Kostenlos

Arena Uno. Tratantes De Esclavos

Text
Aus der Reihe: Trilogía De Supervivencia #1
0
Kritiken
Als gelesen kennzeichnen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

Pero no importa: el tren corre alejándose, y mi hermana está ahí.

Mi vida se ha acabado.

P A R T E I I I

T R E C E

Salgo del desmayo hacia la oscuridad. Estoy tan desorientada, tan dolorida, al principio me pregunto si estoy viva o muerta. Me acuesto boca abajo en un piso frío de metal, torcida, en una posición poco natural. Giro, estiro la mano poco a poco, colocando mis palmas hacia abajo, y trato de levantarme.

Cada movimiento duele. No parece haber ninguna parte de mí que esté a salvo del dolor. Al sentarme lentamente en posición vertical, me duele mucho la cabeza. Me siento mareada, con náuseas, debilidad y hambre, todo al mismo tiempo. No he comido en por lo menos un día. Tengo la garganta reseca. Siento como si me hubieran puesto en una licuadora.

Me siento allí, con mi cabeza dando vueltas, y al final me doy cuenta de que no estoy muerta. De alguna manera, sigo viva.

Miro alrededor de la habitación, tratando de orientarme, preguntándome dónde estoy. Todo está oscuro, y la única luz se filtra a través de una estrecha ranura debajo de una puerta, en algún lugar al otro lado de la habitación. No es suficiente para ver algo.

Poco a poco, me levanto sobre una rodilla, sosteniendo mi cabeza, tratando de aliviar el dolor. Sólo este pequeño gesto hace que mi mundo gire. Me pregunto si he sido drogada, o si sólo estoy mareada de la cadena interminable de lesiones que sostuve en las últimas 24 horas.

Con un esfuerzo supremo, me obligo a ponerme de pie. Gran error. De repente, siento el dolor en al menos una docena de diferentes lugares: la herida en el brazo, mis costillas rotas, mi frente, de donde me estrellé contra el tablero, y desde un costado de mi cara. Levanto la mano y siento una gran roncha; debe ser de cuando el tratante de esclavos me dio un puñetazo.

Trato de recordar... la Estación Penn... atropellé a los tratantes de esclavos... me estrellé contra el tren... corrí hacia el tren... salté a él... y luego me golpearon... Sigo pensando y me doy cuenta de que Ben no me acompañaba. Recuerdo que estaba sentado en el coche, inconsciente. Me pregunto si él sobrevivió al accidente.

"¿Ben?" lo llamo vacilantemente, en la oscuridad.

Espero, con la esperanza de recibir una respuesta, con la esperanza de que tal vez esté aquí conmigo. Entorno los ojos en la oscuridad, pero no puedo ver nada. No hay nada más que silencio. Mi sensación de temor se profundiza.

Me pregunto de nuevo si Bree estaba en ese tren, y adónde iba. Recuerdo haber visto al hermano de Ben en él, pero no puedo recordar realmente haber visto a Bree. Me sorprende que cualquier tren siga funcionando hoy en día. ¿Podrían estar transportándolos a la Arena Uno?

Nada de eso importa ahora. Quién sabe cuántas horas he estado desmayada, la cantidad de tiempo que he perdido. Quién sabe a dónde se dirigía el tren, o cuántos cientos de miles de millas ha recorrido. No hay manera de que pueda alcanzarlos, suponiendo incluso que pudiera escapar de aquí. Cosa que dudo. Tengo una sensación de angustia y desesperación, cuando me doy cuenta de que todo fue en vano. Ahora es sólo cuestión de esperar mi castigo, mi muerte segura, mi castigo de los tratantes de esclavos. Ellos probablemente me torturarán, y después me matarán. Sólo pido que sea rápidamente.

Me pregunto si hay alguna posible manera de que pueda escapar de aquí. Doy unos pasos con indecisión en la oscuridad, sosteniendo mis manos frente a mí. Cada paso es una agonía, mi cuerpo está tan cansado, tan pesado, con dolores y molestias. Hace frío aquí, y estoy temblando, no he sido capaz de entrar en calor desde hace varios días, y siento que tengo fiebre. Incluso si por alguna casualidad pudiera encontrar una manera de escapar, no creo estar en forma para llegar muy lejos.

Llego a una pared y paso mis manos por ella mientras camino por la habitación, tratando de acercarme a la puerta. De repente, oigo un ruido desde el exterior. Van seguidos por el sonido de pasos, varios pares de botas de combate que marchan por el suelo de acero. Hacen eco ominosamente en la oscuridad, cuando se acercan.

Hay un traqueteo de llaves y la puerta de mi celda se abre de un empujón. La luz inunda el interior, y levanto mis manos hacia mis ojos, cegada.

Mis ojos no se han adaptado todavía, pero veo lo suficiente para distinguir las siluetas de varias figuras en la entrada. Son altos y musculosos, y parecen estar vestidos con uniformes de tratantes de esclavos, con sus máscaras negras.

Lentamente bajo mis manos conforme se adaptan mis ojos. Hay cinco personas. El que está de pie en el centro lleva en silencio un par de esposas abiertas. No habla ni se mueve, y por su gesto, parece claro que tengo que acercarme y permitir que me espose. Parece que están esperando que lo haga para llevarme a alguna parte.

Examino rápidamente mi celda, ahora que ya está inundada de luz, y veo que es una habitación simple, de tres metros por tres, con suelo y paredes de acero, y no hay nada más en ella de qué hablar. Y no hay manera de escapar. Poco a poco paso mis manos por mi cintura y siento que me han despojado de mi cinturón con el arma y que se los llevaron. Estoy indefensa. Sería inútil tratar de luchar contra estos soldados bien armados.

No veo qué tengo que perder al permitir que me esposen. No es que tenga elección. De cualquier manera, éste será mi boleto de salida. Y si se trata de un billete para mi muerte, por lo menos voy a acabar con eso de una vez.

Camino lentamente hacia ellos y doy la vuelta. Ponen las frías esposas metálicas sobre mis muñecas, demasiado apretadas. Entonces me agarran por detrás, por la blusa, y me empujan hacia el corredor.

Tropiezo por el pasillo, los tratantes de esclavos van justo detrás de mí, sus botas resonando como la Gestapo. Las salas están esporádicamente iluminadas por luces tenues de emergencia, cada seis metros más o menos, cada uno solamente con luz suficiente para ver. Es un pasillo largo, estéril, con suelos y paredes de metal. Me empujan de nuevo, y aumenta mi ritmo. Mi cuerpo reclama a cada paso, pero cuanto más camino, más comienza a aflojar la rigidez.

El pasillo termina y no tengo más remedio que girar a la derecha. Se abre a lo lejos. Nuevamente me empujan mientras camino por este nuevo corredor, y de repente, estoy de pie en una habitación amplia y abierta, llena de cientos de tratantes de esclavos. Están alineados en filas a lo largo de las paredes, formando un semicírculo, vestidos con sus uniformes negros y mascarillas. Todavía tenemos que estar bajo tierra en algún lugar, ya que no veo ninguna ventana ni luz natural: la sombría habitación es iluminada sólo por antorchas colocadas a lo largo de las paredes, crepitando en el silencio.

En el centro de la habitación, en el otro extremo, está lo que sólo puedo describir como un trono - una enorme silla construida sobre una plataforma de madera improvisada. En esta silla se sienta solo un hombre, que claramente es su líder. Él se ve joven, tal vez de unos 30 años, sin embargo, tiene un extraño mechón de pelo blanco que sobresale, que se extiende en todas direcciones, como un científico loco. Lleva un complejo uniforme elaborado con terciopelo verde, con botones militares a lo largo, y cuellos altos que enmarcan su cuello. Tiene grandes ojos grises, sin vida, saltones, que me miran. Parece un maníaco.

Las filas de tratantes de esclavos se separan, y soy empujada desde atrás. Me tropiezo hacia adelante, hacia el centro de la habitación, y me guían para pararme delante de su líder.

Me paro a unos nueve metros de distancia, mirando hacia él: los tratantes de esclavos hacen guardia detrás de mí. No puedo dejar de preguntarme si me van a ejecutar en el acto. Después de todo, he matado a muchos de los suyos. Exploro la habitación buscando cualquier señal de Bree, o de Ben, o de su hermano. No hay nadie. Vengo sola.

Espero pacientemente en el tenso silencio, mientras el líder me mira de arriba abajo. No hay nada que pueda hacer sino esperar. Al parecer, mi destino está ahora en las manos de este hombre.

Me mira como si yo fuera una presa, y luego, después de lo que parece una eternidad, me sorprende al sonreír lentamente. Es más bien una mueca de desprecio, marcada por la enorme cicatriz que tiene a lo largo de su mejilla. Él comienza a reír, cada vez más y más. Es el sonido más frío que he escuchado, y hace eco en el cuarto con poca luz. Él se queda mirándome con los ojos brillantes.

"Así que eres tú", dice finalmente. Su voz es extrañamente ronca y profunda, como si perteneciera a un hombre de cien años de edad.

Lo miro también, sin saber cómo responder.

"Tú eres la que ha causado tantos estragos entre mis hombres. Tú eres la que logró perseguirnos hasta la ciudad. MI ciudad. Nueva York es mía ahora. ¿Lo sabías?", pregunta: su voz de repente se vuelve fuerte y clara, llena de furia, y sus ojos se ven saltones. Sus brazos tiemblan mientras sujeta la silla. Parece como si hubiera escapado de un hospital mental.

Una vez más, no sé cómo responder, así que me callo.

Sacude la cabeza lentamente.

"Algunos otros lo intentaron una vez, pero nadie había conseguido antes cruzar mi ciudad. Ni venir hasta mi casa. Sabías que significaría una muerte segura. Y sin embargo, has venido". Él me mira de arriba abajo.

"Me gustas", concluye.

Mientras se me queda mirando, recapitulando sobre mí, me siento más y más incómoda, preparándome para lo que está por venir.

"Y mírate", continúa. "Eres sólo una chica. Una niñita estúpida. No eres grande ni fuerte. Casi sin armas. ¿Cómo puede ser que hayas matado a tantos de mis hombres?"

 

Niega con la cabeza.

"Es porque no tienes corazón. Eso es lo que es valioso en este mundo. Sí, eso es lo que es valioso". De repente se ríe. "Sin embargo, no tuviste éxito. ¿Cómo pudiste? ¡Esta es MI ciudad!", dice gritando, su cuerpo temblando.

Él se sienta allí, temblando, un tiempo que parece una eternidad. Mi sentido de la aprehensión crece; claramente, mi destino está en manos de un loco.

Por último, se aclara la garganta.

"Tu espíritu es fuerte. Casi como el mío. Lo admiro. Es suficiente para hacer que me dan ganas de matarte rápidamente, en lugar de poco a poco".

Trago saliva, no me agrada lo que escucho.

"Sí", continúa, mirándome. "Puedo verlo en tus ojos. Tienes espíritu de guerrero. Sí, tú eres igual que yo".

No sé lo que él vea en mí, pero yo rezo para que no ser nada parecida a este hombre.

"Es raro encontrar a alguien como tú. Pocos han logrado sobrevivir allá afuera, todos estos años. Pocos tienen ese espíritu... Así, que en lugar de ejecutarte ahora, como mereces, voy a recompensarte. Voy a ofrecerte un gran regalo. El don del libre albedrío. Una elección.

"Puedes unirte a nosotros. Convertirte en una de nosotros. Ser una tratante de esclavos. Tendrás todos los lujos que puedas imaginar -- más comida de la que puedas soñar. Vas a estar al mando de una división de tratantes de esclavos. Conoces bien tu territorio. Esas montañas. Yo puedo usarte, sí. Vas a ir al mando de expediciones, capturar a todos los demás sobrevivientes. Vas a ayudar a agrandar nuestro ejército. Y a cambio, va a vivir. Y vivir en el lujo".

Se detiene, mirándome hacia abajo, como si esperara una respuesta.

Por supuesto, la idea de esto me da náuseas. Una tratante de esclavos. No puedo pensar en nada que desprecie más. Abro la boca para responder, pero al principio tengo la garganta tan reseca, que no emito palabra. Aclaro la garganta.

"¿Y si me niego?", le pregunto; las palabras me salen en una voz más baja de lo que yo quiero.

Abre bien sus ojos por la sorpresa.

"¿Negarte?", repite. "Entonces serás llevada a morir en la arena. Tendrás una muerte cruel, para nuestra diversión. Esa es la otra opción".

Pienso con detenimiento, devanándome los sesos, tratando de ganar tiempo. No hay manera de que acepte su propuesta, pero tengo que tratar de pensar en una salida.

"¿Y qué pasa con mi hermana?", pregunto.

Se inclina hacia atrás y sonríe.

"Si te unes a nosotros, voy a liberarla. Ella será libre para regresar a la jungla. Si te niegas, por supuesto, que ella también va a ser condenada a muerte".

Mi corazón se acelera al pensar en ello. Bree sigue viva. Suponiendo que él esté diciendo la verdad.

Lo pienso mucho. ¿Bree querría que me convirtiera en una tratante de esclavos, si eso significara salvar su vida? Ella no lo permitiría. Bree nunca querría ser la responsable de que yo secuestre a otras niñas y niños, quitándoles sus vidas. Yo haría cualquier cosa para salvarla. Pero tengo que poner un alto a esto.

"Tendrás que matarme", finalmente respondo. "De ninguna manera sería una tratante de esclavos".

Hay un murmullo entre la multitud, y el líder levanta la mano y golpea con su palma en el brazo de su silla. Hay silencio en la sala, inmediatamente.

Se pone de pie, frunciendo el ceño hacia mí.

"Tú serás llevada a morir", gruñe. "Y yo estaré sentado en primera fila para verlo".

C A T O R C E

Me llevan hacia el corredor, esposada todavía. Al caminar, no puedo evitar pensar si habré tomado la decisión equivocada. No la de rendirme ante la vida – sino la de Bree. ¿Debí haber dicho que sí por su bien?

Al negarme, le he dado efectivamente una sentencia de muerte. Me siento destrozada por el remordimiento. Pero en última instancia, no puedo dejar de pensar que Bree preferiría morir también, que ver que gente inocente sea lastimada.

Me siento entumecida mientras me empujan por detrás, por el pasillo de donde vine, y me pregunto qué será de mí ahora. ¿Me están llevando a la Arena? ¿Cómo será? Y, ¿qué será de Bree? ¿Realmente van a matarla? ¿Ya la mataron? ¿La van a convertir en esclava? O, lo peor de todo, ¿se verá obligada a luchar en la Arena, también?

Y entonces un pensamiento aún peor viene a mi mente: ¿Estará obligada a luchar contra mí?

Damos vuelta a la esquina para encontrar un grupo de tratantes de esclavos marchando hacia mí, llevando a alguien. No lo puedo creer. Es Ben. Mi corazón se llena de alivio. Él está vivo.

Su nariz rota está hinchada, tiene hematomas debajo de los ojos, salen gotas de sangre de su labio, y parece que lo hubieran maltratado. Se ve tan débil y agotado como yo. De hecho, espero no verme tan mal como él. Él, también, se tropieza en el pasillo, y supongo que lo están llevando a ver al líder de los tratantes de esclavos. Supongo que le harán el mismo ofrecimiento. Me pregunto qué es lo que decidirá.

Mientras caminamos uno hacia el otro, a sólo unos metros de distancia, su cabeza está agachada y ni siquiera me ve venir. O está demasiado débil, o demasiado desmoralizado para mirar hacia arriba. Parece que ya ha aceptado su destino.

"¡Ben!", lo llamo.

Él levanta la cabeza, cuando nuestros caminos se cruzan y abre bien sus ojos con esperanza y entusiasmo. Está claro que le sorprende verme. Tal vez le sorprenda que yo también esté viva.

"Brooke", dice. "¿Adónde te llevan? ¿Has visto a mi hermano?".

Pero antes de que pueda responder, a ambos nos empujan fuerte por detrás. El tratante de esclavos se acerca y me tapa la boca con su asquerosa y maloliente palma, ahogando mis palabras, mientras trato de hablar.

Abren una puerta y me empujan de nuevo a mi celda. Tropiezo en el interior y la puerta se cierra de golpe detrás de mí, con la reverberación del metal. Me doy la vuelta y golpeo la puerta, pero no sirve de nada.

"¡Déjenme salir!", grito, golpeando. "¡DÉJENME SALIR!"

Me doy cuenta de que es inútil, pero de alguna manera, no puedo dejar de gritar. Grito al mundo, a estos tratantes de esclavos, a la ausencia de Bree, a mi vida --y no dejo de gritar hasta no sé cuánto tiempo más tarde.

En algún momento me quedo sin voz, me agoto. Finalmente, me desplomo en el suelo, contra la pared, acurrucada.

Mis gritos se convierten en sollozos, y, finalmente, lloro hasta que me duermo.

*

Despierto a cada rato. Estoy acostada, acurrucada en el suelo metálico, apoyando mi cabeza en mis manos, pero es muy incómodo, giro y me volteo. Tengo sueños cortos, pesadillas -- de Bree siendo azotada como un esclavo, de mí misma siendo torturada en una Arena -- que, estando tan agotada como estoy, prefiero estar despierta.

Me obligo a sentarme allí, mirando hacia la oscuridad, sosteniendo mi cabeza en mis manos. Tato de centrarme en idear algo que me pueda sacar de este lugar.

Me pongo a pensar acerca de cómo era la vida antes de la guerra. Todavía estoy tratando de reconstruir exactamente por qué papá se fue, cuando lo hizo, y por qué nunca regresó por nosotros. Por qué Bree y yo nos fuimos. Por qué mamá no quiso venir con nosotras. ¿Por qué las cosas han cambiado tanto de la noche a la mañana? Si hay algo que podría haber hecho de otra manera. Es como un rompecabezas al que regreso una y otra vez.

Me encuentro pensando en un día en particular, antes de que comenzara la guerra. El día en que todo cambió -- por segunda vez.

Era un cálido día de septiembre y yo todavía estaba viviendo en Manhattan con mamá y Bree. Papá había estado ausente durante más de un año, y cada día esperábamos alguna señal de él. Pero no había nada.

Y mientras que todas esperábamos, día tras día, la guerra empeoró. Un día, anunciaron un bloqueo; semanas más tarde, anunciaron la conservación del agua, y luego, las raciones de alimentos. Las filas para los alimentos se convirtieron en una norma. Y a partir de ahí, las cosas se pusieron aún peor, ya que la gente se sentía desesperada.

Se hizo cada vez más peligroso caminar por las calles de Manhattan. La gente empezó a hacer todo lo que pudieron para sobrevivir, por encontrar comida y agua, a acaparar los medicamentos. El saqueo se convirtió en la norma, y el orden se rompió más cada día. Yo ya no me sentía a salvo. Y lo más importante aún era que no sentía que Bree estaba a salvo, tampoco.

Mamá se aferró a su negación; como la mayoría de la gente, ella seguía insistiendo que las cosas volverían pronto a la normalidad.

Pero sólo empeoraron. Las batallas se acercaban más a la casa. Un día escuché explosiones a lo lejos. Corrí hacia el techo y vi, en el horizonte, las batallas en los acantilados de Nueva Jersey. Tanque contra tanque. Aviones de combate. Helicópteros. Barrios enteros en llamas.

Y entonces, un día horrible, en el lejano horizonte, vi una tremenda explosión, que era diferente a las demás, que sacudió a todo el edificio. Se levantó una nube de hongo. Ese fue el día que yo supe que las cosas no iban a mejorar. Que la guerra no terminaría nunca. Se había cruzado una línea. Moriríamos aquí, lentamente y sin duda, atrapadas en la bloqueada isla de Manhattan. Mi papá estaría combatiendo eternamente. Y nunca regresaría.

El tiempo de la espera había terminado. Yo sabía que, por primera vez en su vida, mi papá no sería fiel a su palabra, y entonces supe lo que tenía que hacer. Era el momento de dar un paso audaz para la supervivencia de lo que quedaba de nuestra familia. Para hacer lo que él querría que su hija hiciera: sacarnos de esta isla, lejos de aquí, a la seguridad de las montañas.

Yo había estado suplicando a mamá durante meses que aceptara el hecho de que papá no volvería a casa. Pero ella insistía en que no podíamos irnos, que éste era nuestro hogar, que la vida sería aún más peligrosa fuera de la ciudad. Y, sobre todo, que no podíamos abandonar a papá. ¿Y si él volvía a casa y nos habíamos ido?

Ella y yo discutíamos acerca de esto todos los días hasta que nuestras caras se ponían de color rojo, gritándonos una a la otra. Llegamos a un punto muerto. Terminamos odiándonos mutuamente, apenas si nos hablábamos.

Luego vino la nube de hongo. Mi madre, incrédula, se negaba a salir. Pero yo ya lo había decidido. Nos íbamos -- con o sin ella.

Bajé las escaleras para ir por Bree. Se había escapado para buscar comida; yo le permití eso, ya que ella nunca iba lejos, y siempre volvía en una hora. Pero esta vez, ella se había tardado; ya llevaba varias horas fuera y no solía hacer eso. Yo tenía un mal presentimiento cuando bajé corriendo piso tras piso, decidida a encontrarla y largarnos de aquí. En mi mano sostenía una bomba molotov de fabricación casera. Era la única arma real que tenía, y yo estaba dispuesta a utilizarla, si era necesario.

Corrí a la calle gritando su nombre, buscándola por todas partes. Busqué en cada callejón en donde le gustaba jugar -- pero ella no estaba en ninguna parte. Mi temor creció.

Y entonces oí un grito débil a lo lejos. Reconocí su voz, y corrí hacia ella.

Después de unas cuantas cuadras, el griterío se hizo más fuerte. Finalmente, fui hacia un callejón estrecho y la vi.

Bree estaba de pie al final de un callejón, rodeada por un grupo de atacantes. Había seis adolescentes varones. Uno de ellos extendió la mano y rasgó su blusa, mientras que otro le jaló su cola de caballo. Ella columpiaba su mochila para tratar de ahuyentarlos, pero no sirvió de mucho. Me di cuenta de que en cuestión de minutos, ellos la violarían. Así que hice lo único que podía hacer: Encendí la bomba Molotov y la arrojé a los pies del chico más grande que pude encontrar.

Me sacó de mis recuerdos el repentino sonido de metales que crujían, de una puerta que se abre lentamente, de la luz inundando la habitación, y después el portazo. Oigo cadenas, luego unos pasos, y tengo la sensación de que hay otro cuerpo cerca de mí, en la oscuridad. Miro hacia arriba.

Me siento aliviada de ver que es Ben. No sé cuánto tiempo ha pasado, o cuánto tiempo he estado aquí sentada. Me incorporo lentamente.

Nuestra celda está iluminada por tenues bulbos de emergencia, rojos, revestidos de metal, arriba de la pared. Apenas es suficiente para ver. Ben tropieza en la celda, desorientado, ni siquiera se da cuenta de que estoy aquí.

"Ben", le susurro, con la voz ronca.

Él gira y me ve, y abre bien los ojos por la sorpresa.

"¿Brooke?", pregunta vacilante.

 

Me esfuerzo por levantarme, con achaques y dolores desgarrando cada parte de mi cuerpo, mientras me apoyo en una rodilla. Ben se acerca, me agarra del brazo y me ayuda a levantarme. Sé que debería estar agradecida por su ayuda, pero al contrario, tengo resentimiento: es la primera vez que me ha tocado, y no le pedí que lo hiciera, y eso me hace sentir rara. Además de que no me gusta que me ayude la gente, en general -- y sobre todo un chico.

Así que quito su brazo y me levanto sola.

"Yo puedo sola”, le digo, y mis palabras suenan demasiado duras. Lo lamento, deseando mejor haberle dicho cómo me sentía realmente. Me gustaría haber dicho: Me da gusto que estés vivo. Me siento aliviada de que estés aquí, conmigo.

Cuando pienso en ello, me doy cuenta de que no entiendo muy bien por qué estoy tan feliz de verlo. Tal vez estoy feliz de ver a otra persona normal como yo, otro sobreviviente en medio de todos estos mercenarios. Tal vez sea porque hemos sufrido tanto el mismo calvario en las últimas 24 horas, o tal vez porque los dos hemos perdido a nuestros hermanos.

O tal vez, me atrevo a pensar, que es por otra cosa.

Ben me devuelve la mirada con sus grandes ojos azules, y por un breve momento, me encuentro perdiendo la noción del tiempo. Sus ojos son tan sensibles, están tan fuera de lugar aquí. Son los ojos de un poeta o pintor – un artista, un alma torturada.

Me obligo a mirar hacia otro lado. Hay algo en esos ojos que me impiden pensar con claridad cuando los veo. No sé lo que sea, y eso me molesta. Nunca me había sentido antes así por un chico. No puedo dejar de preguntarme si me siento conectada con Ben por nuestra circunstancia común, o si es otra cosa.

Para estar segura, ha habido muchos momentos en los que yo estaba molesta y enojada con él -- y aún me encuentro culpándolo de todo lo que pasó. Por ejemplo, si no me hubiera detenido para salvarlo en la carretera, a lo mejor ya habría rescatado a Bree y estaría de regreso a casa a esta hora. O si no hubiera dejado caer mi arma por la ventana, tal vez podría haberla salvado en Central Park. Y me gustaría que fuera más fuerte, más combatiente. Pero al mismo tiempo, hay algo que me hace sentir cerca de él.

"Lo siento", dice él, nervioso, y su voz es la de un hombre devastado. "No fue mi intención ofenderte".

Poco a poco, me ablando. Me doy cuenta de que no es su culpa. Él no es el malo de la película.

"¿A dónde te llevaron?", le pregunto.

"Con su líder. Me pidió unirme a ellos".

"¿Y aceptaste?", le pregunto. Mi corazón palpita mientras espero la respuesta. Si dice que sí, mi opinión acerca de él será mucho peor, de hecho, ni siquiera sería capaz de mirarlo de nuevo.

"Por supuesto que no", dice.

Mi corazón se llena de alivio y admiración. Yo sé que es un gran sacrificio. Como yo, él acaba de escribir su propia sentencia de muerte.

"¿Y tú?", pregunta.

"¿Tú qué crees?", le digo.

"No", dice. "Sospecho que no".

Echo un vistazo y él está acunando uno de sus dedos, que está doblado. Parece que le duele.

"¿Qué pasó?", le pregunto.

Él mira su dedo. "Es por el accidente de coche".

"¿Cuál?", le pregunto, y no puedo evitar hacer una pequeña sonrisa irónica, pensando en todos los accidentes que hemos tenido en las últimas 24 horas.

Él me devuelve la sonrisa, aunque hace una mueca de dolor. "El último. Cuando decidiste chocar contra el tren. Buena jugada", dice, y no sé si lo dice en serio o está siendo sarcástico.

"Mi hermano estaba en el tren", añade. "¿Lo viste?".

"Lo vi a bordo", le digo. "Después lo perdí".

“¿Sabes a dónde iba el tren?”.

Niego con la cabeza. "¿Viste a mi hermana en él?”.

Niega con la cabeza. "No sabría decirlo. Todo sucedió tan rápido".

Él mira hacia abajo, angustiado. Después hay un gran silencio. Él parece estar tan perdido. Ver su dedo torcido me molesta, y siento pena por él. Decido dejar de estar tan tensa, y mostrarle un poco de compasión.

Extiendo la mano y tomo la suya, herida, entre las mías. Él me mira, sorprendido.

Su piel es más suave de lo que esperaba, se siente como si no hubiera trabajado ni un día en su vida. Tomo los dedos suavemente entre los míos, y me sorprende sentir mariposas en mi estómago.

"Déjame ayudarte", le digo en voz baja. "Esto va a doler. Pero hay que hacerlo. Tenemos que enderezarlo antes de que fragüe", agrego, levantando su dedo roto y lo examino. Recuerdo que cuando era niña me había caído en la calle y llegué con el dedo meñique roto. Mamá había insistido en llevarme a un hospital. Papá se había negado, y había tomado mi dedo entre sus manos y lo puso nuevamente en su lugar con un movimiento rápido, antes de que mi mamá pudiera reaccionar. Yo había gritado de dolor, y recuerdo, incluso ahora, lo mucho que me dolió. Pero funcionó.

Ben me mira con miedo en sus ojos.

"Espero que sepas lo que estás haciendo".

Antes de que pueda terminar, ya he puesto el dedo torcido en su lugar.

Él grita, y se aleja de mí, sosteniendo su mano.

"¡Maldita sea!", grita, caminando de un lado a otro, sosteniendo su mano. Pronto se calma, respirando con dificultad. "¡Deberías haberme avisado!".

Arranco una delgada franja de tela de mi manga, tomo su mano otra vez, y ato el dedo lesionado al de junto. Es temporal, pero tendrá que servir. Ben se encuentra a unos centímetros, y puedo sentirlo mirándome.

"Gracias", susurra, y hay algo en su voz, algo profundo, que no había sentido antes.

Siento las mariposas de nuevo, y de repente siento que estoy demasiado cerca de él. Necesito permanecer lúcida, fuerte, distante. Retrocedo rápidamente, caminando hacia mi lado de la celda.

Echo un vistazo y Ben se ve decepcionado. También se ve agotado, abatido. Se recuesta en la pared, y poco a poco se desploma hasta estar sentado, con la cabeza apoyada en las rodillas.

Es una buena idea. Yo hago lo mismo, sintiendo de repente el cansancio en las piernas.

Me siento frente a él en la celda, y bajo la cabeza hacia mis manos. Tengo tanta hambre. Estoy tan cansada. Todo me duele. Haría lo que fuera por tener comida, agua, analgésicos, una cama. Darme un baño caliente. Sólo quiero dormir eternamente. Sólo quiero dejar atrás todo esto. Si voy a morir, sólo quiero que suceda rápidamente.

Nos sentamos allí no sé cuánto tiempo, los dos en silencio. Tal vez haya pasado una hora, tal vez dos. Ya no puedo llevar la cuenta.

Oigo el sonido de su respiración intensa, a través de su nariz rota, y siento lástima por él. Me pregunto si se ha dormido. Me pregunto cuándo van a venir por nosotros, cuándo volveré a oír esas botas de nuevo, llevándonos hacia nuestra muerte.

La voz de Ben llena el ambiente, es una voz suave y triste, entrecortada: “Sólo quiero saber a dónde se llevaron a mi hermano", dice en voz baja. Puedo escuchar el dolor en su voz, lo mucho que se preocupa por él. Esto me hace pensar en Bree.

Siento la necesidad de obligarme a ser dura, de obligarme a dejar de sentir toda esta autocompasión.

"¿Por qué?", le digo. "¿De qué serviría? No hay nada que podamos hacer al respecto, de todos modos". Pero en realidad, quiero saber lo mismo -- a dónde se la habrán llevado.

Ben mueve la cabeza tristemente, se ve abatido.

"Yo sólo quiero saber", dice en voz baja. "Por mi propio bien. Sólo para saber".

Yo suspiro, tratando de no pensar en ello, de no pensar en lo que le está pasando a ella en estos momentos. Acerca de si ella piensa que la he defraudado. Abandonado.

"¿Te dijeron que te van a llevar a la arena?", pregunta él. Puedo escuchar el miedo en su voz.

Mi corazón palpita al pensarlo. Poco a poco, asiento con la cabeza.

"¿Y a ti?", le pregunto, adivinando la respuesta.

Sombríamente, asiente también.

"Ellos dicen que nadie sobrevive", dice.