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La Senda De Los Héroes

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Aus der Reihe: El Anillo del Hechicero #1
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La Senda De Los Héroes
La Senda De Los Héroes
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Wird gelesen Fabio Arciniegas
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CAPÍTULO DIECISÉIS

Cuando el sol empezó a desaparecer del cielo—grana oscuro mezclado con azul, que parecía envolver el universo—Thor caminó con Reece, O’Connor, y Elden por el sendero que conducía al bosque de los Salvajes. Thor nunca había estado tan nervioso en su vida. Ahora eran solo ellos cuatro.  Erec había permanecido detrás y a pesar de sus disputas, Thor sintió que ahora se necesitaban unos a otros más que nunca.  Tuvieron que unirse por su cuenta, sin Erec. Antes de que se separaran, Erec les había dicho que no se preocuparan, que se mantendría en contacto y escucharía sus llamadas y estaría ahí si lo necesitaban.

Eso le daba a Thor poca seguridad ahora.

Mientras que los bosques se estrechaban sobre ellos, Thor miró este exótico lugar, la superficie del bosque llena de espinas y frutos extraños. Las ramas de muchos árboles estaban retorcidas y eran antiguas, casi tocándose entre sí, tan cerca que Thor se tenía que agachar constantemente.  Tenían espinas en vez de hojas y sobresalían por todos lados. Las vides amarillas colgaban en lugares y Thor había cometido el error de levantar la mano para empujar una vid, solo para darse cuenta de que era una serpiente. Había gritado y se había quitado del camino de un salto, justo a tiempo.

Él había esperado que los demás se rieran de él, pero ellos también sentían miedo. A su alrededor había ruidos extraños de animales exóticos.  Algunos eran en tono bajo y gutural, algunos en tono alto y gritos. Algunos hacían eco a lo lejos; otros parecían imposiblemente cerca. El crepúsculo llegó demasiado rápido mientras se dirigían a lo más profundo del bosque. Thor estaba seguro de que en cualquier momento podían ser emboscados.  Conforme el cielo se oscureció, era más difícil ver incluso las caras de sus compatriotas. Él agarró la empuñadura de su espada con tanta fuerza, que sus nudillos se blanquearon, mientras que la otra mano agarró su honda.  Los demás también agarraron sus armas.

Thor se obligó a ser fuerte, confiado y valeroso, como debe ser un buen caballero. Erec le había instruido. Era mejor que enfrentara la muerte ahora, que vivir siempre con miedo de ella. Trató de levantar la barbilla y caminar hacia adelante con valentía, incluso aumentando su paso e ir a unos pocos metros delante de los demás.  Su corazón latía con fuerza, pero se sentía como si estuviera enfrentando a sus miedos.

“¿Qué es lo que estamos patrullando exactamente?”, preguntó Thor.

Tan pronto como lo dijo, se dio cuenta de que podría ser una pregunta tonta, y que esperaba que Elden se burlara de él.

Pero para su sorpresa, solo hubo silencio. Thor miró y vio el blanco de los ojos de Elden, y se dio cuenta de que él tenía más miedo. Esto, al menos, le dio más confianza a Thor. Thor era más joven y más pequeño que él, y no se estaba rindiendo ante su miedo.

“El enemigo, supongo”, dijo finalmente Reece.

“¿Y quién es ese?”, preguntó Thor. “¿Qué apariencia tiene?”.

“Hay todo tipo de enemigos aquí”, dijo Reece.  “Ahora estamos en las tierras agrestes. Hay naciones de salvajes y todo tipo de razas de criaturas malignas”.

“¿Pero de qué sirve patrullar?”, preguntó O’Connor. “¿Qué diferencia posible podemos hacer con esto? Incluso si matamos a uno o dos, ¿eso detendrá a los millones que vengan detrás?”.

“No estamos aquí para causar impacto”, contestó Reece. “Estamos aquí para que sepan de nuestra presencia, en nombre de nuestro rey.  Para hacerles saber que no se acerquen demasiado al Barranco”.

“Creo que tendría más sentido esperar hasta que intenten cruzarlo y después lidiar con ellos”, dijo O’Connor.

“No”, dijo Reece. “Es mejor impedir que se acerquen. Ese es el motivo de estos patrullajes.  Al menos, es lo que dice mi hermano mayor”.

El corazón de Thor se aceleró, mientras continuaban entrando en lo más profundo del bosque.

“¿Qué tan lejos debemos ir?”, preguntó Elden, hablando por primera vez, con voz temblorosa.

“¿No recuerdan lo que dijo Kolk? Tenemos que recuperar la bandera roja y llevarla de regreso”, dijo Reece. “Esa es nuestra prueba de que hemos ido lo suficientemente lejos en nuestro patrullaje”.

“No he visto ninguna bandera en ningún lado”, dijo O’Connor. “De hecho, apenas puedo ver. ¿Cómo se supone que vamos a regresar?”.

Nadie contestó. Thor estaba pensando lo mismo. ¿Cómo podrían encontrar una bandera en lo negro de la noche? Empezó a preguntarse si era un truco, un ejercicio, uno de los juegos psicológicos de la Legión que le estaban haciendo a los muchachos. Pensó de nuevo en las palabras de Erec, en sus muchos enemigos de la Corte. Sentía desasosiego sobre este patrullaje. ¿Les estaban poniendo una trampa?

De repente, se escuchó un chirrido horrible, seguido por el movimiento de las ramas—y algo grande corrió por su camino. Thor sacó su espada, y los demás también.  El sonido de las espadas saliendo de las vainas, del metal contra metal, llenaba el aire, mientras estaban de pie en su lugar, sosteniendo sus espadas frente a ellos, mirando nerviosamente en todas direcciones.

“¿Qué fue eso?”, gritó Elden, con la voz quebrada por el miedo.

El animal cruzó una vez más su camino, corriendo de un lado al otro del bosque, y esta vez pudieron verlo bien.

Los hombros de Thor se relajaron cuando lo reconoció.

“Es solamente un venado”, dijo él, muy aliviado. “Es el ciervo de aspecto más extraño que he visto—sin embargo, es un ciervo”.

Reece rió, era un sonido tranquilizador, una risa muy madura para su edad. Cuando Thor la escuchó, se dio cuenta de que era la risa de un futuro rey. Se sintió mejor al tener a su amigo de su lado. Y después se rió él, también. Tanto miedo para nada.

“No sabía que tu voz se quebraba cuando tenías miedo”, se burló Reece de Elden, volviendo a reír.

“Si pudiera verte, te golpearía”, dijo Elden.

“Yo puedo verte bien”, dijo Reece. “Ven a intentarlo”.

Elden le devolvió la mirada, pero no se atrevió a hacer un movimiento. En cambio, puso su espada en su vaina, igual que los demás. Thor admiraba a Reece por molestar a Elden; Elden se burlaba de todos—merecía una sopa de su propio chocolate. Él admiraba la valentía de Reece al hacerlo, porque después de todo, Elden tenía el doble de su tamaño.

Thor finalmente sintió que la tensión abandonaba su cuerpo.  Habían tenido su primer encuentro, el hielo se había roto, y seguían vivos. Se inclinó hacia atrás y rió también, feliz de estar vivo.

“Sigue riendo, muchacho forastero, dijo Elden. “Ya veremos quién ríe al último”.

No me estoy riendo de ti, como Reece, pensó Thor. Solamente me siento aliviado de estar vivo.

Pero no se molestó en decirlo; sabía que nada de lo que dijera cambiaría el odio que Elden sentía por él.

“¡Miren!”, gritó O’Connor. “¡Ahí!”.

Thor entrecerró los ojos, pero apenas podía ver lo que estaba señalando en la oscuridad de la noche. Entonces la vio: la bandera de la Legión, colgando de una de las ramas.

Todos empezaron a correr hacia ella.

Elden superó a los demás corriendo, haciéndolos a un lado de manera ruda.

“¡Esa bandera es mía!”, gritó.

“¡Yo la vi primero!”, gritó O’Connor.

“¡Pero yo la tomé primero, y será el que la lleve de regreso!”, gritó Elden.

Thor enfureció; no podía creer las acciones de Elden. Recordó lo que Kolk había dicho—que quien obtuviera la bandera, sería recompensado—y se dio cuenta de por qué Elden había corrido. Pero eso no lo justificaba. Se suponía que debían ser un equipo, un grupo—no cada uno por su lado.  Elden estaba mostrando el cobre—ninguno de los otros corrió por ella, ni intentó superar a los otros. Eso hizo que Thor odiara todavía más a Elden.

Elden corrió después de darle un codazo a O’Connor, y antes de que los demás pudieran reaccionar, avanzó varios centímetros y arrebató la bandera.

Al hacerlo, una enorme red apareció de la nada, levantándose del suelo, levantándolo en el aire, atrapando a Elden e izándolo en lo alto. Él se balanceó hacia adelante y hacia atrás delante de ellos, a unos centímetros de distancia, como si fuera un animal atrapado en una trampa.

“¡Auxilio! ¡Auxilio!”, gritó aterrado.

Todos caminaron más despacio al acercarse a él; Reece empezó a reír.

“¿Quién es ahora el cobarde?”, gritó Reece, divertido.

“¡Ya verás, basura!”, gritó él. “¡Te mataré cuando baje de aquí!”.

“¿En serio?”, replicó Reece. “¿Y eso cuándo va a ser?”.

“¡Bájenme!”, gritó Elden, girando en la red. “¡Se los ordeno!”.

“Ah, ¿tú nos lo ordenas?”, dijo Reece, echándose a reír de nuevo.

Reece giró y miró a Thor.

“¿Qué opinas?”, preguntó Reece.

“Creo que nos debe ofrecer una disculpa”, dijo O’Connor. “Especialmente a Thor”.

“Estoy de acuerdo”, dijo Reece. “Te diré una cosa”, dijo él a Elden. “Discúlpate—y que sea sincera—y pensaré en bajarte”.

“¿Disculparme?”, repitió Elden, aterrado. “Ni en un millón de soles”.

Reece giró hacia Thor.

“Tal vez debamos dejar a este bulto aquí, a que pase la noche. Será una estupenda comida para los animales. ¿Qué opinas?”.

Thor sonrió ampliamente.

“Creo que es una buena idea”, dijo O’Connor.

“¡Esperen!”, gritó Elden.

O’Connor levantó la mano y arrebató la bandera del dedo colgante de Elden.

“Supongo que no nos ganaste la bandera, después de todo”, dijo O’Connor.

Los tres voltearon y empezaron a alejarse.

“¡No, esperen!”, gritó Elden. “¡No pueden dejarme aquí! ¡No se atreverían!”.

Los tres continuaron alejándose.

“¡Lo siento!”, empezó a sollozar Elden. “¡Por favor! ¡Discúlpenme!”.

Thor se detuvo, pero Reece y O’Connor continuaron caminando. Finalmente, Reece volteó.

“¿Qué estás haciendo?”, preguntó Reece a Thor.

“No podemos dejarlo aquí”, dijo Thor. Aunque a Thor le desagradaba mucho Elden, él no pensaba que era justo dejarlo ahí.

 

“¿Por qué no?”, preguntó Reece. “Él se lo buscó”.

“Si los papeles se voltearan”, dijo O’Connor, “sabes que él con gusto te dejaría aquí.  ¿Por qué debes molestarte?”.

“Entiendo”, dijo Thor. “Pero eso no significa que debamos actuar como él”.

Reece puso sus manos en sus caderas y suspiró profundamente mientras se inclinaba y le susurraba algo a Thor.

“No iba a dejarlo ahí toda la noche. Tal vez solamente la mitad de la noche. Pero tienes razón. Él no está hecho para esto. Probablemente se orinaría y le daría un infarto.  Eres muy bueno. Ése es un problema”, dijo Reece mientras ponía una mano en el hombro de Thor. “Pero por eso te elegí como mi amigo”.

“Y yo también”, dijo O’Connor, poniendo su mano en el otro hombro de Thor.

Thor dio media vuelta, caminó hacia la red, se acercó y la cortó.

Elden cayó con un ruido sordo. Se puso de pie, se quitó la red de encima y frenéticamente buscó en el suelo.

“¡Mi espada!”, gritó él. “¿Dónde está?”.

Thor miró al suelo, pero estaba muy oscuro para ver.

“Debe haber volado por los árboles cuando fuiste izado”, contestó Thor.

“Sea donde sea que esté, ya no la tienes”, dijo Reece. “La encontrarás”.

“Pero ustedes no entienden”, dijo Elden. “La Legión. Solamente hay una regla. Nunca abandonar el arma. No puedo regresar sin ella. ¡Me expulsarían!”.

Thor regresó y buscó nuevamente en el suelo, buscó en los árboles, en todos lados. Pero no veía ninguna señal de la espada de Elden.  Reece y O’Connor se quedaron ahí, sin molestarse en mirar.

“Lo siento”, dijo Thor, “no la veo”.

Elden buscó en todos lados, finalmente se rindió.

“Es tu culpa”, dijo él, señalando a Thor. “¡Tú nos metiste en este lío!”.

“No fui yo”, contestó Thor. “¡Tú lo hiciste! Tú corriste por la bandera. Tú nos sacaste del camino. No tienes que culpar a nadie más que a ti”.

“¡Te odio!”, gritó Elden.

Atacó a Thor, sujetándolo de la camisa y derribándolo al suelo. Su peso tomó a Thor por sorpresa.  Thor logró girar, pero Elden giró de nuevo y derribó a Thor. Elden era demasiado grande y fuerte, y era difícil detenerlo.

Pero de pronto, Elden lo soltó y giró. Thor escuchó el sonido de una espada que salía de la vaina y miró hacia arriba y vio a Reece parado sobre Elden, sosteniendo la punta de su espada en su garganta.

O’Connor se acercó y le dio una mano a Thor, y lo jaló para que se pusiera rápidamente de pie. Thor se quedó con sus dos amigos, mirando hacia abajo a Elden, quien seguía en el suelo, con la espada de Reece sobre su cuello.

“Si vuelves a tocar a mi amigo”, dijo seriamente Reece a Elden, lentamente, “te aseguro que te mataré”.

CAPÍTULO DIECISIETE

Thor, Reece, O’Connor, Elden, y Erec estaban todos sentados en el suelo, formando un círculo alrededor de una fogata llameante. Los cinco estaban sentados en la penumbra y en silencio. Thor estaba sorprendido de que pudiera hacer frío en una noche de verano. El Barranco tenía algo, los vientos fríos, místicos que se arremolinaban por su espalda, y se mezclaban con la neblina que parecía que nunca ser iría, lo que lo dejaba mojado hasta los huesos.  Se inclinó hacia adelante y frotó sus manos contra el calor del fuego, sin poder calentarlas.

Thor masticaba el pedazo de carne seca que los demás estaban hacienda circular; estaba dura y salada, pero de alguna manera lo alimentaba. Erec se acercó y le dio algo a Thor y sintió una bota de vino suave sobre su mano; el líquido chapoteaba en él.  Estaba sorprendentemente pesada cuando se la llevó a los labios y la roció en la parte posterior de la boca, por un tiempo demasiado largo. Él se sentía caliente por primera vez esa noche.

Todos estaban en silencio, mirando las llamas. Thor estaba inquieto todavía. Al estar en este lado del Barranco, en territorio enemigo, todavía sentía que debería estar en guardia en todo momento y se sorprendió de lo tranquilo que Erec parecía estar, como si estuviera sentado de manera informal en su propio patio trasero. Thor se sintió aliviado, al menos, de estar fuera de las tierras agrestes, se reunió con Erec y se sentó alrededor de la tranquilidad de la fogata.  Erec observaba el límite del bosque, atento a cada pequeño ruido, pero confiado y relajado. Thor sabía que si hubiera algún peligro, Erec los protegería a todos.

Thor se sentía contento alrededor de la fogata; miró alrededor y vio que los otros también parecían contentos—excepto Elden, desde luego, abatido desde que regresó del bosque. Había perdido su aire arrogante que tenía en la mañana, y se sentó ahí, amargado y sin su espada. Los comandantes nunca le perdonarían ese error—Elden sería expulsado de la Legión cuando regresaran.  Él se preguntó qué haría Elden. Tenía la sensación de que no lo aceptaría con facilidad, que tenía algo, un plan alternativo bajo la manga. Thor supuso que fuera lo que fuera, no sería bueno.

Thor se volvió y siguió la Mirada de Erec hacia el horizonte lejano, al sur. Un débil resplandor, una línea infinita hasta donde alcanzaba la vista, iluminaba la noche. Thor tenía esa inquietud.

“¿Qué es eso?”, finalmente le preguntó a Erec. “’Ese brillo al que no dejas de mirar”.

Erec se quedó callado durante largo tiempo, solamente se escuchaba el sonido del viento que azotaba. Finalmente, al voltear, dijo: “Son los Gorals”.

Thor intercambió miradas con los demás, quienes miraron atrás, temerosos. El estómago de Thor se hizo nudo al pensar en ello. Los Gorals. Tan cerca. No había nada entre ellos y él, excepto un simple bosque y una vasta llanura. Ya no estaba el gran Barranco separándolos, manteniéndolos a salvo.  Toda su vida había escuchado cuentos de esa gente violenta de las tierras agrestes, que no tenían ambición, excepto atacar al Anillo. Y ahora no había nada entre ellos.  No podía creer cuántos de ellos había.  Era un ejército enorme, al acecho.

“¿No tienes miedo?”, preguntó Thor a Erec.

Erec negó con la cabeza.

“Los Gorals se mueven como si fueran uno solo.  Su ejército acampa ahí cada noche.  Lo han hecho durante años. Solamente atacarían el Barranco si movilizaran a todo el ejército y atacaran al unísono.  Y no se atreverían a intentarlo.  El poder de la Espada actúa como un escudo. Saben que no pueden traspasarlo”.

“¿Y para qué acampan ahí?”, preguntó Thor.

“Es su forma de intimidación. Y de prepararse. Ha habido muchas veces durante el curso de la historia, en la época de nuestros padres, que atacaron, trataron de traspasar el Barranco. Pero no ha pasado en mucho tiempo”.

Thor miró hacia el cielo negro, las estrellas de colores amarillo y azul y naranja, parpadeantes, a lo alto y se asombró. Este lado del Barranco era un lugar para pesadillas y lo había sido desde que aprendió a caminar. La idea lo hacía sentir temeroso, pero se obligó a alejarlo de su mente. Ya era miembro de la Legión, y tenía que comportarse como tal.

“No te preocupes”, dijo Erec, como leyendo sus pensamientos. “Ellos no atacarán mientras tengamos La Espada del Destino”.

“¿Alguna vez la has sujetado?”, preguntó Thor a Erec, sintiendo una repentina curiosidad”. “¿La Espada?”.

“Por supuesto que no”, replicó bruscamente Erec. “Nadie tiene permiso de agarrarla, a excepción de los descendientes del rey”.

Thor lo miró, confundido.

“No lo entiendo. ¿Por qué?”.

Reece aclaró su garganta.

“¿Me permite?”, preguntó él.

Erec asintió con la cabeza.

“Hay una leyenda en torno a la Espada. En realidad, nunca ha sido levantada por nadie. Cuenta la leyenda que un hombre, El Elegido, podrá empuñarla. Sólo al Rey se le permite probar, o a uno de los descendientes del rey, si es nombrado rey. Así que ahí está, sin tocar”.

“¿Y qué hay de nuestro rey actual? De tu padre”, preguntó Thor. “¿Él no puede intentarlo?”.

Reece miró hacia abajo.

“Lo intentó una vez.  Cuando fue coronado. O eso fue lo que nos dijo. No pudo levantarla. Y está ahí, como un objeto de reproche para él. Él la odia. Le pesa como un ser viviente”.

“Cuando El Elegido llegue”, añadió Reece, “liberará al Anillo de los enemigos que tiene alrededor y nos llevará a un mejor destino de lo que hemos conocido. Todas las guerras terminarán”.

“Cuentos de hadas y sin sentido”, medió Elden.  “Esa Espada no será levantada por nadie. Es demasiado pesada. No es posible. Y no hay un ‘Elegido’. Todo es una tontería. Esa leyenda fue inventada para mantener reprimidos a los plebeyos, para mantenernos esperando a todos al ‘Elegido’.  Para envalentonar a los MacGil. Es una leyenda muy conveniente para ellos”.

“Cierra la boca, muchacho”, espetó Erec. “Siempre hablarás con respeto de tu rey”.

Elden miró hacia abajo, humillado.

Thor pensó en todo, tratando de asimilarlo. Había mucho que digerir a la vez. Toda su vida había soñado con ver la Espada del Destino. Había escuchado historias de su forma perfecta.  Se rumoraba que estaba elaborada con un material que nadie conocía, que supuestamente era un arma mágica. Hizo que Thor se preguntara que pasaría si no tuvieran la Espada para protegerlos. ¿El ejército del Rey sería vencido por el imperio? Thor miró los fuegos brillantes en el horizonte. Parecía que se extendían hacia el infinito.

“¿Has estado alguna vez ahí?”, preguntó Thor a Erec. “¿Allá afuera? ¿Más allá del bosque? ¿En las tierras agrestes?”.

Los demás voltearon y miraron a Erec, mientras Thor esperaba ansiosamente su respuesta. En ese espeso silencio, Erec se quedó mirando las llamas por mucho tiempo—tanto, que Thor empezó a dudar si contestaría. Thor esperaba no haber sido muy entrometido; se sintió muy agradecido y en deuda con Erec, y ciertamente no quería desagradarlo. Thor tampoco estaba seguro si quería saber la respuesta.

Justamente cuando Thor estaba pensando en retractarse de su pregunta, Erec respondió:

“Sí”, dijo él, solemne.

Esa única palabra flotaba en el aire por mucho tiempo, y por ello, Thor escuchó la gravedad que le dijo todo lo que necesitaba saber.

“¿Cómo es ese lugar?”, preguntó O’Connor.

Thor se sentía aliviado de no ser el único que hacía las preguntas.

“Es controlado por un imperio despiadado”, dijo Erec. “Pero la tierra es amplia y variada.  No es la tierra de los salvajes. La tierra de los esclavos. Y la tierra de los monstruos. Monstruos diferentes a lo que imaginas. Y hay desiertos y montañas y colinas, hasta donde llega la mirada. Están las ciénagas y los pantanos y el gran océano. Está la tierra de los Druidas. Y la tierra de los dragones”.

Los ojos de Thor se abrieron de par en par.

“¿Dragones?”, preguntó él, asombrado. “Pensé que no existían”.

Erec lo miró, muy serio.

“Te aseguro que existen. Y es un lugar al que nunca querrás ir. Es un lugar que incluso los Gorals temen”.

Thor tragó saliva ante la idea.  No podía imaginar aventurarse tan profundamente en el mundo. Se preguntaba cómo es que Erec había logrado regresar vivo. Se hizo una nota mental para preguntarle en otra ocasión.

Había tantas preguntas. Thor quería preguntarle—sobre la naturaleza del mal y quién lo gobernaba; por qué querían atacar; cuándo se había aventurado Erec; cuándo había regresado.  Pero a medida que Thor miraba crecer las llamas, hacía más frío y oscurecía más, y mientras todas sus preguntas se arremolinaban en su cabeza, él sentía que sus ojos se hacían más pesados. Este no era el momento adecuado para preguntar.

En lugar de eso, dejó que el sueño lo arrastrara. Puso su cabeza en el suelo. Antes de cerrar sus ojos para siempre, miró al suelo extranjero, y se preguntó cuándo—o si es que—alguna vez regresaría a casa.

*

Thor abrió sus ojos, confundido, preguntándose dónde estaba y cómo había llegado hasta ahí. Él miró hacia abajo y vio una espesa niebla hasta la cintura, tan espesa que no podía ver sus pies.  Se volvió y vio el amanecer sobre el Barranco ante él.  A lo lejos, en el otro lado, estaba su casa. Él seguía en este lado, el lado equivocado, el dividido.  Su corazón se aceleró.

Thor miró al puente, pero extrañamente, ahora estaba vacía de soldados.  De hecho, todo el lugar parecía desolado. No podía entender lo que estaba sucediendo. Mientras observaba el puente, sus tablones de madera cayeron uno tras otro, como fichas de dominó. En unos momentos el puente se derrumbó, cayó al precipicio. El fondo estaba tan abajo, que ni siquiera oyó caer los tablones.

Thor tragó saliva y se volvió, mirando a los demás—pero no se veían por ningún lado.  No tenía idea de qué hacer. Ahora estaba atrapado. Aquí, solo, al otro lado del Barranco, sin manera de regresar. No entendía a dónde habían ido todos.

 

Al oír algo, se volvió y miró hacia el bosque. Detectó movimiento. Él se puso de pie y caminó hacia el sonido, con los pies hundiéndose en la tierra a su paso. Al acercarse, vio una red colgando de una rama baja. Por dentro estaba Elden, dando vueltas y vueltas en círculos; las ramas crujían mientras se movía.

Un halcón se posó en su cabeza, una criatura de apariencia distinta, con un cuerpo de plata brillante y una sola raya negra corriendo por su frente, entre sus ojos. Se agachó, arrancó el ojo de Elden, y lo mantuvo ahí. Se volvió hacia Thor, manteniendo el ojo en el pico.

Thor gritó, quería apartar la mirada, pero no pudo. Justo cuando se estaba dando cuenta de que Elden estaba muerto, de repente, todo el bosque volvió a la vida. Atacando desde todas direcciones, estaba un ejército de Gorals. Enorme, vestido sólo con taparrabos, con inmensos pechos musculosos, tres narices colocadas en triángulo en la cara, y dos largos colmillos afilados, curvados, que silbaban y gruñían, corrió directo hacia él. Era un sonido espeluznante, y no había ningún sitio adonde Thor podía ir. Se agachó y cogió su espada, pero bajó la mirada para descubrir que había desaparecido.

Thor gritó.

Despertó incorporándose, respirando con dificultad, buscando frenéticamente en todas direcciones.  Había silencio alrededor—un silencio real, vivo, no el silencio de su sueño.

Junto a él, en la primera luz del alba, Reece, O’Connor, y Erec dormían tendidos en el suelo, los rescoldos de la fogata cerca de ellos. En el suelo, saltando, había un halcón. Se volvió y ladeó la cabeza en Thor. Era grande, plateado y orgulloso, con una sola raya negra corriendo por su frente, y lo miró fijamente a los ojos e hizo un chillido. El sonido le hizo estremecer: era el mismo halcón del sueño.

Fue entonces que se dio cuenta de que el pájaro era un mensaje—que su sueño había sido más que eso. Que algo andaba mal. Podía sentirlo, una ligera vibración en su espalda, corriendo hacia sus brazos.

Rápidamente se puso de pie y miró alrededor, preguntándose qué podría ser.  No escuchó nada malo, y nada parecía fuera de lugar; el puente seguía ahí, los soldados estaban en él.

¿Lo era? se preguntó él.

Y después se dio cuenta de lo que era. Alguien había desaparecido. Elden.

Al principio, Thor se preguntó si tal vez los había dejado, se había dirigido de Nuevo al otro lado del puente a la otra orilla del Barranco. Tal vez estaba avergonzado por haber perdido su espada y había dejado la Legión.

Pero entonces Thor miró al bosque y vio sangrado fresco en el musgo, huellas en dirección a la senda, en el rocío de la mañana. No había duda de que se trataba de Elden.  Elden no se había ido; había regresado al bosque. Solo. Tal vez a orinar. O tal vez, se dio cuenta Thor, a tratar de recuperar su espada.

Fue un movimiento estúpido, ir solo así, y demostraba lo desesperado que estaba Elden. Thor sintió de inmediato, que había un gran peligro. La vida de Elden estaba en peligro.

El halcón chilló en ese momento, como para confirmar los pensamientos de Thor. Entonces se levantó y voló, hacia la cara de Thor. Thor agachó su cabeza—sus garras fallaron y se elevó en el aire, volándose.

Thor saltó en acción.  Sin pensarlo, sin siquiera ver lo que estaba haciendo, corrió hacia el bosque, siguiendo sus huellas.

Thor no se detuvo para sentir el miedo, mientras corría solo, en lo más profundo de las tierras agrestes. Si se hubiera detenido a pensar en lo loco que era hacerlo, probablemente se habría congelado, se habría sentido lleno de pánico.  Pero en cambio, apenas reaccionó, sintiendo una necesidad apremiante de ayudar a Elden. Él corrió y corrió—solo—en lo más profundo del bosque, en la temprana luz del alba.

“¡Elden!”, gritó.

No podía explicarlo, pero de alguna manera intuía que Elden estaba a punto de morir. Tal vez no debería preocuparse, por la forma que Elden lo había tratado, pero no podía evitarlo: lo hizo. Si estuviera en esta situación Elden ciertamente no iba a rescatarlo. Era una locura poner su vida en peligro por alguien que no se preocupaba por nada—y de hecho, con mucho gusto lo vería morir. Pero no podía evitarlo. Nunca había sentido una sensación así antes—especialmente por algo que él no pudo haber conocido. Él estaba cambiando de alguna manera, y no sabía por qué. Él sentía como si su cuerpo estuviera siendo controlado por un poder nuevo y misterioso, y le hacía sentir incómodo, fuera de control. ¿Se estaba volviendo loco? ¿Estaba exagerando? ¿Fue todo producto de su sueño? Tal vez debería regresar.

Pero no lo hizo. Dejó que sus pies lo guiaran y no se rindió ante el miedo o dudas.  Él corrió y corrió hasta quedarse sin aire.

Thor dio vuelta en una curva y lo que vio lo hizo detenerse en seco. Se quedó ahí parado, tratando de recuperar el aliento, tratando de conciliar la imagen que estaba delante de él, que no tenía ningún sentido.  Eso fue suficiente para infundir terror en cualquier guerrero endurecido.

Ahí estaba Elden, sosteniendo la corta espada y viendo hacia una criatura diferente a cualquiera que Thor hubiera conocido. Fue horrible. Era mucho más alto que los dos, por lo menos veintisiete metros de alto y tan ancho como cuatro hombres. Elevó sus musculosos brazos rojos, con tres dedos largos, como clavos, al final de cada mano, y una cabeza como la de un demonio, con cuatro cuernos, una larga mandíbula y una frente ancha.  Tenía dos grandes ojos amarillos y dientes curvos como colmillos. Se inclinó hacia atrás y chilló.

Junto a él, un árbol grande, de cientos de años de antigüedad, partido en dos, con el sonido.

Elden se quedó congelado de miedo. Dejó caer su espada y el suelo debajo de él quedó mojado.

La criatura babeaba y gruñía y dio un paso hacia Elden.

Thor, también, estaba lleno de miedo, pero a diferencia de Elden, no lo inmovilizó.  Por alguna razón, el miedo agudizó sus sentidos, le hizo sentir más vivo. Le dio una visión tubular, le permitió centrarse totalmente en la criatura que estaba ante él, en la posición de Elden, en su ancho y amplitud y fuerza y velocidad. En cada uno de sus movimientos. También le permitió centrarse en la posición de su propio cuerpo, en sus propias armas.

Thor entró en acción. Fue al ataque entre Elden y la bestia. La bestia rugió, su respiración era tan caliente, que Thor podía sentirlo, incluso desde lejos. El sonido elevó cada vello de la nuca de Thor y le dieron ganas de regresar. Pero escuchó la voz de Erec en su cabeza, diciéndole que fuera fuerte.  Que no tuviera miedo.  Que conservara la ecuanimidad.  Y lo obligó a mantenerse firme.

Thor levantó su espada a lo alto y fue al ataque, hundiéndolo en las costillas de la bestia, apuntando a su corazón.

La criatura lloró de agonía, corría sangre por la mano de Thor mientras éste hundía la espada hasta el fondo, hasta la empuñadura.

Pero para sorpresa de Thor, no murió. La bestia parecía invencible.

Sin perder el ritmo, la bestia se dio vuelta y golpeó con fuerza a Thor tan fuerte que sintió que sus costillas se rompían.  Thor salió volando a través del claro, estrellándose contra un árbol antes de caer al suelo.  Sintió un fuerte dolor de cabeza mientras yacía ahí.

Thor miró hacia arriba, aturdido y confuso, el mundo daba vueltas. La bestia se agachó y extrajo la espada del estómago de Thor. La espada parecía pequeña en sus manos, como un palillo de dientes y la bestia tratando de alcanzarla y lanzarla; salió volando por los árboles, tirando ramas, y desapareciendo en el bosque.

Puso toda su atención en Thor y comenzó a aplastarla sobre él.

Elden se quedó en donde estaba, todavía congelado de miedo. Pero a medida que la bestia atacaba a Thor, de repente, Elden entró en acción. Fue a atacar a la bestia por la espalda y saltó sobre su lomo. Ralentizó a la bestia lo suficiente para que Thor se incorporara; la bestia, furiosa, se lanzó a sus brazos y aventó a Elden. Salió volando a través del claro, se estrelló contra un árbol y cayó en el suelo.

La bestia, aun sangrando, jadeando pesadamente, puso su atención nuevamente en Thor. Gruñó y abrió sus colmillos al acercarse a él.

Thor no tenía opciones. Ya no tenía su espada, y no había nada entre él y el monstruo. El monstruo se lanzó hacia abajo donde él estaba, y en el último segundo, Thor rodó fuera del camino.  El monstruo golpeó el árbol donde Thor había estado, con tal fuerza, que lo arrancó de raíz.