. Thor también se sentó en la hierba, con el brazo cansado, empapado en sudor. Algunos de los hombres del rey llegaron con cubos de agua y los dejaron sobre la hierba. Reece extendió su brazo y tomó uno, bebió y se lo pasó a O’Connor, lo bebió y se lo dio a Thor. Thor bebió y bebió dejando correr el agua por su barbilla y su pecho. El agua se sentía estupendamente bien.  Respiró profundamente y se la devolvió a Reece.

“¿Cuánto tiempo durará esto?”, preguntó él.

Reece movió su cabeza, jadeando. “No lo sé”.

“Les juro que están intentando matarnos”, dijo una voz. Thor volteó y vio a Elden, quien se había acercado y sentado junto a él. Thor se sorprendió de verlo ahí y entendió que Elden realmente quería que fueran amigos. Era extraño ver tal cambio en su comportamiento.

“¡Muchachos!”, gritó Kolk, caminando lentamente entre ellos. “Muchos de ustedes no están atinando, al final del día. Como pueden ver, es más difícil ser precisos cuando están cansados. De eso se trata. Durante la batalla, no estarán frescos. Estarán exhaustos. Algunas batallas pueden durar varios días. Especialmente cuando atacan un castillo. Y precisamente cuando están más cansados es cuando deben realizar un tiro más preciso. A menudo se verán forzados a utilizar cualquier arma a su disposición. Deben ser expertos en todas las armas y en cualquier estado de agotamiento. ¿Entendido?”.

“¡SÍ, SEÑOR!”, todos replicaron.

“Algunos de ustedes pueden lanzar un cuchillo o un arpón. Pero esa misma persona puede fallar al usar un martillo o un hacha.  ¿Creen que podrán sobrevivir lanzando una sola arma?

“¡NO, SEÑOR!”.

“¿Piensan que es sólo un juego?”.

“¡NO, SEÑOR!”.

Kolk gesticulaba mientras caminaba de un lado a otro, pateando la espalda de los muchachos que veía que no estaban sentados con la espalda recta.

“Ya han descansado lo suficiente”, dijo él. “¡Levántense!”

Thor se puso de pie rápidamente con los otros, con las piernas cansadas, sin saber cuánto más podría soportar.

“Hay dos formas para luchar a distancia”, continuó diciendo Kolk. “Pueden realizar el lanzamiento, pero también lo hará su enemigo. Él podría no estar a salvo a una distancia de treinta pasos, pero tampoco lo estarían ustedes. Deben aprender a defenderse a una distancia de treinta pasos. ¿Está claro?”.

“¡SÍ, SEÑOR!”.

“Para defenderse cuando les lancen un objeto, necesitarán no sólo estar alertas y ser rápidos, agacharse, rodar, o eludir el golpe; también deberán ser expertos en protegerse con un escudo grande”.

A una indicación de Kolk, un soldado sacó un enorme y pesado escudo. Thor estaba sorprendido, ya que tenía casi el doble de su estatura.

“¿Hay algún voluntario?”, preguntó Kolk.

El grupo de chicos estaba callado, vacilante; y sin pensarlo, Thor se dejó llevar por el momento y, levantó la mano.

Kolk asintió con la cabeza, y Thor se apresuró a ir al frente.

“Bien”, dijo Kolk. “Por lo menos uno de ustedes es tonto como para ser voluntario. Me agrada tu ánimo. Es una decisión estúpida, pero buena”.

Thor comenzó a preguntarse si había tomado una decisión estúpida, mientras Kolk le entregaba el enorme escudo de metal. Él lo sujetó con un brazo y no podía creer lo pesado que era. Apenas podía levantarlo.

“Thor, tu misión es correr desde este extremo del campo hasta el otro. Ileso. ¿Ves esos cincuenta muchachos frente a ti?”, le dijo Kolk a Thor. “Todos te lanzarán armas. Armas reales. ¿Comprendes? Si no usas tu escudo para protegerte, podrías morir antes de llegar al otro extremo”.

Thor lo miró con incredulidad. Todos los muchachos permanecieron callados.

“Esto no es un juego”, continuó diciendo Kolk. “Esto es muy serio. Combatir es algo serio. Es de vida o muerte. ¿Estás seguro que aún quieres ser voluntario?”.

Thor asintió con la cabeza, pues estaba paralizado por el terror, como para decir otra cosa. Difícilmente podría cambiar de opinión en este momento y mucho menos enfrente de todos.

“Muy bien”.

Kolk hizo un ademán al asistente que se acercó y tocó la trompeta.

“¡Corre!”, gritó Kolk.

Thor subió el pesado escudo con las dos manos sujetándolo con todas sus fuerzas. Mientras lo hacía, sintió un estridente golpe seco, tan fuerte que le sacudió el cráneo. Debe haber sido un martillo de metal. No perforó el escudo, pero causó una terrible conmoción en todo su cuerpo. Estuvo a punto de soltar el escudo, pero hizo un esfuerzo para sujetarlo y continuar.

Thor comenzó a correr, cojeando, tan rápido como pudo, con el escudo. Mientras las armas y los misiles volaban junto a él, se obligó a acurrucarse en el escudo lo mejor que pudo. El escudo era su salvación y mientras corría aprendió cómo mantenerse dentro del mismo.

Una flecha salió volando y pasó a unos centímetros de él, por lo que sujetó más fuerte su barbilla. Otro objeto pesado golpeó el escudo con tal fuerza que le pego tan fuerte que lo hizo tambalearse varios centímetros y se desplomó en el piso. Pero Thor se levantó y siguió corriendo. En un esfuerzo supremo y respirando con dificultad, finalmente atravesó el campo.

“¡Ríndete!”, le gritó Kolk.

Thor soltó el escudo, bañado en sudor. Estaba más que agradecido por haber llegado al otro lado; no sabía si hubiera podido sostener el escudo por más tiempo.

Thor se apresuró a regresar con los demás, muchos de los cuales lo miraron con admiración. Se preguntó cómo había sobrevivido.

“Buen trabajo”, Reece le susurró.

“¿Algún otro voluntario?”, preguntó Kolk.

Se hizo un silencio sepulcral entre los muchachos. Después de observar a Thor, nadie quería intentarlo.

Thor se sintió orgulloso de sí mismo. No estaba seguro de haberse ofrecido como voluntario si hubiera sabido lo que eso implicaba, pero ahora que todo había terminado se alegraba de haberlo hecho.

“Está bien. Entonces yo escogeré al voluntario”, dijo Kolk. “¡Tú! ¡Saden!”, vociferó, señalando a alguien.

Un delgado chico ya mayor se adelantó luciendo aterrorizado.

“¿Yo?”, preguntó Saden, con voz entrecortada.

Los demás muchachos se burlaron de él.

“Claro que tú, ¿quién más?”, Kolk le contestó.

“Lo lamento, señor, pero preferiría no hacerlo”.

Un terrible grito ahogado se escuchó entre la Legión.

Kolk se le acercó, haciendo una mueca.

“Tú no haces lo que quieres”, gruñó Kolk. “Haces lo que yo te diga”.

Saden se quedó helado y muerto de miedo.

“Él no debería estar aquí”, Reece le susurró a Thor.

Thor se volvió y lo miró. “¿Qué quieres decir?”.

“Viene de una familia de nobles que lo trajo aquí, pero él no quiere quedarse. No es un luchador. Kolk lo sabe. Creo que están tratando de quebrantarlo y quieren que se vaya”.

“Lo lamento, señor, pero no puedo”, dijo Saden aterrorizado.

“¡Tú puedes!”, le gritó Kolk, “¡y lo harás!”.

Hubo un tenso retraimiento.

Saden bajó la vista al suelo, colgando la barbilla de vergüenza.

“Lo siento, señor. Deme alguna otra tarea y con gusto la haré”.

Kolk enrojeció y se le acercó hecho una furia, hasta que estuvo a pocos centímetros de su cara.

“Te daré otra tarea, muchacho. No me importa quién es tu familia. A partir de ahora, vas a correr. Alrededor de este campo, hasta que te desplomes. Y no regresarás hasta que te ofrezcas como voluntario y tomes este escudo. ¿Me has entendido?”.

Saden parecía que iba a romper a llorar mientras asentía con la cabeza.

Un soldado se acercó, colocó una cota de malla sobre Saden y después otro soldado le puso una segunda cota de malla. Thor no podía comprender cómo podría soportar ese peso, si apenas podía correr con una de ellas.

Kolk se echó hacia atrás y pateó a Saden en el trasero quien tambaleándose empezó su largo y lento trotar alrededor del campo. Thor sintió lástima por él. Mientras lo veía cojear, no pudo evitar preguntarse si el muchacho sobreviviría a la Legión.

 

De repente se escuchó el sonido de un cuerno y Thor volteó a ver que uno de los hombres de la compañía del rey cabalgaba en compañía de una docena de los lateados, quienes llevaban lanzas y usaban yelmos emplumados, deteniéndose ante la Legión”.

“En honor a la boda de la hija del Rey y del solsticio de verano, el rey ha declarado el resto de la jornada como el día de la cacería”.

Todos los chicos alrededor de Thor estallaron en una gran ovación. Al unísono, se dispersaron corriendo tras los caballos mientras corrían por el campo.

“¿Qué está sucediendo?”, le preguntó Thor a Reece, quien comenzaba a correr con los demás.

Reece mostraba una enorme sonrisa.

“¡Es un regalo del cielo!”, contestó. “¡Ya nos vamos! ¡Iremos a cazar!”.