Buch lesen: «Invitación a la fe»
JUAN LUIS LORDA
INVITACIÓN A LA FE
EDICIONES RIALP
MADRID
© 2021 by JUAN LUIS LORDA
© 2021 by EDICIONES RIALP, S.A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
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Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-5329-7
ISBN (edición digital): 978-84-321-5330-3
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
PRESENTACIÓN
1. DIOS
1. PERO ¿EXISTE DIOS O NO EXISTE?
2. LAS PREGUNTAS DE DIOS
3. NUESTRA IDEA DE DIOS
4. UN DIOS CREADOR
5. UN DIOS BUENO Y JUSTO
6. UN DIOS PADRE
7. LA TRINIDAD EN DIOS
2. LA BIBLIA
1. LA BIBLIA Y SUS LIBROS
2. LAS VIEJAS TRADICIONES DE LOSPATRIARCAS Y LA ALIANZA
3. LA CREACIÓN DEL MUNDO SEGÚN EL GÉNESIS
4. MOISÉS Y EL ÉXODO HASTA EL SINAÍ
5. EL REINO DE DAVID Y LOS PROFETAS
6. LIBROS SAPIENCIALES Y SALMOS
7. LA BIBLIA CRISTIANA
3. JESUCRISTO POR DESCUBRIR
1. DE OÍDAS Y MUY POCO
2. EL EVANGELIO DEL REINO
3. IMAGINACIONES SOBRE CRISTO
4. LA ÚLTIMA CENA
5. LOS EVANGELIOS
6. ¿QUIÉN ERA?
7. LOS TÍTULOS DE CRISTO, DIOS Y HOMBRE
4. CRISTO SALVADOR
1. PERO ¿DE QUÉ NOS SALVA?
2. ¿LA CIENCIA NOS SALVA?
3. ¿LA POLÍTICA NOS SALVA?
4. ¿CÓMO Y POR QUÉ NOS SALVA DEL PECADO?
5. ¿CÓMO SALVARSE DE LA MUERTE?
6. ¿POR QUÉ NOS SALVA DE UNA VIDA SIN SENTIDO?
7. LA SALVACIÓN POR LA CRUZ
5. LA IGLESIA
1. LA OPINIÓN SOBRE LA IGLESIA
2. TRES MANDATOS DEL SEÑOR
3. LA IGLESIA EN EL ESPACIO Y EN EL TIEMPO
4. LO QUE ES LA IGLESIA
5. LAS TAREAS DE LA IGLESIA
6. EL PAPA, LOS OBISPOS Y LOS SACERDOTES
7. LA VIDA DE LA IGLESIA
6. CREER Y PRACTICAR
1. SOY CATÓLICO, PERO NO PRACTICO
2. LA IDENTIDAD CRISTIANA
3. EL DOMINGO
4. EL MENSAJE Y LOS CATECISMOS
5. LA INFORMACIÓN CRISTIANA
6. PARTICIPAR EN LA IGLESIA
7. LOS SACRAMENTOS DEL CRISTIANO
7. HAY QUE CONVERTIRSE
1. CAMBIAR EL CORAZÓN
2. APRENDER A VIVIR EN CRISTO
3. LA CARIDAD COMO IDEAL DE VIDA
4. UNIRSE A CRISTO EN LA EUCARISTÍA
5. MARÍA, LA MADRE DEL SEÑOR
6. LA CONFESIÓN Y EL PERDÓN DE LOS PECADOS
7. AMIGOS, CONFESORES Y CONSEJEROS
8. ESTILO CRISTIANO
1. VIVIR DELANTE DE DIOS
2. SITUARSE EN LA VIDA
3. LA SOBRIEDAD
4. EL DESEO DE SERVIR
5. LA HONRADEZ
6. LA ORACIÓN
7. LA ALEGRÍA CRISTIANA
9. LA FAMILIA Y EL SEXO
1. HABLAR DE SEXO ES HABLAR DE VIDA
2. DOS MANERAS DE PENSAR
3. EL SEXO SIRVE PARA LA FAMILIA
4. UNO CON UNA Y PARA SIEMPRE
5. EL ABORTO
6. EL OFICIO DE LA MADRE: MATRI MUNUS
7. LA LUCHA CONTRA EL EGOÍSMO DE LA CARNE
10. EL FINAL Y EL PRESENTE
1. UNA IDEA DEL MÁS ALLÁ
2. VIVIR DE ESPERANZA
3. EL MÁS ALLÁ ESTÁ A UN PASO
4. EL CIELO EN EL CIELO
5. EL INFIERNO
6. EL PURGATORIO
7. LOS ÁNGELES
11. VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO
1. EL SERMÓN DE LA MONTAÑA
2. LAS BENDICIONES DE DIOS
3. EL TESTIMONIO CRISTIANO
4. EL TRIGO Y LA CIZAÑA EN LA HISTORIA
5. EL PADRENUESTRO
6. EL AVEMARÍA
7. GLORIA AL PADRE Y AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO
12. LOS MISTERIOS DEL CRISTIANISMO
1. LA NOCIÓN DE MISTERIO
2. LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
3. LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
4. PENTECOSTÉS Y LA IGLESIA
5. LA SANTA LITURGIA
6. EL ESPÍRITU SANTO
7. DE NUEVO LA TRINIDAD
SOBRE EL TEXTO
AUTOR
PATMOS, LIBROS DE ESPIRITUALIDAD
PRESENTACIÓN
ESTE LIBRO ESTÁ PENSADO para los que no saben mucho de la vida cristiana. Pero a todos nos conviene repasar las cosas que damos por sabidas, porque así relucen de nuevo.
El Evangelio, el mensaje de Cristo, siempre es una buena nueva, una buena noticia. Para los que ya lo conocemos, para los que no lo conocen y para los que creen conocerlo, pero en realidad lo conocen muy poco o casi nada. Aprender y descubrir la novedad del Evangelio es un gran motivo de alegría y una luz para la vida.
Para empezar, no hace falta decir más. En la nota final se explica brevemente la historia de este libro.
1. DIOS
1. PERO ¿EXISTE DIOS O NO EXISTE?
Gran pregunta. Si hacemos una estadística en el mundo, más del setenta por ciento dirá que existe Dios o algo parecido. Una minoría importante, alrededor del diez por ciento, dirá que no existe. Y otro grupo en torno al quince por ciento dirá que no sabe si existe o no; o que no le interesa la pregunta. Así están las cosas al inicio del tercer milenio cristiano.
Los clásicos rusos cuentan que la pregunta por Dios era frecuente entre los jóvenes de finales del siglo XIX. Discutían en los cafés y en las clases. Hoy es raro oír hablar de esto en los cafés; y mucho más entre los jóvenes. La cuestión ha desaparecido de los espacios públicos. La gente siente vergüenza de hablar de estas cosas o le parecen demasiado alejadas de la vida ordinaria.
Hace decenios, en algunos bares y peluquerías, se ponía un cartel prohibiendo hablar de política o de religión. Era para evitar discusiones. No les faltaba razón. En estos temas importantes, sirve de poco discutir: se encienden las pasiones, pero no se aclaran las ideas. Las grandes preguntas son para pensar. Y, en realidad, se piensan poco a poco a lo largo de la vida. Cada uno elabora sus respuestas con lo que oye, le pasa y medita.
Nadie duda de que la pregunta por Dios, en sí misma, es importante. Y también lo es en las grandes ocasiones, especialmente, ante la muerte propia o de los seres queridos, o cuando se echa de menos el sentido de la vida, o cuando se tiene una experiencia grande de belleza o felicidad al contemplar la naturaleza o intuir las profundidades del espíritu; o, al revés, ante el problema del mal cuando adquiere proporciones terribles. Pero en el rutinario día a día, quizá no hace falta. Pasan los días y quedan llenos de las cosas que tenemos que hacer, de las cosas que nos entretienen y que absorben nuestra mente.
Hoy vivimos mucho más entretenidos que hace cien años. Sin punto de comparación. Se asustarían al saber que la mayoría pasa actualmente cerca de cinco horas diarias viendo la televisión, caminando con los auriculares puestos navegando en Internet o contestando mensajes. Los tiempos que antes quedaban vacíos o muertos se han llenado. No queda tiempo para aburrirse. Hemos cambiado el aburrimiento en evasión.
Tampoco queda tiempo para meditar. Ha desaparecido el silencio que antes obligaba a las personas a pensar o, por lo menos, les daba una ocasión. Vivimos conectados, con sus ventajas y sus inconvenientes. Aunque con eso también se han dilatado e intensificado las relaciones personales y también las impersonales.
Pero hoy, lo mismo que ayer, casi todas nuestras opiniones y nuestras respuestas nos vienen dadas, las hemos recibido del ambiente en que nos movemos, no las pensamos nosotros. Es lo normal y resulta cómodo, ahorra esfuerzo y tiempo, pero también es un poco preocupante y bastante inauténtico.
Es muy oportuno plantearse en silencio las grandes preguntas de la vida. Y la más grande de todas es sobre Dios. Porque es también la pregunta sobre si el universo, las personas que queremos y nuestra propia vida tienen algún sentido o nos lo tenemos que inventar.
2. LAS PREGUNTAS DE DIOS
La pregunta por Dios está relacionada con todas las grandes preguntas humanas: ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos? ¿qué sentido tiene la vida?, ¿por qué y para qué existe el universo? ¿tiene algún fundamento la moral o nos la tenemos que inventar? y ¿hay algo tras la muerte? Y aquí mismo, ¿hay algo más que materia? ¿Tienen algún sentido humano y profundo la justicia, la solidaridad y el amor o solo son tics evolucionistas?
También está relacionada con la respuesta a los grandes anhelos y esperanzas que llevamos en el fondo del corazón. El anhelo de felicidad y de una vida plena. El anhelo de amar y ser amado plenamente. El anhelo de superar las propias limitaciones físicas y morales, y de vencer la muerte. El anhelo de paz y justicia en el mundo. ¿Esto tiene algún sentido? ¿Tiene algún fundamento? ¿Tiene alguna respuesta? ¿Vale algo?
Nuestra idea del universo y del ser humano cambia mucho según respondamos a la pregunta por Dios. No es lo mismo un universo que camina ciegamente desde el principio hasta al fin, o un universo creado por la sabiduría de Dios. No es lo mismo que los seres humanos seamos el producto casual de un proceso irracional o que estemos hechos a imagen de Dios. No es lo mismo que nuestra inteligencia sea una carambola de la evolución o un designio de Dios. No es lo mismo que nuestra inteligencia y libertad estén basadas en la materia o en el espíritu. Todo cambia.
En la antigua filosofía, la pregunta por el fundamento, que condujo a la pregunta por Dios, era la clave del pensamiento, porque todo depende de qué fundamento se ponga. Y hoy sigue siendo igual, aunque resulte poco frecuente o incómodo plantearla en términos tan claros. O, quizás, no haya tiempo entre tanto entretenimiento.
También depende de eso el horizonte de la vida humana: ¿cuáles son los ideales de la vida?, ¿qué hay que buscar? Y la gran pregunta moral de si vale la pena vivir con justicia o no. Si hay un Dios, la justicia y la moral son la ley del espíritu. Pero si no hay Dios, la justicia sería aspiración de los ingenuos, que se han equivocado sobre las leyes que realmente rigen el universo. Desde luego es una equivocación meritoria y conmovedora, pero es una equivocación. Es una ingenuidad (y una estupidez) creer que el mundo debe regirse por la justicia, cuando en realidad se rige por las leyes de la física y de la biología.
Siempre es conmovedor ver personas que no creen en Dios pero procuran ser morales y justas. Es un gran testimonio del valor de la humanidad. Y de la fuerza y arraigo que tienen las convicciones morales en el espíritu humano. Son siempre más los seres humanos que quieren vivir moralmente que los sinvergüenzas. Pero, en el fondo, todos los buenos viven como si Dios existiera. Viven como si el espíritu fuera más que la materia, como si los seres humanos tuviéramos algún valor, como si la justicia fuera mejor que las leyes de la física y la biología. Y les parece que respetar a los demás es más bonito y necesario que la ley de la selva, la de que prevalezca el más fuerte. Pero esto son leyes del espíritu y reclaman un fundamento espiritual. La pregunta por Dios es la pregunta por ese fundamento. Por eso no se puede evitar, aunque la moda lo evite.
3. NUESTRA IDEA DE DIOS
Unos creen en Dios y otros no creen. Sin embargo, la idea que nos parece obvia y que manejamos de Dios en Occidente es la cristiana: un Dios creador, todopoderoso, bueno y justo. Nadie admitiría hoy un dios como Júpiter, pendenciero, mujeriego y caprichoso. En el mundo romano y en el griego, Zeus o Júpiter eran posibles. Hoy nos parece imposible, tanto si creemos en Dios como si no creemos.
Desde que se ha expandido la idea cristiana de Dios, ya no se admiten rebajas, no se puede creer en dioses como Zeus o Júpiter. Quizá se puede creer en la Madre tierra o en un espíritu del universo, pero en Júpiter, no. Eso se acabó.
Es difícil imaginar un Dios que no sea creador, que no sea todopoderoso o que no sea bueno y justo. Es famoso lo que Feuerbach decía: que los hombres hemos hecho a Dios a nuestra imagen y semejanza. Que ponemos en él el ideal de nuestra vida humana. En parte es verdad, aunque sólo es verdad desde que se expandió la idea cristiana de Dios.
Nos parece un ideal para nuestra vida ser inteligentes, razonables y justos. Por eso, creemos también que Dios tiene que ser así. No es una cuestión sólo de imaginación o de preferencias. La idea de que la persona humana es imagen de Dios o del fundamento de la realidad encierra algo importante. Tiene que haber una relación muy fuerte entre Dios y la explicación última de la realidad y del ser humano.
No podemos ser inteligentes y libres si, en el fondo de la realidad, no hay inteligencia y libertad, sino solo materia con leyes ciegas. No podemos explicar que exista la inteligencia y la libertad humanas si el fundamento de la realidad no tiene inteligencia y libertad. Por eso, es difícil pensar que sólo exista la materia. Si el fundamento de todo es una materia que no tiene libertad e inteligencia, ¿de dónde saldría nuestra libertad y nuestra inteligencia? No podrían realmente existir o quizá serían ficciones y una gran equivocación. Pero es tan evidente que existen…
Y la cuestión de la justicia también se plantea con mucha fuerza. ¿Por qué o para qué intentar ser buenos y justos, si el fondo de la realidad no somos ni buenos ni justos? Si el mundo fuera solo materia y vida, no habría justicia. Porque los átomos y los animales no obran de acuerdo con la justicia, sino de acuerdo con las leyes físicas o los impulsos biológicos.
Cuando afirmamos que la justicia es muy importante, afirmamos un mundo como si Dios existiera. Y cuando afirmamos que es muy importante el amor al prójimo, también afirmamos un mundo como si existiera. En el fondo, son fuertes indicios de que realmente Dios existe.
4. UN DIOS CREADOR
¿Y la ciencia? ¿Qué tiene que decir la ciencia sobre la existencia de Dios? Se podría decir que la pregunta sobre Dios no es una pregunta propia de las ciencias, sino una pregunta propia de las personas, también de las que hacen ciencia. Las ciencias positivas, como la física o la biología, trabajan buscando las causas materiales de las cosas. Y haciendo experimentos con materia. Pero Dios no es material.
El universo tiene un funcionamiento propio y Dios no es ni una parte ni un mecanismo del universo. En todo caso, es el Creador y la explicación última del universo. La física intenta encontrar las leyes por las que se mueven las cosas. No hace falta Dios para explicar de cerca por qué se mueven las cosas. Las cosas se mueven por causas leyes naturales, unas se mueven por otras.
En el mundo griego o romano, la gente creía que el mundo se movía por causas divinas, porque mezclaban los dioses con las fuerzas naturales. Pero desde que llegó el cristianismo, se distinguió claramente entre Dios y el universo. Dios es el Creador del universo, pero no es parte del universo y no está dentro del universo. El universo tiene sus leyes propias y se mueve por ellas.
Por eso, no hace falta Dios para explicar por qué se mueven las cosas. Basta encontrar las leyes. Lo mismo que para explicar por qué se mueve un reloj no hace falta pensar en el relojero. El relojero hace falta para explicar por qué existe el reloj. Para entender cómo funciona un mecanismo, no hace falta pensar en el que lo ha hecho. En cambio, para explicar por qué existe un mecanismo, sí que hace falta pensar en quién lo ha inventado. Un mecanismo inteligente tiene que proceder de una inteligencia.
En el mundo pasa algo parecido. Para explicar el funcionamiento del mundo no hace falta Dios. Pero para explicar de dónde viene tanta inteligencia como hay metida en las leyes y estructuras del universo (y en nuestra mente), sí que hace falta pensar en Dios. Para explicar el movimiento de las cosas, basta la física. Pero cuando queremos explicar por qué existe la física o por qué hay leyes inteligentes en el universo, entonces nos ponemos ante la pregunta por la causa última, que es la pregunta por Dios. Por eso, la pregunta por Dios no es una pregunta de la física, es una pregunta del físico.
A veces se dice que la ciencia ha desplazado a Dios, pero más bien sucede lo contrario. Hoy conocemos mucho mejor la composición de la materia y las leyes de la vida y son mucho más fascinantes de lo que podían imaginar nuestros antepasados. El universo es sorprendente y maravilloso. Por eso, es muy difícil creer que se ha hecho solo a sí mismo por pura casualidad y que no tiene ninguna explicación inteligente. No se puede aceptar que la casualidad ha causado, sin darse cuenta, tanta inteligencia. Es más fácil pensar que debe haber una inteligencia creadora.
5. UN DIOS BUENO Y JUSTO
Cuando pensamos en las maravillas del universo, en todo lo que conoce la física o la biología, es fácil concluir que debe existir una inteligencia detrás. Decíamos. Pero con eso llegamos solo a la inteligencia. Nos falta un rasgo importante del Dios cristiano, que es la bondad y la justicia: la voluntad.
De la observación del universo, se puede deducir que hay mucha inteligencia metida allí. Pero no sabemos si esa inteligencia es buena o maligna o quizá traviesa. Esto pasaba en el mundo antiguo. Los dioses se confundían con las fuerzas de la naturaleza y, por eso, eran bastante imprevisibles, injustos y, en definitiva, inmorales. En realidad, un átomo o un animal no es ni justo ni injusto. Se mueve por sus leyes propias y basta.
Sin embargo, los seres humanos normales creemos que debemos ser justos, que es una cosa buena y un ideal para nuestra vida. La justicia, lo mismo que el amor, son grandes ideales humanos. La mayor parte de la gente los considera el horizonte de su vida.
Y para fundamentar esto, lo mismo que para fundamentar nuestra inteligencia, hace falta Dios. Es muy distinto pensar que en el fondo de la realidad hay un Dios justo y bueno que pensar que sólo hay una materia indiferente.
Los canallas siempre piensan que los que quieren vivir de acuerdo con la justicia son tontos. Y que los listos son los que se dan cuenta de que la justicia no sirve para nada. Y tienen parte de razón. El que desprecia la justicia tiene alguna ventaja, porque se quita una traba para obrar. Si no creo en la justicia, puedo engañar y robar a los demás. Esto me da ventajas tácticas.
Pero también me aleja de los ideales de la humanidad. Me hace menos humano. Sin moral y sin justicia me parezco más a un animal que vive movido por sus impulsos. Pero la diferencia está en que el animal no puede pensar y el ser humano sí. El animal no tiene inteligencia abstracta, por eso no puede hacer esa comparación que los humanos consideramos la regla de oro de la moral: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Pero el hombre sí puede. Y a la mayoría le parece muy importante en su vida.
Los seres humanos esperamos de los demás que sean justos. La injusticia nos parece un fracaso de humanidad. De alguna manera suponemos que la justicia forma parte o debe formar del orden humano en el mundo. Algo que deben hacer las personas, aunque no puedan hacerlo los animales. Y la echamos en falta cuando no está, cuando una sociedad es injusta. La justicia es como una ley que debe estar allí y no como una preferencia absurda que nos inventamos. Por eso, cuando estamos convencidos de que es mejor obrar de acuerdo con la justicia, obramos como si la explicación última de la realidad fuera un Dios justo. Casi somos cristianos sin saberlo.
6. UN DIOS PADRE
Cuando se descubre a Dios a través de la naturaleza, se aprecia la inteligencia y la belleza. Cuando se descubre a Dios a través del fondo del corazón humano, se descubre la profundidad inmensa del espíritu y una aspiración a la justicia y a la bondad. Sin embargo, con la sola observación de la naturaleza y de los seres humanos no basta para saber cómo es Dios, ni qué piensa de nosotros, ni qué quiere de nosotros. Ni siquiera es suficiente para saber si nos aprecia y nos quiere. Si no nos lo dice, no lo podemos saber.
A veces, la naturaleza es desconcertante, porque nos hace daño. Refleja la inteligencia y la belleza de Dios, pero no la justicia o la bondad de Dios. Un bello alud de nieve nos puede sepultar y un movimiento de fuerza del mar puede arrasar una ciudad. Y una epidemia puede causar un inmenso sufrimiento a la humanidad. La naturaleza refleja algo de Dios, pero no es Dios. Tiene sus propias leyes físicas o biológicas.
Tampoco el fondo del corazón es un indicio suficientemente seguro. Aunque es fuerte el indicio de que si somos inteligentes tiene que haber un fondo inteligente en la realidad. Y que si aspiramos a ser buenos y justos debe haber algún fundamento para la moral y la justicia. Por eso, Dios tiene que ser inteligente, bueno y justo.
Pero esto es solo una deducción bastante probable, no se nos impone como una evidencia. Solo podríamos estar seguros de la intimidad de Dios y de sus pensamientos, si Él mismo nos los mostrara. No basta mirar a las criaturas, hace falta esperar la palabra del Creador.
La fe cristiana sostiene que Dios ha hablado. Que ha hablado en la historia de Israel. Y que ha hablado en Jesucristo. El Evangelio de San Juan llega a decir en el prólogo, que “a Dios nadie lo ha visto nunca, el Unigénito que está en el seno del Padre, nos lo ha revelado”. Es decir que sabemos cómo es Dios, porque lo ha revelado el Hijo de Dios, Jesucristo.
Se podría decir que el centro del mensaje de Jesucristo es decir que Dios es Padre, enseñar a los discípulos a tratar a Dios así, y estar seguros de que nos ama como un buen padre a sus hijos. Para que no cupiera ninguna duda, Jesucristo contó la parábola del hijo pródigo. Un hijo que pidió a su padre la parte de la herencia que le tocaba, se fue, la malgastó de mala manera y, cuando no le quedaba ni para comer, volvió a su casa. Jesús cuenta que el padre le esperaba con los brazos abiertos.
Hay quien dice que esta parábola ha convertido a más gente que todos los sermones de los predicadores. Desde luego, es bien elocuente para saber cómo nos ama y nos perdona Dios. También es elocuente para saber cómo tenemos que amarnos y perdonarnos nosotros. Por eso en el Padrenuestro se pide: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Este rasgo de Dios, lleno de misericordia, no lo podríamos conocer contemplando la naturaleza o nuestra conciencia. Lo sabemos por Jesucristo.
7. LA TRINIDAD EN DIOS
Dios tiene que ser muy distinto que nosotros y al mismo tiempo, parecido a nosotros. Tiene que ser distinto porque no somos dioses. Pero tiene que guardar un parecido porque somos inteligentes y libres. Estamos seguros de que Dios es inteligente y libre. Solo si Dios es libre e inteligente se puede explicar la cantidad de inteligencia que hay en las leyes y estructuras de la naturaleza, y la inteligencia y libertad que hay en nosotros. La Biblia (el libro del Génesis) dice que hemos sido hechos “a imagen de Dios”. Lo más alto entre las características del universo es la inteligencia y libertad (y la justicia y el amor). Tiene que venir de Dios y tienen que estar en Dios.
Estamos seguros de que ese Dios nos quiere como un Padre, porque lo ha revelado Jesucristo. Pero al revelar que Dios es Padre, dijo claramente que él, Jesús, era “Hijo de Dios”. No lo dijo en un sentido amplio, sino en un sentido estricto: Realmente, “Hijo de Dios”. Por eso los cristianos confesamos que el Hijo es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre”, como dice el Credo.
Y, además, Jesucristo habló del Espíritu Santo. Ya habían hablado los libros anteriores de la Biblia, pero Jesucristo habló mucho más y prometió que lo recibirían sus discípulos. Por eso, los cristianos creemos en un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. A esto le llamamos la Trinidad: en Dios hay tres Personas íntimamente unidas por el conocimiento y el amor.
Nosotros tenemos experiencia de lo que es una unión de amor y de amistad. Sabemos lo que es un matrimonio que se quiere, una familia unida, unos amigos de verdad. Sabemos lo que son esos vínculos de amor que aquí nos parecen los más hermosos de la vida. Pues también son imágenes del Dios real, que son tres Personas íntimamente unidas. Eso es la Trinidad.
La capacidad de relación es lo que más define a las personas, nuestra característica más profunda, que pone en juego nuestra inteligencia y libertad. Ser persona es poderse relacionar con las cosas, pero sobre todo con las personas, y establecer uniones de inteligencia y afecto. Todas las comunidades humanas, en distinto rango, son comunidades de inteligencia y afecto, donde se comparte la intimidad. Sería horrible vivir solos, sin podernos relacionar y hablar y compartir. Cuanto menos compartimos, más pobre y triste es nuestra vida, porque estamos hechos para amar y ser amados. Pues esto también es huella e imagen de ese Dios que es Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Es un gran misterio y al mismo tiempo un hermoso misterio. Cuando los cristianos pensamos en el fundamento de la realidad, pensamos en esa comunidad de Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestro universo humano es personal. Y lo más importante del universo son las características personales: la inteligencia, la libertad y el amor. También la justicia, que es la base de las relaciones entre las personas, pero el amor es su plenitud.
A esto no llegamos pensando, lo sabemos porque nos lo ha revelado Jesucristo, y nos da una imagen muy bella del universo que es coherente con nuestro ser y con nuestras aspiraciones personales. Además, ese Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo se relaciona con nosotros. El cristianismo no es otra cosa que ser introducido en el misterio, en la relación y en la vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.