Buch lesen: «Gloria Principal»
GLORIA PRINCIPAL
(LA FORJA DE LUKE STONE – LIBRO 4)
JACK MARS
TRADUCIDO POR: CARMEN LIÑÁN GRUESO
Jack Mars
Jack Mars es el autor de la serie de thriller de LUKE STONE, número uno en ventas de USA Today, que incluye siete libros. También es el autor de la nueva serie de precuelas LA FORJA DE LUKE STONE, que comprende tres libros (y subiendo); y de la serie de suspense de espías AGENTE ZERO, que comprende siete libros (y subiendo).
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LIBROS POR JACK MARS
UN THRILLER DE LUKE STONE
POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)
JURAMENTO DE CARGO (Libro #2)
LA FORJA DE LUKE STONE
OBJETIVO PRINCIPAL (Libro #1)
MANDO PRINCIPAL (Libro #2)
AMENAZA PRINCIPAL (Libro #3)
GLORIA PRINCIPAL (Libro #4)
LA SERIE DE SUSPENSO DE ESPÍAS DEL AGENTE CERO
AGENTE CERO (Libro #1)
OBJETIVO CERO (Libro #2)
CACERÍA CERO (Libro #3)
ATRAPANDO A CERO (Libro #4)
CAPÍTULO UNO
14 de octubre de 2005
18:11 h., hora del Líbano (11:11 h., hora del Este)
Trípoli, Líbano norte
—¿Qué está diciendo?
El pistolero alto, delgado y rubio miraba a través de la mira telescópica de un rifle QBU-88 de fabricación china. El hombre había pasado las últimas veinticuatro horas familiarizándose íntimamente con esta arma. Era una imitación del viejo rifle de francotirador ruso, el Dragunov. El hombre había disparado un Dragunov en el pasado. Este era mejor.
El alumno había superado al profesor. Los chinos eran los mejores imitadores de la Tierra. Copiaban cualquier cosa y luego la mejoraban.
El hombre yacía boca abajo, en medio de un denso follaje, en una meseta desde donde se dominaba la ciudad de Trípoli, con el arma apuntando frente a él sobre las patas de un bípode. En su mente, podía imaginarse el hocico oscuro de esta cosa asomando entre los arbustos. Estaba seguro de ser prácticamente invisible donde estaba.
A su izquierda, debajo de él, antiguos edificios de piedra de muchos colores desteñidos y descoloridos marchaban como soldados por la empinada ladera hacia el mar azul profundo.
El nombre del pistolero no era Kevin Murphy. Su pasaporte canadiense decía que se llamaba Sean Casey. Su permiso de conducir de Ontario indicaba exactamente lo mismo. Un canadiense llamado Sean Casey era algo bueno y nada amenazante.
Era solo un canadiense aventurero trotamundos, que visitaba destinos fuera de lo común como la destartalada, andrajosa, pero todavía muy hermosa, segunda ciudad más importante del Líbano, encaramada como una joya en la costa mediterránea.
Nada que ver aquí.
Hacía solo un minuto, el sol se había deslizado bajo el mar en un espectacular alboroto de amarillos y naranjas, con solo un destello verde al final. El pistolero que no se llamaba Murphy siempre estaba atento a ese destello verde. Lo había visto en tantos lugares que hacía mucho que había perdido la cuenta.
En el círculo de la mira telescópica del hombre que no era Murphy, había un hombre con una barba negra, salpicada de blanco. El hombre llevaba un pañuelo a cuadros rojos y blancos en la cabeza. Su nombre era Abdel Aahad. Tenía cincuenta y tantos años, era un caudillo suní radical y líder de la milicia, que había estado operando en esta ciudad abandonada durante los últimos veinte años. Pero no iba a hacerlo duramente mucho más tiempo.
Aahad estaba sentado en un patio, a unos novecientos metros de distancia, nueve campos de fútbol, y tal vez tres pisos más abajo. Era un disparo complicado, justo al límite del alcance efectivo de esta arma. La diferencia de altitud lo hacía aún más difícil. La leve brisa que llegaba del mar añadía una dificultad extra.
El sol se había puesto. La noche llegaría pronto. Si este disparo tenía que suceder, iba a suceder ahora mismo.
–Simplemente ha dicho: “Mata la cabeza y el cuerpo morirá”.
El que no era Murphy no miró a su observador, un niño llamado Ferjal.
Ferjal era un recluta de Hezbollah. Aún no había cumplido los dieciocho, pero llevaba haciendo locuras peligrosas desde los catorce o quince. No parecía tener más de doce años. Estaba al lado del que no era Murphy en los arbustos, en la profunda ubicación en la que tantos humanos, en tantas partes del mundo, todavía estaban.
Los estadounidenses no necesitaban lugares profundos como ese. Los estadounidenses tenían un pequeño invento ingenioso llamado “la silla”.
El hombre que no era Murphy sabía que Ferjal tenía un auricular en un oído y estaba escuchando la conversación en árabe que se estaba desarrollando en ese lejano patio de piedra. Abdel Aahad tenía muchos amigos en este mundo, pero el hombre que estaba sentado con él en el patio no era uno de ellos.
–¿De verdad ha dicho eso?
–Sí. ¿Te suena esta frase?
El que no era Murphy se encogió de hombros, muy levemente, sin apartar la mirada del visor.
–La he oído al revés. “Mata el cuerpo y la cabeza morirá”, lo cual es más preciso. Dependiendo del contexto, matar la cabeza y que el cuerpo muera es obvia y demostrablemente falso. Es muy difícil acercarse a la cabeza y, de todos modos, una nueva cabeza ocupará su puesto. El cuerpo, sin embargo…
–El contexto es el Presidente estadounidense —dijo Ferjal.
El que no era Murphy observó la mandíbula de Abdel Aahad moverse mientras hablaba. Muy, muy lentamente, colocó el centro de su mira telescópica justo sobre la sien de Aahad y un poco a la izquierda. Aahad estaba lejos. El proyectil pesado que disparaba este rifle era perforante, por lo que no había por qué preocuparse. Un cráneo humano era cualquier cosa menos una armadura. Todo lo que tenía que hacer era impactar en la cabeza de Aahad en cualquier parte y estallaría como un tomate cherry.
Pero la trayectoria del disparo era notoriamente plana y perdería algo de impulso por el camino, por lo que necesitaba apuntar un poco alto. La brisa del agua también alteraría el curso de la bala en una mínima cantidad, empujándola sólo… a… la… derecha.
–Una fantasía, en ese caso —dijo.
El que no era Murphy no vio a Ferjal asentir, solo lo sintió.
–Sí. Toda una fantasía asombrosa. Están imaginando capturar al Presidente estadounidense y trasladarlo a un lugar donde esté vigente la ley sharia wahabita. Luego lo llevarán ante los jueces y lo condenarán por asesinato, espionaje contra un estado musulmán y degeneración apóstata ante los ojos del mundo y ante Alá. Están muy contentos con esta idea.
El que no era Murphy no se lo creía. —No es musulmán, así que no creo que pueda ser apóstata.
–No, quizás no —dijo Ferjal—, pero es un proxeneta, un abortista y un promotor de conducta degenerada entre los hombres desde hace muchos años. Es el maestro de ceremonias del circo degenerado estadounidense. Por supuesto, es culpable de asesinato y espionaje.
El que no era Murphy casi se rio. El chico sonaba como si ya hubiera juzgado al Presidente estadounidense. —Ajá. ¿Y dónde se llevaría a cabo tal juicio?
–Hablan de Mogadiscio, en Somalia. La Unión de Tribunales Islámicos se ha apoderado de la ciudad, quizás temporalmente. Son creyentes muy conservadores. Otros lugares son posibles, pero no probables. Las tierras tribales del oeste de Pakistán. El Yemen controlado por los suníes, tal vez. Definitivamente no en Arabia Saudí. Los traidores saudíes simplemente devolverían al hombre. Saben lo que más les conviene.
–¿Ha dicho todo eso, o son tus opiniones?
–Ha dicho Somalia. El resto son mis opiniones, pero estoy bien informado.
El que no era Murphy sonrió. Le gustaba Ferjal. Le había cogido aprecio a este chico.
El trabajo de Ferjal era guiarlo hasta este lugar de tiro, conseguirle luz verde y luego sacarlo de aquí sin que nadie se diera cuenta. También se suponía que Ferjal recuperaría el arma en un momento posterior, la desmontaría y la haría desaparecer.
El que no era Murphy usaba guantes tácticos delgados, en el improbable caso de que otra persona encontrara antes el arma. El que no era Murphy no existía, pero tenía huellas dactilares y tenía ADN. El ejército de los Estados Unidos tenía registros de estas cosas y eso significaba que otros también los tenían. Nunca había tocado esta pistola con sus manos desnudas.
No es que importara, nadie iba a encontrar el arma. Ferjal era bueno en su trabajo.
Ferjal también era bueno en mantener una conversación entretenida. La salpicaba con dichos y lemas pseudoamericanos que, según él, la gente había dicho en árabe.
A los jefes de Ferjal en Beirut, al ser chiitas, no les agradaban los suníes. Se estaban preparando para una guerra contra Israel a lo largo de la frontera sur y no les gustaba la basura militante suní, como Abdel Aahad, corriendo libres de hacer lo que quisieran, como apuñalarlos por la espalda mientras estaban despistados.
Así que estaban limpiando un poco su patio trasero.
Habían traído al que no era Murphy a una casa encalada, marcada por el fuego de una ametralladora, hace apenas dos días. Un erudito barbudo con gafas y barriga prominente estaba sentado en una sencilla silla plegable, mientras que el que no era Murphy permanecía de pie.
El erudito describió los actos de Aahad. Aahad era una mala noticia, un problema y lo había sido durante muchos años. Era un alborotador y, entre otras cosas, un traidor a su propio país. Habían advertido a Aahad repetidamente, pero había sido en vano.
Era hora de que Aahad se fuera.
–Veinte mil dólares estadounidenses —dijo el que no era Murphy al erudito. —Quince para mí, cinco para el niño.
Quince mil dólares no eran nada para el hombre que no era Murphy, prácticamente menos que nada. Casi no valía la pena levantarse de la cama.
Cinco mil serían el pago más grande que el joven Ferjal habría visto en su vida. Probablemente fuera lo que su padre ganaba en seis meses.
Todo en un solo día de trabajo.
–¿Sabes —había dicho el erudito barbudo— el sacrificio que hacen todos los días los hermanos de la frontera sur? Viven en agujeros bajo tierra. Luchan valientemente contra las patrullas sionistas, mientras son perseguidos desde el cielo por helicópteros sionistas armados.
–Son muy valientes —respondió el que no era Murphy. —Y estoy seguro de que tu amigo Alá los recompensará cuando pasen al gran…
–¿Sabes cuánta comida, armas y consuelo podemos proporcionar a esos hermanos con veinte mil dólares?
–¿Es esto una colecta benéfica? —espetó el que no era Murphy. —Porque te lo digo, estoy empezando a cansarme. Si crees que es demasiado dinero, pídele a uno de los hermanos de la frontera sur que lo haga. Estoy seguro de que lo harían solo por la gloria.
El erudito negó con la cabeza. —Este es un trabajo para un tirador experto. Es un tiro desde una distancia muy larga. Necesitamos al mejor.
El que no era Murphy se encogió de hombros. —Entonces, paga por ello.
Ahora, en la ladera, la oscuridad se estaba asentando. Casi no quedaba tiempo. El rifle chino tenía un buen supresor de destellos, con un silenciador largo montado en él. El que no era Murphy había probado ayer la configuración. Era muy agradable, sin flash, muy poco ruido. Sin embargo, dejaría una marca de humo. Solo una bocanada que se elevaría desde estos arbustos, suficiente para matarlo a él y a Ferjal.
Pero no si el disparo ocurría en la oscuridad.
–¿Vas a disparar? —dijo Ferjal. No era impaciencia, sino curiosidad.
El que no era Murphy tuvo la sensación de que Ferjal estaba asustado por todo ese dinero. Cinco mil dólares era demasiado dinero. Casi parecía tener la esperanza de que este trabajo no sucediera. Probablemente quería devolver su parte.
Por su parte, el que no era Murphy pensó que desaparecería durante un tiempo después de esto. El Líbano era un país hermoso, pero estaba empezando a pensar que había abusado de la confianza de sus anfitriones.
Respiró hondo y luego se dejó exhalar lentamente.
Abdel Aahad estaba JUSTO ALLÍ, a la última luz del día. Piel bronceada como el cuero, ojos de cazador, barba espesa. Detrás de él y a su derecha, uno de sus hombres estaba encendiendo una antorcha. Trípoli se había quedado sin electricidad en ese momento. La electricidad en Trípoli era muy inestable. Aparentemente, en estos días estaba más tiempo apagada que encendida.
La antorcha no era una distracción. En todo caso, era un poco de ayuda. La luz brilló en el rostro de Aahad.
La brisa murió. A menudo lo hacía cuando se ponía el sol. El calor se instaló como si alguien hubiera accionado un interruptor.
El que no era Murphy llevó la mira hacia la izquierda mínimamente.
Tienes que decírselo a Stone.
El pensamiento vino espontáneamente, desde alguna oscura e ilegible profundidad en su mente. ¿Decirle qué a Stone? ¿Que, en los últimos minutos de su vida, un hombre se había entregado a elucubraciones sobre llevar al Presidente de los Estados Unidos a juicio ante un tribunal fundamentalista islámico? Ridículo.
No tenía que decirle nada a Luke Stone sobre eso. Luke Stone pensaba que el que no era Murphy estaba muerto. Todo el mundo pensaba que el que no era Murphy estaba muerto. Era bueno que todos lo pensaran.
El que no era Murphy desechó la idea. No había nada que contar, no era nada más que una charla ociosa.
Volvió a concentrarse en ese patio.
No verían nada, no escucharían nada, no sabrían de dónde vino el disparo. Al principio, pensarían que estaba cerca, pero no estaba cerca. Su mente hizo un cálculo rápido.
Velocidad de salida, aproximadamente 930 metros por segundo. Distancia, supongo, 800 metros. Pérdida de impulso… diablos, no era un científico espacial. Digamos que un segundo completo después de apretar el gatillo, habría miedo, confusión y caos.
Luego, un momento después, comenzaría la caza.
–¿Estás listo, chico? —dijo el que no era Murphy. —¿Estás listo para sacarme de aquí?
–Sí —dijo Ferjal, ahora muy serio. El que no era Murphy podía sentir el cuerpo del niño tensarse.
–¿Tengo luz verde?
–Me han dado el poder de darle luz verde desde el principio. Puede disparar cuando esté listo.
Ahora no había nada más que Aahad. Su rostro llenaba la mira. Aahad estaba hablando. Le estaba contando a alguien el trato, cómo iba a ser.
Aahad era inteligente y un asesino desalmado. Conocía su negocio, era astuto y despiadado. Había permanecido vivo y un paso por delante de sus enemigos durante todos estos años.
La luz naranja de las antorchas parpadeó contra el rostro de Aahad.
No podrían haberle proporcionado mejor vista al que no era Murphy, aunque la hubiera pedido.
–Puf —dijo el que no era Murphy, muy tranquilamente.
Respiró de nuevo. Inspiró… luego exhaló.
Apretó el gatillo. El arma impactó contra su hombro.
Hubo un sonido leve. ¡Put!
El cartucho gastado se expulsó al aire.
Abdel Aahad había sido un hombre inteligente y un oponente ingenioso.
Pero ya no.
Entonces, el que no era Murphy corría agachado, su mano agarraba el hombro del niño, chocando contra la densa maleza en la oscuridad.
CAPÍTULO DOS
17:55 h., hora del Este
Condado de Queen Anne, Maryland
Costa Este de la Bahía de Chesapeake
—Viernes por la noche —dijo Luke Stone.
Luke y Becca estaban sentados a la mesa del patio. El sol se estaba poniendo a través de la bahía, en un tumulto de rojo, naranja y amarillo. Era una noche fresca y serena. Los árboles comenzaban a cambiar. A Luke le encantaba esta época del año. Llevaba una camiseta fina y unos vaqueros, dejando que la brisa le pusiera la piel de gallina. Becca vestía un jersey de lana amarillo.
Becca suspiró de satisfacción.
–Viernes por la noche —dijo ella también. Chocaron las copas, como si el concepto de viernes por la noche fuera un brindis común.
Acababan de cenar pizza para llevar de un local bastante bueno. Luke estaba tomando su tercera copa de vino tinto.
El bebé dormía en el regazo de Becca, envuelto en su pijama polar azul claro, con un gorro de lana y una manta.
Ah, el bebé.
Gunner tenía ya cinco meses. Estaba creciendo a pasos agigantados. Su cabeza era enorme y estaba cubierta de un espeso y rizado cabello rubio. Tenía unos ojos azules penetrantes, era muy fuerte y ya podía sostener esa cabeza gigante por sus propios medios.
Balbuceaba y gorjeaba todo el tiempo, en una versión infantil del habla. Y le encantaba jugar a cucú-tras. Podía jugar durante horas y reír con deleite cada vez.
Todo se estaba desarrollando entre misterio y encanto. El otro día, Luke había dicho “Gunner” en voz alta y podía jurar que el bebé se volvió para mirar, como si reconociera su propio nombre.
La vida era buena.
–Debería llevarlo adentro —dijo Becca. —Empieza a hacer frío.
Luke asintió. —Yo recogeré, voy a quedarme aquí un poco más.
Becca rodeó la mesa, lo besó en la frente y luego subió la colina hacia la cabaña, con el bebé en brazos. Luke la vio irse.
Era idílico estar aquí. Lamentaba que se acabara.
Lo habían suspendido de servicio, con sueldo, durante el último mes. Fue un regalo de Don Morris. Don se había retrasado deliberadamente investigando los eventos que tuvieron lugar en la plataforma petrolera del Ártico Martin Frobisher.
Al final, apenas la semana pasada, Luke había sido exonerado de todos los cargos, había recibido una distinción de la agencia por la Frobisher y era probable que recibiera otra en secreto por desactivar la bomba nuclear del tío Joe. El incidente del tío Joe, como lo llamaría la historia algún día, fue clasificado como Alto Secreto durante los siguientes setenta y cinco años.
Pero todo lo bueno llega a su fin, incluida esta suspensión. Luke fue restituido y se esperaba que regresara a la sede del Equipo de Respuesta Especial el lunes por la mañana. Y eso significaba que este era su último fin de semana en la cabaña, un hermoso y antiguo lugar que había pertenecido a la familia de Becca durante más de un siglo.
La casa era rústica. Era pequeña, construida para personas diminutas de finales del siglo XIX, no para personas grandes del siglo XXI como Luke Stone. Los techos eran bajos. La escalera al segundo piso era estrecha. Las tablas del suelo crujían. La puerta de la cocina tenía un resorte que estaba demasiado apretado y, si lo soltabas, se cerraba de golpe cada vez.
A Luke le encantaba estar aquí. Puede que fuera su lugar favorito del mundo.
Le encantaba especialmente estar cerca del agua y las vistas panorámicas de 180 grados de la bahía de Chesapeake desde lo alto de este acantilado. Nada podría superarlo.
Suspiró. De vuelta a las minas de sal. Bueno, eso también estaba bien.
Su teléfono móvil sonó.
Lo miró, el pequeño cristal de la parte delantera se iluminó mientras zumbaba. El mensaje en la pantalla era “Número Oculto”.
No había muchas personas en este mundo que tuvieran este número. Solo en muy raras ocasiones recibía una llamada de alguien que no conocía.
Se mostró reacio a contestar la llamada, pero tal vez fueran buenas noticias, como que lo habían vuelto a suspender. Cogió el teléfono y lo abrió.
–Luke Stone —dijo.
–¿Sabes quién soy? —dijo una voz. —En tal caso, no digas el nombre.
Era una voz de hombre y, por supuesto, Luke supo de inmediato quién era. Aun así, hubo un pequeño retraso mientras procesaba la información. Un fantasma lo estaba llamando desde más allá de la tumba.
Hacía tres semanas, Luke y Ed habían conducido hasta la ciudad de Nueva York y asistido al funeral de un hombre llamado Kevin Murphy. Fue en una antigua iglesia católica del Bronx. Posteriormente, asistieron a su entierro en un cementerio cercano.
Un hombre con falda escocesa tocaba la gaita. Hubo una guardia de honor que alguien reunió, pero no un entierro en el Cementerio Nacional de Arlington para Murphy; fue un héroe de guerra varias veces, pero se había ausentado sin permiso, fue acusado de deserción y terminó su carrera militar con una baja deshonrosa.
Luke y Ed se habían quedado lejos de la multitud. Una mujer estaba sentada en la primera fila, probablemente de unos sesenta años, vestida toda de negro. Permaneció estoica mientras un miembro de la guardia de honor le entregaba la bandera estadounidense doblada en triángulo.
Ahora, en su patio trasero, Luke finalmente recuperó la voz. Se había quedado sin habla durante un largo momento.
–Tu madre cree que estás muerto.
–La llamaré —dijo la voz.
–Es demasiado tarde, ya te enterró.
–Debe haber sido otra persona. Solo hay que ir al callejón de atrás de mi madre y matar a alguien para tener un cuerpo que enterrar.
La madre de Murphy había enterrado un ataúd vacío. La mezquita de Beirut donde murió Murphy había ardido durante dos semanas. Los productos químicos del sótano se habían incendiado en el bombardeo y eran imposibles de apagar. Había decenas de cadáveres dentro de esa mezquita, pero no se recuperó ni uno solo.
–¿Dónde estás? —dijo Luke.
–En movimiento —dijo la voz. —¿Has escuchado las noticias de Oriente Medio hoy?
–Tal vez.
–Un hombre recibió un disparo en la cabeza. Tenía oponentes poderosos, que están limpiando su agenda antes del gran juego. El hombre era un poco famoso, pero más como una peste que otra cosa. Fue un trabajo de control de plagas. Llamaron a un exterminador.
Luke lo había visto. El nombre del hombre era Abdel Aahad. Había disfrutado de una larga carrera como actor secundario en las interminables guerras civiles del Líbano. Esa carrera había terminado abruptamente esta mañana, con un disparo de francotirador a larga distancia en la cabeza. Sus poderosos oponentes serían, por supuesto, Hezbollah. Y el gran juego para el que se estaban preparando era Israel.
Naturalmente, todo el asunto había llamado la atención de Luke. El propio Luke había estado en el Líbano hacía un mes. Y Murphy había muerto allí, trabajando en una misión para Luke. Luke se había sentido muy mal por eso, hasta hace dos minutos.
Murphy no había muerto. Murphy nunca iba a morir.
–¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó Luke.
–Nada, estoy bien. Tengo un dato, eso es todo. Podría ser algo, podría no ser nada. Iba a dejarlo pasar, pero luego pensé que eso no estaría del todo bien. Sigo siendo uno de los buenos. Debía decírselo a alguien, así que decidí llamarte.
–Soy todo oídos —dijo Luke. Murphy se consideraba uno de los buenos. Había fingido su propia muerte y parecía estar insinuando que acababa de llevar a cabo un asesinato a sueldo en nombre de una organización terrorista. Aun así…
–Sabes, todavía puedes volver al redil.
–Eso es genial y agradezco la oferta. Pero escucha un segundo, ¿de acuerdo? ¿La plaga? Estuvo charlando hasta el último segundo. De hecho, no terminó del todo su frase.
Hubo una pausa en la línea. Parecía haber algo de ruido, una voz fuerte, resonando en el fondo.
–¿De qué estaba hablando? —preguntó Luke.
–Estaba charlando sobre la captura del Número Uno, el mismísimo gran tipo. Luego, habló de llevarlo a algún lugar con la ley Sharia y juzgarlo.
–El gran tipo, ¿eh?
–Puedes apostar —dijo la voz. —El gran anciano, el Yankee Doodle Dandy, el gran experimento liberal.
Murphy estaba hablando del Presidente de los Estados Unidos. El nuevo Presidente, Clement Dixon, era el más viejo en la historia de Estados Unidos y se pensaba que era el más liberal en décadas. Murphy no era el tipo de persona al que le gustan los liberales. Y fue un accidente de la historia lo que puso a Dixon en el cargo. Había pasado la mayor parte de su vida adulta gritando y abucheando a varios Presidentes desde los pasillos del Congreso.
–La mejor parte es que el lugar con la ley Sharia que tienen en mente es el Mog.
–¿Mogadiscio? —dijo Luke.
–¿Conoces otro Mog?
Mogadiscio. Octubre de 1993. Fue antes de la época de Luke; se lo había perdido por poco más de un año. Pero todos los Rangers del Ejército y todos los miembros de las Fuerzas Delta conocían la historia de la batalla nocturna que tuvo lugar allí. Los Rangers, los Delta, el 160º Regimiento de Aviación de Operaciones Especiales (Night Stalkers) y la 10ª División de Montaña habían perdido un total de diecinueve hombres.
–Parece un poco exagerado —dijo Luke.
–Yo opino exactamente lo mismo, pero pensé que debería transmitirlo de todos modos.
–No creo que la plaga en cuestión haya tenido ese tipo de alcance.
–Podría ser que nadie lo haga —dijo la voz. —Podría ser que alguien crea que sí. Las personas se extralimitan a veces y terminan provocando un desastre.
Luke recapacitó sobre ello durante un largo segundo.
Esa voz resonante apareció de nuevo en el fondo, más fuerte esta vez. Sonaba como un anuncio en un aeropuerto. Luke miró su reloj. Eran más de las 18 horas aquí. Si Murphy tuvo algo que ver con el asesinato de Aahad, eso significaba que todavía podría estar en el Líbano, siete horas antes.
–Mira, tengo prisa —dijo la voz.
–¿Dónde estás? —preguntó Luke por segunda vez.
–No podría decirlo.
–Un poco tarde para un vuelo comercial, ¿no?
–Yo no sabría cosas así. Sin embargo, hiciste un buen trabajo en esa otra cosa del norte. Oí hablar sobre ello, la gente habla. Y ha sido un placer hablar contigo.
–Escucha, Murph…
Pero la línea ya se había cortado.
Luke miró el teléfono por un momento. A su izquierda, el sol acababa de caer en la bahía. Un gran rasguño amarillo se posó en la parte superior del horizonte. Eso era todo lo que quedaba del día. Pronto sería una agradable y acogedora noche de otoño.
¿El Presidente? ¿Secuestrado y llevado ante un tribunal islámico? No era una idea fácil de tragar. Y no era la información más fácil de transmitir.
¿Quién se lo dijo? ¿Dónde se enteró esa persona?
–Oh, fue Murphy. ¿Sabes, el muerto? Se enteró mientras asesinaba a un líder de la milicia suní. Sí, decidió quedarse en el Líbano después de su muerte. Supongo que ahora trabaja como mercenario.
Eso no valdría.
En cualquier caso, el Presidente de los Estados Unidos estaba con Don Morris en este momento, en un viaje oficial a Puerto Rico. Don Morris, guerrero legendario, cofundador de las Fuerzas Delta, así como fundador y director del Equipo de Respuesta Especial del FBI, había causado una gran impresión al nuevo Presidente de mentalidad liberal.
¿Podría el Presidente estar más seguro que con Don Morris posado en su hombro? Luke lo dudaba. Sonrió al pensar en esa extraña pareja.
Se puso de pie y empezó a recoger los platos de la cena.
Luego se detuvo. Se quedó muy quieto en la creciente oscuridad. Volvió a mirar su teléfono. Número Oculto. Eso era Murphy, en dos palabras.
Luke había intentado incorporarlo al Equipo de Respuesta Especial y, en verdad, la actuación de Murphy había sido excepcional. Más allá de lo excepcional. No era propiamente un investigador, pero lo dejó suelto en una situación de combate y la resolvió bien. Su actuación no fue el problema.
Su aceptación, o la falta de ella, fue el problema. Su tendencia a desaparecer fue el problema. Sus caminos misteriosos fueron el problema.
Pero todavía estaba vivo y volver a llamar significaba que no se había ido del todo.
Y la información misma…
Luke suspiró. Era inverosímil. No podía ser real. Aun así…
Marcó rápidamente un número. El teléfono sonó tres veces, luego respondió una profunda voz femenina.
–¿Qué estás haciendo, Stone? No tienes que volver hasta el lunes. No puedes esperar dos días más, ¿eh?
Trudy Wellington.
Luke sonrió. —¿Estabas durmiendo? Suenas adormilada.
–Casi. ¿Por qué me molestas?
–¿Cómo está el patio ahí fuera? ¿Algo que deba saber?
Luke casi pudo oírla encogerse de hombros por teléfono. —Lo normal. Corea del Norte originó una alerta de misiles falsa esta mañana temprano, enviando corredores a través de sus túneles de comunicaciones con códigos de lanzamiento ficticios. Seúl podría haber sido atacado con un aluvión de treinta mil armas convencionales en el transcurso de quince minutos, pudo haber millones de muertos o podría no haber pasado nada. Y no pasó nada.
–¿Algo más?
–Oh, los rusos bombardearon un escondite de Al Qaeda en Daguestán. O una boda. Depende de a quién le preguntes.
–¿Algo mejor? —preguntó Luke. —¿Algo más?
–¿Estamos jugando a las veinte preguntas, Stone?
–¿Algo sobre el Presidente?
–Solo lo de siempre, que yo sepa. Chiflados solitarios, que nunca se acercarán a diez kilómetros de él, están subiendo manifiestos a Internet. Las milicias de Backwoods, repletas de diabéticos asmáticos de mediana edad y cien por cien infiltradas por informantes, practican para la próxima Guerra Civil, que comenzará momentos después de que lo asesinen. Además, los clérigos islámicos están suplicando a Alá que lo mate de un golpe o de un infarto. Tiene muchos admiradores. Yo diría que los locos de todo tipo lo odian, más o menos.
–Trudy…
Stone, el Presidente está con Don. Tu típico terrorista se marchitaría ante la idea de enredarse con Don Morris. Especialmente cuando se está bronceando.
Luke negó con la cabeza y sonrió. —Está bien, Wellington.
–Está bien, Stone.
–Sigue así.
Luke colgó el teléfono. Miró hacia su cabaña en la ladera, las luces encendidas contra la oscuridad. Su familia estaba allí, la gente que amaba.
Volvió a recoger los platos.