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Por Todos los Medios Necesarios

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Aus der Reihe: Un Thriller de Luke Stone #1
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Capítulo 36

Cómo le encantaría estar en casi cualquier lugar menos aquí.

Estaba parada fuera de la boca abierta de la entrada del centro de Mount Weather fumando un cigarrillo y sosteniendo su Smartphone en su oído.

El tabaquismo era una de esas cosas secretas que el pueblo estadounidense se suponía que nunca sabría. Susan Hopkins disfrutaba de un cigarrillo de vez en cuando y lo había hecho desde que era una supermodelo adolescente. Especialmente en momentos de estrés, nada podía ganarle y este era probablemente el día más estresante de su vida. Nadie había intentado asesinarla antes.

Llevaba un vestido rojo corto acampanado, uno que era quizás un poco sexy para la ocasión. Lo habían ido a buscar en helicóptero a la tienda Nordstrom en el centro comercial cerca del Pentágono junto con una costurera para hacer la prueba de vestuario. Fue idea de David Halstram. Era para que las personas que lo estén viendo en televisión la detecten fácilmente. De esta manera, después del discurso de Thomas nadie en el mundo podría ignorar el hecho de que Susan Hopkins estaba en un profundo túnel subterráneo pendiente de cada palabra del Presidente. Era una buena idea. Pero también era una noche fría y el aire de la montaña pasaba fácilmente a través del material del vestido.

Temblaba. Tres muy grandes hombres del servicio secreto estaban muy cerca. Se le acercaron. Ella esperaba que ninguno de ellos le ofreciera su chaqueta. Ese tipo de caballerosidad le hacía dar ganas de vomitar.

Pierre estaba hablando en el otro extremo del teléfono.

"Querida", dijo, "realmente me gustaría verte salir de allí. Me está poniendo nervioso. Puedo enviar un avión al aeropuerto municipal más cercano de donde estás. Podrías estar de vuelta aquí dentro de una hora. He doblado la seguridad. La cerca eléctrica está encendida. Se necesitaría un pequeño ejército para pasar. Les puedes decir a todos que necesitas un par de semanas de descanso para reorganizarte. Relajarte en la piscina. Recibir un masaje".

Susan sonrió ante la idea de Pierre encerrado en su mansión de treinta habitaciones, seguro detrás de la cerca eléctrica. ¿A quién se creía que estaba tratando de mantener fuera, a bromistas de fraternidad? Su cerca y la puerta de entrada y sus ocho (en lugar de cuatro) detectives retirados ni siquiera detendrían el paso de las personas que casi la habían matado.

Dios mío.

"Pierre…".

Siguió hablando. "Solo déjame terminar", dijo.

Ella pensó en los primeros momentos con él. Ya había hecho Vogue, Cosmo, Mademoiselle, Victoria’s Secret, incluso la edición de Sports Illustrated para los masturbadores jóvenes. Pero ella estaba empezando envejecer. Podía sentirlo y su agente se lo dijo. Las tapas habían dejado de venir. Tenía veinticuatro años.

Entonces conoció a Pierre. Él tenía veintinueve años y la primera salida a la bolsa de su joven empresa justo lo había convertido en un millonario instantáneamente. Había crecido en San Francisco pero su familia era de Francia. Era hermoso con un cuerpo delgado y grandes ojos marrones. Parecía un ciervo encandilado. Su pelo oscuro siempre se dejó caer delante de su cara. Estaba escondido allí. Era insoportablemente lindo.

Ella había hecho un montón de dinero en su carrera, varios millones de dólares. Financieramente, había estado muy, muy cómoda. Pero de repente el dinero no era un tema en absoluto. Viajaron juntos por el mundo. París, Madrid, Hong Kong, Londres… Siempre se quedaron en hoteles de cinco estrellas y siempre en la suite más cara. Las vistas asombrosas se convirtieron en el telón de fondo de su vida incluso más que antes. Ellos esquiaron en los Alpes y en Aspen. Se soleaban en las playas de las islas griegas y también en Bali y Barbados. Se casaron y tuvieron hijos, dos niñas gemelas maravillosas. Luego, los años comenzaron a pasar y poco a poco se fueron apartando.

Susan se aburrió. Buscó algo para hacer. Se metió en política. Con el tiempo, se postuló para senadora de los Estados Unidos por California. Era una idea loca y ella sorprendió a todos (incluida a ella misma) al ganar por un amplio margen. Después de eso, pasaba gran parte de su tiempo en Washington, a veces con las chicas, a veces no. Pierre manejaba sus negocios y, cada vez más, sus esfuerzos de caridad en el Tercer Mundo. A veces no se veían durante meses.

Hace unos siete años, Pierre la llamó a altas horas de la noche y le confesó algo que se suponía que ella ya sabía. Era homosexual y estaba en una relación.

Permanecieron casados de todos modos. Fue sobre todo por las chicas pero por otras razones también. Por un lado, eran mejores amigos. Por el otro, era mejor para ambos si el mundo pensaba que eran todavía pareja. Juntos, daban una imagen agradable para los medios. Y era cómodo.

Ella suspiró. Era simplemente otro de esos secretos que el pueblo estadounidense no podía saber.

Miró su reloj. Eran casi las nueve en punto.

"Pierre", dijo de nuevo.

"Sí", dijo finalmente.

"Te amo mucho".

"Yo también te amo".

"Bien. Voy a tomar todo lo que dijiste en consideración. Y voy a salir de aquí tan pronto como pueda. Pero ahora tengo que ir a ver al Presidente a hacer su discurso".

"El Presidente es un idiota".

Ella asintió. "Lo sé. Pero es nuestro idiota y tenemos que apoyarlo. ¿Sí?".

"Sí".

Colgó el teléfono y tiró los restos de su cigarrillo. Miró a los tres gigantes pesados que la rodeaban. "Vamos, chicos", dijo. Un minuto más tarde, todos estaban en el ascensor bajando hacia las entrañas de la tierra.

*

"Cuarenta segundos, señor Presidente", dijo una voz desde la cabina de control. "Cuando mi luz se ponga verde, estará en vivo".

"¿Estoy de cara la luz verde?", dijo Hayes.

"Tenemos cinco ángulos sobre usted, señor, pero sí. El verde está mirando directamente al frente. Treinta segundos".

David Halstram se colocó en la parte posterior del estudio de televisión pudiendo ver toda la escena. El Presidente estaba de pie en el estrado completamente tranquilo esperando a que apareciera la luz. En el pequeño anfiteatro frente a él estaban sentadas algunas de las personas más importantes e influyentes del país.

Congresistas y senadores de ambos lados del pasillo formaban gran parte de la audiencia; la mayoría liberales como el Presidente pero también un montón de la oposición leal. El Secretario de Estado estaba aquí al igual que el Secretario de Hacienda y el Secretario de Educación. Los Directores de la NASA, de la Fundación Nacional de Ciencias y del Sistema de Parques Nacionales estaban sentados en una fila rodeados por su alta administración.

El corazón de Halstram estaba acelerado. Decir que estaba emocionado sería subestimar gravemente su estado de ánimo. Sentía como si estuviera en una nave espacial acelerando a través del campo de gravedad terrestre. Estos eran los momentos por los cuales vivía.

Había nacido para hacer este trabajo. No bebía alcohol y nunca había tomado drogas. Apenas si tenía una pequeña necesidad de cafeína. Trabajaba dieciocho horas al día sin parpadear, se desplomaba a dormir durante cuatro o cinco horas, se levantaba y lo hacía todo de nuevo. ¿Qué tipo de estimulante era el café comparado con la vida que llevaba David?

El Presidente Thomas Hayes estaba a punto de dar uno de los discursos más importantes en la historia de Estados Unidos y David Halstram, su Jefe de Gabinete, su confidente, su asesor de confianza, estaba parado a diez metros de distancia.

"Veinte segundos, señor Presidente".

Una breve perturbación apareció como un destello en la conciencia de David. Luke Stone. Lo habían investigado por la tarde. Por supuesto que sí. Había salvado al Presidente, pero… tenía que saber con quién estaba tratando. Había mucho en el expediente del hombre. Alarmas rojas aparecían por todos lados. Estrés de combate. Uso cuestionable de la fuerza. Abuso de autoridad. Falsificaciones. Al parecer había entrado en el ala oeste hoy con una autorización de seguridad Yankee Blanca falsa. ¿Cómo logró eso? ¿Qué habría ocurrido si no habría conseguido entrar?

"Diez segundos. Buena suerte, señor".

Ahora él los quería hacer salir de la instalación. De acuerdo, David iba a hablar con él al respecto. Tal vez por la mañana irían a… ¿dónde? ¿A Camp David?

En el estrado, Hayes miró directamente a la cámara.

La voz apareció una última vez. "Estamos en vivo en cuatro…"

"Tres…".

Hayes sonrió. Parecía una sonrisa falsa, forzada, pero luego se desvaneció en otra cosa.

"Dos…".

Se convirtió en una mirada de determinación.

"Uno".

"Buenas noches, compatriotas", comenzó el Presidente con una amplia y confiada sonrisa. "Estoy aquí para decirles–"

¡BOOM!

Una luz destelló y por una fracción de segundo David pensó que era la luz verde que el Presidente estaba esperando. Pero no era verde. Era blanca y enorme y enceguecedora. Venía desde algún lugar detrás del Presidente.

La luz engulló al Presidente.

David fue despegado del piso por la fuerza de esa luz. Voló por el aire, golpeó la pared tres metros detrás de él y cayó al suelo. Todo se había oscurecido. No podía ver. El suelo debajo de él estaba temblando.

De repente, otra luz destelló, más grande esta vez, más intensa. Todo estaba tronando. Toda la instalación se movía. El techo por encima de él se derrumbó. Lo oyó caer y por un breve segundo, lo sintió. Un gran pedazo de mampostería cayó sobre su espalda baja y sus piernas. Dolió y luego no dolió más.

David tenía una mente muy rápida. Supo al instante que sus piernas estaban aplastadas y que estaba con toda probabilidad paralizado de la cintura para abajo. Sospechaba que, si bien no podía sentirla, probablemente tenía una hemorragia de sangre.

 

En la oscuridad a su alrededor, personas invisibles estaban gritando.

Estoy a diez pisos por debajo de la superficie. Nadie va a venir a rescatarme.

Pensó hacia atrás, rebobinando eventos varios segundos. Ese destello cegador de la primera luz. Ahora lo veía más claramente que antes. La luz no había engullido al Presidente.

Lo había pulverizado.

El Presidente y probablemente todo el mundo bajo tierra con él estaba muerto.

Capítulo 37

9:02 p.m.

Washington, DC

"Y ahora…", dijo una voz tranquila. "El Presidente de los Estados Unidos".

Luke acababa de unirse al tráfico de la autopista mientras que el discurso del Presidente estaba a punto de comenzar. Luke pensaba que si el Presidente hablaba durante una hora, en el momento en que el discurso termine, él estaría entrando por las puertas de Mount Weather.

Oyó las primeras palabras del Presidente y luego la radio se quedó en silencio.

Apareció una voz de mujer.

"Eh… parece que estamos teniendo dificultades técnicas. Hemos perdido la comunicación con el búnker del Presidente en Mount Weather. Estamos trabajando para corregir el problema. Mientras tanto, unas palabras de nuestros patrocinadores".

Luke cambió a otra estación. La historia era la misma.

Probó con otra estación. Habían puesto una canción de rock.

Por último, apareció la voz de un hombre en la radio.

"Damas y caballeros, nos llega información de que parece haber habido una explosión de algún tipo en la instalación del gobierno Mount Weather. No tenemos ningún detalle en este momento. No hay contacto con el establecimiento pero los socorristas están convergiendo en la escena. Se advierte que esto no significa–"

Luke apagó la radio.

Por un momento, Luke no sintió nada. Estaba entumecido. Se acordó de la mañana en esa colina lejana en Afganistán. Hacía frío. El sol se había elevado pero no daba calor. El terreno era escabroso y duro. Había cadáveres por todas partes. Hombres desgarbados con barba yacían en el suelo con los ojos abiertos y fijos.

En algún momento de la noche, Luke se había arrancado la camisa. Su pecho estaba pintado de rojo. Estaba empapado en la sangre de ellos. Los había cuarteado. Apuñalado. Rebanado. Y cuantos más mataba, más seguían llegando.

Martínez estaba tumbado sobre su espalda cerca en una zanja. Estaba llorando. No podía mover las piernas. Ya había tenido suficiente. Quería que se terminara. "Stone", dijo. "Oye, Stone. ¡Oye! Mátame, viejo. Sólo mátame. Oye, ¡Stone! ¡Escúchame, viejo!".

Murphy estaba sentado en un saliente de roca mirando al vacío. Ni siquiera estaba tratando de cubrirse.

Si llegaban más enemigos, Stone no sabía lo que iba a hacer. A ninguno de estos tipos parecía quedarle mucha más fuerza para luchar y la única arma utilizable que todavía tenía era la bayoneta doblada en su mano.

Mientras observaba, una línea de insectos negros apareció en el cielo a lo lejos. Él sabía lo que era en un instante. Helicópteros. Y entonces supo que todavía estaba vivo. No se sentía bien por ello o mal. No sintió nada en absoluto.

Como ahora.

Salió del trance cuando a su izquierda, una ambulancia pasó rugiendo a ciento sesenta kilómetros por hora hacia el oeste con las luces intermitentes prendidas, sirena a todo volumen. Luke salió de la carretera en la siguiente salida. En la parte inferior de la rampa había un estacionamiento. Luke ingresó allí y redujo la velocidad hasta detenerse.

Puso el coche en el aparcamiento y apagó los faros. Pensó que tal vez si gritaba, sentiría algo así que lo intentó.

Gritó. Lo hizo durante mucho tiempo.

No funcionó.

Capítulo 38

9:35 p.m.

Condado de Fairfax, Virginia – Suburbios de of Washington, DC

Whisky con hielo.

Había algo exquisito sobre la forma en que estaba frío en la boca y luego encendía un fuego por dentro cuando llegaba a su estómago.

Luke estaba sentado en el sofá de su propia sala de estar. Acababa de entrar por la puerta hacía unos momentos. Miró el reloj pensando de nuevo. No había estado aquí en casi exactamente veinte horas. Había salido con un propósito y lleno de energía. Había trabajado duro para evitar el desastre, había arriesgado su propia vida una y otra vez y ¿para qué? El desastre había ocurrido de todos modos.

Encendió el televisor y lo puso en silencio. Hojeó los canales viendo las imágenes. Mount Weather, en donde había estado hoy más temprano, prendido fuego. La angustiada primera dama siendo entrevistada en un centro turístico en Hawái. Se quebró y rompió a llorar en frente de las cámaras. Vigilias espontáneas con velas en muchos lugares. Cien mil personas en París, cien mil en Londres. Calles desiertas en DC y Manhattan. Disturbios en Detroit y Los Ángeles y Filadelfia; lugares en los que el Presidente había sido muy querido. Cabezas parlanchinas hablando, hablando, hablando, algunas con los ojos llorosos y sinceras y algunas enojadas y haciendo gestos con énfasis. Alguien tenía que pagar, por supuesto. Siempre alguien tenía que pagar.

Ahora las noticias cambiaron. En algún lugar, aviones de combate estaban saliendo en desbandada. Bombas detonando sobre objetivos en el Medio Oriente. Submarinos nucleares en el Mar del Norte. La flota estadounidense en el Golfo Pérsico. El Presidente de Rusia frente a una rueda de prensa. Miembros del gabinete de China en Beijing. Mulás iraníes. Multitudes entonando cánticos, hombres con turbante y sandalias blandiendo fusiles AK-47, besando bebés y elevándolos hacia Dios. Un disturbio en los callejones de una ciudad antigua, soldados disparando gases lacrimógenos, gente corriendo, siendo pisoteada en la oscuridad. Un hombre, un traidor de algún tipo, siendo lapidado en un pueblo polvoriento.

Todo esto fluyó delante de Luke imagen tras imagen tras imagen. El Presidente de Estados Unidos había sido asesinado y el mundo entero se había vuelto loco. Era imposible comprender la magnitud de lo que había sucedido.

Luke se inclinó, desató sus botas y las pateó lejos de él. Se echó hacia atrás. Hacía menos de veinticuatro horas, había estado a punto de retirarse del juego de inteligencia. Habían sido casi increíblemente agradables estos últimos seis meses enseñando un par de clases, jugando al baloncesto con los estudiantes, relajándose aquí con su familia. Tal vez sus días como soldado y espía y kamikaze realmente habían terminado.

Miró alrededor de la casa. Tenían una gran vida aquí. Era una casa hermosa, moderna, con ventanas de piso a techo como sacada de una revista de arquitectura. Era como una caja de cristal. En el invierno, cuando nevaba, era como uno de esos viejos domos de nieve que la gente solía tener cuando era niño. Se imaginó la época de Navidad, simplemente sentados en esta impresionante sala de estar hundida, el árbol en la esquina, la chimenea encendida, la nieve cayendo a su alrededor como si estuvieran fuera pero estaban en el cálido y acogedor interior.

Dios, era agradable.

Nunca podría pagar este lugar con su salario del gobierno. Becca no podría pagarlo con un sueldo de investigadora universitaria. Los dos juntos no podrían pagar este lugar. Era el dinero de la familia de Becca el que había comprado esta casa.

Y eso era todo lo que necesitaba saber sobre el trabajo. No importaba si trabajaba dos días a la semana o si nunca trabajaba de nuevo. Estaban acomodados probablemente de por vida.

Se le ocurrió un oscuro pensamiento. Si estallara la guerra entre las grandes potencias, sería casi imposible detenerla. Aun así, tal vez podría dejar que estas fuerzas gigantescas se pelearan entre sí. No tenía que participar. Tal vez, si le dieran suficiente tiempo de licencia, podría quitar todo de su mente. Las peores atrocidades podrían ser algo que les pasara a otras personas en algún lugar lejano.

Tomó su teléfono de la mesa de centro y marcó un número.

Las líneas estaban abiertas ahora. Las torres de telefonía móvil no estaban más desbordadas. La gente se había dado por vencida.

El teléfono sonó. En el tercer tono, ella atendió.

Su voz estaba llena de sueño. "¿Hola?".

"¿Bebé?".

"Hola, bebé", dijo.

"Hola. ¿Qué estás haciendo?".

"Oh, estaba cansada así que decidí ir a la cama temprano. Gunner me corrió todo el día. Así que me fui al sobre justo después de colgar contigo. ¿Cómo ha ido todo? ¿Vigilaste al Presidente?".

Luke respiró profundamente. Se había ido a dormir antes del discurso del Presidente. Lo que significaba que no lo sabía. No era capaz de decirle. Ahora no.

"Nah. Estaba demasiado cansado. Decidí tomarme una noche y desenchufarme de todo. Sin televisión, sin computadora, nada. Estoy seguro de que me informarán mañana".

"Ahora sí que estás pensando", dijo.

Luke sonrió. "Está bien, corazón. Vuelve a dormir. Discúlpame que te desperté".

Ella ya se estaba quedando dormida de nuevo. "Te amo".

Se sentó en el sofá y sonrió para sí mismo por un momento. Tomó otro sorbo de whisky. Lo hacía feliz pensar en Becca y Gunner corriendo todo el día y ahora durmiendo en el profundo silencio de la casa de campo. Luke iba a disfrutar de la jubilación, sí que lo iba a hacer.

Sólo que todavía no.

Llamó a otro número.

Le respondió una voz femenina recortada. "Wellington".

"Trudy, soy Luke".

"Luke, ¿en dónde estás? Todo se ha deschavetado".

"Estoy en casa. ¿En dónde estás?".

"Estoy en la sede, ¿en dónde diablos más podría estar? Luke, la mitad del Congreso estaba en Mount Weather. El Presidente y sus ayudantes y su Jefe de Gabinete. La Vicepresidente, el secretario de Estado, el Secretario de Hacienda, el Secretario de Educación. Todos están ahí abajo. El lugar está en llamas y nadie puede apagarlo. Hubo una tormenta de fuego en los huecos de los ascensores. Las escaleras de emergencia fueron voladas. Los bomberos no pueden llegar hasta el fuego".

"¿Hay algún mínimo contacto?".

Ella hizo un sonido. Era casi una risa. "El Jefe de Gabinete del Presidente, David Halstram, logró hacer una llamada. Llamó al 911, si puedes creer eso. Hay una cinta del despachador del 911. La oí hace un rato. Parecía aterrado hablando muy rápido. Dijo que sus piernas estaban atascadas y temía que el Presidente estuviese muerto. Dijo que lo llamaste tú justo antes de que sucediera y le dijiste que sacara al Presidente de allí. Él…", la voz de Trudy tembló… "dijo que desearía haberte escuchado".

Luke no dijo nada.

"¿Lo llamaste?", dijo Trudy.

"Sí, lo hice".

"¿Como supiste? ¿Cómo sabías lo que iba a pasar?".

"Trudy, no puedo decirte eso".

"Luke–"

Él la interrumpió. "Escucha, necesito que hagas algo por mí. ¿Está vivo el Secretario de Defensa? ¿David Delliger?".

"Está vivo. Está en Site R".

"Necesito una línea directa con él. Alguna forma de contactarme con él".

"¿Por qué con él? ¿No deberías hablar con el Presidente en su lugar?".

Luke sacudió la cabeza. "No hay Presidente".

"Aún no. Pero está jurando el nuevo en… diez minutos a partir de ahora".

"¿Quién es, si no es Delliger? ¿Quién está aún vivo para ser Presidente?".

"Luke, ¿no lo sabes? Es Bill Ryan, el Presidente de la Cámara".

Luke pensó en los diversos representantes y senadores que vio reunidos en Mount Weather más temprano en el día. "¿Ryan? ¿Cómo sobrevivió?".

La voz de Trudy sonaba insegura. "Dicen que fue pura suerte. No fue a Mount Weather".

Ryan, pensó Luke, estupefacto. Un halcón entre los halcones. Eso sólo podía significar una cosa: que iban a la guerra.

*

10:02 p.m., Site R – Blue Ridge Summit, Pennsylvania

Era una pesadilla de la que no podía despertar.

Su nombre era David Delliger y era el Secretario de Defensa de los Estados Unidos. Había sido nombrado para este cargo por su viejo amigo y compañero de la universidad Thomas Hayes, el ex Presidente de los Estados Unidos.

Delliger fue una elección inesperada para el cargo de cualquier punto de vista que se lo mire. Fue profesor de historia en la Academia Naval y un abogado que había pasado gran parte de su carrera como mediador. En los años antes de asumir este trabajo, había consultado con el Centro Carter supervisando elecciones en las nuevas democracias en países con una larga historia de gobierno despótico. Ese trabajo era lo contrario de hacer la guerra.

Y es por eso que el liberal Hayes lo había elegido. Thomas Hayes estaba muerto ahora y había estado muerto durante una hora. No había actualmente manera de saber quién más estaba vivo y quién estaba muerto entre los escombros de lo que había sido las instalaciones de Mount Weather. La Vicepresidente estaba desaparecida y se asumía que estaba muerta. Todavía había incendios voraces varios pisos bajo tierra. Cientos de personas quedaron atrapadas en el interior incluyendo muchos de los miembros del Congreso y al menos algunos de los miembros de sus familias.

 

Delliger estaba en una habitación de concreto también bajo tierra pero a más de cien kilómetros de la catástrofe. Se encontraban una treintena de personas con él en esa habitación. Había sido colgada una cortina azul en las paredes de hormigón para enmascarar la fealdad de la habitación. En una pequeña tarima estaban de pie dos hombres y una mujer. Los fotógrafos tomaban imágenes de ellos.

Uno de los hombres en la tarima era bajo y calvo. Llevaba una larga toga. Era Clarence Warren, Presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. El nombre de la mujer era Karen Ryan. Llevaba un traje azul brillante con una rosa roja en su solapa. Ella sostenía una Biblia abierta en sus manos. Un hombre alto de buen aspecto con un traje azul oscuro y corbata estaba de pie con la mano izquierda sobre la Biblia. Tenía levantada la mano derecha. Hasta este momento, el hombre llevaba años siendo el Representante de Carolina del Norte y el Presidente de la Cámara.

"Yo, William Theodore Ryan", dijo, "juro solemnemente que desempeñaré fielmente el cargo de Presidente de los Estados Unidos".

"Y que preservaré, protegeré y defenderé la Constitución de los Estados Unidos”, apuntó el juez Warren.

"Y que preservaré, protegeré y defenderé la Constitución de los Estados Unidos”, dijo Ryan.

"En la medida de mis capacidades".

Ryan repitió las palabras y con menos ceremonia que la que muchas logias locales emplean para iniciar a sus nuevos miembros, de repente se convirtió en Presidente de los Estados Unidos. Delliger estaba en algo así como un shock. Sí, su buen amigo estaba muerto. Thomas Hayes fue un gran hombre y su pérdida era una tragedia tanto a nivel personal para Delliger como aún más profundamente para el pueblo estadounidense.

Pero lo que es peor, uno de los más formidables enemigos del Presidente en el gobierno acababa de apoderarse de su trabajo. El mismo hombre que había amenazado con un juicio político al Presidente esta mañana era ahora el Presidente.

No tenía sentido. ¿Cómo habían sido destruidas la Casa Blanca y Mount Weather en el mismo día? ¿Por qué el Presidente y la Vicepresidente habían sido evacuados a la misma instalación? Deberían haber sido separados tan pronto como el Servicio Secreto se dio cuenta de que estaban juntos.

Ante la mirada de Delliger, Ryan y su esposa, Karen, compartieron un beso. Entonces, por un breve momento, Ryan posó para las cámaras y varias personas en la habitación se rieron. Delliger miró a su alrededor para ver quiénes eran. Reconoció a muchas de las personas presentes. Eran los halcones de guerra más rabiosos del gobierno. Miembros de la Junta de Jefes. El director de la CIA. Congresistas con estrechos vínculos con los contratistas de armamentos. Grupos de presión de la industria armamentística y de la industria petrolera.

¿Cómo terminaron todos aquí? No, una mejor pregunta era ¿cómo terminó él entre ellos? Era un extraño para ellos, una persona ajena. Era el Secretario de Defensa pero había sido nombrado por un pacifista, un hombre que estaba haciendo todo lo posible para evitar una guerra. Un hombre que estaba muerto.

Este era el búnker militar. Estas personas se sentían como en casa aquí. David Delliger, incluso con sus antecedentes militares, se sentiría más a gusto en el búnker civil que era un lugar…

…que acababa de ser destruido.

Una sensación extraña se apoderó de Delliger. Por un momento, las caras de las personas en la multitud parecían distorsionadas como las caras de las casas de la risa. Todo el mundo estaba sonriendo. El mayor desastre en la historia de Estados Unidos había sucedido hacía una hora y la gente de aquí se sonreía. ¿Por qué no habrían de sonreír? Estaban a cargo ahora.

Delliger ojeó la habitación de nuevo. Nadie le prestaba atención. ¿Por qué lo harían? Era el Secretario de Defensa de un Presidente muerto. Era una broma para ellos, parte de un régimen que había sido barrido.

En la tarima, Ryan se ponía serio otra vez. Estaba de frente a la concurrencia.

"Nadie quiere convertirse en Presidente de la manera en la que yo lo he hecho. Pero no me voy a parar aquí y fingir que no quería este trabajo. Lo quería y lo sigo queriendo. Lo quiero porque quiero que Estados Unidos sea grande otra vez. Thomas Hayes fue un gran hombre en muchos aspectos pero también fue un hombre débil. No pudo mantenerse firme en contra de nuestros enemigos y como resultado, pagó el precio más alto. Esas políticas, las políticas de la debilidad, se terminan ahora".

Se escuchó una ovación de la multitud. Alguien soltó un largo silbido. Los aplausos se prolongaron durante un período extenso. Ryan levantó las manos para pedir silencio.

"Esta noche voy a dirigirme al pueblo estadounidense y, por extensión, a las personas de todo el mundo. Lo que les diré dará esperanza a aquellos que han sido aterrorizados por los acontecimientos de ayer y de los últimos meses. Tengo la intención de decirles que vamos a la guerra y que vamos a la ofensiva y que no nos vamos a detener hasta que los perpetradores de esta terrible atrocidad sean puestos de rodillas. Y aun en ese momento, no nos detendremos. No nos detendremos hasta que sus palacios y torres sean consumidos por el fuego y sus pueblos corran gritando en las calles. Y aun así, no nos vamos a detener".

Las ovaciones eran tan fuertes ahora que Ryan tuvo que dejar de hablar. No tenía ningún sentido continuar. Nadie podía oírlo.

Esperó. Poco a poco el sonido se apagó. Ryan se quedó mirando directamente a Delliger.

"Nos vengaremos por nuestras pérdidas", dijo. "Y vamos a vengar a nuestros seres queridos. Y no nos detendremos hasta que el país de Irán nunca más pueda proyectar su poder en el mundo. No nos detendremos hasta que no puedan alimentarse por sí mismos a no ser que les demos de comer nosotros y que no puedan vestirse a menos que los vistamos nosotros. En el futuro, habrá un tiempo para estar de luto y para recordar. Pero todavía no. ¡Ahora es tiempo de venganza!".

Mientras se produjo otra ovación, el teléfono en el bolsillo de Delliger vibró. Lo sacó y le echó un vistazo. Tenía un mensaje de texto. Era su teléfono privado. Rara vez recibía textos. Lo abrió.

Mi nombre es Luke Stone. Yo sé por qué murió el Presidente. Encontrémonos.