Tocado y transformado

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Tocado y transformado
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Agradecimientos

Estoy muy agradecida al Señor por las señoras que asistieron a los estudios de mujeres que dieron origen a este libro, por su entusiasmo y por el apoyo y el ánimo que me dieron para presentar este material en este formato.

Estoy muy agradecida al Señor por Jacob, por toda la enseñanza que he recibido de su vida, por poder identificarme con algunas de las experiencias que él tuvo y ver que no soy ni la primera ni la última que ha pasado por estas cosas, y por la esperanza que he recibido al ver el desenlace de su vida: cómo Dios lo usó todo para bien en su caso igual que lo hará en el mío y en el de todos los que ponen su confianza en el Dios de Jacob.

Estoy muy agradecida, como siempre, a mi marido que ha tenido la paciencia de leer y corregir todo mi trabajo. También por todo lo que he aprendido de él en cuanto a cómo estudiar la Biblia y comprenderla. Él es un estudiante admirable de la Palabra, se maravilla del genio del Dios que ha escrito un Libro tan brillante, tan bien organizado, tan relevante y tan completo, con todo lo que necesitamos para vivir una vida piadosa en medio de esta generación maligna y perversa donde hemos de brillar como luminares en un mundo oscuro, y en el cual la mayoría de los padres tenemos que pasar por las mismas experiencias que tuvo Jacob con sus hijos. Toda la luz y la iluminación vendrán del Espíritu Santo para que al final podamos ser de buen testimonio, como lo fue Jacob en su generación, y como lo sigue siendo a través de las páginas de la Palabra de Dios. Toda la gloria para el Dios que puede convertir a un Jacob en un Israel, al hombre o la mujer que lucha con el Señor en un príncipe o una princesa de Dios. Siempre es una lucha llegar a conocer a Dios; y si ganamos, el premio es la vida eterna.

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margaritaburt@telefonica.net

Publicaciones Timoteo

Alts Forns nº 68, Sót. 1º

08038 Barcelona

editorial@publicacionesandamio.com

Tocado y Transformado

© 2015 Margarita Burt

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización por escrito del editor.

Diseñado por: Sr. y Sra. Wilson

Depósito Legal: B. 3386-2015

ISBN: 978-84-18961-39-7

Maquetación ebook: Sonia Martínez

© Publicaciones Timoteo 2015

1ª Edición Febrero 2015

ÍNDICE

Introducción

Primera parte: tocado y transformado. La vida de Jacob

1. El Dios de Jacob

2. Jacob

3. Su nacimiento especial

4. Jacob usa el engaño para conseguir la bendición

5. La bendición

6. Jacob huye

7. Jacob en Bet-el

8. Más cerca, oh Dios, de ti

9. Jacob conoce a Raquel

10. ¡Dos esposas!

11. Lea

12. Dios sigue tratando el carácter de Jacob

13. Jacob en el Nuevo Testamento

14. Jacob huye de Labán

15. Votos

16. Preparación para la conversión

17. La conversión marca un antes y un después

18. “Y esto erais algunos”

19. Un antes y un después

20. Solo con Dios

21. ¿Por qué tanta lucha?

22. ¡No puedo controlar a Dios!

23. Su cercanía en la lucha

24. Tocado para conocerle

25. Ser tocado por Cristo

26. Un nuevo día

27. Dina, hija de Jacob

28. Cómo hacer que nuestra influencia marcada por Dios desaparezca

29. Jacob sacado del apuro

30. Jacob, poniendo orden en su familia

31. Jacob de vuelta a Bet-el

32. Tu impulso para volver a Bet-el

33. El Espíritu Santo interpreta Peniel y Bet-el

34. Después de Bet-el

35. Raquel e Israel

36. Los años maduros de Jacob

37. Judá,hijo de Jacob

38. Judá

39. Dolorosa santificación (1)

40. Años aparentemente estériles

41. Culpa y convicción de pecado

42. Los hijos de Jacob llegan al arrepentimiento

43. La salvación de Judá

44. La angustia de la incertidumbre

45. Jacob sale para Egipto

46. Peregrinos

47. Las promesas de Dios a Jacob

48. La espera galardonada

49 .Rechazados por el mundo

50. Jacob ante faraón

51. El mundo no es mi hogar

52. Jacob se despide de José

53. Los nietos de Dios

54. Jacob profetiza

55. Jacob muere

56. El entierro de Jacob

57. Nuestras posesiones en este mundo: Una tumba

58. Posteriores relaciones entre hermanos

59. Jacob, ejemplo de los que mueren con fe

60. Una ciudad justa

61. Conclusión (1)

Segunda parte: la vida de f

1. La fe y la larga espera

2. Los huesos de José

3. El ataúd de José

4. Morir con esperanza

5. La vida de fe

6. Enoc

 

7. La vida de fe de la madre de David

8. Mum

9. Mujeres de fe

10. “Obtuvieron promesas”

11. La fe y los enigmas de la vida

12. Muchas manifestaciones variadas de la fe

13. ¿Decepcionados?

14. Tu actitud hacia lo que Dios te ha prometido

15. Una fe vencedora

16. Salvos y probados

17. Conclusión (2)

Otros libros de la autora

INTRODUCCIÓN (¡QUE NO SE DEBE SALTAR!)

TÚ ERES JACOB

La historia de Jacob es tu historia. En cambio, la historia de José es la de Jesús, el perfecto, el que fue el favorito de su Padre, obediente hasta la muerte, rechazado por sus hermanos, traicionado, vendido, hecho esclavo, acusado falsamente, encarcelado, reivindicado, exaltado y puesto en el lugar de autoridad, desde donde perdonó a sus hermanos y los sostuvo por pura gracia. Fue Jesús quien pudo decir supremamente: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gn. 50:20); “porque convenía que aquel que habiendo de llevar a muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (He. 2:10); “y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (He. 5: 9). Jesús, “siendo en forma de Dios… se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:6-11). Fue humillado y exaltado; esta es la historia de José, y la de Jesús.

No es así la historia de Jacob. Jacob fue el imperfecto, el engañador, un hombre con una asombrosa mezcla de carnalidad y espiritualidad, que quería ante todo la bendición de Dios, pero la procuraba por medios carnales. ¡Pecaba para ser bendecido! Al igual que él, usamos la espiritualidad para nuestros fines y la carnalidad para servir a Dios. Queremos ser espirituales a nuestra manera, con nuestro “yo” como factor predominante. No queremos renunciar a nuestra voluntad. No doblegamos nuestro orgullo. Regateamos con Dios. Le ponemos las condiciones para que Él sea nuestro Dios. Si nos consiente lo que pedimos, ¡le concederemos el honor de ser nuestro Dios!

También nos llevamos mal con el hermano. Deseamos obtener ascendencia sobre él y estamos dispuestos a usar los métodos engañosos a nuestro alcance para conseguirla. Le tenemos envidia. Queremos ser más bendecidos, más ricos y más queridos que él. Le ofendemos, lo sacamos de su lugar para ocuparlo nosotros. Deseamos servir a Dios pero, como el hermano nos estorba, lo quitamos de en medio.

Todos somos Jacob, tenemos una increíble mezcla de espiritualidad y carnalidad. Deseamos la bendición de Dios, pero no queremos renunciar a nuestro pecado para tenerla. Hacemos nuestra voluntad y pedimos que Dios la bendiga. La historia de su vida es la historia de la nuestra, de cómo Dios busca al pecador y lo convierte en santo.

Al igual que Jacob, nuestro problema es el engaño. No andamos en la perfecta luz de Dios. Necesitamos experimentar la convicción de nuestro pecado y la salvación. Un día, Dios nos sale al encuentro: las consecuencias de lo que hemos hecho nos alcanzan, cosechamos lo que hemos sembrado y nos encontrarnos cara a cara con la muerte, con nosotros mismos y con Dios. Entramos en lucha con Dios y, finalmente, somos quebrantados por el toque sobrenatural de Dios y nos rendimos. Desde aquel momento nuestra vida cambia.

Así es la conversión, un encuentro verdadero con el Dios vivo y con las consecuencias de nuestro pecado, encuentro en el cual Dios nos salva y nacemos de nuevo. Es entonces cuando Dios realmente llega a ser nuestro Dios y nosotros sus hijos y herederos. Implica el quebrantamiento y la rendición de nuestra voluntad para ser sus obedientes y humildes siervos. Produce un cambio en nuestro caminar caracterizado por nuestra dependencia de Dios, la reconciliación con el hermano ofendido y la adoración y el reconocimiento de Dios como nuestro Dios. Dios nos da un nuevo nombre escrito en el Libro de la Vida, nombre que se corresponde con esta nueva persona que somos en Cristo. De su parte recibimos “la bendición”, la bendición que Jacob robó a su hermano. ¡Cuando lo hizo, poco sabía que para poder tenerla tendría que ser quebrantado y convertido!, pero Dios sí lo sabía y en su amor y misericordia lo condujo al lugar donde se encontraría cara a cara con Él y sería librada su alma. La transformación es radical. El nuevo hombre no tiene nada que ver con el anterior. Jacob el engañador se ha convertido en Israel, el embustero en “un verdadero israelita en quien no hay engaño” (Jn. 1:47). Ha encontrado “la casa de Dios y la puerta del cielo”. Este es el mismo viaje espiritual que hemos de realizar nosotros para heredar la Tierra que Dios prometió a Abraham y sus descendientes, la Jerusalén de arriba, la verdadera Tierra Prometida.

La historia de Jacob es la nuestra. Necesitamos un encuentro personal con Dios: su toque, su quebrantamiento, la confesión de nuestro viejo nombre, es decir, de lo que somos en la carne, y el perdón de Dios por la muerte de Cristo, nuestro substituto. Entonces Dios nos limpia, nos perdona, nos acepta como sus hijos, nos transforma y nos da un nuevo nombre. Le adoramos como nuestro Dios. Empezamos un nuevo caminar con Él. Recibimos sus promesas de forma muy particular y entramos en la vida de bendición. Pasamos el resto de nuestra vida alabando a Dios y bendiciendo al prójimo.

En estas meditaciones sobre la vida de Jacob tocaremos todos estos temas, nos veremos reflejados en el trato de Dios hacia nuestro hermano, veremos la maravillosa gracia de Dios en acción. Al igual que en el caso del Jacob anciano, nuestro corazón no está en Egipto, sino en Canaán. Este mundo no es nuestro hogar. Nuestro corazón está en la tierra de la promesa, donde viviremos eternamente. Y nuestra única posesión en este mundo es una tumba. Somos destinados a la gloria.

Somos el nuevo Israel en Cristo Jesús, herederos de todas las promesas dadas a los patriarcas, descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, tan terrenales como un grano de arena que está a la orilla del mar, y tan gloriosos como una estrella del cielo (Gn. 22:17). A nosotros nos es prometido el reino donde comeremos y beberemos con Abraham, Isaac y Jacob como sus descendientes espirituales. Allí conoceremos y veremos ¡al Jacob glorificado!, y alabaremos a Dios por su magnífica obra realizada por la preciosa Sangre de Jesús y por el poder transformador del Espíritu Santo, para la eterna alabanza de la gracia de Dios.

Espero que llegues a amar a este Jacob, a maravillarte con el Dios de Israel, y que te goces juntamente con él como heredero de las mismas promesas. Que su Dios, el Dios de Israel, te bendiga al meditar en la vida de este santo.

PRIMERA PARTE:

TOCADO Y TRANSFORMADO.

LA VIDA DE JACOB

1

EL DIOS DE JACOB

“Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,

cuya esperanza está en Jehová su Dios”

Salmo 146:5

“Bienaventurado (feliz) aquel cuya esperanza está en Jehová su Dios”. Nuestra esperanza está puesta no en lo que Dios haga o deje de hacer, sino en Dios mismo. Los hombres acuden a los adivinos para saber lo que el futuro les depara, para esperar en ello; nuestra esperanza está en Dios, no en el futuro que pensamos que nos dará. Dios decidirá qué hacer. La esperanza está puesta en su Persona, su plan perfecto, su sabiduría, su poder, su amor, su identificación con nuestra situación, su presencia en medio de ella, y en sus buenos propósitos para nuestras vidas. Esperamos en Él, y Él hará.

“Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob”. ¿Quién es Jacob? Es el hijo de Isaac que engañó a su hermano y huyó a casa de su tío Labán. Era tramposo, embustero, ladrón y engañador. ¿Cómo es el Dios de Jacob? Para contestar adecuadamente a esta pregunta es necesario hacer un estudio de su vida (Gn. 25-50), porque el trato de Dios con él revela muchas cosas acerca de Dios que no conoceríamos de otra manera. Dios ha escogido revelarse en términos de cómo se relaciona con los hombres. Es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Por su trato con Jacob vemos que es el Dios del pacto quien visita a los hijos de padres creyentes; no los deja en paz hasta que no se rindan a Él, y luego los conduce a casa. Es el Dios que quebranta para bendecir. Es el Dios que nos sorprende. Al final de la vida de Jacob, Dios tenía una sorpresa reservada para él que superaba cualquier cosa que pudiera haber pedido: ¡Su hijo, José, por quien había llorado tantos años, estaba vivo y gobernando el país de Egipto! Es el Dios que convierte lágrimas en gozo. Después del quebrantamiento viene una bendición mayor que cualquier milagro que podamos estar esperando. Al final de su vida, Jacob el creyente bendice a sus hijos y les transmite la bendición de Dios. El Dios de Jacob es el Dios que bendice a generaciones futuras, a los hijos de los hijos de sus hijos.

Nuestra esperanza está en este Dios, el Dios de Jacob, tal como se reveló a él. Él es nuestro ayudador y, así como ayudó a Jacob, nos ayudará a nosotros. En tiempos de lágrimas, en tiempos de sorpresas milagrosas y en tiempos normales, es el Dios que usará todo ello para revelarse a generaciones futuras como el Dios de Margarita, o el Dios de Pepita, o el Dios de Paco. Es el Dios de penas y milagros, obrando en todo para revelarse a un mundo que lo necesita.

2

JACOB

“En cuanto a la elección de Dios, son amados por causa

de los padres, porque los dones y el llamamiento

de Dios son irrevocables”

Ro. 11:28-29

De la misma manera que José es un tipo de Cristo, Jacob es un tipo de todo creyente. En el trato que tuvo Dios con él, reconocemos cómo trata Dios con nosotros.

Este hombre nació luchando; ¡era competitivo desde antes de nacer! Quería la preeminencia sobre su hermano, conflicto que iba a marcar toda su vida. De mayor siguió siendo una persona que luchaba por lo que le interesaba. Era ambicioso, engañador, tramposo y deshonesto; pero, a la vez, tenía hambre y sed de Dios. Era carnal y espiritual, las dos cosas. Temía a Dios, pero engañó a su padre y robó a su hermano. Es un ejemplo de la lucha que describe el apóstol Pablo entre la carne y el espíritu: “Veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:23-24).

Jacob quería la bendición de Dios, pero empleaba métodos carnales para conseguirla, como algunos creyentes de hoy que quieren servir a Dios pero usan métodos carnales para hacerlo. Quieren servir en la alabanza, por ejemplo, y quitan de en medio a otros para ocupar su puesto. Quieren servir en la escuela dominical y no dejan que nadie más toque su terreno. Hacen la limpieza y dimiten si no pueden hacerla a su manera. Organizan una salida y, si no pueden tener todo el control del evento, montan un número. Estos generan conflictos. No se someten a la autoridad de la iglesia. Quieren protagonismo y ministerio a la vez, sin entender la relación entre la humildad y el servicio. ¿Qué les pasa? Lo mismo que nos pasa a todos: ¡Queremos la bendición de Dios sin la muerte de la carne!

La vida de Jacob muestra cómo Dios lleva a un hombre carnal, hijo de creyentes, hasta el límite de sí mismo. Tales personas no son aceptables a Dios en su carne, pero Dios no puede abandonarlas a su carnalidad, porque son destinatarias del reino por la fe de sus padres (Ro. 11:28). La historia de Jacob es la historia de alguien a quien Dios eligió para formar parte de su familia, e ilustra cómo obró Dios en su vida para ponerlo en condiciones de conseguirlo. Tuvo que experimentar el resultado de toda su carnalidad, pero esto en sí no era suficiente. Una persona puede verse en la miseria a causa de sus propias decisiones procedentes de una personalidad carnal, egoísta, deshonesta, engañadora y mentirosa, como en el caso de Jacob, estar a punto de perder la vida por su propia culpa a mano de los enemigos que ha conseguido por su carácter retorcido, ¡y todavía no rendirse a Dios! ¿Qué más hace falta para quebrantarse? El toque personal de Dios.

 

Y esto es lo que tenemos ilustrado tan gráficamente en la vida de Jacob. Jacob es como nosotros, y su historia es la nuestra. Es la persona a la que Dios pretende salvar. Con Jacob, Dios nos muestra cómo lo hace. La historia de Jacob es la historia de la fidelidad y misericordia de Dios en la vida de alguien a quien va a recibir como hijo.

3

SU NACIMIENTO ESPECIAL

“Estos son los descendientes de Isaac hijo de Abraham:

Abraham engendró a Isaac, y era Isaac de cuarenta años

cuando tomó por mujer a Rebeca”

Gn. 25:19

La Biblia está llena de nacimientos especiales: los de Isaac, Jacob, Sansón, Samuel, Juan el Bautista y, por supuesto, el Señor Jesús. Notemos que tanto Isaac como Jacob nacieron por una intervención directa de Dios. La sagrada línea que iba a dar nacimiento al Mesías se habría truncado desde sus inicios con el mismo Abraham si Dios no hubiese concedido hijos de manera sobrenatural tanto a él como a Isaac.

Isaac y Rebeca llevaban veinte años casados y no tenían descendencia: “Y oró Isaac por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer. Y los hijos luchaban dentro de ella” (Gn. 25:21-22). Dio a luz gemelos: Esaú y Jacob. Estos niños nacieron por un acto soberano de Dios acompañado de una profecía: “Dos naciones hay en tu seno, y los pueblos serán divididos desde tus entrañas; un pueblo será más fuerte que el otro y el mayor servirá al menor” (v. 23). Las dos naciones que resultaron de esta oración fueron los judíos y los edomitas. Desde tiempos de los Reyes, la relación entre Israel y Edom fue de hostilidad continua. Los profetas pronunciaron palabras duras contra Edom por su participación y regocijo en la destrucción de Jerusalén por parte de los babilonios (ver Is. 34:5-15; Jer. 49:7-22; Lm. 4:21-22).

Los dos hermanos eran muy diferentes. Cada uno vino con su temperamento y sus gustos propios. “Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas” (v. 27). Eran muy dispares, y cada uno fue el favorito de uno de sus padres. Isaac tuvo preferencia por Esaú y Rebeca prefirió a Jacob. Con los favoritismos entran los celos, la rivalidad, el engaño, la mentira, el odio y el deseo de matar: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos ente vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar. Combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:1-2).

El primer incidente narrado en la vida de Jacob fue cuando éste aprovechó con astucia la mundanalidad y el materialismo de su hermano para quitarle la primogenitura. En este incidente vemos cómo era cada uno: Jacob listo y egoísta, y Esaú carnal. Éste valoraba más la satisfacción inmediata de sus apetitos físicos que la herencia a largo plazo. Es como la persona de este mundo que elige el placer de la carne ahora a expensas de su herencia eterna. La espiritualidad siempre tiene la vista puesta en el más allá, mientas que la persona de este mundo prefiere la satisfacción de sus deseos aquí y ahora. “Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura” (v. 34). Enormemente triste. El pecado no consiste en comer un plato de lentejas, sino en no valorar la vida eterna. Las lentejas eran visibles, sabrosas y apetecibles, mientras que la primogenitura era invisible, intangible y lejana. Vivir por lo visible es no vivir por fe. Del creyente se dice: “Se sostuvo como viendo al Invisible” (He. 11:27). Así, Esaú llega a ser el prototipo del hijo de este mundo; mientras que Jacob, aunque lejos de ser perfecto, lo es del creyente.