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La Senda De Los Héroes

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Aus der Reihe: El Anillo del Hechicero #1
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La Senda De Los Héroes
La Senda De Los Héroes
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Wird gelesen Fabio Arciniegas
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“Haré lo que me dé la gana, muchacho”, gesticuló Kolk ante Reece. “Tu padre no está aquí para protegerte ahora. Ni a él. Y yo me encargo de esta Legión. Y ten cuidado con lo que dices—por el hecho de ser de la realeza, no creas que puedes ser impertinente”.

“De acuerdo”, respondió Reece. “¡Entonces yo iré con él!”.

“¡Yo también!”, intervino O’Connor, dando un paso adelante.

Kolk los miró y lentamente negó con la cabeza.

“Tontos. Esa es su decisión.  Vayan con él, si así lo desean”.

Kolk dio media vuelta y miró a Elden. “No creas que te saldrás con la tuya tan fácilmente”, le dijo a él. “Tú empezaste esta pelea. Tú también debes pagar el precio. Te unirás a ellos en la ronda de esta noche”.

“¡Pero señor, no puede enviarme al Barranco!”, protestó Elden, con los ojos llenos de miedo.  Fue la primera vez que Thor le veía con miedo a algo.

Kolk dio un paso adelante, cerca de Elden, y subió sus manos hacia sus caderas. “¿Qué no puedo?”, dijo él. “No solo puedo enviarte ahí—también puedo sacarte para siempre de esta Legión, y hasta los confines de nuestro reino, si continuas respondiéndome de nuevo”.

Elden desvió la mirada, estaba demasiado nervioso para responder.

“¿Alguien más quiere unirse a ellos?”, gritó Kolk.

Los otros muchachos, más grandes, de mayor edad y más fuertes, todos desviaron la mirada, miedosos. Thor tragó saliva mientras miraba alrededor de las caras nerviosas y se preguntó qué tan malo podría ser ir al Barranco.

CAPÍTULO QUINCE

Thor caminó a lo largo del camino bien trillado, flanqueado por Reece, O’Connor, y Elden. Los cuatro apenas se habían dicho una palabra el uno al otro desde que salieron, todavía escandalizados.  Thor miró a Reece y a O’Connor con un sentimiento de gratitud que nunca antes había conocido.  Apenas podía creer que se hubieran jugado el todo por el todo por él, de esa manera. Sintió que había encontrado a verdaderos amigos, casi como hermanos. Él no tenía idea de lo que les esperaba en el Barranco, pero sea lo que sea que fueran a enfrentar, estaba feliz de tenerlos a su lado.

Trató de no ver a Elden. Podía verlo pateando piedras, ardiendo de rabia, podía ver lo molesto y enojado que estaba de estar ahí, patrullando con ellos. Pero Thor no sentía lástima por él. Como Kolk había dicho, él había empezado todo. Le servía de lección.

Ellos cuatro, un grupo dispar, procedieron a bajar por el camino, siguiendo las instrucciones. Llevaban horas caminando, el sol estaba a punto de ponerse, y las piernas de Thor estaban cada vez más cansadas. También tenía hambre. Solo le habían dado un pequeño plato de guiso de cebada como almuerzo y esperaba recibir un poco de comida al lugar al que se dirigían.

Pero tenía otras preocupaciones mayores. Miró su nueva armadura y sabía que no se la habrían dado si no hubiera una razón importante. Antes de marcharse, a los cuatro se les había dado una armadura nueva de escudero: de cuero, con cota de malla. También les habían entregado espadas cortas de metal—que difícilmente era de acero fino, usado para forjar la espada de un caballero, pero sin duda era mejor que nada. Se sentía bien tener un arma importante en la cintura—además, por supuesto, de su honda, que todavía llevaba. Aunque él sabía que si fueran a encontrase con verdaderos problemas esta noche, las armas y las armaduras que les entregaron, no podrían ser suficientes. Él anhelaba tener una mejor armadura y las armas de sus compañeros de la Legión: espadas medianas y largas del metal más fino, lanzas cortas, mazas, dagas, alabardas. Pero esas pertenecían a los muchachos que tenían fama y honor, de familias famosas, que podían pagar tales cosas. No para Thor, el hijo de un simple pastor.

Mientras marchaban por el interminable camino hacia la segunda puesta de sol, lejos de las puertas de bienvenida de la Corte del Rey, hacia la brecha distante del Barranco, Thor no podía evitar sentir que todo esto era culpa suya. Por alguna razón, a algunos de los otros miembros de la Legión parecía que él no les agradaba, como si resintiera su presencia. No tenía sentido. Y lo hizo sentir descorazonado. Lo único que había querido toda su vida era unirse a ellos. Ahora, sentía que lo había logrado por medio del engaño; ¿realmente sería aceptado por sus compañeros?

Ahora, además de todo, había sido seleccionado para ir al Barranco. Era injusto. Él no había empezado la pelea, y cuando usó sus poderes, cualesquiera que fueran, no lo había hecho a propósito. Todavía no los entendía, no sabía de dónde provenían, cómo llamarlos o cómo apagarlos. Él no debía ser castigado por eso.

Thor no tenía idea de lo que significaba ir al Barranco, pero por las expresiones de los demás, obviamente, no era algo deseable. Se preguntaba si sería enviado a morir, si ésta era la forma de obligarlos a irse de la Legión. Estaba decidido a no darse por vencido.

“¿Qué tan lejos puede estar el Barranco?”, preguntó O’Connor, rompiendo el silencio.

“No lo suficiente”, contestó Elden. “No estaríamos en este lío, si no fuera por Thor”.

“Tú empezaste la pelea, ¿recuerdas?”, interrumpió Reece.

“Pero yo peleé limpiamente, y él no”, protestó Elden. “Además, se lo merecía”.

“¿Por qué?”, preguntó Thor, queriendo saber la respuesta que le había estado quemando por dentro desde hacía tiempo. “¿Por qué me lo merecía?”.

“Porque tú no deberías estar aquí, con nosotros. Robaste tu lugar en la Legión. A los demás nos eligieron. Tú peleaste para entrar”.

“¿Pero no es eso de lo que trata la Legión? ¿De luchar?”, contestó Reece. “Yo diría que Thor se merece el lugar más que cualquiera de nosotros.  A nosotros simplemente nos eligieron.  Él luchó y peleó para ganar lo que no le fue dado”.

Elden se encogió de hombros, sin impresionarse.

“Reglas son reglas. No fue elegido. No debería estar con nosotros. Por eso peleé con él”.

“Pues tú no vas a hacer que me vaya”, respondió Thor, con la voz temblorosa, decidido a ser aceptado.

“Ya lo veremos”, Elden murmuró de manera amenazante.

“¿Y qué quieres decir con eso?”, preguntó O’Connor.

Elden no dijo nada más, y siguió caminando en silencio. El estómago de Thor se tensó. No podía evitar sentir que había ganado demasiados enemigos, aunque no entendía por qué. No le gustaba esa sensación.

“No le hagas caso”, dijo Reece a Thor, lo suficientemente fuerte para que los demás lo escucharan. “No has hecho nada malo.  Te enviaron al Barranco porque ven potencial en ti.  Quieren endurecerte o de lo contrario, no se molestarían.  También te tienen en la mira porque mi padre te hizo destacar. Eso es todo”.

“¿Pero cuál es la faena en el Barranco?”, preguntó él.

Reece aclaró su garganta, pareciendo ansioso.

“Yo nunca he estado ahí. Pero he oído historias. De algunos de los muchachos mayores, y de mis hermanos. Se trata de patrullar. Pero del otro lado del Barranco”.

“¿Del otro lado?”, preguntó O’Connor, con terror en su voz.

“¿Qué quieres decir con ‘el otro lado’?”, preguntó Thor, sin entender.

Reece lo examinó.

“¿Nunca has ido a el Barranco?”.

Thor podía sentir que los otros lo miraban, y negó con la cabeza, cohibido.

“Bromeas”, espetó Elden.

“¿En serio?”, presionó O’Connor. “¿Ni una vez en tu vida?”.

Thor negó con la cabeza, enrojeciendo. “Mi padre nunca nos llevó a ninguna parte. He oído hablar de él”.

“Probablemente nunca has salido de tu aldea, muchacho”, dijo Elden. “¿O sí?”.

Thor se encogió de hombros, en silencio. ¿Era tan obvio?

“No ha salido”, añadió Elden, incrédulo. “Es increíble”.

“Cállate”, dijo Reece. “Déjalo en paz. Eso no te hace mejor que él”.

Elden miró con desagrado a Reece y levantó brevemente su mano hacia su vaina, pero después la soltó. Al parecer, aunque él era mayor que Reece, no quería provocar al hijo del rey.

“El Barranco es la única cosa que mantiene a nuestro reino del Anillo a salvo”, explicó Reece. “Nada se interpone entre nosotros y las hordas del mundo. Si los salvajes de las tierras agrestes fueran a atacarla, estaríamos acabados. Todo el Anillo recurre a nosotros, a los hombres del rey, para protegerlos. Tenemos guardias patrullando todo el tiempo—sobre todo en este lado, y ocasionalmente, en el otro. Solamente hay una cresta de la montaña, solo hay un modo de salir o entrar, y la mayoría de la élite de los Plateados montan guardia las veinticuatro horas”.

Thor había oído hablar del Barranco toda su vida, había oído historias horribles de los males que acechaban en el otro lado, el enorme imperio del mal que rodeaba el Anillo y lo cerca del terror en que todos vivían.  Fue una de las razones por las que había querido unirse a la Legión del Rey: para ayudar a proteger a su familia y a su reino.  Odiaba la idea de que otros hombres estuvieran ahí constantemente protegiéndole, mientras vivía cómodamente en los brazos del reino. Quería hacer su servicio y ayudar a combatir las hordas del mal. No podía imaginarse nada más valiente que los hombres que custodiaban el pasaje del Barranco.

“El Barranco tiene un kilómetro y medio de ancho, y rodea todo el Anillo", explicó Reece. "No es fácil penetrarlo. Pero, por supuesto, nuestros hombres no son lo único que mantienen a las hordas a raya. Hay millones de esas criaturas por ahí, y si quisieran invadir el Barranco, por pura fuerza de voluntad, podrían hacerlo en cualquier momento. Nuestra gente sólo ayuda a complementar el escudo de energía del Barranco. El verdadero poder que los mantiene a raya es el poder de la Espada

Thor dio media vuelta. “¿La Espada?”.

Reece lo miró.

“La Espada del Destino. ¿Conoces la leyenda?”.

“Este rústico pueblo probablemente nunca ha oído hablar de ella”, intervino Elden.

“Por supuesto que la conozco”, espetó Thor, a la defensiva. No solamente lo sabía, también había pasado muchas días reflexionando sobre la leyenda a lo largo de su vida.  Él siempre había querido verla. La legendaria Espada del Destino, la espada mágica cuya energía protegía el Anillo, llenaba el Barranco con una potente fuerza que protegía al Anillo de los invasores.

 

“¿La Espada vive en la Corte del Rey?”, preguntó Thor.

Reece asintió con la cabeza.

“Ha vivido entre la familia real durante varias generaciones. Sin ella, el reino no sería nada. El Anillo sería invadido”.

“Si estamos protegidos, ¿para qué molestarnos en patrullar el Barranco?”, preguntó Thor.

“La Espada solamente bloquea las amenazas más importantes”, explicó Reece. “Una pequeña y aislada criatura maligna puede meterse por aquí y por allá.  Es por eso que se necesitan nuestros hombres. Un solo ser podría cruzar el Barranco, o incluso un pequeño grupo de ellos—podrían ser tan audaces como para intentar cruzar la cresta de la montaña, o podrían actuar con sigilo y bajar por las paredes del Barranco en un extremo y en el otro. Es nuestro trabajo mantenerlos alejados. Incluso una criatura puede causar mucho daño.  Hace años, uno se metió y asesinó a la mitad de los niños de la aldea antes de ser capturado.  La Espada hace la mayor parte del trabajo, pero nosotros somos una parte indispensable”.

Thor asimiló todo, cuestionándose. El Barranco parecía tan grande, su deber tan importante, que apenas podía creer que iba a ser parte de este gran propósito.

“Pero incluso con todo eso, no lo he explicado muy bien”, dijo Reece. “Hay mucho más en el barranco que todo eso.  Se quedó en silencio.

Thor lo miró y vio algo como miedo o curiosidad en sus ojos.

“¿Cómo puedo explicarlo?”, dijo Reece, luchando por buscar las palabras adecuadas. Se aclaró la garganta. “El Barranco es mucho más grande que todos nosotros. El Barranco es…”

“El Barranco es un lugar para hombres”, dijo una voz estridente.

Todos voltearon al oír esa voz, el piafar de un caballo.

Los ojos de Thor se agradaron. Trotando junto a ellos, engalanado con una cota de malla, con armas largas brillantes colgando sobre el costado de su increíble caballo, estaba Erec.  Les sonrió, manteniendo los ojos fijos en Thor.

Thor miró hacia arriba, asombrado.

“Es un lugar que te hará hombre”, añadió Erec, “si no es que ya lo eres”.

Thor no había visto a Erec desde las justas y se sintió tan aliviado ante su presencia, por tener a un verdadero caballero aquí con ellos, que iban hacia él—ni más ni menos, el propio Erec. Thor se sintió invencible teniéndolo a él y rezando para que fuera con ellos.

“¿Qué hace aquí?”, preguntó Thor. “¿Nos va a acompañar?”, preguntó él, esperando no parecer demasiado ansioso.

Erec se inclinó hacia atrás y rió.

“No te preocupes, joven”, dijo él. “Iré con ustedes”.

“¿En serio?”, preguntó Reece.

“Es una tradición para un miembro de los Plateados acompañar a los miembros de la Legión en su primer patrullaje. Yo me ofrecí a venir”.

Erec se dio media vuelta y miró a Thor.

“Después de todo, tú me ayudaste ayer”.

Thor sintió emoción en su corazón, animado por la presencia de Erec. También se sintió animado ante los ojos de sus amigos.  Aquí estaba él, siendo acompañado por el mejor caballero del reino, mientras se dirigían hacia el Barranco. Gran parte de su miedo se estaba alejando.

“Por supuesto, no voy a ir a patrullar con ustedes”, añadió Erec. “Pero los guiaré al otro lado de la cresta de la montaña, y a su campamento. Será su deber salir a patrullar solos, desde ahí”.

“Es un gran honor, señor”, dijo Reece.

“Gracias”, repitieron O’Connor y Elden.

Erec miró a Thor y sonrió.

“Después de todo, si vas a ser mi primer escudero, no puedo dejarte morir todavía”.

“¿Primer escudero?”, preguntó Thor, sintiendo que se le paraba el corazón.

“Feithgold se rompió la pierna en las justas. Él estará fuera al menos ocho semanas. Tú eres mi primer escudero ahora.  Y nuestra formación bien podría comenzar, ¿no te parece?”.

“Por supuesto, señor”, respondió Thor.

La mente de Thor estaba flotando. Por primera vez en mucho tiempo, sintió como si la suerte finalmente estuviera de su parte. Ahora era primer escudero del mejor caballero de todos.  Sentía que había saltado a todos sus amigos.

Los cinco continuaron avanzando, en dirección al oeste, hacia donde se pone el sol.  Erec caminaba lentamente sobre su caballo, junto a ellos.

“Supongo que ha estado en el Barranco, señor”, preguntó Thor.

“Muchas veces”, respondió Erec. “Mi primer patrullaje fue cuando tenía tu edad”.

“¿Y cómo lo encontró?”, preguntó Reece.

Los cuatro muchachos voltearon a ver a Erec, embelesados por la atención. Erec cabalgó durante algún tiempo en silencio, mirando al frente, apretando la mandíbula.

“Su primera vez es una experiencia que nunca olvidarán. Es difícil de explicar. Es un lugar extraño, desconocido, místico y hermoso. Al otro lado se encuentran peligros inimaginables.  La cresta de la montaña para cruzar es larga y empinada.  Muchos de nosotros patrullamos—pero siempre te sientes solo. Es lo mejor de la naturaleza. Aplasta al hombre estar en su sombra.  Nuestros hombres lo han patrullado desde hace cientos de años. Es un rito de iniciación. No puedes entender completamente el peligro sin él; no puedes convertirte en caballero sin él”.

Volvió a quedarse en silencio.  Los cuatro muchachos se miraron ente sí, indispuestos.

“¿Entonces debemos esperar una escaramuza en el otro lado?”, preguntó Thor.

Erec se encogió de hombros.

“Todo es posible, una vez que llegues a las tierras agrestes. Improbable. Pero es posible”.

Erec miró a Thor.

“¿Quieres ser un gran escudero, y algún día un gran caballero?”, preguntó él, mirando a Thor.

El corazón de Thor se aceleró.

“Sí, señor, más que nada”.

“Entonces hay cosas que debes aprender”, dijo Erec. “La fuerza no es suficiente, la agilidad no es suficiente; ser un gran luchador no es suficiente. Hay algo más, algo más importante que todo eso”.

Erec volvió a callar y Thor no podía esperar más.

“¿Qué?”, preguntó Thor”. ¿Qué es más importante?”.

“Debes tener una determinación sólida”, respondió Erec. “Nunca tener miedo. Debes entrar al bosque más oscuro, a la batalla más peligrosa, con total ecuanimidad. Debes llevar siempre esa ecuanimidad contigo, cuando sea y adonde sea que vayas. No temer nunca, siempre estar en guardia. Nunca relajado, siempre diligente. No tienes el lujo de esperar que otros te protejan. Ya no eres un ciudadano. Ahora eres uno de los hombres del rey. Las mejores cualidades de un guerrero son el valor y la ecuanimidad. No temas al peligro. Dalo por hecho. Pero no lo busques.

“Ese Anillo en que vivimos”, añadió Erec, “nuestro reino. Parece como si nosotros, con todos nuestros hombres, lo protegiéramos contra las hordas del mundo. Pero no es así. Sólo estamos protegidos por el Barranco, y solo por la magia que hay en él. Vivimos en el Anillo del hechicero. No lo olvides. Aquí no hay seguridad, muchacho, en ninguno de los costados del Barranco. Sin la hechicería, sin la magia, no tenemos nada”.

Caminaron en silencio durante algún tiempo. Thor repitió las palabras de Erec en su mente, una y otra vez. Sentía como si Erec le estuviera dando un mensaje oculto, como si le estuviéramos diciendo que, sin importar qué poder tuviera, a qué magia llamaba, no tenía por qué sentirse avergonzado. De hecho, era algo de lo que tenía que estar orgulloso, y la fuente de toda energía en el reino.  Thor se sintió mejor. Había sentido que estaba siendo enviado al Barranco como castigo por usar su magia, y se había sentido culpable por ello; pero ahora sentía que sus poderes, cualesquiera que fueran, podrían convertirse en una fuente de orgullo.

Mientras, los otros muchachos iban adelante y Erec y Thor se replegaron, Erec lo miró.

“Ya te has ganado algunos enemigos poderosos en la Corte”, dijo él, con una sonrisa divertida en su cara. “Parece que tienes tantos enemigos como amigos”.

Thor se sonrojó, avergonzado.

“No sé cómo, señor. No fue mi intención”.

“Los enemigos no se ganan con intenciones. Se ganan por medio de la envidia, con frecuencia.  Has logrado crear demasiada de ella. Eso no es necesariamente malo.  Eres el centro de mucha especulación”.

Thor se rascó la cabeza, tratando de entender.

“Pero no sé por qué”.

Erec seguía pareciendo divertido.

“La Reina es una de tus rivales principales. De alguna manera lograste no simpatizarle”.

“¿Mi madre?”, preguntó Reece, volteando. “¿Por qué?”.

“Es lo mismo que me he estado preguntando”, dijo Erec.

Thor se sintió muy mal. ¿La reina? ¿Un enemigo? ¿Qué le había hecho a ella? No podía creerlo.  ¿Cómo podía ser lo suficientemente importante para que ella lo tomara en cuenta? Él no sabía lo que estaba sucediendo a su alrededor.

De repente, cayó en la cuenta.

“¿Fue ella la que me envió aquí? ¿Al Barranco?”, preguntó él.

Erec dio media vuelta y miró hacia el frente, con la cara cada más más seria.

“Podría ser ella”, dijo él, contemplativo. “Podría ser ella”.

Thor se preguntó por el alcance y la profundidad de los enemigos que había hecho.  Había tropezado en una Corte de la que no sabía nada. Sólo había querido ser parte de ella.  Sólo había seguido su pasión y su sueño, y había hecho lo que podía para lograrlo. No sabía que al hacerlo, podría levantar envidias o celos. Lo repasó en su mente una y otra vez, como si fuera un acertijo, pero no pudo llegar al fondo de ello.

Mientras Thor meditaba en esos pensamientos, llegaron a la cima de una loma y ante la vista que se extendía ante ellos, todos los pensamientos acerca de lo demás, se desvanecieron. Thor se quedó sin respiración—y no solamente por la fuerte ráfaga de viento.

Extendiéndose delante de ellos, hasta donde alcanzaba la vista, estaba el Barranco. Era la primera vez que Thor lo había visto y el panorama lo sorprendió tanto que se quedó parado en su lugar, sin poder moverse. Era la cosa más grandiosa y majestuosa que había visto.  El enorme abismo en la tierra parecía extenderse toda una eternidad, atravesado por un único y estrecho puente lleno de soldados.  El puente parecía extenderse hasta el final de la propia tierra.

El Barranco estaba iluminado con verdes y azules de la segunda puesta de sol y los rayos brillantes rebotaban de sus paredes. Cuando sintió sus piernas otra vez, Thor empezó a caminar con los demás, cada vez más cerca del puente, hasta que pudo mirar hacia abajo, hacia el fondo de los acantilados del Barranco; parecían caer en picada en las entrañas de la tierra. Thor ni siquiera podía ver el fondo, y no sabía si era porque no tenía fondo o porque estaba cubierto por la niebla. La roca que bordeaba los acantilados parecía tener un millón de años, formado por los patrones que dejaron las tormentas siglos atrás. Era el lugar más primitivo que había visto en su vida. No tenía idea de que su planeta fuera tan vasto, tan vibrante, tan vivo.

Era como si hubiera llegado al principio de la creación.

Thor oyó jadear a los demás a su alrededor, también.

Pensar en los cuatro patrullando este Barranco parecía risible.  Ellos empequeñecían ante el paisaje.

Mientras caminaban hacia el puente, los soldados se pusieron rígidos a cada lado, en posición de firmes, dando paso a la nueva patrulla. Thor sintió que se le aceleraba el pulso.

“No veo cómo los cuatro podamos patrullar esto”, dijo O’Connor.

Elden rió. “Hay muchas patrullas además de nosotros. Somos simplemente un engranaje de la máquina”.

Mientras caminaban por el puente, el único sonido que se escuchaba era el viento azotando y sus botas y el caballo de Erec, caminando.  Los cascos dejaban un sonido hueco y tranquilizador, lo único real.  Thor podría aferrarse a este lugar surrealista.

Ninguno de los soldados que se pusieron en posición de firmes ante la presencia de Erec, dijo una palabra mientras estaban de guardia. Deben haber pasado cientos de ellos.

Thor no pudo evitar notar que a cada lado de ellos, ensartado en los picos cada ciertos centímetros a lo largo de la barandilla, estaban las cabezas de invasores bárbaros. Algunas estaban frescas todavía, aún chorreaban sangre.

Thor desvió la mirada. Hacía que todo pareciera muy real. Él no sabía si estaba listo para esto. Intentó no pensar en las muchas escaramuzas que pudieron haber producido esas cabezas, las vidas que se habían perdido, y lo que le esperaba en el otro lado. Se preguntaba si regresarían. ¿Cuál era el propósito de toda esa expedición? ¿Matarlo?

Miró por el borde, hacia los acantilados sin fin que desaparecían, y escuchó el chillido de un pájaro distante: era un sonido que nunca había escuchado antes. Se preguntaba qué clase de ave era, y qué otros animales exóticos acechaban del otro lado.

 

Pero en realidad no eran los animales los que lo molestaban, ni las cabezas sobre los picos. Más que nada, era la sensación de este lugar. No sabía si era la niebla o el aullido del viento, o la inmensidad del cielo abierto o la luz de la puesta del sol—pero tenía algo este lugar que era tan surrealista, que lo transportaba. Que lo envolvía. Sintió una energía mágica pesada sobre ellos.  Se preguntó si era la protección de la Espada o alguna fuerza antigua. Sintió como si no estuviera simplemente cruzando una masa de tierra, sino que atravesaba en otro reino de existencia.

Hacía apenas unos días que había estado pastoreando ovejas en su pequeña aldea. Parecía increíble que ahora, por primera vez en su vida, iba a pasar la noche sin protección en el otro lado del Barranco.