Íntimamente, Julia

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Íntimamente, Julia
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

ÍNTIMAMENTE, JULIA


LUIS ALFONSO BELTRÁN GRAU

ÍNTIMAMENTE, JULIA

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2019

ÍNTIMAMENTE, JULIA

© Luis Alfonso Beltrán Grau

© de la imagen de cubiertas: Beatriz Beltrán Tomás

Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

Iª edición

© ExLibric, 2019.

Editado por: ExLibric

c/ Cueva de Viera, 2, Local 3

Centro Negocios CADI

29200 Antequera (Málaga)

Teléfono: 952 70 60 04

Fax: 952 84 55 03

Correo electrónico: exlibric@exlibric.com

Internet: www.exlibric.com

Reservados todos los derechos de publicación en cualquier idioma.

Según el Código Penal vigente ninguna parte de este o

cualquier otro libro puede ser reproducida, grabada en alguno

de los sistemas de almacenamiento existentes o transmitida

por cualquier procedimiento, ya sea electrónico, mecánico,

reprográfico, magnético o cualquier otro, sin autorización

previa y por escrito de EXLIBRIC;

su contenido está protegido por la Ley vigente que establece

penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente

reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria,

artística o científica.

ISBN:

Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

LUIS ALFONSO BELTRÁN GRAU

ÍNTIMAMENTE, JULIA

Índice de contenido

Portada

Título

Copyright

Índice

Dedicatoria

UN NUEVO LOCAL

CAPÍTULO 1 En la soledad de Julia

CAPÍTULO 2 En la soledad de Tono

CAPÍTULO 3 En nuestra soledad

CAPÍTULO 4 En la soledad de Nati

CAPÍTULO 5 Un domingo más

CAPÍTULO 6 El encuentro

CAPÍTULO 7 La sorpresa

CAPÍTULO 8 Una tarde inolvidable

CAPÍTULO 9 La confesión

CAPÍTULO 10 Un amor a tres

CAPÍTULO 11 Un chalé con vistas

CAPÍTULO 12 El examen

CAPÍTULO 13 Cena y local

CAPÍTULO 14 El local

CAPÍTULO 15 En compañía de mi soledad

UNA CERVEZA, POR FAVOR

Agradecimientos y dedicatorias

Lo primero que leerán en este libro es el relato erótico ganador del concurso Premios Pimienta, organizado por Parlib.es. Se titula Un nuevo local y está escrito por John Sullivan. Al final de la obra también podrán leer el relato que quedó en segunda posición, con el título Una cerveza, por favor, escrito por Luna Creciente.

UN NUEVO LOCAL

Nuria aún tenía parte de la mudanza por hacer. Todo había sido muy rápido y no pudo organizar con tiempo la vuelta a casa, así que había seguido pagando el alquiler un tiempo más hasta que pudo organizarse para viajar a aquella ciudad y recoger el resto de sus pertenencias. Obviamente, me avisó con tiempo y pude dejar todo listo para acompañarla. Y, además, me había suscitado cierto interés. «Me gustaría que vinieras; tengo algo que enseñarte».

Por fin bajamos del avión y, tras comer en el propio aeropuerto, tomamos un taxi. Este nos dejó en la estación de tren, donde tendríamos que subir a uno de cercanías. Cuatro paradas más tarde estábamos donde ella había pasado los últimos años y el piso ya nos quedaba a tiro de piedra. Pasamos la tarde empaquetando cosas, preparando todo lo que luego el transportista de la empresa de mudanzas llevaría camino de su casa. Todo estaba ya preparado, recogido y nosotros aún teníamos un par de días para aprovechar, así que, con la calma que da el tener tiempo de sobra, nos fuimos a descansar.

Nos levantamos tarde y a gusto, relajados y con los deberes hechos. El tiempo que quedaba era para disfrutar, sabiendo que las obligaciones estaban cumplidas. Salimos a dar una vuelta por la ciudad y Nuria me enseñó sus lugares más señeros, sus monumentos y esos sitios que no puedes perderte cuando vas de visita. Compramos unas raciones para comer en el piso y ducharnos antes de ir a otro sitio que quería mostrarme, ese por el que Nuria había mostrado tanto interés en que yo la acompañara. Cuando estuvimos listos, fuimos hacia allá. No estaba lejos, pero sí era un local que pasaba desapercibido si no lo conocías. De hecho, si lo mirabas desde fuera podría parecer un comercio más, quién sabe si una tienda de ropa. Solo el nombre del local revelaría la diferencia con el resto: se llamaba Lliuresex.

Entramos y tomamos una copa en la barra. El camarero le dio a Nuria una llave. Se notaba que ya la conocían por allí. «El piso era mi casa; este sitio ha sido mi hogar», me dijo con una pícara sonrisa. Nos sentamos en la sala de fumadores y vimos el ambiente. Enfrente de la sala estaba la reja por donde los chicos que entraban solos paseaban a la espera de alguna mujer o pareja que se asomara por allí. Una pareja empezaba su fiesta a dos mesas de nosotros, ya con los torsos descubiertos y con ella demostrando a quien la viera lo que su boca podía hacer. Él acariciaba la nuca de su chica y de vez en cuando estiraba el brazo para que sus dedos jugasen en la vulva y el ano de aquella diva del vicio. Nuria me sonrió con picardía. No hubo más palabras. Nuestras lenguas se entrelazaron, teniendo algo mejor que hacer que articular palabras.

Entramos a los vestuarios y cambiamos la ropa por las toallas y las chanclas. Terminamos nuestra copa en una sala pequeña que había en la planta de arriba y Nuria me enseñó las instalaciones. En realidad, no había gran cosa en comparación con otros locales en que había estado, pero había una sala grande que era en sí una gran cama donde las parejas se mezclaban formando una gran orgía. Más adelante estaba el pasillo oscuro, en el que había mucha gente y donde entrar suponía no saber quién te tocaba, quién te chupaba o a quién te estabas follando. Nuria y yo decidimos ir hacia la primera sala y nos pusimos en una esquina donde no había nadie.

Las toallas se posaron en el suelo mientras nos besábamos sobre la esquina de la enorme cama. Cerca había algunas parejas que ya retozaban, mezclándose entre sí y formando una pequeña orgía. Nuria comenzó a deleitarme con una intensa mamada mientras yo jugaba con mis manos en sus orificios más recónditos. No tardamos en invertir nuestros papeles y mi lengua encontró cobijo entre sus piernas y recorría su vulva, jugaba con su clítoris o incluso bajaba unos centímetros para meterse en su ano. Ella jadeaba y agarraba mi cabeza en momentos puntuales en que lamía donde más le gustaba. Empecé a meter mi lengua en su húmeda cueva, volvía a su ano, succionaba su clítoris… Cada vez con más frenesí, devoraba sus espacios más íntimos mientras ella gemía de placer. Por fin la penetré, desatando sus gemidos más intensos, haciendo que sus ojos se cerraran y que su labio inferior hallara cobijo bajo sus dientes.

Embestía con fuerza y retenía mi falo cuan más profundamente podía en sus adentros. Eso le encantaba y cruzaba sus piernas como ayudándome a penetrarla aún más, como si quisiera verse atravesada por mi polla, cada vez más erecta y dura. Quiso cambiar de posición y me puse boca arriba para que cabalgara sobre mi pelvis a su antojo. Comenzó a mover sus caderas, dando unas sacudidas frenéticas mientras se recorría el cuerpo con sus manos. Estaba muy excitada y yo lo estaba de verla a ella. Nunca la había visto así, como poseída, buscando un intenso orgasmo que no tardó en llegar. Gritó con fuerza, liberando una explosión de lujuria desatada que atrajo los ojos de otros participantes en aquella sala. Se colocó a cuatro patas y me pidió que la penetrara y embistiera con todas mis fuerzas. Clavé mi miembro en su chorreante coño mientras ella parecía fuera de sí por el morbo. Una chica se limitaba a mirar y acariciar los pechos de Nuria, que bailaban en el aire movidos por las sacudidas de nuestros cuerpos. La chica no hacía nada, solo mirar y amasar en los danzantes senos de Nuria. Su impasibilidad me excitaba aún más. Penetraba a Nuria con más fuerza si cabe.

 

Balbució algo ininteligible mientras la follaba e intenté acercar mi rostro para oírla mejor. No fue necesario, pues empezó a exclamar a voz en grito: «Dame por detrás, quiero que me folles el culo». Así lo hice, excitado por su ansia de ser sodomizada, ensanchando su ano con cada salvaje entrada de mi miembro. Tanto es así que me corrí abundantemente en su culo mientras ella hacía lo propio, tan enajenada por el propio orgasmo que casi no se pertenecía. Permanecimos unos minutos inmóviles, tumbados y exhaustos ante el aplauso de algunas personas que dejaron su faena para mirarnos. Les habíamos dado un buen show.

Fuimos a los aseos a lavarnos un poco y, cubiertos con las toallas, bajamos a la barra a tomar otra copa y fumar un pitillo. Había sido un polvazo en toda regla y queríamos descansar un poco. Sabíamos ambos que no tardaríamos en volver a por más. Andaríamos por la mitad de la copa cuando vi a un chico mirándonos fijamente desde la reja que había frente a la sala de fumadores. Llevé a Nuria hacia la reja y, antes de que se diera cuenta, le quité la toalla. Ella se quedó mirando al chico. Era de mediana estatura, delgado y con el pelo largo recogido en una cola de caballo. Se había desabrochado el pantalón y le ofrecía su enorme verga a través de los barrotes. Ella miraba hacia mí, como si me pidiera opinión, a lo que respondí tomándola por detrás y haciendo que se agachara y comenzara a chupar aquel inmenso miembro. Ella se entregó como acostumbraba a su menester mientras el chico sobaba su generoso pecho y pellizcaba sus pezones. Los jadeos del chico cobraban intensidad y ella se detuvo por un momento. «En la boca ni se te ocurra», le dijo de repente. «Pues déjame que te folle», le dijo el chico. Nuria me miró al tiempo que el chico también me miraba, como esperando permiso u opinión. «Si tiene condones, vale», le dije. Entre nosotros no lo usábamos, pero si entraban terceros o terceras se hacía indispensable. Al chico no debió de gustarle: se guardó el erecto miembro en el pantalón y volvió a la barra a pedir una copa.

Ella estaba cachondísima por la situación y se había quedado con ganas ante la espantada del chico, así que volvimos arriba, donde ya no había tanta gente y quedaban varias parejas. Había una en el centro. Él era maduro, alto, fuerte y bien dotado. Ella, rubia, algo más joven, esbelta y con pechos y nalgas pequeños y firmes. Me apetecía acercarme a ella, así que me coloqué estratégicamente al lado de su chico. Nuria empezó de nuevo a chupar mi polla, dejando su culo cerca de las manos del chico. Yo empecé a jugar de nuevo con sus orificios mientras guiñaba un ojo a nuestro vecino de cama, que empezó también a introducir sus dedos en ella. Nuria parecía disfrutar y se volvió hacia él, consciente de que yo lo había invitado, para empezar a chuparle a él también. Me acerqué lo suficiente para que Nuria tuviera las dos pollas a su alcance y miraba hacia la rubia, que se había quedado en ese momento sin nada que hacer. Le acaricié un brazo y vi que no rechazaba el gesto. Acaricié su cara y tampoco hizo ningún ademán. Puse mi pulgar en su boca y comenzó a recorrerlo con sus labios. Estaba siendo aceptado por ella y dejé a Nuria con nuestro nuevo amigo.

Ella estaba mimando el miembro del chico mientras yo saboreaba el sexo de la rubia. Estábamos a medio metro apenas; de vez en cuando alargábamos el brazo para tocar al lado, a Nuria y al chico. La rubia comenzó a chuparme la polla mientras Nuria lo cabalgaba y contorsionaba su cuerpo para auxiliar a mi nueva compañera y chuparme a mí también. El hombre bramaba de placer y Nuria desmontó de su cabalgadura, recogiendo su semen con sus pechos. Yo iba a penetrar a la rubia cuando ella, viendo que su compañero se marchaba, se levantó sin decir palabra y se fue. Pero Nuria ya estaba al quite y su boca me hizo olvidar pronto que acababa de tener el plantón más surrealista de mi vida.

Volvió a cabalgar sobre mí, conteniendo sus gemidos y amasando sus propios pechos. Yo estaba fuera de mí, con el calentón producido por la rubia aún reciente. «Aún puedo hacerlo mejor», dijo Nuria justo antes de levantarse y volver a sentarse sobre mí, introduciendo mi verga en su culo. Echó su cuerpo hacia detrás, buscando mayor profundidad, mientras sus pechos volvían a bambolearse al compás que marcaban nuestros cuerpos. Nuria, exhausta, bajó de nuevo y se tumbó en la cama, volviendo a mamar de mi sexo. Lo hacía con una salvaje suavidad, con un calmado frenesí. Lo hacía de una manera indescriptible, que sacó todo lo que tenía dentro. Mi semen empezó a salpicar su cara, su pelo y hasta su cuello mientras ella jugaba con cuanto manaba de mí. Después nos lavamos, terminamos la copa y nos fuimos.

Aún quedaba otro día más. Claro que volveríamos al Lliuresex, lo teníamos claro. Pero… eso ya lo contaré otro día.

John Sullivan

CAPÍTULO 1
En la soledad de Julia

El día está siendo largo y el trabajo, agotador… y encima hay curso de promotores de ventas.

En vez de salir a la hora de costumbre, hoy se quedará a comer en el trabajo para después ir a ese dichoso curso. Y es que la empresa donde trabaja Julia está muy metida en la formación de los trabajadores, lo que, aunque parece que sea beneficioso, también resulta cansino y no muy humano, ya que siempre los cursos son fuera del horario laboral. Pero el que algo quiere algo le cuesta, dice el refrán.

Julia, mujer liberal de cuerpo y mente, de 34 años, morena y a la que le gusta cuidarse. Muy de vez en cuando hace algo de ejercicio, pero lo abandona enseguida. Con los cambios de horarios no puede mantener una rutina de vida saludable. Sin embargo, sí mantiene una buena dieta alimentaria, la cual se nota en su estado físico. Amante de la naturaleza y el naturismo, le encanta ir a playas o calas nudistas. Ahí se puede desnudar sin complejos, sentirse como su madre la trajo al mundo y sentir el agua del mar en cada rincón de su piel sin la incomodidad de un biquini, bañador o similar.

Salió de los brazos de sus padres, bastante convencionales en lo que a la vida se refiere, ya que esa fue la educación que recibieron. Pero Julia no es así. Julia decidió romper con las normas establecidas y vivir la vida que ella ha escogido, libre y sin ataduras. Bueno, eso es lo que ella cree, ya que en el trabajo sigue siendo una esclava.

¿Relaciones? ¿Tener familia? Bueno, sí, pero no tiene prisa en su descendencia.

Sí es cierto que ha tenido alguna relación de larga duración, pero ninguna la llevó a buen puerto. Julia es una mujer libre y los hombres posesivos le dan alergia. La última fue con Pedro, un chico aparentemente abierto de mente y sin ataduras sentimentales, pero resultó ser otro más, otro padre, otra madre que siempre quería saber dónde y con quién estaba. Por eso se independizó siendo aún bastante joven. Se buscó la vida trabajando en lo que le salía e incluso trabajó de scort1 para poder pagar el alquiler. Eso sí, ella elegía cuándo y con quién. Y ahora no iba a volver a estar controlada por nadie. Su libertad es su vida y su vida, su libertad; así que Pedro pasó a ser otro más. Y eso que llegó a enamorarse de él y empezó a hacer planes de futuro, pero…

Después de comer con los compañeros de trabajo, Julia va de camino al curso.

—¡Joder, Luis! De verdad que no me apetece nada ir a este curso. Como sea igual que los otros, seguro que me duermo. Tengo ganas de llegar a casa, ducharme y dormir un poco. Este calor me agota —le dice Julia a su compañero de trabajo.

—¡Va! Seguro que esta vez es más corto y ameno. Anímate, que ya te queda menos para ascender —le responde Luis intentando animarla.

—Si no fuera por el aumento… Bufff, es que me agobio mucho, pero necesito ese aumento.

Como Julia imaginaba, el curso de formación está siendo agobiante, aburrido y cansino.

«Otro curso más y el examen. A ver si apruebo y me ascienden ya», piensa Julia intentando animarse a sí misma.

A las cuatro treinta acaba el curso y…

—¡Ufff! Por fin ya para casa, Luis —comenta Julia.

—Sí, ya ha acabado. Ahora a descansar y mañana más.

Julia se va a casa con la sensación de no haberse enterado de la mitad de lo que han dicho en el curso formativo, pero le da un poco lo mismo, así que intenta despejar su cabeza y en los treinta minutos que dura el trayecto a su casa su mente solo piensa en las canciones que oye en la radio del coche.

Llega a casa y se pone a pensar…

Ya son las cinco de la tarde. ¡Dios! Menos mal que es verano. Odio el invierno. El termómetro en la calle supera los treinta grados. Hace mucho calor, mi cuerpo expulsa líquidos a través de mi piel. Estoy sudando…

Me doy una ducha. Necesito sentir agua y no sudor en mi piel. ¡Sííí! Ummm, qué bueno… Pero no me entretengo mucho, ya que estoy cansada y necesito tumbarme un rato en el sofá.

Salgo de la ducha y casi sin secarme, así, desnuda, me tumbo. Pero sigo teniendo calor. La necesidad de sentir frescor en mi piel me empuja a poner en marcha la máquina del aire acondicionado. Me quedo delante del difusor cinco minutos para sentir el aire frío. ¡Así! Mucho mejor. La temperatura la he puesto a veintiún grados. ¡Sí! Ya me siento más relajada.

Me vuelvo a tumbar en el sofá para intentar dormir después de un duro día de trabajo y la relajación va haciendo mella en mí, aunque empiezo a sentir algo de fresco, pero no quiero levantarme a subir la temperatura del termostato, así que me tapo con una sabanita de raso que tengo para estas ocasiones.

El frescor del salón y el roce del raso están haciendo que mis rosados pezones se pongan erectos y eso, a su vez, está provocando que empiece a tener la necesidad de pasar mis dedos por las areolas de mis pechos. Ufff. Me muerdo el labio inferior de mi boca, pensando que unas manos desconocidas son las que me acarician, aunque sé que son las mías. Mientras, voy rodeando mis pezones con mis dedos… Despacio, muy despacio, la mano que tengo libre se desliza hacia mi vientre. Con los dedos extendidos voy buscando el placer secreto que solo tenemos las mujeres.

Mi dedo corazón alcanza el punto de botón y lo fricciono despacio, con tranquilidad, disfrutando de la situación. Voy abriendo mis labios con dos dedos, dejando el punto de botón libre. Sigo sintiendo tranquilidad, paz y al mismo tiempo me doy cuenta de dos cosas. Una, que cada vez estoy más húmeda. La otra, que he de depilarme.

Mis manos empiezan a descontrolarse. Ummm… Mientras, una me acaricia los pechos. Los aprieta con suavidad, pero con seguridad. Sé lo que me gusta. Me pellizco los pezones, ya al descubierto de la sábana. Abro los ojos y veo el movimiento de la sábana, que provoca mi mano mientras me acaricio mi parte más íntima. Al abrir un poco más las piernas, el raso se desliza entre ellas y cae.

Acabo de apartar la sábana. Necesito mi cuerpo libre. ¡Sííí! Necesito mis manos libres. Pero también quiero ir más despacio para prolongar este momento tan placentero. Me sigo mordiendo los labios y empiezan a salir de mi boca pequeños gemidos, a la vez que lentamente arqueo mi cintura. Ufff… Estoy muy cachonda.

Mi cuerpo me pide más, mucho más, así que busco uno de mis juguetes, que siempre tengo cerca: un vibrador de varias velocidades para distintos momentos de placer. Sin tener que levantarme llego a alcanzarlo, momento en el que me doy cuenta de que el vecino de enfrente me está observando. ¡Ufff! Acabo de tener la sensación de una gran vergüenza, pero la excitación puede más, así que esa vergüenza se transforma en puro morbo.

Es un hombre de unos cincuenta años, normal físicamente, pero siempre me ha dado algo de morbo ese hombre, no sé por qué. Será por su edad, por su sencillez. Tiene cara de buena persona y, sinceramente, siempre me ha atraído.

Así pues, sin haber parado mis caricias continúo, esta vez ya con mi juguete, que voy paseando por mi intimidad. A una velocidad exacta acaricio por la parte exterior y poco a poco lo voy introduciendo dentro de mí.

Pienso que es mi vecino. Estoy muy cachonda y me imagino que es él quien está encima de mí. Me pone mucho y cada vez voy más allá. Siento que me voy a correr, pero no quiero. Su nombre… Mmm… No sé cuál es su nombre, pero lo necesito. Mi imaginación vuela muy alto y pienso en sus manos, en sus labios, en su polla.

 

Mis arqueos ya sí son descontrolados y me doy lo que mi cuerpo pide. Y así, con mis manos, mi juguete y mi imaginación, llego al éxtasis.

¡Me corro! ¡Sííí! Ummm. Qué bueno…

Manteniendo los ojos cerrados, aún tengo en la mente el placer autorrecibido. Respiro y respiro, pero ya sin suspiros. Ha sido un buen intento de siesta.

Abro los ojos y ya no está. Se ha ido. ¿Me habrá visto gozar hasta el final? Qué preguntas me hago. Seguramente se habrá masturbado mientras me miraba.

Cuando me levanto a darme una ducha, suena el timbre. ¡Uf! Mi imaginación: es mi vecino. ¿Qué hago? Me lo entro y me lo follo. ¡Hecho!

Abro la puerta sin mirar por la mirilla y…

¡Mi madre…!

—¡Mamá! ¿Qué haces aquí? —pregunta Julia mientras mira de reojo el sofá donde está el consolador.

—Nada, hija. Tu padre, que quería ir a ver un coche y le he dicho que yo ya había visto bastantes. Es que no se decide por ninguno y a mí ya me aburre ver un coche tras otro, así que le he dicho que me dejara en tu casa y así te veía. ¡Que te haces cara de ver! ¿Cómo estás, cariño?

—¿Qué? ¿Os vais a comprar un coche?

—Sí, el del papá ya empieza a tener problemillas y queremos uno más pequeño. Y tú ¿qué haces desnuda? Has abierto así, tal cual. ¿Y si es otra persona?

—Ay, mamá. Me has pillado que me iba a dar una ducha. Y, además, ya me conoces. Sabes que me encanta ir desnuda en casa y además hace mucho calor…

—¡Mmm! —masculla su madre.

Julia esconde como puede el consolador sin que su madre se dé cuenta y echa la sábana sobre el sofá para que no se note en él la humedad de su orgasmo.

—Mamá, dame un minuto que me duche y estoy contigo. ¡Anda! Siéntate y ponte lo que quieras en la tele.

Julia se da una ducha rápida. Sale del baño igual que entró, desnuda, pero más fresca, y se sienta al lado de su madre.

—Bueno, hija, dime. ¿El trabajo bien?

—Sí, mamá. La verdad es que bien. Hoy mismo he tenido un curso para el ascenso. Ya uno más y el examen. Y si lo apruebo… será un buen aumento económico.

—Me alegro, cariño. Me alegro mucho. Y… de Pedro… ¿sabes algo? Qué bien me cae ese chico.

—Mamá, Pedro salió de mi vida. Seguimos siendo amigos, pero ya no estamos juntos ni lo estaremos. Sabes que no me gusta que me controlen y Pedro ya empezaba a controlarme demasiado. Así que ya no me preguntes más por él, por favor —le dice Julia medio enfadada.

—Vale, cariño. Pero es que es tan buen chico…

—¡Mamá! Ya vale, por favor.

—Bueno… ¿No me vas a invitar ni a un café?

—Claro, mamá. Yo también iba a tomarme uno ahora. ¿Lo quieres del tiempo? (café con hielo).

—Sí, gracias.

Julia prepara el café para ella y su madre. Se sientan en el sofá, aún húmedo por el orgasmo de Julia, y se ponen a conversar de la vida de ambas. Julia la pone al día de lo que está siendo su vida, que, aunque su madre es de pensamientos más retrógrados, siempre ha tenido mucha confianza con ella y siempre se lo ha contado todo, incluso su estilo de vida liberal. Evidentemente, no le cuenta cosas como que acaba de masturbarse ni los detalles de sus encuentros sexuales.

Sin darse cuenta del tiempo transcurrido, suena el timbre de abajo.

—Será tu padre —dice la madre de Julia.

—¿Sí? —pregunta Julia al descolgar el telefonillo.

—Soy papá. Dile a tu madre que baje.

—¿No vas a subir a darme ni un beso?

—¡Claro! Y que me recibas desnuda… Que te conozco, Julia.

—¡Jo, papá! No voy desnuda. Va, sube…

Julia se queda mirando a su madre y le dice:

—Voy a ponerme la bata; que, si no, papá no sube.

Julia se viste con la bata y abre la puerta.

—Hola, Julia —saluda el padre.

—Hola, papá.

Se dan los besos de rigor.

—Bueno, Marta, ¿nos vamos? —le pregunta el padre de Julia a su madre.

—Sí, vamos, que he de hacer la cena y todo aún.

—¡Joder, papá! Desde luego, has subido solo por darme un beso.

—Ya, Julia, pero ya sabes… Aún hay que cenar y sabes que me gusta llegar a casa pronto, que luego para aparcar es complicado.

—Vale, ya hablamos con más tiempo, papá. Aparte de lo que mamá te cuente, que sé que te pondrá al día —le dice Julia a su padre.

La madre y el padre de Julia le dan unos besos y salen por la puerta despidiéndose de ella. Julia se pone a recoger la mesa, a realizar las clásicas tareas de ama de casa y a preparar la cena. Mañana ha de volver a trabajar y se levanta temprano. Pero bueno, ya es jueves. Un día más y llega el fin de semana. Aunque Julia aún no ha pensado en ello. Tiene demasiadas cosas en la cabeza con el dichoso curso y ha de hacer un resumen del mismo.

1 Scort: Mujer remunerada para acompañar a caballeros con el fin de acudir a eventos con o sin fin sexual.