La urgencia de ser santos

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Aus der Reihe: Espiritualidad
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La gente procura no hablar de pecado. Yo me acuerdo –y hace muchos años ya, porque era en Salamanca en el colegio hispanoamericano– una noche di una plática sobre esto... “Bueno... ¿entonces eso es pecado?...” Me quieres decir qué más te da el nombre... Lo que es tremendo es que tú hayas contrariado al Espíritu Santo... El que le llames pecado o le llames falta me da igual... Sabía que os ibais a dar más cuenta si le llamaba yo pecado... Pero que lo que hacéis son pecados... Otro ejemplo que he puesto otras veces: después que uno se acusa de sesenta pecados veniales, dice: “... y para que haya materia...” Pues ¡vaya con los pecados de la vida pasada!, ni que los pongas ni que los quites... si materia hay de sobra..., lo que no hay es arrepentimiento ni conciencia ni nada; por lo cual, la confesión esta me temo que no sirve para nada, menos mal que no sirve para hacer un pecado más porque no tiene usted mala voluntad... Una de las razones del poco fruto y del poco adelanto y, probablemente del abandono de la confesión, en la práctica, es cabalmente que se ha sacado poco fruto y se ha sacado poco fruto por el dado poco arrepentimiento sencillamente.

La gravedad para uno mismo y para los demás

Ya podéis examinar un poco: ¿tengo esta conciencia de la gravedad del pecado? La gravedad del pecado en tres aspectos: primero en sí mismo; lo que estoy diciendo: decirle que no a Dios. En segundo lugar, la gravedad que tiene en cuanto a mí mismo; pensar que nos pasamos la vida trabajando para desvivirnos...Ya os comenté esta idea de Sartre: que ser ateo idealmente, intelectualmente, es muy fácil, o sea, negar la idea de Dios, expresamente, reflejamente, pero que, en cambio, ser ateo materialmente, realmente, es muy difícil y que a él le costó mucho trabajo... ¡lástima de trabajo! De manera que, desde los once o doce años que tuvo la intuición de que Dios no existía –y no ha vuelto a tener dudas, según él– ya tuvo que ir trabajando toda su vida para elaborar el ateísmo, porque la sociedad no es atea, está el mundo lleno de la conciencia de la divinidad todavía... “y hay que trabajar para ver esto cómo lo quitamos porque es un desastre”14. Y uno piensa: “y que este pobre hombre estuviera venga trabaja y trabaja para hacerse ateo... también es pena...” En rigor es lo que estamos haciendo todos... Lo que pasa es que, por la misericordia de Dios no lo conseguimos. ¡El trabajo que nos tomamos para pecar! Yo creo que la experiencia de todos nos dice que, cuando no nos dejamos mover por Dios, sufrimos inevitablemente porque estamos distorsionándonos a nosotros mismos; es como el individuo que trabajara para torcerse los brazos y las piernas... ¡y luego a ver cómo se las colocan! “No sabe usted el trabajo que me ha costado dislocarme los brazos ¡he tenido que hacer unos esfuerzos!” ¡Ese hombre está completamente loco! Pues ¡completamente locos estamos, claro!

En tercer lugar, la gravedad para los demás. ¡Pensad la cantidad de gente que estaría mejor si yo hubiera respondido a la gracia de Dios! Todos podéis tener experiencia –todavía podéis tener alguna– de que hay personas que están mejor (no es una declaración de fe, porque no se definen estas cosas), de que hay gente que está mejor porque nos ha tratado; la persona está mejor porque se ha encontrado conmigo y hemos hablado y yo, con un poco de idea de la vida espiritual, y un poco de ayuda, le he ayudado a que esté mejor... Y uno piensa: ¿y si me hubiera dejado llevar de la gracia de Dios y hubiera atendido a otras muchas personas...? No las he atendido... ¿Ha sido por mala idea...? (“no voy a atenderlas para que se condenen...”) Conste que a esto se llega... Recuerdo cuando la guerra precisamente, una prima mía le dice a uno: “pero bueno ¿y cuando fusiláis gente procuráis, en fin, que mueran bien?...” Contesta: “si... ¡para que se salven encima!”... Si no es con esa mala idea, pero simplemente con esta falta de visión...

Necesitamos una apertura al Espíritu Santo amplísima porque si no nos embarullamos y no recibimos su luz y no podemos ayudar a los demás tampoco. El aspecto positivo: que nuestra respuesta a la gracia va permitiendo que el Espíritu Santo, con nuestra colaboración, vaya santificando a mucha gente. Y es al revés cuando nosotros no funcionamos... “El día que tú no ardas mucha gente morirá de frío...” dice Mauriac, y recuerdo la frase del Papa: “misterio verdaderamente tremendo que la salvación de muchos depende de la oración y voluntarias mortificaciones de los miembros del cuerpo místico”. Pero si uno piensa: ¿y cuántas oraciones habría hecho y cuántas voluntarias mortificaciones, cuántos testimonios habría dado si hubiera sido fiel a la gracia desde los siete años en que tengo uso de razón? ¡Esto es una responsabilidad, tengo que responder por toda esa gente!

El estremecimiento y los sufrimientos por el pecado

Por eso uno entiende perfectamente que los santos se estremezcan; por lo menos a ratos; un cura de Ars, un san Juan de Sahagún, casi todos los santos... han tenido momentos de auténtico terror... ¡Porque tengo que dar cuenta de multitud de personas! Lo que ya no sé si estaba muy bien la solución: “me voy de la parroquia...” Me voy de la parroquia y me voy a un monasterio... que es lo que decía el cura de Ars... Tampoco me salvo así... ¡Cómo si la gente no tuvieras que salvarla de todas las maneras! Examinar pues la gravedad del pecado desde estos tres puntos de vista y qué visión tengo yo de esta gravedad del pecado. La gravedad del pecado con las consecuencias y si me doy cuenta que las consecuencias del pecado son todos los males que hay en la tierra; la expresión del Génesis es bastante clara y es realísima... Y no porque cada uno de los sufrimientos de la tierra venga del pecado inmediatamente hablando, que a veces viene de la caridad. Pero si viene de la caridad el sufrimiento es porque hay que redimir el pecado y es porque el otro te está haciendo sufrir con un sufrimiento que no tenía que ser, por el pecado que él tiene; el pecado del otro puede no ser un pecado formal, simplemente es que no ve más allá, no ve otra cosa. Pero aun en lo que viene del pecado inmediatamente, las posturas meramente egoístas, lo que se sufre por amor propio, por codicia, por lujuria... ¡la gente sufre horrores, por ejemplo, porque los han humillado sencillamente! La cosa es completamente idiota en los niveles naturales... ¡pero sufren! ¿esto de dónde viene? Pues del pecado, está claro... Me decía un psiquiatra: ¿no cree usted que si la gente fuera más virtuosa tendría menos problemas psicológicos? Pues es cierto: muchos sufrimientos en los niveles psicológicos, en resumidas cuentas, vienen de que la persona esa no tiene bastante virtud... Y otros vienen de que a personas con muy poca virtud, o simplemente con una actitud total de pecado, les han hecho sufrir por falta de caridad. Al ver todo este mar tremebundo de sufrimiento se da uno cuenta que todo esto viene del pecado... Pero ¿nos lo creemos?

He contado muchas veces esta anécdota. Yo ya era sacerdote, cuando empecé a caer enfermo. Una tía mía me dijo que dijera sencillamente una cosa que era mentira a los médicos y le contesté: “pero tú crees que soy tonto... ¿voy a hacer un pecado para sufrir más...? ¡Ni hablar! Digo la verdad y si les molesta que les moleste, ¡qué le vamos a hacer!”. Pero vamos, tanto como hacer un pecado para quitarme un dolor, no se me ocurre, porque tendría más sufrimiento todavía; esto no ya sólo porque el pecado es mucho peor que el sufrimiento, sino porque tendría más [sufrimiento]. ¿Nos vamos dando cuenta? ¿Vamos sintiendo el horror del pecado del mundo? No ya para nosotros mismos, ¿sino del pecado del mundo? ¿Vamos sintiendo a la gente, experimentando a la gente el peligro, y no sólo el peligro de pecar mortalmente –por supuesto tenemos motivos continuos para experimentarlo– sino del pecado venial? ¿Nos va dando cada vez más horror, cada vez más pena?

La vida de los santos como testimonio

Horror me refiero, sobre todo, a un movimiento instintivo de espanto, pero que nos impulsa a funcionar. Por eso uno coge la vida de los santos... Lo he dicho muchas veces: los santos no es que tengan más dosis de lo que sea, es que su vida es de una calidad –caridad– distinta; cualquiera de los santos que he leído últimamente, no es [sólo] que tuvieran más fortaleza para aguantar malos ratos, más que yo, es que es otra fortaleza; varía tanto la cantidad que hay un cambio cualitativo; es otra manera de funcionar. Y que aguantan sufrimientos impresionantes; nosotros enseguida tenemos que descansar... Si no tenemos más capacidad ¡qué le vamos a hacer! Pero la vida de la mayor parte de los santos tiene un tono completamente distinto. Y no digo que sólo por esto, sino por lo otro: ¡este horror al pecado es por el amor a Cristo!, por el amor a la gente, por el amor a sí mismos, por la caridad –el aspecto positivo–; pero ahora estoy hablando de este aspecto y este aspecto es la consecuencia del otro y bastante significativo del otro. Ver, por de pronto, todo este misterio del pecado.

Nuestra actitud frente al pecado

Ahora me extiendo un poquito y voy a hablar todavía, antes de entrar en la consideración de nuestra manera de ser, lo que es el pecado, la gravedad del pecado y las consecuencias del pecado. ¿Qué actitud tenemos frente al mal? Porque una de las cosas que más nos cuesta es asimilar la existencia del mal. Yo no voy a revelar un misterio porque no lo sé explicar. Pero el pecado es el colmo del mal. No estaría mal que mirarais un poco: ¿de verdad para mí el mal es el pecado y lo demás –no voy a decir que no se sufre, lo contrario sería mentir– me parece que no tiene importancia? ¿Y me parece que, en cambio, tiene muchísima importancia el pecado venial? Y no si me parece durante el rato que estoy en la capilla sino si este es el juicio espontáneo que voy haciendo sobre las cosas.

 

Voy a hablar un poco de cómo permite Dios el pecado y cómo tenemos que integrar todo esto. La existencia del mal, por de pronto, le plantea un problema a la gente; y de esto tenemos la expresión nosotros mismos, continua, porque en los salmos sale a todas las horas: “¿por qué haces esto?” No digo ya cuando los salmistas están optimistas y les parece que son buenos ellos (“todo esto nos ha venido sin culpa nuestra...” encima, éramos tan buenos y mira donde nos has metido...); generalmente el salmista ya reconoce que él tiene su culpa, pero de todas maneras ... “defiéndeme, por qué permites esto...”. Yo no sé por qué lo permite Dios, lo que sé es que lo permite ¿verdad? Lo que sé es que el mal no tiene por qué desconcertarnos, y tenemos que darnos cuenta, incluido el pecado, que es el mal radical, tenemos que contar con él...

Esto es una actitud muy complicada psicológicamente porque, cuando estamos hablando a la gente, tenemos que tener, al mismo tiempo –y lo difícil es expresarlo– dos actitudes, que no son contradictorias pero que son muy difíciles de expresar a la vez: “lo que ha hecho usted está muy mal, pero no tiene importancia”; es decir, lo que ha hecho usted está muy mal y además me da muchísima pena, pero vamos...

Dos historias que he contado muchas veces. Una vez, un primo mío que acababa de convertirse y se había confesado después de muchos años y, al cabo de unos días me dice:

–“Y yo debería confesarme ¿no?...”, pues veía que se confesaba su familia...

Estaba en la cama enfermo entonces y le digo:

–Si yo hiciera la vida que haces tú me confesaría tres o cuatro veces al día a ver si cambiaba, porque es que no das ni golpe...

No porque hiciera nada malo, sino porque no hacía nada bueno... Fuimos hablando de esto del pecado y me hace esta declaración:

–“Bueno... eso te pasará a ti, yo cuando me confieso a los curas les trae sin cuidado mis pecados...”

¿La gente puede pensar que nos da pena el pecado? ¿La gente puede pensar que tenemos este horror al pecado como tal? Esto por una parte. Porque, por otra parte, tenemos que hablar de tal forma que les signifiquemos la confianza que tienen que tener. Y generalmente hablando, o nos ponemos tan tajantes que la gente sale asustada o sale enfadada: “¡este cura qué bruto es!” y también: “¿qué querrá que le diga?... no voy a decir mis virtudes, que tengo tantas, si he venido a confesarme, de manera que le he dicho mis pecados...” O la gente sale al revés: “esto no debe tener tanta importancia como yo me creía, total ¡lo ha tomado con tanta naturalidad!”.

He contado también la historia de la guerra europea, en una novela de Mauriac. Estaban discutiendo por qué en la guerra europea los capellanes católicos tenían más éxito que los protestantes y entonces uno contó esta historia: Un hombre había matado a otro y, después de matarle –aquello fue un arrebato– se quedó con la conciencia cargadísima y el hombre necesitaba contárselo a alguien; y decía “si se lo cuento a alguien me denuncia”... Echó a andar y vio una casa un poco aislada, era [la casa de] un pastor protestante y le contó la historia; el pastor protestante le dice: “haga el favor de marcharse y dé gracias a Dios que no le denuncio... Encima de que es un criminal viene aquí a mí a contármelo...” El hombre salió más atribulado que antes todavía y siguió andando... Ya vio otro edificio, una iglesia, entra, ve allí una garita encendida, se acerca y le dice: “padre, he matado a uno...” Y el otro le contesta: “¿y cuántas veces hijo mío, cuántas veces...?” Claro, se animó... Pero la impresión que da es que no tiene importancia que mates a uno. En Toledo había un Padre que decía: “he matado a mi madre” “¿cuántas veces hijo mío, cuántas veces...? Pues no lo vuelvas a hacer, hijo, no lo vuelvas a hacer...”.

Esta actitud que tenemos ante el mal tiene que ser, pues no sé... Nos tiene que inspirar el Espíritu Santo... Y nos tiene que inspirar incluso la expresión. Y en el confesionario es tanto más difícil porque no tenemos idea casi nunca de la actitud que traen, no sabes cómo es. Hay que estar con una actitud de apertura tremenda y una actitud de contrición continua, para que el Espíritu Santo nos pueda iluminar y no estemos obscurecidos y podamos decir lo que haga falta en aquel momento, pues es imposible que nosotros lo sepamos.

13 Se refiere a la Segunda Guerra mundial (1939–1945)

14 Evidentemente se refiere al trabajo de las filosofías y filósofos ateos para quitar del mundo la idea de Dios.


Panel con fotos de niños hambrientos, colgada en la pared de su despacho: “Si la Iglesia es madre, ¿cómo puede dejar que sus hijos mueran de hambre?”. Pensamiento que le obsesionaba para ayunar y vivir más pobremente cada día.

6. El misterio del pecado

Pecado y mal moral

El pecado es un misterio y un misterio especialmente difícil de entender porque, por una parte, es un campo ancho de materia: coincide con cosas que nos parecen mal moralmente; pero, aunque coincidan, no es el mismo concepto; no es lo mismo hacer algo moralmente malo que pecar; pecar es rechazar a Dios, y el individuo que no cree en Dios... más o menos puede tener una conciencia moral en ciertos aspectos. Desde luego, la gente que tiene conciencia moral sin creer nada en Dios, casi, casi es por un residuo –al menos eso decía Sartre– por un residuo de vida católica, porque es que, si no existe Dios, la moral prácticamente no tiene fundamento; algunas cosas ya se ve que son malas: matar a uno porque sí... está mal, pero quedan pocas más cosas... Así lo interpreta él y, en realidad, me parece bastante normal...

Nosotros –no digo sólo nosotros sino en general el ambiente en que nos movemos– podemos hacer coincidir el pecado con cosas que están mal; lo que decía [en la meditación anterior]: llega la gente, se confiesa, y lo que dice son una serie de cosas que, si no creyera en Dios, en el ambiente europeo en que nos movemos, seguiría diciendo que esas cosas están mal; hay ciertas materias [cuya transgresión] no les parecería mal porque prefieren más otras: el que le gusta más la justicia se acusaría de injusticia y con mucha delicadeza y al otro la justicia no le importa, pero tiene cierta tendencia a la castidad y le parecen mal las cosas de lujuria, y se acusaría de esas cosas... No están acusándose de pecados para nada... Y esto es lo que me parece que pasa muchas veces... Porque no deja de ser significativo que, precisamente en los campos en que el pecado es más solo, por ejemplo el de la fe o el de la esperanza, la gente no se acusa casi nunca; hay muy poca gente que se acuse de que no tiene confianza en Dios o de que no siente la complacencia de Dios en él; se acusan de faltas de prácticas... Si no fuera católico, sería budista o se haría animista... Alguna práctica religiosa tendría... porque no quiere decir que esto sea cristiano. Pues esto tenemos que tenerlo en cuenta.

La dificultad de reconocernos pecadores

En segundo lugar, el pecado es un misterio especialmente difícil simplemente porque nos joroba ser pecadores: tenemos que reconocer que funcionamos mal. Aunque en ciertos momentos nos gusta que lo sean los demás, para poder criticar de ellos, en otros momentos tampoco nos gusta: por un lado, tenemos que convertirlos y, por otro lado, no podemos fiarnos de nadie... Es una cosa bastante desagradable. Consecuencia: que del pecado ni nos gusta hablar mucho, como no sea en teoría, ni nos gusta mucho examinarnos. Una de las pocas cosas que me han molestado dando ejercicios es cuando, en un monasterio de varones, al segundo o al tercer día, me llama uno de los padres y me dice:

–“Es que estamos desilusionados... porque empezó usted muy bien, hablando de Dios unas cosas muy bonitas... pero es que lleva tres meditaciones sobre el pecado... Usted no entiende este ambiente nuestro...” (Queriendo decir: “es que somos todos tan buenos... ¿a qué viene hablar del pecado a nosotros?”).

Yo me quedé estupefacto... Entonces ¿ni pecan ellos ni tienen que expiar? Pues a ver si los convierto... porque están muy mal... Cuando a un individuo le hablan del pecado y no se siente aludido es que anda muy mal...

[En la charla anterior] hablé del pecado en general, ahora vamos a concretar un poco más. Vamos a ver el panorama de pecado en que nos movemos. En primer lugar, darnos cuenta de que somos pecadores; esto lo sabéis porque a unos cuantos os lo he enseñado yo –y si no os tengo que quitar la nota que os diera– ... [En rigor] no podemos decir que somos pecadores, no estamos declarando públicamente que cometemos sacrilegios, porque estamos celebrando o comulgando todos los días... Y ser santo y pecador, al mismo tiempo, es imposible; está condenado expresamente. Cuando decimos “que somos pecadores” no queremos decir necesariamente que estamos en pecado mortal, sino que, en primer lugar, en nosotros hay una fuerza que nos inclina al pecado; por eso tenemos que morir al pecado; estamos vivos para el pecado todavía, porque el pecado vive en nosotros... –como queráis–; a última hora es el influjo del diablo.

La comparación que he hecho varias veces, como me parece bastante gráfica, la vuelvo a recordar. Es como el individuo que tiene, en estos momentos, un tumor que de suyo es mortal, un cáncer... El individuo sabe que él no es un cáncer, es la persona de antes, pero tiene cáncer; y sabe que irremisiblemente el cáncer le va reduciendo las fuerzas vitales, físicas, y primero no le deja ir al trabajo –lo cual tiene sus ventajas, pero bueno–, después no le deja salir a la calle, después no le deja salir de la habitación, luego no le deja salir de la cama y luego no le deja salir del ataúd... ¡esto no tiene remedio! Y el hombre tiene la conciencia de que esto es así y su psicología está funcionando en relación con que tiene cáncer... Si está en esta época todavía, el hombre tiene la conciencia de que esto no tiene remedio y que, antes o después, lo más fácil es que “la palme...”, pero bastante pronto. Pero, un día u otro, aparecerá una medicina que cure el cáncer o algún remedio –si no, qué hacen los médicos, para eso cobran...– Cuando aparezca, se podrá decir, como de otras tantas enfermedades que hace unos cuantos años eran mortales: “... pues mire, usted tiene cáncer –quiere decir que usted se muere de todas las maneras–, pero yo le curo –quiere decir que “yo le curo de esto”–. El individuo puede tener, al mismo tiempo, perfectísimamente, la conciencia de que tiene una cosa mortal y de que no se va a morir. Porque la salvación le viene de otro, esto le va a crear una actitud de docilidad al médico, para no hacer lo que el médico le prohíbe y docilidad para hacer lo que el médico le mande; esta situación se da en montones de enfermedades en esta época.

El pecado en nosotros: una fuerza que nos lleva a la muerte

Esto es lo que nos pasa con el pecado que vive en nosotros. Nosotros sabemos que tenemos, en nosotros, una fuerza que irremisiblemente nos va llevando al pecado mortal y el pecado mortal al infierno; de aquí nosotros no podemos salir. Y que lo sabemos, lo sabemos. Ahora, si lo sabemos de una manera muy vital, si esto es operante, si lo saboreamos, si nos asustamos, si obramos en consecuencia... esto es “otra canción”. De eso se trata en esta predicación: plantearse un poco qué fuerza tiene en nosotros esta conciencia que, en resumidas cuentas, viene de la fe. Precisamente, la grandeza de la Virgen María consiste radicalmente en que es la única persona humana que no le ha pasado esto. Nosotros hemos de tener esta conciencia: “yo irremisiblemente me voy al infierno...” y al mismo tiempo tener la tranquilidad absoluta de que hay un Salvador. Pero esto me dará una conciencia de docilidad, que es de lo que se trata, de docilidad absoluta al Espíritu Santo. Se trata de que tengo que estar pendiente del Espíritu Santo, lo cual evidentemente es muy agradable, porque es muy buena persona, y tengo que no hacer lo que me dice que me puede dañar y tengo que hacer lo que me dice que me puede salvar. Esto es el asunto.

Humildad y prudencia

Esto se manifiesta, por ejemplo, por la humildad. Los santos han tenido esta conciencia clarísima respecto del Señor y respecto de los demás; se manifiesta [también] por la prudencia. ¡La abundancia de imprudencia tan fenomenal que hay en esta época...! A mí sencillamente, una persona que ve la televisión, ahí a lo que le echen, ya sin más explicaciones, me digo: “pero este tío está completamente loco”. La actitud que tenemos ante las cosas en general; por ejemplo, nadie me podrá decir que en el evangelio se diga que las riquezas son malas, pero nadie me puede negar que dice que son peligrosas: no se habla ni una sola vez “procurad tener mucho dinero y veréis qué bien os va, que eso es muy bueno para la salvación”; siempre se habla de ello como algo peligroso... Pues la gente está deseando que les toque la lotería... Una cosa que no me la explico... ¡Siempre se está felicitando a la gente porque tiene más peligros para salvarse que antes...! Es una cosa que no se concibe. Y no ya sólo en estas riquezas [materiales]; por ejemplo, no conozco un solo santo que, ante el hecho del episcopado, que es una riqueza espiritual [no le haya dado cierto miedo]. No me refiero a las cosas externas, que en cada época... en tiempos de Franco le regalaban un “mercedes” a cada obispo... era más barato que comprarle... ahora no tiene esas ventajas... Pero el mero hecho de tener una cierta grandeza espiritual, a todos los santos les ha dado cierto miedo. Desde los padres del desierto, que decían que había que estar lejos de las mujeres y de los obispos, para que no les hicieran curas siquiera... –¡más miedo tendrían a ser obispos...!–, hasta cualquier santo modernísimo que ha tenido que ver muy clara la voluntad de Dios [para aceptar], porque si no –mire usted– esto es muy peligroso.

 

A nosotros parece que nos divierte el jugar con los peligros... ¡Cuantas más dificultades tengamos mejor! Pongamos [otro caso]: los mismos conocimientos; es evidente que el conocer, que es una riqueza, es un peligro. Ya hablaré del estudio como algo que hay que hacer. Pero es completamente distinto decir “Dios quiere que yo estudie, Dios quiere que yo tenga conocimientos” que divertirme yo y ponerme muy contento por lo que sé... porque es un peligro sencillamente. Las cosas de este mundo todas son peligrosas. Y en este mundo incluso las cosas del otro porque las usamos mal. Pues ¡estamos continuamente tan contentos de estar rodeados de peligros por todas partes! Quiero decir que no tenemos ni idea de que somos pecadores, que tendemos al pecado, que usamos las cosas mal, que nos sirven de ocasión de pecado ¡nada! ¡Es algo curioso!

Yo el progreso de una persona, en parte, lo mido por esto. He puesto varias veces el ejemplo de una señora, casada, a la que le decía hace poco: “dese usted cuenta de que una señal de progreso evidente, en usted, es que hace unos cuantos años siempre su preocupación era la salud física de sus hijos y actualmente no habla usted nunca más que de la santidad o no santidad de los hijos... Es evidente que ha cambiado, que tiene una conciencia clara del miedo al pecado...” Hace quince años tenía miedo a las enfermedades y actualmente, que viven en Madrid que es mucho más peligroso que el pueblo donde vivían, lo único de lo que me habla no es de la posibilidad de que los coja un coche o se vayan en coche y se maten... Eso también le interesará, pero ya no es el centro de su preocupación, es sencillamente si pueden perderse, si pueden despistarse, si no comulgan bastante, si andan con malas compañías, en fin, los ambientes... Pues esto respecto de los demás y respecto de nosotros mismos... ¿Es lo que nos va interesando cada vez más? Hablo desde el punto de vista de la prudencia, la prudencia de evitar peligros... puesto que no lo vemos como peligro... porque no nos creemos que somos pecadores.

Todos los santos, hasta el final de su vida, han tenido, al mismo tiempo, la confianza en Dios para meterse en cualquier cosa peligrosa, cuando sabían que Dios quería que se metieran, pero, en cambio, han tenido, al mismo tiempo, la prudencia de no meterse en una cosa peligrosa porque sabían que, si no estaba claro que Dios quería, podían caer. Y la impresión que da la gente ahora –curas y monjas y obispos y seglares– es que somos todos invulnerables. Yo me acuerdo que, en Palencia, pusieron una vez una película, a la cual yo tuve la culpa de ir, que era de una indecencia impresionante ¡las cosas como son!, pero en fin... Al acabar, me viene todo asustado un muchacho –seminarista– diciéndome:

–“Mire yo vengo muy preocupado porque le dije a usted el otro día que no tenía problemas en materia de castidad y el ver esta película me ha perturbado mucho...”

–Pues, hijo, es que eres el único sensato... porque es que no ha venido nadie más...

Y esto es lo trágico: que es que ya nadie siente nada... Aquí se puede ver lo que sea y no siente nadie nada... Que no lo sentiríais alguno porque estuvierais igual que yo pensando “qué hacemos, decimos que se corte esto o qué... tenemos la esperanza de que no salgan más barbaridades o esto va a seguir hasta el final siempre con el mismo tono...

Pero es que a la edad que tenéis todos, y aunque seáis mayores... Bueno, pues, allí nadie se conmovió; es más, alguno me fue a decir:

–“Es que esta película, para nosotros no importa...”

–Dije: anda estos..., por lo visto, son de madera o no me lo explico. Pero es que esto es normal. Oís hablar de una película indecente y la mayoría de los curas os la cuentan... y es porque la han visto ¿Por qué la han visto? Porque no les pasa nada... Una vez –debió de ser hace un par de años o por ahí– a las ocho de la mañana me llama un cura de un pueblo diciéndome:

–“Mira es que me dijeron que una película que era muy interesante y, francamente, la he visto y yo me he quedado muy preocupado y no sé si comulgar y decir misa...”

Digo: “dila, tú tranquilo... me lo sé de memoria... no pasa nada”

Y al poco tiempo un matrimonio me cuenta: “es que hemos visto la misma película –por la misma razón, porque les habían dicho que era muy interesante– y es que estamos volados...” Un matrimonio de cuarenta y tantos años... “Yo me iba a la cocina cinco minutos, el otro cogía el periódico, porque estábamos avergonzados de las burradas que veíamos...”

Pues yo les he oído comentar a otra serie de curas: “que nada, que eso no tiene nada de particular”... ¡Yo me quedo asombrado! Esto es lo que explica otras muchas cosas: que no tenemos ni idea del pecado; que no tenemos ni idea de que somos pecadores, quiero decir, ni que podemos caer en pecado... Esto nos va produciendo un embotamiento y acabamos por no ser sensibles para nada... Y el celo pastoral ¿dónde va a quedar? ¿y el celo pastoral respecto de mí mismo y el deseo de santidad...? Esto meditarlo y pedirle a Dios.

De hecho pecamos

En segundo lugar, que somos pecadores se manifiesta porque pecamos... Y aquí, hablando de nosotros, todos hacemos pecados veniales, seguro... ¿Qué sean muy deliberados? Esperemos que no. Pero es que, además, tened en cuenta que está definido que los hacemos... Pero es que da la impresión de que los hacemos todos menos yo... porque aquí todo son “faltas”, pecados no hay nunca... Si está definido que no puede pasar nadie un tiempo largo sin cometer pecados veniales... ya los teólogos afinan: no serán plenamente deliberados... porque muchos santos dan la impresión que un pecado plenamente deliberado no han hecho –santa Teresa del Niño Jesús–; pero si santa Teresa del Niño Jesús, que desde los tres años no ha negado nunca nada a Dios con plena conciencia, se confesaba, me extraña que nosotros no tengamos que confesar más que cada cuatro meses... Y –vamos– esto es cada vez más corriente en la mayor parte de los ambientes. Pues que pecamos... Y que mucha gente está en pecado mortal. Y que, por supuesto, podemos pecar. Si no hemos hecho un pecado mortal es porque Dios nos tiene de su mano, ni más ni menos.

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