Buch lesen: «Ladrones de Sueños»
Ladrones de Sueños – I. Despertar
Lucía Irene López Ripoll
ISBN: 978-84-18910-55-5
1ª edición, julio de 2021.
Editorial Autografía
Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona
www.autografia.es
Reservados todos los derechos.
Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.
Sumário
Primera parte
1. LA VIDA
2. EXTRAÑOS
3. EXTRAÑAS CONFIANZAS
4. LO PROHIBIDO
5. FALSAS ESPERANZAS
6. SUCESOS INESPERADOS
7. MISTERIOSOS REENCUENTROS
8. LUNAS DE COLORES
9. SUEÑOS
10. BAILE A MEDIA NOCHE
Segunda parte
1. NUEVAS AMISTADES
2. 1:00 AM
3. REMINISCENCIA
4. CONTROL MENTAL
5. CONEXIÓN
6. NOCTÁMBULO
7. VENGANZA
8. LA SANGRE DERRAMADA LLORA
9. SÍNTESIS DE LA ETERNIDAD
10. PRELUDIO DE GUERRA
Los sueños son ciertos mientras duran, y
¿Acaso no vivimos en sueños?
Lord Alfred, The Higher Pantheism
Primera parte
Nunca rompas tus sueños, porque matas el alma
Mario Benedetti
Londres, 7 de octubre de 2007
— ¿Morfeo? ¿Dónde te has metido?
— ¡Estoy aquí Wyn!
— Estaba asustada, prométeme que nunca me dejarás sola, Morfeo.
— Te lo prometo princesa. Y tú prométeme que nunca dejarás de soñar ¿vale?
— Me lo recordarás?
— Todas las veces que haga falta.
1. LA VIDA
Entre dos mundos, la vida cuelga.
No podía respirar.
Su pulso, que normalmente se acompasaba con su respiración, cedió, convirtiéndose en una melodía triste y desamparada.
No se sentía cómoda allí.
Wyn Emerson se despertó con las sábanas pegadas al cuerpo, empapada por un sudor frío causado por un sueño que se repetía una noche tras otra. Sin embargo, al despertar recordaba escasos detalles: una voz del pasado, una premonición del futuro. Nada estaba claro. Deseaba poder dormir sin tener presentes todos esos recuerdos. Despierta los podía olvidar, pero a la hora de dormir los pensamientos tomaban las riendas de sus sueños, convirtiéndolos en pesadillas.
***
Óhmer. Un pueblo olvidado a las afueras de Niza, situado al sur de Francia, donde nunca pasaba nada, ni vivía nadie interesante. Las callejuelas estrechas hacían de ese pueblo antiguo un lugar donde perderse y poder viajar a la Edad Media gracias a sus edificios viejos y extraños. Los habitantes, necios y chapados a la antigua evitaban a la joven Wyn y a su padre, y a su casa. Los tres eran víctimas de leyendas inventadas por los cotillas vecinos del pueblo, siempre pendientes de novedades como animales acechando a sus presas.
La verdad es que Wyn, su padre y su casa tenían motivos para dar lugar a esas leyendas, ya que el señor Emerson casi siempre estaba trabajando fuera. Por el contrario Wyn siempre estaba dentro, y en la casa reinaba una inquietante y permanente tranquilidad. Los niños pasaban corriendo por delante de la puerta, con miedo de que una de esas leyendas inventadas se hiciera real.
Wyn observaba, con miedo a salir. No quería hacer daño a nadie. Estar dentro era más seguro para ella y para sus odiosos vecinos. Ella no era “como los otros niños”, le solía decir su padre, ya que sus poderes, que le acompañaban desde pequeña, eran difícilmente domables.
2. EXTRAÑOS
Al Este del Sol y al Oeste de la Luna.
No podía respirar.
Su pulso, que normalmente se acompasaba con su respiración, cedió, convirtiéndose en una melodía triste y desamparada.
No se sentía cómoda allí.
Otra noche, otro sueño olvidado. Por la mañana clases mundanas, y por las tardes clases de magia. A veces la monotonía se rompía, por la cancelación de las clases, o porque Wyn se escabullía hacia el bosque donde se sentía cómoda y segura rodeada de hadas, duendes y otros seres que alimentaban las leyendas del pueblo. Ese mismo día llamaron a la puerta. Bajó perezosamente por las escaleras con el libro en la mano, y se preparó para defenderse sacando chispas por la punta de los dedos. Aunque la verdad, no sabía cómo unas chispas iban a neutralizar al posible enemigo. Ya pensaría algo cuando lo tuviera delante. Al abrir la puerta, pareció ser que la sangre dejó de llegarle al cerebro por un momento, ya que las chispas se disiparon tan rápido como habían aparecido, y solo podía pensar en el apuesto chico que tenía frente a ella. Unos segundos después recobró el dominio sobre sí misma.
— Lo siento, no ofrecemos visitas turísticas a la casa encantada — se dispuso a cerrar la puerta con aire triunfal y altivo cuando oyó que el apuesto chico de la puerta murmuraba “vaya, que simpática”.
— ¿Qué has dicho?
— Que eres simpática y encantadora — le respondió con sarcasmo en la mirada y una sonrisa provocativa en el rostro.
La sangre le dejó de llegar otra vez. Estaba toda concentrada en sus mejillas, resaltando el hecho de que estaba muerta de vergüenza. Se sacudió los vaqueros con aire de indiferencia — Cosa que le hizo sentir estúpida, ya que sus vaqueros estaban impolutos, y ella lo sabía — , y examinó al chico como si de una obra de arte se tratara. Gracias a sus habilidades descubrió que se llamaba Adam Walter Jordan, y que gracias a las estrellas, era su nuevo vecino.
El chico parecía tener unos diecisiete años y los ojos más bonitos del universo. Wyn estaba segura de que si alguna vez se celebraba un concurso de los ojos más bonitos del mundo, los suyos ganarían. Sin ninguna duda. Eran de un verde tan intenso que en sus límites el iris se fundía con el negro de las pestañas. Toda esa oscuridad concentrada contrastaba fuertemente con su piel levemente bronceada por el sol y su pelo descaradamente despeinado, ondulado y rubio. Los mechones que le caían sobre los ojos indicaban que necesitaba un corte de pelo urgente, y Wyn resistió el impulso de alzar la mano y apartárselos. Sus labios, en esa sonrisa provocadora, parecían irresistibles, y la mandíbula se le marcaba levemente a los lados. Era una belleza exótica para un chico tan joven.
El chico le miró por última vez y dio media vuelta hacia su casa, entró y cerró la puerta. Wyn se quedó apoyada en el umbral, todavía procesando lo que acababa de pasar.
***
A la mañana siguiente Wyn se sorprendió mirando por la ventana que daba a la casa de Walter. Con la excusa de que necesitaba salir a despejarse un poco, se calzó unos zapatos y se puso una chaqueta encima de su camiseta de Metallica; un conjunto bonito pero casual, por si veía a su nuevo vecino.
Se dirigió hacía la cafetería del pueblo, evitando las miradas de reproche y asco que varios vecinos le echaban descaradamente al pasar, y se compró un batido de vainilla del que se sentía muy orgullosa; era el mejor batido que Wyn había probado. Le servía para
los días tristes, los alegres, los normales. Siempre hacía que se sintiera mejor. No vio a Walter al día siguiente, ni al otro, hasta que se convirtió en un sueño lejano que casi no podía recordar.
Al cabo de una semana, ese antojo a batido que tenía se había convertido en una rutina; cada día, sobre las doce, salía de casa y se dirigía hacia el pueblo, se compraba un batido y volvía. Tenía que plantearse seriamente lo de los batidos, ya que su escritorio empezaba a ocultarse bajo un montón de vasos de cartón para llevar con dibujos impresos de vacas. Su habitación estaba siendo invadida por miles de vacas siniestramente sonrientes.
Esa mañana se despertó tan alegre como su conjunto de ropa: zapatillas rosas, shorts vaqueros bastante desgastados y una camiseta de tirantes negra. Se recogió el pelo en una coleta descuidada de la que le salían varios mechones de los lados, formando pequeñas y graciosas ondas. Salió silbando de casa hasta la cafetería, sonriente por emprender el camino para obtener otro batido de vacas siniestras. Después de la espera, inició el camino a casa distraída, mirando por todos lados a ver qué cosas nuevas podría descubrir esa mañana. Pero en un segundo chocó con la realidad. Chocó literalmente, porque al levantar la vista vio a su vecino olvidado Adam Walter, con su preciado batido extendido sobre su camiseta. La vaca del vaso, parecía seguir igual de contenta.
Wyn no lo pudo evitar; se sonrojó de los pies a la cabeza, y le entró tal ataque de risa que se tuvo que sentar para recobrar el aliento, mientras Walter le miraba con sus fascinantes ojos verdes llenos de incredulidad; primero a ella, y seguidamente a su camiseta.
— ¿De qué te ríes? ¡Me has manchado toda la camiseta!
— En mi defensa diré que es una camiseta horrible — dijo después de recomponerse un poco.
— Primero, es mi favorita. Y segundo, es, mejor dicho, era preciosa.
— Lo siento, no sé qué me ha pasado. Deja que la lave como disculpa. Será un momento — él dudó, pero finalmente cedió a la oferta y la acompañó a casa en silencio.
— Voy a por un trapo y jabón, ahora mismo vuelvo.
Walter se quedó en silencio estudiando con detenimiento los cuadros y las antigüedades que había en la casa. Cuando Wyn volvió, se quedó tan sorprendida que el jabón se le resbaló de las manos y le dio en un pie. Walter estaba delante de ella con la camiseta en la mano y el torso descubierto. Se agachó rápidamente a recoger el desastre antes de que se notara que se estaba sonrojando, pero él también se agachó y sus manos chocaron un instante. Una sensación extraña le subió por el brazo y se apartó rápidamente. Seré imbécil, pensó, mientras se incorporaba y le arrebataba la camiseta de las manos. Para evitar más situaciones incómodas, al menos para ella, le dio una camiseta vieja de su padre. Le iba un poco grande, y obviamente, le prefería sin camiseta, pero eso no podía seguir así.
— ¿Wyn, verdad? — le preguntó sacándole de su ensoñación.
— ¿Cómo lo sabes? — le preguntó extrañada. No recordaba haberle dicho su nombre, pero él encogió los hombros a modo de indiferencia y fingió un interés absoluto por las ilustraciones colgadas encima del televisor.
— La camiseta ya debe de haberse secado, voy a mirar — dijo después de oír el pitido de la secadora, que había roto el profundo silencio que se había establecido entre los dos — Sigue un poco húmeda y me tengo que ir, ¿Te importa que pase luego a por ella?
— No claro, pásate cuando quieras.
— Gracias. Ah por cierto, soy Walter. — Hizo un gesto de despedida con la mano y cerró la puerta tras él.
***
— ¿Dónde has estado? Me tenías preocupada.
Una chica de cuerpo esbelto y melena rubia miraba a Walter desde un sofá con los mismos ojos verdes que él poseía. Tenía un par de años más que él, y en sus rasgos se distinguía una madurez adquirida demasiado pronto.
— He estado en casa de Wyn — dijo él con un atisbo de dureza en la voz.
— Walter, es peligrosa. Mantente al margen de este tema, ¿quieres? — Walter ignoró la advertencia de su hermana y comenzó a subir las escaleras hacia su habitación — Por favor Walter, ten cuidado. — Y la puerta de la habitación se cerró.
***
Una hora de ducha. Había sido una de las duchas más largas para Wyn Emerson. Todavía estaba sola en casa, así que cuando terminó tuvo que coger las dos únicas toallas que había en el cuarto de baño, evitando salir empapada por toda la casa. La verdad es que eran bastante pequeñas, pero se enrolló una alrededor del cuerpo y otra en la cabeza, para que se le fuera secando el pelo. Cuando consiguió colocarse la mini toalla estratégicamente para que le tapara, llamaron a la puerta principal. Qué oportunos, pensó. Bajó lentamente la escalera para no resbalarse y fue a abrir apresuradamente, encontrándose cara a cara con su vecino.
Vaya, la verdad es que esperaba encontrarte vestida –le dijo mientras le repasaba con la mirada de arriba abajo descaradamente.
En ese momento Wyn se dio cuenta de que seguía enrollada en la mini toalla roja. Notó que se sonrojaba. “Bueno, al menos ahora el color de mi cara va con lo que llevo puesto” se dijo con sarcasmo.
— Yo... no esperaba que fueras tú.
— ¿Esperabas a tu novio?
— Yo no tengo novio. — Contestó no sin cierta timidez.
— Entonces es obvio que vas vestida así para mí. Ah no, que no vas vestida.
— Ese tipo de comentarios humillantes y retrógrados, y sinceramente, ligeramente machistas, te los podrías guardar para ti. — Wyn se sintió satisfecha de hacerlo sentir incómodo, ya que usó su increíble habilidad para cambiar de tema.
— ¿Está seca mi camiseta?
— Deja que me vista y te la doy.
— Así no estás tan mal — le dijo con una sonrisa ladeada.
Contó hasta diez y respiró hondo para no pegarle, y sobre todo para controlar las chispas rojas que empezaban a salirle de los dedos, antes de intentar subir las escaleras sin que la toalla se moviera un milímetro de su sitio, mientras él la miraba con divertimento.
***
Cuando Wyn volvió, Walter estaba fingiendo admirar la lámpara de la mesita del salón, pero sus pensamientos estaban en otra parte. Wyn era guapa, y sin duda, acaba de comprobar que no tenía mal cuerpo, pero pese a todo ella estaba prohibida. Ni siquiera debería estar allí en esos momentos, pero había algo misterioso en ella que no lograba adivinar. No veía en ella el peligro del que todos le advertían.
La vio bajar las escaleras –Ya vestida–. Llevaba unos vaqueros estrechos que resaltaban su figura, una camiseta gris y unas zapatillas rosas atadas con mucho cuidado y precisión.
— Aquí está tu camiseta. — Y se la lanzó desde el pie de las escaleras.
— Gracias, ahora debo irme — le sonrió y salió por la puerta apresuradamente.
— Pero qué chico más raro. — Pensó ella en voz alta. Se encogió de hombros y subió para acabar de arreglarse.
3. EXTRAÑAS CONFIANZAS
A donde el corazón se inclina, el pie camina.
— ¡Papá, la cena se enfría!
— Ya voy Wyn.
Wyn y su padre no siempre se reunían para cenar, a veces él llegaba tan tarde a casa que Wyn ya dormía desde hacía horas.
El señor Emerson se dedicaba al negocio de la exportación de vino. Enviaba vino francés a España, negocio que había empezado su padre, huyendo de España en la guerra civil. La luz de la bombilla hacía que las canas que le empezaban a salir por las patillas se notaran más de lo habitual, y al hablar se le empezaban a formar arrugas alrededor de los labios y los ojos, que se notaban cansados detrás de las finas gafas que llevaba habitualmente.
— ¿Qué tal hoy Wyn? ¿Has aprendido algo nuevo?
— La verdad es que no, el profesor me dijo que no podía venir, tenía asuntos importantes.
— A este paso nunca mejorarás hija.
— Pero he hecho un amigo –le dijo emocionada.
— Me alegro Wyn, ¿Quién es? — dijo cautelosamente.
— Walter, es nuestro nuevo vecino. — El semblante del señor Emerson se oscureció levemente.
— Wyn no me parece correcto que seas amiga de ese chico.
— ¿Por qué no? Parece buena gente.
— Exacto, parece. Conozco a su familia, no quiero que te juntes con él.
— No. Siempre estás diciendo que me relacione con la gente, y no entiendo por qué no puedo ver a este chico. Es simpático, y me cae bien.
— Harás lo que yo te diga. — Wyn apretó con fuerza los puños a los costados, y la lámpara que estaba detrás de ellos empezó a arder.
— ¡Ya basta Wyn! Contrólate.
Subió corriendo a su habitación, con una sensación de miedo y rabia por lo que acababa de suceder. Con lágrimas asomándole en los ojos, cerró la puerta de un portazo. Las cosas a su alrededor empezaban a romperse y a resquebrajarse. Un libro cruzó volando la habitación y chocó contra su espejo, que cayó al suelo roto en mil pedazos. Uno de sus cojines estalló, dejando plumas por todas partes, y su escritorio empezó a moverse tanto que las montañas de vasos de batido se derrumbaron hacia el suelo. Sus poderes estaban fuera de control, y ni ella ni nadie podían hacer nada.
Cayó al suelo inconsciente por el gasto de energía, y su brazo se deslizó por encima del suelo recubierto de cristales. Antes de perder la consciencia totalmente, dos ojos oscuros como la noche se le aparecieron delante como en un sueño, pero se fueron haciendo más pequeños y borrosos a medida que le susurraban cosas con una voz familiar y seductora. << Wyn, cálmate, yo sé que puedes, relájate...>>
A la mañana siguiente, se despertó con un dolor de cabeza terrible. Su padre había subido, le había vendado el brazo, recogido la habitación y metido en la cama. Puede que no estuviera mucho en casa, pero ella sabía que esos detalles eran la forma de demostrarle su cariño. Sabía que sus reacciones eran exageradas, sin embargo era incapaz de controlarlas. Se levantó lentamente, se puso como pudo unas mallas y un jersey, y se dirigió a trompicones hacia la puerta.
En el exterior de la casa no parecía que hubiese sucedido nada. Se sentó en el balancín del porche y cerró los ojos, dejando que los rayos del sol le alcanzaran y le despejaran.
***
Walter estaba al otro lado de la calle apoyado sobre la barandilla de la entrada de su casa. Admiraba el modo en que los rayos del sol daban contra el pelo de Wyn, y lanzaba pequeños destellos dorados que casi lo hipnotizaban. Estaba tan ensimismado que casi no se dio cuenta de que su mejor amigo se le acercaba por detrás.
— Es guapa ¿eh? — le dijo susurrando.
— Sí, parece un ángel — respondió Walter.
— Los dos sabemos que no lo es.
— Ya, pero…
— ¿Por qué no te acercas a saludarla? Si tanto interés tienes... — le dijo retándole. Walter puso cara de desaprobación y miró a su amigo.
— Bueno, pues ya voy yo — le respondió con una mirada pícara. Walter le siguió maldiciendo en voz baja.
***
Sobresaltada por el ruido de unos pasos en su porche, Wyn abrió los ojos. Vio que Walter y un desconocido se acercaban hacia ella, se desperezó y se enderezó. El chico que acompañaba a Walter era muy diferente a él. Este tenía el pelo color negro azulado, seguramente teñido, y se le rizaba ligeramente en las puntas, donde el azul era más visible. Sus ojos eran prácticamente del mismo color que su pelo. A Wyn le recordaron al auge de una tormenta. Su piel contrastaba visiblemente con sus otros rasgos, ya que era tan clara que parecía de porcelana, exceptuando varias pecas que le salpicaban la nariz y las mejillas. El desconocido se dirigió hacia ella hablándole con soltura y suavidad.
— Buenos días, bella durmiente — dijo, e intentó imitar una reverencia sin mucho éxito.
— ¿Nos conocemos? — le respondió mientras se estiraba.
— Permíteme que me presente señorita, soy Bosco, el mejor amigo del rubiales que viene hacia aquí.
— Wyn reconoció en él la misma picardía que descubrió en Walter al conocerle.
— Hola, Wyn — le dijo Walter con timidez, lo que le sorprendió bastante viniendo de él. Recordando la discusión con su padre, Wyn decidió que era mejor meditar sobre el tema antes de seguir viendo a Walter.
— Buenos días. Lo siento, pero tengo que entrar, ya nos veremos.
Al apoyar el brazo para levantarse, este le falló y cayó, pero Walter la sujetó antes de que llegara a tocar el suelo. Se quedó sin palabras por un segundo hasta que oyó que Walter le estaba hablando.
— ¡Wyn! ¡Estás sangrando!
— ¿Qué? No, no es nada... — Al mirarse el vendaje vio que la sangre del corte de anoche lo había traspasado.
— Mierda, se te está abriendo la herida. Ven por aquí.
Antes de que pudiera replicar, le arrastró a una caseta que había detrás de su casa, le sentó en un taburete y empezó a rebuscar entre los estantes. Wyn se levantó apresuradamente confundida por lo que acababa de pasar.
— Walter, puedo curarme en mi casa, yo…
Y tropezó a la vez que Walter se giraba. Él soltó el botiquín y la recogió entre sus brazos al tiempo que quedaron frente a frente. Sus ojos se quedaron mirando los de Wyn; tan diferentes, e indescifrables. Acto seguido se inclinó sobre ella y la besó delicadamente, como si temiera hacerle daño. Por el contrario, todas las barreras que Wyn había estado alzando a su alrededor se derrumbaron, sumergiéndose en su aroma y sin sentir ya dolor alguno. Pero de repente, él se apartó desconcertado.
— Esto no está bien –dijo preocupado –, debes irte.
La empujó fuera y cerró la puerta. Y todas las barreras volvieron a alzarse.