Buch lesen: «Fray Antonio Alcalde y Barriga»
↑ Retrato de fray Antonio Alcalde y su firma abajo. Tomada de: Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara. Sección Gobierno. Serie Obispos, Antonio Alcalde y Barriga. Años 1791-1793, Caja 3, Exp. 13.
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D.R. © 2011, Universidad de Guadalajara
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Guadalajara, Jalisco 44657
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BAYARDO Rodríguez, Lilia Esthela
Fray Antonio Alcalde y Barriga : los matices de una leyenda / Lilia Esthela Bayardo Rodríguez. -- 1a ed. – Guadalajara, Jalisco : Universidad de Guadalajara : Editorial Universitaria, 2011.
(Colección Jalisco : serie biografías).
ISBN 978 607 450 399 9
1. Alcalde, Antonio, 1701-1792. I. t.
922.272 .A3 .B35 DD21
BX4705 .A3 .B35 LC
ISBN 978 607 450 399 9
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Junio de 2011
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El 7 de agosto de 1792 las campanas fúnebres de la catedral de Guadalajara sonaron intensamente para anunciar el fallecimiento del obispo Antonio Alcalde y Barriga ocurrido ese día. Los aproximadamente 25 mil habitantes que conformaban la ciudad en ese entonces se prepararon para participar o al menos ser testigos de los rituales fúnebres en honor de aquel anciano muerto por causas naturales a los 91 años de edad.
En contraste con la personalidad de Alcalde —quien había sido amante de la sencillez— sus honras fúnebres se celebraron como se estilaba entonces: con toda pompa. Su cuerpo fue expuesto en un catafalco;1 en catedral se celebraron misas a donde asistieron, además del pueblo, las principales personalidades de la ciudad y de la intendencia de Guadalajara, tales como el presidente de la Audiencia, los integrantes de la misma, el alcalde, los miembros del cabildo civil o ayuntamiento, otras autoridades religiosas como el cabildo catedralicio, superiores de las órdenes religiosas y seguramente otros miembros de la elite económica y social de la ciudad, integrada en esa entonces por comerciantes, hacendados y/o algunos empresarios. Pocos días después su cadáver fue llevado a ser enterrado en el presbiterio del Santuario de Guadalupe —templo mandado a construir por el propio Alcalde—; para ello se ordenó que todas las casas de la calle de Santo Domingo (hoy avenida Alcalde), por las cuales pasaría el cortejo, fueran cubiertas con mantas de color púrpura en señal de luto. Asimismo, los participantes en la procesión debían llevar flores y entonar cantos. Después de ello las celebraciones duraron hasta el 10 de noviembre de ese año, día en que se llevaron a cabo unas “solemnes exequias” en la catedral de Guadalajara, donde Juan Joseph Moreno predicó un sermón donde se incluyeron datos biográficos del Obispo; dicho sermón, por cierto, sería el primer texto publicado por la recién llegada imprenta a Guadalajara.
Poco más de 20 años duró su estancia en Guadalajara —menos de la cuarta parte de su larga vida—, empero ese tiempo le bastó a Alcalde para convertirse en uno de los hombres más queridos y recordados por los tapatíos, por lo que vale la pena preguntarnos ¿cuáles fueron las acciones de este personaje que lo convirtieron en inolvidable para los habitantes de esta región del país? Evidentemente muchas, dado que gracias a sus gestiones y donaciones económicas lograron llevarse a cabo obras como la edificación del templo de Nuestra Señora de Guadalupe, la construcción de casas para pobres, así como un beaterio y escuela, anexos al mencionado templo, con lo que contribuyó al reordenamiento de la ciudad, que por entonces estaba experimentando un crecimiento sin precedentes, asimismo se consolidaron obras que llevaban casi un siglo promoviéndose tales como la construcción del Nuevo Hospital Real de San Miguel de Belén (hoy viejo Hospital Civil) y la fundación de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, que por falta de recursos económicos y/o por razones políticas no habían podido llevarse a cabo.
Es por ello que la figura de Alcalde ha sido resaltada a lo largo de los dos siglos que han seguido a su estancia en Guadalajara y principalmente en las fechas próximas a los centenarios de su muerte como en 1892 cuando los festejos comprendieron la composición de himnos en su honor, escrituras de biografías y desfiles de carros alegóricos representando sus virtudes por las principales calles de la ciudad. De este modo, el número de biografías de este obispo es abundante; sin embargo, y sin pretender demeritarlas, da la impresión de que en ellas se escribió la vida de un santo y no de un hombre, pues exaltan y a veces exageran las virtudes del mitrado. Consideramos que esto se debe a que la misma sociedad crea este tipo de figuras, ya sea porque en la vida real se carece casi por completo de héroes u hombres con estas características casi celestiales, o porque al exaltar ciertas cualidades se aspira a reproducir dichos modelos ejemplares en la sociedad que crea estos relatos, es por ello que en la vida de los santos se enfatiza más en algunas de sus características dependiendo de la época en que se escribieron. En esta biografía pretendemos rescatar el lado humano de Antonio Alcalde y Barriga, ese que además de virtudes lo hacía tener defectos o actuar además de por caridad e inspiración católica, por una especie de inercia, como producto de la política y del contexto que se estaba dando en aquella época de “despotismo ilustrado”. No pretendemos quitar mérito a este personaje que se ha considerado uno de los más grandes benefactores de la Nueva Galicia, sino al contrario, devolverle la naturaleza humana a sus actos entendiéndolos como susceptibles de ser llevados a cabo por hombres de carne y hueso, que responden a redes y contextos políticos, así como a intereses y características personales y no sólo por un santo.
Orígenes, formación y sus años como maestro
El primer paisaje que vio Alcalde fue uno típico europeo: grandes campos de viñedos y de trigo, ya que nació un 15 de marzo de 1701 en un pequeño poblado llamado Cigales2 ubicado al norte de Valladolid, provincia de Castilla la Vieja España a 12 km de Madrid, la capital. Sus padres llamados Joseph Alcalde e Isabel Barriga eran campesinos dedicados al cultivo de vid y trigo al igual que casi todos los pobladores de Cigales. Los señores Alcalde y Barriga decidieron nombrar Antonio a su cuarto vástago en honor del tío que sería el padrino del niño, que se llamaba también Antonio Alcalde y quien era clérigo. Podemos imaginar que fue este personaje quien apoyó o posiblemente influyó en su ahijado para que siguiera su ejemplo y tomara la carrera clerical como una forma de ganarse la vida e incluso de asenso social, dado que al parecer la familia Alcalde y Barriga carecía de fortuna; por otro lado, Isabel Barriga murió cuando su hijo Antonio tenía cuatro meses y medio de edad.
Antonio Alcalde y Barriga tomó el hábito dominico en el convento de San Pablo cerca de Valladolid cuando tenía 16 años, es decir, en 1717, posteriormente se ordenó sacerdote. De este modo, la formación de dicho personaje fue en el seno de una orden que aunque fundada en la Edad Media (siglo XIII) por Santo Domingo de Guzmán supo adaptarse a las diferentes épocas. No obstante, el carisma de dicha congregación era más bien conservador: había retomado algunos principios de san Agustín, pero la columna vertebral de la teología desarrollada por los dominicos era la filosofía de santo Tomás de Aquino ya que en 1724 el papa Benito XIII ordenó guardar la tradición tomista en los estudios de los dominicos, un año después el pontífice los invitó a guardar la unidad doctrinal en una carta dirigida a su capítulo general de elecciones. De tal forma, los dominicos cerraron filas al lado del Papa con el objeto de conservar la doctrina tomista, combatir los postulados de la Ilustración, el racionalismo y el probabilismo, asimismo para continuar con sus disputas teológicas tradicionales como las entabladas contra los protestantes, las relacionadas con la gracia, el libre albedrío y la Inmaculada Concepción. Tal vez como recompensa de ello en 1727 en la Constitución apostólica Pretiosus se otorgaba a las casas generales de estudios el derecho de conferir los grados en teología a los estudiantes de la orden, así como a los no dominicanos, esto significaba un gran privilegio dado que las únicas instituciones autorizadas para otorgar grados eran las universidades.
Fue por esos años y bajo ese contexto cuando Alcalde comenzó a dar clases de teología, actividad que desempeñaría durante casi 30 años. A pesar de ello, los biógrafos poco nos dicen de esa etapa de la vida de Alcalde, empero, no debemos perder de vista sus años como teólogo y profesor dentro de un contexto más bien conservador y cerrado a los nuevos postulados filosóficos en una época en que el estudio era más importante que la predicación para la orden dominica. En esa época de juventud, Alcalde se forjó una disciplina y una sobriedad en su estilo de vida que le valdrían años más tarde la simpatía de los funcionarios ilustrados y del rey Carlos III; esas características le servirían también para el buen gobierno y administración de las diócesis que tendría a su cargo. Posiblemente, la frugalidad en el comer le permitieron conservar una buena salud o en términos de la época: “mantener bien equilibrados los humores del cuerpo”3 llegando a la longeva edad de 91 años, y es que la religión dominica prescribía un ayuno de aproximadamente siete meses: desde el 14 de septiembre hasta la Pascua. Dicha costumbre tuvo su origen en la Edad Media allá por los años de fundación de la orden en un contexto en que las malas cosechas y las hambrunas consiguientes institucionalizaban casi de una forma natural este tipo de prácticas que contrastaban con el espíritu pomposo de la primera mitad del siglo XVIII y que agradarían a los ilustrados de la segunda mitad, pues veían en la sencillez una forma de retomar el cristianismo primitivo, anhelado por la Ilustración católica. A pesar de esos prolongados ayunos, fray Antonio Alcalde fue descrito y representado en pinturas como un hombre grande y corpulento.
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