El físico y el filósofo

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UNA REVOLUCIÓN CONTRA BERGSON

La fama de Einstein le precede; es un hombre comparado a menudo con Newton y Colón. Al publicar «el que tal vez sea el artículo científico más famoso de la historia», inició una revolución equiparable a la de Copérnico33. En 1919, una expedición enviada a observar un eclipse catapultó a la fama internacional al controvertido científico. En parte, su posición categórica a favor del pacifismo y del antinacionalismo hizo que Einstein, un científico nacido en Alemania, fuera respaldado por muchos miembros de países desangrados por la guerra y fuera admirado por las personas que criticaban el peligroso auge del nacionalismo alemán. Como lo expresó un científico de ese periodo, cuando se hablaba sobre el tiempo había que hablar de Einstein. Lo contrario sería como «no hablar del Sol al discutir sobre la luz diurna»34. Desde entonces, Einstein fue coronado como el hombre cuyo trabajo poseía «la percepción sensorial y los principios analíticos como fuentes de conocimiento», nada más y nada menos35. La teoría de la relatividad rompió con la física clásica en tres sentidos fundamentales: primero, redefinió los conceptos de tiempo y espacio propugnando que ya no eran universales; segundo, demostró que el tiempo y el espacio estaban íntimamente relacionados; y tercero, la teoría acabó con el concepto del éter, una sustancia que presuntamente llenaba el espacio vacío y que los científicos esperaban que otorgara un entorno estable tanto al universo como a sus teorías de mecánica clásica.

Juntas, estas tres perspectivas contribuyeron a generar un efecto nuevo sorprendente, la dilatación del tiempo, que galvanizó profundamente a científicos y personas de a pie. En términos coloquiales, los científicos describieron el fenómeno diciendo que el tiempo se ralentizaba a altas velocidades y que, por si fuera poco, se detenía completamente a velocidades infinitas. Si se pusieran dos relojes a la misma hora y uno de ellos se separara desplazándose a una velocidad constante, marcarían horas diferentes en función de sus velocidades respectivas. Aunque los observadores que viajaran con sendos relojes no podrían detectar ningún cambio en su propio organismo, uno de ellos sería más lento que el otro. Los investigadores descubrieron una diferencia pasmosa entre el «tiempo1» medido por el reloj estático y el «tiempo2» medido por el reloj en movimiento. ¿Cuál de ellos era el tiempo auténtico? Según Einstein, ambos. Es decir, todos los marcos de referencia debían tratarse como iguales. Ambas cantidades aludían igualmente al tiempo. ¿Einstein había encontrado un modo de detenerlo?

Bergson no las tenía todas consigo. Afirmó que las magníficas conclusiones de la teoría del físico no distaban mucho de las búsquedas fantásticas de la fuente de la juventud, concluyendo: «Tendremos que encontrar otra forma para no envejecer»36.

Para los científicos que defendían la relatividad, había que sublimar nuestra concepción habitual de la «simultaneidad»: dos sucesos que parecían ocurrir simultáneamente para un observador no tenían por qué ser simultáneos para otro. Este efecto estaba conectado con otros aspectos de la teoría: que la velocidad de la luz (en el vacío y sin campo gravitatorio) era constante37. Podía aumentarse sucesivamente la velocidad de la mayor parte de los objetos físicos montándolos sobre otros objetos que viajaban a gran velocidad. Por ejemplo, un tren que viajara a una cierta velocidad podía circular más rápido colocándose encima de otro tren veloz. Si el primer tren podía circular a unos 80 kms/h, el que llevaba encima iría a ciento sesenta, el siguiente a doscientos cuarenta, etc. Pero con las ondas de luz, no. Según los postulados de la relatividad especial de Einstein, la velocidad de la luz no solo era constante, sino que era insuperable. Este simple hecho hizo que los científicos abandonaran el concepto de simultaneidad absoluta y les abrió la puerta a un sinfín de otros efectos paradójicos, incluyendo la dilatación del tiempo.

Como sucede con Einstein, la fama de Bergson también le precede38. Se le comparó con Sócrates, Copérnico, Kant, Simón Bolívar e incluso con Don Juan39. El filósofo John Dewey, conocido como uno de los máximos exponentes del pragmatismo norteamericano, aseguró que, «después del profesor Bergson, ningún problema filosófico revestiría la misma cara y apariencia que antes»40. William James, catedrático de Harvard y célebre psicólogo, describió La evolución creadora (1907) de Bergson como «un auténtico milagro», como señal del «comienzo de una nueva era»41. Para James, Materia y memoria (1896) avivó «una suerte de revolución copernicana, tal y como lo hicieron los “principios” de Berkeley o la crítica de Kant»42. El filósofo Jean Wahl dijo en cierta ocasión que «si uno tenía que citar cuatro grandes filósofos, podría decir: Sócrates y Platón —como si fueran uno solo—, Descartes, Kant y Bergson»43. El filósofo e historiador de la filosofía Étienne Gilson afirmó sin ambages que el primer tercio del siglo XX fue «la era de Bergson»44. Se le consideraba a la par «el mayor pensador del mundo» y «el hombre más peligroso del mundo»45. Los estudiantes le describían como «un hechicero», reconocido «salvador de Francia y de la libertad de Europa»46. Muchos de sus seguidores se embarcaban en «peregrinajes místicos» hasta su casa de campo en Saint-Cergue, Suiza47. Lord Balfour fue un atento lector de su obra; y «cuando un ex primer ministro de Inglaterra abre una polémica con el principal filósofo pensador de la época, todo el mundo debería abrir los oídos»48. Theodore Roosevelt, presidente de Estados Unidos, era uno de los muchos que escuchaban atentamente lo que Bergson tenía que decir y escribió un artículo analizando directamente su filosofía49. Con todo, otros consideraban su producción la señal de que el invierno tocaba a su fin y llegaba una nueva primavera para la civilización occidental50.

Por lo general, Bergson se veía como el adalid principal de la «insurgencia contra la razón», que muchos diagnosticaban como una enfermedad contemporánea del periodo de entreguerras. En consecuencia, se le acusó de denigrar las «ciencias físicas», reduciéndolas «a un recurso meramente práctico para manipular cosas muertas, a lo sumo»51. El historiador y teórico Isaiah Berlin le achacó haber «abandonado unos principios críticos estrictos y haberlos sustituido por respuestas pasionales fortuitas»52. El matemático y filósofo Bertrand Russell le acusó de antiintelectualismo, una enfermedad peligrosa que afectaba a «hormigas, abejas y a Bergson» y en que la intuición gobernaba a la razón53. La Introducción a la metafísica de Bergson era «el Discurso del método para el antirracionalismo moderno»54. Tenía fama de espiritualista, anticientífico y representante principal del «renacimiento moderno de lo oculto», de la «revuelta contra el mecanicismo» y del «nuevo espiritualismo»55. Se le consideraba imbuido de creencias religiosas y a menudo se le asociaba con la Iglesia católica, pese a que Bergson era judío. Corrían rumores de que se había convertido al catolicismo. ¿Eran ciertos? La verdad es que su obra también se incluyó en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia católica, que vetaba a los creyentes leerla y difundirla56.

En el Lycée Condorcet, Bergson obtuvo galardones en inglés, latín, griego y filosofía. Su trabajo matemático le granjeó una gran acogida y le valió un premio nacional, además de la publicación en los Annales de mathématiques. Publicó dos tesis: una sumamente especializada sobre la filosofía aristotélica y otra titulada Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, de la que se hicieron incontables ediciones. En 1898 se convirtió en profesor de la École Normale y en 1900 se trasladó al prestigioso Collège de France.

Su quinto libro, La evolución creadora (1907), le lanzó a la fama universal. Sus charlas estaban tan abarrotadas (con «tout Paris») que sus estudiantes se quedaban sin asiento. Se rumoreaba que la gente de bien enviaba a sus criados con antelación para reservar un sitio y, «en algunas ilustraciones de la época, vemos a gente encaramada a las ventanas para atisbar al célebre filósofo»57. Cuando tomó posesión de su sillón en la Académie Française, recibió tantas flores y tantos aplausos que, ahogado por las aclamaciones, apenas se le oyó decir en son de protesta: «¡Pero si no soy una bailarina!». Ni siquiera la Ópera de París era lo bastante espaciosa para él58. En 1913 su conferencia en la City College de Nueva York aglutinó a dos mil estudiantes59.

 

La notoriedad universal le persiguió hasta 1922, cuando publicó Duración y simultaneidad, un libro que describió como una «refutación» de la teoría de Einstein. Se propuso sin ningún pudor superar a Einstein en ortodoxia, interpretando de una forma nueva todos los hechos científicos conocidos asociados con la teoría de la relatividad. Durante su encuentro, el texto estaba en la imprenta, y salió publicado ese mismo año, pero no surtió el efecto que el autor esperaba.

«Al judío se le dice: “No estás al nivel del árabe, porque al menos tú eres blanco y tienes a Bergson y a Einstein”», explicó Frantz Fanon, que luchó a favor de la descolonización y la independencia argelina de Francia. Para él, los dos hombres simbolizaban las tensiones raciales después de Segunda Guerra Mundial60. Es posible que los franceses los usaran para fomentar el «supuesto complejo de dependencia de los colonizados» y demostrar la superioridad de los blancos con respecto a los negros y enemistar a judíos y árabes. Muchas veces se citaba conjuntamente a Bergson y a Einstein como iconos de la modernidad y del modernismo cultural y literario. Su popularidad se extendía por todo el planeta61.

El enfrentamiento entre los dos intelectos fue particularmente escandaloso porque sus participantes creían que había que lograr un entendimiento en los asuntos del saber, sobre todo del científico. Todos estamos acostumbrados a «debates interminables e irresolubles sobre la mejor estructura para un gobierno, sobre la forma de arte más perfecta o sobre determinados problemas de metafísica o ética», pero esto no debería suceder en un caso que atañía «únicamente a deducciones lógicas basadas en hechos que ninguno de los adversarios podían ni soñar con rebatir»62. Era «algo desconcertante y tal vez nunca visto»63. Había que poner fin a algo que solo podía explicarse como «un malentendido colosal» o un «craso error». Había que hacer algo deprisa para que «todo el mundo» estuviera de acuerdo64. Los argumentos presentados tenían el aire desconcertante de un «doble monólogo» que recordaba a esos de «la torre de Babel», repletos de «debates contradictorios en que las afirmaciones de un bando son igual de categóricas que las del otro»65. «Bergson y los relativistas podían estar equivocados pero no pueden tener razón», explicaba un físico que dedicó la mayor parte de su vida adulta a dilucidar quién debía ser el ganador66. Al final del siglo XX, el debate seguía siendo «un choque frontal de dos concepciones rivales»67.

Aún hoy podemos referirnos a él como un locus classicus y concluir que «el debate histórico entre Bergson y Einstein sobre la teoría de la relatividad es… un clásico»68. En palabras del poeta Paul Valéry, su enfrentamiento fue el grande affaire en mayúsculas del siglo XX69. ¿Su debate cerró una «edad de oro antes del divorcio entre las dos culturas?»70. Abrió una verdadera «caja de Pandora» que se prolongó durante los siguientes cien años71.

Ese día, Einstein tenía motivos fundados para tener miedo de cómo iba a afectarle el ataque del filósofo. Había jurado que daría a su exmujer el dinero del Premio Nobel, que esperaba obtener, en concepto de pensión alimenticia. Pero antes de que se concediera el premio ese mismo año, algunos se preguntaban si la crítica de Bergson había proyectado «toda la doctrina de la relatividad al ámbito de la metafísica, del que […] Einstein estaba decidido a rescatarla»72. Otros empezaron a tildar la teoría de Einstein como simplemente irrelevante para el día a día de los humanos. Alain, un autor muy leído que acabó convirtiéndose en un importante escritor antifascista, adujo que, «desde un punto de vista algebraico, toda [la obra de Einstein] es correcta; desde un punto de vista humano, es pueril»73.

Los años posteriores a su encuentro en París se pueden comparar con los de las guerras de religión, con una diferencia fundamental: en vez de debatir sobre cómo interpretar la Biblia, pensadores de una amplia gama de disciplinas debatieron sobre cómo interpretar la compleja manifestación de la naturaleza a través del tiempo.

2
«MÁS EINSTEINIANO QUE EINSTEIN»

«Cuando Albert Einstein salió rumbo a París en marzo de 1922, sabía que iba a estar en la cuerda floja», escribió un biógrafo1. La visita de Einstein era muy simbólica para los dos países2. Era un periodo de tensión extrema entre Francia y Alemania, que todavía estaban recomponiéndose de la Gran Guerra (1914-1918) y se encontraban bajo el influjo de rencores persistentes y acusaciones violentas. Hablando sobre la visita, un ultranacionalista alemán y rival del físico se percató de que simplemente no era «el momento adecuado» para que Einstein fuera a Francia:

Desde el fin de la guerra los franceses han aplastado al pueblo alemán con la máxima brutalidad. Han desmembrado su cuerpo pieza a pieza, han encadenado un acto de extorsión detrás de otro, han apostado tropas de color para vigilar Renania y han hecho demandas insufribles al pueblo alemán a través de la comisión de reparación. Y justo en este preciso instante, Einstein está viajando a París para dar conferencias3.

El científico Max Planck tildó la decisión de Einstein de viajar allí de «heroica», pero susceptible de causar todavía más problemas. «Pese a las ventajas que ofrece, [te traerá] mil enemistades escritas y no escritas», le explicó4. Otros tenían justo la opinión contraria y creían que la visita de Einstein podía allanar las relaciones entre ambas naciones, anunciando «la victoria del arcángel sobre el demonio del abismo»5.

Einstein había censurado la Gran Guerra; Bergson había defendido patrióticamente las acciones de su país. Einstein había cumplido cuarenta y tres años el mes anterior; Bergson tenía sesenta y dos años.

Después de que periódicos y círculos eruditos hablaran largo y tendido sobre la obra de Einstein, llegó la primera ocasión de departir sobre la relatividad «en presencia del monstruo en persona»6. Muchos albergaban la esperanza de que, en un espacio íntimo de preguntas y respuestas, Einstein revelaría «más sus principios recónditos y sus auténticas ideas motrices que en su obra escrita»7. Esperaban poder obtener «aclaraciones directas del propio autor» sobre los aspectos más controvertidos de su teoría8. La perspectiva de que Einstein se encontraría con Bergson solo añadía alicientes a su visita, suscitando «un debate que, en su interés eterno, supera infinitamente la mediocre imbecilidad política [político-nigologiques] y las modestas controversias pecuniarias del sustento habitual que estamos acostumbrados a tener que rumiar»9.

Einstein recibió tres invitaciones, pero las rechazó todas10. Sin embargo, se lo repensó con la última, pues le llegó de un amigo suyo del Collège de France. Estas dudas se intensificaron tras una conversación con el ministro de Exteriores, Walther Rathenau, que trabajaba para mejorar las relaciones entre estos dos países hasta que fue brutalmente asesinado. Rathenau le instó a participar. Poco después, Einstein revocó su anterior respuesta, notificó a la Academia Prusiana de las Ciencias su decisión y empezó a prepararse para el viaje11.

Einstein fue invitado a Francia con el propósito expreso de que su visita sirviera «para restaurar las relaciones entre los académicos alemanes y franceses». Al notificar su viaje a la Academia Prusiana de las Ciencias, citó la carta de invitación de Paul Langevin: «En interés de la ciencia, es necesario restablecer las relaciones entre los científicos alemanes y nosotros». Langevin, su futuro anfitrión, íntimo colega y viejo amigo, creía firmemente que Einstein contribuiría «mejor que nadie»12.

Unos años antes del encuentro en París, Einstein se había convertido en una verdadera estrella. Fue catapultado a la fama en 1919, al final de la guerra13. Su nombre apareció en la portada de numerosos periódicos de todo el mundo, que le responsabilizaron de revolucionar no solo la física sino las nociones cotidianas del tiempo y el espacio. El titular de Times del 7 de noviembre decía: «Revolución en la ciencia / Nueva teoría sobre el universo / Se derrocan las ideas de Newton»; tres días más tarde, The New York Times anunció: «las luces del cielo se tuercen»14. Los periódicos contaron que las observaciones de un eclipse habían demostrado que los conceptos tradicionales del tiempo y el espacio se tenían que revisar por completo. Un historiador reciente sostenía que el «mundo moderno empezó el 29 de mayo de 1919, cuando las fotografías de un eclipse solar confirmaron una nueva teoría del universo»15. En otoño de 1920, Einstein veía a «cada cochero y camarero debatir sobre si la teoría de la relatividad es correcta»16. En los primeros seis años posteriores al eclipse se publicaron más de seiscientos libros y artículos sobre la relatividad17.

Antes de convertirse en una estrella mundial, Einstein se esmeró mucho por divulgar la relevancia de su teoría de la relatividad para que transcendiera a la comunidad de los físicos. En 1917 publicó una versión «gemeinverständlich» tanto de la teoría especial como de la general. Su fama enseguida eclipsó sus propios intentos de popularización. Tras esta fecha proliferaron casi automáticamente las exposiciones populares y especializadas de la relatividad. Su libro Über die spezielle und die allgemeine Relativitätstheorie (gemeinverständlich) fue traducido al inglés, al francés, al español y al italiano. Luego llegó El significado de la relatividad, presentado en la Universidad de Princeton en 1921.

Bergson tenía buenos motivos para sentirse más poderoso que su rival, al menos en los círculos filosóficos. Durante su encuentro, se sometió al científico a un tercer grado sobre prácticamente todo, desde los detalles matemáticos de su teoría hasta sus implicaciones filosóficas generales18. El foro planteaba una barrera lingüística, dado que Einstein hablaba bien francés pero no con fluidez. «No cabe duda de que el idioma me traerá algunos problemas», le explicó a Langevin, que había tenido la generosidad de invitarlo19. Antes de que empezara todo, Einstein urdió una estrategia para minimizar los efectos «perjudiciales» que pudieran surgir por sus carencias al expresarse en francés. «Tengo que hablar en París, en el Collège de France y… tiemblo solo con decirlo… en francés», confesó20. «Ojalá mi francés fuera más refinado», se lamentó21. Al fin y al cabo, ese idioma siempre había sido la asignatura que menos había gustado a Einstein en la escuela. Siempre sacó malas notas en francés, lo cual ha llevado a muchos a pensar que fue un mal estudiante22. Un espectador señaló durante el encuentro señaló que Einstein pronunciaba «relatividad» con dos acentos y que decía mal la palabra «ecuaciones». De hecho, parecía como si dijera «gelatividad» y «écaciones»23. Bergson, en cambio, era un orador renombrado y experimentado que hablaba francés e inglés de forma impecable.

 

El organizador del evento en la Société française de philosophie, Xavier Léon, introdujo al científico como el «genial autor» de la teoría de la relatividad, resaltando lo siguiente: «El 6 de abril pasará a la historia en los anales de nuestra sociedad»24. Algunos de los intelectuales franceses más importantes estaban en la sala. Langevin fue el primero en tomar la palabra tras la introducción.

Había sido uno de los primeros simpatizantes de Einstein en Francia. Presentó al científico y su teoría de un modo que a muchos ya les sonaba, incluido Einstein. Los que no sonaban tanto al alemán eran algunos filósofos presentes, como Léon Brunschvicg, que formuló una difícil pregunta sobre la relación de la teoría de Einstein con una «concepción kantiana de la ciencia». Brunschvicg quería aclarar facetas sumamente técnicas de la filosofía de Kant en relación con la relatividad, pero el físico contestó lavándose las manos. Cada filósofo tenía «su propio Kant», le dijo a Brunschvicg, así que no podía responder porque no sabía cómo interpretaba él a Kant25.

Otros que en un principio no querían hablar fueron acuciados por el organizador, que quería y esperaba un encuentro animado. Édouard Le Roy, un estudiante de Bergson, lo dejó claro: «Nuestro amigo Xavier Léon quiere que hable sí o sí [«à toute forcé»]. Ante su educada insistencia, no puedo negarme. Pero, en el fondo, no tengo nada que decir». No obstante, esas palabras pronunciadas por Le Roy atrajeron a Bergson al debate.

Le Roy creía que «los puntos de vista de filósofos y físicos eran igual de legítimos», pero no dejaban de ser diferentes: «En concreto, me parece que el problema del tiempo no es el mismo para Einstein que para Bergson». Le Roy terminó su comentario diciendo que, como Bergson estaba entre ellos, sería más apropiado que interviniera «él mismo»26.

Tras haber escuchado en silencio la conferencia que Einstein había dado el día previo en el Collège de France, Bergson respondió a regañadientes e insistió que estaba allí para escuchar. En su primera intervención, cubrió de alabanzas al físico extranjero. Lo último que pretendía era inducir a Einstein a debatir. Con respecto a la teoría de Einstein, Bergson no tenía objeciones: «No presento ninguna objeción contra su teoría de la simultaneidad, así como tampoco contra la teoría de la relatividad en general»27. Lo que quería decir Bergson era que «no todo acaba» con la relatividad. Fue claro: «Lo que quiero exponer es simplemente esto: una vez admitimos que la teoría de la relatividad es una teoría física, no todo queda cerrado»28. La filosofía, argumentó modestamente, aún tenía su lugar.

Einstein discrepó con Bergson y contestó con una frase provocativa: «El tiempo de los filósofos no existe». Se encontraba ante un auditorio conformado sobre todo por filósofos, en un coloquio conducido por filósofos. Por lo común, los filósofos se habían revelado como una de las comunidades más abiertas y acogedoras de Francia con el físico teutón. ¿Era un desaire de Einstein a su buena voluntad? ¿Qué buscaba al pronunciar esa frase? Einstein luchaba por no dar a la filosofía (y, por tanto, a Bergson) un papel predominante en asuntos relativos al tiempo. Sus objeciones se basaban en sus premisas sobre el papel de la filosofía y de los filósofos en la sociedad; premisas que diferían de las de Bergson.