Más allá de las caracolas

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

—Nina… Si yo tuviese tu edad, tendría algo más que ofrecerte. Más tiempo para estar junto a ti, más tiempo para amarnos, para compartir la vida. Pero con estos años de diferencia, aunque yo ahora aún esté físicamente bien, los años pasan. Supongamos que dentro de quince años seguimos juntas. Yo seré una anciana, tú aún serás diecisiete años más joven y te habrás convertido en mi cuidadora. Yo no quiero eso para ti, porque si eso no me importase estaría demostrando un gran egoísmo pensando solo en mi felicidad, no en la tuya. O sencillamente, con esos años de diferencia, llegará un momento en el que habrás dejado de amarme y yo sufriré por ello. ¿Entiendes ahora mis conflictos, por qué he intentado resistirme a sentir lo que siento y por qué no puedo disfrutar plenamente de esta felicidad que experimento junto a ti? Me he dejado vencer por los sentimientos que me desbordan, porque ante ti no consigo tener control, pero eso no hará desaparecer esos años de diferencia —finalicé con tristeza.



Nina me había escuchado en silencio, dejándome hablar. Cuando terminé me miró con ternura, se inclinó sobre mí, me besó de nuevo y comenzó a acariciarme.



—Vale, he escuchado a los fantasmas asustados que has permitido que ocupen tu mente. Ahora escúchame a mí. Para empezar, no debemos hacer proyecciones de futuro, porque no sabemos si mañana o dentro de unos minutos estaremos vivas. Imagínate por un momento que dentro de unos segundos hay un seísmo y esta cueva se hunde en el océano con nosotras dentro. ¿Te arrepentirías de lo que acabamos de hacer? ¿Te arrepentirías de haberme amado?



—No, por supuesto que no —respondí besándola—, pero no es eso…



—Bien, me has argumentado tus miedos. Ahora te diré yo por qué no me importan en absoluto esos diecisiete años. Es más, adoro esa diferencia porque contemplo de otra manera el río de la vida. Es muy probable que si la diferencia entre nuestros nacimientos fuese otra, no exactamente esta, ni siquiera nos hubiéramos conocido. Para llegar a encontrarnos ha sido necesario un cúmulo de circunstancias que se han ido desarrollando en nuestras vidas, en una especie de sincronía que, finalmente, nos ha unido en el tiempo y en el espacio. Tener la edad que tienes ha hecho posible que te jubilases y, con ello, que pudieses hacer un viaje que hasta entonces no habías podido llevar a cabo. Pero, además, si hubieses nacido más tarde y hubieses hecho este mismo viaje es muy improbable que se hubieran dado las mismas circunstancias que te llevaron a la aldea. Pero aún voy más allá —continuó tras una pausa—. Aunque se hubieran dado, aunque tú, siendo más joven, hubieras recalado en este punto, estate completamente segura de que habría sido un lugar más, pero no habrías sentido esa llamada, ese imperativo deseo de cambiar tu vida y venirte a vivir aquí. Y aunque tú y yo nos hubiésemos encontrado, habría sido indiferente para ambas porque no era nuestro momento. Porque para que eso haya sido posible ha sido necesario que tú hayas vivido tu vida, con todas tus particularidades y tu edad como un detalle más. Todas esas circunstancias te han hecho evolucionar y llegar a un punto, vamos a llamarlo vibratorio, que nos ha permitido conectar, porque en el momento de nuestro encuentro ambas nos movíamos en una frecuencia energética similar o en la misma frecuencia de comunicación profunda, esa que apenas necesita palabras.



Al llegar a este punto, me eché a reír.



—Pues ya vas casi por el sexto folio del discurso.



Nina respondió con una carcajada.



—La culpa es tuya. Ya sabía yo que me ibas a dar trabajo. Lo que te estoy diciendo en tu interior ya lo sabes, pero como te empeñas en seguir albergando esos temores, tendré que intentar ayudarte para que definitivamente los expulses y empieces a sentir la vida y disfrutar de tus sentimientos.



—Vale, sigue ilustrándome —dije riéndome mientras comenzaba a acariciar sus pechos.



Nina se estremeció y me dirigió una mirada burlona.



—¡Juguetona…! Déjame terminar —dijo besándome de nuevo—. Por ese motivo, no solo me importa un comino tu edad, sino que la bendigo, porque si fueses más joven no estaríamos aquí ahora y no estaría sintiendo tus caricias, que me están poniendo otra vez a cien.



—Hummm… ¿De verdad? —pregunté riéndome, pero sin dejar de acariciarla—. ¿Y qué pasará cuando dentro de quince años ni siquiera pueda acariciarte porque a lo mejor tengo artrosis?



Nina soltó una sonora carcajada a la vez que me miraba divertida.



—¿Quieres decir que en función de tu posible artrosis futura vas a renunciar a un montón de maravillosos años de amor juntas? Pues te aseguro que yo no voy a renunciar ni a un segundo. —Hizo una pausa y me dirigió una mirada burlona acompañada de esa sonrisa seductora que me volvía loca. A continuación me besó, se acercó a mi oído y me susurró—: ¿Vas a renunciar tú?



—¿Tú qué crees? —le pregunté riéndome mientras reanudaba mis caricias sobre su espalda y la sentí estremecerse de nuevo.



Volvimos a entrelazar nuestros cuerpos como amantes insaciables… hasta que por los agujeros de la parte superior de la pared vimos que había anochecido.



—Pasaremos la noche aquí, ¿no? Porque no pienso despegarme de ti —pregunté a Nina.



—Por supuesto —respondió riéndose. Yo tampoco quiero que te despegues.



—¡Oh! ¡Vaya! —exclamé mientras recordé y mencioné a Tao y Greta—. Sus paseos no me preocupan, pues salen al jardín por la gatera, pero se van a quedar sin cenar.



—No —respondió Nina—. Estate tranquila, Amanda se encargará de atenderlos.



—¡Vaya! Piensas en todo.



—¡Claro! No iba a permitir ninguna distracción después de tres días sin vernos.



Recordé aquellos tres días, la mentira de Lucía, la llegada de la barca con Nina…



—¿Me contarás dónde has estado?



—Sí, claro que te lo contaré, pero no ahora porque, hablando de comida, tendremos que cenar algo. ¿Te apetece?



—Sí, claro. La verdad es que tengo hambre… Me has abierto el apetito.



Se levantó y cogió una mochila que estaba al lado de una de las piedras. Nos tapamos con las mantas y compartimos queso, pan y fiambres. Para terminar, Nina me miró y dijo:



—Otra sorpresita que sé que te va a encantar.



Se dirigió a una piedra plana, inclinada sobre otras tres dispuestas en un cuadrado abierto por el lado que daba hacia nosotras, y la retiró. Entonces vi restos de un fuego y varios palos preparados para encenderlo de nuevo. Trajo varios leños de un rincón y prendió una pequeña y encantadora fogata, donde calentó agua para una infusión que agradecí, pues hacía un poco de frío. Sacó de una caja de madera dos sacos de dormir, que por medio de las cremalleras convertimos en uno y nos metimos dentro.



—Estoy asombrada y fascinada —dije mientras me abrazaba a ella—. Vaya rincón que habéis preparado. Me están dando ganas de quedarme a vivir aquí.



—Sabía que te gustaría —respondió abrazándose también a mí.



A pesar de lo feliz y relajada que me sentía, no podía dormir. Contemplé el techo de la gruta, débilmente iluminado por la luz del fuego, así como las figuras que el movimiento de las llamas y las sombras dibujaban sobre las rocas, e intenté imaginar a nuestros antepasados viviendo en las cuevas prehistóricas y la importancia que tuvo que tener para ellos el descubrimiento del fuego. Después repasé todos los acontecimientos de aquel día y miré a Nina, que dormía plácidamente con su cabeza apoyada en mi hombro, su pierna sobre la mía y abrazada a mi cintura. Contemplé su cara y otra vez la emoción asomó a mis ojos. No podía creer que la tuviese allí, entre mis brazos. No podía creer que ella me amase. Pensé que quizás era un deseo pasajero. Volví a mirarla… No, estaba segura de que no era pasajero, porque después de nuestros momentos de fogosidad y locura pasional había comprobado su ternura y había sentido que estábamos unidas por algo más que el deseo. Sentía en mi interior algo que no acertaba a definir, una especie de extraña energía que me unía a ella, como un invisible cordón umbilical que iba mucho más allá del ansia sexual. La besé suavemente en los labios para no despertarla. Al poco rato debí de quedarme dormida.



Cuando desperté estaba de espaldas a Nina, quien abrazaba mi cintura con uno de sus brazos. Aún somnolienta, sentí que acariciaba y besaba mi hombro. Me volví. Me miraba sonriente.



—Buenos días, bella durmiente.



—Buenos días —respondí abrazándome a ella—. ¿Qué tal has dormido?



—Muy bien, como un bebé. Así que diecisiete años más… Anoche me dejaste exhausta —comentó riéndose.



—¿Y cómo crees que me dejaste a mí? —respondí riéndome también.



—Te amo —musitó en mi oído.



—Hummm… Me apunto a este despertar todas las mañanas. —Querrás decir al mediodía.



Miré mi reloj. Era la una del mediodía. Me costaba trabajo dejar de abrazarla, pero tenía que levantarme. Me fui derecha a la cascada para espabilarme del todo. El agua estaba casi helada, lo que me hizo volver rápidamente al estanque, donde me zambullí dejándome abrazar por una calidez agradable. Vi que Nina se dirigía también a la cascada y a continuación se unió a mí en el estanque. Nadamos un poco y nos sentamos en la rampa. Nina abrazó mi cintura y yo apoyé mi cabeza en su hombro. Tras unos minutos, me preguntó:



—¿Quieres que pasemos aquí otra noche o prefieres que regresemos?



—Me encantaría quedarme otra noche, pero creo que será mejor que volvamos.



—¿Lo dices por mi madre y tus perros?



—Sí, no debemos abusar de Amanda y Lucía.



—No, no te preocupes en absoluto por eso. Ellas lo hacen muy gustosas. En realidad, no nos esperan hasta mañana.



—¿Ah, sí? Entonces ¿para qué me preguntas?

 



—A lo mejor no te apetecía… Tenía que preguntar.



—¿Me estás tomando el pelo? —inquirí con sorna.



—No —respondió intentando contener la risa—. Es que soy muy respetuosa con eso de la edad. Es posible que estés cansada y no quiero empeorar tu artrosis.



—¿Otra vez jugueteando conmigo? —repliqué soltando una carcajada a la vez que, tumbándola sobre la rampa, comencé a besarla y acariciarla.



Nina, riéndose conmigo, me abrazó y empezó también a acariciar mi espalda. La miré.



—Eres preciosa. ¿Sabes que estoy loca por ti?



—Claro, era eso… Ya había notado yo algo raro.



Tras su frase, continuó acariciando mi espalda y, colocando una de sus piernas entre las mías, me abrazó con fuerza y me dio la vuelta hasta situarme debajo de ella. Me miró, besó mi boca, después mi cuello para susurrarme al oído:



—No quiero que estés loca por mí, quiero que me ames como yo a ti, profundamente y sin miedos. Quiero que seas feliz.



A continuación consiguió encender de nuevo mi fuego hasta hacer estallar mi pasión a la vez que la suya, igual que la tarde anterior.



—Nina, no puedo ser más feliz. Te amo profundamente, y ese «estoy loca por ti» que te he dicho antes es lo que ha conseguido que asuma y acepte mis sentimientos. ¿Habrá sido tu discurso? —pregunté riéndome—. Te aseguro que no tengo ninguna intención de recuperar mis miedos. Quiero empezar este viaje contigo sin ninguna meta. Solo ir sintiendo la vida a tu lado, intentando también hacerte feliz.



—Ya lo soy. Soy muy feliz contigo. Te amo y ahora estoy segura de que has vencido tus dudas. Por cierto, te diré que estas aguas tienen propiedades curativas para casos de reumatismo, así que no te preocupes, porque vendremos de vez en cuando a bañarnos aquí. —Me dirigió una mirada burlona, soltó una carcajada y antes de que pudiese reaccionar se levantó y se dirigió a la fogata, que había encendido nada más levantarse.



Fui tras ella, cogí una toalla y comencé a secarle la espalda, aunque no fue más que una disculpa para volver a abrazarla, acariciar sus senos y besarla en el cuello. Me encantaba su cuello. Nina se volvió sonriendo y me besó en la boca.



—Será mejor que nos vistamos o nos vamos a quedar heladas. Ya te desnudaré después.



—¿Es una promesa? —pregunté mientras terminaba de secarme y empezaba a vestirme.



Nos preparamos una ensalada con los ingredientes que Nina fue sacando de la mochila y nos sentamos a comer. Después tomamos una infusión de hierbas, echamos otro par de troncos al fuego y nos recostamos en los cojines tapadas con una de las mantas. La somnolencia nos fue venciendo y abrazadas nos quedamos dormidas casi dos horas. Cuando despertamos avivamos la fogata, pues hacía un poco de frío. Volvimos a arrebujarnos entre los cojines con las mantas. Entre beso y beso, pregunté:



—¿Cómo descubristeis este lugar?



—No sé cuándo lo descubrieron. Yo lo conozco desde siempre. Solo sé que nuestros padres lo conocían, que nuestros abuelos y bisabuelos lo conocían, pero no sé exactamente qué antecesores de nuestro árbol genealógico dieron con esta cueva. Quizás nadie la descubrió. Quizás vivían aquí. Quizás nacieron aquí. Quizás se refugiaron aquí huyendo de algo. Quizás salieron del mar. Quizás nadie descubrió la gruta, sino que sus habitantes descubrieron el exterior y fundaron la aldea.



—Demasiados quizás —respondí mirándola con interés—. ¿Nunca has investigado o intentado averiguar cuál de esos quizás es la respuesta? ¿O quizás tú ya la conoces? —pregunté de nuevo, volviendo su cara hacia mí.



Nina me dirigió una de sus profundas miradas y sonrió, pero no respondió. No quise insistir. Había entendido lo de los tiempos, pero la abracé con fuerza. Entonces tomó mi cara entre sus manos y mirándome a los ojos añadió enigmáticamente:



—Es posible que la respuesta esté en uno o varios de los quizás. Es posible que sea un poquito de cada cosa.



—Eres especialista en excitarme y ahora estás excitando mi curiosidad.



—Sé paciente. Hay que subir los peldaños de uno en uno. Antes de responder a tu curiosidad sobre todo lo concerniente a esta gruta, debes aprender otras cuestiones. Pero prepárate, porque tendrás que tomártelo muy en serio. Y no va a ser fácil.



—¿Te refieres a lo que tú llamas el camino?



—Sí, pero quiero que si lo inicias sea con total libertad y porque realmente deseas hacerlo. No debes permitir que nada ni nadie interfiera en tu libre decisión. Debes meditarlo muy profundamente y dejarte guiar por tu corazón.



—Prometo tomármelo muy en serio, porque sé que lo es. También sé que no va resultarme fácil y no sé si tendré la capacidad, la paciencia y la disciplina que intuyo que son necesarias para llegar a la meta.



—No te pongas metas, mi cielo. No hay metas. Solo hay evolución, transformación… Imagina a un viajero que quiere llegar a un lugar determinado que desea conocer. Puede hacer dos cosas, viajar lo más rápido que pueda con la obsesión de llegar cuanto antes, sin poner atención en nada más, o viajar con serenidad y con la mente despierta para aprender y disfrutar de cada etapa del viaje. En el primer caso, solo importa la meta. En el segundo, lo importante es el viaje. Me gustaría que tú hicieras el viaje.



—¿Crees de verdad que puedo ser ese tipo de viajera?



—Estoy completamente segura. Lo supe el mismo día que te conocí. Tienes capacidad para ello. Estás en la escala vibratoria correcta para iniciar ese camino, pero la paciencia y la disciplina tendrás que trabajarlas mucho. Tienes que aprender a ser paciente. La luz solo llega cuando amanece. La impaciencia puede llevarte a la dispersión. He observado que tienes una curiosidad innata, que en sí misma es muy positiva, pero siempre que la controles y no te desborde. Si te interesan muchas cosas, puede ser que te impacientes y esa impaciencia puede lograr que te cueste concentrar tu energía en un solo objetivo y te disperses, con lo cual estarías desperdiciando tu fuerza y tu eficacia.



En ese momento la miré totalmente alucinada, porque acababa de hacer la radiografía de uno de los fallos que durante toda mi vida me habían acompañado. Me recordaba empezando multitud de cosas que abandonaba no tardando mucho porque en el horizonte de mi curiosidad había aparecido otra cuestión que despertaba también mi interés. Así, siempre había ido saltando de un tema a otro sin conseguir profundizar del todo en ninguno. Nunca había conseguido ser maestra de casi nada, pero, eso sí, siempre había sido aprendiz de todo. Por eso volví a mirarla asombrada.



Nina se dio cuenta, interrumpió su razonamiento y me interrogó con la mirada.



—Pero ¿cómo puedes saber eso de mí? Hay veces que me asustas un poco.



Se echó a reír y acarició mi rostro.



—No es que lo sepa, pero me he dado cuenta de que eres un poco impaciente y sé que la impaciencia no es buena si quieres comenzar el camino de la evolución espiritual.



Fui consciente de que, en cuestión de psicología, Nina era una experta. Le di las gracias por su advertencia y me abracé a ella de nuevo. Así permanecimos durante mucho tiempo, disfrutando del silencio que nos envolvía, solamente roto por el leve sonido de la pequeña cascada, y viendo cómo la claridad, que entraba por los orificios de la roca, se iba diluyendo, permitiendo el regreso de las sombras producidas por la luz de la pequeña hoguera.



La verdad es que pasar la noche en aquella gruta imponía un poco. Cuando se acababa la luz del día, el resplandor del fuego o la tenue luminosidad de las velas parecían agrandar aquella caverna, dando la sensación en algunos momentos de que aquellas sombras adquirían vida propia y se movían entre las rocas. Creo que si hubiese estado sola no habría conseguido dormir ni un instante, y eso que no me considero una persona miedosa; pero pensar dónde me encontraba y, sobre todo, ser consciente de que había otras dos galerías que, en la oscuridad, más que ver, adivinaba y que aún no sabía adónde conducían lograba que me sintiese un pelín inquieta, lo que hizo que me abrazase más fuerte a Nina. Ella me miró sonriente.



—¿Tienes hambre? —preguntó.



—¿De qué tipo?



Nina me dedicó una mirada burlona y soltó una carcajada. Nos levantamos, echamos otro par de troncos al fuego y terminamos con el surtido de queso y fiambres.



—La próxima vez que vengamos hay que traer más leña, queda poca.



—¿Soléis venir mucho?



—De vez en cuando, sobre todo en invierno, pues el baño es mucho más agradable.



—Intuyo que no toda la aldea conoce esta gruta, ¿verdad?



—¿Por qué intuyes eso?



—Porque si yo descubro un entorno tan vulnerable como este, intentaría mantenerlo en secreto para protegerlo aunque con ello violentase en cierto modo la confianza y la hermandad que existe en la aldea.



—Sí, así es. Tuvieron que sopesar y meditar el dilema, pero nuestros antepasados decidieron que, por encima de todo, primaba la protección de este espacio. Así que, hace ya un montón de años, todos los habitantes de la aldea hicieron un juramento de silencio para salvaguardar este entorno. Y ese secreto se ha ido transmitiendo solamente a las personas que, según el Consejo de los Mayores, estaban lo suficientemente preparadas para seguir protegiendo este rincón de la naturaleza. En realidad, salvo los niños y adolescentes, el resto lo conoce y protege, aunque algunos venimos más que otros.



—Sí, lo entiendo. No quiero ni imaginarme cómo habría acabado todo esto si llega a oídos de algún empresario turístico sin escrúpulos que solo piensa en el beneficio. Habrían destrozado la costa y no sé qué hubiera sido de la aldea. Gracias por haber confiado en mí. Te aseguro que seré una guardiana más de esta maravilla. Y gracias también por esta sorpresa y por haberme regalado estos dos mágicos días.



Nina me miró sonriente, se levantó, se quitó la ropa y se dirigió al estanque:



—Ven, agradécemelo en el baño.



La seguí y nos zambullimos en el agua. Nadamos unos minutos y volvimos a tumbarnos en la rampa.



—¿Sigues teniendo hambre? —preguntó Nina con una sonrisa burlona e incitadora.



—¡Ah! Pensé que no quedaba más queso —respondí riéndome mientras comenzaba a juguetear con mis manos sobre su cuerpo y sentí las suyas sobre el mío. Cuando volvimos al amparo del fuego estábamos casi agotadas. Nos secamos, volvimos a añadir dos troncos, nos preparamos otro par de infusiones y nos metimos en los sacos.



—Nina, tengo un par de preguntitas antes de dormirnos —dije con voz un poco mimosa.



—¿Solo dos? Venga, pregunta.



—Antes has citado un Consejo de los Mayores. Nunca os he oído mencionarlo.



—Ya has visto que todo lo concerniente al día a día de la aldea o cualquier problema que surge se resuelve democráticamente en asamblea, y has comprobado también que la fraternidad está fuertemente arraigada. Pero hay algunas cuestiones delicadas, como, por ejemplo, lo concerniente a este entorno, que hay que tratarlas en otro ámbito, porque nuestra responsabilidad para salvaguardar ciertos asuntos prevalece por encima de cualquier otra consideración. Y es ahí donde son necesarios la actuación y el liderato del Consejo de los Mayores, las siete personas más ancianas de la aldea.



—Muy interesante. No conocía la existencia de ese Consejo. Supongo que, por la edad, tu madre es una de ellas.



—Sí, Yanira lo preside. ¿Quién crees que pidió al Consejo que permitiese que tú conocieses la gruta?



—¿Lo pidió tu madre? Pensé que lo habías decidido tú.



—Yo se lo sugerí, pero ella no lo habría pedido, por muy madre mía que sea, si no hubiese comprobado que eras digna de confianza.



—¿Y cómo ha podido saberlo? Tampoco hemos hablado mucho.



—Hummm… Con Yanira… prácticamente no necesitas hablar.



—¡Vaya! Ya sé de quién eres alumna aventajada. Al final vais a hacerme sentir como una bacteria a la que analizáis por el microscopio. —Solté una carcajada mientras le hacía la segunda pregunta—: He visto el comienzo de otras dos galerías en esa pared de enfrente. ¿Adónde llevan?



Nina sonrió, pero se quedó callada. Yo respeté su silencio. Ella acarició mi mejilla.



—Las dos desembocan en otra serie de grutas similares a esta. Algún día haremos también esa excursión.



Entendí claramente su respuesta. El conocimiento de aquellas otras grutas pertenecía a otro escalón que aún no me correspondía subir. Pero algo muy importante para ellos debía de existir allí para que, después de haber ganado su confianza para conocer esa caverna, no me considerasen preparada para conocer grutas similares.

 



Cuando nos despertamos después de haber dormido plácidamente, en la hoguera solo quedaban rescoldos y la luz entraba con fuerza por los orificios de la roca, lo que nos indicó que la lluvia había cesado y el sol ac

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?