Museo portátil del ingenio y el olvido

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Fragmento de Estudio sobre el maguey llamado mezcal en el estado de Jalisco, publicado por Lázaro Pérez en 1887.

Al entusiasmo poco disimulado por el mezcal o tequila, Lázaro Pérez añade su visión innovadora en un par de planteamientos creativos; el primero de ellos es una propuesta para evitar el empobrecimiento de las tierras de cultivo:

Los fabricantes de vino mezcal que aún siguen el antiguo sistema de elaboración de este interesante artículo de comercio, no pudiendo aprovechar como combustible el bagazo que extraen de los alambiques después de terminada la destilación, lo desperdician considerándolo como enteramente inútil. Este residuo acumulado en cantidades enormes en las inmediaciones de las fábricas entra en fermentación pútrida, y desprende, durante largo tiempo, gases infectos y malsanos. Algunas veces se le quema con el único fin de quitar el estorbo, dejando sus cenizas a merced de los vientos y lluvias que pronto las hacen desaparecer. Sin embargo, estas cenizas contienen los principios minerales que forman parte esencial del nutrimento de los mezcales. Si estos principios, que no son inagotables, no se restituyen al terreno que los ha suministrado, llegará un tiempo en que no teniéndolos ya, en cantidad necesaria para la alimentación de las plantas vigorosas, sólo se críen en él, endebles y muy poco o nada productivas como se ven en algunas partes de la misma heredad. El remedio más eficaz para evitar este futuro mal lo tienen a la mano los que se dedican a la industria mezcalera. Este remedio consiste en esparcir por los campos y mezclar con la tierra, mediante las labores, las cenizas resultantes de la combustión del bagazo. De esta manera recuperan los terrenos los elementos minerales que habían perdido, y conservan invariable su fertilidad.


Anuncio de la Gran Droguería de Lázaro Pérez e hijo, ubicada en la calle de Santa Mónica en Guadalajara.

Y también una propuesta para aprovechar el desperdicio de las pencas utilizadas para producir el tequila: “La enorme cantidad de pencas, que constantemente se quita a los mezcales y que, en su mayor parte se pierde, permite la extracción, en grande escala, tanto de la fibra fina como de la grosera, que dichas pencas encierran en su tejido”. Sostiene Lázaro Pérez que

Con la fibra fina que dan las pencas tiernas más interiores del maguey, se pueden hacer tejidos finos y delicados que serían de mucho aprecio; con la gruesa costalería, reatas, sogas, y en general toda clase de útiles comprendidos en lo que se llama jarcia. Este producto filamentoso, puede también recibir un empleo muy importante en la fabricación de un excelente papel que, en su clase competiría con el extranjero. Mas prescindiendo de esta última aplicación, y limitándose a la sola extracción de las dos clases de fibra, se podría establecer un nuevo ramo de la industria de Jalisco, y que, como la del henequén en Yucatán, produciría pingües utilidades a quienes la emprendieran, siguiendo el mismo método que el que se observa con el lino y el cálamo.


Lázaro Pérez (1816-1900)

A su muerte, en las páginas de los diarios se lee que “Guadalajara ha perdido a un ser bien amado, el notable profesor D. Lázaro Pérez, apóstol del saber. La ciudad toda ha sentido a este pasajero del viaje eterno que así se aleja, dejando el Señor Pérez un vacío en el santuario de la ciencia difícil de llenar”. Y es que, responsable, progresista, sus hazañas incluyen su participación en las brigadas contra la epidemia de cólera que se manifestó en Guadalajara durante el segundo semestre del año 1858, cuando se organizaron comisiones de médicos y una junta de beneficencia para socorrer a los necesitados y aliviar en lo posible sus padecimientos. “Casi todos los médicos prestaron socorros, los jóvenes principalmente se distinguieron por la filantrópica decisión con que se consagraron en esos días aciagos al alivio de sus conciudadanos”, recuerdan los diarios de aquellos días sin olvidar que “merece una mención particular el instruido y benéfico joven D. Lázaro Pérez, profesor de farmacia, cuyo establecimiento estuvo abierto no sólo para el despacho de las recetas expedidas por la Junta de caridad, sino también para auxiliar a cuantos pobres ocurrieran por medicinas, que eran preparadas con el mayor cuidado y esmero”.

Máximo Dávalos, inventor autodidacta y artesano que cambió el arado por la herrería, nació en Huejotitán. Pocos días después de que hubieran comenzado las labores de instalación del telégrafo en Zapotlanejo, Dávalos se ocupa de estudiar con científico provecho cada uno de sus componentes hasta conseguir imitar el telégrafo original, para luego mejorarlo con sus propias innovaciones. En los Anales del Ministerio de Fomento de 1881 se consigna que “Dávalos ha construido magnetas y otros aparatos telegráficos; ha fabricado máquinas para hacer calcetines y otros tejidos. Son de su invención: la máquina para aislar alambre, un repetidor automático y otros aparatos”. Ganador de todos los primeros premios en las exposiciones regionales que se organizan por entonces en Jalisco —en sintonía con aquellos inmensos despliegues de talento que son las exposiciones universales— Dávalos se regodea en su ingenio inventando máquinas y mecanismos que le dan nueva vida a viejas piezas: “el herrero Sr. Dávalos dejó maravillado al público por la correcta y sabia construcción de aparatos telegráficos, de los cuales, según entendemos, él ha perfeccionado algunos”. En complicidad con Mariano Pérez, “joven inteligente e instruido”, funda en Guadalajara un patio de recreo para la innovación, taller “humilde, en su apariencia, pero donde se fabrican instrumentos y aparatos científicos con la mayor perfección; allí se hacen también muy notables invenciones o reformas en los aparatos conocidos, siendo de notar que faltan en el taller muchos de los medios mecánicos más esenciales, pero que son suplidos por la inteligencia de Dávalos y Pérez”.


Ilustración de los componentes de un telégrafo.

De Encarnación de Díaz salió Ángel Anguiano para estudiar en el Seminario Conciliar de Guadalajara y después formarse como ingeniero civil y arquitecto en la Academia de San Carlos, en la ciudad de Mexico. Explorador todoterreno, allá se especializa en levantamientos topográficos. Pero la mayor de sus proezas se localiza en otro tipo de elevaciones: a causa de una miscelánea de ritmos, circunstancias, variables, en diciembre de 1876 se convierte —por decreto presidencial— en el director fundador del Observatorio Astronómico Nacional en el Castillo de Chapultepec, de manera que a punto de que finalice el año recibe un oficio firmado por el general (y literato) Vicente Riva Palacio, ministro de Fomento del presidente —también general— Porfirio Díaz, con las siguientes instrucciones:

El C. General 2º en Jefe del Ejercito Constitucionalista, encargado del Supremo Poder Ejecutivo, ha tenido a bien disponer que se encargue Ud. de la formación del proyecto y construcción de un Observatorio Astronómico que debe establecerse en Chapultepec, a cuyo fin deberá Ud. sujetarse a las instrucciones siguientes:

Siendo la idea dominante del Gobierno que aquel lugar se destine definitivamente a un objeto digno y útil que corresponda a las exigencias actuales de la ciencia y a nuestra cultura, el proyecto que Ud. forme deberá comprender no solamente un Observatorio Astronómico, sino además un Observatorio Meteorológico y Magnético. Con el fin de atender a una conveniente economía y de hacer cuanto antes posible la realización de aquella idea, procurará Ud. aprovechar lo actualmente construido, todo lo cual deberá destinarse exclusivamente a los tres establecimientos mencionados y a sus necesarias dependencias.

En vista de estas instrucciones, Ud. sabrá apreciar en todo su valor el grandioso pensamiento que guía al Gobierno y la importancia de llevarlo a cabo; no dudamos del patriotismo de Ud. y de su amor a la ciencia que, al aceptar este nombramiento, contribuirá eficazmente a realizar los deseos del Gobierno.

Libertad y Constitución

México, diciembre 28 de 1876

Así, Ángel Anguiano se convierte en el fundador y primer director del Observatorio Astronómico Nacional, y por lo tanto cabeza del desarrollo de la astronomía en nuestro país a finales del siglo XIX, desde la parte alta del Castillo de Chapultepec. Simultáneamente se encarga de ejecutar los planos constructivos del palacio astronómico que se habrá de edificar en la lejanísima villa de Tacubaya, razón por la que desde ese momento se llamará Observatorio una de las avenidas de mayor importancia en la capital mexicana. A menos de dos años de haber sido nombrado su director, Anguiano completa la faena de inaugurar un moderno, añorado, insólito mirador para atisbar los astros, el día 5 de mayo de 1878: “El Observatorio Nacional de Chapultepec ha quedado establecido, montando un anteojo cenital de la fábrica de Troughton & Simms, de 1.08 m de distancia focal, y lo mismo habría sucedido con un azimut de la misma fábrica, enteramente nuevo, que se encargó oportunamente y que por causas que ignoro, ha tardado más de lo regular en la travesía de mar. Un péndulo sideral y un cronógrafo completan los principales instrumentos con que cuenta actualmente el Observatorio para dar principio a sus estudios”, reporta el ingeniero jalisciense. Sin embargo, apenas unos pocos años después, el entusiasmo entre los gobernantes ya se ha disminuido, las prioridades políticas han mutado. Y el proyecto astronómico más relevante en México parece estar detenido, como acusa Manuel Gutiérrez Nájera en las páginas de El Nacional, hacia el verano de 1881: “Tenemos en Chapultepec establecido un Observatorio Astronómico, cuyos resultados serán alguna vez de gran provecho para la ciencia, redundando en honra y lustre de nuestros gobernantes. Siguiendo, por desgracia, el camino de todas nuestras cosas y pugnando aún con las extremas dificultades de su establecimiento prematuro, nuestro Observatorio está hoy por hoy como un espejo desazogado: punto menos que inservible […] Las condiciones topográficas del lugar, la altura del Castillo, desde el que pueden distinguirse vastos horizontes; y señaladamente, la deslumbrante limpidez del cielo que cierra con su raso azul el paisaje admirable de nuestro hermoso valle, y en donde, según la graciosa expresión del buen poeta descriptivo Manuel Carpio, ‘el ardiente Sol hace su giro y el blanco globo de la Luna fría’ coadyuvan poderosa y eficazmente a hacer más llanas y más fáciles todas las observaciones astronómicas, de modo que, con esmero y buena voluntad, pudiera ser aquel Observatorio uno de los más perfectos y mejor acabados de su clase. Pues bien, desventuradamente no es así: en el Observatorio de Chapultepec no hay un ecuatorial, que es el más útil de los instrumentos astronómicos, y por consecuencia, carece de espectroscopios, de aparatos fotográficos, de todo aquello que se requiere y necesita para los estudios de astronomía física”. Prosigue lamentando que no haya heliómetro, polariscopio, círculo meridiano ni buscador de cometas. Más aún: “Los muy entendidos y diligentes caballeros que están empleados en el Observatorio, caminan como cojo sin muletas y miran como miope sin anteojos. Los han mandado a que persigan afanosos la marcha de los astros, mas sus observaciones, por más que abunden como abundan en buena voluntad y en discreción, han de pecar forzosamente de poco provechosas y sobrado inequívocas” y suspira: “¿De qué nos sirve, en fin, atormentarnos queriendo hallar alguna estrella nueva si, desprovistos de catálogos y libros, nos exponemos a dar por de reciente aparición alguna estrella antigua? Urge, por ende, so pena de estar haciendo un gasto inútil, proveer al Observatorio de todos los aparatos necesarios”.

 

De izquierda a derecha: Telescopio Gran Ecuatorial del Observatorio Nacional en Chapultepec y planos e instalaciones del Observatorio en Tacubaya.

¿Cuánto pesan las quejas de Gutiérrez Nájera en los gobernantes de la época? Lo cierto es que para mayo de ese mismo 1881, el Observatorio Astronómico Nacional ya cuenta con un presupuesto financiero aprobado para la compra de los mejores instrumentos, y el ingeniero Anguiano, con un plan serio, emprende un viaje de seis meses por Europa, visita las fábricas de mayor inventiva y calidad, indaga precios y características, elige marcas, modelos, encarga equipos específicos. A su regreso a México, Ángel Anguiano es uno de los personajes más informados ente nosotros sobre cada aspecto de la astronomía de vanguardia. En diciembre de 1882 organiza la observación del tránsito de Venus por el disco del Sol, con resultados que dejan muy bien situados a los astrónomos mexicanos en el contexto internacional. Y así también diseña, casi en solitario, las nuevas instalaciones para el modernísimo Observatorio Nacional Astronómico allá lejos —a una distancia de casi diez kilómetros de la ciudad, en la población de Tacubaya, en el majestuoso edificio que antes había servido como sede del Arzobispado— dotado de instrumentos vanguardistas, su director lo dota de otras herramientas eminentemente innovadoras: una imponente biblioteca especializada en temas astronómicos, que permitió la comunicación e intercambio de materiales con colegas de todo el mundo, y el Anuario del Observatorio Astronómico Nacional, que había iniciado desde el año 1881: “una publicación de esta naturaleza, además de contener datos cuya utilidad podrá reconocer cualquier persona, sirve según mi concepto, para vulgarizar la ciencia en algunas de sus ramificaciones, difundiendo sus útiles conocimientos, que podrán despertar en las masas nuevas ideas que engendren amor al estudio y al trabajo”, le explica Anguiano a su jefe. Uno de los mejores instrumentos que había comprado en Europa fue un telescopio ecuatorial comisionado a la fábrica irlandesa Grubb, con el que el Observatorio pudo involucrarse en uno de los proyectos más relevantes en todo el mundo durante esos años: la elaboración colectiva de un mapa celeste o Carta del cielo, para lo cual el general Teodoro Quintana creó maravillosas placas fotográficas, con material importado desde la fábrica de la familia Lumière en la ciudad de París. Junto a sus labores en el Observatorio Astronómico Nacional, Ángel Anguiano fue autor de libros de texto que se leyeron por generaciones enteras en varias asignaturas, profesor en la Escuela Nacional de Ingenieros y director de la Comisión Geodésica Mexicana.


Libro de texto y plano del Observatorio Astronómico Nacional en Tacubaya, autoría de Ángel Anguiano.

En 1886 publica Coordenadas geográficas de Guanajuato, Gachupines, Lagos, León, Guadalajara, Encarnación de Díaz y Aguascalientes, determinadas por el ingeniero Ángel Anguiano, director del Observatorio Astronómico Nacional cuyo surgimiento rememora de la siguiente manera:

A mediados de octubre de 1880 se me propuso por el Ministro de Fomento el desempeño de una comisión, en virtud de una solicitud del Gobierno de Jalisco, para que interviniese en el arreglo de una cuestión pendiente sobre límites entre aquel estado y Guanajuato. Mis deseos de determinar o rectificar la posición geográfica de algunos puntos importantes, especialmente la de Guadalajara, capital del estado a que pertenezco, y la de Encarnación, mi tierra natal, me decidieron proponer al Sr. D. Manuel Fernández, encargado entonces de la Secretaría de Fomento, la ampliación de los trabajos en el sentido astronómico, aprovechando en ellos las líneas telegráficas que, como se sabe, son el medio más expedito y exacto para la determinación de las longitudes, y que a pesar de eso ofrece serias dificultades en la práctica cuando se busca la mayor precisión de que es susceptible, o cuando se compara ésta con la que se obtiene en igualdad de circunstancias en las latitudes.

Equipado con un azimut y un teodolito astronómico de Troughton & Simms, un cronómetro marino Parkinson & Frodsham y otro de bolsillo de Negretti, un barómetro de tubo libre, un aneroide de bolsa, un termómetro centígrado y un torquímetro con su respectiva rueda, se alista para regresar a los paisajes donde creció:

A Guadalajara soy deudor de los conocimientos que adquirí en los primeros siete años de mi carrera científica. Guadalajara es la capital del estado a que pertenezco; doble motivo para que jamás muera en mí el cariño que profeso a aquella hermosa ciudad, lo que hará comprender el grande interés que debo haber tenido para determinar sus coordenadas geográficas. Instalado en el antiguo Seminario en donde nacieron para mí los primeros albores de la ciencia, fijé mi instrumento en uno de los cruceros murales de las azoteas del grande edificio, hoy Liceo del Estado, uno que queda en dirección al frente de la puerta de la Biblioteca Pública.

Y sobre Encarnación de Díaz escribe:

Esta población, que lleva ya hace algunos años el nombre de ciudad, perteneciente al estado de Jalisco, situada cerca de los confines que separan a aquel del estado de Aguascalientes, fue la tierra en que plugo a Dios viera yo la luz primera. No fue allí donde mi corazón se abriera a los primeros goces infantiles, ni donde la verdad comenzara a iluminar mi inteligencia en las primeras evoluciones de su natural desarrollo; pero esto no ha impedido que se formara y robusteciera en mi pecho el amor tan natural en que se reciben las primeras caricias maternas.

Aprovecha que es “poco conocido en aquella población” para establecer sus equipos en la casa de su antiguo compañero, y entonces sacerdote, Juan Parga. Sus resultados para Guadalajara: “Latitud norte: 20º40’45’’.6. Longitud al oeste (de Tacubaya): 0h 16m 35.2s (de Greenwich): 6h 53m 21.8s”; para Encarnación de Díaz: “Latitud norte: 21º31’19.6’. Longitud al oeste (de Tacubaya): 0h 12m 26.4s (de Greenwich): 6h 49m 12.9s”. Y en agosto de 1895, Ángel Anguiano enuncia sus ideales a favor de la imaginación científica, en su original discurso dentro del Concurso Científico Nacional:

No es posible retroceder ni un palmo en estos tiempos de asombrosa actividad intelectual, y no se concibe que la Astronomía, tan fecunda y favorecida en todos los pueblos cultos del globo, sólo en México quedara como planta exótica, sin que hubiera podido aclimatarse en nuestro suelo, sin que llegara a producir sus óptimos frutos geográficos y catastrales y sin que deleitara al espíritu con sus maravillosas verdades. No: sólo espera que la ley en sabias y acertadas resoluciones la proteja un poco más y satisfaga las tres ingentes necesidades que he señalado (fomento y reglamentación especial de los estudios de astronomía; creación del Instituto Geodésico-Astronómico; Institución del Catastro), para que la Astronomía, que tiene ya su asiento en un Observatorio Nacional, el cual coopera en estos momentos en el colosal trabajo de la Carta del cielo, tome también parte con otro título en el general concierto del mundo, para que al hundirse el siglo décimo noveno en las sombras del pasado, salude al nuevo siglo entonando a nuestra Patria himnos en loor de su grandeza, de su prosperidad y de su gloria.

En la Hacienda de Atequiza que embelleció a Ixtlahuacán de los Membrillos nació Octaviano de la Mora, inventor del retrato fotográfico entre nosotros. Deslumbrado por las técnicas de los fotógrafos que conoce en Europa, a los 30 años de edad ya ha regresado a Guadalajara para ensayar ese “laboratorio de retratos fotográficos, que al estilo europeo estoy construyendo en la antigua casa de mi habitación”, según confiesa. Se trata de aquellos estudios fotográficos que poco a poco han comenzado a florecer en la capital de México y en algunas pocas ciudades, lugares para el asombro donde se verifica aquel procedimiento de la daguerrotipia que provoca que “los modelos vivieran, no fuera del instante, sino dentro de él durante la larga duración de la pose, se instalaban, por decirlo así, en el interior de la imagen” en palabras de Walter Benjamin. Es De la Mora un auténtico innovador de la técnica fotográfica. No sólo por ser uno de sus pioneros, sino debido al dominio que ejerce sobre la luz y las sombras, y a la originalidad con la que recrea escenarios naturales en su laboratorio fotográfico mediante decorados y telones pintados con maestría, auténtica alquimia para el deleite, para jugar con el tiempo. Uno de sus mejores estudios lo sitúa en un segundo piso de un edificio con techo de vidrio para permitir el paso de luz natural. Leopoldo I. Orendáin cuenta que “tenía unas cortinas que se deslizaban, valiéndose de argollas cosidas en sus extremos. El piso era de madera con el fin de que deslizaran suavemente las garruchas en que terminaba el tripié que sostenía la enorme cámara, aparato majestuoso, de largo fuelle, gran lente y alargado disparador terminado en una pera de goma. Todo esto lo medio cubría un paño negro, con el que se ocultaba el operador para apreciar la colocación del retratante, afocarlo, valiéndose del vidrio despulido y, finalmente, proteger del mejor rayo de luz a la placa”, que “de madera se modelaban, con sobrepuestos de yesería, columnatas, balaustradas y escaleras de donde se desprendían cortinas, telas o reposteros. Los trucos habituales de la utilería tenían amplia acogida para dar la impresión de verdadero. El ámbito que rodeaba al cliente se procuraba que fuera en concordancia con sus aficiones, método de vida o profesión. Para conseguir esos efectos, había muebles con diversas combinaciones, de suerte que una consola se transformaba en piano, bufete, librero o tocador. Sillones, mesas, bancos, columnas, alimentos disecados, espejos, flores y plantas artificiales completaban el equipo para aparentar la vida real, en lo irreal”. Es un teatro para la ensoñación, y consigue algo casi imposible: la complicidad de los niños que retrata, y a quienes no hace pasar por adultos chiquitos, mejor los mima con jardines, triciclos, juguetes, disfraces, para que resistan el insufrible calvario de posar hasta dos horas ante su cámara fotográfica. “Negocio, innovación técnica, curiosidad adulatoria, hechizo de la fijeza de los rasgos amados” dirá de él Carlos Monsiváis. Quienes conocen a Octaviano de la Mora aseguran que “los retratos que hace pueden lucir en cualquier parte del mundo” y que “su establecimiento es la honra del estado de Jalisco”. Su obra adquiere fama mundial: obtiene los más altos premios en la Exposición Universal de París de 1878 y en prácticamente todos los lugares donde exhibe su talento. Durante su carrera defiende una ecuación que suma verdad con belleza, como lo anuncia él mismo, al trasladarse a la ciudad de México:

 

Ángel Anguiano (184o-1921)


Octaviano de la Mora (1841-1921)

Octaviano de la Mora tiene el honor de ofrecer a Usted sus trabajos profesionales en la 2ª Calle de San Francisco nº4, entre tanto encuentra un local apropiado para construir una Fotografía Modelo, digna de la sociedad de esta Capital, manifestándole que a la vez que interpretando la Fotografía como un verdadero arte, y debido a más de 27 años de práctica en el país, Europa y los Estados Unidos, procurará en los trabajos que se le confíen salir de la producción puramente mecánica, elevándose siempre a satisfacer las principales exigencias de la Estética del cliente. Especialidad para fotografías desde la más tierna edad y para retratos del tamaño natural. Solo se percibirán honorarios por los trabajos plenamente aceptados.


Distintas muestras de la obra fotográfica de Octaviano de la Mora.

Un gesto más de su talante innovador: es el creador de la vitrina de la vergüenza, porque coloca de cabeza, y a la vista de todos, los retratos de aquellos clientes que aún no le han pagado.

En Ameca nació Mariano Bárcena, para quien el mundo siempre fue un laboratorio. Geólogo, zoólogo, botánico, astrónomo, meteorólogo, paleontólogo, arqueólogo, perito en estadística, geografía, metalurgia, ¡político! Interesado en el dibujo, se matricula en la Academia de San Carlos sólo para después reemplazar los estudios artísticos por los científicos en la mítica Escuela Nacional Preparatoria bajo el influjo de Gabino Barreda, quien lo encuadra en las ideas positivistas, debido a lo cual después se inscribe en el Colegio de Minería. Durante ese periodo, Bárcena aprovecha el tiempo para colaborar con colegas y profesores en originales investigaciones, participando en importantes expediciones de botánica, zoología y geofísica, haciéndose un lugar preponderante entre los naturalistas de la época, mientras se ocupa de organizar sociedades científicas o de fundar el Observatorio Meteorológico Central. Explora y nombra el mundo: todavía es un estudiante cuando publica su Viaje a la caverna de Cacahuamilpa. Datos para la geología y la flora de los estados de Morelos y Guerrero por Mariano Bárcena Alumno de la Escuela Especial de Ingenieros de México donde da cuenta de un descubrimiento: “En el viaje que acabo de hacer a la gruta de Cacahuamilpa he recogido algunos datos sobre la Geología y la Flora del camino recorrido desde esta capital hasta aquella localidad, cuyos datos voy a exponer en esta Memoria con el fin de contribuir aunque en pequeño, a los adelantos de la historia natural de nuestro país”. Incluye un perfil longitudinal y corte geológico del Camino de México a la Caverna y unas ilustraciones elaboradas por la prestigiada Litografía de Iriarte, más un hallazgo inesperado, una nueva especie:

El Exogonium que encontré en el Estado de Morelos es, a mi juicio, una especie nueva, o no descrita, que propongo se designe en tal caso con el nombre de Exogonium Olivae en recuerdo del sabio naturalista jalisciense D. Leonardo Oliva, que falleció en Guadalajara el año de 1872. El Exogonium Olivae se encuentra con frecuencia desde las cercanías de Cuernavaca a una altura de 1997 metros sobre el nivel del mar, hasta la montaña de Cacahuamilpa al sur de aquella ciudad; sus preciosos racimos adornados de brácteas rojas contrastan graciosamente sobre el follaje de las vigorosas plantas de aquel clima cálido que le sirven de apoyo. He consultado el establecimiento de esta nueva especie a los distinguidos botánicos mexicanos D. José Barragán y D. Manuel Villada, quienes me han ayudado muy eficazmente en mi estudio, y ambos opinaron por la afirmativa. Me complazco, pues, en añadir un nombre más en la riquísima Flora de nuestra República.


Representación del Exogonium Olivae descubierto por Mariano Bárcena.

Aquella no será la única especie que descubra y bautice, lo hará múltiples veces con vegetales, minerales, fósiles; y él mismo será celebrado por Eugenio Dugès, quien nombrará a un insecto Bruchus Barcenae en su honor. Inagotable, nunca satisface su curiosidad. Trabaja como pocos: catedrático sustituto en la Escuela Especial de Ingenieros, donde después se desempeña como director de práctica, ensayador en la Casa de Moneda de México, profesor de paleontología en el Museo Nacional y de geología en la Escuela de Agricultura y en la Preparatoria Nacional, fundador y director del Observatorio Meteorológico Central, ingeniero de la Comisión Exploradora del Territorio Nacional; forma parte de las Comisiones Mexicanas en las Exposiciones de Filadelfia en 1876 y de Nueva Orleans en 1885, participa activamente en todas las agrupaciones científicas de la época (un medio centenar de ellas) y por si no bastara, funda sus propias sociedades a favor del conocimiento científico, como la Academia Mexicana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales correspondiente de la Real de Madrid. Lo intitulan Comendador de la Real Orden de Isabel la Católica, le toman protesta como diputado suplente en el Congreso de la Unión, como senador y gobernador de Jalisco. A lo largo de apenas 56 años de vida produce una obra científica casi innumerable, poliédrica, única, que lo mismo analiza los fósiles de los primeros humanos que los aerolitos, el ferrocarril o los terremotos. Se casa con Soledad de los Ríos y Arias, tienen tres hijas. Siempre asombroso, hábil con la palabra escrita, innovador, hacia 1873 intuye las posibilidades de toda una industria geológica en su folleto Los ópalos de México:

En los momentos en que los medios de comunicación comienzan a expeditarse, y que un gran movimiento de vida se inicia en nuestro territorio, bajo la sombra protectora de la paz, nuestros ricos productos naturales se aumentan considerablemente, como si estuviesen esperando el instante oportuno de hacernos más estimable su presencia. Nuestras montañas, que en otro tiempo nos parecían coronadas únicamente con sus ricos crestones de oro y plata, se presentan ahora adornadas con una multitud de piedras preciosas que juegan caprichosamente con los rayos solares, separando y reuniendo sus elementos coloridos para producir los efectos más sorprendentes. […] Hace tiempo que no se conocía en nuestro país otra especie de ópalo que la de Zimapán, en el Estado de Hidalgo, que fue llevada a Europa por el ilustre Humboldt, y que a causa de su color rojo de aurora se le llamó ópalo de fuego. Esta especie se presenta en fragmentos y nódulos más o menos grandes; su color varía relacionándose siempre al rojo de aurora, y aparece tanto más oscuro cuanto más gruesos son sus fragmentos; en las partes separadas se nota el lustre de cera y las rayas espirales que señaló el Sr. Manuel del Río en la descripción que publicó en la Gaceta de México del 12 de noviembre de 1902.


Mariano Bárcena (1842-1899)

Explica que la seducción de su color natural se debe al óxido de hierro diseminado en la masa silícea, habla de los criaderos opalíferos en Real del Monte, y en Querétaro, en la Hacienda de Esperanza, descubiertos apenas en 1855, donde se esconde una riqueza espectacular:

Los ópalos nobles, propiamente dichos, son notables en ese lugar por la intensidad y extensión de sus reflejos; he observado algunos, que vistos en diversas posiciones presentan un solo reflejo que se prolonga sin interrupción; en otros, el primer viso era sustituido por otros diferentes, aislados, o que mezclándose al primero, forman graciosas combinaciones coloridas. Los arlequines son notables también por la diversidad y pequeñez de sus puntos coloridos, que constituyen elegantes mosaicos en superficies muy cortas. Una de las más bellas variedades es la que presenta el color rojo de fuego, como la de Zimapán, pero adornado de un reflejo verde esmeralda de brillo metálico. A este color se mezclan algunas veces otros rojos de carmín y un azul violado de notable intensidad.

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