Buch lesen: «Teoría y análisis de la cultura»
Índice de contenido
Portadilla
Legales
VI. Identidades sociales
Ficha de identidad individual / Edgar Morin
Materiales para una teoría de las identidades sociales / Gilberto Giménez
Identidades asesinas / Amin Maalouf
Las razones de la etnicidad entre la globalización y el eclipse de la política / Dimitri D´Andrea
Identidad regional / Michel Bassand
La identidad nacional como identidad mítico-real / Edgar Morin
Comunidades imaginadas / Benedict Anderson
Las identidades / Robert Fossaert
Pluralismo cultural y cultura nacional / Guillermo Bonfil Batalla
VII. Memoria colectiva
Los marcos sociales de la memoria / M. Halbwachs
Memoria colectiva y sociología del bricolage / Roger Bastide
El patriotismo criollo, la revolución de Independencia y la aparición de una historia nacional / Enrique Flor
Historia y simbolismo en el movimiento zapatista / Enrique Rajchenberg S. y Catherine Héau-Lambert
VIII. La dinámica cultural
Inventando tradiciones / Eric Hobsbawm y Terence Ranger
La dinámica cultural / Michel Bassand
Comunidades primordiales y modernización en México / Gilberto Giménez
Alta costura y alta cultura / Pierre Bourdieu
Gustos de necesidad y gustos de libertad / Pierre Bourdieu
Dominocentrismo y dominomorfismo / Claude Grignon y Jean-Claude Passeron
Cultura hegemónica y culturas subalternas / Alberto M. Cirese
Desniveles de cultura y estudios demológicos italianos / Pietro Clemente
Lo propio y lo ajeno, una aproximación al problema del control cultural / Guillermo Bonfil Batalla
IX. Cultura de masas vs. culturas particulares
Cultura popular y cultura de masas, notas para un debate / Amalia Signorelli
Memoria narrativa e industria cultural / Jesús Martín Barbero
Globalización y cultura / John Tomlinson
INSTITUTO TECNOLÓGICO Y DE ESTUDIOS SUPERIORES DE OCCIDENTE
Biblioteca Dr. Jorge Villalobos Padilla, S.J.
Giménez, GilbertoTeoría y análisis de la cultura : volumen II / G. Giménez ; pról. de A. Fábregas Puig ; presen. de J.A. Mac Gregor Campuzano. -Guadalajara, México : ITESO : Universidad de Guadalajara ; México : Universidad Iberoamericana Ciudad de México ; Puebla, México : Universidad Iberoamericana Puebla, 2021.ISBN 978-607-8768-26-4 ITESO ISBN 978-607-417-789-3 Universidad Iberoamericana ISBN 978-607-8587-31-5 Universidad Iberoamericana Puebla ISBN 978-607-571-161-4 Universidad de Guadalajara1. Identidad Cultural. 2. Diferencia y Otredad. 3. Diversidad Cultural. 4. Memoria Social. 5. Representación Social. 6. Simbolismo. 7. Capital Cultural. 8. Habitus. 9. Prácticas Culturales. 10. Cambios Sociales y Culturales. 11. Cultura de Masas. 12. Cultura Popular. 13. Hermenéutica. 14. Marxismo. 15. Teoría del Campo (Sociología). 16. Cultura – Investigación – Metodología. 17. Cultura – Teoría – Tema Principal. 18. Antropología Cultural. 19. Sociología de la Cultura. 20. Ciencias Sociales. I. Fábregas Puig, Andrés (prólogo). II. Mac Gregor Campuzano, José Antonio (presentación). III. t.[LC] 306. 4 [Dewey] |
Diseño original: Danilo Black
Diseño de portada: Ricardo Romo
Diagramación: Beatriz Díaz Corona J.
Revisión de textos: Antonio Cham Fuentes
1a. edición, Guadalajara, 2021.
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ISBN 978-607-8768-26-4 ITESO
ISBN 978-607-417-789-3 Universidad Iberoamericana
ISBN 978-607-8587-31-5 Universidad Iberoamericana Puebla
ISBN 978-607-571-161-4 Universidad de Guadalajara
VI. Identidades sociales
La cultura, en sentido antropológico y sociológico, aparece siempre ligada a la identidad social en la medida en que ésta resulta de la interiorización distintiva y contrastante de la misma por los actores sociales, según el axioma, “no hay cultura sin sujeto ni sujeto sin cultura”. En este sentido, la identidad no es más que el lado subjetivo de la cultura y se constituye en virtud de un juego dialéctico permanente entre autoafirmación (de lo mismo y de lo propio) en y por la diferencia.
Como el punto de referencia obligado de toda teoría de la identidad social será siempre la identidad individual que constituye, por así decirlo, su paradigma y su “analogado principal”, no está por demás iniciar esta sección con una breve reflexión sobre este tema, como la presentada por Edgar Morin (“Ficha de identidad individual”).
A continuación, Gilberto Giménez expone, en forma compendiada y sistemática, los principales parámetros teóricos del concepto de identidad, generalmente dispersos en las diferentes ciencias sociales con desigual grado de elaboración.
Situándose exactamente sobre estos mismos parámetros teóricos (que ponen el énfasis en la diversidad de las pertenencias en la definición de la identidad), el escritor franco–libanés Amin Maalouf presenta su testimonio personal y extrae las consecuencias políticas discriminatorias, excluyentes y virtualmente “asesinas” del hecho de sobrevaluar una sola de las dimensiones —generalmente la dimensión étnica— de la propia identidad.
Siguen algunas concreciones territoriales de la identidad, como la étnica, conceptualmente esclarecida por Dimitri D’Andrea, como aquella fundada en una “consanguinidad imaginaria”, y asimismo sobre la identidad regional, brillantemente presentada por el sociólogo suizo Michel Bassand, como representación valorizada de la propia región (y el consecuente apego a la misma), de donde resultarían el sentimiento de autoestima, la solidaridad regional y la capacidad de movilización en vista del desarrollo regional.
La importante contribución de Robert Fossaert (“Las identidades”), enriquece estas perspectivas al introducir una luminosa distinción entre identidades “colectivas” (que para evitar confusiones hemos traducido por “globales” o, mejor, “englobantes”) e identidades diferenciales (que operan en el interior de las primeras), ofreciéndonos una vasta tipología histórica de estas dos formas de identidad en su permanente interrelación. Según Fossaert, por ejemplo, la “nación” sería una forma de identidad globalizante, contigua a la aparición del Estado y a las “clases industriales” modernas.
Por otra parte, Edgar Morin nos amplía la descripción de este extraño ser “antropomorfo, teomorfo y cosmomorfo” que responde, según él, a un mito sincrético “pan–tribal y pan–familiar” (“La identidad nacional como identidad mítico–real”). Como el lector podrá apreciar, Morin anticipa con toda claridad y en términos equivalentes el concepto de Nación como “comunidad imaginada”, término que ha hecho famoso a Benedict Anderson, y definición, por cierto, de la cual ya no podrá prescindir cualquier teoría de la identidad nacional.
Cierra esta sección una luminosa intervención de Guillermo Bonfil, en la cual establece claramente por primera vez la tesis de que la cultura mexicana —base de una supuesta o posible identidad nacional— está constituida en realidad por un conjunto multicultural o pluricultural cuya unidad sólo puede entenderse como “unidad de convergencia”.
Esta posición de Bonfil, presentada en un célebre debate sobre cultura e identidad nacional en México, organizado por el Instituto de Bellas Artes en 1981, resultó profética, ya que la tesis de la “condición multicultural” de México fue introducida incluso en la Constitución nacional y hoy en día goza de amplio consenso.
FICHA DE IDENTIDAD INDIVIDUAL (*)
Toda unidad compleja es al mismo tiempo una y compuesta. El Uno, aunque irreductible en tanto que Todo, no es una sustancia homogénea y comporta en sí alteridad, escisión, negatividad, diversidad y antagonismo (virtuales o actuales). (1)
La identidad del individuo comporta esa complejidad, y más todavía: es una identidad una y única, no la de un número primo, sino al mismo tiempo la de una fracción (en el ciclo de las generaciones) y la de una totalidad. Si hay unidad, es la unidad de un punto de innumerables intersecciones.
La no–identidad de la identidad individual
Un ser viviente no tiene identidad substancial, puesto que la sustancia se modifica y se transforma sin cesar: las moléculas se degradan y son reemplazadas, las células mueren y nacen dentro del organismo al que constituyen; los seres pluricelulares desarrollan numerosas metamorfosis, desde la célula huevo hasta la forma adulta, la cual sufre enseguida un proceso de envejecimiento. Por otra parte, nosotros los mamíferos, y singularmente nosotros los humanos, vivimos verdaderas discontinuidades de identidad cuando pasamos de la enemistad al deseo, del furor al éxtasis, del fastidio al amor.
Y, sin embargo, a pesar de esas modificaciones y variaciones de componentes, formas y estados, hay una cuasi–invariancia en la identidad individual.
La triple referencia. La identidad genética
La primera clave de esta invariancia es ante todo genética. El genos es generador de identidad en el sentido de que opera el retorno, el mantenimiento y la conservación de lo mismo.
En el fundamento de la identidad del individuo viviente hay, por consiguiente, una referencia a una singularidad genética, de la que procede la singularidad morfológica del ser fenoménico. Llama la atención el que toda identidad individual deba referirse en primer lugar a una identidad trans–individual, la de la especie y el linaje. El individuo más acabado, el hombre, se define a sí mismo, desde adentro, por su nombre de tribu o de familia, verdadero nombre propio al que une modestamente su nombre de pila, no exclusivamente suyo, puesto que puede o debe haber sido llevado por un pariente e ir acompañado por otros nombres de pila.
Esto nos indica que la autorreferencia individual comporta siempre una referencia genética (a la especie, al antepasado, al padre). Al llamarme hijo de fundo mi identidad asumiendo la identidad de mi (mis) padre(s) y, al mismo tiempo, mantengo, aseguro y prolongo la identidad de mi linaje, la cual no es una identidad formal y abstracta sino siempre encarnada en individuos singulares, entre ellos yo mismo.
La identidad particular
Al mismo tiempo que se define por su conformidad y su pertenencia, la identidad individual se define por referencia a su originalidad o particularidad. En efecto, en todo ser viviente, incluso el unicelular, hay una identidad particular formada por los rasgos singulares que lo diferencian de todos los demás individuos. Estas singularidades, como es sabido, se diversifican y se multiplican, convirtiéndose en anatómicas, fisiológicas, psicológicas, etcétera, entre los individuos del segundo tipo. (2)
La identidad subjetiva
Las particularidades de un individuo viviente le permiten, por cierto, reconocerse por diferencia respecto al otro, así como le permiten al otro identificarlo entre sus congéneres. Pero diferencias y particularidades sólo cobran sentido a partir del principio subjetivo de identidad.
El fundamento subjetivo de la identidad individual reside en el carácter no compartible, único, del yo (del je o moi). (3) Esta identidad se profundiza, se autoafirma continuamente, se autoinforma y se autoconfirma, empezando por la distinción ontológica entre sí–mismo y no–sí–mismo, a través de la experiencia autoegocéntrica en el seno del entorno. Esta experiencia recomienza y reverifica sin cesar la invariancia identitaria, no sólo a despecho de las transformaciones, modificaciones y turnovers físico–químicas del ser material sino a través de sus transformaciones, modificaciones y turnovers ejecutadas precisamente por el cómputo. El cómputo está en el corazón del principio de identidad individual, porque al mismo tiempo que está nutrido de identidad genética, es el fundador de la identidad subjetiva y el mantenedor de la identidad morfológica del sí–mismo (soi). (4)
Así, la invariancia identitaria no es sólo morfológica (mantenimiento de formas estables a través del flujo irreversible de los constituyentes), sino también topológica: se instala en la ocupación autorreferente y autoegocéntrica del centro espacio–temporal de su universo, lugar intangible que sólo la muerte le arranca al individuo.
La triple referencia
Vemos, pues, que la identidad individual se constituye en virtud de una triple referencia: a) a una genericidad trans–individual, portadora de una identidad a la vez interior (el patrimonio inscrito en los genes), anterior (el progenitor, el antepasado), posterior (la progenitura) y exterior a sí mismo (el congénere); b) a una singularidad individual que diferencia a cada uno de cualquier otro semejante; y c) a un egocentrismo subjetivo que excluye a cualquier otro semejante del propio sitio ontológico y asume un carácter autoafirmativo.
Las tres referencias no están yuxtapuestas ni fusionadas: forman juntas una unidad de carácter circular. La diferencia individual se forma con base en ramas de pertenencia y de conformidad (con los progenitores y congéneres). La exclusión subjetiva del otro tiene como corolario la inclusión trans–subjetiva. La identidad constituye una especie de circuito cerrado entre similitud/inclusión y diferencia/exclusión.
La fórmula de la identidad una/triple sería: yo mismo soy el mismo que mis congéneres y progenitores, a la vez diferente de ellos porque tengo mi originalidad particular y soy irremplazablemente yo mismo
[…]
La alter–identidad y la identidad pluriconcéntrica
Ningún sujeto puede acceder a un yo (je) sin la alteridad potencial de un yo (moi) objetivado.
“Yo es otro”: la sorprendente fórmula de Rimbaud es válida para todo ser viviente, en particular para el unicelular. En la identidad del individuo–sujeto hay siempre la presencia de un alter ego y de una “estructura de otredad” virtuales. La autorreproducción celular crea, a partir de una identidad una e indivisible, una doble identidad (dos seres semejantes) y una alteridad (dos sujetos diferentes), sin dejar de mantener la identidad original (el mismo ser que continúa su misma vida en dos existencias). Los dos nuevos seres son dos ego alter, virtualmente alter ego el uno para el otro, y pueden tornarse extranjeros, fraternales o fratricidas.
Ningún sujeto, por lo menos entre los animales superiores, puede realizarse sin la comunicación o comunión con alter ego/ego alter reales que sean congéneres o parientes. La identidad individual se nutre y se enriquece incluyendo en sí misma intensiva y durablemente a padres, hijos y amigos.
Entre nosotros, los humanos, la identidad es todavía más fuertemente una, tornándose al mismo tiempo cada vez más plural, y su circuito engloba a nuestras amadas y amados, mientras que nuestros ego alter/alter ego privilegiados —padres, hermanos, hermanas, tíos, tías, primos y amigos— se inscriben en las órbitas concéntricas de la familia, clan, aldea, provincia, patria, religión e incluso humanidad.
[…]
En el seno del yo: la alteridad, la escisión, la separación
En el seno del yo individual no hay unidad pura y no existe solamente la unidad compleja integrada por componentes múltiples; existe también, de modo sorprendente, la alteridad y la escisión.
Hemos visto que el ser celular más arcaico supone en su seno un alter ego virtual que se escinde en dos semiporciones de ser, y que a partir de estas partes escindidas se desdobla en dos alter ego reales. Por consiguiente, la escisión y la separación internas están inscritas virtualmente (autorreflexión, computación objetiva/subjetiva del sí mismo) y realmente (autorreproducción) en el corazón de la identidad individual.
La organización de la sexualidad no va a suprimir sino a modificar la escisión y la separación, añadiendo la ausencia y la necesidad. Así, cada una de las células sexuales masculinas y femeninas, a diferencia de otras células del organismo, sólo detenta un juego de cromosomas en lugar de dos. Y no solamente a nivel de gameto, sino también —y sobre todo— en el nivel del individuo de segundo tipo, la sexualidad crea seres insuficientes. Se trata de seres de un solo sexo quienes les falta, periódica, y posteriormente sin tregua (homo) su otra mitad.
El homo no supera sino más bien revela la escisión, la separación, la falta y la insuficiencia de la identidad subjetiva cuando encuentra su alter ego en su doble, cuando busca en el ser deseado su falta, cuando encuentra finalmente en el ser amado su otra mitad.
La identidad compleja
“La identidad no radica en la simplicidad del ‘o bien esto o bien aquello’, sino en la diversidad de ‘a la vez esto y aquello’”. (5) La identidad viva comporta no sólo una multiplicidad de facetas, pertenencias y dependencias, sino también algo de infraidentitario (ça), preidentitario (on) y sobreidentitario, que a la vez la nutre y corroe. Ella contiene y produce alteridad. Ella contiene multiplicidad y unidad, originalidad y conformidad, unicidad y serialidad; ella necesita siempre de otro por reproducción y, eventualmente, comunicación.
Esta identidad viva asume sus caracteres de unidad, de unicidad e invariancia a pesar y a través de las degradaciones, variaciones y turnovers que la desagregan, la constituyen y la reconstituyen mediante la ocupación autorreferente (por cierto irrisoria y efímera) del centro espacio–temporal de su universo. Ella se afirma de manera autotrascendente en sus pertenencias, dependencias y multiplicidades, lo que la convierte a la vez en realidad e ilusión absolutas.
Bibliografía
MORIN, Edgar, La méthode. La nature de la nature, vol. 1, Éditions du Seuil, París, 1997.
OLSSON, G., Of Ambiguity, Nordiska Institutet för Samhällsplanering, Estocolmo, 1997.
*- Edgar Morin. Tomado de La méthode, 2. La vie de la vie, Seuil, París, 1980, pp. 269–273. Traducción de Gilberto Giménez.
1- Méthode I, pp. 115–129.
2- Para Edgar Morin, los organismos pluricelulares constituyen un nuevo tipo de individuo, que él llama “individuo de segundo tipo”. (N. del T.)
3- En francés los pronombres je y moi, que designan a la primera persona, tienen usos y significados distintos, que analiza el traductor de Lacan, Tomás Segovia, en su prólogo a los Escritos, Siglo XXI Editores. (N. del T.)
4- Edgar Morin llama “cómputo” a las operaciones permanentes de autoorganización y autoconocimiento reflexivo realizadas por la cuasimáquina genética que procesa información y comunicación. Cf. La méthode, 2, p. 182 y ss. (N. del T.)
5- G. Olsson, Of Ambiguity, Nordiska Institutet för Samhällsplanering, Estocolmo, 1977.