El Espejo de Gael

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UN GRAN DESCUBRIMIENTO

Fue entonces cuando encontró su refugio en la televisión. Un mundo nuevo y sólo para él, y que además de ser mágico, lo podía seguir teniendo en su imaginación cada vez que jugaba conmigo:

¡Ah, cierto! No lo hice antes, pero me presento, yo soy su ángel guardián y mi nombre es Mikael.

Joan Gael: –¡Qué hermoso mi nuevo mundo de televisión y caricaturas! Quisiera hacer lo mismo e inventar más cosas. Voy a copiar los personajes, voy a copiar tus alas, mi querido amigo y angelito, y por ahí se produce algo mágico y nacen todos en mi cuarto, o de pronto puedo tener un amigo de carne y hueso dibujado a quien contarle todo y con quien jugar todo el tiempo.

En ese momento se produjo un contacto con el lápiz y el papel que iba a cambiar para siempre su vida, como si fuese un signo o una bendición. Sus nuevos y fieles amigos estarían siempre con él y cuidados por su ángel: papel, lápiz y la magia de poder crear lo que fuese: solo con pensarlo lo podría tener.

El jugar a la pelota con los compañeros del colegio ya no era primordial; tener amigos en el barrio ya no le interesaba. ¿Para qué hacerlo? En su nuevo mundo de lápiz y papel tenía todo lo que quería. El chico solitario, estudioso y que siempre se portaba bien ya era un ente en el grado y casi ni hablaba con los demás, salvo con las maestras, que siempre lo adulaban.

Las exigencias eran cada vez mayores en cuanto a su rendimiento intelectual: debía ser el mejor. No había tiempo para salir a jugar, y menos con esos chicos que se portaban tan mal. Además, siempre se reían por todo: si tenía la voz finita, “JAJAJA”; si no sabía jugar al futbol, “JAJAJA”; si se portaba bien en clase, “JAJAJA”; si no se juntaba con nadie, “JAJAJA”.

Con todas estas cosas no era nada divertido ir a la escuela, al contrario, era algo serio y exigía responsabilidad. Nada de juntarse en la casa de nadie: lo de la escuela quedaba en la escuela. Llegar a casa era el espacio propicio para volver a encontrarse consigo mismo. No estaba bueno tener esa clase de amigos.

Sus días se limitaban a la escuela, el estudio en casa y, una vez cumplida la tarea, viajar al mundo de su imaginación: copiar los personajes de la tele era su deleite, crear un mundo a su gusto era su pasión

Sus manos, su mente y su corazón fueron construyendo cada vez más alta la muralla de colores y fantasías que lo aislaban indefectiblemente del resto de los humanos.

Todo su mundo se limitaba a su propia creación. Gael, amo y señor, monarca absoluto de su reino. Nadie lo cuestionaba. Nadie lo obligaba a ser y a hacer lo que no quisiera. Nadie podía saber de sus defectos ni de sus errores, nadie podía llegar a notar sus miedos, sus angustias ni sus soledades. Era un mundo perfecto: el mundo de Gael.

Y hablando de crear y de imaginar, de soñar y de volar, fue en una noche de verano cuando, al no poder dormir, encontró otra fuente de inspiración en las estrellas que, cual máquina del tiempo, lo llevaban a dimensiones inconmensurables, desde el pasado más remoto hasta el futuro más lejano. Las estrellas, con silenciosa luz azul, lo hacían sentir protegido, latiendo a la par de su corazón, brillando sólo para él.

Su cuarto daba al patio y, desde la ventana, sentado con la cara al cielo podía verlas cada noche dejándose acariciar por la tenue luz que el universo le regalaba. Mirando sin mirar, omnipresente en su universo, pero ausente de sí mismo. Sentía la rara sensación de que estaba de prestado en este mundo, como en una eterna plegaria deseando salir de sí mismo, añorando algo que jamás podría tener.

¿Tristeza profunda? ¿Deseo desmedido? ¿Angustia desde tan pequeño? ¿Cómo podía ser?

¿Qué sería aquello tan ansiado y tan inalcanzable a la vez? ¿Sería tal vez el hecho de haber salido tan abruptamente a este mundo lo que lo había angustiado tan profundamente? ¿Traía acaso una asignatura pendiente desde el vientre de su madre? ¿Habría quedado algún aspecto por aprender antes de asomarse a la tierra de los mortales? ¿Adónde estaría esa cabeza? ¿Tratando de alcanzar lo inalcanzable? ¿Adónde se proyectaban sus sueños? ¿A quién se dirigía esa mirada que a veces quedaba empañada por algunas lágrimas de euforia al sentirse volar o de tristeza por descubrirse humano? Era un viaje eterno a un lugar sin fin que podría estar tan lejos como en la misma profundidad de su ser, o tan intensamente dentro como en el mismo abismo insondable de su tristeza.

El lugar ideal estaba muy lejos, era inalcanzable, pero el lugar real estaba cerca en la propia vida, en cada día, en cada rincón, en cada espacio, en cada persona de la familia, en los compañeros de escuela. El tema sería hacer de su lugar real, el lugar ideal, y se seguían sumando los desafíos.

Gael: –Esta vida es cada vez menos relajada, y lo peor de todo es que tengo que portarme bien y ser feliz, según me dicen, ¿pero cómo ser feliz si es todo tan complicado? Si mis compañeros se ríen de mí y ni siquiera me eligen para jugar al futbol, quizás no les importa tener amigos, solo les importa ganar. Está bueno ganar, pero, ¿y la amistad? ¡Ufa!, estoy confundido”.

Pasó el tiempo, cayeron muchas hojas de los árboles de otoño. En la escuela se seguía portando bien, tan bien que siempre era el mejor alumno.

—“Felicitaciones, Joan querido”, era el discurso permanente.

—“Aaaayy, es el mejor del grado”, decían las maestras.

—“Señora, su hijo es un amor. Tan correcto, tan educado, tan estudioso, taaaaan aplicado. Felicitaciones, señora.

La maestra de música lo eligió para el coro porque, encima de ser tan bueno y responsable, ¡canta mooooooy bien!

Otra forma nueva de encontrarse a sí mismo: dibujar todo lo que quería, y ahora también cantar.

Aparentemente, todo lo hacía bien, era un hijo modelo, pero a pesar de eso, había algo que no lo dejaba sentirse pleno y ubicado en esta vida, su vida. Siempre, de fondo, una constante sensación de que algo le faltaba, pero lo mejor de todo era que Gael jamás perdía las esperanzas de llegar: siempre dispuesto a ser y hacer lo mejor, siempre listo, como un boy scout. Tenía la sonrisa como bandera y las ganas de hacer cosas lindas para ser feliz y hacer felices a sus padres.

Gael: –¡Wow, ya van cuatro cosas que hago bien: soy buen hijo, soy buen alumno, dibujo bien y ahora canto! Seguro que mis padres están felices conmigo.

Así fue que don Rocco, en su enorme bondad, les ofreció a Tony y a Gael ir a la academia de la señorita Elsa para aprender a tocar la guitarra y bailar folklore.

Gael: –¡Qué buenooooo, ahora puedo aprender a tocar la guitarra y podré cantar hermosas canciones!

Es así que tuvo clases y más clases de guitarra y canto, y los buenos comentarios estuvieron siempre presentes.

—¡Qué lindo que canta!

—¡Qué hermosa voz!

—¡Qué buen dúo los hermanitos!

—¡El más chiquito canta como un angelito!, comentario para el cual no faltó el remate cariñoso de algún alma que continuó diciendo:

—Sí, como un angelito negro.

Gael: –Oh, dioooos, otra vez se dieron cuenta de que soy negrito. Y si se enteran también que fui encontrado en un baldío? Tengo que cantar mejor y nunca dejar de sonreír, capaz que así no le presten tanta atención al color de mi piel y me quieran porque canto bien y sonrío todo el tiempo. Todo el mundo quiere a alguien que sonríe.

Con el paso de los días, Gaelito y Tony perfilaban un futuro promisorio: eran la atracción de la academia. La señorita Elsa los llevaba a todos los festivales, peñas y hasta en el teatro actuaron. Fue una hermosa experiencia, luces y aplausos, la gente los felicitaba todo el tiempo:

—¡Tan chiquititos y cómo arrasan!

—¡Qué vozarrón!

Gael –¡Qué lindo es poder expresarse a través del canto!

Todo muy lindo, algo mágico para contar, pero como siempre sucedía en la vida de Gael, lo bueno no duraba para siempre. Capaz que se cansaba del hecho de tener que cumplir con esa fama o con ese prestigio que lo tenía tan ocupado. O de pronto extrañaba los momentos de privilegio desde la panza de su madre.

Cada día que pasaba se cerraba más, pero esa cerrazón, más allá de darle seguridad, lo iba dejando verdaderamente solo, pero con la ardua tarea de mantenerse siempre bien, feliz y sonriente, con la idea de no lastimar ni a papá ni a mamá.

Luego de pasar mañanas de escuela y tardes de juegos consigo mismo, Gael pasaba de refugio en refugio, su mundo era tan único, tan privado, tan suyo…

EMPEZANDO A CONOCER A DIOS

Los papas le habían inculcado el amor a Dios, siempre le hablaban de lo bueno que Él era, de que gracias a Dios, él estaba vivo. Gracias a Dios tenía una familia hermosa. El mismo Dios le había designado un angelito (o sea yo) para que lo cuidara siempre. Dios era lo más parecido a sus padres, por lo tanto Dios era bueno y quería su felicidad.

Dios era tan bueno que hasta había hecho de su hermanito fallecido un ángel. Ya se había ido al cielo y ahora estaba siempre con él, pero además tenía unas hermosas alas.

Gael: –¡Qué hermoso sería ser un ángel como mi hermanito: viviría siempre feliz y yo también tendría alas, ¡wow! Me enseñaron que Dios todo lo escucha y todo lo concede, por ahí tendría que pedírselo y me lo concedería, ¿pero cómo hago para hablar con Dios? Él está en todos lados, pero no puedo verlo, mmm… ¿o será que al ser Dios puede escucharme de todas formas? Es algo raro, pero sin conocerlo lo siento cerca y me hace sentir bien. Está lleno de amor, como me contaron. ¡Me contaron también que sí, se puede hablar con Él, así que me pongo en campaña y desde ahora voy todos los domingos a misa para escuchar lo que me quiere decir y para ser más bueno aún!

 

Fue entonces que Gael, en su búsqueda de Dios o del amor que lo hiciera cada vez mejor hijo, comenzó a ir a misa todos los domingos. Era hermoso despertarse muy temprano para ir y, al regresar, poder preparar el mate para despertar a sus padres con el desayuno en la cama. Ellos eran tan buenos que merecían este pequeño agasajo.

¡Qué lindo era ir a misa los domingos bien tempranito con las primeras luces de la mañana y el canto de los pájaros! Había poca gente a esa hora, como que la paz se hacía más abundante para las pocas almas que iban a rezar a esa hora. Gael tenía el alma tan pura, tan abierta a recibir y a dar amor, era un hermoso canal por donde podía pasar el amor más puro. Todo lo de Dios lo entusiasmaba, le llenaba el corazón, le daban ganas de ser cada vez más bueno. ¡Qué hermoso regalo estar cerca de Dios. Y la gente de Dios, ¡qué buena era!

Gael: –Toda la gente es buena porque está llena de Dios, no existe la gente mala, a todos hay que amar y saber perdonar. Qué lindo es que todo el mundo sea bueno.

No pasaba nada en la vida de Gael que estuviera alejado de todo lo que iba aprendiendo. Era hermoso ser bueno y querer a toda la gente. Era hermoso que todos lo quisieran, pero en realidad, en el día a día, no se daba de ese modo tan ideal. Había algo que estaba fuera de foco, cierta incongruencia, cierta cosita que le hacía ruido en su cabeza. ¿Sería una sensación muy íntima? ¿O sería quizás un presagio de lo que sería la vida futura? Quizás lo perfecto era definitivamente del cielo, por eso es que se sentía triste cuando miraba las estrellas, quizás su anhelo era de estar en el cielo, donde todo era bueno, donde se podía hablar con Dios cara a cara.

Es que se dio cuenta de que lo perfecto no estaba al alcance aquí en la tierra de los mortales, pero como le decían sus padres y toda la gente de Dios, lo ideal era tratar de traer la paz y el amor que había en el cielo para ser vivido aquí en la tierra.

Gael: –¡Pero claro! Esa es la respuesta: tratar de vivir de la mejor manera, y no hay otro modo que estar cerca de Dios. Justamente por eso voy a seguir yendo a misa todos los domingos a la mañana, y todo lo que aprenda me servirá para hacer que Dios nos llene a todos de su amor.

Con esa premisa fue creciendo Gael, siempre solitario, aunque contento porque sabía que toda la gente era buena, o al menos la gran mayoría.

Se sentía muy contenido siempre que iba a misa: cuando se hablaba de Dios la Paz lo invadía y lo abrigaba un sentimiento de bondad.

Esta vida se estaba presentando con muchas cosas por resolver o por tener en cuenta a la hora de actuar y de ser, pero lo que más importaba era ser bueno y agradar, a pesar de todo, total estaba el creador, que siempre le resolvía sus cuestiones y le llenaba sus vacíos colmándolo de amor. Y si las cosas no se daban como él creía que tenían que ser, el Señor de los Cielos le daba paciencia para aceptar y soportar todo lo que viniese.

Parece que el Señor de los Cielos estaba empezando a moldear a Gael. ¡Vaya uno a saber qué es lo que le vendría!

LAS PRIMERAS LUCES Y SOMBRAS

Toda la vida era muy linda. Almohadones afectivos por doquier. Gael estaba viviendo en un mundo hermoso, salvo algunas veces cuando sus compañeros de colegio (en el colegio era JOAN) se reían porque tenía voz finita, porque siempre estudiaba, porque no sabía jugar a la pelota.

Todo empezaba a volverse tedioso a la hora de tener que compartir actividades con sus pares. De pronto, las cosas ya no eran como antes.

La cabeza de Gael comenzaba a tener ideas que perecían ser de otra cabeza porque esas ideas no eran propias. Todo lo llevaba a sentirse un poco desorientado con las cosas que sucedían. La tristeza muchas noches se volvía recurrente, insoportable, lacrimógena, y le agregaba peso a su mochila. Nunca había tenido un amigo, nunca había ido a la casa de nadie, ni como Gael, ni como Joan. Todo hacía ver que tanto Joan como Gael serían muy solitarios, casi siempre sintiéndose postergados. Sus padrinos de bautismo, que eran los padrinos de bautismo de los tres hijos, siempre hacían diferencia y preferencia por sus hermanos, Bella y Tony: todos los regalos eran para ellos, además de todos los halagos, los mejores deseos y proyectos. De vez en cuando esa herida sangraba y explotaba alguna lágrima que Gael trataba de contener, pero no podía. La situación económica también obligaba a que Gael heredara mucha de la ropa que Tony ya no usaba, y eso también hacía que Gael no se sintiera cómodo.

Las promesas de una niñez soñada pasaron a ser un sueño cada vez más difícil de alcanzar: no era la felicidad que él se imaginaba. Y así pasaban los días de lápiz y papel, sueños de estrellas lejanas, lágrimas espesas de tristezas y anhelos´, y así pasó también la escuela primaria. Hasta en los últimos días lloró y sufrió la burla de sus compañeros, pero solo faltaba el viaje de egresados de séptimo grado y “HASTA NUNCA MÁS”.

Lo importante era darle fin a esa etapa tan dolorosa, triste y vacía para dar lugar a lo que se venía, que según le habían contado era una etapa inolvidable.

Llegó el día, la recta final: el viaje de egresados. Ya no quedaba nada. Ese año les tocó viajar al Norte Argentino. Llegaron hasta la mismísima Quebrada de Humahuaca: hermosos paisajes. Era la primera vez que Gael se alejaba de casa tantos días, ¡y para colmo siendo JOAN!

Si papá y mamá hubiesen sabido que Joan no quería ir, si hubiesen sabido que Joancito era muy solitario porque los chicos se burlaban de él, si Joan y Gael hubiesen avisado de esta condición de dualidad que estaba sufriendo, si Gael hubiese pensado en ser él mismo y no dejarse llevar para complacer al resto, si no se hubiese sentido inferior por el color de su piel (“este es el negrito de la familia”), o por no tener una salud de fierro (“este negro es un débil, vive enfermo”), o por no saber jugar al fútbol (“este negro es un inútil”).

Gael: –Pero papá, ¿cómo no voy a ser inútil si justamente vivo enfermo? ¡Vos no me dejás hacer nada ni querés enseñarme! No entiendo nada.

Gael trataba de descifrar el acertijo de la vida, su vida en su solitario mundo, en su casa, sin ver a nadie y sin tener que soportar las burlas de nadie.

Gael: –En casa me siento seguro y nadie me obliga a hacer lo que no quiero o lo que no me exponga para que los demás vean mis defectos.

Mientras tanto, Joan comenzó a prepararse para rendir el ingreso en la escuela secundaria, lo cual según sus expectativas no hubiera debido ser muy difícil, si él siempre fue el mejor del grado. Todo estaba listo, hasta que al fin llegó el día del examen. Joan fue a rendir y volvió tranquilo. Su esfuerzo en el año anterior le había regalado la posibilidad de hacer el examen de manera satisfactoria.

El colegio secundario llegó y ahí fue cuando se produjo el primer sacudón emocional, espiritual, moral e intelectual.

Joan Gael: –¡Por Dios, qué le pasa a la vida que va tan rápido!”

Joan ya no era el mejor alumno: de pronto había nuevos compañeros que venían de otros colegios donde también eran los mejores. Joan había perdido su lugar de privilegio y Gael se encontraba cada vez más aislado y temeroso de cometer errores, temeroso de ser él mismo: ahora era uno más de tantos. Las maestras, que todo lo comprendían, las que conocían de la excelencia de Joan, esas que sin dudarlo siempre le ponían “Excelente” por todo ya habían quedado en el pasado. Ahora había profesores que lo trataban con firmeza y distancia y era hora de empezar a madurar: nada de tratos preferenciales. La nueva situación lo desorientaba mucho, pero no tenía por qué dar a conocer esa postura.

Joan –¡Que no se den cuenta de que me da pavor que descubran mis errores!

Obviamente, Joan seguía con esa forma de ser tan distinta, tan distante, absoluta timidez (era el temeroso Gael que rondaba esa cabeza), por lo que se le imposibilitaba la integración con el resto de sus compañeros. Joan, el perfectito quería seguir brillando, pero Gael, el negrito inútil tenía pánico a ser visto y tratado como lo que había sentido desde niño. Era como si los demás hablaban en otro idioma. Solo estudiaba para tratar de estar siempre entre los mejores.

Si bien las exigencias eran mucho mayores, Joan tenía la suficiente determinación y disciplina para no caer en la vagancia: era muy responsable y siempre cumplía con todo y con todos.

Sin mayores novedades iba pasando el tiempo. Amaba su colegio, pero no tenía grupo de pertenencia, solo Joan y Gael, pero nunca dejaba de lado a su ángel guardián (o sea yo).

Paralelamente a las actividades del colegio hubo un alma similar que, al verlo solo y tímido, se le acercó y comenzaron a charlar. Esa alma era la de Álvaro, un chico tranquilo con el que se podía tener una conversación y charlar de todo un poco. Muchos momentos compartidos dieron como resultado una hermosa amistad.

Un día, Álvaro invitó a Joan a asistir a reuniones de un grupo juvenil en una parroquia. Era un grupo de chicos que hablaban de temas interesantes, rezaban, cantaban y se preparaban para salir a hacer obras de bien a las familias llevando un mensaje de amor.

Un enorme signo de pregunta para Joan. Por primera vez se conectaría con chicos y chicas de su edad. ¡Y lo mejor de todo es que estarían haciendo actividades para Dios! ¿Cómo sería esta nueva experiencia?

Joan: –Por fin voy a tener amigos, ojalá sea como siempre soñé: poder compartir, charlar, reír, o sea ser feliz. Como vienen a mi vida de parte de Dios, capaz que no se rían de mí: tengo miedo, pero también tengo muchas ganas de conocer y tener amigos.

El corazón de Joan estaba desatado de la alegría y de nervios. Ansiosamente ensayaba el saludo y la manera de agradar: era la primera vez que iría a un grupo con gente de la misma edad.

Y fue así como llegó el ansiado momento. Sábado a la tarde. Grupo reunido en un salón. A Joan lo invadió la timidez, lo que hizo que no pudiera expresar ni media palabra. Paradójicamente estaba feliz, se sentía eufórico, pero solo por dentro: no podía hablar, ni sonreír, ni mirar a nadie. Sintió el pánico que lo había inhabilitado desde chico. Prefería estar serio y mudo antes de que se burlaran de su voz.

Hizo un silencio sepulcral durante toda la reunión, Los chicos y chicas se mostraron muy amables, se los veía felices. Eran todos amigos entre sí: era todo lo que Joan había buscado y soñado siempre. No había terminado la reunión y ya estaba esperando la próxima.

Joan: –Por fin tengo un grupo de amigos, ¡qué bueno! Gracias, Dios, por este regalo. Capaz que no caí tan bien porque me quedé mudo, pero estoy feliz y creo que con el tiempo me voy a integrar y voy a ser uno de ellos. ¡Qué felicidad!

El día a día tenía otros colores, y como de verdad Joan estaba feliz por estar en el grupo, se puso las pilas y comenzó a integrarse. Los sábados a la tarde eran sagrados: ir al grupo, hablar de Dios, tocar la guitarra, visitar a sus nuevos amigos y amigas, ya tenía actividades fuera de lo que era estudiar. Casi todas las tardes encontraban la excusa para juntarse a merendar y compartir con todos.

El hecho de cantar y tocar la guitarra abría otras puertas para él: podía llegar a todos con sus canciones. De a poco, Joan llegó a ser uno más: era parte del grupo.

Muy entusiasmado por cada actividad que se presentaba y por las vivencias que podía cosechar para enriquecer su corazón, Joan se fue metiendo cada vez más en las actividades de la parroquia. Había comenzado un camino de formación espiritual y, en la medida que aumentaba su conocimiento, aumentaba también su ímpetu por las cosas de Dios y el compromiso con la gente.

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