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Cecilia

Y Z A B C D E F G

¿Cuál es tu primer recuerdo en la vida? ¿Tal vez fue un abrazo de tu Padre? ¿Un beso de Mamá? ¿Un cumpleaños? ¿Un viaje inolvidable? ¿Alguna anécdota relacionada a tus abuelos? ¿Una travesura? Piensa un poco. ¿Lo recuerdas bien? ¿Vagamente? ¿O simplemente lo olvidaste?

Te contaré el mío. Mi primer recuerdo en la vida, es mi Madre leyéndome un cuento. Estábamos recostados en una cama. No puedo rememorar el título de la obra, ni de qué trataba. Simplemente recuerdo que ella me leía antes de dormir. Es un suceso simple, pero al analizarlo, me di cuenta de la repercusión del mismo. Ese gesto puro de amor maternal, me influenció demasiado. Desde pequeño desarrollé un gusto por los cuentos. No solo por leerlos, sino por inventar los propios.

En realidad, Madre es Economista de profesión; sin embargo los trabajos que ejerce son variados. No solo es lectora de cuentos, sino también psicóloga, profesora, consejera motivacional, asesora de imagen, master chef, y hasta asistente médica. Lleva tanto tiempo casada con un doctor, que aprendió a recetar. Ella sabe que medicamento darte en caso de resfriados, dolores de estómagos, fiebres, jaquecas u otros males. Incluso tiene recetas caseras, a base de ingredientes naturales, en caso de ser necesario.

Y una de sus tantas cualidades, es su capacidad para cocinar. Tiene un don para darle sabor especial, a cualquier platillo. Si nos dieran los mismos ingredientes y herramientas, e incluso con una receta definida, lo que ella prepare, quedará más delicioso. Su comida es una prueba fehaciente de que “la sazón de Mamá” existe, y encanta a todo paladar.

Ella no solamente es buena cocinando, sino que quiere que todos los demás también lo sean. Madre te llama por teléfono al momento del almuerzo, para darte consejos, y se toma la molestia de asesorarte paso a paso. Y este beneficio no es exclusivo para sus hijos, sino para familiares, amigos, conocidos, e incluso quien lo necesitase. Cuando vivíamos en Buenos Aires, para ocasiones especiales de la escuela, Mamá siempre preparaba algún platillo ecuatoriano, así los argentinos podían probar. Y luego, inevitablemente, las madres de mis compañeros le pedían el número para replicar la receta.

Y su generosidad va mucho más allá. No importa si se trata del hijo del vecino de su compañera de la escuela. O si es la sobrina del amigo de una prima lejana suya. Cada que ella puede ayudar, lo hace. Y si ella no tiene una solución práctica, te redirecciona con alguien, quien pueda colaborarte.

Y es que Madre es una mujer de principios, de convicciones. Va por la vida dando consejos, a conocidos y extraños. Y siempre tiene un tema para platicar. Sea un suceso que le ocurrió esta misma mañana, o una de sus tantas anécdotas. Algunas sobre su infancia, o su adolescencia. Sobre su familia. O sus ocurrencias en el colegio. O los años en que vivimos en Argentina.

Mamá también adora contar anécdotas sobre sus hijos. Habla de nosotros con tanta pasión, que pareciéramos sus mejores creaciones. Lo que ella no sabe, es que la mejor obra arte, es su amor maternal.

Pero si hay algo que a Madre le molesta, no importa cuántos años pasen: es verme caminar descalzo, sobretodo en casa. No solo por la obviedad de que ensucio mis pies, sino porque le da escalofríos a ella. Sí, de algún modo, mis pies descalzos le dan frío a ella, no a mí. La realidad es que no me gusta usar calzado; prefiero mis pies toquen las baldosas, sentir esa frescura en mis dedos. Tener los zapatos puestos, me incomoda, y mientras menos tiempo pase con ellos, es mejor. Confieso, que si pudiera andar descalzo por la vida, lo haría.

Mamá, al igual que Papá, nos ha apoyado a mí y mis hermanos, en nuestras ideas. Sea para algo académico, aprender un nuevo idioma, practicar un deporte, iniciar un negocio, algún pasatiempo, o un mero capricho. Ella siempre encontró los recursos, el tiempo y los ánimos, para brindarnos su soporte. Para darnos un empujón, en que cada iniciativa.

Y mientras más pasan los años, y pienso en todas las cosas que ha hecho por mí, me percato de lo afortunado que he sido. Mamá es lo más cercano a presenciar un ángel en la Tierra. Y me siento dichoso porque aún puedo tenerla a mi lado, y disfrutar de su compañía.

Disfrutar de su amor. Sus gestos. Sus ganas de salir adelante. Sus besos. Sus brazos. La calidez con que da sus consejos. Sus anécdotas. Su infinita paciencia. Cada aventura compartida. Cada crisis superada. Cada alegría, cada tristeza. En los días divertidos, y los días ordinarios, la compañía de Madre, ha sido un lujo. Y aunque transcurra un siglo, nunca olvidaré cada momento vivido con Mamá…

Sí, el primer recuerdo de mi vida fue mi Madre leyéndome un cuento. Y ese suceso, me marcó por siempre. Y como si fuese un efecto dominó, se termina materializando en este primer libro. Así que no puedo estar más agradecido.

Gracias, Madre, por cada uno de tus detalles. Por tus comidas deliciosas. Por la compresión. Y por las llamadas de atención, también. Por apoyar mis decisiones, incluso cuándo tú no estabas convencida del todo, pero sabías que te necesitaba. Por quererme tal cual soy. Si escribiera mil libros, todos los dedico a ti, y aun así no sería suficiente para darte las gracias.

Pero sobre todo: gracias por leerme cuentos antes de dormir, cuando era pequeño. No sabes lo mucho que me influenció positivamente. Ahora que yo he escrito mi propio libro, sueño que otros padres les lean mis cuentos, a sus hijos. Que la semilla que sembraste en mí, Madre, germine en los demás.

Te amo, Mamá.

Diana

z a b c D e f g h

Una joven de baja estatura y muy delgada corre a través del bosque espeso, desesperada. Su vestido de aldeana, está desgarrado en la parte inferior de su falda, para mover sus piernas con mayor libertad. Sin embargo su carrera no es tan veloz como ella quisiera. Está aterrada, mirando constantemente hacia atrás. También debe lidiar con la maleza y los árboles.

Sus perseguidores son una grupo de 4 bandidos, cabalgando a caballo. Hombres de 40 años, de muy mal aspecto. Ladrones, violadores y asesinos por naturaleza. Ellos acostumbran a esconderse en el bosque, para emboscar a los viajeros, que transitan entre aldea y aldea, o planean viajar a otro reino. Todo el mundo sabe que es mala idea movilizarse por ese tramo.

La muchacha apenas tiene 16 años, y por su físico menudo, aparenta ser más pequeña. Responde al nombre de Diana. Pese a su esfuerzo, eventualmente es alcanzada por los bandidos. Ellos la rodean, intimidándola. La tienen acorralada contra un árbol enorme. Aun no planean atacarla con sus espadas, prefieren interrogarla.

—¿Qué hace una niña pequeña como tú en este sector del bosque? —Pregunta el líder— ¿Acaso no sabes lo que le hacemos a los viajeros?

Ella está tan aterrada que no consigue articular palabra alguna. El Líder repite la pregunta un par de veces más, en tonos más hostiles. Ella sigue en shock, sin responder.

—Tal vez es una niña muda —supone uno de los bandidos.

—Ella no es muda. Solo juega con nosotros —sentencia otro.

—Tampoco es una niña. Es una señorita —resuelve el último—. Sus caderas la delatan.

Mientras ellos debaten sobre ella, Diana piensa si hay alguna manera de escapar. Dentro de su bolso, en su espalda, carga un pequeño arco y unas flechas. Para su fortuna, no parecería que estuviera armada, sino los bandidos no dudarían en asesinarla. El problema es que no puede usarlo. Tardaría demasiado tiempo en sacar el arco y apuntarles, por ende ellos la atacarían primero. Simplemente está a la merced de esos pillos.

Diana proviene de una aldea cercana. Allí nació y vivía con su madre y hermano mayor. Su padre era un sujeto alto y fornido, de aspecto intimidante, quien trabajaba como Capitán de La Guardia Fronteriza. Este grupo de soldados del reino, se encargaban de proteger a las aldeas, precisamente del ataque de bandidos, ladrones o cualquier invasor extranjero. La Guardia Fronteriza está dividida en varios pelotones, los cuales rotan entre aldea y aldea cada cierta cantidad de semanas.

En aquel entonces, ella tenía 6 años, y su hermano 15. Era un joven alto y atlético. Su padre tenía muchas expectativas en él: con ese físico lo veía como un potencial soldado. Así cuando le tocaba hacer guardia en esa aldea, enseñaba a su hijo a combatir. Le había forjado su propia espada incluso. Diana miraba desde lejos, fascinada, como su hermano y papá, entrenaban juntos. Ella tenía la esperanza que al crecer, se uniría a ellos.

Los días pasaron, y al Capitán y su pelotón les tocaba rotar a la siguiente aldea. Se despidió de su familia, y le dio a su primogénito la misión de cuidar a su madre y hermana. Solo serían un par de días, hasta que el siguiente pelotón tomara el relevo. Ellos se volverían a ver en unos meses, cuando el ciclo se reiniciara y les tocara custodiar su aldea nuevamente. Era la rutina de cada año. El Capitán partió al atardecer.

Sin embargo, ocurrió lo impensable. Aquella madrugada sin protección, un par de ladrones ingresaron al territorio. Estaban robando comida y otros objetos, cuando el dueño se percató y armó un alboroto. Su grito despertó a los vecinos, quienes salieron a auxiliar al anciano. Al verse superados en números, los ladrones prefirieron correr con las manos vacías. Sin embargo, el joven espadachín en un acto temerario y absurdo, quiso retenerlos, haciendo uso de su arma. Él no sabía que ellos tenían dagas y cuchillas, bajo sus atuendos. Estaba acostumbrado a pelear con honor, pero en situaciones de vida o muerte, ningún delincuente lo hace. En un combate sucio de 2 contra 1, los extraños lo hirieron gravemente, y huyeron.

 

El joven murió desangrado en brazos de su madre, mientras ella y su hermana le lloraban desconsoladamente. Su padre se enteró de la tragedia por medio de una carta, estando ya en otra aldea. No pudo siquiera asistir al velorio de su hijo, por cumplimiento del deber. Meses después, al reiniciarse el ciclo, se tuvo que conformar con visitar la tumba de su primogénito. Su dolor y culpa era tal, que juró no volver a entrenar a nadie más. Con ello, Diana se resignó respecto al manejo de la espada.

Los años pasaron, y Diana no creció mucho en estatura. Apenas alcanzó el 1.55m de altura, y un peso promedio de 48kg. Lo que si aumentó con el tiempo, fue su carácter. Al entrar en la adolescencia, se volvió rebelde. Y una idea se le insertó en la cabeza: quería ser entrenada por su padre. Se armó de valor, lo encaró y le pidió el favor. Recibió un rotundo no. Sin embargo ella continúo insistiendo en cada ocasión que podía, sea o no, que estuviesen hablando de un tema u otro. Y la respuesta siempre fue negativa. Incluso cuando su padre rotaba a otras aldeas, ella le escribía cartas, implorando.

Los años pasaron y ella ya tenía 15. Para aquel entonces intentó una nueva estrategia. Anotó una serie de argumentos válidos en un pergamino, por el cual necesitaba aprender. Su padre la escuchó atentamente en silencio, y cuando ella terminó, le dijo NO, por enésima vez. Diana no lo podía creer. Mientras él le daba la espalda para retirarse, ella cuestionó su decisión:

—Es por qué soy mujer, ¿verdad? —Molesta.

—No… es porque no estás capacitada para portar una espada.

—¿Insinúas que ser mujer es una discapacidad?

—No, no he dicho. No retuerzas mis palabras.

—Entonces, explícate. O mejor aún: demuestra que no estoy capacitada.

Como aquel acto fue en público, varios de los aldeanos y los soldados estaban presenciando aquel desafío. Todos murmuraban al respecto. El Capitán se vio obligado a justificar su decisión. Volteó y miró a su hija a los ojos. Ella tenía la misma mirada que él en su juventud.

Caminó y se paró frente a ella. La diferencia de estaturas y contexturas físicas, era abismal. Tras un careo silencioso y tenso, el Capitán desvainó su espada, y la entregó por el mango a su hija. El rostro de Diana se llenó de entusiasmo, pensando que su padre finalmente había cedido. Al tomar el arma, pasó lo inevitable: la espada era muy pesada. Tan pesada, que ella ni con sus dos manos pudo sostenerla por más de un segundo. Todos los presentes, aldeanos y soldados, empezaron a reír a carcajadas, al ver que la brabucona no podía ni levantarla. Diana estuvo intentando inútilmente su comedido varios penosos minutos. Tras cansarse de la humillación, se rindió, y salió corriendo llorando, mientras le gritaba a su padre:

—¡Te odio!

La joven se alejó avergonzada. El Capitán volteó y miró molesto, a los aldeanos y soldados, quienes inmediatamente dejaron de reír.

Más tarde, Diana continuaba llorando en su cama. Su madre la consolaba, cuando apareció su padre, para arreglar el problema. La mujer los dejó a solas. Ella solazaba aun. Tras unos instantes de silencio, él respiró hondo y se sinceró.

—Tengo miedo que te suceda algo malo, como a tu hermano.—En voz baja, y melancólica.

Diana dejó de llorar, por la sorpresa. En toda su vida, su padre jamás había admitido ni demostrado miedo alguno. Por su naturaleza, él siempre tuvo una faceta aguerrida y valerosa. Pero en ese instante, notó que su padre también sentía fragilidad. Y que su negatividad a enseñarle, tenía una justificación válida. Así que ella lo abrazó, para tranquilizarse.

—No fue tu culpa —dijo mientras lo abrazaba.

—Sí, lo fue. Yo le di esa espada. Yo le alenté a usarla —al borde de las lágrimas.

—Ya, ya. No te castigues más con eso.

La joven acarició el cabello de su padre, unos instantes de silencio. Tras entender el punto, ella supo que debía desistir su idea.

—Y descuida… Ya no te pediré que me enseñes. Comprendí que soy demasiado débil.

—Tener debilidades, no tiene nada de malo. Solo debes trabajar en ellas, y buscar tus fortalezas.

—¿Y qué fortalezas podría tener yo? Soy pequeña y frágil.

El Capitán se levantó. Había recuperado su temple de acero. La miró seriamente y le dijo.

—Ninguna hija mía es pequeña ni frágil.

—Ni siquiera pude levantar la espada. Jamás seré buena guerrera.

—¿Y quién dice que se debe ser espadachín, para servir en combate? Cada guerrero debe encontrar un arma ideal, acorde a sus habilidades y destrezas físicas.

—¿Y cuál arma podría yo usar?

—Mañana al amanecer. Te espero en el campo de entrenamiento.

—¿En serio?... ¡Gracias! —Muy sorprendida y animada.

Ella abrazó fuertemente a su padre. Jamás había estado tan contenta. Fue la primera vez que existió un vínculo fraterno entre ambos. Al llegar el alba, la joven se presentó en el sitio. La espada era demasiado pesada para ella, era un hecho irrefutable. Pero el arco era perfecto. Podía alzarlo fácilmente, y atacar desde lejos, evitando combates cuerpo a cuerpo, mucho más peligrosos. Su entrenamiento duró cinco semanas. Durante ese periodo, su padre incluso mandó a confeccionarle su propio arco y flechas. Era pequeño y cabía dentro de un bolso especialmente diseñado, que se confundía con uno ordinario. Con ello, podía andar armada, sin que los demás se percataran, o creyesen que el bolso cargaba alimentos o herramientas simples.

Fue la mejor época, donde pudo compartir momentos con su padre. Practicaron su puntería, y otras destrezas, como la defensa personal. Sin embargo, llegó el tiempo de rotar. Su padre se despidió de ella, y le dijo que siguiera entrenando. Diana prometió que al reiniciarse el ciclo, y él volviera, ella ya habría mejorado aún más. Su padre sonrió. Le dijo que estaba orgulloso. Fue una breve y emotiva despedida. Tal vez, si Diana hubiese adivinado el futuro, no habría dejado que su padre marchara a la misión.

Tres meses después, mientras custodiaban una aldea lejana, el Capitán y su pelotón, fueron sorprendidos por una invasión. Era una horda de bandidos, formadas por varios grupos. La desventaja numérica era tal, que el Capitán envió una paloma mensajera a pedir refuerzos. Incluso todos los aldeanos varones, sin importar si eran muy jóvenes o viejos, tuvieron que unirse al combate, pese a no tener experiencia. La batalla fue brutal. La Guardia Fronteriza dio una demostración de temple y defendió la aldea valerosamente. Al alba, cuando llegaron los pelotones cercanos, los bandidos restantes tuvieron que retirarse. Sin embargo, el costo de muertos, para la Guardia Fronteriza fue muy alto. Casi no hubo sobrevivientes. Ni siquiera el Capitán se libró de la masacre.

Su cuerpo fue enterrado con honores en su aldea. Su viuda y su hija lloraron amargamente. Nuevamente los bandidos le habían arrebatado otro ser amado. Después de esta nueva tragedia, la madre se volvió muy sobreprotectora con Diana. Ella insistía en independizarse, pero la señora no la dejaba ni usar el arco. Por eso, a Diana le tocaba entrenar a escondidas. No quería perder las habilidades desarrolladas.

Pasó un año. Y una mañana, mientras lavaba la ropa en un río, una víbora mordió el pie de la señora. Se inflamó de inmediato, y tuvieron que trasladarla al médico de la aldea. Él extrajo la mayor cantidad del veneno. Sin embargo, la herida estaba infectada. Para sanarla completamente, debía aplicar una pócima. El problema era que el ingrediente principal se había agotado. Se trataba de una flor, la cual, solamente crecía en el interior del bosque. El siguiente pelotón llegaría en dos días, y para entonces, la mujer podría morir. Por ende, esperar a la Guardia Fronteriza no era una opción factible. No obstante, ir al bosque era suicida, no solo por los ataques de los bandidos, sino por la presencia de animales salvajes, como los lobos. Sabiendo que ningún aldeano se arriesgaría, Diana decidió ir ella misma. Partió al amanecer, para que ninguno de sus vecinos la detuviera.

Diana rompió parte de su vestido, para mover sus piernas libremente. El trayecto era largo y peligroso, y debía ser rápida. No podía permitirse ser interceptada por extraños, o peor aún, por bandidos. Lamentablemente, es lo que terminó ocurriendo: los malhechores la vieron, la persiguieron y la acorralaron en el bosque, contra el árbol enorme.

Y en esa situación, es donde se encuentra. Diana continúa siendo interrogada por ellos, quienes están cada vez más hostiles.

—¡Responde!— Grita uno.

La joven prefiere guardar silencio. No quiere que sepan su propósito con la flor, ni de cual aldea ella proviene, por temor a represalias contra los suyos. Esto desespera a sus agresores.

—No dirá nada, la maldita.

—Sino va a hablar, hay que destriparla.

—¡Apuesto que la “niña muda” gritará!

El líder hace un gesto, autorizando la masacre. Diana se aterra. Los bandidos cabalgan hacia ella, con fines malignos. Sin embargo, se detienen en seco, ante un repentino aullido.

—¡No puede ser! —el líder dice aterrado— ¡Fórmense!

Ante la orden del Líder, los bandidos obedecen. Se colocan en posición defensiva, dándole la espalda a Diana. Ella aprovecha el descuido, y pretende huir, pero no hay tiempo. Un enorme lobo salta desde el follaje, y arremete contra uno de los bandidos. Un solo zarpazo, le destroza el rostro, provocando que caiga del corcel, desangrándose en el suelo. Inicia el feroz combate entre la bestia vs los bandidos restantes.

El lobo hace gala de una agilidad única, con la cual esquiva fácilmente los espadazos de los hombres. Mientras ellos combaten, Diana mira a su alrededor, en busca de un escondite. Y tras pensarlo, lo encuentra. Ella decide refugiarse debajo de las raíces del árbol enorme a su espalda. Toda su vida, su baja estatura y delgadez, le habían sido una desventaja física. Pero en esta situación, es una bendición: solo alguien de su talla, podría inmiscuirse entre los espacios de las ramas. Es una fortaleza natural.

En tanto, el lobo con su hocico, desgarra la garganta de un segundo bandido. Al notar que la situación no terminaría favorable, el tercero decide huir, dejando a su líder solo. No obstante, su escape falla, porque la bestia lo intercepta por la espalda, lo tumba del caballo y lo despedaza en el piso. Finalmente solo resta uno. El lobo vs el Líder.

El sujeto decide bajar de su corcel. Quiere encarar a la bestia frente a frente. Alza su espada en señal de desafío. El lobo no duda y arremete. Es una secuencia rápida. Una colisión entre bestia vs hombre. El Líder consigue herir al animal, provocándole un tajo en el pecho. Sin embargo, el lobo es más preciso, y le desgarra el cuello. El Líder cae al suelo, sin vida.

Diana está asustada. Si cuatro matones no fueron rivales para ese lobo, ¿qué oportunidad tendría ella? Teme lo peor. Contiene el aliento, esperando no ser detectada. El olfato del animal es excelente, y se percata que ella está debajo de las ramas.

El lobo, mal herido en el pecho, arremete contra el árbol. Usa sus garras, para intentar jalar a la joven. Ella se agacha, tomando distancia, y evitando ser sujetada. La escena es brutal, donde el animal no cesa. Para su fortuna, las ramas son muy resistentes, y están tan estrechas, que las garras no pueden alcanzarla. Sin embargo, la bestia no se rinde y continúa atacando. Diana cierra sus ojos, deseando que su padre estuviera cerca para defenderla. Y en medio del miedo, recuerda sus enseñanzas.

—…Cada guerrero debe encontrar un arma ideal, acorde a sus habilidades y destrezas físicas… —Es lo que él decía.

Y tenía razón.

Ella nunca pudo alzar la espada. No era lo suyo. Si hubiese blandido una, habría combatido cuerpo a cuerpo contra la bestia. Y al igual que los bandidos, estaría muerta.

Pero ella no usa una espada. Ella tiene un arco y flechas. Eso le permite atacar de lejos, sin arriesgarse innecesariamente. Gracias a su estatura y pequeñez, está segura entre las ramas, en su fortaleza natural, y tiene el tiempo suficiente para sacar su arma del bolso y apuntar. Diana espera el momento oportuno, y dispara. La flecha impacta en la herida del pecho del animal. El lobo se retuerce y retrocede. Diana recarga y dispara una segunda, tercera y cuarta flecha. Las suficientes para que el lobo se desplome. Ella sale de su escondite, y observa al animal sin vida. Lo ha vencido. Y ahora puede cumplir su misión.

Antes del atardecer, Diana retorna a su aldea, cabalgando uno de los caballos de los bandidos difuntos. Los aldeanos la reciben felices y sorprendidos. Ella trae consigo la flor prometida. El médico consigue preparar el ungüento, y desinfecta la herida de la señora. Diana le ha salvado la vida a su madre.

 

Al despertar a la mañana siguiente, la paciente despierta, fuera de peligro mortal. Madre e hija se reencuentran y abrazan, emotivamente. La mujer está asombrada por la hazaña de la joven, y le cuestiona al respecto:

—¿Cómo hiciste para atravesar el bosque sola? ¡Era una odisea!

La joven mira al cielo, y orgullosa responde.

—Fue gracias a Papá.

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