Trazos y rostros de la Fe

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Trazos y rostros de la Fe
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Copyright © 2020 by Harold Segura Carmona

Trazos y Rostros de la Fe

25 destellos de espiritualidad cristiana.

de Harold Segura. 2020, JUANUNO1 Ediciones.

All Rights Reserved. | Todos los Derechos Reservados.

Published in the United States by JUANUNO1 Ediciones,

an imprint of the JuanUno1 Publishing House, LLC.

Publicado en los Estados Unidos por JUANUNO1 Ediciones,

un sello editorial de JuanUno1 Publishing House, LLC.

www.juanuno1.com

JUANUNO1 EDICIONES, logos and its open books colophon, are registered trademarks of JuanUno1 Publishing House, LLC. | JUANUNO1 EDICIONES, los logotipos y las terminaciones de los libros, son marcas registradas de JuanUno1 Publishing House, LLC.
Library of Congress Cataloging-in-Publication Data

Name: Segura, Harold, author

Trazos y rostros de la fe: 25 destellos de espiritualidad cristiana / Harold Segura, Harold Segura.

Published: Miami : JUANUNO1 Ediciones, 2020

Identifiers: LCCN 2020949042

LC record available at https://lccn.loc.gov/2020949042

REL062000 RELIGION / Spirituality

REL012040 RELIGION / Christian Living / Inspirational

REL012120 RELIGION / Christian Living / Spiritual Growth

Hardcover ISBN 978-1-951539-49-8

Paperback ISBN 978-1-951539-50-4

Ebook ISBN 978-1-951539-64-1

Fotografía: Marilu Navarro

Diagramación y Realización Ebook: Ma. Gabriela Centurión

Director de Publicaciones: Hernán Dalbes

First Edition | Primera Edición

Miami, FL. USA.

-Noviembre 2020-

Dedicado con gratitud a Manfred Grellert PhD,

amigo, tutor y hermano mayor en la fe, con quien aprendí que la espiritualidad cristiana

se alimenta de fuentes antiguas, pero se practica en contexto actuales, sirviendo, amando y

comprometiéndose, como Jesús, con las personas más vulnerables.

(Romanos 14:17)

Contenido

Cover
Portada
Legales
Portada
Dedicatoria
Presentación

1- Antonio Abad

2- Padres y Madres del Desierto
3- Juan Crisóstomo
4- Benito de Nursia
5- Juan Clímaco
6- Simeón el Nuevo Teólogo
7- Hildegarda de Bingen
8- Francisco de Asís
9- Matilde de Magdeburgo
10- Maestro Eckhart
11- Juliana de Norwich
12- Catalina de Siena
13- Martín Lutero
14- Ignacio de Loyola
15- Hans Denck
16- Menno Simons
17- Teresa de Ávila
18- Casiodoro de Reina
19- Hermano Lorenzo
20- John Wesley
21- Teresa de Lisieux
22- Reinhold Niebuhr
23- Etty Hillesum
24- Dietrich Bonhoeffer
25- Óscar Arnulfo Romero

Bibliografía consultada

PRESENTACIÓN

En estos trazos y rostros combino dos de mis gustos personales: el dibujo y la historia. Son eso: gustos, porque en ninguno de ellos soy experto. De niño rayaba toda pared que encontraba y cualquier papel que ponían a mi alcance. Lo sigo haciendo (hace poco pinte un árbol de la vida en la pared de la oficina de Marilú, mi esposa). Así crecí, entre lápices de colores, cuadernos de dibujo y el deseo de llegar a ser un dibujante con estilo. No lo logré; de aficionado, no pasé. En la escuela, después en la universidad y en el seminario, me convertí en caricaturista ocasional. Por ahí en mis viejos archivos guardo algunos recuerdos de los dibujos de mis profesores(as) y compañeros(as). También ellos guardan algunos.

¿Y la historia? Bueno, en la escuela y el colegio la historia no fue mi principal afición (pocos asuntos lo fueron, aparte del baloncesto y el dibujo). El interés llegó siendo ya joven, casi adulto, cuando comencé a descubrir los caminos de la fe y sus vericuetos históricos. Primero como católico (lo fui hasta los 18 años) y después como protestante evangélico. En mis años de seminarista aparecieron algunos de los rostros que ahora trazo en este pequeño libro. Mientras atendía las clases de mis profesores(as), dibujaba el rostro de mis compañeros(as) —y atendía mejor cuando dibujaba, ¡créanmelo!— Desde esos tiempos viene la ocurrente mezcla entre el dibujo y la historia.

Pues bien, ya pasados mis sesenta años, ofrezco estos destellos con interlocutores de la fe que siguen iluminado mi vida espiritual y alentando el seguimiento de Jesús. La lista escogida proviene desde los primeros siglos del cristianismo (padres y madres del desierto antiguo) y llegan hasta bien entrado el siglo XX (Dietrich Bonhoeffer y Monseñor Romero). Incluye rostros definidamente católicos (Teresa de Ávila), otros protestantes y evangélicos (Martín Lutero) y varios que no se podrían asignar a una sola familia confesional dada su universalidad (Francisco de Asís). Los veinticinco, vistos desde mi vocación ecuménica pertenecen a todas las confesiones por igual. Son cristianos y cristianas, así no más, que “dejándolo todo lo siguieron” (Lucas 5:11) y que con ese entusiasta y valiente compromiso nos invitan hoy a que le sigamos también, de acuerdo con lo que nos reclaman los nuevos contextos de hoy.

Se puede leer y se pueden ver1. A cada dibujo2 le acompaña una breve reseña biográfica del personaje, un texto tomado de sus escritos originales, un texto bíblico que se conjuga con las palabras del personaje y, al final, una pregunta de aplicación espiritual. Los escribo como pastor, teólogo y, aún mejor, como simple creyente, que cree en la riqueza que nos ofrece la historia de la espiritualidad y sus grandes personajes.

¿Cómo se puede usar este libro? Se puede ver y leer en forma individual o en grupos. Y se puede leer como recurso devocional y como cuaderno de introducción a algunos de los grandes personajes de la fe. Una sugerencia práctica es usarlo como un cuadernillo de diálogos espirituales en pequeños grupos. La cita del personaje, junto con el texto bíblico y la pregunta espiritual, son en particular un recurso que he elaborado para este ejercicio comunitario.

Mis agradecimientos a JuanUno1 Ediciones y a su Director de Publicaciones mi amigo Hernán Dalbes, por animarme a terminar este proyecto e invertir en él parte de mis noches, fines de semana y horas de vuelo dibujando, escribiendo, orando…y orando mientras dibujaba.

Dice J. Amando Robles (sacerdote dominico), mi profesor al que admiro y aprecio, que “la experiencia espiritual auténtica solo puede ser expresada poéticamente, mediante metáforas”3. Y así interpreto estos “garabatos” y textos: como una expresión metafórica y por lo tanto parcial e imperfecta del ser espiritual que soy y de la espiritualidad que procuro cultivar cada día.

Harold Segura

San José, Costa Rica. 1ro. de Noviembre de 2020.

 

(Día de todos los Santos, incluidos los que no están en el santoral)

1 Los dibujos están inspirados en el estilo y la obra del artista gráfico Kreg Yingst (Pensacola FL, Estados Unidos), quien talla en madera (técnica: xilografía) figuras de grandes personajes de la fe y otros.

Antonio Abad

(251-356)

Dijo Antonio:

“Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré?”

Semblanza personal:

A Antonio Abad, o Antonio el Grande, se le reconoce como fundador del movimiento eremítico que estaba conformado por personas que, como él, cultivaban su espiritualidad en el desierto. Lo habían decidido así porque querían vivir su fe lejos del agitado mundo de las ciudades de la antigüedad y, sobre todo, distanciados de los centros de poder eclesial. Ante el avance inusitado del cristianismo institucional, aliado al poder imperial y apegado a sus propios intereses, Antonio y un gran número de cristianos y cristianas, decidieron huir. Él fue el primero. Su huida no era evasiva; era una forma consciente de resistencia espiritual y de protesta valiente ante la avalancha de éxitos que ya pregonaba el cristianismo de Roma.

El movimiento iniciado por Antonio se amplió después, más allá de los desiertos, a las montañas de Siria y a los centros de Italia, entre otros lugares. Eremita significó, entonces, no solo quienes vivían en esos lugares particulares, sino, más bien, quienes habían decidido vivir alejados y buscar de esa manera su fe. Antonio optó por una fe sencilla y, de alguna manera, una vida cristiana discreta. Para él fue más importante salvarse a sí mismo (de las tentaciones del poder, la ambición y el desenfreno), antes de esforzarse por salvar a los demás.

Para él, la primera batalla que había que ganar era contra sí mismo. Esto era a lo que llamaba salvación: liberarse de los pensamientos que se oponían a la voluntad del Señor, de sus caprichos egoístas, en resumen, de los demonios de su propio corazón. Por eso se preguntaba “¿Cómo me salvaré?” Antonio encontró esa salvación en el desierto, donde vivió por quince años. Después, empezó una labor pastoral con decenas de discípulos que iban hasta el desierto para buscar orientación y consejo. Así vivió hasta su muerte, cerca del Mar Rojo, con más de cien años de edad, según se cree.

Atanasio (296-373), obispo de Alejandría, escribió Vida de Antonio1, una biografía considerada el documento más importante del movimiento monástico de aquellos siglos. A esta obra se debe acudir para conocer la vida del hombre de “sabiduría divina, lleno de gracia y cortesía”, según lo describió Atanasio.

De su cofre de joyas espirituales:

“Un día el santo padre Antonio, mientras estaba sentado en el desierto, fue presa del desaliento y de densa tiniebla de pensamientos. Y decía a Dios: «Oh, Señor, yo quiero salvarme, pero los pensamientos me lo impiden. ¿Qué puedo hacer en la aflicción?» Entonces, asomándome un poco, ve Antonio a otro como él, que está sentado y trabaja, después interrumpe el trabajo, se pone en pie y después se sienta de nuevo y se pone a trenzar cuerdas, y después se levanta de nuevo y ora. Era un ángel del Señor, enviado para corregir a Antonio y darle fuerza. Y oyó al ángel que decía: «Haz así y serás salvo». Al oír aquellas palabras, cobró gran alegría y aliento: así hizo y se salvó”2.

Enseña la Biblia:

“Riqueza efímera mengua; quien reúne poco a poco prospera. Esperanza aplazada oprime el corazón, deseo realizado es árbol de vida. Quien desprecia un precepto se pierde, el que respeta un mandato queda a salvo. La enseñanza del sabio es fuente de vida, sirve para huir de los lazos de la muerte”.
(Proverbios 13:11-14)3

Nos preguntamos hoy:

Ante el acrecentado individualismo consumista y una cultura orientada hacia la satisfacción personal. Preguntémonos: ¿de qué (o de quiénes) debemos huir para cultivar una vida más plena, equilibrada y en paz con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo?

Padres y Madres del Desierto

(Siglo III - IV)

Decían los padres y madres del desierto:

“Dijo un anciano: “Prefiero un fracaso soportado con humildad que una victoria obtenida con soberbia”1.

Semblanza personal:

A Antonio Abad, el primer ermitaño, lo siguieron muchos cristianos y cristianas ávidos de imitar su ejemplo de humildad y serenidad. Antes de terminar el siglo IV, los ermitaños poblaron muchos de los desiertos de Egipto y Siria. Escribieron poco, pero vivieron mucho, con intensidad y pasión evangélicas. De estos padres y madres nos quedan sus dichos e historias, conocidos como Apotegmas2.

¿Qué los condujo a vivir de esa manera el Evangelio? Quizá el recuerdo de las primeras comunidades cristianas, tal cual se muestran en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 2:42-47; 4:32-37). También el hecho de que por aquellos años la fe había decaído y muchas personas anhelaban revitalizarla. La vida solitaria en el desierto y las montañas ofrecían una oportunidad de seguimiento radical de Jesús. A comienzos del siglo IV “Constantino el Grande, junto a Licinio, habían decretado la tolerancia por medio del Edicto de Milán. A partir de ese momento, la iglesia quedó ligada a los beneficios del poder imperial. Los intereses políticos se unieron a los intereses eclesiásticos; las persecuciones cesaron, la fe se instaló en las poltronas del imperio, y los cristianos sucumbieron ante la tentación de la popularidad”3. Este contexto podría ser otra de las posibles explicaciones para que los nuevos monjes y monjas encontraran en los desiertos una alternativa de vida cristiana más vibrante y fiel al Evangelio, aunque las razones históricas siguen siendo materia de investigación.

La lista de Padres y Madres es extensa: Antonio, Teodora, Macario, Pacomio, Evagrio Póntico, Simón el Estilita, Sinclética, Agatón, Macrina y muchos más. Los asuntos de su mayor interés eran: la humildad (porque la fe se evidencia en la conducta), la caridad (el cristianismo consiste en vivir como vivió Jesús), la conversión (la fe es un camino de trasformación diario), Satanás y los demonios (porque la realidad del mal se hace más evidente cuando se busca practicar el bien), el silencio (porque necesitamos acallar nuestro ruidos interiores y no tener temor de encontrarnos con nosotros mismos), las Escrituras (fundamento de la fe), la salvación (la eterna, que comienza aquí y ahora) y la misericordia (diferente al legalismo detractor que destruye a los demás).

De su cofre de joyas espirituales:

“Un hermano había pecado y el sacerdote le mandó salir de la iglesia. Se levantó el abad Besarión y salió con él diciendo: «Yo también soy pecador».

El abad Isaac… vio cometer una falta a un hermano y lo juzgó. Vuelto al desierto, vino un ángel del Señor y se puso a la puerta de su celda diciendo: «No te dejaré entrar». El anciano preguntó la causa y el ángel del Señor le contestó: «Dios me ha enviado para que te pregunte: ¿dónde quieres que envíe a este hermano culpable al que has condenado?». Y al punto el abad Isaac se arrepintió y dijo: «He pecado, perdóname». Y el ángel le dijo: «Levántate, Dios te ha perdonado. Pero en adelante no juzgues a nadie antes de que lo haya hecho Dios»”4.

Enseña la Biblia: