Yo veo / Tú significas

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Aus der Reihe: Paper #8
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Yo veo / Tú significas
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www.consonni.org

Autora

Lucy R. Lippard

Traducción

Paloma Checa-Gismero

Corrección

Sonia Berger y Fernando Quincoces

Diseño de colección

Maite Zabaleta

Foto de la autora

Gioia Timpanelli

Ilustración de la autora

Josunene (Josune Urrutia Asua)

Maquetación ebook

Zuriñe de Langarika

Edición

consonni

C/ Conde Mirasol 13-LJ1D

48003 Bilbao

www.consonni.org

Título de la edición original: I see / You mean

Primera edición en inglés: Chrysalis Books, Los Ángeles, 1979

Primera edición en español: consonni, Bilbao, octubre de 2016

Edición en formato digital: octubre de 2016

ISBN: 978-84-16205-19-6

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Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional de Creative Commons (CC BY-NC-SA 4.0). Los textos y traducciones pertenecen a sus autoras/es.

Fragmentos breves de este libro se publicaron con ligeras modificaciones en las revistas Center, Unmuzzled Ox y Sun and Moon

consonni es una productora de arte contemporáneo sin ánimo de lucro y una editorial especializada localizada en Bilbao. Desde 1996, consonni invita a artistas a desarrollar proyectos que generalmente no adoptan un aspecto de objeto de arte expuesto en un espacio. consonni investiga fórmulas para expandir conceptos como el comisariado, la producción, la programación y la edición desde las prácticas artísticas contemporáneas. consonni propone registrar las diversas maneras de hacer crítica en la actualidad y de crear esfera pública, con los feminismos como hoja de ruta. La editorial cuenta con tres colecciones: Proyectos, Paper y Beste.


YO VEO / TÚ SIGNIFICAS

INTRODUCCIÓN

Las ondas del viento se funden con las de la autopista en un desierto urbano costero. Yo veo / Tú significas se reimprime hoy, cuarenta y cuatro años después de su conclusión en 1972, y unos pocos menos desde que la editorial feminista Chrysalis la publicó por primera vez en Los Ángeles en 1979. El libro es un documento clave de la transformación de su autora, Lucy R. Lippard, en su migración desde la vanguardia conceptual neoyorquina hacia una comprometida y politizada práctica como curadora y crítica de arte feminista.

Lippard escribió la mayor parte de su única novela en 1970 en Carboneras, entonces un pequeño pueblo costero del Cabo de Gata, Almería. La remota España franquista negociaba entonces cómo recibir las incursiones de un mundo exterior personificado en turistas europeos y militares estadounidenses. La materialidad del paisaje de Carboneras, escenario del abrazo definitivo de Lippard al feminismo, contrasta en el libro con escenas de un Nueva York abstracto, desmaterializado y despersonificado, masculino y autónomo. Pero, sin duda, el interés de Lippard por las dimensiones materiales y políticas del espacio no era nuevo: desde los sesenta la escritora estuvo afiliada a la Art Workers Coalition y había desarrollado una fuerte actitud crítica hacia el mundo del arte. Con gran coherencia, Lippard ha mantenido desde entonces su compromiso con el feminismo, explorando las dimensiones económicas, de género y de poder que dan cuerpo al espacio. Su práctica empezó y sigue siendo un trabajo situado en contextos específicos. Pero este libro no es solamente un documento de la transformación de su autora. La novela explora la posibilidad de tender puentes entre formas designadas por la crítica como conceptuales y otras insertas en el espectro de la escritura de mujeres. Así, es clara la impronta en el texto de estrategias empleadas por el arte conceptual en los procesos de desmaterialización, como por ejemplo la utilización del I Ching y la fotografía documental, combinados con elementos formales propios de la crítica institucional, como estadísticas y encuestas, todos ellos defensores de autoridades externas al sujeto creador. Por otro lado, la tradición de la escritura femenina entra a escena con la disolución en algunos momentos de la integridad autónoma de la narradora, con extractos de diarios personales y notas exploratorias sobre el deseo, el rastreo de la subjetividad propia y la sexualidad de la mujer. La novela está cargada de analogías entre el cuerpo de la narradora y la naturaleza: sus ciclos, sus texturas, sus modos. Este es un texto claramente enmarcado en la segunda ola del feminismo, desde donde la autora persigue la conciliación con su pasado en los espacios masculinos del arte. Publicada ahora por primera vez en español, Yo veo / Tú significas ha sido una gran olvidada en la historización de la práctica de Lippard, donde ha recibido mayor atención su trabajo como crítica y curadora.

Hoy seguimos yendo a fiestas en apartamentos de artistas. Muchas escapamos todavía al desierto de vez en cuando. Sugiero leer Yo veo / Tú significas en su distancia histórica y en su actualidad presente. La novela fue escrita en un contexto de crisis política internacional, de ataque a las libertades y ensombrecimiento de las grandes utopías modernas. Pero también nació en tiempos de fructífera consolidación de nuevas subjetividades, de intensa acción política de calle, de exploración formal en la producción cultural, de defensa del rol emancipador del arte pese a la oscuridad del horizonte. La renovación ética y estética que propone Lippard es hoy más que nunca necesaria. Por último, como todos, este libro es fruto del esfuerzo compartido de muchas personas. Una novela experimental como esta requiere de la lectura e interpretación atenta de quienes, sobre los distintos borradores de la traducción, han ido dotándola de sentido en español. Quiero agradecer el apoyo de Julia Bryan-Wilson y Natalia Brizuela en los inicios y el de Munts Brunet y María Mur Dean, Susana Torre, Sonia Berger y la inmejorable, minuciosa labor de corrección de Fernando Quincoces al final. A Lucy, por todo.

Paloma Checa-Gismero

San Diego, 2016

Para Susana, que siempre entiende

la sensualidad de las retículas.

ENTRADA I / ABCDEF

Diapositiva en color, cuadrada, sobreexpuesta.

Cielo, agua, olas, arena. Una playa vacía, los bordes entre elementos un poco borrosos.

Todo empieza en una playa. ¿Será simbólico? ¿Algo que ver con la evolución? ¿O solo es un escenario que aporta el aura veraniega juvenil, ilusionada y bobalicona, de un comienzo, de cualquier comienzo?

Diapositiva en color, cuadrada, difusa, pálida.

Cinco personas de pie en el mar contra un cielo lívido. Tres mujeres jóvenes juntas, la más baja a la izquierda, el pelo mojado pegado a la cabeza hace que parezca casi calva, los brazos en jarras, lleva un bañador azul oscuro de una pieza ceñido sobre unos pechos pequeños y separados, es de cintura estrecha y caderas amplias. Tiene la frente alta, cejas espesas y arqueadas, ojos pequeños y hundidos, boca estrecha, barbilla prominente. El agua le cubre las piernas hasta las rodillas. La segunda mujer, de cara redonda y desenfocada, lleva gorro de baño azul claro y un vestido rosa de algodón estampado con faldita corta. La tercera lleva puesto un bikini de color limón pálido. Es alta, de nariz pequeña y estrecha, boca grande, pómulos altos y ojos grandes y claros. Su pelo largo, negro, está también mojado, y aunque con el brazo izquierdo abraza por la cintura al hombre que tiene al lado, parece más próxima a la cámara, más clara, más nítida, más tridimensional que el resto. El hombre guiña mirando al sol. Es rubio y de huesos finos, con nariz recta, boca fina y delicada, ojos azules y tez bronceada. Le sienta bien el bañador a cuadros rojos. Cerca tiene a un hombre moreno y más alto, de muslos fuertes y piernas largas y peludas, que está un poco alejado de los demás rompiendo la fila. Mira con el ceño fruncido al otro extremo del grupo.

Así, pues, tu primera introducción a ellos es visual. No van a hablarte. Conmigo hicieron lo mismo. Están de pie, distantes, a lo largo del borde del mar, entre el cielo y la arena. Sólidos más que refinados. De clase media. El tipo de personas que conocerías tú. Corrientes, algunos de ellos.

La primera vez que los ves no van vestidos. Cumplen rituales sin saberlo. Pero sus baños purificadores no tienen ningún efecto.

Por ahora lo único por lo que puedes guiarte son los colores de sus bañadores y el modo en que sus extremidades, torsos, cabezas y miradas se inclinan, o rehúsan inclinarse, hacia los otros o se apartan de ellos, y cuándo lo hacen. Unas figuras en el espacio. Tan a la moda. Tan abstractas. Tendré que recortarlas para que se muevan. Hacer que se separen de los fondos revelados con procedimientos químicos, que entren en circulación con masajes y caricias. Encandilarlas. Que resulten interesantes, al menos entre sí.

 

Lo malo es que se descontrolaron. En cuanto se conocieron formaron un grupo. Exclusivo. Dos se quedaron fuera de inmediato. Los otros siguieron adelante. Pero no con el mismo ritmo que las olas.

Blanco y negro, horizontal.

Grupo de cinco personas jóvenes sentadas mirándose en una playa. Detrás de ellas, cielo y arena fundidos en un gris pálido. A la derecha, una cesta grande de pícnic. Hay una manta oscura, cubierta de platos de papel, otros utensilios de pícnic y latas de cerveza en el centro. Arriba a la derecha está sentado un hombre moreno, con las piernas cruzadas, hablando, tiene las cejas alzadas, la boca abierta, la piel de los pómulos tensa. Se inclina hacia una chica morena en bikini que da la espalda a la cámara. Está tumbada, casi paralela al margen inferior de la fotografía, con una cadera elevada y la cabeza apoyada en un brazo. El hombre alarga una mano con los dedos hacia arriba; la otra descansa en un libro pequeño y grueso. Otro hombre rubio, a su izquierda, también mira al libro. A su derecha una mujer más baja se inclina hacia la cámara para servirse vino de una botella alargada. La parte de arriba de su bañador queda casi oculta y el cuello de pico deja ver parte de un pecho. A su derecha, mirando lejos de la cámara, hay otro hombre, con pecas, que lleva un bañador de llamativo estampado.

A finales de los años veinte el grupo teatral ruso Vartangov dio en París una representación cuyos entreactos eran parte de la obra. Tramoyistas vestidos con monos de trabajo azules entraban en escena al salir los actores y, mientras movían los decorados, representaban una mímica silenciosa del acto precedente. Cuando los otros volvían, la leyenda china que se representaba había ascendido a un nivel más alto. Por debajo de las profusas palabras la pantomima del intermedio parecía continuar todavía.

Líneas azules unen a E con D. Distancia. Los hombres no hacen amigos fácilmente.

Líneas amarillas unen a E con A. Cordialidad. Afecto. Respeto. Exasperación.

Líneas verdes unen a E con B. Más que amistad. Un vínculo simbiótico.

Líneas rojas unen a A con D. Tanteo. Antagonismo erótico. Euforia.

Líneas negras/marrones unen a D con B. Reticencia. Atracción. Algo de recelo.

Líneas violetas unen a A con B. Sentimientos velados. Ninguna es todavía feminista.

(El nombre de A es Ariel. El nombre de B es Beata. El nombre de C ha sido olvidado. El nombre de D es Daniel. El apellido de E es Endman. El nombre de F probablemente era Fred. Ellos mismos escogieron esos nombres tan tontos.

¿Es que importa?)

Diapositiva en color, horizontal, sobreexpuesta.

Cinco figuras en una playa. La arena es muy blanca y el mar una línea azul cerca del borde superior de la foto. Una mujer joven está tumbada sobre el estómago con las piernas levantadas por detrás, el pelo corto le vuela desde la frente despejada, tiene cejas oscuras, boca fina, mentón fuerte. El hombre a su lado está de rodillas, rígido, con la cabeza levantada dos o tres dedos por encima de la línea ondulada que forman el resto de cabezas. Lleva un bañador negro y extiende una mano abierta en la espalda de la chica. Se apoya en ella. Tiene el labio inferior saliente. También los ojos. Sus muslos son delgados y musculosos. La otra mano le cuelga al costado, casi tocando la mano sobre la que se apoya un hombre rubio que tiene alzada la rodilla contraria y la otra pierna estirada al lado. La boca de este hombre es ancha, con un amplio espacio que separa el labio superior de la nariz larga y afilada, está más moreno que el hombre anterior. Sujeta una lata de cerveza bajando la vista. A su lado hay una chica morena sentada, de cuello y piernas largos, nariz aguileña y boca rellena, de perfil un gran ojo ovalado. Lleva puesto un bikini verde claro y un macizo brazalete oriental ajustado al antebrazo. Se echa hacia atrás un mechón de pelo doblando la muñeca. El hombre que está al otro lado es pequeño, de cara bermeja, y lleva un bañador multicolor.

Este libro parece tener un principio feliz. Tendrá un punto medio confuso y un final difícil de precisar. Simplemente va de aquí para allá marcando con puntos los vacíos. Basta seguir los puntos y lo que salga serán vidas.

¿Tiene este libro un final feliz? ¿Cómo puede tenerlo, si casi todo lo que sucede en él parece desdichado? Pero quizá sea porque la desdicha hace más fácil la escritura y se lee mejor. Tal vez la autora espera que la felicidad rezume entre líneas. Que se esparza por las superficies. Se infiltre en los intersticios. Quede contenida por el borde de la página.

Una de las implicaciones del nuevo descubrimiento es que los dos ámbitos de la “materia” y la “antimateria” no son, como se pensó en un principio, réplicas perfectas el uno del otro. En los últimos años se ha descubierto que por cada partícula de materia ‒electrón, protón, mesón y demás‒ existe, en el catálogo de fragmentos atómicos, una “antipartícula” idéntica en masa y tiempo de vida, pero opuesta a la primera en su carga eléctrica o sus propiedades magnéticas. Cuando las partículas de materia y antimateria se encuentran se aniquilan mutuamente, dejando solo un estallido de rayos gamma. Dado que nuestro mundo está dominado por materia, cada vez que aparece una partícula de antimateria inmediatamente se encuentra con otra de materia y desaparece. Algunos científicos creen, sin embargo, que podría haber mundos lejanos formados por antimateria, donde todo sea lo opuesto, como en el mundo detrás del espejo que visitó Alicia.

Blanco y negro, horizontal.

La arena y el cielo se funden en un suelo gris. Hay cinco jóvenes sentados formando más o menos un círculo en torno a una manta oscura, una cesta de pícnic, platos de papel, vasos de plástico y latas de cerveza. Un hombre con pecas, a la izquierda, mira lejos de la cámara. Lleva un bañador con dibujos llamativos. Junto a él una mujer pequeña se inclina para llenar una copa de vino con una botella estrecha y alargada. Al echarse hacia delante le asoma por el escote en pico del bañador la aureola de un pezón. Un hombre rubio, de cara y cuerpo huesudos, mira fijamente el libro que sostiene otro hombre. El hombre del libro es moreno. Tiene las cejas tupidas, las piernas cruzadas, gesticula con una mano mientras con la otra sujeta el libro contra el pecho. Es un libro minúsculo de tapa dura sin letras visibles. Abandonando la verticalidad dobla el cuerpo hacia una mujer morena que se halla tumbada, dando la espalda a la cámara, con un brazo debajo la cabeza y el otro entre las curvas de su cuerpo con la mano estirada sobre el muslo, como una réplica del margen inferior de la foto. Sus pies son largos y finos, las uñas oscuras.

Escucha esto: “La causa fundamental del desarrollo de una cosa no es externa, sino interna; radica en las contradicciones inherentes a la cosa. Esta contradicción interna existe en cada una de las cosas, por lo que su movimiento y desarrollo [...] La filosofía marxista sostiene que la ley de la unidad de los contrarios es la ley fundamental del universo. [...] En cualquier fenómeno o cosa dados, la unidad de los contrarios es condicional, temporal y transitoria, y por lo tanto relativa, mientras que la lucha de los contrarios es absoluta.”

(D puede llegar a ser terriblemente pedante. Hace un mes, cuando le conocí, pensaba que toda acción política era inútil. Iba a ser el último de los grandes cínicos, y jamás movería un dedo mientras el mundo se iba al cuerno. ¿Cambiará siempre con tanta frecuencia? Si pudiera sorprenderme siempre, si de verdad fuera impredecible, yo también tendría la obligación de cambiar, y eso es algo que quiero hacer.)

Qué chino es eso.

Bueno, según Lévi-Strauss el marxismo y el budismo comparten la misma...

Oh, Dios, hace un día demasiado bueno como para ponerse tan serios...

¿... que es una simplificación espantosa?

(Él es inteligente y su presencia me agrada, pero... ¿por qué acabo siempre dudando de la gente? ¿Será que los actores son más sensibles que los demás a la falta de sinceridad? Yo todavía no actúo. ¿Será que espero que todo el mundo sea tan farsante como mis ambiciones me hacen ser a mí? Eso no me lo creo. Es lo que diría si estuviera hablando, pero no hay necesidad de pensarlo. Actuar es algo más. Aquí todo el mundo actúa constantemente, pero son unos aficionados. Yo quiero ser mejor en eso que los demás, quiero perfeccionar la manera de habitar y afectar ese mundo que la mayoría de la gente no sabe que existe en el centro de todas las cosas. Si vamos a eso, ¿qué otra cosa hay fuera de cómo te ve la gente y de la manera en la que puedes manipular las situaciones para comunicar tus sentimientos íntimos del modo más claro y directo? B lo sabe bien, pero le gusta hacer mal uso de ello. A lo hace de un modo menos consciente. Dudo sobre D porque noto que también él...)

Podría ser cualquier religión.

No, porque los objetivos de la religión son estáticos. La religión está para resolver las contradicciones de una vez por todas, crea una falsa armonía. Mao lo llama paz sin principios.

(D está más guapo cuando habla. Empiezo a entender lo que A ve en él. Es muy vehemente, pero también tiene algo de triste. Nadie como ella para notarlo y para...)

Pero el marxismo es una especie de religión, ¿no?

Las religiones hacen que la gente digiera el mundo con toda su podredumbre haciendo que esperen algo mejor... después, cuando es demasiado tarde. La democracia ha sustituido a la religión. Lo cual hace que solo se vean sus fallos.

La democracia es el mejor gobierno del mundo. ¿Se te ocurre alguno mejor?

Claro. Cualquier gobierno socialista. Cuba. China. Dinamarca. Incluso Inglaterra. ¿Te parece un buen gobierno uno que tarda noventa años en aprobar una ley para que los niños negros tengan acceso igualitario a la escuela y que quince años después todavía no la tengan? Tú hablas de la búsqueda de la felicidad, no de la felicidad. La democracia te permite correr tras ella jadeando. Pero si te fijas más verás que, en vez de eso, lo que persigues son mercancías, como un buen consumidor. La obsesión con la propiedad lo invade todo hasta el punto de que no reconocerías la felicidad si la encontrases. O, si no, el modelo habrá cambiado y entonces lo que tendrás será un tipo anticuado de felicidad. Así es como agotas las energías y ya no te quedan más para destruir el sistema y encontrar algo mejor.

La felicidad... A saber qué es eso.

Oye, tú. ¿A cuento de qué viene tanto despotricar contra Estados Unidos? ¿Cómo te ganas tú la vida? ¿Quedándote sentado sobre el culo? ¿O es que lo pones en venta?

Venga, Fred...

Yo estoy hablando de la vida, no de ganársela.

E quiere ser actor. B quiere tener poder. A quiere ser escritora. D quiere muchas cosas.

B y E se conocieron en un taller de teatro de Off-Broadway. A ella no le interesaba el teatro. Iba con un amigo. Así que conocía el secreto de E desde el principio. Se entendieron bien. Encajaron como dos gemelos perdidos, como piezas de un puzle humano. Nada de coño con polla, sino necesidad con necesidad, oferta con oferta. La Bella con el Bello, también, aunque ella intentó ser la Bestia. Acabaron compartiendo una mesa de fieltro rojo.

A y B se conocieron en una sala de espera, en las oficinas de una revista de papel cuché. B estaba allí por un trabajo de modelo. A diferencia de otras modelos, ella sí tenía aspecto de serlo. A buscaba empleo, cualquiera, con tal de que la relacionase con escritores y con la escritura. ¿Por qué se pusieron a hablar? Porque no tenían nada en común. Si no hubieran caído por separado una hora después en la cafetería de al lado, nunca habrían vuelto a verse. Cada una pidió un sándwich de queso a la plancha y el tipo de la barra pidió a cocina Dos Quesos Fundidos.

A conoció a E en una fiesta donde ella estaba como pez fuera del agua. Él estuvo amable. Ella le quedó agradecida. A no se dio cuenta de lo guapo que era hasta la siguiente vez que se encontraron, yendo con B. Se sintió sorprendida por lo que se ocultaba tras la reserva de E y recriminó a su intuición de escritora haberlo pasado por alto la primera vez. El anfitrión de la fiesta coleccionaba relojes de cuco.

A conoció a D en la inauguración de la primera exposición de fotografía de él. Era primavera. Ella se sentía bien. Alegre y combativa. Él se sentía mal y aceptó el desafío. Ambos querían enamorarse (aunque D no lo llamó así). De alguien. Ese día. Por qué esperar. Él no bebía nada y ella bebía demasiado.

 

D ha conocido a B y a E hoy en la playa.

¿Ves ahora lo mismo que yo? ¿Cómo no tiene sentido?

Diapositiva en color, cuadrada, desenfocada.

El mar, un cielo rosáceo, tres mujeres y dos hombres de pie con el agua del mar hasta las rodillas. La línea de sus cabezas sube de izquierda a derecha dos veces, desciende y vuelve a subir. La primera mujer sonríe al segundo hombre, que está en el extremo más alejado. La segunda mujer sonríe al interceptar la primera sonrisa. El primer hombre mira de frente a la cámara.

(Estoy a gusto con D. Me gusta incluso cuando los demás todavía no le gustamos a él. A parece feliz. ¿Será él lo suficientemente fuerte para ella? ¿Y para nosotros?)

12 de abril: Se trata ante todo de convencerse uno mismo de que se es alguien. Los esquizofrénicos nunca están seguros de existir. Una persona empeñada en hacer sentir su presencia en el mundo es probable que sea esquizoide si tiene ese afán sin que exista ningún propósito concreto. Nada de lo que piensa que debe hacer afectará, alterará o añadirá nada al mundo tal como es ahora. Cuanto más cínico y sofisticado se es, más difícil resulta mantener un equilibrio entre los deseos personales propios y la certeza de lo poco que una persona puede cambiar. A y D adolecen de lo mismo. Saben mucho y les cuesta centrarse, porque del mismo modo que ambos necesitan hacer algo para probarse que existen, no pueden encontrar ese elemento activo con el que probar algo más que su existencia pasiva. Al final se conforman con sus ficciones sobre su propia existencia, acaban tan alienados que las respuestas a sus acciones ya dejan de interesarles. Mientras están juntos, A y D se necesitan mutuamente para poder comprobar que han hecho algo.

Diapositiva en color, cuadrada.

Una joven está sentada sobre la arena blanca, hay cañas verdoso-amarillentas a su izquierda, y observa desde una punta rocosa. Mechones de pelo castaño vuelan al viento, el ceño parece fruncido, tiene las rodillas recogidas bajo la barbilla, las manos enlazadas alrededor de ellas. (Me pregunto si D repara en mis estados de ánimo. Me pregunto si se da cuenta de que los exagero para que los note. No sé cuánto ve o percibe en la gente. Me da la sensación de que está muy enterado de lo que ocurre y que ha optado por no responder. Eso podría significar firmeza pero también inseguridad o crueldad. ¿Y ahora, parezco natural? ¿Qué es ser natural? ¿Tengo acaso idea de lo que sería en mí natural? ¿Hago algo con naturalidad si tan consciente estoy de mis actos?)

Diapositiva en color, cuadrada.

Un joven con un pesado reloj con correa de cuero en el brazo izquierdo está de pie sobre unas rocas planas, casi blancas, contra un cielo azul grisáceo. Tiene hombros anchos, un poco redondeados, tronco largo, caderas estrechas, piernas delgadas y largas. El pelo negro y rizado del pecho acaba cubierto debajo del ombligo por unos vaqueros azules y un cinturón ancho con hebilla grande de plata. Con una mano apoyada en la cadera, dobla por la rodilla la pierna contraria para distribuir el peso, arquea las cejas, casi sonriente, seguro de sí mismo. (Ella y yo damos vueltas una alrededor de la otra y en torno a nosotras mismas, más como luchadoras que como amantes, intentando decidir cuándo iniciar la pelea. Es erótico, como pararse al borde de un risco y sentir que te tiemblan los muslos imaginándote la caída.)

Diapositiva en color, cuadrada.

De cerca, plano de tres cuartos de una chica en bañador azul bajo una camiseta roja de hombre. Construye un castillo de arena en una playa. Pequeño trozo de cielo azul claro en el borde superior. Se arrodilla hacia delante con torpeza, se pellizca con los dientes una comisura del labio inferior, un mechón de cabello le cruza la mejilla, compacta el castillo con las dos manos. Tiene una muralla elevada, un camino sinuoso, un foso y varias torres. Sobre una de ellas ondea en un palito clavado un pendón hecho con algas. Al otro lado del castillo hay una amplia depresión en la arena. (Cada dedo tiene un peso diferente. Cada grano de arena opone una resistencia diferente. ¿Cómo sería ser físicamente diferente, tener una distribución distinta? ¿Tener la constitución de un hombre, sin pecho, con un peso entre las piernas? Camino flotando y respiro arena. Las fotografías son un tiempo pasado, tiempo del pasado, que se desechó una vez. Preferimos ser testigos a actuar. Tenemos nostalgia de todo cuanto ha ocurrido ya.)

Diapositiva en color, cuadrada.

Un árbol contra el que se apoya sentado un hombre joven, con las rodillas levantadas, el dedo índice en el agujero derecho de la nariz, la otra mano sobre un libro con un diseño circular azul y amarillo en la portada. Labios entreabiertos, pestañas espesas bajadas, el traje de baño negro deja ver vello púbico, los tobillos y los pies son pálidos, los brazos y las piernas peludos. (“...lástima que personal y subjetivo sean palabras de las que se ha abusado tanto que ya no tienen fuerza para transmitir ningún acto genuino de ver al otro como persona [si queremos esto, habremos de volver a ‘objetivo’], sino que inmediatamente implican que uno pone sus propios sentimientos y actitudes en el estudio que hace del otro de tal modo que se destruye nuestra percepción de él. En contraposición a los respetables ‘objetivo’ o ‘científico’ tenemos los desprestigiados ‘subjetivo’, ‘intuitivo’ o, peor aún, ‘místico’. Es interesante, por ejemplo, que uno encuentre con frecuencia ‘meramente’ delante de subjetivo, cuando es casi inconcebible hablar de alguien siendo ‘meramente objetivo’. El mayor de...”)

Blanco y negro, horizontal.

Una playa limpia y blanca con olas pequeñas que avanzan en diagonal hacia la esquina inferior derecha de la fotografía. Al fondo hay arbustos. Dos figuras en bañador, a lo lejos, están abrazadas con las piernas entrelazadas sobre una toalla a rayas. Sus cuerpos forman una larga flecha que apunta en dirección contraria al agua.

Cuando me sacabas todas esas fotos pensaba cómo sería tener tantas fotografías como momentos de vida, ver si las dos corrientes de imágenes guardarían algún parecido real entre sí. ¿Podríamos entonces saber qué aspecto verdadero teníamos?

Yo sé qué aspecto tienes ahora. Sé más de tu nariz cuando bajo mi dedo por ella así, o de tu boca así, o de tu barbilla así, que lo que nunca aprendería fotografiándote.

Siempre he detestado que me hagan fotos. Salgo horrible. Me he convencido a mí misma de que en realidad soy más guapa, o al menos diferente, así que cada foto es una nueva desilusión.

No creo que sea por eso por lo que a la gente le gusta que le saquen fotos, para ver lo preciosos que son o dejan de ser. Es porque es la única manera de atisbar el interior desde fuera. Utilizamos a los demás como espejos. Yo te uso de espejo mío.

¿Y qué ves?

Me veo yo, claro está. ¿Te fastidia?

¿Por qué habría de fastidiarme?

Porque te gustaría que te estuviera viendo a ti, ¿o no?

Me gustaría que fuera lo mismo, a veces... Tenemos que volver.

Esperemos hasta que vengan a buscarnos. O mejor, esperemos a que se vayan sin nosotros.

¿No te gustan? ¿Ni siquiera él?

¿Ese imbécil?

Fred no. No sé por qué han acabado viniendo con nosotros. Nunca los vemos. Creo que él conoció a E en la universidad y E nunca le hace un feo a nadie...

E es un hombre muy atractivo.

Hay mucho más en él de lo que se ve a primera vista.

Sí, ya me imaginaba.

Quiero decir que es una persona de lo más amable y sensible tras esa actitud reservada.

Y tu amiga, la célebre belleza, ¿cómo lo aguanta?

¿Cómo aguanta qué? ¿La amabilidad y la sensibilidad? A nadie le hace más falta que a ella.

¿No son amantes? ¿No le importa lo que él se trae por su cuenta?

¿De qué hablas?

Venga ya. No puedes conocerlo desde hace tanto sin que...

Estás equivocado.

Lo he tenido delante.

Y yo lo he tenido delante a él.

En fin, está bien. No sé qué habrás sacado de todo eso.

No hay por qué sacar algo de todo el mundo, no sé si sabes.

¿Y ahora por qué te pones tan tensa? ¿No tendrás celos?

¿De quién? Es que no me gusta que la gente saque conclusiones precipitadas sobre los demás sin darles una oportunidad, que no vean nada más que...

Suenas como del siglo diecinueve, la Desaprobación de la Homosexualidad en persona.