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Su Lobo Cautivo
Sawtooth Shifters Libro Uno
Kristen Strassel
Traducido por Arturo Juan Rodriguez Sevilla
Todos los derechos reservados.
Esta es una obra de ficción. El parecido con cualquier persona, viva o muerta, es pura coincidencia. Este ebook está licenciado solo para su disfrute personal. Este ebook no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, hágalo a través de la función de "préstamo" de su distribuidor. Si usted está leyendo este libro y no lo compró, o no fue comprado para su uso solamente, entonces por favor devuélvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Para obtener el permiso de extraer partes del texto, por favor contacte al autor en kjstrassel@gmail.com
Su Lobo Cautivo, (Sawtooth Shifters, #1) Copyright 2018
Publicado originalmente en 2015 como Forever Home y Rescue Me.
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Notas
Uno
Shadow
El plan no cambiaba porque fuéramos prisioneros.
No estamos hechos para estar en un solo lugar tanto tiempo. Los lobos necesitan moverse. Cazar. Ryker, el bastardo que nos había capturado, lo sabía, y lo había preparado todo para que solo pudiéramos cazarnos entre nosotros. Encadenados, hambrientos y revolcándonos en nuestra propia porquería.
Lo peor de todo era que habíamos caído en la trampa de uno de los nuestros.
Ya teníamos a los hermanos Lowe a la vista cuando nos atraparon. Queríamos asustarlos para que se alejaran de la granja de Ryker y evitar una guerra de clanes. Poco sabíamos de las atrocidades que ocurrían ahí dentro. Acabamos todos peleando para sobrevivir.
Si hubieran pillado a los Lowe con el ganado de Ryker, habría empezado una contienda entre manadas. Estábamos a escasos minutos de evitarlo cuando nos atraparon.
Un rayo de luna iluminó la puerta abierta. El sordo rugido de la multitud se elevó con la llegada del viejo. No me sorprendió. Nada en la granja Ryker ocurría por accidente.
—Muy bien, bestias, voy a subir la apuesta este mes. —Ryker curvó sus labios ennegrecidos del tabaco en una sonrisa horrible—. El que gane será libre.
Incluso en su forma humana, era tan flaco como nosotros, la maldad lo consumía. Lo único que quedaba de él era carne, hueso y un corazón oscuro. Ni rastro de alma. Ryker nos llevaba todas las ventajas. Conocía nuestros secretos y tradiciones. Sabía cómo mantenernos débiles. La luna tampoco nos ayudaba, porque confiábamos en su poder para revitalizarnos. Cada mes Ryker nos mataba de hambre, nos golpeaba y nos mantenía en completa oscuridad cuando debíamos estar disfrutando de la belleza de la luna. Evitaba que pudiéramos volver a transformarnos en hombres furiosos.
Mis hermanos y yo nos miramos, con cautela. Y después a los Lowe. Nunca estuvimos de acuerdo con ellos, pero estábamos en las mismas. La promesa de Ryker tendría alguna trampa.
Ryker tiró la comida al suelo. Los hermanos Lowe se lo pelearon, hace tiempo que su orgullo dejó lugar a la necesidad de sobrevivir. La expectativa hizo rugir mi estómago. Sonaron gruñidos al otro lado del redil. Probablemente lo habían hecho para cerdos, y no teníamos espacio ni para darnos la vuelta sin golpear otro cuerpo. Aunque quisiéramos, las cadenas eran demasiado cortas. No había forma de escapar de los pensamientos de nadie, especialmente de los míos.
El viejo granjero se rio cuando nos acercó la bolsa. Mi hermano Baron mordió el saco. Por ello fue recompensado con una bota en la cara. Cayó algo de comida por la arpillera desgarrada.
—¿Te pones codicioso? Eso es todo lo os daré por salvajes.
Bien. Estaríamos hambrientos para la lucha.
—¿A quién mandamos? —preguntó mi hermano Dallas cuando Ryker se fue, con la mirada puesta en mí. Mis hermanos esperaban que yo tuviera respuestas, pero era imposible pensar con la cadena apretándome la piel del cuello. La ira y el hambre se adueñaban de mi cuerpo. Cuanto más miraba a mis hermanos, menos pensaba que podía salvarlos. No debía mostrar debilidad, especialmente con los hermanos Lowe tan cerca que la podrían oler. Nos llamaban débiles desde hace años. Nos machacarían entre lo que quedaba de sus dientes si tuvieran oportunidad.
Dallas bajó la voz para que solo nosotros cuatro pudiéramos oírlo:
—¿Vamos con velocidad o con fuerza?
Él quería que dijera velocidad. Hacía un mes que Ryker lo había emparejado con Xavier, y fue la pata de X en la garganta de Dallas la que convocó la pelea. X no había dejado de hablar de eso en todo el mes. Los dos estaban en carne viva, ensangrentados y medio muertos cuando los metieron de nuevo en el redil, encadenados, por lo que curarse bien sería un milagro. No lo llamaría exactamente una victoria, pero la venganza sería muy dulce.
Golpeé a Dallas. Todavía me dolía la pata de la pelea de la noche anterior por la comida. Ryker había arrojado pollos al corral, y la oportunidad de probar carne de verdad nos hizo babear y enseñarnos los dientes unos a otros, hermanos o no. Ryker nos trataba como ganado, planeaba sacrificarnos de otra manera.
—No importa una mierda lo que hagas —dijo Xavier, no, Major, desde el otro lado del corral. Xavier sabía que no debía hablar por su hermano—. Cada uno de nosotros por separado te puede joder.
Major había entrenado a sus hermanos para ser sanguinarios, para tomar lo que necesitaban y no mirar atrás. Buscar y destruir. Era una filosofía bastante buena, y extendida entre los hombres lobo en Sawtooth Forest.
Los Channing siempre habíamos mantenido el orden en el bosque. Durante generaciones, nuestra familia había sido la encargada de mantener la paz. Nosotros cazamos y matamos, pero no destruimos. Esta mentalidad no nos hizo populares en el clan de Sawtooth, pero daba igual lo que pensaran si estábamos muertos.
No solo nos matábamos entre nosotros, además ocultábamos nuestra verdadera naturaleza a los humanos de Granger Falls. Los hombres lobo no eran más que leyendas para ellos. Pero la estocada definitiva era que no podíamos aparearnos. Nuestras lobas habían sido vendidas al mejor postor. Y nosotros habíamos sido condenados a morir solos y olvidados.
Si alguna vez saliéramos de ahí, me aseguraría de que tuviéramos algo por lo que luchar.
—Yo me encargo de Major —gruñí, tirando de la cadena para acercarme lo más posible al alfa de los Lowe. En los últimos seis meses había conseguido hartarme con su bocaza. Disfrutaría partiéndosela—. Lucha a muerte.
Me había rebajado a su nivel, pero un tiempo en el infierno provocaba eso incluso en el lobo más fuerte.
No se puede razonar con nadie en una pelea de perros.
Archer me empujó con el hocico en la cadera.
—Quiero enfrentarme a él. —Mi hermano menor se había tomado mi nombre, Shadow1, en serio y se convirtió en la mía en cuanto tuvo edad para alejarse de nuestra madre.
Major rugió de risa, tenía la piel rosada y despellejada donde las cadenas habían descarnado su pelaje. Podíamos entendernos cuando hablábamos como lobos, aunque un humano solo escucharía ladridos y gruñidos.
Miré a Archer. Estaba débil, no había forma de ocultarlo. Nunca había sido un lastre, hasta que nos capturaron.
—Si pierdes, Shadow, tu pequeño cachorro será mío. Lo haré un hombre. Alguien tiene que hacerlo. No tengo tiempo para chorradas de críos —gruñó Major.
—Nunca irá contigo. —Me puse hocico contra hocico con mi némesis de toda la vida. Los bordes de su nariz estaban secos y su amenaza era en vano. Mis hermanos estaban inquietos detrás de mí. Si me daba la vuelta, los Lowe sabrían que mi familia dudaba de mí—. No planeo perder.
—Yo tampoco. —Un lado de su labio se torció en una sonrisa feroz—. Archie será mi esclavo. Puedes irte al infierno con eso en la conciencia.
Después de unas cuantas rondas más de gruñidos y bufidos, Major y yo nos retiramos a nuestros lados del redil. De haber tenido la oportunidad, lo habríamos resuelto ahí mismo. El cabrón de Ryker se había asegurado de que nuestras cadenas fueran demasiado cortas para poder hacernos daño. Quería dejar esa rabia reprimida para los que pagaban por verla.
El dinero de la entrada les valdría la pena aquella noche.
—Comed —les dije a mis hermanos, mientras la comida se me atascaba en la garganta seca.
—¿Esta mierda? —dijo Dallas, pateándola—. Apenas es comida.
—No es broma, hermano. Necesitamos estar preparados.
—¿Me dejarás entrar? —Los ojos de Archer se abrieron de par en par—. Quiero enfrentarme a él.
Empujé más comida hacia él. Estuve muy ocupado devorando pollo la noche anterior para fijarme en si Archer tenía algo más que plumas pegadas a la lengua. Al final comió el último, y yo me avergoncé de no haberlo cuidado mejor, quedando tan poco para las peleas.
—No —dije—. Esta es mi pelea.
—¿Y qué plan tienes si Ryker de verdad te deja salir de aquí, Shadow? —preguntó Baron en voz baja, para que los Lowe no lo escucharan. Ya aprendimos hacía mucho que solo podíamos confiar el uno en el otro.
Miré a Major y respondí en alto para que me oyera:
—Acabar con ese cabrón.
Podíamos estar demacrados y humillados, pero nadie nos tomaría por mansos o dóciles cuando el bárbaro mozo de Ryker nos llevara al ring. Nuestras cabezas estaban bien altas, no había nada que esconder. Incluso encadenados éramos más fuertes que esos granujas.
Y tan cerca de la libertad.
Olía a cerveza, hierba y sudor. Ese era el público que había pagado para ver nuestra muerte. Pero no me importaba. Había soñado con ese momento desde que Ryker y sus gorilas nos dispararon tranquilizantes y nos esclavizaron.
Y Ryker se aprovechaba de eso en su particular ring de gladiadores.
Sangre y malas decisiones eran lo que llenaba las gradas cada mes. No había dos peleas iguales. En los últimos seis meses, nos habían condicionado para ponernos siempre en el peor de los casos.
Ryker nos examinó a los siete.
—Tú. —Tiró de la cadena de Shea. Joder, Shea no tenía coto ni conciencia. Era un psicópata sediento de sangre desde que éramos niños. Major tenía que refrenar a su hermano. En la manada solo había espacio para un alfa.
No me importaba con cuál de ellos luchar, pero esa noche parecía que los contrincantes ya estaban elegidos. Ryker odiaba las peleas equilibradas. La multitud había hecho sus apuestas y Ryker quería proteger el dinero de la casa.
—Y tú.
Nuestras cadenas se enredaron, y los cuatro derrapamos hacia adelante. Ryker suspiró, quitando del medio a uno de sus matones para poder desenredar las cadenas tirando bruscamente de ellas. Todos perdimos el equilibrio cuando las cadenas se soltaron. Un tirón más dejó claro a quién quería.
Archer.
—¡No! —Me lancé hacia Ryker, que respondió dándome una patada en las costillas. El viejo se puso nervioso cuando me agarré a su tobillo. Mi cuello chasqueó cuando liberó su pierna, sangrando, y me pateó la cabeza. Su matón no hizo fuerza suficiente para romperme nada, solo me sujetó para que Ryker me diera una última patada en el estómago.
Archer se negó a moverse, escarbando en la tierra y mirándonos a mis hermanos Baron, Dallas y a mí.
—Déjalo para el ring —le dije.
El dolor de esos ojos azules me perseguiría para siempre.
Ryker arrastró a Archie por el suelo de tierra, y yo le asentí con la cabeza. Seis meses en cautiverio me habían dejado débil, pero aun así le daría a mi hermano todo lo que tuviera.
Archer entendió. Levantó las patas y la cola, brincando con todo el orgullo que un lobo vencido podía mantener con Ryker.
Los mozos nos llevaron al lado del ring. La multitud rugía, y cada mes me decepcionaba ver tantas caras familiares reunidas para vernos pelear. Cuando estábamos en nuestras formas humanas, llamábamos a algunos de ellos «amigos».
—Lo siento, chico —dijo Major cuando los matones nos colocaron en nuestro sitio a un lado del ring—. Archer no se merece esto. Shea no va a tener piedad. Quiere su libertad.
Forcejeé contra la cadena. Si tuviera más fuerza, la habría roto.
—No lo respetaría si no lo diera todo.
Dos
Trina
—Esto da asco —le murmuré a Randy, el sargento de policía que se había ofrecido voluntario para venir desde Ketchum a ayudar con el rescate. Granger Falls no era suficientemente grande como para tener un oficial de Protección Animal, y yo necesitaba un perro viejo, nunca mejor dicho. Estaba cansada de depender de los demás para solucionar las cosas. En cuanto dieron el aviso de las posibles peleas de perros en la Granja Ryker, puse en marcha un rescate a gran escala. Si ese imbécil trataba mal a los perros, a saber en qué condiciones estaban el resto de animales.
Me enteré de las peleas el mes pasado, pero no teníamos gente suficiente ni espacio disponible para acometerlas. El refugio de animales Forever Home era para mascotas y siempre estaba lleno. Y tuve que conseguir más información para poder actuar. Solo tenía una oportunidad de conseguirlo. Había demasiado en juego para cometer ningún error y cada segundo contaba. Ahora que sabía el número exacto de animales que estaban allí, tenía un plan para ponerlos a salvo a todos.
—Estoy deseando pillar a ese imbécil. —Randy tomó un sorbo de su cerveza sin alcohol y escudriñó a la multitud. Nos habíamos infiltrado allí. Demasiados rostros familiares ocupaban aquellos asientos. Gente a la que consideré amigos hasta esa noche. Algunos incluso habían hecho donaciones al refugio. ¿Qué clase de imbécil desalmado va a una pelea de perros por diversión? Si no fuera por los animales que tanto necesitan nuestra ayuda, estaría quemando goma en el estacionamiento para salir de esta ciudad.
Pero ya me escapé una vez. No tenía ningún otro lugar a donde ir.
La gente del pueblo se iba sentando a lado de los policías encubiertos, esperando a que esos pobres perros se destrozaran unos a otros. Mis empleadas del refugio, Kiera y Lyssie, estaban en la fila delante de mí. Me había disfrazado para asegurarme de que nadie se percatara de nuestro plan. La directora de un refugio de animales no estaría en un sitio así pasando el rato. Ocultaba mi melena bajo un sombrero de los Oregon Ducks, y me había cerrado la chaqueta hasta arriba para ocultar mi cara todo lo posible.
Me quedé sin aliento cuando aparecieron los perros, y me agarré del brazo de Randy. Era grande y robusto, y si esos animales no estuvieran en tan grave peligro, me plantearía pasar algún buen rato con él. Las opciones para salir con alguien en Granger Falls eran cuanto menos espeluznantes, como demostraba la concurrencia a aquella salvajada. Menos mal que no buscaba pareja.
—Tenemos suficiente para terminar con esto ahora mismo. ¡Míralos! El pelaje apelmazado y las heridas de las cadenas. ¡Le estoy viendo las putas costillas!
La cara de Randy palideció y tomó un sorbo de su bebida, probablemente deseando que fuera alcohol de verdad. En cuanto acomodáramos a esos perros, yo misma me iba a tomar un trago. Cualquier cosa para borrar aquella imagen de mi mente.
—Si los dejamos pelear, aunque sea por un segundo, podemos acusarlo de cargos más graves. —Sus labios se apretaron al apartar la mirada del ring. Quiero que se arrepienta toda su vida.
—Yo también. —Llevaba casi cinco años de trabajo en el rescate de animales y cada caso me seguía afectando. Cada vez que creía que lo había visto todo, acababa en otro sitio que me daba pesadillas. A veces sentía que no podría llevarlo mejor nunca.
Ryker, el dueño de la granja, estaba en medio del ring con los oponentes de la noche encadenados a ambos lados. Malvado, gritón e ignorante, había descubierto cómo reunir a todos de la peor manera posible. Su pelo grasiento asomaba por debajo de su gorra de béisbol. Su ropa, cubierta de manchas, parecía el delantal de un carnicero. Me daba escalofríos cada vez que lo veía en el pueblo, y ahora sabía por qué.
El perro más pequeño cojeaba. Ryker le quitó la cadena el primero, pero no se movió. En vez de eso, se sacudió violentamente, mirando hacia los otros perros encadenados a lo largo de la pared. Ladraban frenéticamente, animándolo o dándole indicaciones. Era difícil de apreciar por el rugido de la multitud cuando el segundo perro fue liberado. Cargó contra el pequeño, y en cuestión de segundos le hincó el diente.
—¡Ya basta! —Empujé a Randy, que ya estaba fuera de su asiento, corriendo hacia el ring. Su cerveza falsa salió volando, empapando a los imbéciles que nos rodeaban. En las gradas, los policías corrieron escaleras abajo con las armas desenfundadas.
La multitud se dispersó. La cerveza llovía sobre nosotros, los bancos se movieron y la gente casi me tira al suelo empujándome fuera del camino. Nadie quería redimirse aquella noche.
Randy y sus hombres se habían centrado en capturar a Ryker y sus compinches. Tenían trabajo, ninguno de ellos caería sin luchar.
Nadie evitó que el perro del ring atacara al otro. El pequeño aulló, y su pelo gris se tiñó de rojo brillante.
Atravesé la multitud, golpeando a cualquiera que no se quitara de en medio. Necesitaba llegar al ring antes de que fuera demasiado tarde.
No vi a Kiera ni a Lyssie por ningún sitio en aquel caos. No había tiempo para buscarlas. Ese perro necesitaba ayuda.
Los perros que estaban al lado del ring estaban histéricos, aullando y ladrando junto con la multitud. Salté la barrera y corrí al centro del ring. El perro más grande no había soltado al pequeño, ni siquiera cuando me lancé a por ellos. Había que tener cuidado. Los dos perros estaban agresivos y hambrientos y era imposible anticipar su estado de salud. Ninguno parecía rabioso, pero en una noche como aquella no podía perder tiempo jugándomela.
Apartando a un perro del otro, cubrí al más pequeño con mi cuerpo para que el grande no pudiera atacarlo más.
Todavía respiraba, a duras penas. Sus grandes ojos azules me miraron y gimió.
—¡Trina! —gritó Kiera—. Nos empujaron hasta el aparcamiento. Hemos tenido que convencer a esos secretas de que trabajábamos contigo. —Mierda, olvidé darles las credenciales. Ese error nos costó un tiempo precioso—. ¿Está bien?
—Le han dado una paliza. —La respiración del perro se había calmado, con suerte porque se estaba tranquilizando y no se desangraba. Por si acaso, me quité la chaqueta y arranqué una tira de la camiseta para usarla como torniquete. Me importaba una mierda que me colgaran los michelines. Cosas peores se habían visto aquella noche. Envolví suavemente la tela alrededor del cuello del perro y apliqué la menor presión que pude para que fuese eficaz.
—¿Qué hacemos? —preguntó Lyssie.
—Llama a Control de Ganado. Están esperando la llamada. Y saca las jaulas del camión. Creo que había siete. ¿Cómo está el otro que peleó?
Se hizo un breve silencio.
—No está.
Tres
Shadow
Abandoné cualquier tipo de fe la noche que Ryker nos capturó. Ni cielo ni infierno, solo un purgatorio pasando hambre en la oscuridad que se prolongaba indefinidamente. Hasta esa noche, cuando la policía irrumpió en el ring de combate, arrestando a Ryker y a su banda. Y lo mejor: tres ángeles vinieron a sacarnos de nuestra prisión.
—Quédate con este —mandó uno de los ángeles a otro—. Tengo una cizalla en mi bolso. Espero que el collar no se le haya incrustado en el cuello a ninguno.
Tan fuertes y feroces nos preciábamos de ser, uno por uno todos lloramos y gimoteamos agradecidos cuando nos llegó el turno de ser liberados. El ángel se tomó un momento con cada uno, dándonos palmaditas en la cabeza y murmurando algo sobre que ya se había acabado.
Yo era el que estaba más lejos de ella, así que fui el último.
—Vamos a quitarte esta cosa horrible. —Sus palabras sonaban como un arrullo.
No estaba más orgulloso que mis hermanos o mis enemigos. Ser libre era demasiado bueno para pensar en eso. Esa era la única manera que tenía de agradecérselo. Pasó los dedos por mi pelaje mugriento y enmarañado. Era hermosa. Su pelo color miel estaba recogido; su cara, sin maquillar, y su sencilla ropa, rasgada. Sus ojos verdes estaban llorosos y sus mejillas, tan redondas como el resto de sus curvas y probablemente igual de dulces. Su pequeña boca me resultaba irresistible. Olía exactamente a lo contrario que la mierda y la desesperación que hasta ese momento habían inundado mis fosas nasales. Inhalé vainilla, canela, manzanas y todo lo bueno de ser humano. Se me hacía agua la boca con solo pensarlo.
Cualquiera que estuviera tan lleno de amor y compasión por un montón de animales sucios y vapuleados como los Channing e incluso los Lowe se había ganado mi lealtad eterna. Cualquier cosa que ella quisiera sería suyo.
—Todo va a estar bien —me susurró, y yo me apreté contra su pierna—. Te voy a sacar de aquí. Ahora estás a salvo. Te daré algo de comida y un baño.
Quedaban dos semanas para la luna llena. Entonces estaría más fuerte, pero no tenía forma de preparar a aquel ángel para nuestra transformación. Hacía tanto tiempo que ninguno de nosotros era humano, que la próxima metamorfosis podría ser… interesante.
—¿Estás bien, chico? —le pregunté a Archer. Seguía tumbado en medio del ring, con la garganta vendada. Mis hermanos se unieron a nosotros, dándole suaves toquecitos con sus hocicos. Mientras dos ángeles traían jaulas al ring, fantaseé sobre cómo sería tener a aquella mujer entre los brazos y agradecerle apropiadamente habernos salvado la vida.
—Lo estaré —dijo Archie, con la mirada desenfocada.
—No os acerquéis —les advertí a los Lowe cuando Major subió al ring—. Ahora no. Estábamos tan cerca de ser rescatados, que no quería arruinarlo todo machacándolos.
Todos volvimos al cautiverio voluntariamente. Los ángeles cargaron nuestras jaulas en el camión sin mucho esfuerzo. Nos moríamos porque llegara aquel momento y sobrevivíamos solo por él, pero estábamos demasiado débiles para disfrutarlo.
—Kiera, ¿puedes conducir? —preguntó mi hermoso ángel. Se sentó en el suelo con Archer, que apenas se había movido.
Vamos, chico, vive. Ya somos libres.
—Me voy a quedar atrás con este. No quiero dejarlo solo —prosiguió.
—Sí, claro —respondió Kiera, ajustando los cierres para que no nos deslizáramos por la parte trasera del camión. Mi ángel se subió con nosotros, con el cuerpo de mi hermano en brazos. Le goteaba sangre de la manta que había servido improvisadamente como vendaje. Ella se acomodó en medio de las cajas delicadamente, colocando a Archer a su lado.
No olía bien. Joder.
—Bueno, chicos. —Mi ángel miró hacia las jaulas, y me di cuenta de que nos hablaba a nosotros, no a sus compañeras de trabajo. ¿Sabía lo que éramos? Estaba bastante seguro de que había solo cinco jaulas. Mierda, no había visto a Shea desde que los policías interrumpieron la pelea. A él le habían prometido la libertad, y el cabrón se la había tomado.
Yo habría hecho exactamente lo mismo.
— Soy Trina, Kiera conduce y Lyssie monta una escopeta. Ellas creen que estoy loca por hablar con animales, pero sé que me entendéis. —Se detuvo y puso una cara hacia la parte delantera del camión. Si fuera humano, me habría reído—. Somos del Refugio de Animales Forever Home. Ahí es donde vamos. Os daremos comida caliente, mejor que la que os han dado en… —Se atragantó y no terminó la frase—. Os bañaremos a todos. Os cepillaremos el pelaje y vendaremos esas heridas. Os daremos camas cómodas para que durmáis. Nos vamos a asegurar de que no sufrís más, de que os recuperáis, y entonces os buscaremos un hogar. No habrá más peleas, ni más abusos. Se acabó.
Nos dejó sin palabras.
No podía apartar los ojos del bello ángel llamado Trina. Le dio una palmadita en la cabeza a Archer, murmurándole. Él cerró los ojos y suspiró.
—¡Mierda! ¡No! ¡No, no, no! —Trina se inclinó sobre el cuerpo de Archer. Me apreté contra la parte delantera de mi jaula y aullé. Mis hermanos se unieron, pero ningún lamento iba a cambiar nada.
No podía estar pasando. Mi hermano pequeño dependía de mí para mantenerlo a salvo. Lo dejé venir con nosotros la noche que nos capturaron porque pensé que se curtiría si salía a correr un par de veces con nosotros. Debí haber evitado a toda costa que peleara esa noche. Daba igual que estuviera encadenado. Lo dejé meterse en un combate que no podía ganar.
—¿Qué pasa? —Lyssie se arrastró a la parte trasera del camión.
—Lo perdimos —Trina estrechó el cuerpo sin vida de Archer contra ella.
Y todo por mi culpa.
Miré a Major.
—Será mejor que Shea corra mucho, y se vaya bien lejos de aquí. Porque como lo atrape, lo voy a tratar con la misma misericordia que ha tenido con Archer.