Buch lesen: «Memorias de un cronista vaticano»
Memorias de un cronista Vaticano
José Ramón Pin Arboledas
María Pin Gómez
Título original: Memorias de un cronista vaticano
Primera edición: Noviembre 2021
© 2021 Editorial Kolima, Madrid
www.editorialkolima.com
Autores: José Ramón Pin Arboledas y María Pin Gómez
Dirección editorial: Marta Prieto Asirón
Maquetación de cubierta: Sergio Santos
Maquetación: Carolina Hernández Alarcón
ISBN: 978-84-18811-49-4
Impreso en España
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A María del Carmen, esposa y madre
El soneto del cronista
Un cronista no suele ser ni un santo ni un simple relator de la realidad. Ni un monje que escrito en su manto lleve un certificado de la verdad.
Un cronista tampoco debe ser el juez que notifique lo malo y lo bueno. Ni el fiscal que acuse con acidez ni abogado defensor de lo ajeno.
Mi profesión es constatar lo que veo sin añadirle cosas a la crónica que al lector distraigan o le den mareo.
Construir un relato que no sea un jaleo,hablar de este mundo sin retórica, describirlo todo como en un museo.
El cronista, Ciudad del Vaticano, anno (IV) CCCXLIV (4.344 d. C.)
Personajes por orden alfabético
Albert Kennedy: empresario americano de la industria farmacéutica, presidente de una asociación para la ética empresarial y patrocinador del pope Sajarof como diputado al Parlamento global por una circunscripción lunar.
Boris Jarolpek: periodista, sutil analizador de la situación en el Vaticano.
Brigitte: sobrina del cronista vaticano. Doctora experta en la investigación sobre conflictos en los grupos humanos de exploración y colonización espacial.
Calixto X: papa, antes arzobispo de una sede lunar, y de nombre de Illibrando Musti.
Couteau (monsieur): CEO y propietario de una «oficina gestora» del clan narcotraficante de Bucaramanga, con sede en París.
Cristian Damarif: abogado jefe de seguros en Attorney Associates Co. (A.A.C.), bufete internacional que representa a la familia del diputado Mark.
Cronista: relator de los hechos, sacerdote católico nacido en Castilla-La Mancha. Cronista de la Santa Sede residente en el Vaticano y, como tal, colaborador de los pontífices.
Diernez (cardenal): obispo senegalés que el papa envía a conocer a monseñor Pasquali. Es uno de otros muchos a los que Calixto X manda a la Nunciatura de NY para concienciarlos de la situación.
DuÁlvez (reverendo Dr.): segundo en la Secretaría de Estado de la Santa Sede (Ministerio de Exteriores), representante de la «Alianza Teológica» y miembro destacado de una orden religiosa con sede en Brasil.
Franz Kewman: diputado en el Parlamento global por una circunscripción lunar y miembro de la comisión que estudia la proposición de ley para la exploración y colonización estelar.
Françoise: delegada de la Policía global en Francia que ayudó a Brigitte en sus pesquisas.
George Nerwin: presidente del Gobierno de la Unión de Pueblos Humanos, el Gobierno global.
Ghuam: arzobispo católico de la luna; con él se entrevistó el empresario Kennedy durante la campaña electoral del pope Sajarof para conseguir su apoyo.
Inspector Braum: de Asuntos Internos de la Policía global, encargado del expediente de la teniente Julia.
Jacky Suensi (honorable): secretario (ministro) de Orden Público del Gobierno global. De él depende el cuerpo de la Policía global.
Jalm (doctora): facultativa encargada de los certificados de salud de la compañía de seguros para los viajes a la luna. Firmante del certificado del diputado Mark que le permitió viajar a la luna.
Jeremy Ladien: CEO de la ONG GHA (Ayuda Sanitaria Global) con sede en NY y cuentas en Bahamas que contrató a Jorge Raúl, fundación de la que Paul Corvine es patrono.
Jorge Raúl Gómez: sicario del cartel narcotraficante de Bucaramanga (Colombia).
Jorodich Han: inspector de seguros encargado de analizar las pólizas de cobertura en los viajes a la luna. Funciona con un exoesqueleto debido a una enfermedad de nacimiento.
Julia (inspectora teniente): miembro de la Policía global y compañera del capitán Valit en la inspección relacionada con monseñor Pasquali.
Julián Grau: diputado español y católico en el Parlamento global: miembro de la Comisión para la Colonización Espacial.
Luigi Camerón: dircom (director de Comunicación) de Attorney Associates Co. (A.A.C.). Contacto de Boris en el bufete.
Lucy: periodista adjunta al dircom Luigi Cameron que pasó un fin de semana en Roma con Boris.
Mark Destory: diputado en el Parlamento global por una circunscripción lunar. Católico y el primero que contacta con el cronista sobre la proposición de ley de Colonización Espacial.
Nicola Sajarof: pope de la Iglesia ortodoxa rusa, candidato a diputado por una circunscripción lunar y posteriormente miembro de la comisión del Parlamento global encargada del estudio de la proposición de ley de Colonización Espacial.
Pasquali (monseñor): nuncio (embajador) de la Santa Sede ante las instituciones globales (Gobierno y Parlamento). Reside en NY.
Paul Corvine: CEO de L’ Airreal Co. y representante de un grupo empresarial farmacéutico con intereses en la colonización espacial. Primer jefe de Brigitte.
Randia Wisfall: secretaria (ministra) del Gobierno global de relaciones con las instituciones.
Relic Cienter: portavoz de la Santa Sede.
Valit (inspector capitán): miembro de la Policía global encargado de la investigación relacionada con monseñor Pasquali.
Yuan Pinaô: Abogada representante de monsieur Couteau.
Preludio
Nunca pensé en mis años mozos de seminarista en Toledo, mientras estudiaba simultáneamente Filología Clásica en la Universidad Pontificia de Salamanca, que llegaría a ser cronista de la Santa Sede en la Ciudad del Vaticano.
Hijo de una humilde familia manchega, mi vocación era ser lo que en esa tierra llaman «cura de pueblo». Mi sorprendente facilidad lingüística, heredada de un abuelo croata emigrante políglota, y mi suerte de ignorante atrevido me fueron llevando hasta mi destino actual. Un recorrido en el que tengo la fortuna de haber conocido ya a tres papas; entre ellos, Calixto X, el primer papa procedente de la luna. Un destino en el que inesperadamente me vi envuelto en las peripecias que voy a narrar.
Jamás esperé a lo largo de mi vida tener relaciones con miembros del Gobierno de la Tierra, como la impresionante secretaria del Gobierno Global, Sra. Randia; ni codearme con cardenales como monseñor Pasquali, nuncio (embajador de la Santa Sede) ante el Gobierno global con sede en la capital del mundo, Nueva York; o al reverendo Duálvez, segundo en la Secretaría de Estado de la Santa Sede (su Ministerio de Asuntos Exteriores), cada uno de ellos representante de dos escuelas teológicas enfrentadas.
Tampoco imaginé toparme con personajes como Paul Corvine, CEO de una multinacional farmacéutica poderosa, L’ Airreal Co, protagonista de una historia de ambiciones y enredos en la que me encontraría con mi sobrina Brigitte, una brillante doctora investigadora psicosocial de las reacciones de los equipos humanos en los viajes de colonización espacial, historia en la que se entremezclan las acciones de una ONG caribeña, el narco-cartel de Bucaramanga, sus sicarios y sus oficinas gestoras esparcidas por todo el mundo y en la que, Luigi, el dircom de un importante bufete de abogados internacional con sede en Londres actuaría de manera sibilina.
Ni soñando llegué a fantasear con que conocería a diputados del Parlamento global de distritos lunares como Kewman y Sajarof, o a Mark, diputado selenita al que la doctora Jalm dio un certificado de buena salud para un viaje espacial. Ni supuse nunca las sospechas del inspector de Seguros de Viaje, Sr. Jorodich, sobre la validez de ese certificado, sospechas que desencadenaron acontecimientos que influyeron en la legislación del Parlamento global y las pesquisas policiales del capitán Valit y Julia, la inspectora teniente de la Policía global, hechos que atañeron al secretario de Orden Público del Gobierno global, el honorable Jacky Suensi.
Por supuesto que nunca creí que pudiera ser cierta la idea de mi amigo, el periodista Boris, corresponsal de «Global News» en el Vaticano, sobre la posible la existencia de una Triple Coalición financiero-político-teológica cuyo objeto es dominar el mundo e imponer su ideología, una ideología basada en el legado de prohombres del siglo XX y XXI de corte capitalista y radical-laicista iniciada por personas social y económicamente poderosas. Una coalición que intentaría imponer sus ideas hasta en la Iglesia católica y sus entornos mediante tentaciones de poder y honores, como las que recibieron tanto Boris como mi sobrina Brigitte, la teniente Julia y otros muchos.
Todo ello fue lo que viví desde mis estancias alternativas en Roma y Nueva York, lo que les intentaré contar de acuerdo con el soneto que un día encontré en el Vaticano y encabeza este relato. Para eso necesito describir el contexto en que se movía la ideología dominante en este siglo mío, que hunde sus raíces en los siglos XX y XXI, en los que se produjo una confluencia entre dos corrientes que parecen contrapuestas pero que en realidad son complementarias y sinérgicas.
La primera era la de los defensores de un capitalismo radical. En ella se encontraban personajes financieros como un tal Soros, hábil en finanzas e impulsor de un foro anual de discusión en la ciudad de Davos, donde asistían y aún asisten cada año casi todos los personajes que ellos consideran importantes en el mundo. También había empresarios con capa de filántropos, como un tal Bill Gates, fundador de una empresa de éxito, Microsoft, y luego animador de campañas sociales a través de su fundación. La convicción de esta corriente filosófica era que el hombre puede desafiar cualquier reto y llevar a la humanidad por sí sola al éxito global, despreciando cualquier referencia a algo que supere la propia naturaleza material del ser humano.
La segunda corriente ideológica era un conjunto de teorías a las que se suponía liberadoras de ese ser humano. No solo suponían la ignorancia de un ser superior como Dios sino que también pensaban que el hombre podía despreciar a su propio espíritu, que la materia era lo único importante. En ambos principios coincidían con los capitalistas. Por último, el avance científico les había llevado a la conclusión de que el ser humano también podía superar su propia naturaleza y construirse a su voluntad o deseo. No importaba, por ejemplo, qué características tuviera al nacer; podía ser lo que quisiera. Incluso se pensaba que en el futuro podría trasladar su consciencia a organismos cibernéticos, rayando los límites de la vida permanente.
Estos conjuntos de ideas se habían reunido bajo un paraguas denominado Humanismo Liberador (HL), y por supuesto estaban en contraposición en muchos casos con el pensamiento judeo-cristiano y, dentro de él, la doctrina católica defendida por la Santa Sede.
A principios del siglo XXI la suma de todas estas ideas se convirtió en lo que se llamó «pensamiento políticamente correcto». Toda aquella persona que mantuviera ideas fuera de este horizonte era considerada reaccionaria y, en algunos casos, fascista, mientras que los que se mantenían dentro de sus coordenadas ideológicas se autocalificaban de progresistas, demócratas y todos los calificativos favorables que se le ocurran al lector.
Debido a este contexto puede que los primeros capítulos le resulten algo densos. No se desanime. Si consigue sobrepasarlos, le asombrará lo que ocurrió, lo mismo que a mí. De hecho, yo aún no he salido de mi asombro. Especialmente, después del misterioso incendio iniciado en la cocina de la Nunciatura Apostólica en Nueva York (¿accidente o acción criminal?) que supuso la intervención de la Policía global y sus pesquisas y consecuencias posteriores.
Libro I
En donde se plantea una batalla en el Parlamento Global
I. Un mundo dominado por las teorías del «Humanismo Liberador»
En este año del Señor de 4.344 d. C. yo, cronista del Vaticano, relato los acontecimientos tal como los vi. Puede que no sean toda la verdad, pero sí mi verdad. Era el papado de Calixto X, el primer pontífice nacido fuera de la Tierra en la colonia lunar permanente. El Colegio cardenalicio lo había elegido hacía unos meses y en su acceso a la «cátedra de Pedro» ya se anunciaba que iban a ser tiempos turbulentos para la Iglesia. El presidente del Gobierno de la Unión de los Pueblos Humanos (UPH), George Nerwin, mostró su malestar por esta elección.
Después de una época de continuo aumento del poder político del Partido del Humanismo Liberador y su injerencia en todos los aspectos de la vida de las personas, el papado quedó como casi la única autoridad moral independiente. Se manifestaba a menudo en contra de las teorías oficiales del Gobierno de la Tierra. Sus doctrinas se oponían, por ejemplo, al aborto, la eutanasia, los embarazos extracorpóreos en laboratorio (que la Iglesia católica solo aconsejaba cuando había riesgo de vida del feto o de la madre, y solo a partir de un tiempo de embarazo natural), la clonación humana (que por razones éticas había sido prohibida a nivel global) o la transmigración cuántica1 de la teoría del post-humanismo.
El Vaticano también abogaba por la separación del poder temporal y el espiritual, etc, doctrinas que mantuvieron firmes en los concilios de los siglos XX, XXI, XXII… y estaban contra las teorías oficiales del Gobierno global planetario reunidas bajo la denominación de «Humanismo Liberador» (HL).
Junto a la Iglesia católica, la ortodoxa y algunas minorías religiosas (judías, islámicas…) mantenían su moral de siempre. Por el contrario, otras confesiones y escuelas filosóficas habían ido evolucionando o claudicando, aceptando los postulados del HL.
En estos años estaba creciendo un movimiento nuevo, de origen ecologista, llamado Humanismo Natural (HN) cuyo principio era volver a los orígenes civilizadores de la humanidad. Coincidía en muchos planteamientos con la Iglesia católica, pero por razones ecológicas. Por ejemplo, era contrario al aborto y los embarazos extracorpóreos de manera mucho más radical. Tenía una representación muy minoritaria en el Parlamento global, en el que eran muy activos.
1 Es el intento, aún no logrado hasta la fecha de este relato, de transferir la conciencia humana a un ordenador cuántico alargando su existencia fuera del cuerpo humano. La Iglesia católica defiende que el ser humano es cuerpo y alma (o conciencia según algunos) y su separación en la muerte es solo temporal volviéndose a unir en la resurrección. Todo intento de mantener la vida fuera del cuerpo es contrario a la naturaleza humana según la moral católica mantenida hasta la fecha. Tanto en esto como en los embarazos extracorpóreos o la clonación humana había corporaciones industriales que necesitaban rentabilizar sus investigaciones. Constituían poderosos lobbies dentro del Parlamento global que querían que se aprobasen leyes que protegieran y promocionasen sus actividades. Hasta el momento habían sido contenidos por la presión de algunas iglesias, la católica entre ellas, grupos ecologistas y los partidarios del Humanismo Natural que se oponía a estas ideas del Humanismo Liberador.
II. Calixto X, el primer papa selenita, me renueva el cargo de cronista
Calixto X, antes monseñor Illibrando Musti, había nacido en la luna que, aunque bajo la soberanía del Gobierno de la Tierra, tenía autonomía en una serie de aspectos. Su Parlamento dictaba leyes propias. Allí, por ejemplo, se prohibía el aborto por razones de supervivencia de la colonia. Tener un nuevo miembro que naciera adaptado a las especiales condiciones del satélite terrestre era una alegría para sus pocos millones de habitantes. De hecho, era noticia de cabecera de los medios de comunicación selenitas. Al contrario que en la Tierra, donde la sobrepoblación era considerada un ataque al equilibrio ecológico del planeta.
Nacer en la luna comportaba un crecimiento con periodos diarios de gravedad baja y exposición ocasional a rayos solares y de otro tipo más intensos que en la Tierra. Todo eso permitía adaptarse desde pequeño a la vida colonial, algo que costaba mucho a los emigrantes procedentes de la Tierra, que solo podían permanecer unos años en la luna sin fuerte medicación. Los «selenitas», al crecer con periodos de gravedad inferiores a la Tierra, solían ser más altos y sus huesos menos robustos. Por esa y otras causas, para vivir en la Tierra tenían que permanecer medicados de por vida. Esa había sido una de las dificultades para el acceso al papado de monseñor Illibrando, ahora Calixto X. Pero su firmeza en la interpretación de la doctrina y su impecable trayectoria habían inspirado al Colegio cardenalicio, que lo eligió a la muerte de su antecesor en la primera votación. Una elección con mayoría superior a los dos tercios que exigía la norma.
Como cronista del Vaticano fui confirmado inmediatamente. Su Santidad me conocía brevemente de dos escasas visitas personales a Roma (no era fácil conseguir billetes de ida y vuelta, ni siquiera para un cardenal). Acabadas las ceremonias de entronización al papado me llamó y me dijo en un italiano con acento extranjero:
–Espero que siga redactando los acontecimientos con la fidelidad que lo ha hecho hasta ahora. He seguido sus crónicas desde mi sede lunar y no solo me han hecho conocer bien lo que ocurría en el Vaticano y toda la Iglesia; también me han ayudado a fortalecer mi fe.
–Muchas gracias, Santidad –contesté–; espero merecer la confianza que sus dos anteriores antecesores tuvieron en mí.
Luego entraron personas del servicio y me fui. Unas horas después recibí el mensaje de confirmación de la renovación de mi encargo. Entonces no sabía que los acontecimientos se iban a precipitar.
III. Al papa se le niega el discurso ante el Parlamento Global y viajo a NY
La tradición mandaba que una de las primeras salidas del Vaticano de un papa nuevo era un discurso en el Parlamento global, que representaba a toda la humanidad, colonias espaciales incluidas. Ocurría lo mismo con el Dalai Lama y algún otro líder espiritual. Pero esta vez no se había recibido la invitación en la Roma del papado.
El secretario de Estado del Vaticano había sugerido al nuncio ante el Gobierno global que insistiera para que fuera cuanto antes. Calixto X podía no adaptarse bien a la vida en el planeta y sería bueno que pudiera exponer sus convicciones pronto. El secretario de Estado global (adjunto a la Presidencia de la Tierra) respondió con evasivas e indicó que el discurso debía consensuarse con el Gobierno. La capital de la Tierra era Nueva York, por haber sido la sede de la ONU (Organización de Naciones Unidas) en siglos pasados. NY tenía un estatus especial; se denominaba DG (Distrito Global). Allí el Humanismo Liberador era la ideología dominante.
Según la Constitución global, había libertad de expresión. Pero, por razones de equilibrio ecológico, no había libertad de residencia permanente entre territorios súperpoblados. Las leyes de NY permitían al Gobierno global expulsar a personas que, por sus ideas o costumbres, perturbasen la tranquilidad ideológica de la mayoría de los miembros de una comunidad. Esta ley, que se aprobó con mucha polémica, se iba adoptando por cada vez mayor número de territorios y eso hacía que las manifestaciones públicas de la doctrina de la Iglesia católica fueran siendo toleradas en cada vez menos zonas. No se impedía que las personas tuvieran sus propias creencias religiosas y se protegía su práctica en privado, pero se dificultaba su manifestación pública.
Era seguro que monseñor Illibrando, ahora Calixto X, iba a denunciar este hecho ante el Parlamento global. En la colonia lunar no tenían problemas para expresar sus opiniones. Era uno de los territorios donde la población autóctona era necesaria. Por eso, además del aborto, la eutanasia también estaba prohibida. Eso hizo que muchas familias católicas emigrasen ahí durante los primeros tiempos de la colonia. Allí era fácil, y casi un deber, defender las doctrinas cristianas tradicionales.
Al mes de su nombramiento, Calixto X me comentó:
–Cronista –siempre me llamaba así con cariño–, creo que debería viajar a NY para analizar el tema de mi presencia en el Parlamento global. Es necesario que proclamemos el Evangelio a todos los pueblos, como nos ordenó Jesucristo antes de su ascensión a los cielos.
–Santidad –repliqué–, no soy diplomático y mi capacidad es relatar cómo transcurre la historia más que ayudar a que ocurra.
Me miró y afirmó con fuerza:
–Lo sé, cronista. Pero el diablo está metido en todas partes y necesito que alguien me explique desde la realidad, pero con los ojos de la fe, cómo es la situación para poder abordarla. Por eso una persona acostumbrada a analizar las cosas con los criterios correctos es ideal para esta misión.
A los pocos días me encontraba en la sede de la Nunciatura en NY sin un encargo concreto, pero con una misión definida. El nuncio, monseñor Pasquali, era un diplomático de carrera, italiano, prudente como todos los de su especie y buen sacerdote; proclive a la buena mesa, porque, según decía, a los globócratas (nombre que se daba despectivamente a toda la Administración del Gobierno global) se les podía llegar mucho antes por el estómago que por el razonamiento o el corazón; cosas de «la especie humana» a quien Dios dotó del sentido del gusto. Sin ninguna duda, su figura corporal respondía a esa afirmación. Se decía en NY que la cocina de la Nunciatura era el mejor fogón italiano de la capital en una ciudad en la que los restaurantes de esa especialidad eran famosos.