El Celler de Can Roca

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El Celler de Can Roca
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EL
CELLER
DE
CAN
ROCA


EL
CELLER
DE
CAN
ROCA

—JOAN, JOSEP Y JORDI ROCA

PREÁMBULO

—Joan, Josep y Jordi Roca

I. EL CAMINO HACIA EL NUEVO CELLER

—Rosanna Carceller

BREVE CRÓNICA DE LOS INICIOS

CRECER EN UN BAR

TRES CAMINOS Y UN DESTINO

EL PRIMER CELLER: 1986-1997

EL SEGUNDO CELLER: 1997-2007

LOS POSTRES, EL ÚLTIMO VÉRTICE DEL TRIÁNGULO

2007: EL TERCER CELLER

LA GESTACIÓN DEL SUEÑO

EL RESULTADO

Memoria del proyecto de interiorismo para El Celler de Can Roca

—Sandra Tarruella e Isabel López

LA CULMINACIÓN

II. BASES Y LÍNEAS CREATIVAS

INSPIRACIÓN EXTERNA

A — TRADICIÓN

Influencia de la literatura culinaria clásica y moderna en los platos de El Celler

—Joan, Josep y Jordi Roca

B — MEMORIA

La musa de El Celler

—Salvador Garcia-Arbós

C — ACADEMICISMO

La revisión de las salsas, base de la cocina de Joan Roca

D — PRODUCTO

E — PAISAJE

F — VINO

La bodega sensorial

G — CROMATISMO

H — DULCE

I — TRANSVERSALIDAD

El intercambio creativo

J — PERFUME

K — INNOVACIÓN

Actualización de la cocina al vacío

La perfume-cocción, impregnación de aromas

MOTIVACIÓN INTERNA

L — POESÍA

Poesía y seducción en la sala

—Josep Roca

M — LIBERTAD

N — ATREVIMIENTO

O — MAGIA

Secuencia creativa de Jordi Roca en torno al humo

Rocambolesc. Los postres de El Celler convertidos en helado

P — SENTIDO DEL HUMOR

III. ANEXOS

1. RECETAS BASE

2. GLOSARIO

3. CATÁLOGO RAZONADO

4. ÍNDICE DE RECETAS

5. ÍNDICE ANALÍTICO

Un día en El Celler con una libreta negra

—Josep Maria Fonalleras








ROCA

—PREÁMBULO

JOAN, JOSEP Y JORDI ROCA

Los libros son siempre una forma de procesar el conocimiento; nosotros en estas páginas intentamos mostrar lo que somos y lo que hemos aprendido. El reto de este trabajo ha sido recopilar y ordenar a conciencia nuestro pensamiento, abrir una puerta a lo que hacemos, a cómo y por qué lo hacemos, de modo que si no nos conocéis demasiado, podáis interpretar nuestra forma de ser y nuestros orígenes —Girona, un lugar privilegiado—. Nos apetecía recomponer nuestra experiencia vital y profesional más dulce y fructífera. Nosotros, que hemos bebido de distintas fuentes culinarias, queremos ahora ser manantial que fluya. Como tres Rocas que se van puliendo a lo largo del tiempo, queremos mostrar nuestro juego a tres bandas, el roce fraterno, el bruñido profesional… E ilustrar cómo hemos dado alas al proceso creativo: con seis manos, tres seseras y una única montera.

El libro El Celler de Can Roca. Una sinfonía fantástica (Jaume Coll, 2006) fue una manera de acentuar nuestro respeto hacia la literatura gastronómica. Jaume Coll, doctor en filología, nos brindó una pieza de literatura de altos vuelos, acoplándola al lenguaje culinario con sabiduría y talento. Aquel libro, que nos dejó a las puertas del nuevo restaurante, nos honraba en sus últimas líneas manifestando el deseo del autor de completar lo que él llamaba «el quinto movimiento de una sinfonía fantástica», es decir, de continuar en un segundo volumen el proceso literario y gastronómico emprendido. Ahora, sin embargo, sentíamos la necesidad de dejar aflorar un tono propio. Nuestro tono. Un tono modesto, pero sentido en primera persona, y destinado a explicar lo que mejor conocemos: nuestro trabajo, un trabajo transversal abocado a la cocina de vanguardia. Como diría el doctor Jaume Coll: Ars culinaria nova. Pero no hemos querido prescindir de esta confluencia entre el «objeto libro de cocina» y las artes literarias, razón por la cual hemos confiado un apartado del libro al prestigioso escritor Josep Maria Fonalleras. Él aborda cada capítulo con precisión lingüística, con lucidez y brillantez. Además, a lo largo del libro se podrá rescatar un relato suyo fragmentado, en forma de dietario, de un día en El Celler. Un texto cautivador, rico en detalles, y en el que ninguna palabra está de más.

El cambio de ubicación del restaurante, a partir del 15 de noviembre de 2007, marca de manera muy determinante nuestro trabajo. Mejoramos la trazabilidad con un equipamiento completo, de la brasa de encina al Rotaval. Reforzamos la capacidad de seducción. La expectativa de quien nos visita crece y eso nos estimula. Tenemos unas condiciones inmejorables para escarbar en los caminos secretos de la cocina, pasamos a tener una fábrica de sueños, una utopía hecha realidad, y muchos retos de futuro. De ahí el deseo de compartir nuestro recorrido y mostrar las vías del proceso culinario que han hecho que lo que empezó acústico, sea hoy sinfónico.

Queremos hacer patente nuestra vitalidad creativa, compartirla y ser fieles al sentido didáctico. Reflejar madurez conceptual. Conformar un depósito de cocina creada, vivida y compartida en familia (nunca podremos agradecer suficientemente el tiempo huido a Montse, Josep, Anna, Marc, Marina, Encarna, Martí, Maria, Ale, los abuelos Payet, Paquita, Salvador, Encarna, Angeleta…), y con un equipo competente que ha ido cambiando a lo largo de estos años, y que ahora se encuentra repartido por muchos puntos del planeta.

 

A todos ellos les debemos también parte del mérito de este trabajo, a ellos y a la gran cantidad de colaboradores y amigos cocineros y camareros que, en el decurso de estos primeros veinticinco años, han hecho suya nuestra historia, trabajando codo con codo con nosotros. Somos conscientes de la riqueza humana y afectiva que nos ha brindado su apoyo a lo largo de todo este tiempo, cocinando valores. A ellos, que se han sentido cerca de Montse, del Jefe, y de la iaia Angeleta, la musa a quien Salvador Garcia-Arbós dedicó un emotivo recuerdo, debemos mostrarles nuestra gratitud.

Especial gratitud y reconocimiento también a tanta gente que siente un gran cariño por nuestro restaurante y que incluso ha crecido gastronómicamente con nosotros. La verdad es que, si antes teníamos clientes, ahora creemos tener amigos y seguidores. Este trabajo también va por ellos. Y tampoco queremos obviar nuestro agradecimiento por el papel imprescindible y decisivo de los periodistas gastronómicos, embajadores agudos y brillantes, con una sensibilidad especial para divulgar la vitalidad de la cocina.

Por último, cabe reconocer también que esta obra que ahora presentamos no habría sido posible sin el apoyo de Cèlia Pujals, quien, junto con el equipo de Bisdixit, ha mantenido la coherencia temática de la misma, poniendo esmero en el diseño y la edición. Todo es más fácil si tienes a alguien como ella ordenando las ideas. Las fotografías de los platos, a cargo de Francesc Guillamet, nos han permitido mostrar una visión rigurosa, luminosa y precisa de la cocina, y el trabajo atmosférico de David Ruano nos ha aportado una pátina poética con el tono deseado para evocar la calidez e intimidad de un discurso susurrado al oído.

En definitiva, el libro que tenéis en las manos recoge proyectos y memoria de más de veinticinco años cocinados, y en su parte final incorpora, a modo de síntesis evolutiva, el catálogo documental de algunos de los platos más emblemáticos de nuestra casa, surgidos a lo largo de una historia que empezaba en agosto de 1986. Es un intento de recopilar la joie de vivre, la gastronomía en mayúsculas y en primera persona, de mostrar una vida obstinada en la búsqueda del gusto y del saber sentir, con aprendizaje constante, con suerte, alegría, tozudez, perseverancia, divertimento, fe y pasión. Queremos dejar constancia física y perdurable de todo ello, al tiempo que incorporamos el objetivo de describir una crónica de la cocina de vanguardia de finales del siglo XX y principios del XXI, los mejores años de nuestra vida.

EL CELLER DE CAN ROCA, REVOLUCIÓN (TECNO)EMOCIONAL

La gastronomía muestra en la actualidad su cara más poliédrica, en tanto que receptora del giro que experimentan los parámetros del lujo. Los rituales de la riqueza se fijan ahora en la calidad de los detalles, cuya realización requiere cierta libertad y sensación de bienestar. Crece la importancia de lo que podríamos llamar «la fuerza de las intenciones». El lujo se sustenta ahora en el terreno de las emociones, que ha entrado de lleno y por la puerta grande en el mundo de la gastronomía, haciendo un giro rocambolesco.

Nos sentimos identificados con la idea de revolución emocional, equipados con una tecnología invisible, fruto del diálogo con la ciencia y que tiene vocación de transmisión generacional. Somos empáticos con el término «cocina tecnoemocional» creado por Pau Arenós (La cocina de los valientes, 2011). Creemos ciegamente en la fuerza de las emociones, en la capacidad de hurgar en los impactos emocionales que provoca el sabor, y en el poder de evocar recuerdos, removiendo la cavidad emotiva de quien nos visita. Sabemos que la contundencia sápida de cada ingrediente puede ser una herramienta para quebrantar la coraza que todos nos ponemos para protegernos. La gente nos regala tiempo y se deja seducir con los brazos abiertos y todos los sentidos alerta; nosotros queremos ser sensibles a la gestión de las emociones.

En este libro dividimos el proceso creativo en dieciséis capítulos que os llevarán a comprender que, donde había disciplina y rigidez, intentamos poner desvergüenza y transgresión. Que procuramos cambiar la frialdad estirada por la proximidad y la visión ecléctica por la sostenibilidad, recuperando el diálogo a veces descuidado con el productor y con el paisaje. Que buscamos sustituir el servilismo y la sobriedad en las propuestas por el sentido del humor y la fantasía; la madurez repetitiva por la inocencia y la imaginación; el clasicismo por la valentía; la rutina por la reflexión y la voluntad de abrir caminos transversales. Y finalmente que el vino, siempre presente, entra ahora en la cocina, para quedarse en ella.

Los avances de la ciencia, alimentados por las tecnologías de la información y la comunicación, nos han situado, a las puertas del tercer milenio, en un nuevo mundo gastronómico que vivimos activamente. En esta nueva realidad, emerge una suerte de triángulo del conocimiento formado por los ámbitos de la física, la biología y las nuevas tecnologías, con la creación de sinergias fascinantes entre unos y otros, que nos ofrecerán momentos de gran bienestar emocional.

Tratamos de escenificar los colores de las emociones, tanto de tipo interno como externo, a través de los gustos, de los olores y del aspecto visual. Queremos que nuestra cocina flirtee con la poesía. Queremos despertar un anhelo, un deseo, y conseguir saciarlo de memorias. Es aquí donde la cocina tecnoemocional toma el relevo de la nouvelle cuisine, y nosotros apostamos decididamente por ella. Disfrutar cada vez más del olor y del gusto, así como del tacto de nuestros recuerdos. Incidir en la insinuación y la esencialidad nos acerca al sentido más evocador, el más vinculado a las emociones, a las imágenes, recuerdos y relatos: el olfato. Las líneas abiertas de la cocina que proponemos pretenden mostrar color, temporalidad, conciencia, ciencia, atrevimiento y agricultura social, además de exhibir una localización geo-climática concreta, eso sí, dejando rezumar también el mestizaje que nos ha llegado desde generaciones pasadas y lugares lejanos. Recibimos la inspiración del Mediterráneo, de la luminosidad, del espíritu de libertad, del liderazgo cultural ancestral, con el sabor como hilo conductor. Asimilamos una luz que no ciega, una luz que no se esconde, una luz privilegiada. En una sociedad de tendencias globales, procuramos mostrar los hábitos culturales más cercanos con orgullo. Pensar universalmente y actuar destacando los productos agroalimentarios de proximidad.

A nuestro entender, la cocina futura se moverá entre la tendencia productivista y la elaboracionista, como siempre ha ocurrido en la historia de la gastronomía. Estamos convencidos de que los canelones, las croquetas de jamón y el gazpacho pueden convivir con la esferificación y los artificios miméticos. La cocina de El Celler de Can Roca quiere ser una propuesta fresca y reflexiva, que se desnuda y se viste (como si desnudarse y vestirse fueran una sola cosa) con técnicas utilizadas desde la madurez conceptual, pero meramente insinuadas y priorizando siempre el sabor.

El proceso creativo, plasmado en los dieciséis capítulos de este libro —Tradición, Memoria, Academicismo, Producto, Paisaje, Vino, Cromatismo, Dulce, Transversalidad, Perfume, Innovación, Poesía, Libertad, Atrevimiento, Magia y Sentido del humor—, es una realidad vital y de pensamiento conformada a partir de lo que hemos hecho los últimos veinticinco años.

Aunque la vocación del cocinero nos lleve por los caminos de la artesanía, el objetivo se acerca más a la orfebrería, con la actitud artística e innovadora como incentivo fundamental. En nuestra opinión, el cocinero no es exactamente un artista, pero sin duda debe actuar con libertad, reivindicando constantemente la creatividad y navegando en una cocina cálida, donde tenga cabida la alternativa acústica de formato directo así como la opción sinfónica de construcción más compleja. La tendencia culinaria que nosotros queremos seguir tiene cuatro puntos cardinales: autenticidad, audacia, generosidad y hospitalidad. Apostamos por una actitud sencilla y proactiva hacia los nuevos horizontes culinarios de revolución emocional. Nosotros «cocinamos para hacer sentir».

Este libro quiere ser una prueba de nuestro compromiso tenaz y de nuestra convicción de que hay que saber vivir sabrosamente y creer que la cocina es un camino de felicidad, de cultura y de país. Pasad la página y os acompañaremos hacia los secretos de cocina de El Celler a través de una puerta abierta de par en par.






CRECER EN UN BAR

Que se dedicarían a la cocina estaba escrito en el destino de los hermanos Roca. O tal vez el destino lo han escrito ellos mismos, de su puño y letra, con el esfuerzo, la paciencia y el rigor que les ha caracterizado a lo largo de estos veinticinco años y que aún los define. Se han ganado a pulso los reconocimientos y la posición que ocupan, pero sin duda el entorno en el que crecieron ha sido determinante en su trayectoria.

Can Roca, la casa de comidas que sus padres abrieron en 1967 en Taialà —barrio periférico de la inmigración andaluza de Girona— es la sala de estar donde los tres hermanos crecen, juegan a las chapas, hacen los deberes y miran el Un, Dos, Tres en la televisión. «Nuestra mesa en el bar estaba al lado de una estufa de gasoil», recuerda Joan. Con un bar siempre abarrotado de gente es difícil que sus padres les dediquen tardes y fines de semana —al menos solo para ellos—, por eso la cocina y el comedor del restaurante se convierten en el lugar perfecto para pasar las horas, primero como espectadores del trajín y después, muy pronto, como parte del mismo. Josep apunta: «Nos cuidaban los abuelos, incluso los clientes, que muchas veces también eran amigos. Aquella casa era muy divertida, convivíamos con mucha gente y pasaban muchas cosas». En el piso superior del bar hay cinco o seis habitaciones que hacen las veces de fonda donde se alojan trabajadores navarros, andaluces o aragoneses que vienen a ganarse la vida en fábricas de Girona como la Nestlé, al lado de casa, o en la construcción de la autopista AP-7. «De repente nuestra familia era muy grande. Compartíamos techo e incluso, a veces, mesa con todos esos señores que venían a casa. Convivíamos con ellos y esto, para nosotros, era gratificante y enriquecedor», explica Joan.

El hermano mayor cuida de los pequeños; es el responsable, el concienzudo, el del rigor y el orden. Desde pequeño, Joan Roca es un «niño-hermano mayor». Aplicado, trabajador, serio y apasionado por la profesión de la abuela Angeleta y de su madre, Montserrat, cocinera de Can Roca. Cuando Joan tiene solo nueve años, su madre le encarga una chaquetilla de cocinero a medida, que aún guarda y que en alguna ocasión ha servido de disfraz para su hijo. Se pasa las tardes en la cocina y, de forma inconsciente, empieza a fraguar su futuro. Cuando llega el momento, no duda en decidir qué quiere ser de mayor: «Yo veía que en el restaurante de mis padres la gente era feliz». Con esto es suficiente, él quiere seguir haciendo feliz a la gente.

Los olores de su infancia son el de la escudella i carn d’olla, el de los caldos y, por las tardes, el de la vainilla de los flanes. En aquella época hay mucho trabajo en Can Roca, nunca se descansa, y cuando terminan los tres turnos de comidas del mediodía, es la hora de preparar los platos para el día siguiente o para toda la semana. Al salir del colegio, Joan ayuda en lo que haga falta: «Cada martes por la tarde hacía las butifarras con mi padre. Picábamos la carne, después la sazonábamos y la embutíamos. ¡Practicaba tanto con la picadora manual que ganaba todas las competiciones de pulso que hacíamos en la escuela!». En la cocina siempre están la abuela Angeleta, la abuela Francisca y otras señoras mayores, amigas de las abuelas, que mientras pelan ajos, cebollas o habas, pasan la tarde charlando y arreglando el mundo. Es, al fin y al cabo, la cocina de casa.

 

Pese a tener clara su vocación, Joan saca buenas notas, y en aquella época, un niño aplicado tiene que estudiar una carrera. La Formación Profesional está estigmatizada, pero el destino le echa una mano y hace que una de las dos únicas escuelas de hostelería del Estado se abra en Girona, a pocos kilómetros de casa. «La vida está llena de circunstancias que hacen que todo vaya en una dirección, y seguramente la Escuela de Hostelería fue lo que condicionó que yo pudiera estudiar cocina en aquel momento. Si no lo hubiera hecho entonces, todo habría sido distinto». La Escuela no solo condiciona el futuro de Joan, sino también el de sus hermanos, que siguen sus pasos años después.


No esperem el blat,

NO ESPEREMOS EL TRIGO

sense haver sembrat,

SIN HABER SEMBRADO

no esperem que l’arbre

NO ESPEREMOS QUE EL ÁRBOL DÉ

doni fruits sense podar-lo;

FRUTOS SIN PODARLO;

l’hem de treballar,

DEBEMOS TRABAJARLO

l’hem d’anar a regar,

DEBEMOS REGARLO

encara que l’ossada ens faci mal.

AUNQUE TODO NOS DUELA.

Cal anar endavant

TENEMOS QUE AVANZAR

sense perdre el pas.

SIN PERDER EL PASO.

Cal regar la terra amb la suor

DEBEMOS REGAR LA TIERRA CON EL SUDOR

del dur treball.

DEL TRABAJO DURO

Cal que neixin flors a cada instant.

ES PRECISO QUE NAZCAN FLORES A CADA INSTANTE.

«CAL QUE NEIXIN FLORS A CADA INSTANT»,

(«ES PRECISO QUE NAZCAN FLORES A CADA INSTANTE»), LLUÍS LLACH

Josep recuerda perfectamente la primera vez que sirve una bolsa de patatas a un cliente y se guarda el dinero en el bolsillo. Su padre reacciona rápidamente y le advierte que las cosas, en casa, no funcionan así. De esta manera toma consciencia de que aquello es su casa pero también un bar donde hay que hacer negocio.

Los ojos de Josep se iluminan cuando explica que con tan solo cinco o seis años le asignan la tarea de llenar de vino a granel —de la variedad cariñena que venía del Empordà— las botellas vacías que utilizan para el servicio. Un niño nervioso y travieso como él es incapaz de esperar con los brazos cruzados lo que tarda en llenarse una botella: «Jugaba a ver cuántas botellas podía llenar al mismo tiempo y siempre derramaba el vino de alguna de ellas. Para mí era un juego con olor a vino». Josep juega con vino, empapado de vino. Es evidente que aquel mundo le fascina y poco a poco se convierte en algo más que un juego. «Con ocho años salía a pescar con mi tío y lo que más me ilusionaba era el momento del desayuno, porque sabía que traería la bota y que podría probarlo. Algunos iban a pescar con el objetivo de volver con peces. Mi objetivo era otro». Sin ser consciente de ello, va guardando los sabores de aquellos sorbos infantiles, no solo de vinos, sino también, con los años, de licores: «La barra del bar era como la ONU, había licores de todo el mundo. Yo lo probaba todo, y recuerdo que los que más me gustaban eran la Quina San Clemente y el Ponche Caballero. En cambio, no me gustaba el Cynar, de alcachofas, muy astringente».

Josep tiene una sensibilidad especial por la tierra. Le apasiona el vino, pero también la geología y la botánica, estudios que se plantea cursar cuando tiene que encauzar su futuro. Pero esta opción implica las matemáticas —que son más que nada un estorbo— y en cambio deja de lado la filosofía y las letras —que tanto le atraen—: «Me interesaba una parte de la tierra, pero también todo el planteamiento filosófico. Todo era demasiado puro y demasiado extremo para que pudiera decantarme por una cosa o la otra». Y es en aquel momento de duda cuando el afán de su hermano Joan, dos años mayor, le da la solución: «Joan siempre ha tenido una capacidad especial para hacer comprensible cualquier locura y para implicarse en un método científico. De pequeño ya era riguroso, metódico y meticuloso. Yo, en cambio, era todo lo contrario: torpe, travieso, revoltoso, gamberro… Hacía enfadar a mi padre, a mi madre, a los clientes… Era un culo de mal asiento y me sentía inseguro; era zurdo y pensaba que no sabría servir con las pinzas, quitar las espinas de un pescado o pelar una naranja delante del cliente». Pero gracias a la pasión de Joan, Josep decide seguir el camino que siempre ha conocido en casa, el de la gastronomía, descubriendo los nuevos senderos de la vertiente académica.

Tenemos que dar un salto en el tiempo para hablar de la infancia de Jordi, catorce años menor que Joan y doce que Josep, una diferencia de edad que lo marca ya desde muy niño. Es el pequeño, el consentido, el que no quiere estudiar. El niño de la casa que suspira por las gambas, los berberechos y el jamón de Jabugo, que sabe diferenciar perfectamente del jamón serrano más común cuando intentan darle gato por liebre. «Al vivir en un bar, tenía al alcance muchos más lujos que mis amigos. Siempre había unos berberechos abiertos, unas aceitunas, un jamón ¡o de repente un Bollycao!». Los tiempos han cambiado y los padres le permiten cosas que sus hermanos quizá no hubieran ni imaginado.

Jordi pasa de tener que ayudar en la casa de comidas de los padres a tener que echar una mano en el restaurante de los hermanos, que en aquella época son, para él, un par de padres más a los que dar explicaciones y demostrar cierta responsabilidad. Pero no solo eso. Para él, Joan y Josep son modelos de referencia, ídolos a los cuales admira: «Recuerdo el primer día cuando un desconocido llamó al restaurante pidiendo por Pitu (Josep). En aquel momento me di cuenta de que había gente que no era de mi familia, que no era de nuestro entorno, que lo conocía, gente del sector. Y esto me quedó grabado».

Su infancia transcurre, por lo tanto, entre cocinas y comensales, sin una clara vocación por la gastronomía, pero con la esperanza —quizás escondida en el subconsciente—de poder hacer algo que enorgullezca a la familia, como sus hermanos mayores. Y a los 14 años, sin tener las cosas demasiado claras, se deja llevar por la inercia y se matricula en la Escuela de Hostelería de Girona. En aquella época, Joan y Josep aún no pueden imaginarse que el mocoso de la casa será una pieza clave en el futuro de El Celler.