El baile de los demonios y el poeta

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»Mirad, pues, su inmensa gloria. Imponente como ejércitos en orden; como luz que ante la luna se refleja. Tan brillante para el sol que se destruye. De la mano de su siervo trajo un don… Es la espada de dos filos que a vuestro ser descubrirá sin dejar rastro de sus cortes.

No obstante, mientras la majestad se mostraba como abundantes riquezas caídas de la bóveda inmortal, las serpientes expresaban su temor y se escurrían suavemente sobre los ríos de sangre que había dejado el dragón escarlata.

—¡Regresad, regresad! —anunciaban como si fueran a retirarse—. El camino es sin final. Si morir queréis ahora, os demando que busquéis alguna forma no tan cruel.

—Nos rendimos ante las aguas profundas, preferimos morir así que ser eternas en la presencia manifestada sobre el monte.

Justo allí, en ese espacio y ese tiempo, comprendí las palabras de la tierra que dio a luz la vida con la boca de tus enseñanzas. Yo, como mujer, pude comprobar el gran dolor de aquella madre cuando vio a sus hijos encerrados bajo el poder del dragón infernal. Y por tu amor, arte celeste, fui liberada con potencia y dispuse el corazón a socorrerlos desde entonces.

Me encontraba en el espíritu, al lado de tus aposentos; en un lugar entre la cámara secreta, lleno de tronos y cristales y coronas. Y allí llegaron tus voces anunciando tiempos de gracia. Desde las estaciones de Adán, en donde el hombre fue castigado con la muerte, hasta la era del Señor, en donde el hombre fue premiado por el favor de sus dones. Escuché la historia de la madre, que después se volvería mía:

—Sublime diosa de bellezas naturales, hija sagrada del supremo, dueña y esclava de los hombres. Madre tierra y madre agua ¡Gran divinidad!… Su majestad es proclamada reina para destruir el gran imperio fabril del hombre —le decían a la madre mientras derramaba sus lágrimas por el sufrimiento de sus hijos.

Seguidamente, el demonio de la seducción y la belleza, aproximándose con lisonjas en la boca, para celebrar el odio de todos los que lo siguieron, expresaba con insensibilidad:

—He notado en tus estrellas grande frío y desalojo, tu jardín que va muriendo ¿puede abrir las muchas puertas? ¡Muestra ya tu cataclismo!… Quiero ver llegar al hombre cuando la muerte esté presente.

La vi secando sus lágrimas por la destrucción manifiesta, mientras la voz de su amado resonaba en sus adentros como estruendo de tormenta en mar furioso. «Amar es la cuestión de un simple verbo y la razón de cualquier vida —eso le decía para consolarla—. No desesperes, hija de mis entrañas, que por el amor entregado al hombre podrás ver la paz eterna y dar a luz a nuestros hijos».

—Por ahora esperaré. —Aquella madre respondía con franqueza y el demonio replicaba insatisfecho.

—¡Pero el hombre te destruye y esperar no te ha servido! El néctar de los valles pasó por su boca y sus manos palparon la suave brisa que en tiempos de guerra valor le brindaba. Hiciste a la vida inclinarse a sus gestos y todo tu tiempo, tu vida y tu muerte, quisiste entregar. Gastó tus riquezas insensiblemente con razones absurdas sin valor ni sentido, y quedaste muy sola y perdiste a tus hijos… Esperabas que los aires de su reconocimiento volvieran a ti, pero nunca pasó. No sembró nuevas plantas, no lavó tus vestidos, no limpió aquellos ríos que habías labrado, las aguas sublimes quedaron inmundas y el azul del cielo perdió su color. ¡Que los dioses se apiaden de su ingratitud!

Observaba yo a la buena mujer, como esa madre abandonada, sufriendo las consecuencias de los pecados de sus hijos, pero guardando la esperanza de que volvieran arrepentidos a su grata presencia.

—La piedad cubrirá al hombre que no sabe lo que hace —amorosamente lo decía—. A lo bueno llaman malo y a lo malo llaman bueno. En un tiempo yo peleaba con ahínco mis riquezas, no juzguen mi modo de supervivencia, algunos tenemos un refugio con tonos agresivos para conservar la paz, pero ahora es diferente, no podría permitir cambiar por muerte a escasa vida. Además, si los domina el egoísmo, ¿para qué me cuidarán cuando al final van a morir? No mediarán por mis tesoros al buscar algún planeta. Es mi deseo duplicar la gran fortuna de la tierra por que la muerte no halle espacio para que puedan vivir siempre, sin alimentos restringidos y sin lugares limitados en donde puedan disfrutar. Pero en esto…, temo que rompan cualquier ciclo y que iniciar desde el principio se proclame un imposible…

—Yo te sugiero, santa madre —exclamaba un fiel querube—, que en tus poderes naturales no intervengas en la vida de los hombres. Alguna curva no funciona cuando te pueden destruir. Transformarás la corrupción en nuevos mundos sin mortales lujuriosos, pues la codicia los gobierna, ¡tú bien sabes! Las maldades que se forman los proclaman ya sin límites. ¡No es justicia darles más!… Quien en poco no ha sabido valorar lo que es la vida, en lo mucho seguiría malgastando tu virtud. Pero aquellos que conservan tus principios tan divinos, con la muerte habrán de ver que por amor tendrán más vida… una salvación perfecta que librarálos de sus cuerpos para reinar con tu energía. Solo el sincero lo verá. Mientras los otros, inhumanos, con la moral que contradicen, han de sufrir las consecuencias; auspiciando su codicia serán reos del engaño y abortivos de la historia.

—Tan inhumano te parece que en su inconsciencia destruyan la tierra pero ¿es benigno dar la muerte al hombre justo y al infame? ¿Quieres servir un plato amargo? ¡También te vistes como ellos! —sugería aquel demonio, como si quisiera defender a los que él mismo condenó.

—Solo los justos pueden ver la vida —fueron las palabras del querube—. Mientras tanto, los malignos… se destruyen entre ellos para sufrir sus consecuencias. Y se corrompen o suicidan de mil maneras indirectas, cuando consumen sin conciencia y sin mirar hacia la fuente. Pero si destruyen al justo, el justo toma la mejor parte; porque la muerte es mecanismo de defensa como el creador lo definió.

»Tú, divina madre, eres mutable y ya lo sabes, cuando se acaben tus tesoros habrás de armarte un nuevo plan; mas si de amor ellos conocen, se librarán del conformismo para ser justos con su madre, porque el amor los hace humanos. Y cuando al fin el sol se oculte, solo quien te ame y pague el precio será muy digno de volar a tus lugares más supremos, donde por siempre gustarán de la inefable luz del todo. Es el preciso galardón que los mortales se merecen.

»Ya no restaures tu jardín para que busquen al amor, si así prefieren, y verás metamorfosis en tu vientre cuando acaben los milenios… Será una raza superior por tu estructura más perfecta, donde los nobles se verán recompensados.

»La vida que les diste no es escasa, como ciencia evolutiva se aprovecha de la muerte. Cuando se destruye un mundo surge otro más complejo… Mira el lado bueno del apocalipsis.

De repente, desde lejos, vi que se acercaba un hombre vestido de angustia ante la puerta celestial. Parecía demacrado y sus llagas manifestaban el tormento que le causaban los demonios. Al llegar, dobló sus rodillas buscando la misericordia de su madre, mientras expresaba sus palabras con el corazón contrito y humillado:

—¡He pecado, madre mía! —Se notaba gran dolor en sus adentros—. Junto a mí, todos tus hijos. Tal vez fue nuestra ambición o nuestra vil necesidad, para no llamarlo vicio, pero todos cometimos un pecado de muerte, más que la fornicación o que la horrenda hechicería. Por sentirnos satisfechos destruimos cada templo y profanamos tus vestidos. ¡Desde siempre hemos pecado! Madre de la vida y de los mares, de la naturaleza y de los hombres. Santa madre, madre tierra, ruega ahora por nosotros que nos consume la desgracia y que se acerca nuestra muerte. Dios te salve y Dios nos salve, que se apiade de nosotros por no ser tan cuidadosos, desde el día en que nos dio todas las cosas sujetando a nuestro antojo tus tesoros terrenales.

—¡Dejen entrar a mis hijos! —expresó la madre con una sonrisa rebosante, manifestando el amor de quien la hizo luz en el principio—. ¡Abran la puerta y purguen ahora su espíritu inmundo, traigan las aguas que tienen salud! Sanen las almas que en duelo desean mi gran libertad. Limpien sus ropas y enséñenles pronto a sembrar nuevas plantas.

—¡Por supuesto, santa madre, por supuesto que lo haremos! —exclamaron cada una de tus voces, arte celeste, sirviendo el banquete del perdón, mientras yo miraba al hijo pródigo.

Los ángeles ponían su anillo y le cocían legumbres. Pude comprender, entonces, que aunque el dragón había transformado a los hijos de mi madre, jamás serían mis enemigos mientras tuvieran esperanza. Volvía mi mirada hacia los ángeles que se encontraban realizando la catarsis, en una dulce melodía, y escuchaba la canción de su limpieza que cantaban a buen ritmo:

—Es la confesión, es la confesión. Escribamos todo por mostrar su corazón. Es la confesión, es la confesión, su lengua es oscura, su mirada es codiciosa, su sonrisa es de tristeza, su pecado es abundante, sus razones no lo son. Es la confesión, es la confesión. Es un hombre arrepentido que le estorba la conciencia que al principio lo encerró, una historia más del mundo, un ladrón en su pecado…, un cazado y cazador.

No obstante, los demonios también se presentaron para buscar a sus esclavos. Y queriendo corromper el pensamiento de los hijos de la madre, por formar de nuevo al hombre, mencionaron con engaño sus palabras infecciosas… La envidia destilaba de sus labios:

—Cuando alguien fue a comprar algún cadáver por leer, asesinaron a un buen árbol para seguir escribiendo —su dicción se confundía con veneno y sus deseos con resentimiento—… ¿Y qué hacen? Tienen sucias las manos con la sangre de la tierra. Sin embargo, la defienden, siendo ellos los culpables. Para no sentir vergüenza van soltando cada pena en las deidades de los cielos o en potencias que gobiernan: «¡Ah, dolor! Que los ricos hoy destruyen a los pobres». Y los pobres siendo mayoría no hacen nada en su defensa, porque piensan que hay más grandes inquietudes… se destruyen a sí mismos y a los hijos que vendrán.

 

»¡¿Quién los puede perdonar si se les muere la conciencia?! ¡Dejen que sus libros se consuman por efecto invernadero! El sistema ya no es eco.

Nuevamente miré al hombre, por la manifestación. Era su semblante diferente y estaba vestido de libertad. Con vergüenza y valentía recordaba sus estados anteriores, entre tanto aparentaba calma y elevaba en testimonio la palabra de su voz:

—Si yo estuviera en esos días, dominado por las cosas, escuchando la armonía musical de mariposas en su vuelo y muy rendido ante el deseo, sin vivir de cada acorde, sucumbiendo ya estaría por la fuerza de la tierra… Pero ahora no me importa que la muerte me sorprenda, solo quiero celebrar por cada nota, componer esas canciones que descubren equilibrio, porque ya sé construir. La mentira que he traído por mi boca he de entregársela cautiva, entre muchos más secretos, con el fin de acrisolarme la conciencia. ¡Ruego entonces se me preste algún lugar en este asilo! Si la noche se vislumbra cuando el hombre ya se duele, una vez que llegue el día gozaré la libertad. Entre risas y silencios que presumen los mortales cantaremos nuevos aires que desplieguen nuestra fe… y veremos resurgir a nuestra madre con gran fuerza, para celebrar la vida en cumplimiento de su fin.

—Yo podría conservarte los secretos —expresó un demonio al escucharlo—. Siempre espero a que los hombres los descubran y por ellos me alimento; solo así pueden ser libres, a través de su dolor.

Mientras tanto, reclamaba insatisfecho aquel demonio seductor, pretendiendo que el perdón no hacía parte de las dádivas celestes:

—¿Quieren ver llegar al hombre? ¿Ya cambiaron nuestra ley? Con amor es imposible, ámenlo y los odiarán. Ellos solamente buscan el deseo incomprensible que no pueden alcanzar en los que saben seducir. ¿Sufrirán las consecuencias de algún hombre destructor, o dejarán abrir las puertas del imperio de la muerte para ver amor con miedo como se hace con los niños? Es mejor la seducción para atraparlos a un antojo; y en su vida, si es perpetua, prolongarles la condena. Yo podría reducirlos a la gracia de admirar mientras me añoran con gran fuerza, hay bastantes panteístas que escogieron mi jardín mucho antes que a su propia vida… Quizá quieran reencarnar para seguirlos cautivando, sin ofrecerles nada más. De reencarnar ya viven harto y sin descanso. Jamás recuerdan lo que aprenden por su falta de memoria y consideran que ante aquello que por siempre han olvidado pueden construirse los perfectos, ¿quién termina un edificio si padece de ese alzhéimer? La peor patología existencial… Inteligentes sin memoria que se van desaprendiendo, que invalidan la conciencia si se mueren con sus culpas, que se hunden en sus bucles infinitos sin saber en dónde están. Sus virtudes nunca han sido tan innatas, hacen parte de otra fuente, pero el egocentrismo no la ve. Además, sin ser injustos, todo mundo acabará y no habrá más ciclos para aquellos que comienzan. Los seres que por siempre se han devuelto sabrán que no han logrado el todo, ¿con qué fin reencarnarán los que al instante ven la muerte?, ¿se extraviaron del lugar? ¡Ah! Vivir entre lo eterno sin haber llegado al cielo, vano es… Asimismo es conformista; no saber graduar lo poco, por esperar más ocasiones de encontrar la perfección.

»¡Este hombre que ha pecado en su pecado morirá! Es injusto que le ofrezcan indulgencia.

¡Canta, arte celeste, canta! Que has subido del desierto y has bajado desde el monte para darles alimento a los caídos. En virtud de los hombres desgraciados, los que en su imaginación encantan los caminos. A merced del sufrimiento que consagran, ¡que en la historia se derramen como el verso! A los hombres que en su gloria se distraen y que sabiamente creen en la nada, hoy proclamas la canción de los que aman… Los que lloran no sabrán sin ojos hondos. Es la vida aquella imagen que los llena dentro de ese laberinto donde creen que existen, pero el todo claramente sobrepasa la inmortalidad de tu presencia… ¡Ya verán que en los pequeños cantarás tu gloria!

Cuando pude despertar de aquella manifestación gloriosa, en los brazos de los versos inmortales; supe del peso que cargaba por todas las naciones. Yo, como mujer, pude comprobar el gran dolor de aquella madre cuando vio a sus hijos encerrados bajo el poder del dragón infernal. Y ahora, como hombre, puedo ver al fiel testigo que valientemente arriesga su vida por buscar la libertad de los que duermen subyugados. ¡Canta, arte celeste, canta! La historia del poeta ya se mira comenzar a luz del verso.

Las sábanas del cielo se extendieron libremente y cubrieron con asombro los cimientos de la tierra. Las luciérnagas volaban en aquella noche oscura y adornaban la expansión del universo formado. De repente, cual corrientes de las aguas y relámpagos y truenos, los sonidos fueron hechos de la gloria del que hablaba y, a su hermoso y fiel deseo, un misterio declaró: la elección que había guardado desde antes de los tiempos para construir la historia con sus pasos invencibles y entregarles su motivo, ¡el precioso y gran motivo!, por el cual los preparó… ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian las proezas de las artes! Los celestes que, sin miedo, cual guerreros se levantan derramando sacrificios para restaurar al mundo; irrumpiendo ante el cautivo por su sed de libertad, sin temor ante el peligro de la noche que se impone con la lucha entre sus brazos, sin temor del cruel demonio, que, con todas sus cadenas, solo busca condenar a los que miran más allá del horizonte.

TRES TESTIGOS

¡Canta, arte celeste, canta! Deja resurgir la luz desde las sombras profundas. Enardece tu camino para reclamar el mundo. Que conozcan tu misión con algún nombre inconfundible y si de anónimos se trata, dales un título a las estrellas muertas. Yo te vi desde aquel día y hasta ahora me has alimentado con tu sensibilidad. Mi cuerpo fue tejido por el dulce sabor de tu boca y mi madre me dio a beber del néctar de tus raíces. Pero duro ha sido tu paso por la finitud humana y tus momentos, del primero hasta el segundo, se han manchado con el aroma de los que buscan estropear la libertad suprema… Los demonios siguen bailando y el dragón no cesa de matar.

Justo allí, en ese día, cuando decidiste vestirte de gloria para regresar a esta morada, aunque llegaste con poder para quedarte, muchos más se levantaron en tu contra sin ninguna causa digna. Tres han sido mis amores y tres han sido tus testigos. Todos ellos pudieron sufrir dolores de parto debido a la desobediencia de Adán y a causa del placer de aquel maligno. Recordemos al primero, lleno de colores y de poesía viva, como quien miraba la excelsitud de lo inalcanzable fue cubierto de diversos sentimientos que pintaron su existencia para la posteridad. Muchas estrellas escribieron su nombre. Sin embargo, entre las cosas prohibidas por su época se paseaba como el amor de los amantes que ponen en sus ojos la vida sobre el delgado hilo de la muerte. Allí estableció un origen lleno de ensueños y esperanzas que posteriormente se volvería universal para los mismos sentimientos que traen consigo pena y alegría. Como aquel poeta salido de su tierra, sin lugar adonde ir, decidió acercarse a los que lo recibieron, tras un largo recorrido labrado en incertidumbre. Al principio fueron pocos. Sin embargo, con los que lo aceptaron pudo construir el imperio del arte celeste que dio paso al segundo de tus testigos. Ahora recordemos al segundo, de este hay mucho más que hablar…

Vi descender desde la eternidad la fuerza que rodea la tierra, hizo inclinar su ángulo de forma tal que el sol no pudo ocultarse. Una columna de nubes definía la tranquilidad del orbe mientras que el segundo amor llegó rugiendo a voz potente… Siete truenos emitieron sus voces:

—¡No esperéis el intelecto de los grandes ni desgracias muy profundas por su gloria! ¡Sed vosotros y sed libres! Si la esclavitud de vuestra morada no disfruta en este lago un alimento para todas sus palabras, jamás morirán de hambre… pero sí lo haréis vosotros esperando referencias para proclamar las cosas que son vuestras solamente. ¿Qué sentido hay en luchar por el consentimiento insano? Si vuestro objeto no es universal y a muy pocos les importa, ¡vivid tan solo por la idea! Ya vertieron mucha sangre que no goza buen sentido. ¿Encerrarán entre sus sectas la verdad, o dejarán que el tiempo elija a los mejores?

Sus palabras hicieron eco en las historias de los valientes y lograron fortalecer el imperio ya formado. Desde los cuatro ángulos de la tierra salió su voz y hasta el extremo del mundo sus portentos. Allí nació la primavera, justo después surgieron el verano, el otoño y el invierno, como fragmentos filosóficos de los multitudinarios versos que se dignifican por ser leídos en cada uno de sus pasos.

¡Ah! ¡Gratos recuerdos vienen a mi mente! Los tiempos del universo inquieto se despliegan, y brilla para siempre la historia antigua. El gran amor de mi principio corre por los pastizales que trajeron libertad y mi pasado nace como estrellas blancas en la eternidad celeste. ¡Te recuerdo, fiel testigo! Nos encontraremos en el próximo milenio, a través de la promesa. Ya no es tiempo de sellar el libro. Los entendidos resplandecerán como la luz del mediodía, a perpetua eternidad y por sus frentes una piedra blanca será puesta para que el nombre de su gloria siga en alto.

Empero, los demonios nunca terminaron de bailar. Como perros rabiosos contagiaban a todo aquel que se acercaba a su pocilga.

—¡Los hijos de los dioses te desprecian! —le decían al segundo—, siempre buscan castigarte por tenerte como esclavo de sus obras, pero solo disimulan. ¿De qué sirve terminar cada renglón si te abandonan para luego reclamar? ¡¿Y cuál es tu inspiración?! —le cuestionaban—… Muestra ahora tu rechazo por aquellos que sellaron tu destino, cada vez que los invocas, manifiestan su desprecio. Abandona totalmente aquellas letras. ¿Cuál será su inspiración? —No lo sabían—. ¡Solo muestra lo que vives! ¡¿Tienes que vivir por fe?!

La profundidad del camino estaba oculta ante los ojos de los simples y no era útil ofrecer explicaciones. Sin embargo, él seguía sostenido en su esperanza. Iluminado por las interpretaciones de la eternidad que reposaba en su memoria. ¿Cuántas luchas tuvo que librar entonces? Hasta el último momento, luego de llegar el invierno, fue capaz de vislumbrar el horizonte de la historia sagrada que lo elevó a los cielos.

—¡Vuela alto donde la inmortalidad se alcanza! —exclamaba un verso que dejó—. ¡Tú, completamente libre para el mundo de las ideas! Yo he podido imaginar colores nuevos en mis tonos más oscuros, pero no podrán mirarlos porque han sido solo míos. Y si buscan condenarme por pensar que no estoy cuerdo, seguiría imaginando y les daría tu consejo: «¡Oh, mortales, mentes libres! Nunca habéis dejado huella sin morir en la aventura. Si la sangre se derrama en vuestras deudas por el arte, no dudéis pagar el precio que os conviene ser eternos… ¡Por las fibras de la tierra yacerán los inmortales!».

Hoy vislumbro la grandeza en la cima de los montes, aquellos que se encuentran fieles a su Dios. Respiran llamas de fuego y dibujan carbones en el cielo reflejando gran temor a todos los presentes que, deseosos, quieren alcanzarlos. Allí vislumbro el poderío del que sueña, tan lejano e imposible como tocar la extraña aurora y esperar que el sol renazca de las ruinas, cuando muera. ¿Algún día seré grande? En verdad, ya no me inquieta. Si las cúspides del cielo han de bajar por mi sutil presencia, esperaré pacientemente hasta que el volcán se apague, para subir y disfrutarlo sin calcinar allí mi alma… Con mi segundo amor lo comprendí, pero por sus enseñanzas lo he logrado.

¡Canta, arte celeste, canta! Resulta imposible callar sobre los beneficios que dejó el ocaso. Anuncian mis palabras esas cosas que jamás se han mencionado sobre versos. El hombre fue tomado desde el cieno y sus huesos secos fueron vestidos de carne. Yacía sin esperanza en los lugares apartados, propenso a la destrucción del gran dragón y sentenciado al tormento perenne. Sin embargo, le fue dada una razón que lo sacó del polvo y lo sentó con los cantores líricos y con los declamadores de epopeyas, quienes se mostraban inalcanzables. Fue acompañado hasta obtener su triunfo por un amor incondicional, que hoy agradece desde el fondo de sus inmensidades. A pesar de las cadenas, siempre tuvo fuerzas para derrotar al mundo. ¡Ah! Tiempos aquellos de refrigerio y de sosiego. Parecía que tu reaparición, arte celeste, había cambiado el horizonte de la vida.

 

¿Quién se indispone ante los recuerdos de la infancia, donde los campos son verdes y las cobijas se extienden sobre sábanas blancas en la inmensidad de lo innombrable? El sol salía como si hubiese rejuvenecido por la tarde. Las costras en los ojos no eran parte de los caídos y los acompañantes de las canciones de cuna se hacían eternos. La comida no tenía ningún enemigo y el reloj no presumía de su tiempo. ¿Quién quisiera sumergirse en los momentos más antiguos? No obstante, todo cambia para reflejar el pasado sobre las columnas del porvenir, augurando días mejores. Fue allí que mi segundo amor me dio su fruto como una virgen que se entrega con gran pasión a su amado, sin importar que los segundos se consuman como paja en los incendios inalterables. Asumiendo que la eternidad reposa sobre el espacio finito que hay entre una historia y otra, que hay entre un amor y dos…, que se espera en el tercero para completar los campos.

¡Oh, profundidad de las riquezas intangibles! ¿Quién ha sido lavado con el agua pura de las fuentes sempiternas? ¿Quién ha logrado comprender los misterios de la sensibilidad? Ciertamente, cuando mi comprensión estaba escasa, la inmaterialidad se reveló a mis ojos. Lo que una vez creí sin rostro era lo que deslumbraba a los espejos. En ese tiempo, la insatisfacción buscó hendiduras en la puerta y abrió el cerrojo del ensueño, quiso hacer algún bosquejo sostenido sobre nada; arrinconó lo que palpaba y dibujó sus mil figuras que al instante hicieron gracia; pero luego desperté…, desperté en alguna tarde y aquel rostro ya era viejo y los espejos fueron rotos, mas miré la libertad suprema. Mediante su esplendor se iluminó mi semblante vacío y pude soportar de buena gana los tormentos. Porque tú, arte celeste, perfecto consolador de las almas afligidas, eres verdadera luz y fuente de claridad para disipar toda tiniebla cuando el día finaliza.

¡Ha llegado el buen momento! ¡Recordemos al tercero!

Eleva tu voz, dulce poeta. Ya estoy listo para contar las melodías de tu boca que una vez me cautivaron. Fuiste elegido por el arte celeste para declamar los misterios de la inmaterialidad y ahora que ha llegado el tiempo se dispone mi semblante a descubrir tu rostro. En los días del fin fue consumido el oratorio que escribieron los mortales como grato recuerdo; paz, amor y salvación, que en esperanza y gloria proclamaban del supremo un reino inamovible, se escuchaban en la inmensa muchedumbre que te vio nacer. Era el ejército de los cielos desplegándose sobre la tierra donde nadie conocía la confianza y la victoria. Tu libertad fue manifiesta para que los desesperanzados entraran por ella y escucharan con asombro aquella voz de júbilo, desde el mismo día de su desesperanza; grato ministerio de consuelo que a los pueblos trajo paz… ¡Ah! Una vez te conocí, pero dos veces he creído. El cosmos en su propio caos se vislumbra sobre las costas de la eternidad que se sumerge en tu mirada. Aquellos no lo entienden porque no han sabido disfrutar tus tiernos campos, sin embargo, muchos son los que te escuchan y a su voz me uno.

Cuando llegó el tercer amor, arte celeste. Que en tu segundo tiempo fue manifestado. Los demonios también se escabulleron con el miedo de celebrar la libertad suprema.

—¡Dejadnos! —Eso fue lo que expresaron—. Que el espacio malgastado se hace grande y es difícil encontrar la soledad. Luego de asustar al polvo ilustraremos nuestras dudas, mas dejadnos. No esperamos conquistar a los antiguos ni extinguir abiertamente sus respuestas al porqué. Simplemente somos entes, ¿quedará absorbida nuestra inmaterialidad cuando la luz nos alcance? Nuestro pasado sigue vivo y formó el caos al morir como esa estrella blanca. ¿Hasta cuándo reinará la muerte lenta sobre los espíritus impacientes y sobre la carne de los hombres, que se aferra con voracidad a sus huesos? ¿Hasta cuándo, oh, supremacía de la posteridad? ¡¿Nos dejarás reinar un tiempo ameno?!

Agacharon sus cabezas como sapos absurdos para no ser vistos en la multitud. Incluso, muchos parecían rendirse. El dragón se refugió en la profundidad de las cavernas como queriendo dominar la paradoja del conocimiento etéreo. Todo aparentaba calma y los soberbios se humillaban con el corazón entre los dientes. Un olor a nardo se extendía desde el centro del mundo hasta las constelaciones de Dios, mientras otros, inconformes, se asomaban simuladamente con palabras necias en sus labios:

—¡Ah, esto sí que frustra! —extendían su lamento hasta los oídos de los simples—. ¿Algún día encontraremos guerra en tanta paz? ¡¿Y por qué evolucionamos para amar?! Si aquí o allá, si aquí o allá, confundimos el cuerpo cuando hablan y nos embelesan las horas. Sentimos carcomer nuestros tuétanos como en cadena alimenticia. Nos lamentamos del amor y de la ciencia, del sentimiento y la razón, del intelecto y de los dioses. ¡Nos lamentamos fuertemente! Si no podemos controlar aquellas cosas ¡¿Por qué nos dejan verlas?!

Infelices y desdichados quisieron calmar su pena en medio de la mesa. Participaron del alimento preparado y trataron de disimular su vil rencor. No obstante, los inconformes siempre buscan enemigos y en la profundidad de sus inconformidades logran formar la guerra interna donde lo de afuera sufre las consecuencias. Allí se vieron hundidos y lo estarán hasta el final de los días, mientras tú, arte celeste, has de llevar a tu tercer testigo al cielo.

Suenan las campanas de los que esperan anunciar la gracia plena sobre la roca de su morada. Las palabras del que escribe reflejan el odio del demonio, pero no el del escritor ni el del poeta. Se manifiestan como si fueran trompetas de guerra para los libertadores, pero exclaman la canción del buen amor que es el tercero… Comenzó su transitar en cada sitio de la tierra para confirmar el orden de las cosas y cuando llegó por ese mes, que fue el primero del segundo amor, le pude ver en su apogeo para después sentir la fuerza que no se puede contener en la materia. ¡Oh! Fueron sus pasos desde aquel extremo como bálsamo derramado en la multitud, dejaron una estela de colores y regalos celestes que inundaron al mundo que me dio la vida. Ya no fueron ríos de sangre, fueron ríos que surcaron la tierra y la volvieron fértil como a la primera madre de la raza humana, esa que inundó la historia con sus cantos de cuna.

Mi corazón galopa al recordar aquel momento, cuando enfrente de mi melodía tranquilizante y de los acompañantes de la infancia tuve que cerrar los ojos por la incandescencia que mostró la gloria del tercer amor. ¡Suenan las nubes con canciones a color y se pasean de arreboles!… Entre anagramas y dislexias, donde el odren ya no ipmotra, se escuchan los fragmentos de una nueva página que ha de surgir en la habitación de los nobles como la esencia de la idea, para quien no existe el tiempo ni el espacio y aun así se manifiesta:

—¡Mentelibre gritan las alturas! Anunciarán el placer de nuevos mundos, ayer, cuando nos encontramos en los aposentos de los dioses y descubrimos el fuego sereno que nos muestra la luz mañana… Emprenderemos nuevos viajes desde hace un momento hacia el horizonte. ¡Resuenen las canciones con el séptimo sello que no ha podido cerrarse!

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