La urgencia de ser santos

Text
Aus der Reihe: Espiritualidad
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

Y esto supone toda una actitud. Y si esto no es coherente con lo demás, quiere decir que no viene del Espíritu Santo, por lo menos no viene tal como lo estoy entendiendo yo. Y hay cositas más pequeñas –que se preguntan muchas veces en el seminario–: el conflicto entre la obediencia y la caridad:

–“Es que es más caridad atender al compañero e irle a entretener porque sé que se aburre estudiando y resulta que el reglamento dice que no salga del cuarto en tiempo de estudio... ¿y la caridad?”

–¡Qué caridad ni qué niño muerto! La caridad ahora es más que la obediencia como virtud moral, pero precisamente la obediencia es la que te indica cuándo Dios te concede ejercitar la caridad... Si estas no son horas de salir del cuarto, quiere decir que Dios no te concede la gracia de ejercitar la caridad así... ¡deja al compañero que se aburra y que duerma tranquilo! En último término, tú obedece, que es lo que tienes que hacer, y así ejercitar la caridad.

La tendencia que tenemos hacia la incoherencia es algo curiosísimo. Lo que estoy hablando es ya una actitud de abnegación. Positivamente es recibir la acción del espíritu Santo, saber discernir que viene por ahí: por lo radical, por lo interior, por lo coherente, pero lo interior recibido personalmente, por tanto exteriorizado después; por lo coherente, que nos va formando personalmente. Pero además hay que negar la tendencia contraria que también la tenemos: tendencia a la superficialidad, tenemos tendencia a lo no radical, tenemos tendencia a lo incoherente. El caso es que a todos nos molesta, cuando hablamos con alguien, ver lo incoherente que es y a nosotros mismos nos molesta no ser coherentes y pensar de una manera y obrar de otra; tenemos que tener la humildad de reconocer que empezamos así. Cada uno vea: hay que examinarse un poco, en qué nivel me parece que, más o menos, estoy. Para saber cómo tengo que entender al Espíritu Santo. Pero hay que saber que tenemos que tender, en lo que dependa de nosotros, a ciertas actitudes y lo que no me hace tender hacia ahí no viene del Espíritu Santo.

Tenemos que ser coherentes también en la interpretación de los hechos. Y tenemos que tender a que haya coherencia entre nuestro pensamiento y nuestra realización. No el pensamiento que tengo yo pero en abstracto y las realizaciones que hago yo pero en abstracto, porque muchas veces mi pensamiento, precisamente porque le he recibido yo, va a obrar en mí y al obrar en mí va a obrar de unas maneras, porque tiene una coherencia en un nivel, en un grado, con unos matices distintos que la va a tener en otros. ¿Por qué? Porque soy yo el que lo hago, sencillamente.

Y finalmente, después de esta radicalidad, de esta coherencia y de esta interioridad, hay otro aspecto, que va íntimamente unido, que es el aspecto de totalidad, que podemos verle también como coherencia: ver todos los aspectos, cómo se iluminan los aspectos unos a otros, porque se iluminan unos a otros. La Palabra de Dios recibida coherentemente nos hace conocer a Cristo de verdad y, si no, no nos hace conocer a Cristo, nos hace conocer tal o cual palabra. La radicalidad precisamente es ser consciente de que cuando estamos recibiendo la Palabra de Dios, es Palabra de Dios. Es simplemente el llegar hasta el final en las cosas; vamos, por lo tajante.

La tendencia que tenemos nosotros, por todas las razones anteriores, es un poco a quedarnos en los medios, mientras que el evangelio va siempre hasta el final. El final en cuanto a que vamos, aspiramos a, esperamos, la perfección de la santidad, para nosotros y para los demás. Vuelvo a repetir: la perfección de la santidad de esta persona que, como es una persona humana progresiva y falible, y como además puede tener condicionamientos inculpables, puede suceder perfectamente estar en plena coherencia, que obliga a reconocer que somos incoherentes, porque la personalidad total no se va a realizar más que en la resurrección y la resurrección no se va a dar aquí en la tierra y, por tanto, no podemos pretenderla aquí en la tierra... Pero tenemos que tender siempre. Esto no es más que lo que expresa santo Tomás hablando de un religioso, vamos de los religiosos en general: al religioso se le podría reprochar siempre que no tienda a la perfección, pero no se le puede reprochar nunca que no sea santo en este momento, porque no se ha comprometido a ser santo en el año veintitantos, se ha comprometido a tender a la perfección; mientras se ve que tiende no hay nada que decirle. “Usted tiene muchísimos defectos todavía...” Pues sí, no he dicho que no voy a tener defectos, he dicho que voy a tender continuamente a la perfección, que son dos cosas distintas.

Aquí es igual: nosotros hemos de tender a la coherencia, la coherencia total, con nosotros mismos, que por nada en la tierra la vamos a conseguir, pero el Espíritu Santo nos mueve hacia una tendencia que incluye la humildad de reconocer que, en ciertos aspectos ya, que no dependan de nuestra voluntad, el Espíritu Santo puede dejarlos en absoluta incoherencia. Bueno pues, lo tajante en cuanto a cualquier situación; prudentemente tendremos que tener paciencia con mucha gente, irle dando cuerda, hasta que le propongamos la aplicación de lo tajante, pero tenemos que empezar, para nosotros mismos, por supuesto, y también tenemos que tener paciencia y ver que todavía no lo podemos realizar. Las cosas tienen que ser totales y por tanto tajantes; aquí una de las frases más fuertes es esa: que si tu ojo te escandaliza te lo saques y que si tu mano te escandaliza te la cortes; parece un poco difícil, no creo que la izquierda tenga fuerza para cortar... Esto no lo aplicamos casi nunca y, en cambio, lee uno la vida de los santos y son... Ahí tendríamos que ver que, como el evangelio es así, no digo que en tal o cual momento, pero ¿la gente es capaz de hacerlo siempre? No digo siempre en cada momento; acabo de decir que no. Digo que todo el mundo es capaz de hacerlo, es decir, que el evangelio crea las fuerzas.

En un momento determinado no podremos exigir –porque sería una exigencias nuestra, que no tiene sentido siquiera– a tal o cual persona que “ahora mismo tiene usted que dejar a esta persona con la que está liada”, cosa que nos vamos a encontrar continuamente, lo estamos encontrando ya; yo no se lo puedo exigir porque no tiene fuerzas en ese momento; pero desde luego, el andar con paños calientes o el ir pensando que como es tan duro... Pues mire usted, ni duro ni blando, depende de las energías que tenga él; y siempre tenemos que contar que para muchas personas, en un momento determinado, la única forma de solucionar las cosas es romperlas ya; y que lo que tenemos que discernir es si es esto lo que tenemos que aconsejar –o lo que tenemos que hacer nosotros mismos–. Porque, así como hay casos en que la prudencia aconseja tener más paciencia, en cambio me parece que muchas veces faltamos a la prudencia porque no somos capaces de proponer las soluciones drásticas.

12 Célebre jesuita español que se fue a vivir a El Pozo de tío Raimundo, un barrio marginal de Madrid, llegando a militar políticamente en el Partido comunista español.

5. El pecado, rechazo de los dones paternales de Dios

La lucha contra el pecado, lucha contra el demonio

Cuando Jesucristo empieza invitándonos a la conversión y en todo el relato del comienzo de su vida pública, aparece ya el Padre, aparece Jesucristo, aparece el Espíritu Santo y aparece también el demonio. Es decir, que lo primero que aparece es precisamente que Jesucristo viene a luchar contra Satanás. Esto para nosotros tiene dos aspectos: uno que llevaría a colocar estas meditaciones bastante más adelante, como un aspecto de nuestra tarea, y otro que tenemos, al convertirnos, que salir del influjo del pecado en nosotros mismos. Hablaremos de los dos aspectos al mismo tiempo. Y además es que desde Carrión de los Condes no he vuelto a hablar del pecado... Estuvimos hablando tres días o por ahí... Hoy no tenemos tanto tiempo... Entonces, vamos a hablar un poco en general del pecado.

En primer lugar la idea. La idea para sentirla una realidad viva, como desde los dos aspectos a que me he referido antes. Lo realmente importante es el perdón; la conversión es un perdón ya sin más; la Virgen, estrictamente, convertirse no se ha podido convertir nunca, ha ido progresando, que es distinto. Nosotros todos hemos tenido que ser convertidos, por lo menos por el bautismo cuando éramos pequeños, pero además es que ahora mismo, sin intención de ofendernos, convertirnos supone también salir de un dominio, de una manera u otra, del pecado y ciertamente para luchar contra el pecado en general y, en última hora, contra el diablo o contra los diablos, porque son muchos, según decían ellos...

El pecado como rechazo de los dones paternales de Dios

El concepto del pecado ¿qué es? El pecado consiste en que Dios nos ofrece paternalmente, por Cristo, la vida, siendo Cristo mismo la vida y comunicándonos al Espíritu Santo como principio de vida, y nosotros lo rechazamos. Si lo que rechazamos es la vida misma, pues tenemos un pecado mortal, y los que rechazan la vida se mueren...Si lo que rechazamos no es la vida pero sí el crecimiento, el acrecentamiento de la vida que tenemos, entonces hay un pecado venial. Entre paréntesis, y aunque no esté de acuerdo con el lenguaje del Papa propiamente hablando, pero al Papa le enseñaron otra cosa, pues estudió con el Padre Lagrange donde leí esta observación que me gustó hace muchísimos años: no suelo decir pecado grave y leve, porque si decimos pecado leve da la impresión de que es un pecado sin importancia. Es “leve” respecto del pecado mortal, pero nos fijamos más en lo de la levedad que en lo de pecado y, a última hora, un pecado leve no tiene importancia... Pecado venial ya es una cosa muy especial y puede ser más fácil que la gente capte que se trata de un pecado. Es cuestión de lenguaje.

 

El pecado, algo no jurídico sino ontológico

En todo caso se trata, en primer lugar, de algo ontológico. El ejemplo que he puesto muchísimas veces: si un padre ofrece la comida al niño y al niño no le da la gana de comer, suponiendo que el padre le dejara esa libertad... (porque si al niño no le da la gana de comer, el padre o la madre tienen varios sistemas: le pueden tapar la nariz y abre la boca, le pueden contar un cuento en el que hay que abrir la boca y cuando abre la boca el niño le meten la cuchara y, si no, para que abra la boca por delante se le da un azote por detrás y también es un sistema que puede dar resultado...), de manera que si un niño rechazara el alimento sin más, el niño se moriría; y no es que desobedezca o no desobedezca, es simplemente que es así; en cambio, si el niño no rechaza el alimento pero rechaza ciertas clases de alimento que le hacían falta y no come más que chocolates y cosas por el estilo, el niño se cría pero se cría canijote... No es una cuestión en primer lugar jurídica el pecado. El individuo que rechaza la vida sin más comete pecado mortal. Y el individuo que rechaza aspectos que le acrecentarían la vida, no se muere pero se cría canijo, que suele ser la situación más general por desgracia dentro de la Iglesia, y entre la gente que hace ejercicios, porque los otros no hacen ejercicios.

En esto, lo primero es recalcar que se trata de algo real, de algo ontológico, que no se trata de unas normas que Dios pone y si no las cumples te castiga; se trata de que esto es así y no puede ser de otra manera. Como Jesucristo es la vida... En el evangelio de san Juan yo creo que sólo hay un pecado concreto, que es rechazar a Jesucristo, en lo cual va implícito las demás cosas. Luego, naturalmente, el ofrecimiento de la vida puede tomar muchos aspectos; como los alimentos, la madre puede ofrecer muchos alimentos al niño... Y ya entonces tenemos las diversas virtudes y diversos matices dentro de cada virtud... Pero el pecado consiste en eso: en la repulsa del don paternal. Por eso, el perdón no quiere decir más que Dios nos vuelve a ofrecer lo que habíamos rechazado y, es más, nos lo ofrece con mayor abundancia, porque per normalmente es una partícula abundancial, significa que hay abundancia. Perduración es abundancia de duración y así sucesivamente...

El pecado a la luz del relato de Gn 3: autoafirmación

e independencia

Sobre el pecado, vamos a recordar dos relatos: uno es el del pecado original. Dejando aparte muchas cosas que ahora no nos interesan, ahí lo que se está enseñando es que Dios Padre les está ofreciendo a Adán y Eva la vida y su amistad y Adan y Eva lo que hacen es preferir rechazar el don de Dios, autoafirmándose a sí mismos, y anteponiendo, en esa autoafirmación, el proyecto que se hacen... Uno decía: “si en lugar de prohibirles comer la manzana les hubiera prohibido comer la serpiente, ¿qué hubiera pasado?” Pues a lo mejor se hubieran comido la serpiente. Al [desear] ser como dioses –ya eran a imagen y semejanza de Dios– lo que no quieren Adán y Eva es ser dependientes de Dios, fue un acto de independencia. Y en esta narración lo que resalta también es que eso ni siquiera es un acto de independencia como comienzo, sino una sugerencia externa, algo que viene del demonio. Esto es lo que caracteriza siempre al pecado: el que nosotros nos autoafirmamos, es decir, nos afirmamos a nosotros mismos frente a Dios y hacemos nuestro proyecto, pensamos que así vamos a ser más felices. Por tanto, no nos fiamos de Dios ni le obedecemos, pero no obedecerle quiere decir que no recibimos su Palabra, no recibimos la vida que nos ofrece. Y esto es un engaño porque, en primer lugar, no hay tal autoafirmación, sino que estamos bajo otros influjos, el influjo diabólico, y porque las consecuencias –ya las conocéis– no son precisamente la felicidad que uno ha planeado: conocer el bien y el mal siendo como Dios sino, al revés, es sentir mucho más todavía la dependencia y quedarse sin los bienes.

El quedarse sin los bienes es algo también ontológico; si Dios es la fuente del bien, propiamente el que se aparta de Dios se queda sin bien ninguno; en la tierra no se nota; en el infierno... no se nota del todo, porque como Dios no nos quiere aniquilar, no quiere dejar de crearnos, pues esto toma un tono distinto, pero, en realidad, a lo que tiende el pecado ciertamente es a la aniquilación porque si yo estoy siendo creado y rechazo a quien me crea evidentemente a lo que tiendo es a desaparecer. Pero es que ni siquiera puedo eso; el pecado está manifestando siempre nuestra impotencia, impotencia porque no puedo hacer lo que a mí me parece, sino que hago lo que alguien me sugiere, alguien superior a mí, e impotencia porque no consigo lo que quería, ni muchísimo menos, sino que consigo realmente lo contrario; y a última hora no consigo ni siquiera –lo que llega al colmo de la desesperación– la aniquilación porque no puedo aniquilarme. El que se suicida, se suicida, pero no queda aniquilado.

El pecado a la luz de la parábola del hijo pródigo

El relato del hijo pródigo es igual. El hijo pródigo no pide nada nuevo, pide menos de lo que tiene: “dame la parte de hacienda que me toca”; la situación en que estaba, según le dice el padre al hijo mayor “todo lo mío es tuyo”, tenía todo, pero tenía todo inmediatamente de modo filial, recibido todo del padre, y él lo que quiere es tener menos, pero suyo, hacer lo que le parece a él. Y entonces hace su proyecto; no me le contó, pero lo que fuera... Irse por ahí a vivir por su cuenta... Y tampoco le sale; alguna temporada... y después se queda sin nada. Observo que el hijo pródigo era idiota por otras razones, aparte de otras cosas más monumentales, porque dice el relato que quería algarrobas y nadie se las daba... ¡Para comer algarrobas no hace falta que te las dé nadie, vamos! Si estaba él guardando los cerdos, las algarrobas estarían a su disposición, pero ya se ve que el muchacho era tonto de capirote... Lo cual no tiene nada de particular... si no, no se hubiera ido de casa...

¿En qué consiste el pecado del hijo pródigo? Otra vez lo mismo: en una autoafirmación y en un proyecto independiente de su padre, no querer ser hijo sencillamente. Esta es la sustancia del pecado. Aquí hay otros aspectos que no aparecen, por ejemplo el del diablo; daos cuenta que el hijo pródigo no se arrepiente, por mucho que digamos, vuelve porque no tiene qué comer y no vuelve creyendo en su padre, porque vuelve para ofrecerse como uno de los jornaleros, lo cual [indica que tiene] una idea del padre bastante baja y bastante inexacta; no cree en su padre. Lo que pasa es que, después, el padre le recibe bien.

La otra figura que aparece es igual. Si el hijo mayor aparece como antipático, no quiere a su hermano, es porque tampoco se siente como hijo; tampoco tiene una actitud filial. El pródigo se quiere marchar sin más, pero el mayor lo que pasa es que ha tomado otra determinación para arreglar su vida, una determinación que no le acaba de llenar, porque lo que le dice al padre es una palabra o una expresión perfecta en boca de un criado pero absolutamente desplazada en la boca de un hijo: “hace tantos años que te sirvo, nunca he transgredido uno de tus mandatos y no me das ni un cabrito para merendar con mis amigos...” El Padre lo que le contesta –es que casi ni le contesta– “todo es tuyo; ni me sirves de nada, ni te mando nada, ni tengo que darte nada, coge lo que quieras y ya está, porque es tuyo”. Es decir, el hijo mayor tampoco tiene actitud filial. También aparece pecaminoso en la parábola. El pecado en lo que consiste es en esto.

El pecado: ofensa contra Dios

No estaría mal que vierais un poco: ¿tengo esta conciencia? Fijaos que estamos en la radicalidad... La gente suele acusarse de desórdenes de tipo humano que, como le han enseñado que son pecado, pues ya está... En el examen de conciencia lo que suele buscar son unas cosas que, en muchísimas ocasiones, si no fuera católico, podría contárselas igual a alguien por descargar su conciencia, podría contárselas igual, porque las cosas que dice están mal de todas maneras: “me he enfadado con mi mujer, con mis hijos, sin motivo..., me he dejado llevar de la ira, me he dejado llevar de la lujuria, he sido egoísta...”. Eso está mal sea católico o no lo sea... O las expresiones: “he pecado contra la castidad”, “he pecado contra la caridad”... A mí me dan ganas de decir: “la caridad es una señora que no me ha dado ningún encargo... entiéndase usted con ella. Y la castidad pues lo mismo, y la misericordia y todas las virtudes... aquí no estoy en nombre de ninguna virtud... ¿Ha ofendido usted a Dios, sí o no? Yo estoy aquí en nombre de Dios, en nombre de Jesucristo, no en nombre de ninguna virtud...” No se peca contra las virtudes, se peca contra Jesucristo en la materia que sea; la materia será la virtud, pero el pecado no es contra la virtud, la virtud no es nadie...

Examinar un poco. ¿Tenemos esta concepción? Daos cuenta que estamos en plena consonancia con lo de antes: esto es totalmente radical. ¿Contra quién he pecado? contra Dios, rechazando a Cristo que es donde Dios nos comunica su vida y rechazando al Espíritu Santo, en resumidas cuentas. Estas frases tan personales que aparecen [en el NT], por ejemplo: “no extingáis el Espíritu... no contristéis al Espíritu Santo”... El Espíritu Santo, contristarse, contristarse, no creo que se contriste, pero la expresión es la expresión exacta: llevarle la contraria al Espíritu Santo, eso es lo que es el pecado. Paraos pues, un poco a pensar si realmente vamos creciendo en esta conciencia de lo que es el pecado; porque la repugnancia al pecado está en razón directa con el espíritu filial que tenemos y con el espíritu de conservación que tenemos.

El instinto de conservación espiritual

En la medida que vamos teniendo vida, un aspecto de la vida, que es esencial, es el instinto de conservación; el instinto de conservación, propiamente hablando, no es sólo de conservación... ese ya se tiene cuando uno no tiene más remedio; pero una de las cosas más ofensivas que se puede decir es “¡qué bien se conserva usted!”... ¡Vamos, por favor, eso está bien para la lata de las sardinas y esas cosas, pero una persona humana que se “conserva” bien... Mire usted, estamos en pleno desarrollo! ¡no faltaba más...! Que uno se conserva, parece que le han metido en alcohol...

El instinto de conservación es instinto de perfeccionamiento, sencillamente, de crecimiento. Y el instinto de crecimiento está en relación inmediata con el rechazo de todas las cosas que nos amenazan. Un individuo que no tenga instinto, un niño pequeñito, pequeñito de verdad, recién nacido, no tiene instinto de conservación; quiere decir que tiene poca vida todavía... Esto es evidente. Cuando manifestamos tan poca reacción espontánea frente al pecado y frente a los peligros del pecado, estamos declarándonos a nosotros mismos que tenemos muy poco instinto vital todavía. Cuando las personas se están poniendo en tal cantidad de peligros de pecado, una de dos: o es que no tienen humildad ninguna o es que no tienen instinto de conservación, no se sienten en peligro, porque el instinto detecta los peligros. Cuando a uno se le viene encima un coche, espontáneamente, sin más, se aparta; esto es una cosa instintiva; cuando no le pasa eso quiere decir que ese individuo no anda bien; si le puede aplastar tranquilamente el primer coche que se acerque, quiere decir que no tiene instinto vital, quiere decir que su vida es muy defectuosa... Pues, cuando estamos viviendo de esta manera en que nos estamos dejando debilitar continuamente por los pecados veniales y nos estamos poniendo en tantos peligros de pecados mortales, eso es una de las formas de ver qué vida tenemos: ¿tenemos una vida robusta? ¿tenemos una vida de caridad intensa?, ¿o tenemos una vida muy débil?

Instinto de conservación del Cuerpo místico

Ahora, también pasa una cosa; como el pecado no es una cosa individual, porque los individuos no existen como individuos, existimos dentro de la humanidad, existimos dentro del cuerpo místico, si un miembro no tiene un movimiento inmediato, reflejo, espontáneo, de protección de los demás miembros del cuerpo y de sí mismo –porque conciencia no tiene un miembro del cuerpo– , pero instintivamente, si el organismo funciona, cada miembro se siente amenazado cuando le pase algo a otro miembro, de modo que sacrificándose él salve al otro. Cuando no tenemos esta sensación de horror instintivo ante el pecado en el mundo, quiere decir que nuestra vida funciona muy levemente, que nuestra vida es muy pobre todavía, es o muy infantil o muy enfermiza ya, de alguien que está muy enfermo, que no se conserva bien siquiera. Daos cuenta que así solemos vivir.

 

Cuando uno piensa la historia que ha vivido: la guerra española o la guerra mundial que le siguió y la situación actual de terrorismo, de campos de concentración, ¡y que podamos vivir tan tranquilos...! Leía que cuando algunos individuos del este [europeo] – Clement concretamente, que se ha exiliado y está en Francia– oyen por radio las cosas que dicen los intelectuales del occidente, la primera idea que le viene es que no están bien de la cabeza: ¿cómo se pueden preocupar de esas estupideces que se preocupan estando el problema de sobrevivir, porque están viviendo en amenaza continua? El que desaparezcan millones de personas al mismo tiempo en Alemania y en Rusia13 y nos quedemos tan tranquilos, es algo que sobrepasa la capacidad de concepción cuando uno se pone a pensarlo. ¿Cómo se puede estar preocupado con tantas estupideces, con tantas cosas absolutamente insustanciales, cuando hay cosas tan sustanciales humanamente, como es la eliminación de golpe de unos seis millones de personas? Entre los rusos y los alemanes se cargaron a unos seis millones de personas. Cuando se está viendo la forma de crueldad humana que existe... Vosotros pensad: en el año cuarenta y tantos ya, se sublevan los de Varsovia..., se sublevan porque les dice el gobierno inglés–polaco que se subleven para facilitar el fin de la guerra; y entonces los rusos, que eran los que tenían que liberarles, en teoría, se paran para que los alemanes los puedan ir aniquilando y los alemanes los aniquilan; los alemanes estaban ya acabando la guerra y estaban perdidos, pero –vamos– hasta ahí llegaban y, cuando han matado doscientos mil polacos sublevados, entonces entran los rusos para “liberarles”... El que se junten unos cuantos magnates: Churchill, Roosevelt, con Stalin y le dejen [a Rusia] todos los países orientales para que maten a todo el que quieran... ¡y se quedan tan frescos...! Y esos señores son unos “héroes” de la guerra y se habla de ellos y después los recibe el Papa como si fueran... Se llega al colmo de la criminalidad, ¡y aquí no ha pasado nada...! Los únicos que pagan son unos cuantos alemanes que, por supuesto eran criminales, pero no más que los otros... Hay cosas que... ¡y la humanidad se queda tan tranquila! En cuando pasa el día, al día siguiente, ya está cada uno pensando en sus sandeces.

Daos cuenta de que aquí hay algo mucho más profundo todavía: el que se murieran unas cuantas personas, aunque fueran millones, se habrían muerto de todas las maneras... Pero lo malo no es que se murieran, lo malo es que las mataron, que ya no es lo mismo. Los grados de crueldad y los grados de egoísmo a que se llega son escalofriantes, pero no nos escalofriamos ¡esto es lo trágico! Esto quiere decir, entonces, que apenas tenemos sentido ni del pecado ni de la vida, pero ni de la vida humana siquiera; el valor humano de una humanidad como la actual que vive delante de ellos y se queda tan tranquila, es evidente que no existe... ¿Que es algo pasado?... pasó hace cuarenta años... De manera que vive todavía mucha gente; cuando canonizaron al P. Kolbe allí estaba a quien le había salvado la vida él...

Amor a la vida y horror al pecado

Ver qué vida tenemos; podemos medirla precisamente por esto: qué horror tenemos a la muerte –a la muerte natural no, al pecado–, qué horror tenemos al deterioro, qué amor tenemos a la vida, qué amor tenemos a la salud, al desarrollo. Naturalmente no nos puede chocar todo este terrorismo, por ejemplo, que se cargue con tanta facilidad a una serie de personas, que les estorban en cuanto que hace falta dar un golpe que sea sonado, porque las personas concretas no saben ni quiénes son en muchos atentados, todo lo que es el aborto y todas estas cosas... No puede extrañarnos... ¡Es que nosotros no tenemos amor a la vida...! Esa frase, creo del Libro de la Sabiduría, “Señor, amigo de la vida”... Dios ama la vida, porque es la vida misma; nosotros podemos constatar lo que hay en nosotros de hijos de Dios, de personas vivas, por el horror que tenemos a la muerte, por el horror que tenemos a todo lo que es peligroso; y no sólo a la muerte, sino a lo que nos amortigua, a lo que nos deja con falta de vida. Y, por supuesto, no tenemos que esperar que se acaben poco menos que de golpe todas estas actitudes de aborto, de eutanasia, todas estas cosas, sino al revés, tenemos que esperar que aumenten porque no están en proporción a argumentos, sino que están en proporción al amor a la vida que hay en el mundo.

Mientras no haya un número –no sé cuántos tienen que ser, tendrán que ser muchos porque el mundo tiene muchos habitantes en estos momentos– de personas que amen realmente la vida, simplemente el amor a la vida no prevalece en la tierra; prevalece el egoísmo y la muerte no asusta y se van encontrando inmediatamente razonamientos... que, francamente, si no se tiene un sentido muy sobrenatural, me parecen muy difíciles de eliminar muchos de esos razonamientos; no estoy tan seguro qué razones tenemos mejores que ellos, aparte de la fe claro. Si no partimos de la fe... el aborto, la eutanasia, la eliminación de los subnormales, de los enfermos mentales, crónicos... yo no la veo tan absurda... Si no hay más que esto ¡qué pinta toda esa gente? No pinta nada... Y esto no son teorías porque esto es lo que ha pasado hace cuarenta años en el mundo; esto es lo que hizo Hitler... Y el que no piensa como nosotros, pues simplemente está estorbando, y esto es lo que hizo Stalin... Ahora dirán lo que quieran... Pero, en resumidas cuentas, tampoco están en una línea muy diferente, ya lo veis. Lo único que se hace de una manera más suave, más poco a poco; en los regímenes totalitarios es mucho más rápido, más eficaz, y, en último término, tiene más sentido común, dentro de la línea que están; los regímenes democráticos van a paso de tortuga, pero van llegando a lo mismo exactamente; y lo mismo digo de todas los demás errores y aberraciones que puede haber en cualquier nivel.

La gravedad del pecado

Darnos cuenta, examinando un poco, todas estas implicaciones del pecado. Un aspecto también del pecado –hablando en general– [es su gravedad] ¿Me doy cuenta de la gravedad en sí mismo? Decía santa Teresa –la frase está escrita de otra manera, pero la idea es esta– “¡que no me digan que no tiene importancia que yo sé que Dios quiere una cosa, por chica que sea, y yo hago otra!”. Aquí el lenguaje es bastante expresivo, lo que decía antes de los pecados leves... el empeño que tiene la gente por llamar faltas [a los pecados]... No sé si os dais cuenta que la gente un poco “educada” no se acusa de pecados, se acusa de faltas... y la verdad es que casi siempre son sobras... “pues me he enfadado... y ya no me acuerdo de más faltas...” Pero le cuesta un horror decir que ha pecado. Falta desde luego que es, falta de amor de Dios.

La diferencia entre el pecado y la imperfección me parece que deberíamos expresarla así: la imperfección es aquello que nosotros no somos todavía capaces de hacer o no hemos sido capaces en ese momento, por falta de darnos cuenta, pero no ha sido una acto humano, responsable. Eso es una imperfección. Pero en el momento mismo en que yo concibo que el Espíritu Santo quiere una cosa y a mí no me da la gana de hacerlo, eso se llama pecado venial. Porque en eso consiste el pecado venial: si yo sé que el Espíritu Santo quiere –si no lo sé no puede haber pecado– que en este momento esté estudiando y no me da la gana, eso es un pecado venial cabalmente, decirle al Espíritu Santo que no, rechazar la acción del Espíritu Santo que me quiere santificar; si yo sé que el Espíritu Santo quiere que atienda a esta persona y no me da la gana atenderla, eso es un pecado venial... “Total ¿qué importancia tiene?” Pues la importancia que el Espíritu Santo tendría en sus planes, que yo no lo sé ... ¡y a mí no me da la gana de dejarle desarrollarlos...! Ahora ¡si no tiene importancia contradecir al Espíritu Santo! no sé qué es lo que tiene importancia en este mundo ni en el otro.