Versiones de la Biblia

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Versiones de la Biblia
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Versiones de la Biblia

Pautas para evaluar las diferentes traducciones

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Marcos G. Blanco

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Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina

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Versiones de la Biblia

Pautas para evaluar las diferentes traducciones

Marcos G. Blanco

Dirección: Gabriela S. Pepe

Diseño del interior: Giannina Osorio

Diseño de tapa: Carlos Schefer

Ilustración: Shutterstock (Banco de imágenes)

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e Book

MMXIX

Es propiedad. © Asociación Casa Editora Sudamericana 2019.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-701-973-5

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Blanco, Marcos G.

Versiones de la Biblia : Pautas para evaluar las diferentes traducciones / Marcos G. Blanco / Dirigido por Gabriela S. Pepe. – 1ª ed. – Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-701-973-5

1. Teología. I. Pepe, Gabriela S., dir. II. Título.

CDD 220.5

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Publicado el 31 de julio de 2019 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: ventasweb@aces.com.ar

Web site: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Clave de abreviaturas de versiones de la Biblia

BC: Sagrada Biblia, traducción Bover-Cantera

BJ: Biblia de Jerusalén

BLP: La Palabra, versión Española

BLPH: La Palabra, versión Hispanoamericana

BP: La Biblia del peregrino

DHH: Dios habla hoy

LBLA: La Biblia de las Américas

NBE: Nueva Biblia española

NC: Sagrada Biblia, Nácar-Colunga

NTV: Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente

NVI: Santa Biblia, Nueva Versión Internacional

PDT: La Biblia, versión Palabra de Dios para todos

RVA: Santa Biblia, versión Reina-Valera Antigua

RVC: Santa Biblia, versión Reina-Valera Contemporánea

RVR: Santa Biblia, versión Reina-Valera, Revisión 1960

RVR 95: Santa Biblia, versión Reina-Valera, Revisión 1995

TLA: La Biblia, Traducción en Lenguaje Actual

VM: Santa Biblia, Versión Moderna (1893, Pratt)

Introducción

La versión Reina-Valera ha sido, sin lugar a dudas, la versión favorita de protestantes, de evangélicos y de adventistas que tienen como lengua madre el idioma de Cervantes. Es cierto que, a lo largo de las últimas décadas, han aparecido otras versiones. Mientras que, en el pasado, la mayoría de las Biblias (producidas por estudiosos protestantes y católicos romanos) se basaban en la Douay-Rheims Bible (publicada entre 1582 y 1609), a partir de la segunda mitad del siglo XX, comenzó a existir una proliferación de traducciones modernas basadas en fuentes más antiguas. Algunas de esas versiones son: Biblia de Nácar-Colunga (1944), Biblia de Bover-Cantera (1947), Biblia Comentada de Juan Straubinger (1948-1951), Biblia de Jerusalén (1967), Reina-Valera 77 (1977), Reina-Valera 95 (1995), La Biblia del peregrino (1993) y Nueva Versión Internacional (1999).

Algunos estaban descontentos con el idioma un tanto arcaico de la Reina-Valera de 1960. Así, en 1999, salió al mercado la Nueva Versión Internacional. Desde entonces, de todos los intentos por reemplazar a la Reina-Valera 1960 (RVR), la Nueva Versión Internacional (NVI) es la que más éxito ha tenido. ¿La razón? Quizá sea no solo porque utiliza un lenguaje más moderno, sino también porque fue realizada por biblistas latinoamericanos. El resultado es un lenguaje más fresco y comprensible para Latinoamérica, alejado del “vosotros” español. Sociedades Bíblicas Unidas, dueña del copyright de la RVR, trató de contrarrestar el avance de la NVI con la Traducción en Lenguaje Actual (TLA), pero no tuvo una buena acogida.

En 2012, se presentó la Reina-Valera Contemporánea (RVC). Realizada por biblistas latinoamericanos, utiliza un castellano clásico y moderno, con una actualización de las palabras caídas en desuso. Quizá la principal diferencia sea el cambio del plural españolizado “vosotros” por el más latinoamericano “ustedes”. Por su parte, en España, la traducción La Palabra, lanzada en 2010, “tiene un carácter eminentemente formal (o literal), que en ocasiones pasa a ser funcional (o dinámico) según lo requiera el propio texto”.1

En el ámbito de devoción personal, algunos preferían una versión más dinámica, como la versión Dios habla hoy. En los ámbitos académicos y eruditos, muchos optaban por la Biblia de Jerusalén. Sin embargo, muy pocos se atrevían a llevar estas versiones un sábado de mañana a la iglesia. La versión que se utilizaba colectivamente, en el ámbito litúrgico, era la Reina-Valera.

Hoy contamos con una cantidad antes impensada de versiones de la Biblia. La pregunta que muchos se hacen es: ¿Cuál versión debemos escoger? Una respuesta fácil y rápida es que ninguna Biblia es perfecta. Ninguna refleja con total exactitud los escritos originales. Lo que sí se puede hacer es, del amplio espectro de versiones con las que contamos en la actualidad, elegir las mejores.

Hay dos razones básicas que hacen que las versiones de la Biblia sean diferentes. En primer lugar: se basan en familias de manuscritos relativamente distintas. En segundo lugar: tienen diferencias con respecto al estilo de traducción. Abordaremos en profundidad estos dos asuntos, además de estudiar temas introductorios necesarios, como el concepto bíblico de Revelación e Inspiración, y la formación del Canon.

Uno de los mayores aportes de este libro es que señala pautas de evaluación de las distintas versiones, con el objetivo de que los lectores puedan tomar una decisión informada a la hora de escoger entre tantas diferentes traducciones y versiones de la Biblia. Finalmente, se analizan algunas problemáticas actuales, como el ataque a ciertas versiones modernas como la NVI y otras teorías conspirativas.

1 José Luis Andavert, Palabra Viva, nº 30 (3er trim. de 2010), p. 18. Disponible en línea: www.sociedadbiblica.org/web_images/magazinesPdf/16/palviva-30-web2-pdf.pdf

Capítulo 1
¿Cómo se escribió la Biblia?

Dado que nací en un hogar cristiano, no puedo recordar el momento en que tuve una Biblia en mis manos por primera vez. Desde que tengo uso de razón, las Escrituras forman parte de mi vida cotidiana. Pero, no puedo dejar de imaginar las sensaciones de una persona joven o adulta que se encuentra por primera vez con un ejemplar de las Sagradas Escrituras. ¿Qué pasará por su mente? ¿Qué preguntas se hará con respecto a su origen?

Al tomar un libro, lo primero que hago, luego de leer su título, es ver quién es su autor. En su tapa, la Biblia no lo dice. Como alguien acostumbrado a trabajar en el ámbito editorial, sé a dónde ir para encontrar esa información: la ficha técnica, que generalmente se encuentra luego de la portada o de la portadilla del libro. Pero ¡oh, sorpresa!, allí tampoco aparece esa información. ¿Qué debe suponer el lector “primerizo”, aquel que se acerca por primera vez a la Biblia? ¿Quién la escribió? ¿Cómo llegó a formarse?

Por supuesto, incluso un lego en asuntos religiosos sabe que los cristianos afirman que la Biblia tuvo su origen en Dios mismo, pero ¿significa eso que la Biblia cayó del cielo, tal y como la conocemos ahora; o tuvo Dios sus “secretarios” o redactores? ¿Fue escrita por Dios o por los hombres?

Definición bíblica

Una de las decisiones clave que debemos tomar al abordar el fenómeno de la Biblia es determinar si la vamos a analizar desde puntos de vista ajenos a ella o si vamos a darle prioridad a la manera en que ella se define a sí misma. No sería hacerle justicia al Libro y a su autor (o sus autores) no tomar en consideración, en primer lugar, lo que la Biblia dice acerca de sí misma y de su origen.

Uno de los escritores más prolíficos de la Biblia, el apóstol Pablo, señala contundentemente: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16, 17). Por su parte, el apóstol Pedro va en la misma dirección: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:19-21).

 

El autotestimonio bíblico afirma que la Escritura es “inspirada” por Dios; los profetas hablaron “siendo inspirados” por el Espíritu Santo. Los dos versículos anteriores tienen abundante y profunda información acerca del origen y la naturaleza de la Biblia. Se afirma que (1) las Escrituras tuvieron su origen en Dios: Dios es el que toma la iniciativa de revelarse, de comunicarse con el ser humano; además, que (2) esa revelación se produce mediante el fenómeno de la “Inspiración” (theopneustos), que abordaremos más adelante; y que (3) ese fenómeno abarca toda la Biblia.

Al analizar estos versículos sobre el origen de la Biblia, es importante tomar en cuenta tanto lo que afirma como lo que no. Si bien se hace énfasis en que Dios es el autor de la Biblia, no se asevera que él sea el escritor de ella. Los escritores, “los santos hombres de Dios”, fueron los que registraron la Revelación bajo “Inspiración” divina.

Así, el apóstol Pedro afirma claramente que, si bien el ser humano es el agente material de las Escrituras, el origen de la Revelación –la fuente del material que se encuentra plasmado en la Escritura– pertenece a Dios. La actividad humana participa, pero no es la fuente de la que surgen las explicaciones, las exposiciones o las interpretaciones contenidas en las Escrituras.

Sin embargo, todavía nos queda la pregunta: ¿De qué modo debemos entender la relación entre el autor divino y los escritores humanos? ¿Qué parte desempeña cada uno de estos actores? ¿De qué manera se plasmó en “las Escrituras” ese proceso de Revelación?

Cuatro modelos básicos

Una aproximación superficial a la Biblia como libro es suficiente para darse cuenta de que la escritura de la Biblia no fue un fenómeno monolítico que se desarrolló en poco tiempo y de la misma forma. Por el contrario, la Biblia, tal como nos ha llegado, es fruto de unos cuarenta escritores, que dejaron su testimonio a lo largo de quince siglos, en tres idiomas diferentes: hebreo, arameo y griego. Una aproximación más erudita nos dirá que hay muchos estilos literarios, que responden a la cantidad de autores y a las diferentes culturas representadas. Entonces, ¿cómo se conformó la Biblia?

Los versículos que brevemente hemos analizado (2 Tim. 3:16, 17; 2 Ped. 1:21) afirman categóricamente que Dios “inspiró” las Escrituras; sin embargo, este es un término demasiado amplio como para elaborar una explicación de la manera en que, en la práctica, funciona el método divino para transmitir la voluntad de Dios de manera escrita. Al analizar las declaraciones de la misma Escritura, y la Biblia en su forma escrita, los eruditos han tratado de elaborar varios “modelos” para describir cómo funciona el fenómeno de la Inspiración. Estos modelos son construcciones teóricas que tratan de explicar la manera en que la Biblia fue escrita. Y, si bien parten del mismo material, llegan a conclusiones diferentes:

1 Inspiración mecánica: Generalmente, está asociada con la teoría de que todas las palabras de las Escrituras, incluso hasta los puntos de las vocales hebreas, fueron dictadas por el Espíritu Santo. Este modelo niega el factor humano de las Escrituras, y considera al profeta como la “pluma” o el amanuense del Espíritu Santo.

2 Inspiración verbal: Plantea que el Espíritu Santo guio a los escritores, no solo cuando los profetas recibían el mensaje divino, sino también cuando lo comunicaban, sin eliminar completamente la personalidad y el estilo de los escritores. Sin embargo, el énfasis está puesto en el producto terminado de todo el proceso de la Inspiración: las palabras de las Escrituras.

3 Inspiración plenaria: Afirma que la Biblia fue inspirada en su totalidad, sin hacer distinción entre palabras dictadas o no. Algunos prefieren utilizar esta posición para poder distinguirse de toda comprensión mecánica de la Inspiración.

4 Inspiración del pensamiento: Otros prefieren decir que el escritor es el que fue inspirado. En esta visión, el Espíritu Santo transmite los pensamientos de Dios al escritor; este, entonces, escoge las palabras adecuadas para expresar estos pensamientos, bajo la continua conducción del Espíritu. Sin embargo, esta teoría tiene la desventaja de que lleva a que se plantee una dicotomía entre el pensamiento y las palabras de las Escrituras.

¿Cuál de estos modelos es el más adecuado? ¿Cuál refleja con más fidelidad la manera en que se plasmó nuestra Biblia? Podríamos pensar que el método más “seguro” y “confiable” sería la Inspiración mecánica, porque el profeta se limita a dejar por escrito cada palabra que le es dictada por Dios; o según algunos enfoques, el profeta es solo una especie de médium que aporta su cuerpo como condición material indispensable para la escritura. Aun así, si el profeta se limitara a escribir lo dictado por Dios, cabe un margen de error, de equivocación, propio de una tarea mecánica como esta.

En ese caso, podríamos pensar que el mejor método habría sido que la Biblia “cayera del cielo” en una especie de material indestructible e inalterable (más seguro que las “tablas de la Ley”, que fueron quebradas por Moisés); y entonces, tendríamos el método mejor y más seguro, sin margen de error, sin discusiones acerca de origen, autoría o confiabilidad. Pero, Dios decidió trabajar en conjunto con el ser humano, en el marco del plan de salvación. Y, si bien podría haber utilizado agentes celestiales para realizar esta tarea, decidió encargársela a seres humanos finitos.

Aunque, como adventistas, rechazamos la teoría de la Inspiración mecánica (es decir, no creemos que las palabras de las Escrituras fueron dictadas), sí creemos que el proceso de Revelación e Inspiración alcanzó las palabras de los profetas. Es decir, el Espíritu Santo guio a los profetas en el proceso de escritura, garantizando así que las propias palabras de los profetas expresaran, de forma fidedigna y confiable, el mensaje que recibían. De modo que “las palabras son intrínsecas al proceso de Revelación e Inspiración”.2

Para profundizar en la manera en que Dios se comunica con el ser humano, y en cómo esa Revelación nos ha llegado hasta nuestros días, haremos un doble abordaje. En primer lugar, analizaremos la parte que desempeña Dios, para luego estudiar el fenómeno desde el punto de vista del profeta.

Dios como Revelador

Antes de comenzar a hablar de Dios como Revelador, haremos alguna distinción de términos. Hay dos conceptos que están relacionados con el origen de las Escrituras:

Revelación: Se refiere al proceso mediante el cual la información que está en la Biblia llegó a la mente del escritor humano. Es la forma en que el Espíritu Santo transmitió las ideas de Dios al profeta. Del concepto de Revelación se desprenden tres conclusiones: (1) el hombre es incapaz, por medio de sus propios recursos o por su propia observación, de percibir cierta clase de información; (2) Dios está dispuesto a comunicarse; y (3) este proceso se desarrolla dentro de la historia humana.

Inspiración: Se refiere al proceso mediante el cual los escritores bíblicos pusieron por escrito (o transmitieron oralmente) los contenidos, las ideas y la información que recibieron a través de la Revelación. Es la forma en que el Espíritu Santo condujo y guio a los profetas para que transmitieran, mediante un testimonio escrito, lo que se les había revelado.

¿Por qué necesita comunicarse Dios a través de profetas? En el principio, no era así. Cuando Dios creó a la primera pareja y la puso en el entorno ideal que había formado para ella, Dios se comunicaba cara a cara con el hombre. La entrada del pecado (Gén. 3) interpuso una barrera en esa relación directa. Ahora, el pecado interpuso una barrera, la comunicación personal con Dios dejó de ser natural, y Dios entonces utilizó intermediarios para comunicar su voluntad.

El Dr. Roger Coon3 ha distinguido al menos siete métodos por los cuales Dios se ha comunicado con los profetas:

1 Teofanías (manifestaciones visibles de Dios): Abraham se encontró con el Cristo preencarnado y dos ángeles, cerca de su tienda en Mamré (Gén. 18); Jacob luchó con un “ángel” en Peniel, solo para descubrir: “Vi a Dios cara a cara” (Gén. 32:30); y en el monte, Moisés habló con el Señor “cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (Éxo. 33:11).

2 Ángeles: Estos “espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación” (Heb. 1:14), con frecuencia han entregado mensajes a la humanidad: de consuelo y esperanza (Dan. 10:11, 12; Gén. 32:1); para conducir a los siervos de Dios hacia los corazones receptivos a la verdad de Dios (Hech. 8:26); o para advertir de los desastres inminentes si no se prestaba atención a la Palabra de Dios (Gén. 3:24).

3 La voz audible de Dios: A veces, es Dios mismo el que habla. En el Sinaí, los Diez Mandamientos fueron declarados en voz alta por la Deidad.

4 Fenómenos visibles: Durante la peregrinación en el desierto, el pectoral del sumo sacerdote tenía dos grandes piedras: el urim y el tumim. Cuando el sacerdote consultaba a Jehová, se iluminaba una de las piedras si la respuesta era afirmativa; o la otra, si la respuesta era negativa.

5 Echar suertes: En el Antiguo Testamento, Dios también se comunicaba cuando el pueblo echaba suertes “delante de Jehová nuestro Dios” (Jos. 18:6). En el Nuevo Testamento, ese fue el método para escoger a Matías, el reemplazante de Judas entre los discípulos (Hech. 1:26).

6 Visiones a “cielo abierto”: Los profetas recibían visiones, a veces entrando en una especie de trance (1 Sam. 3:1; Núm. 12:6; Joel 2:28-32; Hech. 16:9).

7 Sueños proféticos durante la noche: A menudo, los profetas recibían visiones durante la noche. No existe evidencia de que los sueños proféticos nocturnos estuvieran acompañados por fenómenos físicos ni hay evidencias de que la clase de mensajes dados durante la noche fueran de alguna manera diferentes de los transmitidos en visiones nocturnas.

Podrían agregarse algunos métodos más, pero los ya mencionados nos dan una idea bastante completa de la manera en que Dios ha decidido comunicar el plan de salvación a una humanidad que, de otra manera, estaría perdida en el pecado. Sin embargo, es necesario mencionar una más. Y la he dejado para el final, no porque sea menos importante, sino porque, al contrario, es la máxima expresión de la Revelación de Dios. Así lo declara la Epístola a los Hebreos: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Heb. 1:1, 2).

Sí, Cristo vino a esta Tierra para demostrar quién es Dios y cuánto nos ama. Él es Emanuel, Dios con nosotros, el Dios en túnica y sandalias, dispuesto a morir en una cruz por amor a la humanidad. No hay expresión más pura y genuina de la Revelación de Dios que Cristo, el Hijo de Dios.

Luego de haber repasado el método divino para comunicarse con los hombres, hablemos con más detenimiento acerca de los profetas.