Por un cine patrio

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POR UN CINE PATRIO

CULTURA CINEMATOGRÁFICA Y

NACIONALISMO ESPAÑOL (1926-1936)

POR UN CINE PATRIO

CULTURA CINEMATOGRÁFICA Y

NACIONALISMO ESPAÑOL (1926-1936)

Marta García Carrión

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Marta García Carrión, 2013

© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2013

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

publicacions@uv.es

Diseño de la maqueta: Inmaculada Mesa

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-370-9326-0

Edición digital

ÍNDICE

Introducción: cine y nación como problema historiográfico

La construcción de la nación española: un balance historiográfico

Cine y nación: aproximaciones teóricas y líneas de investigación

Cine español, discursos nacionalistas y construcción nacional

Cultura cinematográfica y nacionalismo entre dos décadas

Capítulo 1. La aparición y consolidación de una cultura cinematográfica en España en el primer tercio del siglo XX

1.1. Las reacciones intelectuales iniciales ante el cinematógrafo (1896-1914)

1.2. La primera crítica cinematográfica y el cambio en la apreciación intelectual del cine

1.3. Hacia la configuración de una cultura cinematográfica: losaños veinte

1.4. La cultura cinematográfica en los años treinta

Capítulo 2. Nacionalismo en la cultura cinematográfica en los años finales de la dictadura de Primo de Rivera

2.1. Una nación para el cine, un cine nacional para España

2.2. Latinismo e hispanoamericanismo en el discurso cinematográfico

2.3. Nacionalizar la industria: la presencia de extranjeros en el cine español y el debate proteccionista

2.4. La españolidad vs. la españolada

Capítulo 3. El desafío del cine sonoro: hispanoamericanismo y nacionalismo lingüístico

3.1. El imperio español contraataca: nacionalismo e hispanoamericanismo contra Hollywood

3.2. Nacionalismo lingüístico y cine sonoro

Capítulo 4. El cine nacional como problema durante los años de la República

4.1. La reflexión crítica sobre el concepto de cine nacional

4.2. Tres versiones del cine nacional: Mateo Santos, Juan Piqueras y Florentino Hernández Girbal

4.3. Costumbrismo y folclore: la representación del «pueblo» español entre la autencidad y el tópico

Conclusiones

Bibliografía

Para Ana, Miriam y Nieves,

friends and associates

INTRODUCCIÓN: CINE Y NACIÓN COMO PROBLEMA HISTORIOGRÁFICO*

“Hacer cinematografía nacional es hacer patria”.1

Con esta contundencia se expresaba en 1926 el escritor y periodista cinematográfico Ramón Martínez de la Riva, quien poco después se introduciría también ocasionalmente en el campo de la realización fílmica. 2 De la Riva defendía la labor patriótica que suponía construir una cinematografía nacional argumentando que el séptimo arte estaba llamado a ser el arma y el medio de expresión de las naciones: «Dentro de unos años, nación sin cinematografía nacional propia será lo mismo que nación sin escuadras, ya que sólo la cinta de celuloide sobre el lienzo de plata podrá transmitir al mundo el espíritu, el progreso, la fuerza, la riqueza de los pueblos».

La fusión de cine y nación, de la labor cinematográfica y la misión patriótica, que hacía este crítico cinematográfico, plantea algunas cuestiones de interés, como qué se entendía por cinematografía nacional, qué presencia tuvo el nacionalismo español en el mundo del cine o qué discursos nacionalistas se desplegaron en la cinematografía, tanto en la producción como en la crítica. En un sentido más amplio, esta reflexión obliga a plantear qué relación hay entre la nación como construcción política y cultural y el séptimo arte.

Este libro pretende situar explícitamente el estudio del cine en la investigación historiográfica relativa a los nacionalismos y la construcción de las identidades nacionales. Para ello se analizará un ámbito específico del mundo del celuloide, la cultura cinematográfica, entre los años 1926 y 1936. El cinematógrafo había llegado a España en 1896 y en los años siguientes se convirtió en uno de los símbolos más representativos de la evolución de la cultura de masas protagonizada por la transformación de la sociabilidad urbana y la revolución de las comunicaciones. A la altura de los años veinte, el cine se había estabilizado desde la década anterior como uno de los espacios de ocio preferidos por el público, y el competitivo precio de sus entradas en comparación con otros espectáculos lo convertía en una oferta lúdica muy popular y así continuó siéndolo durante la década siguiente.3 Este nuevo y moderno lenguaje contribuyó (junto con otros como el de la radio) a modificar la relación con la cultura de una creciente masa de españoles.4

Estas décadas vieron el desarrollo de la cinematografía española (si bien en una trayectoria muy irregular y con fuertes crisis)5 en un periodo marcado por los intentos dirigidos a crear un cine nacional, una producción fílmica que estuviera en consonancia con la identidad española, sus tradiciones y cultura.6 pero los años veinte vieron asimismo la afirmación del cinematógrafo como medio que merecía atención intelectual, un arte sobre cuya naturaleza y posibilidades cabía reflexionar y una representación cultural que había que juzgar a partir de criterios estéticos o políticos. A partir de estos discursos se configuraría lo que christian Metz denominó «la tercera máquina» cinematográfica, la esfera del escritor cinematográfico (crítico, historiador, teórico, etcétera) que se añadiría a las de la industria y el espectador.7 Así, en la segunda mitad de la década de los veinte, se produce en España la conformación de una cultura cinematográfica que maduraría en la década siguiente. Las revistas especializadas se convirtieron en la principal plataforma que articuló esta cultura cinematográfica, pero ésta también se manifestó en la prensa general, en monografías, congresos cinematográficos, cineclubs, etcétera.

Este ámbito concreto, el de la cultura cinematográfica, es el que centra la reflexión de este libro, cuya investigación es resultado de la elaboración de una tesis doctoral.8 Esta elección se basa en la consideración de que la historia de los discursos teóricos y críticos forma una parte esencial en la historia cultural del cine9 y que su estudio es imprescindible para analizar el funcionamiento de las películas en el espacio público, su relación con los lenguajes políticos y su participación en los procesos de construcción de identidades.

El empleo del cine como fuente no es una novedad en la historiografía,10 y en los últimos años el cinematógrafo se ha convertido en un objeto de estudio historiográfico habitual, fundamentalmente desde la historia cultural.11 no obstante, el medio fílmico permanece llamativamente ausente en las principales síntesis sobre nacionalismos e identidades nacionales, y el caso español es representativo de esta tendencia. como se expondrá en las páginas siguientes, en este trabajo se ha procurado elaborar un marco interpretativo que permita establecer una perspectiva útil para el estudio del cine español y la identidad nacional en los años veinte y treinta con el objetivo de situar en la reflexión sobre la construcción nacional y los nacionalismos en España el medio que encarnó como ningún otro a la moderna cultura de masas de las primeras décadas del siglo XX.

 

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ESPAÑOLA: UN BALANCE HISTORIOGRÁFICO

El objetivo de este libro es estudiar los discursos del nacionalismo español en el cine y la cultura cinematográfica española durante la segunda mitad de los años veinte y la segunda República, pero ello sólo es posible teniendo en cuenta el contexto de construcción y consolidación de la identidad española a lo largo del primer tercio del siglo XX. Así, no tendría sentido plantear esta reflexión si no es relacionándola con los debates que sobre la construcción de la identidad nacional española se han venido desarrollando en las últimas décadas. Todo balance sobre los estudios de la construcción de la nación española como problema historiográfico ha de destacar que, si bien ha sido un tema que en los últimos años ha generado una cantidad considerable de estudios, su consolidación es relativamente reciente, no anterior a la década de los años noventa.12 En los años setenta y primeros ochenta empezaron a aparecer diversos estudios sobre los nacionalismos periféricos realizados con una perspectiva renovada, pero no sucedió lo mismo con el nacionalismo español, que permanecía casi invisible como objeto de estudio para la historiografía.13 Aunque algunos trabajos parciales de Antonio Maravall o José María Jover en los años cincuenta y sesenta plantearon las bases para convertir el nacionalismo español en un fenómeno histórico capaz de ser analizado, lo cierto es que esto no se convirtió en un ámbito historiográfico a desarrollar. Mucho más importante fue el trabajo de un sociólogo, Juan José Linz, desde sus obras publicadas a inicios de los años setenta y sobre todo en la década siguiente. Los elementos clave de su análisis se cifran en la débil capacidad de penetración del Estado español en el siglo XIX, la ausencia de un verdadero nacionalismo español y el mantenimiento de identidades regionales que servirían de base para los nacionalismos periféricos en la época finisecular. A lo largo de la década de los ochenta aparecieron diversos trabajos sobre lo que se definía explícitamente como nacionalismo español, pero que ocuparon un espacio marginal dentro de los grandes debates historiográficos. Entre ellos destaca la aportación de Andrés de blas, quien defendió también la debilidad del nacionalismo español en el XIX, si bien afirmaba su existencia y que la nación no fue contestada hasta bien entrada la Restauración, cuando, a raíz de la emergencia de los nacionalismos periféricos, surgiría un nacionalismo español reactivo.14 Asimismo, De blas señaló en trabajos posteriores que la izquierda española tuvo un pensamiento nacional irrenunciable.15

Fue en la década de los noventa cuando se transformó el escenario de los estudios sobre la construcción de la identidad nacional española, que se convirtió en objeto de estudio por derecho propio. En este sentido, fueron decisivos los trabajos de borja de Riquer y la elaboración de la que se ha llamado tesis de la débil nacionalización española. Esta interpretación del proceso nacionalizador español fue planteada en origen como una propuesta para el debate16 y acabó por convertirse en el paradigma historiográfico dominante.

A principios de la década de los noventa, borja de Riquer publicó algunos textos que marcarían su pauta interpretativa, desarrollada en años posteriores.17 Retomando implícitamente algunos de los planteamientos de Linz, de Riquer argumentaba que la escasa eficacia del proceso de nacionalización del siglo XIX, su lentitud y superficialidad, habría provocado una débil conciencia de identidad española, lo que posibilitó que a final de siglo se consolidaran identidades nacionales alternativas a la española.18

Las posiciones de borja de Riquer alcanzaron un amplio eco, y la caracterización del proceso de construcción nacional español como débil o fracasado se convirtió en la pauta general tanto en el contexto internacional19 como en el español.20 Ello no quiere decir que la tesis de la débil nacionalización fuera un bloque homogéneo, pues lo cierto es que en ella convergieron autores con diferente fundamentación teórica e ideológica. Pero sí compartían una interpretación común, basada en que el proceso de construcción nacional en España a lo largo del siglo XIX (y hasta inicios del XX) habría sido un fracaso, producto de una revolución liberal insuficiente y un Estado débil, consecuencias de una trayectoria histórica anómala durante el XIX.21 Ello diferenciaría la evolución histórica de España de la de otros países europeos, especialmente del caso francés, empleado habitualmente como modelo normativo de construcción nacional exitosa.

Sería la publicación en 2001 de la obra de José Álvarez Junco Mater Dolorosa, que culminaba un conjunto de trabajos publicados en años anteriores, 22 escrita con la voluntad manifiesta de «relativizar» el significado de la identidad española y del españolismo como ideología nacionalista, la que se convertiría en la obra de referencia en el debate sobre la construcción de la identidad nacional española.23 Aunque en esta obra Álvarez Junco introducía algunos matices de importancia, en su conjunto avalaba la tesis de la débil nacionalización a lo largo del siglo XIX. Para Álvarez Junco, la tarea cultural de construcción de la nación estaba bastante conseguida hacia los años ochenta del XIX, pero, no se había producido una nacionalización efectiva más allá de ciertas elites, debido a la falta de voluntad nacionalizadora y a la debilidad del Estado, consecuencia de la inestabilidad política decimonónica. La interpretación de Álvarez Junco confirmaba, pues, las limitaciones de la nacionalización española, si bien de forma menos contundente que otros trabajos, y la circunscribía al siglo XIX, sentando las bases para el cuestionamiento de su aplicación en el XX.

El «paradigma» de la débil nacionalización española fue sometido a crítica ya desde finales de los años noventa, en trabajos que señalaron que estaba fundamentado en una interpretación de la historia política y social del XIX español de la que se desprendía una visión de la revolución liberal en exceso limitada y peculiar.24 La renovación historiográfica de las últimas décadas ha impugnado tanto desde la historia económica como desde la historia política la imagen de una trayectoria «anómala» y «fracasada».25 En el caso de borja de Riquer, además, el autor mantiene un esquema dual muy rígido en el contraste entre España y cataluña a los efectos de su construcción identitaria como resultado de unas trayectorias socioeconómicas opuestas, así como una contraposición extrema con otros países europeos, singularmente francia. En el análisis de Álvarez Junco, en cambio, la historia económica ocupa un lugar marginal y la atención se desplaza a la actuación del Estado y al análisis de proyectos políticos y culturales. Así Álvarez Junco señala que se hizo de manera efectiva la construcción de una cultura nacional, pero ésta sólo fue aceptada por unas élites.26

En los últimos años parece apuntarse cierta tendencia a un cuestionamiento general del paradigma del fracaso y la diferencia a la hora de abordar la construcción de la identidad nacional española contemporánea, y parece abrirse paso la idea de no centrar su estudio en torno al éxito o fracaso.27 Ello no quiere decir que haya disponible un relato alternativo completo al de la tesis de la débil nacionalización (probablemente tampoco sería deseable); así, los autores que han planteado críticas lo han hecho de manera parcial y no necesariamente coincidente. Sin embargo, podemos señalar diversos puntos que contribuyen a construir esa interpretación alternativa. En primer lugar, la reconsideración de la naturaleza y alcance de la revolución liberal española, una cuestión asentada en una sólida tradición historiográfica que se ha desarrollado en las últimas décadas. En segundo término, una redefinición del papel del Estado, no sólo por lo que respecta a discutir su rol de actor principal en el proceso de nacionalización, sino a la hora de plantear un mayor alcance de su tarea nacionalizadora.28 En tercer lugar, la importancia de la construcción de la nación desde los ámbitos regionales y locales que, lejos de plantearse como contrapuestos a la identidad nacional, funcionan como fundamento de la misma.29 En cuarto lugar, la consideración de una esfera pública y cultural nacional integrada (desde los ámbitos de la literatura y la historiografía hasta las artes plásticas) que habría contribuido a fijar el imaginario de la nación. Por último, la valoración de las distintas culturas políticas activas a lo largo del siglo XIX identificables como discursos del nacionalismo español, desde el liberalismo al conservadurismo, pasando por los discursos del republicanismo.

Así, la tesis de la débil nacionalización parte del supuesto de que la construcción de la identidad nacional y su difusión social son responsabilidad casi exclusiva del Estado a través de aparatos como la escuela o el ejército, excluyendo otros mecanismos no formalizados de nacionalización. Se sustentaría, así, en una visión muy limitada de los procesos de construcción identitaria, que los estudios más recientes han empezado a impugnar. Asimismo, cabe destacar que el hecho de que la tesis de la débil nacionalización fuera el paradigma dominante en torno al cual se desarrollaba el debate historiográfico situó al siglo XIX en el centro del debate sobre la construcción de la identidad nacional española contemporánea. De hecho, fueron pocos los trabajos que, a lo largo de la década de los años noventa, se ocuparon del estudio del proceso de construcción nacional en el siglo XX. Sin embargo, la interpretación global del fracaso y las anomalías fue asumida también por algunos historiadores que analizaban el siglo XX, proyectando así algunas de las inercias interpretativas en la historiografía española.30 En este sentido, el cuestionamiento de los fundamentos de la tesis de la débil nacionalización por lo que respecta al XIX debería servir igualmente para discutir su prolongación hacia el XX, y especialmente hacia las cuatro primeras décadas del mismo. No hay que olvidar que a la hora de analizar el siglo XX ha ocupado un lugar destacado, y particularmente en la producción de los autores extranjeros dedicados a analizar la historia española más reciente, la consideración de la guerra civil como auténtica culminación de la trayectoria de fracasos y anomalías de la historia española.

En nuestra opinión, para abordar el estudio de los discursos del nacionalismo español y la construcción de la identidad nacional en las primeras décadas del siglo sería necesario someter a una profunda revisión esta idea de la herencia de una trayectoria fracasada teleológicamente trazada a partir del supuesto fracaso final que sería la guerra civil. Así, estas cuatro décadas habría que vincularlas al que habría sido un proceso activo, y al menos parcialmente eficaz, de difusión de la identidad nacional española y de presencia de los discursos nacionalistas en la esfera pública.

Si intentamos trazar un balance de los estudios que han abordado el análisis de la construcción de la identidad nacional española para las primeras décadas del siglo XX, nos encontramos con un escenario desigual tanto en el interés por temas o marcos cronológicos como por la naturaleza de las valoraciones. Probablemente, la historia política sigue siendo el ámbito preferente o al menos el referente teórico más destacado de los estudios sobre nacionalismo e identidad nacional española, mientras que las perspectivas de la historia cultural han sido aplicadas de modo mucho más limitado.31

En este sentido, y aunque falte aún mucho por analizar, cabe destacar los trabajos dedicados al análisis de los discursos nacionalistas32 de las distintas culturas políticas y, en menor medida, a su labor nacionalizadora. 33 curiosamente, tal vez se haya avanzado más en el ámbito de las culturas políticas de la izquierda que en las de la derecha, probablemente porque se tiende a dar por descontado el carácter nacionalista de ésta mientras que el de las culturas políticas izquierdistas ha resultado un «descubrimiento» más reciente. Una de las monografías más relevantes en este sentido es el estudio de xosé Manuel núñez seixas referido al periodo de la guerra civil. En él, el autor ha analizado cómo tanto en el discurso político de las izquierdas como de las derechas estuvo muy presente la dimensión nacionalista.34 Aunque núñez seixas no lo apunta específicamente, cabe afirmar que esa retórica sería, sin embargo, imposible de entender sin tener en cuenta que el periodo de la guerra civil, aun con la especificidad que supone el conflicto bélico, no sería sino la culminación de una trayectoria más larga y que sin duda debe ocupar las primeras décadas del XX, tanto de interiorización de la retórica del nacionalismo español como de la dimensión nacionalizadora de estos mismos discursos.

 

Probablemente uno de los ámbitos de estudio en que se ha avanzado más es el del estudio de los discursos nacionalistas entre uno de los sectores más característicos encargados de su producción y difusión: los intelectuales. con todo, hubo que esperar hasta la publicación en 1997 de La invención de España de inman fox, primera obra que hablaba del trabajo de los intelectuales a la hora de «inventar» la nación española.35 Desde entonces, los estudios se han multiplicado, y esta reconsideración del papel de los intelectuales en relación con la elaboración del discurso nacionalista español se produce en relación con las conmemoraciones del centenario del desastre colonial. Es por ello que corresponde a la reconsideración de la «generación del 98» los primeros estudios sobre esta naturaleza nacionalista de su discurso. Posteriormente se han ido desarrollando trabajos como los de Javier Varela, ismael saz y santos Juliá, que desde perspectivas distintas y ámbitos analíticos que no son coincidentes han planteado una revisión en profundidad del escenario de la relación entre los intelectuales y los discursos del nacionalismo español.36 por supuesto, ello no significa ni que todos los intelectuales ni que todas las producciones de los mismos hayan recibido el mismo tipo de atención. Por una parte, siguen existiendo autores cuya valoración resulta ambivalente (por ejemplo, José ortega y gasset o Manuel Azaña),37 y en ocasiones hay grupos generacionales que parecen estar fuera de este tipo de análisis (la generación del 27 o, más en general, la de los intelectuales republicanos). Por otra parte, ha tendido a primarse un cierto tipo de historia intelectual tradicional, más centrada en el análisis específico de los discursos que no en la configuración de los campos intelectuales o de las prácticas discursivas (con la excepción de la difusión en prensa de algunas de estas producciones). En este sentido, se ha avanzado notablemente en el estudio de algunos de los discursos específicamente referidos a cuestiones políticas de la identidad nacional, pero menos en lo que respecta al análisis de otro tipo de manifestaciones culturales, como pueda ser la producción novelística.38

Por otra parte, y de forma tal vez paradójica, el estudio de las acciones emprendidas por el Estado y la voluntad nacionalizadora del mismo se han convertido en una llamativa ausencia. La única excepción destacable sería el importante trabajo de Alejandro Quiroga sobre la dictadura de Primo de Rivera.39 bastante más se ha avanzado, sin embargo, en el estudio de algunas conmemoraciones como las vinculadas al centenario de la Guerra de la independencia,40 aunque seguimos prácticamente sin estudios sobre otros posibles casos, así como sobre buena parte de las conexiones locales de las mismas. Más ambivalente es, todavía, el ámbito que corresponde a las representaciones y al estudio de los símbolos (ya sean impulsados por el Estado y fruto de la propia sociedad civil), aunque éste parece ser un ámbito de creciente importancia.41

Todavía queda una larga lista de temas para los cuales disponemos de pocos estudios para las primeras décadas del siglo XX. Tal vez sea el ámbito de la educación donde pueden localizarse algunas de las aportaciones más destacadas.42 por el contrario, el ámbito de la cultura popular, en su relación con la construcción de la identidad nacional, resulta un campo donde hay interesantes aportaciones parciales43 pero donde sigue faltando todavía un trabajo sistemático u ordenador. En este ámbito, el de la cultura popular y de masas, es donde el cine se sitúa como un elemento de enorme interés analítico. No obstante, lo cierto es que en los trabajos históricos sobre la identidad nacional, la ausencia del cine es generalizada y sólo puede reseñarse alguna excepción aislada.44

CINE Y NACIÓN: APROXIMACIONES TEóRICAS Y LíNEAS DE INVESTIGACIÓN

El estudio del cine en la configuración de las naciones es una línea de trabajo bastante reciente y que todavía no se ha incorporado de forma manifiesta en los principales estudios sobre nacionalismo e identidades nacionales. El caso español es especialmente significativo en este sentido, pues sólo en fechas muy recientes y de forma aislada puede encontrarse algún trabajo que analice el medio cinematográfico como espacio para la creación y difusión de imaginarios nacionales.

Las perspectivas teóricas que están en la base de esta investigación se sitúan en tres ámbitos analíticos. En primer lugar, este libro se sitúa dentro de los marcos de la historia cultural, cuya renovación en las últimas décadas la ha colocado en el centro de la discusión historiográfica.45 A partir de la renovación de la historia social, la influencia de la antropología y la teoría literaria, el impacto decisivo de la historia del «género» y los estudios postcoloniales y el desarrollo de los cultural studies se produjo un «giro» hacia la cultura en el panorama historiográfico internacional (que, a su vez, contó con variaciones y expresiones nacionales propias, no siempre coincidentes). Si bien sería muy difícil definir unas características que delimiten de forma unívoca la renovada historia cultural, pueden apuntarse algunos rasgos generales. El giro cultural ha dado lugar a una concepción de cultura no como un ámbito prefijado sino como un espacio en el que tiene cabida la recuperación de la acción de los sujetos. Por otra parte, la historia cultural busca romper (radicalizando el impulso de la historia social) el privilegio del documento impreso y del archivo de autoridades públicas como fuentes históricas, abriéndose a todo tipo de materiales. Asimismo, la historia cultural va más allá de realizar una simple llamada a la necesidad de contextualizar la producción cultural para poner en primer plano el examen de los circuitos de mediación del objeto cultural, la reconstrucción de las etapas de elaboración de una obra y la localización de las pautas preliminares de lectura o las reglas propias de cada tipo de discurso. Todo discurso sobre lo cultural ha de tener en cuenta factores materiales (técnicos o económicos), simbólicos y políticos, sin que ello signifique que su asociación agote la explicación de los fenómenos estudiados. Por último, la historia cultural ha abierto la posibilidad de interpelar los discursos y representaciones que sirven para construir (desde complejas formulaciones del poder) las identidades colectivas e individuales.

En segundo término, esta investigación se fundamenta en el papel central que ha pasado a ocupar el mundo de la cultura en los análisis sobre nacionalismo e identidades nacionales en los últimos años.46 Los estudios sobre las naciones se han visto completamente transformados en las últimas décadas y uno de los cambios más importantes ha sido, sin duda, el paso de nociones primordialistas a teorías constructivistas y modernistas de la nación.47 Estos desarrollos teóricos, así como estudios empíricos sobre movimientos nacionales, han incidido en el carácter «artificial», en cuanto manufacturado, de las naciones de los siglos XIX y XX. Así, las naciones responden a complejos procesos de imaginación creativa y elaboración ideológica, a la vez que son fijadas como entidades arraigadas, ahistóricas, esenciales o naturales. Desde estas perspectivas, se ha puesto de manifiesto el carácter «inventado» (en el sentido de «creado», no de «falso») de las culturas nacionales, reproducidas a través de manifestaciones literarias y artísticas, rituales, símbolos, prácticas, etcétera.

La aparición del libro de benedict Anderson, Comunidades imaginadas, fue un hito clave para la reflexión sobre la cultura en las teorías sobre nacionalismo.48 El impacto de la obra de Anderson difícilmente puede ser minimizado, no sólo su definición de nación como «comunidad imaginada» se ha convertido prácticamente en un lugar común en los trabajos sobre nacionalismo, sino que situó en el centro de la reflexión sobre nacionalismo el estudio de las representaciones culturales de la nación, especialmente en la novela.

La publicación de trabajos como los de benedict Anderson y Ernest gellner supuso un verdadero cambio de paradigma en los años ochenta y propició una eclosión de trabajos en Europa y también de los que cuestionaban las perspectivas europeas, los postcoloniales.49 sin embargo, los estudios de caso no se desarrollaron con la misma intensidad, pues el término «nacionalista» se reservaba mayoritariamente a los movimientos así autodenominados y no tanto a los procesos de construcción nacional de los Estados-nación consolidados. La nación continuó siendo el centro de los relatos historiográficos, pero se hizo invisible como objeto de estudio perdida la respetabilidad del nacionalismo desde final de la segunda guerra Mundial.50

En los más recientes desarrollos teóricos, cada vez son más quienes plantean la imposibilidad de formular una teoría general para el nacionalismo y han abandonado la búsqueda de un único factor explicativo omnicomprensivo. El nacionalismo ha pasado a ser entendido como una forma particular de construcción social y una «formación discursiva»,51 una «narración»,52 «un marco de referencia que nos ayuda a dar sentido y a estructurar la realidad que nos rodea».53 Este énfasis en la dimensión narrativa y cognitiva del discurso nacionalista implica que el nacionalismo es más que una doctrina política, ya que el discurso nacionalista afecta a toda la experiencia social de los individuos, a su forma de entender el mundo. Michael billig introdujo el concepto de «nacionalismo banal» para explicar los hábitos ideológicos que permiten a las naciones establecidas reproducirse día a día.54 Más allá de las manifestaciones culturales autoconscientes y abiertas, la identidad nacional está cimentada en el día a día, en los detalles mundanos de la interacción social, hábitos, rutinas y conocimiento práctico. Profundizando en esta línea, Thomas Edensor ha puesto de manifiesto que las formas y prácticas populares están rodeadas de múltiples significados, constantemente en cambio y competición, y contrastan con una identidad nacional que es presentada comúnmente proyectada hacia una herencia y un pasado comunes.55 Edensor ha criticado que los principales teóricos del nacionalismo han mantenido una concepción de la cultura muy estática en la que han quedado excluidas sus expresiones populares y cotidianas. Esta apreciación de Edensor puede aplicarse al caso del medio fílmico, pues si bien la propuesta de analizar el cine es ampliamente aceptada a nivel teórico por su papel como medio cultural dentro de la estructura de comunicación pública de medios de masas característica del siglo XX, son pocos los estudios de caso que lo tienen en cuenta.