Caídos del Mapa 13

Text
Aus der Reihe: Caídos del Mapa
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Caídos del Mapa 13
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa



Índice de contenido

Caídos del Mapa 13. Generación Z. Parecidos, nunca iguales

Portada

Prólogo a la saga Caídos del Mapa

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Biografías

Legales

Sobre el trabajo editorial

Contratapa


¿Está mal ratearse de la clase de Geografía? ¿Está mal buchonear a los compañeros? ¿Está mal insultar? ¿Y decir malas palabras? ¿Está mal besar? ¿Está mal decirle a alguien cosas que lo pueden herir? ¿Está mal ser leal a los amigos? ¿Y burlarse de la maestra a sus espaldas? ¿Está mal mentir? ¿Y pelearse? ¿Y perdonarse? ¿Y engañar? ¿Y enamorarse?

Muchas de estas cosas van a hacer Graciela, Federico, Paula y Fabián desde aquel día de séptimo grado en que se escondieron en el sótano de la escuela y Miriam los descubrió. Durante su adolescencia les van a pasar cosas de las que no se van a olvidar nunca más. Algunas están bien, otras están mal. De algunas se van a arrepentir y otras serán tan buenas que se van a acordar de ellas con nostalgia durante toda su vida. Como nos pasa a todos, porque los personajes se nos parecen bastante.

Cada una de las historias que viven estos cinco amigos (y no tan amigos), nos llevan a reflexionar, a opinar, a tomar partido o a discutir con libertad sobre las relaciones interpersonales, el vínculo con los pares y con los adultos, los sueños, las pérdidas, los miedos, los amores, los odios y muchas cosas más. Su mundo no es un mundo ideal. Ellos no son héroes ni villanos, son chicos que están aprendiendo a crecer, a veces a los golpes y otras veces con caricias.

Las historias de los libros no están escritas para señalarnos el camino correcto, se escriben para acompañarnos a descubrirlo.

Va mi deseo para que esta colección, además de entretenerlos, hacerlos reír y a veces llorar, sea también una buena compañía en el difícil pero fascinante camino de crecer.

MARÍA INÉS FALCONI


Sí, los años pasaron. Todos crecieron o, mejor dicho, se hicieron definitivamente grandes, adultos, como pasa siempre.

Paula y Fabián, era de esperarse, se casaron y tuvieron dos hijos. Mellizos. Eso sí que no lo esperaba nadie. Agustina y Felipe ya tienen 12. Graciela y Federico, después de tantas peleas y reconciliaciones, encuentros y desencuentros, odios y amores, también se casaron y tuvieron dos hijos, pero estos no son mellizos. Julieta tiene 12 y Francisco, que es el más chico de todos, tiene 9.

Miriam no se casó, no tiene hijos aún, pero tiene una pareja.

Los cuatro, mejor dicho los cinco, siguen siendo amigos y sus hijos, como no podía ser de otra manera, también. Casi una familia.

Y esta es su historia, o una de sus historias. Los chicos grandes, los chicos chicos y el mundo que va cambiando.


—¡¿Que quiere ir adónde?! –preguntó Federico, mientras sostenía el teléfono entre la oreja y el hombro y trataba de mejorar la luz de su última foto.

—A la marcha, Fede… –le contestó Graciela, con paciencia, desde el otro lado. Ya se lo había dicho el día anterior.

—¿A qué marcha?

—Fede, ¿estás sordo?

—No, estoy ocupado.

—Bueno, es un segundo. Escuchame.

—Te estoy escuchando. ¿A qué marcha?

—A la de los verdes –dijo Graciela, y se apartó el teléfono de la oreja, segura de que lo próximo sería un grito, pero se equivocó.

—¿La de los ecologistas?... –preguntó Fede sin prestar ninguna atención a lo que Graciela le estaba diciendo.

—No, Fede, ¿qué ecologistas? A la de la ley del aborto.

—¡¡¡¡¿La qué?!!!!

El grito finalmente había llegado.

—¿Se volvió loca? ¿Desde cuándo va a la marcha del aborto? ¿Desde cuándo va a una marcha, mejor dicho?

—Van las compañeras, Fede. Van todas.

—¿Quiénes son todas? ¿Vos vas?

—No, yo no.

—Entonces no son todas.

—Todas las chicas de la escuela, Fede. Escuchame, no pasa nada. Miriam se ofreció a llevarlas.

—¿Y qué se mete Miriam?

—Para que no vayan solas, Fede.

—Pará un poquito. ¿”Vayan” quiénes? ¿Tenemos otra hija y yo no me había enterado?

—Todavía no sé si te enteraste de que tenemos una.

—No empieces.

—No empiezo, pero parecés el hombre de las cavernas. ¿Qué tiene de malo que vaya a la marcha?

—Tiene que hay un montón de gente, que le puede pasar algo, que no tiene edad para eso y que ni siquiera sabe de qué se trata.

—Pará un poquito…

—No, Gra, no. Olvidate. Todavía no me dijiste quiénes son “ellas”.

—Va Agustina también.

—¿Y Paula la deja?... ¿Se volvieron todas locas…? Bueno, mirá, cuando llegue a casa hablamos. Tengo que entregar unas fotos antes de las cinco.

—Te va a llamar por teléfono para pedirte permiso. Por eso te estoy avisando.

—Se lo podés anticipar: la respuesta es no.

—Bueno, hablá con ella.

Graciela cortó y Federico dejó el teléfono sobre el escritorio, sin sacar la vista de la pantalla. Diez minutos después, se había olvidado de la conversación.

A las cuatro y media en punto, Graciela estacionó el auto en la puerta de la escuela para ir a buscar a sus hijos, Julieta y Francisco. Doble fila, como siempre. Imposible encontrar un lugar. Miró el reloj. Extrañamente, hoy que ella había llegado a horario y, como no podía ser de otra manera, los chicos estaban saliendo más tarde.

Saludó, sin bajarse, a un par de madres que charlaban en la vereda. Le llegó un mensaje de Paula:


Paula nunca dejaba de poner un emoticón en sus mensajes. Sonrió. Miriam, el eterno problema.

 

Vio salir a Fran y le tocó bocina, al tiempo que abría el baúl.

Fran tiró la mochila adentro, se subió al auto y dio un portazo.

—¡Despacio con la puerta!

—¡Juli es una tonta! –dijo, sin saludar.

—¿Por qué? ¿Qué pasó? –Graciela suspiró. Empezaba otra tarde de peleas.

—Que perdí el alfajor que me compraste…

—¿Cómo que perdiste el alfajor? ¿Dónde?

—No sé. Se me cayó. Entonces fui a buscar a Juli para que me compartiera el de ella y no quiso.

—Bueno, Fran… era de ella.

—Sí, pero me morí de hambre toda la tarde. No es justo.

Graciela sacudió la cabeza y tocó otro bocinazo para que Julieta, que acaba de salir, la viera.

Julieta tardó en despedirse de sus compañeras. Graciela volvió a tocar bocina. Finalmente llegó corriendo y se sentó en el asiento de adelante.

—Dale, Juli, que vas a llegar tarde a danza.

—Estaba arreglando lo de la marcha de mañana.

Graciela no le dijo nada.

—¿Por qué no le convidaste un poco de alfajor a tu hermano?–preguntó en cambio.

—Porque ya me lo había comido.

—¡Mentira! –gritó Fran desde el asiento trasero–. Yo te vi comer en el recreo.

—Melu me convidó unas galletitas.

—¡Mentira!

—¡Bueno, basta! –intervino Graciela–. Vos tenés que ser más cuidadoso –le dijo a Fran–, y vos –miró a Julieta–, si tu hermano tiene un problema, podés ayudarlo de vez en cuando.

—Yo siempre lo ayudo y él siempre tiene problemas –le contestó su hija.

El teléfono de Graciela empezó a sonar. Juli lo sacó de la cartera de su mamá y miró la pantalla.

—Es la tía Paula –dijo.

—Dejá, la llamo después –contestó Graciela y aceleró.

Otro atarceder de un día agitado. Estaba segura.


Paula dejó el teléfono y fue a la cocina a preparar la leche para los melli, que estaban por llegar del colegio. Organizar algo con Graciela era siempre un caos. Hasta última hora no sabía si iba a ir o no, si a qué hora, si con quién, si dónde se iban a encontrar. En fin, después de tantos años, ya estaba acostumbrada. Cuando ellas estaban en séptimo, Graciela era igual.

Escuchó la llave en la puerta. La familia había llegado.

—¿Dónde estás? –preguntó Fabi.

—En la cocina –contestó Paula–. Vengan a tomar la leche, chicos. ¿Te hago unos mates, Fabi?

—No –dijo Fabián mientras se robaba una tostada y le ponía dulce–. Tengo que volver a la oficina. Se cayó el sistema en Tutorial y nos están volviendo locos.

—Me hubieras dicho, iba yo a buscar a los chicos.

—Ya está. De paso me vino bien tomar un poco de aire. Me voy.

—¿Volvés a cenar?

—Te llamo. ¡Chau, chicos! –gritó hacia adentro.

Agustina apareció en la cocina.

—¿Hablaste con la tía Miriam? –preguntó.

—Sí, pero la tía Graciela todavía no me contestó si el tío la va a dejar ir a Julieta.

—Obvio que la va a dejar ir. Si ustedes me dejaron a mí…

—¿Qué querés decir con eso?

—Nada, má. Un chiste. ¿En qué quedaste con la tía Miriam?

—En que mañana las pasa a buscar por la escuela y se van desde ahí. Primero te busca a vos y después a Julieta.

—Genial. Le voy a avisar a las chicas.

—¡Esperá que confirmemos! –gritó Paula, sabiendo que ya era demasiado tarde para esa recomendación.

—Mañana tengo que ir a lo de Nico cuando salgo de la escuela –dijo Felipe entrando a la cocina.

—¿“Tenés” que ir? –preguntó Paula.

—Sí. Vamos a jugar al Fortnite.

—¿Mañana?

—Sí, mañana.

—¿Y por qué mañana?

—Porque sí. ¿Hay un día para jugar al Fortnite?

—No, hay un día para que podamos llevarte e irte a buscar.

—Que no es mañana –confirmó Felipe.

—No. Mañana tu hermana se va a la marcha, yo tengo jornadas pedagógicas y tu papá, ya sabés que no podemos asegurarlo.

—Bueno, me quedo a dormir.

—No te vas a quedar a domir en lo de Nico, Felipe. El miércoles hay escuela.

—Y bueno… el miércoles vamos a la escuela juntos.

—Felipe… Si ustedes van a jugar al Fornite… ¿vos crees que van a dormir a la noche?

—¿Ves que me tienen que comprar la Play?

—Todos tus argumentos llevan al mismo punto, ¿no? No, mañana no podés. Olvidate.

—¿Por qué no le decís a Agus que no vaya a la marcha? –se quejó Felipe, con esa eterna sensación que tenía de que siempre salía perdiendo.

—Fin de la conversación, Felipe. Vas otro día.

Felipe se fue pateando el piso y Paula suspiró. Sonó el celular. Miriam. Mejor atenderla.

—No sé nada, Miriam –dijo sin esperar la pregunta.

—Es que estoy llamando a Graciela y no me atiende.

—A mí tampoco. En cuanto sepa algo, te llamo.

—Bueno, lo antes posible. Tengo que arreglar con Lorena, porque ella tiene que pedir permiso para salir antes de la oficina y ya la conocés. Si no le doy hora y coordenadas precisas, se pone como loca.

—Te llamo, Miriam.

Miriam colgó y Paula suspiró una vez más. Aprovechó y cerró la puerta de la cocina. Por un rato, solo pensaría en las milanesas.


La cena se puso difícil. Julieta no sabía por dónde empezar y su mamá no le tiraba un centro ni de casualidad. Federico comentaba, muy entusiasmado, un nuevo proyecto que había llegado al estudio que, según decía, les permitiría este año, por fin, salir de vacaciones.

—Yo quiero ir a la playa –dijo Fran–. Vamos a Santa Teresita.

—¿Santa Teresita? Alto embole, Fran. Ni loca. Nadie va ahí –se opuso Julieta.

—Bueno, según tengo entendido –comentó Fede con ironía–, es una playa que se viene defendiendo bastante bien como centro turístico. Yo no diría que no va nadie.

—Bueno, van –dijo Julieta–, pero todos viejos.

—¡Ajá! –siguió Fede–. Así que ahora hay playas para viejos y playas para jóvenes. ¿Vos sabías? –le preguntó a Graciela.

—No empiecen, ¿quieren? –pidió Graciela, sabiendo que esa no iba a ser la peor de las discusiones esa noche.

—No es para viejos. Además tiene la pista de karting, ¿te acordás? –insistió Fran.

—¡Ah…re! ¡Muero por andar en karting! –se burló Julieta.

—Y yo muero por ir a Gessell a dar vueltas por la Avenida 3 toda la tarde con la tonta de Ernestina. Alta joda –le contestó Fran.

—Ernestina no va a Gessell.

—Bueno, la otra. Es igual de tonta.

—Suficiente –dijo Graciela–. Ni siquiera sabemos si vamos a ir de vacaciones.

—Papá dijo.

—Papá dijo “a lo mejor”, y en última instancia somos nosotros los que vamos a decidir.

—Obvio –dijo Julieta.

—¿Por qué “obvio”? –preguntó Federico, ya al borde del enojo.

—Porque siempre deciden por nosotros.

—Da la casualidad –dijo Fede–, que somos sus padres. ¡Mirá vos!

—Bueno –le contestó Julieta, en plan de lucha total–, nos tuvieron porque ustedes quisieron. Nosotros no pedimos nacer. Ahora no se quejen.

—¡¿Quién se está quejando?! –tronó Fede–. Decí algo, ¿querés? –le pidió a Graciela.

—Julieta, estás diciendo cualquier cosa, solo por provocar. Ustedes nacieron porque nosotros queríamos. Los queríamos y no nos estamos quejando en absoluto.

—¡Buá! –comentó Fran.

—Hasta Fran se da cuenta de que no nos querían tener.

—Pero, ¡¿qué estás diciendo, Juli?! –preguntó Graciela mirando alternativamente a su hija y a Federico–. ¿De dónde sacás esas ideas?

—No son ideas. Son sentimientos. ¿Ves? Por eso quiero ir a defender el aborto, para que no nazcan chicos a los que nadie quiere.

Federico y Graciela se miraron, mudos. ¿A qué venía todo esto?

—Juli… la marcha de mañana no es por eso –intentó Graciela.

—Sí, es para defender a las mujeres que no quieren tener hijos.

—Pero no así. No porque sí, Juli… –insistió Graciela–. Hay muchísimos motivos para un aborto. No es un capricho. No es solamente porque “no querés” al bebé…

—Es para que respeten nuestros derechos.

—Sí…

—Y ustedes no los están respetando porque no me van a dejar ir, ¿no?

—Bueno, todavía no lo … –empezó Graciela

—No. No te vamos a dejar ir. ¿Contenta? –dijo Federico–. Ahora podés hacer una marcha en el pasillo porque avasallamos tus derechos y te hicimos nacer contra tu voluntad.

Julieta se levantó empujando la silla y corrió a su cuarto. Escucharon un portazo.

—Se te fue la mano –dijo Graciela.

—Alguien le tiene que poner un límite.

—Y alguien la tiene que escuchar, también.

—Creo que me voy a jugar al Minecraft –comentó Fran y también él dejó la mesa.

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?