Gorilas en el techo

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Gorilas en el techo
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Gorilas en el techo

D.R. © Karen Karake, 2020.

D.R. © Diseño de interiores: Textofilia S.C., 2020.

D.R. © Diseño de forros: Claudia Jones, 2020.

textofilia

Limas No. 8, Int. 301,

Col. Tlacoquemecatl del Valle,

Del. Benito Juárez, Ciudad de México.

C.P. 03200

Tel. (52 55) 55 75 89 64

editorial@textofilia.mx

www.textofilia.mx

Primera edición.

ISBN: 978-607-8713-14-1

e-ISBN: 978-607-8713-23-3

Queda rigurosamente prohibido, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin la autorización por escrito de los editores.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

info@ebookspatagonia.com www.ebookspatagonia.com


Para mis hermanos

porque esta también es su historia.

I don’t give a damn, except that I get bored sometimes

when people tell me to act my age.

Sometimes I act a lot older than I am –I really do–

but people never notice it.

People never notice anything.

J.D. Salinger, The Catcher in the Rye

[ CAPÍTULO 1 ]

Un día después de regresar del colegio entré a mi casa para encontrarme con gente desconocida en la sala. Unos caminaban mirando los sillones y otros, la mesa del comedor. Mi abuela iba de un lugar a otro fumando, dejaba caer cenizas al suelo y mi papá daba precios de los muebles a extraños.

—No, esas sillas son de caoba, por esa cantidad no se las puedo vender, tampoco estamos rematando —le dijo mi papá a un señor insistente.

La idea de mudarnos a Israel fue extraña. Jamás se habló del tema. No sabíamos nada de hebreo, solamente Shalom, una palabra que en realidad cuenta como dos: paz y hola. Sabía también que tapuaj era manzana. Con esas dos palabras no podría darme a entender.

—Aprenderás —dijeron mis papás—, los niños aprenden rápido, además pueden hablar en inglés.

—¿Cuándo nos vamos?

—Como a finales del otro mes y no, no hay planes de regresar —dijeron.

—¿Y nuestras cosas? ¿Nos vamos a llevar nuestras camas y televisiones?

—¿Y nuestros juguetes? —preguntó mi hermano.

—Todo, nos llevaremos todo, solamente nos cambiareos de país. Podrán salir a jugar a la calle, ¿no quieren eso?— nos preguntaron.

—¿Podemos quedarnos? Porfa, nos queremos quedar —contestamos.

Mis papás soltaron la noticia así de repente, como si dijeran: “Mañana nos vamos a Amati, niños, empaquen su maletín”. Nada de explicaciones. Hicimos muchas preguntas: “¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Cuándo regresaremos? ¿Llevaremos nuestras cosas?” Mi hermano comenzó a llorar.

Intentamos adivinar qué muebles nos llevaríamos. El órgano seguro no, por más que tomamos clases solo aprendimos la canción de Campanita. La vitrina en donde estaban los platos recargados seguro no, estaba empotrada en la pared, era horrible.

—¿Cree que se lleven la lámpara del comedor? —preguntó Gabriel.

—Espero porque me encanta.

—Yo también lo espero. ¿Dónde vamos a dormir si se llevan nuestras camas?

—¡Ay!, no sé. Estoy harta de esta casa que ahora parece tienda —le dije.

Con los días se vaciaba un poco más; la alfombra verde de la entrada, los muebles de jardín con todo y la sombrilla anaranjada. El sillón largo tapizado de flores y la mesita de vidrio en donde estaba el florero rojo despostillado. En el suelo estaban un montón de adornos que sí nos llevaríamos. Mi hermano me preguntó si vendían todo porque ahora éramos pobres, le dije que no sin estar segura. Tal vez no nos decían la verdad.

No importaba que me sacaran del colegio con tal de quedarme, pero luego aclararon que no era por eso: “Ya sabes, las cosas no están bien”.

Dicen que en Israel podremos salir a la calle solos, incluso ir en bicicleta al colegio. Desde hace tiempo no me dejan ir sola ni a la parada del bus y eso que está en la esquina. A las vecinas sí las dejan, pero mi mamá dice que eso es problema de sus papás, que son extranjeros y a ellos no les da miedo nada. Tampoco me dejan salir al jardín de la entrada por miedo a que salga. De todos modos la puerta tiene como mil chapas y es imposible salir por mi cuenta.

Hace unos meses mi mamá puso masking tape en todas las ventanas de la casa, no porque estuvieran rotas sino porque se podrían romper. Vi cuando pegó tiras largas formando un tipo de estrella o un enorme asterisco y ahora cuesta ver para afuera, me dan miedo las noches y solo logro dormir hasta que llega mi papá. A veces oigo ruidos, como explosiones a lo lejos, mi mamá dice que son cohetes, pero sé que no lo son. Los cohetes silban antes de estallar, hacen eco y huele a fogata. Cuando suenan imagino que son dinamitas, como las que salen en las caricaturas de Bugs Bunny, que explotan salpicando chispas por todos lados. Sé que no es así la cosa pero, imaginar como si todo fuera una caricatura, me asusta menos.

Mis abuelos hablan en inglés con mis papás cuando no quieren que entendamos, pero entendemos perfectamente. Sé que las cosas no están bien porque dicen palabras como terrible, worse y kidnap. Kidnap, es la que dicen más quedito y la que más me asusta.

Mi papá tiene un amigo al que secuestraron. Cuando lo soltaron no quería hablar con nadie. Su barba estaba demasiado larga y olía asqueroso. Escuché a mis papás hablar de él, de cómo cambió y de que seguramente no volvería a ser el mismo. Sally me dijo que a algunas personas las meten en hoyos en la tierra hasta que la familia paga el rescate. Pobre de la gente que no tiene dinero para pagar. Me hubiera gustado verlo y preguntarle si lo trataron bien y en dónde iba al baño, si podía ver tele para entretenerse o usaba la misma ropa todo el tiempo. Yo creo que los encierran en cuartos oscuros, les ponen vendas en los ojos, hablan de política y cosas así.

No sé nada de política, pero escucho a los adultos hablar todo el tiempo del gobierno y de los problemas del país, no hablan de otra cosa. Que la situación está peor que nunca, que si anoche bombardearon el Banco Industrial, que gracias a Dios fue en la noche y que esos desgraciados están arruinando al país. No sé quienes son los desgraciados ni por qué destruyen edificios. Cada vez que pregunto me dicen: “Ve a ver si puso huevos la cocha”.1

No me interesan sus conversaciones que son por lo regular en las cenas de Shabat.2 Mejor me siento en las piernas de mi abuelo y veo como pela sus manzanas con un cuchillo filoso. Puede pelarla completa sin romper la cáscara. Trato de no pensar en cómo será la vida sin ellos, nosotros tan lejos y ellos acá en Guatemala. Dicen que irán a vernos, pero no tan seguido porque es muy lejos, como a 16 horas de vuelo. Me cuesta imaginar qué hace uno sentado en un avión tanto tiempo.

—Hablaremos todos los domingos, Muñeca. Te lo prometo —me dijo mi abuela.

Mi día favorito de la semana es el domingo; almorzamos todos juntos en El Dorado y dejan que tome toda la Coca que quiero. Hay enfrente una tienda de dulces gringos que me encanta. Pregunté si podía comprar una bolsa grande porque no sabía si vendían los mismos allá. Me angustié de pensar que no habría Coca, así que tomé toda la que me cupo, pero luego dijeron que no me preocupara, que no íbamos al fin del mundo. Aunque parece que sí. Tantas horas en avión suenan como el fin del mundo.

Hace unas semanas casi veo un muerto. “Casi”, porque cuando por fin nos dejaron salir del colegio estábamos en el bus con Ariela y empujó mi cabeza para abajo. “No mires eso, es horrible, hay mucha sangre, ambulancias y todo”. Pensé que mentía aunque sí escuché sirenas y el chofer y la monitora que estaban con nosotros platicaban quedito.

Recordar ese día no me afectó como a mis papás. Toco el tema y dicen: “¡Ya estuvo! No volverá a pasar, así que ni pienses en eso”, pero sí lo pienso.

Aquel día me di cuenta de que algo no estaba bien porque los profesores actuaban raro. Se secreteaban y movían de un lugar a otro como moscas pensando qué hacer. Nos formaron y llevaron al jardín en donde son las asambleas generales. Estaba todo el colegio, hasta los de la universidad de al lado. Nunca nos reunían a todos. Nadie explicaba nada. El director dijo que había una situación afuera, que debíamos permanecer sentados y en silencio hasta que todo estuviera tranquilo. No entendíamos a qué se refería con “una situación”.

El primer bombazo nos dejó callados, me hubiera gustado que nos llevaran a algún salón para refugiarnos, afuera estábamos muy descubiertos, desprotegidos. El ruido fue muy distinto al de un cohete. Luego sonaron otros, como truenos, pero bien cerca y seguidos.

Nunca me compraron cohetes. Los puestos donde los venden a veces se incendian y muere gente. Las calles quedan llenas de papelitos rojos y blancos, como en una gran fiesta. “¿Ya ves que sí son peligrosos?”, decía mi papá levantando las cejas.

Ese día algunas profesoras se secaban las lágrimas y escondían rápido el Kleenex para que no nos diéramos cuenta que lloraban. Las niñas exageradas decían que nos caería una bomba y los niños se paraban para ver los helicópteros que volaban casi encima de nosotros. La miss, toda roja y nerviosa, nos decía: Guerillas on the roof, guerillas on the roof. 3 Ella pronuncia siempre todo mal, aunque en realidad “guerrilla” y “gorila” sí suenan parecido. Eso decía mientras en el techo caminaban soldados inexpresivos, con casco y rifles. En cualquier momento esperaba que gritaran: “¡Pecho tierra!” Así dijeron unos niños, seguramente lo escucharon en alguna película de acción.

 

Al día siguiente vi las fotos en La Prensa Libre, el encabezado decía: “Cuartel de guerrillas destruido, 14 muertos”. Había fotos de casas deshechas, nada de muertos ni sangre. Me arrepentí de no levantar la cabeza ese día, quería ver al muerto aunque fuera solo un bulto en el suelo. Leí la noticia sin entender todo. La guardé para que mi papá me explicara qué era faccioso, enfrentamiento y escombros. Aunque decía que hubo muertos, no pude ver ninguno.

Ariela me dijo que no me perdí de nada, que se parecen a los perros que vemos a veces tirados en la carretera.

Pobres.

1 Ir a ver si ya puso huevos la cocha significa que me desaparezca a hacer otra cosa para no escuchar de lo que hablan. Es cuando sé que su conversación se pondrá buena.

2 Shabat significa para los judíos descanso. Comienza el viernes a la caída del sol y termina el sábado cuando anochece. Se prepara una cena especial, se hace un pequeño rezo, cenamos con la familia y comemos un pan trenzado delicioso que se llama jalá. Me encantan los viernes, pero mi día favorito es el domingo.

3 Guerillas on the roof. En este caso hubiera sido muy útil que la maestra supiera algo de español. Gorilas en el techo me sacó un gran susto, por suerte nada más eran soldados.

[ CAPÍTULO 2 ]

Me cuesta no pensar en lo que pasó ese día en el colegio. Estuvo muy loco. Ni en las películas de acción pasan cosas así, con niños, en colegios. Aquí pasa de todo, como cuando entraron ladrones a mi casa el año pasado. Yo por suerte no estuve. Escuché pedacitos de la historia porque no querían hablar demasiado enfrente de nosotros, como si nos fuéramos a asustar o algo.

Lo que pasó fue que unos señores entraron a mi casa haciéndose pasar por técnicos que venían a componer el estéreo. Amarraron a mis papás a unas sillas con corbatas y los obligaron a darles todas las cosas de valor. No eran tan malas personas porque no les hicieron nada, eso dijeron, pero si alguien llega y te roba tus cosas, todas las cosas que quieres, no creo que sean tan buenas. Mi mamá dijo que pudo ser peor, que por suerte eran cosas materiales y ni modo, se reponen. El estéreo, al final, ni se lo llevaron.

Le conté a mis amigos la historia y me pidieron mil veces que la repitiera. Cada vez que la contaba agregaba detalles para hacerla más emocionante, hasta con sonidos exagerados y todo.

—¿Y estabas ahí?

—Por suerte no —dije.

—¡Uy! Imagínate si te hubieran llevado con ellos.

—No, lo que querían eran joyas y dinero, ¿para qué me hubieran necesitado?

—¿Cómo que para qué? Si no pagás, te matan. O a veces mandan un dedo a la familia o una mano.

—Yo no podría cortar así a alguien—dije yo. Sally dijo que ella mandaría el dedo chiquito del pie, porque ese no sirve para nada y con zapatos no se ve.

Sus papás decidieron que también se iban del país, no para siempre sino hasta que se calmaran las cosas, dijeron.

—¿Cómo así que hasta que se calmen las cosas? —preguntamos. Era triste que nos separaran.

—¿Y a dónde se van?

—A Costa Rica, ahí vive mi tía, ya nos tiene colegio y todo

—¿Costa Rica? Es mero pueblo, ¿o no?

—Eso dicen, pero al menos es seguro —contestó.

—¿Cómo no va a ser seguro si no hay nada que robar? —dijo Pamela.

Los sábados siempre estamos juntas. Dormimos cada vez en otra casa. Sabemos todos nuestros secretos y ya nos vimos desnudas. Lo de la desnudada fue idea de todas, pensábamos que las amigas debían conocerse completitas.

Un día pusimos música y cada una bailó encima de la cama quitándose ropa. Yo no podía dejar de ver lo diferentes que éramos, me daba pena quedarme viendo las chichis de Sally, que ya estaban medio grandes, y lo plana que era Beca. Como estábamos bailando, nos volteábamos y dábamos vueltas para que no nos diera pena. Me hubiera gustado hacer eso seguido, pero no puedo sugerir ese tipo de ideas sin que piensen que soy una morbosa.

El cuerpo de cada una es muy distinto. A algunas ya les están saliendo chichis, pero ver a las demás es divertido. Cuando sea mayor, quiero tenerlas grandes grandes, como les gustan a los niños de mi clase que solo hablan de eso y tienen en sus lockers pósters de mujeres en bikini.

Me robé unas revistas de la casa de mi tío y con Gabriel las veíamos por horas. No sé por qué se lo conté a Mercedes, la psicóloga con la que dizque voy para que me ayude con todo esto del cambio.

—Eso no está bien —dijo.

—¿Lo de verlas o lo de robármelas?

—Las dos cosas.

No hice caso de ninguna de las dos.

[ CAPÍTULO 3 ]

Le regalé a Cata mis cuadernos medio vacíos para que repitiera las planas que le enseñé. Practicábamos diario las letras y palabras, la hacía copiar párrafos enteros del libro Corazón. Lo que yo aprendía en la clase de Español en la mañana, se lo enseñaba en las tardes.

Ella no fue al colegio, pero es inteligente, lo que no sabía era escribir. La escuché hablando con una amiga suya y le pregunté qué idioma era ese. “Es cachiquel”, me dijo. “Kak-chi-kuel”, repitió despacio. Cuando pedí que escribiera alguna palabra se mató de la risa y vi ese su diente que tiene dorado alrededor, “¿No te dij´ pues, que no sé escribir?”. Ese día comenzamos las clases.

Es buena alumna, hace siempre sus deberes y casi no tengo que corregirle nada aunque a veces me invento alguno que otro error para poder usar mi lápiz rojo y tacharle algo como lo hacen en el colegio.

Un día me dijo que como ya se sabía el abecedario, se lo iba a enseñar a sus hermanitos, que si yo le podía prestar unos lápices y un poco de papel.

—Es que 12 somos —me dijo tapándose la boca mientras se reía, como si le diera pena reírse o tener tantos hermanos.

—¿12? —pregunté.

—Bueno somos 15, pero los otros tres ya andan muertos —dijo y como sonreía, pensé que lo estaba inventando.

Tampoco hablaba mucho de su familia, nomás que a uno de sus hermanos lo mataron y que otros tres estaban desaparecidos.

—¿Desaparecidos? —le pregunté—. ¿Cómo así?

—Pues así. Qué ratos que no sabemos nada de ellos.

Me dijo que allá donde viven es puro campo, que siembran maíz, que tienen gallinas y pollos y que le encantan los bananos.

—A mí también —dije, pero ella dice que los de su pueblo son más ricos—. Ay sí, pues, ¿qué tanta diferencia hay entre uno de aquí y uno de allá?

—Son bien diferentes.

Cata es de Chimaltenango que queda como a dos horas y media de aquí. No es tan lejos, pero creo que nunca iré. Conozco muy pocos lugares de Guatemala. Cuando sugiero que vayamos a alguno, me dicen mis papás:

—¿Estás loca? ¿Qué creés que vivimos en Suiza? Pero ese es otro lugar al que creo que tampoco iremos.

Cuando algo pasa en Guatemala, la gente no deja de hablar de lo mismo por semanas, incluso meses. Si alguien tiene alguna novedad, se agrega ese nuevo pedacito de información a la noticia y dale otra vez con lo mismo, igual que un disco rayado.

Hace como un año hubo un incendio en la embajada de España y murieron 37 personas. Me enteré porque a ese tema le dieron duro. Unos indígenas y estudiantes de secundaria secuestraron la embajada, “Fueron los guerrilleros”, decía todo el mundo. Ahí supe que podían secuestrar lugares y no sólo gente.

—¿Qué es lo que pasa, papi? Explicáme, no entiendo nada.

—Lo que pasa es que esta gente quiere llamar la atención del mundo para que se sepan las malas condiciones de trabajo en el campo.

—¿O sea que no los dejan trabajar en paz? —le pregunté.

—Hay guerrilleros que les quitan tierras a los campesinos para quedárselas —explicó—, es como si vinieran a quitarnos la casa, así nomás, porque se les dio la gana.

—¿Cómo son los guerrilleros? ¿Traen pistola y capuchón?

—Creo que sí, pero no te toparás con ninguno.

—¿Por? —pregunté, pero solo me vio con su cara de piensa antes de hacer una pregunta tonta.

Cata dice que ella sí los ha visto en su pueblo y está segura de que ellos son los que se llevaron a sus hermanos. —¿Por qué? ¿A dónde los llevan?

—A saber.

Un niño de mi clase nos contó que murió el papá de una amiga de mi clase. Todos queríamos saber qué pasó. ¿Se lo llevaron? ¿Lo metieron en un cuartito? ¿Le daban comida? Pero nos dijo que él sí murió por una enfermedad.

—Ah.

Los martes y jueves voy a Tarbut,4 mis clases de hebreo y tradición. Lo que más me gusta de ir son dos cosas: El pan con frijol y el cuartito donde jugamos a secuestrarnos. Es chiquito y escondido detrás de uno de los salones, no tiene techo pero sí mucha luz, así que no da miedo. El chiste del juego es agarrar a un niño y encerrarlo ahí hasta que alguna maestra se de cuenta que no está. Luego clausuraron el escondite porque unas mamás se quejaron de que sus hijos tenían miedo de dormir por la noche.

Con mi hermano tenemos un juego, se llama: “¿Qué prefiere?” No hay reglas, uno tiene que escoger entre dos o tres opciones.

—¿Qué prefiere, comerse el moco de Patty? (La niña más fea de mi clase), ¿o chuparle el pie al Mr. Smith? (El maestro de mate).

Las preguntas luego cambiaron.

—¿Usted qué prefiere, morirse balaceada o quemada? — preguntó Gabriel.

—Baleada. ¿Y usted qué prefiere? —pregunté—. ¿Que lo secuestren o que lo metan a la cárcel?

Mis papás se enojan cuando jugamos eso.

Otra cosa de lo que se habló mil veces fue del bombazo en el Parque Central. Estuvo muy feo porque también murió un niño. Vi las fotos del periódico: Había un carro todo explotado, ya ni parecía carro. En otra foto, un montón de gente corriendo, como perseguidos por toros y en las demás, basura y humo. Le dije a mi abuela que no era justo.

—¿Qué tal si yo hubiera caminado ahí con ustedes y estalla una bomba? ¿Y si hubiera muerto yo?

—Tocá madera, mamita. Dios guarde —decía tocando la mesa que tenía cerca.

Un niño de mi clase dice que es muy fácil hacer bombas Molotov. Que se agarra una botella, se llena de gasolina y se cierra con un pedazo de tela, esa es la mecha. Se le prende fuego y dice que hay que aventarla lejos para que no le estalle a uno. Otros niños que se creen la gran cosa dicen que no se le pone gasolina sino aceite de carro.

—¿Cómo saben eso? — pregunté a mi mamá a ver si sabía.

—¿De dónde se te ocurren esas cosas?

—Nomás, así.

Mi libro, Corazón, se trata de un niño llamado Marco, es de Italia y va a Argentina para buscar a su mamá. Tiene que viajar al otro lado del mundo, dejar su casa y su país a un lugar que no conoce, a vivir con gente que ni siquiera habla su idioma. Por eso me gusta leerlo, de alguna forma nos parecemos.

4Tarbut significa cultura. Para mí, son las clases de hebreo a las que voy los martes y jueves. Dizque aprendo hebreo y tradición judía, pero hasta la fecha no sé nada. Si mis papás supieran a lo que voy…