Jesús y su misión en la posmodernidad

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Las afirmaciones de Jesús en el último de los evangelios escritos figuran como un elevado contraste para el pensamiento posmoderno. El contenido de muchas de las declaraciones que aparecen en el evangelio de Juan es desafiado en la actualidad con otros conceptos que van en contravía de lo expresado hace 2000 años en aquel contexto palestino. La conversación de Jesús con Nicodemo en el capítulo 3 del evangelio de Juan definió la conversión del creyente que pasa a vivir bajo el signo del Espíritu. Pero de la misma manera que Nicodemo no pudo comprender esas palabras en su momento, hoy en día se hace difícil conectarlas a la realidad del pensamiento actual. Tanto el desafío de Jesús a Nicodemo, como el entendimiento del amor en tiempos posmodernos, así como el tema de las carencias en un mundo de grandes desequilibrios encuentran puntos de contraste en la corriente posmoderna. El llamado al arrepentimiento en una cultura hedonista y narcisista, también figura dentro de esta línea de discrepancia. Capítulo aparte merece la declaración de Jesús como la encarnación de la verdad, en un tiempo en que esta definición de por sí despierta recelos en la cultura posmoderna.



Mi propuesta de manera específica es la de trabajar con algunas de las declaraciones de Jesús en el evangelio de Juan, intentando dilucidar la manera cómo se perciben en la cultura actual, con el propósito de comprender mejor su misión y como sería más efectiva su aplicación en el contexto presente. Debido a la amplitud de las declaraciones de Jesús en el evangelio de Juan y teniendo en cuenta las implicaciones de entrar a analizar una por una, me limitaré a estudiar 11 declaraciones que abarcan desde el final del capítulo 1 en la conversación de Jesús con Natanael, hasta el capítulo 8 en la declaración de Jesús como la verdad que libera. Esta escogencia más que arbitraria es selectiva. Estos pasajes en particular contienen declaraciones que pueden servir acertadamente para ubicar algunos contrastes entre lo que predicó Jesús en un contexto en particular y lo que hoy percibe el oído posmoderno, más habituado a la multiplicidad, la inmediatez y la subjetividad a la hora de analizar lo que se escucha.



He escogido este evangelio porque su autor no estableció una narrativa cronológica de la vida de Jesús como en los evangelios sinópticos, sino que especialmente manifestó su deidad. Esto lo hace más contrastante con el pensamiento posmoderno de verdades relativas, de eliminación de dogmas absolutos, de desencantamiento, de desacralización o de sincretismo a la hora de vivir la espiritualidad. Este evangelio fue escrito a finales del primer siglo cuando ya se avizoraban algunas dudas en cuanto a lo que se había referido en los otros evangelios y se hacía necesario fortalecer la fe de los primeros creyentes.



El evangelio de Juan tiene sus singularidades que lo diferencian de los sinópticos en su composición y contenido. El cuarto evangelio es sin lugar a dudas muy particular por su configuración literaria, su contenido y el propósito de Juan de exaltar a Jesucristo como Hijo de Dios y observar la dimensión de su obra. A través de este evangelio, Juan suplió una gran cantidad de material único no registrado en los otros Evangelios. Para escritores como Samuel Soto el Evangelio de Juan es un tratado teológico que ha de sustentar la fe de la iglesia en los momentos de prueba, en todo lugar y en todos los tiempos. Raymond Brown en su

Introducción al Nuevo Testamento

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 considera que Jesús debe adaptar su mensaje para ser entendible entre las multitudes de su tiempo. Aunque viene del cielo, debe expresarse con un “lenguaje terrenal” que lo aproxime a quienes lo escuchan. George Ladd en su

Teología del Nuevo Testamento46

 hace especial énfasis en el dualismo juanino como un verdadero contraste entre dos mundos. Para Thomas D. Lea, en su libro sobre el Nuevo Testamento “la presentación simple de palabras (en el evangelio de Juan) envuelve una profundidad teológica notable con temas como la deidad de Cristo (10:30), la encarnación (1:14) y la preexistencia (1:1)”

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El cuarto evangelio utiliza una gran cantidad de símbolos y un lenguaje que confronta otras tradiciones religiosas y en esto sentido se asocia al posmodernismo que a su vez se vale de una gran simbología. Juan escribió para convencer a sus lectores de la verdadera identidad de Jesús como el Dios-hombre encarnado cuyas naturalezas divina y humana estaban perfectamente unidas en una persona quien era el Cristo profetizado y Salvador del mundo. Esto tomaría algunos siglos de discusiones que vinieron a esclarecerse en las proposiciones de la ortodoxia cristiana de los concilios de Nicea y Calcedonia especialmente. Pero existe una percepción diferente al leer este evangelio con relación a los demás, pues parece situarnos en una perspectiva vivencial que nos acerca más al Jesús hombre y nos revela más al Jesús Dios. Estos símbolos juaninos que trascienden con su interpretación al pueblo judío, se instalan en realidad en una dimensión mucho más amplia para hacer de este evangelio una declaración de la misión universal de Cristo y de su iglesia.



Eldin Villafañe afirma que “La necesidad de la hora no es de un cristianismo fácil, frágil y fastidioso, sino de un cristianismo riguroso, vigoroso, concreto y encarnado –un cristianismo muscular- ¡con las señales de la Cruz en sus manos!”

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 Resulta interesante la lectura de Eli Lizorkin en su libro:

El evangelio Judío de Juan: descubriendo a Jesús, Rey de Todo Israel

, pues de manera particular aborda el estudio del cuarto evangelio bajo la perspectiva de un replanteamiento integral de su contenido. Su exploración es abordada desde una óptica que desafía las interpretaciones hasta ahora usadas para extractar de algunos pasajes en particular su gran riqueza de contenido. Su visión acerca de las buenas noticias que implica el evangelio para los cristianos es vista como mala noticia para los judíos, y para el como uno de ellos.



Esto sin duda le da un abordaje por demás interesante que contrasta con la visión que otros comentaristas tienen acerca del evangelio de Juan.

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 “Desde la perspectiva de su autor, el Evangelio (de Juan) entero muestra que son las autoridades judías las que son juzgadas. Es Jesús quien ha venido como acusador pactado para presentar cargos contra los malvados pastores de Israel. No al contrario, como podría parecer.”

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 Es por esto que he tomado de manera particular este abordaje para explorar en su contenido una óptica novedosa de este evangelio. C. H. Dodd trata con el cuarto evangelio entendiendo que es eminentemente teológico, pero los hechos en él narrados responden a una indudable realidad histórica. Dodd considera que detrás del Evangelio de Juan subyace una antigua tradición independiente de la de los otros Evangelios, que debe considerarse seriamente como básica contribución al vivir histórico de Jesús.

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Juan Alberto Casas en su libro:

Vengan y vean

 entiende que el sentido de la fe cristiana se ha revitalizado a partir del giro contemporáneo con el que se realiza la teología de las formas narrativas. La incorporación de las temáticas juaninas en sus primeros capítulos en la cotidianeidad y el entorno social para transformarlos, resulta de particular interés en el análisis propuesto para el presente trabajo.

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En el enfoque cristológico del evangelio entendemos su teología de la misión. Jesucristo aparece como Aquel que revela al Dios vivo. Con las declaraciones iniciales se vislumbra el resto del contenido. Jesús es manifestado como la palabra preexistente que se encarna para traer vida nueva a la humanidad. Desde el principio del evangelio, Juan reafirma el carácter activo de Jesús en la creación y su naturaleza redentora. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). La aparición de Jesús representó el punto de convergencia de la humanidad y en el evangelio de Juan se resalta más que en ningún otro libro, con la encarnación del Verbo (1:14), la invitación a nacer de nuevo (3:3), la aceptación por la fe de la persona de Jesucristo y de su obra (3:16), la regeneración del ser humano pecador (4:14), la presentación del Padre por el Hijo (7:16), la promesa de vida abundante (10:10), las obras a través de su ministerio terrenal venciendo las enfermedades y la muerte (11:44) y su sacrificio en la cruz.



El vínculo Padre-Hijo aparece una y otra vez a lo largo del evangelio como revelación constante de la figura de Jesús y de lo que vino a hacer a este mundo. Su misión lo dirige y en su muerte se termina de reconocer la obra concluida que ha sido llevada a cabo en perfección por el Hijo de Dios. “A Dios nadie le vio jamás, el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” (Juan 1:18). La controversia se hizo más intensa entre los religiosos de la época y Jesús en sus declaraciones a las que consideraban blasfemas: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por eso los judíos aún más procuraban matarle, porque no solo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (5:17-18)



Así mismo las secuencias del yo soy conectan a Jesús con el Dios que aparece a Moisés en el desierto, al iniciar la aventura liberadora del pueblo de la esclavitud. Como pan celestial es sustentador de la vida; como luz del mundo supone que quien esté alejado de Él está en tinieblas; como puerta de las ovejas representa la protección para su pueblo escogido y el único acceso al redil del Señor; como Buen Pastor se preocupa genuinamente por el bienestar de sus ovejas; como resurrección y vida pone de relieve su autoridad sobre la muerte y su naturaleza mediadora entre Dios y los hombres para traer vida en medio de un mundo de muerte y de pecado; como camino, verdad y vida elimina cualquier otro acceso al Padre y a la salvación y como vid verdadera nos sitúa dentro del viñedo de Dios y cada creyente como rama de esa vid que debe producir fruto.

 



La consideración de Jesús como enviado reafirma su tarea misionera. Si es enviado tiene un propósito y alguien que lo envía. Por lo tanto esa misión debe quedar satisfecha para que haya aprobación total en quien lo ha designado para esa labor específica. Pero su misión, lejos de ser simplemente local, es en realidad una misión cósmica, encaminada a unir a los pueblos del mundo alrededor del que puede cambiar el presente y el destino eterno. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan 3:16)



El Espíritu Santo juega un papel preponderante en las declaraciones del evangelio de Juan. En la elaboración de la misión, el paráclito desempeña un rol fundamental, ya que respalda y unge la obra de Jesús desde su propio bautizo hasta el final de su ministerio terrenal. Pero aún se resalta más su importancia después de la partida de Jesús por cuanto se constituye en la promesa dada a los discípulos para llevar a cabo la obra encomendada. La fe en Jesús es el acceso a la vida del Espíritu. La transmisión de la historia del cristianismo, el evangelismo, nunca consiste solo en presentar bien la historia ni usar las palabras idóneas; no consiste solo en la proclamación del evangelio, sino en la participación fiel en él, lo cual es posible gracias al Espíritu. El ministerio del Espíritu es siempre dar a conocer a Cristo, hacer que Cristo aparezca vivo en el mundo, y participar en la historia creciente de Dios. Tal como prometió Jesús, el Espíritu Santo es un consuelo inmenso y real en la vida cristiana. R. C. Sproul en su libro: ¿Quién es el Espíritu Santo? desarrolla los elementos fundamentales de la acción del Espíritu Santo que se conectan al lenguaje misionero de Jesús en cuanto a la santificación de los creyentes, el fortalecimiento, el aprendizaje y luego el envío y la unción para el ministerio.



Como afirmó Jesús en Juan 16: 7-11:

Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré.


Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.


De pecado, por cuanto no creen en mí;


de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más;


y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” Jesús deja claro también que la vida nueva no es algo que se consiga por esfuerzo humano, porque lo que nace de la carne es carne, mientras que transformar la vida espiritual requiere la acción sobrenatural del Espíritu Santo. Así mismo refiriéndose al paráclito Jesús afirmó: Juan 15:26: cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, El testificará acerca de mí.



La relación de Jesús con sus discípulos en el envío misionero que les encomienda tiene que estar respaldada por El Espíritu Santo, o de lo contrario no tendrá ningún éxito. El Espíritu-Paráclito hace a Cristo más presente, más comprensible, más transformador. En su misión ante el mundo, urgida por El Espíritu, la iglesia descubre el verdadero sentido de la palabra hecha carne.



Jesús envía a sus discípulos a una misión sin fronteras, misión cuyo verdadero origen está en El Padre. “Como el Padre me ha enviado, así también yo os envío”. (Juan 20:21). La misión de los discípulos se asocia en Juan de una manera muy precisa con la misión de Jesús. Jesús es enviado al mundo para salvarlo (3:17), para alumbrarlo (1:4-5), para ser la vida (1:4) y para dar a conocer al Dios invisible (1:18). De la misma manera, al entender la misión de Jesús se dan los lineamientos de la misión de la iglesia, encarnada originalmente en sus primeros discípulos. La misión de Jesús sirve como fundamento para la misión de la comunidad.



En el envío está la clave de la misión juanina. Juan Bautista es enviado por Dios para dar testimonio acerca de Jesús. Jesús es enviado por el Padre para dar testimonio acerca del Padre y realizar su obra. El Paráclito es enviado por el Padre y el Hijo para dar testimonio acerca de Jesús. Y, finalmente, los discípulos son enviados por Jesús para hacer lo que Él hizo. Esta es la clave. La misión ha sido dada y el trabajo se ha venido haciendo desde entonces. La misión de Jesús está en el proceso de ser cumplida hasta que Él vuelva. Tenemos una misión.




Capítulo 1.

 Sígueme. El llamado a la misión



“El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme” (Juan 1:43)





Una sola palabra significó el cambio de vida radical para Felipe: “Sígueme”.



Galilea fue el escenario en el cual se cambió el destino para dos hombres que aguardaban al Mesías de la misma manera que todo el pueblo de Israel. Sin embargo es a ellos a quienes se les revela de manera particular. No es solo el encuentro de Felipe con “aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas,” es el encuentro de este hombre con una misión exclusiva, señalada en el tiempo, definida desde los cielos, estructurada con el Hijo como sujeto principal y desarrollada entre seres humanos tan simples como los que estaba empezando a reunir el Verbo hecho carne.



Es el llamado que trasciende la conciencia, que se instala más allá de los deseos, que prorrumpe violentamente en medio de la monotonía y desbarata de un tajo la tranquilidad de quien lo recibe.



Es el llamado a ser débil para ser fuerte, a tomar la cruz para caminar ligero, a ser humilde para ser exaltado, a entrar en discordias para alcanzar la paz, a desafiar los poderes malignos para marcar territorio, a entrar en la dinámica de un reino desconocido abdicando a los deseos pasajeros e instalándose en la eternidad.



Es el llamado para tomar el yugo fácil y la carga ligera, que sin embargo conduce al sacrificio mayor. Es el llamado de quien amará a su enemigo, bendecirá al que lo maldice, orará por quien lo ultraja y lo persigue, caminará la milla extra y se despojará de lo poco que tenga para hacer tesoros que no se corrompen.



Es el llamado a dejar tierra y parentela, a soltar las amarras de los botes que garantizan el sustento y dejar ir las barcas a la deriva, a seguir al que no tiene un lugar seguro donde reposar, a no voltear la mirada en un camino sin regreso, a seguir hasta el Gólgota a quien caminó desde los cielos en su peregrinación por este mundo. Es el llamado a la misión. Una misión desconocida, apabullante, estremecedora e inédita, pero surgida desde los mismos cielos y a punto de cambiar la historia para siempre.



Para Felipe, Jesús es la respuesta al anuncio de Moisés y los profetas. De Él se escribió desde tiempos antiguos. A Él se refirieron los profetas anhelantes de la verdad revelada. Por Él es que Israel camina mirando al futuro con esperanza.



Jesús no solo realizó una misión en la tierra, sino que invitó a sus seguidores a ser parte de la misma. El desafío de seguir a Jesús no solo implicaba dejar atrás las tareas propias de supervivencia que tenía cada uno de sus discípulos, sino además tomar una nueva y aún más desafiante labor a la cual se les llamaba como parte de la misión más amplia en la que entraban. Dentro de ese llamado eran necesarias las muestras de compasión hacia el necesitado, es decir, que la misión no solo conllevaba un dejar atrás de ciertas tareas, sino también la de asumir un nuevo carácter acorde con el modelo que se adaptaba al Reino anunciado. Pero aun no sería completo el llamado a la misión si no involucrara el sufrimiento como parte esencial de esta nueva vocación de sacrificio y entrega.



Seguir a Jesús es también seguirlo a donde El concluye su misión terrenal. Seguirle a Él implica necesariamente ir con El hasta el Gólgota mismo, donde se completará la obra misionera que transformó el mundo para siempre.



Felipe se enfrentó en aquel momento a una autoridad diferente que desafiaba su modelo de vida. Un llamado irresistible que convenció a este hombre de Betsaida para dejarlo todo e incluso involucrar a su amigo Natanael en tamaña aventura. Natanael (Bartolomé) ya había sido hallado por Jesús desde cuando le vio debajo de la higuera y supo que se trataba de un verdadero israelita. La confrontación entre el llamado de Jesús y la duda de Natanael por el origen de quien lo llamaba tenía que encontrar un punto débil para inclinar la balanza y lo halló cuando Jesús lo consideró como un hombre de gran estima.



Juan El Bautista ya estaba elevando su voz en el Jordán anunciando el arribo esperado del reino de Dios. La misión celestial estaba a punto de dar sus primeros pasos y Jesús necesitaba rodearse de hombres a quienes pudiera formar y promover en ese reino que se empezaba a percibir y cuyo anuncio rompió con el silencio del cielo de 400 años.



El Logos preexistente encarnado expresa en su llamado una autoridad de la cual carecían los fariseos y religiosos. Su misión se ha ideado en la armonía del cielo pero debe llevarse a cabo en medio de la tensión del mundo como escenario de su obra redentora. “Jesús de Nazaret, absolutamente por sí y a través de sí, a través de su mera existencia, naturaleza, instinto, sin prudencia, sin exhortación, se ha hecho manifestación completamente sensible de la palabra eterna, de un modo que antes que él nadie lo hizo.”

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 Es importante entender cómo se conectan las ideas sobre el mundo, el hombre y la muerte con Jesucristo. Juan dirá en su evangelio que el Logos se hizo carne (1:14) y los demás evangelios conectarán su nacimiento en un momento histórico definido con el cumplimiento de la palabra escrita.



Nazaret representa un obstáculo a los ojos de Natanael en la concepción que él mismo tiene acerca del origen del Mesías anunciado. Parecieran dos instancias tan disímiles que no pueden reunirse en una noticia tan relevante. No puede venir nada bueno de aquella aldea insignificante y mucho menos cuando se trata de buscar el origen del esperado de todos los tiempos.



La expectativa judía no podría compaginar algo así en relación a su gran Mesías. El Dios de la historia no podría prorrumpir de esa manera en aquel ambiente intrascendente.



El pueblo de Israel se movía continuamente entre la expectativa y la esperanza, pero Jesús no parecía llenar ninguna de ellas. Su expectativa de un Mesías poderoso y la necesidad de encontrar un respiro a su condición de subyugación a través de ese Mesías, habían volcado la esperanza en un libertador que distaba mucho de parecerse a ese Jesús que se abrogaba para sí el derecho de llamar a Dios como Padre. El celo característico del pueblo judío para sus leyes y tradiciones, representaron siempre un obstáculo para poder ver enfrente de ellos al Mesías esperado.



En Malaquías 3: 1-2 se lee: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí, y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí, viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores.”



Las profecías mesiánicas, presagiaban la llegada de un rey poderoso que haría notar públicamente su estela desde los cielos y llegaría en medio de los imperios para derribarlos y establecer a su pueblo en el trono.



Pero Jesús prorrumpe en la escena sin grandes aspavientos. No era un general llamando a su ejército para prepararlo para la batalla. Era un carpintero delineando un camino de transformación para quienes respondieran a su llamado y despertando a una misión trascendente a unos pocos escogidos.



El evangelista no lo ha introducido como un hombre común de Galilea que desarrolla una labor singular, sino como el Verbo hecho carne que tiene una misión vivificadora e iluminadora. “En él estaba la vida” (1:4), y eso es precisamente lo que viene a traer a los hombres. Es portador de la vida abundante en contraposición a aquel que solo vino a robar, matar y destruir. (10:10)



El mensaje dualista del cuarto evangelio es una de sus características más notables. Él es la vida pero los hombres han escogido la muerte. Él es de arriba y sus adversarios son de abajo. Él es la verdad pero quien se le opone es portador de la mentira. Él es la luz y quien no lo sigue anda en tinieblas. Él no es de este mundo, pero viene a morar en un mundo que lo rechaza y lo lleva hasta la muerte. “Aunque procede de arriba y habla de lo que es <<verdad>> o <<real>>, Jesús, el Verbo hecho carne, debe usar el lenguaje de abajo para transmitir su mensaje.”

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El lenguaje de Jesús en Juan es contrastante. A Nicodemo le asegura que tiene que nacer de nuevo aunque este maestro de Israel no podría comprenderlo. A la mujer samaritana le afirma que el que beba del agua que Él puede ofrecer no volverá a tener sed y la mujer le inquiere por ella de manera inmediata, sin entender cabalmente las palabras del que tiene frente a ella. A Natanael le asevera que cosas mayores verá, los cielos se abrirán y los ángeles del Señor establecerán una vía de comunicación continua entre el cielo y el Hijo del Hombre que ahora aparece en la parte baja de la escalera en una alusión directa a la escalera de Jacob en la cual el patriarca ha visto a Dios en la parte superior. (Génesis 28) Ahora el Verbo ha descendido por esta escalera para habitar entre los hombres, y son estos los que tienen que prepararse para ver cosas mayores. “Haciendo referencia al sueño de Jacob, Jesús le indicó a Natanael que el también vería ángeles subir y bajar, pero no en Betel, como en la historia de Jacob, sino sobre el mismo Jesús.”

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El mensaje de Jesús no empieza con palabras sino con hechos. El Verbo se hizo carne y vino a habitar en este mundo. El Verbo habló sin palabras. Jesús se hizo presente en medio de un ambiente hostil y modeló un estilo de vida contrastante al mundo en el que vino a morar. Habitando en un mundo que se resistía a su anuncio, que desconfiaba de su verdadera identidad y que fue reacio a cambiar sus rasgos esenciales de fe, Jesucristo proclamó un mensaje radical que contrastaba abiertamente con la vida cotidiana de quienes lo recibían.



¿Cómo entendieron el llamado a la misión estos primeros discípulos?



Con toda seguridad no lo comprendieron a cabalidad en primera instancia. No siempre se conoce el segundo paso cuando ya se ha dado el primero. No siempre se sabe cuál es el final del camino a pesar de haber emprendido ya la marcha. Esa incertidumbre es propia del llamado divino.



Abraham la experimentó al dejar para siempre a los suyos para emprender un viaje sin retorno hacia una tierra desconocida. “La misión es una empresa que se ejecuta en el contexto de la tensión entre la providencia divina y la confusión humana.”

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Moisés la vivió al recibir instrucciones desde un fuego en el desierto para ir a confrontar al hombre más poderoso sobre la tierra en aquel instante.



David fue testigo de primera mano de un llamado que no lo llevó al cetro y la corona directamente, sino a la angustia de la persecución a través de montañas, cuevas y desiertos.



“En dos ocasiones distintas, Pedro recibió el llamado <<Sígueme>>. Fue la primera y la última palabra que Jesús les dijo a sus discípulos (Marcos 1:17; Juan 21:22). Una vida completa existe entre estos dos llamados.”

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El diálogo de Jesús con Natanael trae consigo un anuncio singular: “cosas mayores que estas verás.” Los cielos se abren para mostrar un atisbo de su gloria. La misión está en acción y para ella se necesitan mensajeros celestiales, agentes humanos y obras poderosas. “Jesús, al hablar con Natanael, le aseguró que el aún no había visto lo que luego sería revelado.”

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Nuestra generación podría tener una concepción diferente de este anuncio. En un tiempo de esoterismo, una fe dispersa entre muchas opciones y pragmatismo, los oídos posmodernos podrían recibir esta palabra bajo otros parámetros.



A medida que ciertos conceptos son reemplazados por otros que se acomoden más a la cultura de nuestros tiempos, las mismas concepciones que le dieron fundamento al cristianismo se pueden diluir en propuestas que miradas bajo prismas diferentes, terminen por agrietar la cohesión que el cristianismo anhela mantener.



“Cosas mayores que estas verás” puede sonar atractivo para los oídos posmodernos, pero desde un ángulo diferente. La búsqueda desenfrenada de algo novedoso transpira entre los hombres de hoy en día, de tal manera que puede encender la ambición de quien anhela saber o tener algo más en un mundo lleno de competencia. En todo caso resulta mucho más cómodo al gusto del pensamiento actual, exigir una respuesta apropiada a los deseos de quien lo pide. En otras palabras, es más apropiado exigirle a Jesús que nos siga, que seguirle en obediencia a su llamado.


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