Soma y sema

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Individualización del actante y esquema de selección axiológica

So y la Cíclope se encuentra en la intersección de dos familias de cuentos bien conocidos, la de Cenicienta (la madre injusta y la hija rehabilitada) y la de Caperucita roja (una tarea doméstica que se transforma en prueba al encuentro con el lobo o con la ogresa)11. Resumamos en pocas palabras: una niña es enviada por su madre a recoger frutos al bosque con una palangana; ella va en compañía de otras niñas del pueblo; habiendo dejado escapar la palangana en la corriente del río, regresa a la casa donde su madre la castiga y la obliga a ir a recuperar la palangana, y le prohíbe volver sin el recipiente. En el camino, se detiene junto a una vieja repugnante, sucia y enferma, a la que cuida con solicitud; en recompensa, la vieja señora le enseña la fórmula que le permitirá escapar de la Cíclope, que ataca a los que pasan por el río, y encuentra a la Cíclope, la cual trata de matarla. So utiliza la fórmula, escapa de la Cíclope, recupera su palangana y regresa al pueblo. A su vez, la madre va a pescar, llevando la escudilla preferida de So; se le va de las manos y se la lleva la corriente. Su hija le exige ahora que vaya a buscar la escudilla. La madre parte en busca del recipiente; se niega a curar a la vieja señora que se lo pide; se encuentra con la Cíclope, y como no cuenta con la fórmula mágica de la vieja, la Cíclope la mata y la devora.

El conjunto del cuento (como los cuentos tipo de referencia) es dinamizado por los errores de los protagonistas. Podemos distinguir aquí dos clases de errores: (1) errores de los destinadores, y (2) errores de los actantes sujetos.

Los errores de los destinadores muestran su carencia de discernimiento: la naturaleza ofrece sus beneficios a todos los que quieren aprovecharlos, en todo momento y sin limitaciones; la Cíclope da muerte a todos los que se cruzan en su camino, sin atender a sus méritos o a sus deméritos; la madre castiga a su hija sin proporción con la falta cometida, y la hija hace otro tanto a su vez; la Cíclope no olvida lo que se le dice y lo que ella hace, etcétera. La cuantificación de los sujetos (cualquiera, nadie), lo mismo que la de los objetos (todo, nada, cualquier cosa) es la expresión semántica de esa ausencia de discernimiento, que impide la aplicación de cualquier sistema de valores que se pretenda.

Los errores de los destinadores aparecen en ese caso como “acciones reflejas” que no toman en cuenta ni las propiedades particulares de los actantes-sujetos ni las presiones locales ejercidas provisional o accidentalmente por el entorno. Se puede pensar, pues, que sus cuerpos resisten por remanencia.

Los errores de los actantes-sujetos son múltiples. Por ejemplo, los instrumentos que utilizan están siempre desviados de su uso canónico: la niña se va a recoger frutos con una palangana, se sirve de ella para sentarse, luego para beber, después se le escapa de las manos y flota sobre las aguas del río; la madre se va a pescar con una escudilla, que deja escapar a su vez en la corriente; la Cíclope, finalmente, le pide a la muchacha que saque agua del río con un tamiz. Ya sea en forma de recategorizaciones temáticas (el recipiente convertido en asiento o en flotador; el tamiz convertido en recipiente, etcétera) o en forma de programas de uso no adecuados, fuentes de desviaciones o de retrasos (sentarse en lugar de recoger frutos, detenerse para curar a una vieja), todas las peripecias proceden de un error, de una torpeza, de alguna inadvertencia o de una acción no programada. Además, es So la que, por su parte, comete la mayor parte de errores y la que, por venganza, impone a su madre la prueba en cuya realización cometerá esta última diversos errores fatales.

Los errores de los actantes-sujetos resultan, pues, de otro tipo de resistencia corporal, de la resistencia por saturación, de la resistencia a aplicar presiones sucesivas y acumuladas de programación.

Se podría hablar aquí –pues todo comienza por prescripciones (ir a recoger frutos, ir a pescar, ir a buscar la palangana o la escudilla perdidas) que se supone cumplen la función de “programar” a los actantes– de un proceso de desprogramación sistemático del actante. Ahora bien, esa desprogramación singulariza al actante. Se puede observar, por ejemplo, cómo So se singulariza al sentarse sobre la palangana de su madre: con ese gesto, se distingue del largo cortejo de niñas que van al bosque, y que no dejan de reprochárselo. Así mismo, se singulariza al detenerse junto a la vieja mujer enferma; finalmente, expresa su singularidad ante la Cíclope, utilizando la fórmula ritual, también singularizante: Yo soy la que estaba perdida, y aquí estoy de vuelta12.

Pues bien, en este pequeño cuento, el problema que se plantea no es el de la restauración de un orden comprometido, sino el de la restauración de las condiciones de posibilidad de los sistemas de valores: es preciso sin duda inventar un nuevo sistema de valores, pero antes, como condición de posibilidad, hay que restaurar una capacidad mínima de discernimiento y de distinción. La singularización del recorrido del actante So participa de dicha restauración: ella introduce la primera distinción emergente, la de una singularidad frente a una masa indistinta.

De ahí se desprende un nuevo esquema narrativo, diferente del esquema de la búsqueda, y que nosotros denominamos esquema de selección axiológica:


1. Mezcla (Confusión axiológica) $ 2. Selección (Singularización individual) $ 3. Separación (Instauración de la dualidad y del valor)

Eso que hemos llamado “desprogramación”, que se traduce en una sucesión de actos fallidos y de torpezas, provoca al mismo tiempo una suspensión de los programas de búsqueda y la emergencia de una singularidad, necesaria para el esquema de selección. En ese sentido, cada punto de bifurcación narrativa se abre a la multiplicidad de las posibilidades, y el conjunto de dichos puntos de bifurcación funciona entonces como un “filtro” para la selección axiológica.

Esta nueva esquematización, sin embargo, no es incompatible con un esquema de búsqueda más profundo, que confirma el anclaje corporal de la sintaxis narrativa. Esa búsqueda, en efecto, es la de la supervivencia física: hambre y alimento, sed y saciedad, salud y enfermedad, vida y muerte, recordadas sin cesar. Ante un grupo de destinadores deficientes, la supervivencia se convierte en un problema que hay que resolver, y la solución reside en la suspensión de todos los roles y de todos los programas canónicos y en la invención de una nueva singularidad. En esa perspectiva, el esquema de selección está al servicio de la supervivencia.

El y el del actante narrativo: Un modelo de producción del acto

Todo actante “encarnado” se puede analizar en dos instancias por lo menos: el Mí-carne de referencia y el Sí-cuerpo propio en devenir. El está en construcción en los desplazamientos y en los gestos del actor, y esa construcción puede obedecer a un principio de repetición y de similitud (el Sí-idem de los roles narrativos), o a un principio de “mira” permanente (el Sí-ipse de las “miras” éticas y estéticas, de las actitudes).

Podríamos decir que, en el caso de Sí, la programación interesa a uno de los dos tipos del (al Sí-ídem) y que la desprogramación singularizante procede del Mí-carne individual de referencia: en el acto fallido, el Mí-carne impone su ley al Sí-ídem en construcción, y singulariza el acto.

Si aceptamos que toda identidad actancial se construye en el acto, y que todo acto emerge de la animación sensoriomotriz del actante, el modelo de producción del acto se apoyará necesariamente en la interacción entre la carne y el cuerpo propio, entre el y el . El acto será entonces el resultado de la correlación (convergente o divergente) entre las presiones ejercidas sobre el Mí-carne (de tipo sensoriomotor) y las presiones ejercidas sobre el Sí-cuerpo propio: seguir siendo el mismo, devenir y apropiarse, etcétera. Toda figura de acto puede ser definida, en ese sentido, como el resultado de una doble determinación, de un equilibrio o de un desequilibrio entre esos dos tipos de presiones.

El Mí-carne será representado en el modelo por una valencia de intensidad (fuerza, resistencia, energía, intensidad sensible), y el Sícuerpo propio, por una valencia de extensión (duración, espacio, número de alteridades integradas, etcétera). Ahí pueden tener cabida: el acto programado (mantenido y contenido), el acto fallido, el arrebato, el temblor gestual y el “bello gesto” (o gesto noble):

Entre el temblor gestual, caracterizado por las valencias más débiles, y el acto fallido, caracterizado por la valencia de intensidad más fuerte, se ubicaría el “bello gesto” (o gesto noble); el “bello gesto”, verdadera retórica de la provocación, funciona como un acto fallido que reivindica una provocación, como una ruptura de continuidad y una negación de los programas y de los valores en curso, que marcaría su capacidad de apertura hacia otros horizontes de la acción y de los valores.

 

Los tres ejes de la identidad

Recapitulemos: Siendo el Mí-carne la instancia de referencia, la identidad postulada, aunque siempre susceptible de desplazarse, adopta una o varias posiciones, y es la sede y la fuente de la sensoriomotricidad, que determina toda “mira” y toda “captación” semióticas. Es también el “sistema material” cuya inercia puede manifestarse por remanencia o por saturación.

El Sí-cuerpo es la instancia que se refiere al Mí-carne (de donde procede su carácter reflexivo, el cual justifica la elección del pronombre reflexivo para designarlo) y a la sensoriomotricidad para seguir sus presiones o para contrariarlas, para acompañarlas o para derivarlas; es, pues, la identidad en construcción en el ejercicio mismo del hacer semiótico.

Como hemos distinguido dos tipos de , vamos a oponer:

• La identidad de los roles (Sí-ídem), cuyo modo de producción implica que cada nueva fase recubre la precedente; ese tipo corresponde a la perspectiva de la captación.

• La identidad de las actitudes (Sí-ipse), cuyo modo de producción se basa en la acumulación progresiva de rasgos transitorios, y en el hecho de que la nueva fase no recubre la fase precedente, puesto que en cada identidad transitoria, el actante se descubre siendo otro; ese tipo corresponde a la perspectiva de la mira:


Los tres tipos de identidad permiten describir el devenir del actante, y remiten por consiguiente a tres operaciones semióticas de base: la toma de posición y la referencia (por lo que se refiere al Mí carne), la captación (por lo que atañe al Sí-ídem) y la mira (por lo que concierne al Sí-ipse). Como esas tres operaciones son las homólogas semióticas de las diferentes “presiones” y “tensiones” evocadas anteriormente, entran en interacción en el modelo de la producción del acto, presentado aquí en forma de un punto triple [con tres vectores].

Las “áreas” indicadas designan las zonas de correlación donde van a aparecer las diferentes figuras de actos. La cohesión de la acción se apoya en la superposición de las diferentes fases del Mí-carne con el principio de repetición-similitud que caracteriza al Sí-ídem. La coherencia de la acción se basa en la conducción de las fases del Mí-carne por el principio de “mira” permanente que caracteriza al Sí-ipse. La congruencia de la acción, finalmente, reposa en la confrontación entre los dos modos de construcción del (la “repetición-similitud” de “roles” es considerada como más o menos congruente con la permanencia y el mantenimiento de la “mira” que caracteriza a las “actitudes”). La congruencia, en suma, es la resultante de la cohesión y de la coherencia.

Diferentes regímenes de la acción


El desarrollo del modelo consiste entonces en explorar las diferentes posibilidades de correlaciones tensivas entre esos tres tipos de valencias13.

En cada una de las tres áreas, son posibles dos tipos de correlaciones: las correlaciones directas y las correlaciones inversas; cada correlación es susceptible de definir una infinidad de valores posicionales y, por tanto, de figuras del acto. Por razones prácticas evidentes, y a título de ilustración, nos limitaremos a los valores posicionales extremos.

Obtenemos así tres zonas de valencias débiles (en el centro del esquema), donde el acto apenas emerge por ausencia de presiones y de impulsos del y del Sí, y mueve zonas de valencias fuertes (en el contorno del esquema), entre las que hay que distinguir:

• las zonas donde las tensiones del y del se combaten y se controlan recíprocamente (arcos de correlación B, C y F):

1) las zonas donde el domina (inadvertencia y distracción & negligencia y relajamiento;

2) las zonas donde el Sí-ídem domina (concentración & conformismo);

3) las zonas en las que domina el Sí-ipse (esfuerzo y contención & distinción y compostura);

• las zonas donde las tensiones del y del se confortan y se amplifican recíprocamente sin controlarse (ejes de correlación A, D y E):

4) la zona del comportamiento obsesional y de la compulsión de repetición ( + Sí-idem);

5) la zona del paso al acto y del arrebato ( + Sí-ipse);

6) la zona del comportamiento original y excéntrico (Sí-idem + Sí-ipse).

Podemos observar ahora que esos dos tipos de zonas reaccionan de manera diferente a nuestras tentativas de esquematización.

En las tres zonas en las que las valencias se refuerzan mutuamente, donde el y el entran en colusión, la ausencia de control del sobre el , particularmente, engendra un discurso que fortalece las tensiones del y sus incesantes desplazamientos, sea en modo de repetición obsesional, sea en modo de “mira” delirante; la tercera colusión se produce entre los dos tipos de , que expresa la congruencia idiosincrásica del discurso.

En suma, la imposible esquematización de las zonas de refuerzo recíproco entre las instancias aparece como una consecuencia de la suspensión de una condición que podría ser formulada del siguiente modo: la tensión y el control recíproco entre las instancias del actante son necesarios para la puesta en forma de recorridos esquematizables. Si esta condición no se cumple, el devenir del actante se vuelve entrópico, y no puede adoptar la forma de un recorrido esquematizable. Cuando el asume las presiones y tensiones del , el acto solo significa el repliegue del actante sobre las tendencias y las pulsiones del ; en ese caso, no se produce la construcción del actante en el curso de la acción porque no existe ninguna alteridad que pueda ser integrada. En otros términos, las huellas de las presiones y tensiones en la carne del se acumulan y se refuerzan sin que por eso constituyan una memoria semiótica esquematizable.

Este desarrollo inducido por el modelo propuesto valida la hipótesis inicial, según la cual la actancialización de un sistema corporal se basaría en un devenir no-lineal, y más precisamente, en la inercia corporal (remanencia & saturación); allí donde el Mí-carne opone a las presiones del su inercia, los recorridos del actante son esquematizables y significantes; donde esa inercia desaparece, los recorridos zozobran en una insignificancia incontrolable.

En efecto, en las tres zonas en las que el controla al o al otro tipo de , los recorridos son esquematizables. No solamente cada valor es definido allí por una valencia fuerte y por una valencia débil, sino que, además, cada instancia dominante (valencia fuerte) controla a la vez a las otras dos.

1) La zona en la que el domina es la de los esquemas de emergencia. En el seno mismo del desorden de los actos no programados, de un encadenamiento de torpezas, de actos fallidos o de negligencias, el retoma la iniciativa para marcar su singularidad referencial contra las tensiones de repetición del Sí-ídem y contra las tensiones teleológicas del Sí-ipse, al mismo tiempo. El esquema narrativo de la selección axiológica es una de las realizaciones posibles. Generalizando un poco, podríamos decir que, en esa zona, es necesario desprogramar la acción, moderar las “miras”, para poder redistribuir los valores de la acción: en ese sentido, esa sería el área de la invención de los sistemas de valores, de la emergencia de las axiologías y de nuevos horizontes de la acción. Como ilustración, se podría considerar que los relatos de errancia (los road movies, especialmente) pertenecen a esa zona, ya que la errancia se presenta concretamente como la suspensión de la búsqueda y como una renuncia a los programas y a las “miras” establecidas. En esa zona de los esquemas de emergencia, todo ocurre como si el discurso re-iniciase la memoria semiótica del actante.

2) La zona en la que domina el Sí-idem es la zona de la programación, aquella en la que la identidad conseguida por repetición y similitud controla al mismo tiempo las tensiones individualizantes del y las tensiones teleológicas del Sí-ipse. En esa zona, tiene que ser definido a priori o reconocido a posteriori aquello que debe ser repetido como rol para que el recorrido del actante tenga un sentido. En esas condiciones, el cuerpo sufre una especialización restrictiva (de acuerdo con el rol programado), el actante “repite su lección”, aplica guiones preestablecidos. En tal sentido, esa zona donde la memoria semiótica del actante está totalmente consagrada a su programación, es también la zona de la eficacia y de la economía narrativas.

3) La zona en la que domina el Sí-ipse es la zona de la construcción en perspectiva, y la tensión teleológica se impone al mismo tiempo a las tensiones individualizantes del y a las exigencias de repetición y de similitud del Sí-ídem. El recorrido del actante procede entonces de la definición de una “mira” y de una actitud, que, según los casos, será una “imagen-meta”, un “modelo”, un “simulacro”, una “esperanza” o un “ideal”. Esa sería, en cierto modo, el área de la ética narrativa, en la que se desarrollan los relatos de aprendizaje, de conversión y de búsqueda de ideales.

Cambios de régimen

El modelo de producción del acto es un modelo tensivo, fundado en las instancias encarnadas del actante narrativo. Es por tanto, ante todo, un modelo de categorización que nos ha permitido definir tipos de recorridos narrativos; pero es al mismo tiempo un modelo sintáctico, ya que el principio de la estructura tensiva consiste en delimitar zonas de valores posicionales, definidas a su vez como las resultantes de transformaciones graduales.

Cuando las tensiones identitarias del actante se invierten, cuando los equilibrios se modifican, se cambia de régimen narrativo. Por ejemplo, el paso de un esquema de programación a un esquema de selección y de emergencia axiológica se produce por el debilitamiento de la valencia del Sí-ídem, que tiene por corolario el aumento de la valencia del (la valencia del Sí-ipse permanece en el nivel más bajo). En la historia de So y la Cíclope, se puede apreciar con toda claridad que So tiene que “olvidar” a cada momento el programa que le ha sido impuesto para acceder al recorrido de selección axiológica: suspensión del principio de repetición de roles, por un lado; suspensión de las “miras” éticas, por otro; supresión de las “huellas” afectivas y morales para dejar libre el camino a un recorrido singular, que se basa en las iniciativas del Mí-carne (fatiga y búsqueda de confort, torpeza, compasión, venganza, etcétera). De la misma manera, la Cíclope tiene que olvidar a cada instante el momento precedente para dejar que se exprese la necesidad contingente de matar.

Así mismo, el paso de un esquema de selección y de emergencia axiológica a un esquema de construcción en perspectiva (búsqueda del ideal, por ejemplo) se produce por debilitamiento de la valencia del , el cual tiene por corolario el aumento de la valencia del Sí-ipse (la valencia del Sí-ídem permanece entonces en el nivel más bajo).

Estas rápidas propuestas deben animarnos (1) a reexaminar el estatuto de los esquemas de búsqueda, pero también aquellos otros de la fuga, de la errancia, de la selección, etcétera; (2) a explayar la diversidad de la esquematización narrativa; (3) a precisar la sintaxis de los cambios de régimen, que aparecen aquí como cambios reveladores de la transformación interna de la estructura identitaria del actante; y (4) a mantener dentro de la teoría de la acción el error, el acto fallido, la torpeza. En efecto, con el modelo que hemos propuesto, lejos de indicar una ineficiencia del actante esas “escorias” de la acción programada, señalan por el contrario que el actante está siempre sometido al control interno y recíproco de las instancias que lo componen, y que, por consiguiente, su recorrido es legítimamente esquematizable y significante.