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Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires

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Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires
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Pedro Andrés García

Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires

DISCURSO PRELIMINAR AL VIAGE A SALINAS

Las

pampas

 de Buenos Aires tuvieron en otros tiempos sus caravanas y romerias: no para visitar mosqueas, ni para hacer expiaciones, sino para empresas lucrativas, que llenaban las arcas del erario y suplian las necesidades públicas. Su objeto era proveer de sal á la poblacion, extrayéndola de una gran laguna que yace al sud, en un parage que estaba entonces en poder de los indios. Los vireyes, que dirigian estas operaciones, tenian que solicitar de los caciques el permiso de introducirse en su territorio, ofreciéndoles algun regalo para amansarlos.



Estas negociaciones, que se renovaban cada año, eran una de las tareas mas ingratas del gobierno de Buenos Aires; cuya autoridad desconocian y ajaban esos indómitos moradores del desierto. Pero el Cabildo, que contaba entre sus recursos el producto de la venta exclusiva de la sal, se empeñaba en que no se desistiese de esta faena, à lo que condescendia el gobierno por la oportunidad que le procuraba de observar à los indios y de explorar su territorio.



Cuando se acercaba la época de estos viages, que solian emprenderse al principiar el verano, se avisaba por bando el dia de la salida y el punto de reunion para los que querian acompañarla. Este anuncio ponia en movimiento à la campaña, cuyos habitantes concurrian gustosos con sus carros y peones, no solo por su utilidad sino para procurarse una diversion. Estas expediciones ofrecian un espectàculo imponente, por el òrden con que un numeroso convoy de carruages y ginetes desfilaba en aquellas vastas soledades, que se animaban con su presencia.



La que se efectuò en 1778, en tiempo del virey Vertiz, constaba de 600 carretas, aperadas con 12,000 bueyes y 2,600 caballos, y asistidas por cerca de 1,000 hombres, bajo la escolta de 400 soldados al mando de un Maestre de Campo. Este aparato de fuerza era el mejor arbitrio para contener á los indios, naturalmente inclinados à los acometimientos y al robo: y la falta de medios de represion expuso al autor del presente diario à grandes peligros, de que solo pudo librarle su entereza.



La perplexidad que debia inspirarle lo azaroso de su posicion, y la especie de sitio en que lo tenian los indios, no le impidieron de someter à una diligente investigacion sus costumbres salvages, y el hermoso pais que habitaban: de todo habla con acierto, y estos detalles amenizan la narracion y hacen sumamente interesante su lectura. Las mas pequeñas incidentes de la ruta, todos los pormenores de sus entrevistas con los caciques, estàn relatados con un noble y apreciable candor. La exageracion y la mentira, que comunmente forman el principal caudal de un viagero, no han manchado sus páginas, que à falta de otro mérito, se recomendarian por la verdad con que estàn escritas.



Por estos arbitrios ha llegado el autor á dar á su diario una importancia que nunca tuvieron los de sus predecesores, ceñidos à llevar la cuenta material de los dias que gastaban y de las leguas que recorrian, en un terreno mas ò menos cubierto de bosques ó lagunas.



Al desempeño de esta comision agregò el gobierno otra de mayor interes para la provincia, y cuyo plan se halla trazado en el primer oficio de la

Junta Gubernativa

 que hemos publicado. Se trataba de formar una estadística de los pueblos de la campaña, y de proyectar una nueva línea de frontera para garantir los vecinos y asegurar sus propiedades. Causa ciertamente sorpresa el que, en el corto intérvalo de 17 meses, en que se complicaron los trabajos de la expedicion à Salinas, pudiese el Coronel Garcia adquirir tantos datos para contestar las preguntas del gobierno, y desenvolver en muy pocos renglones todas sus ideas: – ideas originales, realzadas por un estilo fluido y brillante, en que se exhala una alma jóven, una imaginacion ardiente, un fondo de esperanzas, que es muy raro que domìnen à una razon madura en una edad provecta.



Esta memoria, fruto de ímprobos trabajos y de largas meditaciones, quedó envuelta en el caos de los proyectos que en distintas épocas habian sido enviados à los gobernadores y vireyes, mucho mas solícitos en pedirlos que en realizarlos. Sobre el mismo tema escribieron Pavon, Euia, Ruiz, Villarino, Baygorri, Sá y Farias, los dos Viedma y el mismo Azara; sin que se hubiese dictado una sola medida para poner, cuando menos, à los pueblos de la campaña al cubierto de las incursiones de los bárbaros. Este cargo es injustificable, porque mantuvo al paìs en la vergonzosa dependencia de los indios, cuando pudo haberlos anonadado.



No hà mucho que plantaban sus tolderias en las orillas del Salado, de donde amagaban hasta la misma capital. ¡Cuan distinta es su suerte actual! Rechazados por todas partes, tienen que dispersarse en el desierto, ò buscar un abrigo en las fragosidades de la Cordillera, abandonando para siempre esos campos que no podian transitarse sin peligro, y donde las poblaciones se establecen ahora à la sombra del pavellon argentino que flamea triunfante en las márgenes del Rio Negro y del Colorado.



Buenos Aires, Noviembre de 1836.



PEDRO DE ANGELIS

OFICIOS DEL GOBIERNO

I

La Junta superior gubernativa de Buenos-Aires

La necesidad de arreglar las fortificaciones de nuestra frontera, y la influencia que debe tener este arreglo en la felicidad general que ocupa los desvelos de esta Junta, la han movido á conferir á V. S. la importante comision de visitar todos los fuertes de nuestra frontera, averiguar su estado actual, y proponer los medios de su mejora, tanto por las variaciones que convengan en su situacion, cuanto por las reformas que deban adoptarse en el sistema de su servicio: averiguar al mismo tiempo el estado de las poblaciones y ganados, los medios de reunirlas en pueblos, la legitimidad con que se ocupan los terrenos realengos, con todos los demas ramos anexos à la policía y mejora de nuestros campos: manifestando igualmente, si los pueblos de la campaña tienen égidos, y como se les podrán proporcionar arbitrando: como se podrán dar los terrenos realengos con utilidad de la real hacienda, y sin las trabas que hasta ahora se han usado, con todo lo demas que le parezca á V. S. conducente á la mejora y felicidad de nuestras campañas.



En esta virtud espera la Junta se ponga V. S. en marcha inmediatamente para el logro de tan importante objeto; llevando en su compañia dos oficiales de su entera confianza, y consagrando este servicio mas al Rey y à la Patria. En inteligencia, que las reformas de fácil egecucion las comunicará desde aquellos mismos destinos, para que, con aprobacion de la Junta, sea V. S. mismo el egecutor de ellas.



Dios guarde á V. S. muchos años. Buenos Aires, 15 de Junio de 1810.



CORNELIO DE SAAVEDRA

Dr. Mariano Moreno,

Secretario

Sr. Coronel D. Pedro Andres Garcia.



II

Habiendo determinado esta Junta, de conformidad á propuesta del Exmo. Cabildo, se verifique en este año la acostumbrada expedicion á Salinas, y publicádose el bando, para su notoriedad, con designacion del dia 4 de Octubre próximo para su salida de Palantelem, ha nombrado á V. S. por comandante de ella: previniéndose con esta fecha al de la frontera el apronto de 50 milicianos armados, á sueldo, que deben escoltarla. Y lo aviso á V. S. con acuerdo de la misma Junta, para que en su inteligencia, y de haber nombrado dicho Cabildo por diputados á los regidores D. Manuel José de Ocampo y D. Andres Dominguez, se presente V. S. en esta capital sin demora, á tratar con ellos el punto de auxilios que le son peculiares, y recibir las últimas órdenes de esta Superioridad.



Dios guarde á V. S. muchos años. Buenos Aires, 6 de Setiembre de 1810.



CORNELIO DE SAAVEDRA

Dr. Mariano Moreno,

Secretario

Sr. Coronel D. Pedro Andres Garcia.



EXCELENTISIMO SEÑOR:

La memoria que tengo el honor de presentar à V. E. es un homenaje debido à la autoridad, y una manifestacion de mi amor y respeto à la patria. V. E. se ha servido confiarme el arreglo de estas campañas, formacion de pueblos, mejora de los ya formados, establecimientos de guardias fronterizas en donde convengan, y el fomento de todos los ramos de policìa rural. Este es el encargo mas honroso que ha podido hacerse jamas á un ciudadano: de su acertado desempeño pende la prosperidad de la agricultura y de la poblacion, el poder y la riqueza de la sociedad.



Es verdad que no corresponde á las fuerzas de uno solo, sino à los esfuerzos de muchas generaciones, el llevar á cabo una obra de tamaña grandeza. Hay escollos que evitar, peligros que arrostrar y dificultades que vencer: pero todo desaparece cuando se nos presente la perspectiva risueña de la felicidad pública. Mil pueblos florecientes, en medio de los campos ahora desiertos, serán un monumento mas glorioso que cuantos ha levantado la vanidad de los conquistadores. Millares de familias contentas, y rodeadas de la abundancia, entonarán himnos mas honrosos al gobierno que las afamadas producciones de poetas aduladores.



¡Plugiese al cielo que el tiempo que me resta en la tarde de mi vida, fuese un sacrificio útil á un pais que me alimenta desde mi primera juventud, y que me ha dado cuanto es capaz de hacer amable su existencia á un mortal! Si una fatalidad inevitable, ó si la escasez de mis luces, no me permite esta honra, yo me consolarè á lo menos con haber hecho lo posible, y con manifestar á V. E. en el lenguage de la verdad los males que pesan sobre nuestras campañas, la urgente necesidad de remediarlos, los medios de hacerlo, y cuantos bienes pueden resultarnos.

 



La feracidad de este suelo afortunado, las ventajas que ofrece su situacion geogràfica, y la reunion de todo cuanto puede lisonjear los deseos naturales del hombre, parecen que destinaban à Buenos Aires para ser una de las primeras ciudades del Nuevo Mundo: pero contra el órden de la naturaleza la hemos visto casi en nuestros dias desfallecer en la miseria, y entrar apenas en el rango de las ciudades subalternas.



La lucida expedicion que trajo Mendoza, desapareciò luego, ya por las luchas sangrientas con los Querandìs, ya por la penuria de bastimenos, ya en fin porque se vió frustrado el principal objeto de su establecimiento, esto es, la facil comunicacion con las provincias y riquezas del Perú.



Sin embargo de que una benda espesa cegaba á todas las naciones europeas en el siglo XVI sobre sus verdaderos intereses, no dejò de traslucir el adelantado Torres de Vera cuan interesante era la poblacion de Buenos Aires, y ordenó luego á Juan de Garay la reedificase à toda costa, como lo verificò el año de 1575. A la muerte de este hombre digno de memoria, quedaron los pobladores dueños de grandes terrenos, cuya fertilidad podria haberlos colmado de abundancia y felicidad, si el gobierno hubiera sabido adoptar el sistema que convenia à sus verdaderos intereses. La adquisicion de encomiendas y de nuevos terrenos entretuvo la ambicion en los primeros años, y fomentó una guerra con los naturales, que se ha perpetuado hasta nuestros dias.



Las tentativas de varias naciones europeas, principalmente las pretensiones de Portugal, hicieron conocer á la España que era forzoso velar mas cuidadosamente sobre la conservacion de estos paises, mantener tropas en Buenos Aires y fomentar esta colónia. Pero al mismo tiempo la codicia de los monopolistas y la ignorancia de la ciencia económica habian cortado los canales de la circulacion. Esta ciudad se viò reducida à los consumos de su guarnicion, y à la miserable exportacion de algun navìo que mandaba Cadiz con licencias eventuales; ó bien á las utilidades de los ganados que transportaba al Perù, y á las de un contrabando mezquino à que incitaba el comercio esclusivo de Lima en las provincias altas.



En el espacio de dos siglos habìanse estendido las familias por estas inmensas llanuras, y, dedicadas à una vida pastoril, se establecian sin òrden en los campos, y, como los hijos de Noé, iban propagándose con sus rebaños por un mundo desierto. Aislados los hombres en sus haciendas, no se reunian sino cuando lo exigia la religion, ó lo ordenaba la necesidad de la comun defensa. Era forzoso, pues, que reducidos á este género de vida, adquiriesen unas costumbres salvages, y que, desconociendo las necesidades del hombre civivilizado, se resintiesen de la indolencia é ignorancia de sus bàrbaros vecinos: – que la agricultura estuviese en el peor estado y la provincia en la miseria.



El buen rey D. Carlos III, rompiendo las antiguas trabas, dió mas libertad al comercio nacional, erigió à esta ciudad en capital de un vireinato, abriò el comercio con el Perú, con los puertos habilitados de la penìnsula, las colonias españolas y extrangeras. La atraccion de capital y los preciosos frutos que el comercio amontonó en ella de las provincias interiores, la hicieron prosperar con rapidez tan extraordinaria, que en pocos años empieza ya à competir con las mas florecientes de la América.



Mas si desde las elevadas torres de la ciudad echamos una ojeada sobre las campiñas que la rodean, será preciso confesar que su opulencia no es debida á la perfeccion de la agricultura, ni à los esfuerzos de la industria. En ella veremos un retrato de la ciudad de Idomeneo que nos describe el sabio Fenelon. Su grandeza y esplendor son efimeros, porque no estriban en la tierra, la única capaz de consolidar la felicidad de un estado.



La revolucion que ha causado naturalmente en la Amèrica el trastorno general de Europa, vá á poner sus provincias en estado de desplegar cada una las riquezas de su respectivo suelo. ¿Y què será de la nuestra, si dejamos en abandono nuestros campos, único tesoro que nos ha dado la Providencia? Es preciso, pues, que nos apresuremos à ponerlos en aptitud de prosperar, ò que desde ahora consintamos en volver á un estado de languidez y decadencia.



Si miramos atentamente el estado de nuestras campañas, advertiremos luego, que las estancias y chàcras se hallan mescladas al presente: que un desorden general ha confundido las propiedades, y dado lugar à que el propietario esté siempre amenazado de las agresiones de sus vecinos, ó destruido con pleitos interminables. Los ganados del hacendado talan las sementeras del labrador, y las diligencias de este dispersan aquellos. Hay una multitud de familias establecidas en terrenos realengos que ocupan à su arbìtrio, ó bien en los que arriendan por un infimo precio. Estas familias se dicen labradoras por que envuelven en la tierra una ò dos fanegas de trigo al año; y son en la realidad la polilla de los labradores honrados y de los hacendados á cuyas espensas se mantienen. – He aqui la exacta relacion que hace de su modo de vivir un vecino de estas mismas campañas. "Empiezan, dice, estos agricultores honorarios à arar por mayo, y concluyen en julio y aun agosto. ¿Y què comen en este tiempo estos hombres sin recursos? – Díganlo nuestros ganados. ¿Con qué alimentan sus vicios? – Con los productos de aquellos. ¿Y cual es el resultado de una operacion de cuatro meses? – Haber arañado la tierra, que por mal cultivada, no produce ni aun el preciso necesario de una familia industriosa. Siembran, en fin, porque un vecino les prestó la semilla, y el dia de la sementera hay bulla, embriaguez, puñaladas, &c."



"Estas sementeras en muchas partes deben cercarse; y para esto se unen algunos, y clavan en tierra cuatro palitroques, que, ayudados de torzales que hacen de la piel de nuestros toros, forman una barrera incapaz de resistir la embestida de un carnero. Resguardadas así sus mieses, las cuidan sus mugeres por el dia, y ellos por la noche. Persiguen los ganados vecinos, los espantan, los hieren, y obligan al hacendado à trabajar un mes, para reunir lo que un labrador de estos le dispersò en una noche. Destruyen nuestros caballos, pues en ellos hacen sus correrias nocturnas. En este órden continuan hasta el preciso tiempo de la siega, en que son mas perjudiciales que nunca."



"Llega enero, y cruza por la campaña un enjambre de pulperias, llevando consigo el pàbulo de todos los vicios; sus dueños los fomentan para egercitar la usura: ponen juegos, donde los labradores de esta clase reciben cualquiera dinero por sus trigos: venden à precios ínfimos sus cosechas, y el campesino honrado, que por sus cortos fondos necesita adelantamientos, se vé forzado á malbaratar por necesidad los que aquellos por sus vicios: siendo el resultado, verse sin granos, y tal vez empeñados al fin de la cosecha. Estos se llaman labradores, porque siembran todos los años, siendo en realidad vagos, mucho mas perjudiciales que aquellos que por no tener ocupacion llamamos tales."



Me he detenido particularmente en detallar las ocupaciones y costumbres de estas gentes, porque ellas forman una porcion muy considerable de nuestra poblacion rural. En el curato de Moron, que está casi á las puertas de la ciudad, se cuentan 622 familias, y acaso una tercera parte de ellas puede entrar en la clase de estos perniciosos labradores: y así de los demas partidos. ¿Y què podremos esperar de unos hombres acostumbrados desde su infancia á los vicios y á la mas destructora holgazaneria? – El labrador honrado y el útil hacendado no podrán prosperar mientras estén rodeados de semejantes enemigos. Las mas sábias leyes, las medidas mas rigorosas de la policía, no obrarán jamas sobre una poblacion esparcida en campos inmensos, y sobre unas familias que pueden mudar su domicilio con la misma facilidad que los árabes ò los pampas. Es pues indispensable transformar estos hombres en ciudadanos virtuosos, aplicados è industriosos. Yo tengo la satisfaccion de hablar con un gobierno que sabe bien que estos prodigios los hace frecuentemente la política, y por eso, sin detenerme un instante, voy á proponer las medidas que me parecen mas urgentes y necesarias. Estas se reducen á cuatro: – Primera, mensura exacta de las tierras. Segunda, division y repartimiento de ellas. Tercera, formacion de pequeñas poblaciones. Cuarta, seguridad de las fronteras, y líneas adonde deban fijarse.



Las mensuras generales de la campaña deben partir, á mi juicio, desde la plaza misma de la Victoria, siguiendo, para evitar perjuicios, el órden establecido por D. Juan de Garay. Para esta operacion deben elegirse sugetos que, á demas de los conocimientos cientificos, estén adornados de una integridad á toda prueba. Ellos han de ser infatigables, hasta que perfeccionen un plano topográfico, que señale exactamente los territorios de cada partido, sus limites y haciendas en él comprendidas: sus pueblos é iglesias, sus pastos comunes, aguadas y égidos, con una razon estadística la mas prolija.



Esta operacion bien desempeñada aclarará luego las respectivas propiedades, pondrá al gobierno en estado de conocer cuales son las tierras realengas, qué extension ocupa su dueño, y á qué destina su propiedad. Este será el documento solemne que asegure el patrimonio de nuestra comun familia: sobre este plano es que V. E. vá á plantear la grandeza y poder de la república. Así Numa sobre los campos incultos del Lacio dictó las leyes que hicieron de Roma la cabeza del mundo y el modelo de los imperios.



Conocido perfectamente el terreno, es necesario que se proceda á su division y repartimiento: esto es, á señalar las tierras que se destinan á la labranza y las que deben servir para la cria de ganados. Mientras la poblacion de nuestra provincia y la perfeccion de nuestra agricultura, no hayan hecho variar completamente el estado de las cosas, siempre ha de ser forzoso mantener las estancias y fomentar la cria de ganados en los términos que hasta aquí. Tiempo vendrá en que sobre una legua cuadrada se mantenga mas ganado que hoy sobre tres; que su cria sea menos espuesta y mas lucrosa. Pero mientras tanto no podemos menos que dejar este ramo, tan principal de nuestra riqueza, á merced de la suerte, y que su subsistencia sea tan incierta como la de los pastos en unos campos escasos de aguas. Mas para que estè menos aventurada, necesitan siempre los hacendados poseer grandes terrenos en que puedan estenderse libremente los ganados, con menos peligro de que se agoten las aguas, ni se consuman los pastos tan facilmente.



Segun este principio, las tierras mas inmediatas á la ciudad seran las destinadas á la agricultura esclusivamente, y luego las que rodean los pueblos que se plantifiquen. No se permitirá en ellos estancia alguna, ni se criará en ellas mas ganado mayor que el que los labradores necesitan para sus trabajos, ó puedan guardar y mantener á pastoreo en sus campos y los comunes, con el auxilio de prados artificiales y sus cosechas de yerba, que, con la paja y el grano, repondrán para asegurarlos de las intemperies del invierno y sus arideces, de modo que jamas nos falten para las labranzas y acarreos, como ahora sucede.



Designado el lugar que se juzgue á propósito para poblacion, deben deslindarse y señalarse luego los sitios para las casas; de modo que cada uno pueda tener un huerto, corral y habitacion desahogada. Estas formarán ò contendrán una plaza, de la que arrancarán ocho calles espaciosas en la primera cuadra de sus respectivos frentes; y en las segundas, que contendrán cien varas cada una: se señalará asimismo el lugar para la iglesia, el cementerio, el hospital y la cárcel. Desde el centro mismo de la plaza de cada pueblo partirán las mensuras de las suertes de tierra de labor de su pertenencia: ordenando de tal modo las cosas, que este punto sea cierto, y la mojonera comun de su vecindario. En cada pueblo ha de dejarse sitio, no solo para las casas de los labradores, sino tambien para las familias industriosas que sucesivamente han de ir estableciéndose en ellos, como necesarias.



Demarcado el pueblo, y divididas las suertes de tierras, es necesario llamar los pobladores. Como han de ser estos los vecinos esparcidos por la campaña, creo oportuno se dividan en tres clases: primera, de propietarios; segunda, de arrendadores capaces de hacer los gastos primitivos de la labranza; tercera, la de los que no tienen facultades para ello, cuyas nociones suministrará desde luego la razon estadística de que hablé al principio.



Una ley general debe obligar á todos los habitantes de la segunda y tercera clase de la comarca á formar su habitacion en el pueblo inmediato que se halla demarcado. Esto, es verdad, que parecerá duro á muchos de nuestros campestres, y aun algunos que presumen de filósofos lo creerán contrario á la libertad del hombre: pero si se reflexiona sobre ello ligeramente, pienso que no habrá un sensato que no convenga en la necesidad de esta medida. Sin reducir las familias á poblacion, sucederá que no tocándose sus intereses sino en los poquísimos puntos que forman sus precisas necesidades, al menor movimiento quedarán separados y el cuerpo social destruido. El hombre aislado y reducido á sí mismo se hace salvage y feroz, huye de todo trabajo que no sea el que necesita para buscar su alimento, y no acostumbrado á obedecer ni á sufrir dependencia, prefiere siempre los medios de violencia á los de dulzura, cuando pretende: y asi mas presto roba que pide. Se hace duro é insensible, y como está concentrado en sí, no es capaz de espiritu público, ni los resortes de la politica pueden obrar sobre él. Es preciso, pues, que el gobierno ponga los principios de adhesion que estas partes separadas necesitan, para formar una masa solida y capaz de resistencia. ¿Y como podrá hacerlo, sino acercando los hombres unos á otros, y acostumbrándolos á ocurrir mutuamente á sus necesidades, poniendo en movimiento los deseos de gozar y sobresalir, de que inmediatamente proceden la emulacion y aplicacion que hacen florecer la agricultura, la industria y las costumbres?

 



Si las poblaciones facilitan estas ventajas, el comercio adquiere por ellas muchos grados de velocidad en sus cambios, cuya repeticion y utilidades refluyen tambien en los progresos de aquellos. La combinacion de estos principios elementales de la felicidad pública, acercará el tiempo en que se vean ocupadas las tierras por tantos propietarios cuantos ellas admiten. Y entonces ¿podrá alguno calcular el grado de poder y de fuerza verdadera que tendria el estado?



Los labradores, endurecidos con las intemperies, acostumbrados à una vida sencilla y frugal, noblemente orgullosos con el sentimiento de su propia fuerza, independientes de su propiedad, de la que sacan su subsistencia y su fortuna, serán los verdaderos ciudadanos, que no necesiten mendigar su mantenimiento del estado, ni venderse bajamente á todo el que pueda darles un empleo ó proporcionarles una renta. Su tierra, su hogar, su pueblo – he aquí los ídolos del labrador: en ellos verá la herencia de sus padres, la tumba de sus mayores y la cuna de sus hijos. Amarán siempre las leyes y el gobierno que le conserven objetos tan queridos. El nombre de pátria se los recordará, y al primer riesgo serán sus defensores, tan valientes como incorruptibles. En una palabra, formar poblaciones, y fomentar en ellas la agricultura y la industria, es formar una patria á hombres que no la tienen. Esto manifiesta bien si está esencialmente unida la existencia del estado al establecimiento de pueblos y leyes agrarias, que son indispensables para su prosperidad. Pero si la triste condicion humana obliga al gobierno à usar de su autoridad para impeler á los hombres hácia su propio bien aun antes que la experiencia se lo haga gustar, puede dulcificarse esta medida con el incentivo del interes y de la propiedad. Las poblaciones han de hacerse ó sobre tierras de algun propietario, ó sobre las realengas. En el primer caso, debe el gobierno comprar á justa tasacion los sitios que se destinen para la traza del pueblo, y darlos en propiedad á los labradores que hayan de establecerse en las suertes de tierra demarcadas; brindando con igual presente á los demas artesanos y gentes de industria que quieran poblarse. Mas afin de que el estimulo al trabajo sea mayor, no se conferirá el titulo de propiedad á ninguno hasta que haya formado su casa, y cercándola del mejor modo que le sea posible; para lo cual se les señalará un término correspondiente. Aunque no puedan desde luego darse las suertes de tierra en propiedad, esto puede suplirse ya por las leyes que favorescan á los arrenderos, asegurándoles el goce de cuanto mejoren y trabajen en su hacienda, ya premiando con auxilios á los que mas sobresalgan en la aplicacion, para que puedan comprarla á su dueño, quien nunca podrá negarse á ello, ni valerse de la necesidad para sacrificar al labrador. Pues la ley, que hace sagrado su derecho de propiedad, sostiene á aquel contra las agresiones de la codicia.



Ni creo deba temerse que los propietarios se resientan de unas providencias que, bien lejos de perjudicarlos, van á dar á sus haciendas un valor que ahora no tienen, y que crecerá progresivamente en razon de las medidas mismas con que el gobierno esfuerce la aplicacion de los colonos.



Nace con el hombre el deseo de dominar y poseer: tarda mas el conocimiento de los medios que pueden estender la esfera de estas inclinaciones; mas una vez conocidos, se decide y los abraza con toda la ansiedad de las pasiones. Nada creo que será mas fácil, que hacer conocer á nuestros propietarios todas las v