Buch lesen: «El evangelio»
Autor: Jordi Sapes de Lema
Corrección: Adoración Pérez Ferrer – Maquetacionlibros.com
Diseño: Jorge Herreros – hola@jorgeherreros.com, Miquel Cazaña - miquel.cazanya@gmail.com
Maquetación: Georgia Delena – info@maquetacionlibros.com
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ISBN: 978-84-16680-93-1
Acercándose después sus discípulos, le preguntaban: «¿Por qué causa les hablas con parábolas?».
El cual les respondió: «Porque a vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no se les ha dado. Pues al que tiene se le dará y lo tendrá en abundancia; mas al que no tiene se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo con parábolas; porque ellos viendo no miran y oyendo no escuchan, ni entienden».
(Mateo 13,10-13)
«Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo, prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!».
(Jorge Mario Bergoglio)
«Lo que llamamos potencial es lo actual en una dimensión superior. Esa dimensión superior es nuestra identidad, y no la que hasta ahora habíamos estado creyendo. Y esto transforma completamente, no solo nuestra conciencia subjetiva de nosotros, sino nuestra operatividad, nuestra capacidad de funcionar en el mundo.
He ido descubriendo que muchas de las cosas que yo había estudiado y leído o me habían enseñado son auténticos principios exactos. He descubierto que el Evangelio, en particular el de San Juan, es un auténtico manual técnico de trabajo. Lo que ocurre es que está escrito en un lenguaje propio de una época determinada».
(Antonio Blay)
Índice
Portada
Título
Créditos
Antonio Blay
INTRODUCCIÓN
EL EVANGELIO COMO AYUDA AL TRABAJO ESPIRITUAL
CÓMO ABORDAMOS EL EVANGELIO
Capítulo I: EL DESPERTAR
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO
PARÁBOLA DEL REY QUE CONVIDÓ A LAS BODAS DE SU HIJO
CURACIÓN DE DOS ENDEMONIADOS
PARÁBOLA DE LA PECADORA
Capítulo II: EL YO EXPERIENCIA
PARÁBOLA DEL CENTURIÓN
LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO
PARÁBOLA DE LOS TALENTOS
PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
LA CUESTIÓN DE LOS IMPUESTOS
Capítulo III: LA TRASCENDENCIA
PARÁBOLA DEL SEGUIMIENTO A JESÚS
PARÁBOLA DE LA SAMARITANA
LA TUMBA VACÍA
EL BUEN SAMARITANO
LAS TENTACIONES DE JESÚS EN EL DESIERTO
Capítulo IV: TEORÍA Y PRÁCTICA
EL SERMÓN DE LA MONTAÑA
EL ADMINISTRADOR INFIEL
LOS OBREROS DE LA VIÑA
ANEXO:DICCIONARIO DE SIGNIFICADOS
Antonio Blay
Antonio Blay nació en Barcelona, en 1924, y murió en la misma ciudad, en 1985. Desde muy joven, se preocupó de una manera intensa, podría decirse que obsesiva, por conocer la naturaleza esencial o genérica del ser humano: un ser capaz de hacer cosas portentosas y también de vivir de una manera complicada y miserable. Esta contradicción la experimentaba en sí mismo, en primera persona, así que utilizó su propio proceso como objeto de estudio. Fruto de esta investigación personal es un camino experimental que nos legó en sus conferencias y escritos. Su práctica atestigua la bondad y eficacia de este camino.
Una de las premisas de partida es negar realidad al mal, eliminando el maniqueísmo de raíz, sin por ello ignorar la confusión, la soledad y la impotencia que produce el olvido de nuestra naturaleza esencial, hecha a imagen y semejanza de Dios. Blay lo explica como el resultado de una desconexión, provocada por un proceso de socialización anómalo que sufrimos en la infancia. Este proceso nos obliga a ignorar nuestra identidad para identificarnos con determinadas posesiones materiales, morales o intelectuales que hemos de conseguir para ser homologados socialmente. Es una explicación actual del pecado original que se transmite de padres a hijos.
Pero, en vez de fomentar un sentimiento de culpabilidad por habernos extraviado, Blay nos invita a reconocer nuestra desorientación, a recuperar la conciencia de nosotros mismos y a ver con evidencia la clase de alienación a la que hemos sido inducidos.
A partir de aquí, podemos recuperar la posibilidad de decidir nuestros actos de una forma consciente y voluntaria. La capacidad de ver, amar y hacer que somos adquiere sentido porque nos revela que formamos parte de una realidad que debe ser atendida y puede ser perfeccionada con nuestro interés y dedicación.
Así que la conciencia está íntimamente relacionada con el amor, con la atención a los demás y con la profundización en nosotros mismos. Esta profundización es la que nos lleva a descubrir al Ser Esencial que llamamos Dios como la verdadera fuente de esta vida, inteligencia y amor que se está expresando en nosotros.
INTRODUCCIÓN
Nadie discute la importancia que ha tenido el pensamiento racional y el desarrollo de la ciencia en la evolución de la humanidad. Otra cosa es que podamos seguir manteniendo la idea de que estos factores, por sí solos, nos conducirán al incremento de la conciencia y a la felicidad.
Desde la Revolución Francesa, el pensamiento filosófico no solo se había considerado capaz de explicar todos los fenómenos sociales, sino que presentaba los periodos turbulentos de la historia como una transición entre un nivel de desarrollo agotado y otro nivel superior en gestación. Aunque algunos autores reflejaban en su obra una cierta angustia existencial, producto de una sensación de vacío interior, sus argumentos se consideraban un lujo, más estético que otra cosa; algo ajeno a las preocupaciones ordinarias de la gente normal; porque la gente normal se dedicaba a medrar económicamente y a proporcionar una mejor educación a sus hijos, con el fin de que estos, a su vez, pudieran continuar prosperando.
Pero, esta imagen de una humanidad caminando hacia el bienestar y la felicidad cayó estrepitosamente el día en que los aliados entraron en Auschwitz. Los campos de concentración de la Alemania nazi desvelaron un exterminio masivo de seres humanos, que no solo se había realizado con métodos y criterios industriales, sino que, incluso, había reciclado los restos humanos que se podían aprovechar. Claro, a esto no se le podía llamar “progreso” ni se podía explicar racionalmente. Así que nos limitamos a quedarnos horrorizados y a gritar muy alto que esto no volvería a suceder.
La ideología hegeliana del progreso y la evolución social persistió unos años más en los países del Este, a través del experimento socialista, mientras Occidente se dedicaba a reemplazar el pensamiento filosófico por la técnica. Pero ambos modelos acabaron apostando por la automatización y la burocracia, y la carrera armamentista acabó inclinando la balanza a favor de la parte tecnológicamente más avanzada. Así, acabó definitivamente derrotada la idea de que la humanidad podía evolucionar apoyándose en el trabajo y el esfuerzo colectivo.
Algunos se sintieron satisfechos por la caída de una ideología que apoyaba el ateísmo, sin advertir que con ella desaparecía también el humanismo. Porque el desarrollo económico como único objetivo pasó a convertir al individuo en un engranaje más de la tecnocracia económica. Poco a poco, las personas y sus problemas dejaron de importar, lo único relevante era el crecimiento en términos globales, macroeconómicos: la conciencia dejó paso al consumismo y la publicidad reemplazó a las ideas. Las personas-espectáculo, supuestamente liberadas de toda restricción económica, son ahora los nuevos héroes que imitar: hombres y mujeres anuncio que disimulan un profundo vacío interior con luces, sonido y efectos especiales.
Y todo esto a costa del sufrimiento de miles de personas que continúan llevando una vida llena de privaciones y humillaciones. Inicialmente, esta gente estaba situada en los llamados países del tercer mundo y nos permitíamos el lujo de ignorarla; pero, cada vez, hay más personas de nuestro entorno que se añaden a estas masas que claman desesperadas en nuestras fronteras. La técnica puede prescindir del hombre como fuerza de trabajo y va dejando gente en la cuneta, sin medios de subsistencia o con salarios cada vez más bajos. No solo las personas han dejado de importar, sino que empiezan a representar un problema. Y la política tradicional, basada en ideas, se sustituye por otra que maneja emociones primarias, más propias de luchas tribales que sociales.
Aquello que no tenía que volver a pasar se está reproduciendo en las aguas del Mediterráneo y en los muros que se levantan en las fronteras de los países desarrollados. Ahora, no encerramos a los marginados en campos de concentración: dejamos que se ahoguen en el mar y nos encerramos nosotros mismos detrás de estos muros. Pretendemos así desentendernos de los que están sufriendo: que no nos molesten, que no alteren el sopor profundo en el que hemos caído.
Este fracaso de la técnica hace que algunos se vuelvan de nuevo hacia la espiritualidad, pero es una espiritualidad que adopta el carácter de refugio personal y promueve una huida hacia dentro. Intenta mantener la utopía, trasladándola del terreno terrenal al metafísico, hablando de un Ser que está fuera del mundo o de un potencial que enaltece a la persona, con independencia de cómo lo utilice o, incluso, en el caso de si no lo utiliza. Constituye una forma de soñar despierto que al sistema ya le va bien, porque no se entromete en la vida ordinaria ni se preocupa por la colectividad.
Y, por otro lado, aparece un fundamentalismo religioso que reparte condenas por doquier o se propone, lisa y llanamente, destruir una sociedad que considera degenerada, a base de bombazos. Lo cierto es que el horizonte que contempla buena parte de la población mundial es la precariedad o la ruina total; así que no es de extrañar que algunos decidan llevarse por delante a unos cuantos representantes de este sistema que los está desahuciando. La religión no tiene nada que ver con esto, pero, en determinados ambientes, este integrismo reemplaza las alternativas de la orientación marxista que habían despertado cierta ilusión y esperanza. Su fracaso ha dado paso al nihilismo más absoluto.
A raíz de un atentado yihadista que segó la vida de un sacerdote anciano, el papa Francisco se negó a relacionar el islam con la violencia y dijo:
«Sé que es peligroso decir esto pero el terrorismo crece cuando no hay otra opción y cuando el dinero se transforma en un dios que, en lugar de la persona, es puesto en el centro de la economía mundial. Esa es la primera forma de terrorismo. Ese es un terrorismo básico en contra de toda la humanidad».
Muchos consideran a este papa un accidente, una excepción que no tendrá continuidad. Nosotros pensamos que en el seno de la Iglesia ha aparecido una luz que tenemos que cuidar, acompañar y reforzar. Porque este papa se limita a decir en voz alta lo que predica el Evangelio. Así que, si al final resulta ser una excepción, es que el problema es muy gordo.
Recordemos qué dice el Evangelio:
«Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le respondieron los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?. Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis». (Mateo 25, 34-40).
Nuestro planteamiento resalta la doble naturaleza del hombre: esencial y existencial. La esencia nos hace a todos lo mismo y la existencia nos hace a cada uno distinto. Si no fuéramos iguales, no nos entenderíamos ni podríamos trabajar juntos de cara al futuro; pero, si no fuéramos distintos, tampoco tendríamos nada que decirnos. Así que, ser uno mismo implica tener algo que decir, en vez de seguirle la corriente al sistema. Y cuando un ser humano tiene algo que decir se sale del guion establecido y sus actos resultan impredecibles. En esto reside la esperanza de superar la situación actual de bloqueo y regresión que estamos sufriendo.
No pretendemos situarnos por encima de nadie ni perder el tiempo juzgando lo que aparece claramente como un fracaso colectivo. Simplemente, opinamos que las estructuras políticas y sociales que están configurando esta sociedad limitan y agreden nuestra realidad superior; así que, somos partidarios de iniciar el camino de la trascendencia superándola en clave de caridad.
No estamos en contra del progreso científico-técnico ni de la experiencia mística capaz de proporcionar una felicidad imposible de vivir en este plano material, pero creemos que si «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» fue para enseñarnos a atender a las personas concretas que tenemos al lado, aunque sea con un amor más pequeño, menos espectacular. Porque cada ser humano concreto representa, en su realidad personal, toda la esencia que es y toda la exclusividad con la que existe.
EL EVANGELIO COMO AYUDA AL TRABAJO ESPIRITUAL
A medida que avanzamos en el Trabajo espiritual, constatamos una mayor necesidad de consejo para movernos por los niveles superiores con una mente capaz de captar y manejar lo trascendente y de reflejarlo en nuestra vida diaria. Y vemos que es indispensable contar con un auxilio procedente de arriba, que pueda completar nuestros esfuerzos personales, aunque no los supla. Porque nosotros, librados a nuestras propias fuerzas, somos incapaces de contrarrestar la inercia que nos impulsa a identificarnos, no solo con los bienes materiales, sino, sobre todo, con la valoración o el prestigio que intentamos obtener en nuestro entorno cotidiano.
Se necesita una verdadera revolución mental para observar la realidad con los ojos del espíritu. Como dice el Evangelio, hay que nacer de nuevo desde arriba y cuestionar los planes que la personalidad tiene para crecer y perfeccionarse, porque estos planes se refieren al ámbito de la forma y no son más que una muestra de narcisismo disfrazada de espiritualidad. El espíritu pertenece a otra dimensión, no se puede incorporar al “yo” al igual que le hemos incorporado conocimientos, afectos, habilidades y otras muchas cosas. El espíritu no se puede sobreponer a la personalidad.
La personalidad es real pero transitoria, es un fenómeno que se manifiesta en el tiempo. Puede crecer y perfeccionarse, justamente porque es variable. Pero la espiritualidad se refiere al Ser, a la identidad, a lo que nunca cambia, a lo que siempre es; y no tiene nada que ver con ser mejores, más buenos o ejemplares. Por eso, resulta tan difícil hacer pedagogía de la espiritualidad sin caer en la ideología o en la moral.
Necesitamos tomar conciencia de que hay algo en nosotros que no depende de nosotros, que no podemos manipular, que está en una dimensión distinta a la de la existencia, aunque se expresa en la existencia. Aquí, la ideología sobra porque el espíritu está por encima de la mente. Y la verdadera moral es consecuencia de la conciencia y no un requisito para alcanzarla. Así que, tenemos que situarnos en un plano muy diferente del que rige nuestra vida cotidiana. Y esto exige tener por referencia algo sólido y real, incuestionable, absoluto, que no pueda ser manipulado y convertido en una cuestión de dogmas o culpas.
Por desgracia, existe también una inhibición disfrazada de espiritualidad y de pseudoelitismo, que no está ni se le espera cuando el Verbo llama a la puerta, a través de las diversas circunstancias de la existencia. «Ya hemos dado», le contesta esta personalidad supuestamente superior que está de vuelta de todo.
Esto lo señala el papa Francisco en su escrito apostólico Evangelii Gaudium:
«Todos sabemos por experiencia que a veces una tarea no brinda las satisfacciones que desearíamos, los frutos son reducidos y los cambios son lentos, y uno tiene la tentación de cansarse. Sin embargo, no es lo mismo cuando uno baja momentáneamente los brazos, por cansancio, que cuando los baja definitivamente dominado por un descontento crónico, por una acedia que le seca el alma. Puede suceder que el corazón se canse de luchar porque en definitiva se busca a sí mismo en una carrera sedienta de reconocimientos, aplausos, premios, puestos… Entonces, uno no baja los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección. Así, el Evangelio, que es el mensaje más hermoso que tiene este mundo, queda sepultado debajo de muchas excusas».
«Le falta resurrección»: ¡qué diagnóstico tan preciso! Esta resurrección es el auxilio indispensable, la fuerza que desciende de arriba en respuesta a la demanda de sentido, felicidad y realidad que tiene todo ser humano, aunque la mayoría no lo reconozca. Y cada uno de nosotros estamos llamados a gozar de ella y a ser vehículos de transmisión de esta.
A veces, se recibe a través de un impacto exterior; a veces, se descubre de improviso, un día, en el fondo de la conciencia; pero hay quien la persigue y alcanza a base de esfuerzo y constancia, en un viaje hacia el centro de esta conciencia. Y este viaje es lo que da sentido a la existencia.
Dice Antonio Blay:
«Viviendo desde el centro, no es que las cosas sean distintas, porque muchas veces no podemos alterar el curso de las cosas, sino que las vemos totalmente distintas y dejan de ser un conflicto porque las vivimos desde lo que es la verdadera identidad, que es voluntad, inteligencia y capacidad de amar. No es que yo en mi interior tenga un refugio donde esconderme del exterior; es que mi interior es mi Sede real. No he de recurrir a mi interior cuando las cosas externas van mal, sino que he de tomar conciencia de este interior en todo momento. Entonces este interior se convierte en un medio de acción, no sólo en un medio de protección o de refugio». (Personalidad y niveles superiores de conciencia. Ed. Índigo).
El problema es cómo llegar a situarnos en este centro para tratar desde él la realidad cotidiana; mucho más, cuando resulta que estamos inmersos en la existencia desde una perspectiva totalmente contraria a la del espíritu. La solución es introducir algo nuevo que lo reestructure todo, algo que, manteniendo lo que hay, otorgue un nuevo significado y una nueva función a cada cosa.
Y esto es lo que produce el Evangelio en la conciencia de quien tiene los oídos afinados para sintonizar con lo Superior.